busco la Verdad, el Bien, la BELLEZA, la buena literatura y el gran periodismo que se hizo en España lejos de la plebeyez y el mal gusto aunque nada de lo humano mes ajeno
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2011-05-07
franco un sefardita típico moreno, narigudo, barrigudo y de aspecto feminoide pero los tenía bien puestos, porque las apariencias engañan y los hijos de Israel no creen en el look
polvos estos lodos. Alcázar de Velasco todo lo fascista que se quiera pero era un tío muy lúcido
por san anton
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SAN ANTÓN LA GALLINA PON
Antonio Parra
Por san Antón reza un dicho de mi querida Segovia la gallina pon. Empiezan a cacarear las gallinas por el corral…pitas…pitas y mi abuela haciendo saco con el delantal les iba esparciendo avena loca que por mi tierra llaman egílope y alpiste. Los gallos entonaban sus gritos triunfales y potentes, subidos a las mostelas del corral.
Viva la gallina con su pepita y las pobres aves encimadas una tras otra por el masto de bellos plumajes la cresta rojiza y plumas más tiesas que las del gavilán en vuelo, poderoso señor del harén, empezaban a cacarear. Al poco quedaban lluecas.
Es que el enero dedicado a Jano parece que la naturaleza abre sus compuertas y la llamada de la sangre, ingénita en la zoología, tira lo suyo.
Me gustaba de niño al atardecer cuando se aselan las gallinas ir a mirar los ponederos para espiar lo que pasaba allí porque siempre fue para mí maravilla eso de “acostarse con las gallinas” y ay si hubiera seguido su ejemplo, me hubiese ahorrado muchas pesetas que sólo hicieron ricos a los putos taberneros, evitado las mañanas de resaca y conjurado algún que otro peligro y más de un disgusto puesto que de noche todos los gatos son pardos.
Y allí estaba todo el nidal bajo la tutela del gallo que guardaba con ojo vigilante y señor del harén a sus mujeres acurrucadas en sus correspondientes palos gallineros cubiertos de plumón y gallinácea. Mucha mugre eso sí. No en vano el refrán: más mierda que el palo del gallinero.
La favorita siempre duerme cerca del capiscol. El gallo semejaba a un rey presidiendo su corte. Con esa seguridad que la potencia sexual infunde, quizás conciente el animalito de que al amanecer se iba a poner las botas cubriendo a todas las hembras de su serrallo en medio de briosos quiquiriquís.
Mi abuelo para hacerlas ponedoras las había apuntalado unos palos a modo de escalera y la abuela iba a meterlas por la noche el dedo en el culo a ver si tenían puesta para el día siguiente.
-¿Ponen mucho las gallinas?
-Regulín regulán.
Un campesino de Segovia nunca te dirá lo que tiene y acostumbra a ser vago e impreciso cuando se le pregunta por sus cosas, no sueltan prenda pero ¡cómo se me han grabado aquellas escenas aldeanas de los tiempos de mi infancia!
Las más querenciosas o salidas del corral estaban más cerca del macho. Y digo yo que de donde demonios vendrá la frase de “ser más puta que las gallinas” si su cópula carnal era una suerte breve limpia y rápida visto y no visto. Agachaban un poco el colodrillo como agigoladas dispuestas a recibir y el gallo abordaba por detrás pisándolas materialmente pues el sexo es siempre algo violento para fecundarlas con un golpe certero de su pico- pene por detrás de la cresta. Zás. Y ya está.
Aquello era menos aparatoso mucho más sencillo que la coyunda y los espectáculos que daban el garañón con la burra cuando mi abuelo me llevaba con él a la parada de Moradillo un pueblo cercano a Aranda. Los hipómanes del celo burreño exhalaban un olor acre.
La borrica rebuznaba cada dos por tres, roncera al principio, gustosa del trámite después y sacaba toda una hilera de dientes enormes amarillos ofreciendo mucha resistencia a fuerza de coces contra el caballo que caracoleaba en torno suyo hasta que, vencida por el instinto, alzaba solícita la cola se espatarraba un tanto y el caballo la montaba de modo tan trabajoso que a veces necesitaba de las asistencias del veterinario para acoplar donde corresponde el enorme atributo del semental sobre la pobre pollina de mi abuelo a la que llamábamos “Loli” y que quedaba derrengada después de aquellos encuentros que dejaban en su vientre medio litro de espermatozoides por lo menos.
De regreso de la parada la Loli se volvía espantadiza y nerviosa tiraba tainas y se ventoseaba indómita con largos y sonoros pedos por el camino de vuelta y, remisa a la albarda. si el abuelo quería cabalgarla, lo tiraba a tierra por el cabezal o de repente se ponía a correr a los cuatro pies. Una burra salida resiste a la rienda y es menester embozarla o embocarla.
-Pero coño,- decía el abuelo-, tengo que meterla en razón a fuerza de tralla a esta recontrajodida.
Más ni por esas.
La nuestra burra que era de natural sumiso y manso estaba como fuera de sí cuando la llegaba el apremio de su instinto al pobre animal y si olía algún burro a distancia se venía a él como una posesa. La calentura del celo le duraba una semana. Por lo visto no había tenido bastante con la descarga del grullo de Moradillo. Quería más juerga.
Total que hoy es san Antón bendito y yo me acuerdo de la imagen que había en la iglesia de Fuentesoto del santo con una capa parda las luengas barbas el báculo de abad y a los pies un tostoncillo que parecía a punto de emprender el trote cochinero frente por frente de la estatua de san Isidro labrador. A estos dos santos tan rurales se les tenía por aquellos pagos devoción considerable. El uno porque protegía el ganado y el otro las cosechas.
Y tanto es así que cuando rezábamos el rosario de anochecida antes de cenar siempre se les dedicaba su correspondiente padrenuestro a cada uno de los dos santos intercesores de la gente del campo después del obligado a las Animas Benditas o por todas nuestras obligaciones difuntas.
Mi abuela Leonides que solía dirigir el rezo nunca se olvidaba, terminadas las letanías, de echar un vistazo para la cuadra rogando a san Antón que protegiera a la cabaña (llegamos a contar con cuatrocientas ovejas) y que la yegua torda quedase preñada o que la “Luisa” pariera con bien y esa burra gracias a la intercesión del querido padre del desierto, san Antonio el anacoreta, fue fértil durante mucho tiempo. Trajo al mundo 25 muletos y tres buches. Se pasó la vida pariendo.
Aquel manso animal que estaba desconocida cuando torionda en la vejez se convirtió en los pies y las piernas de mi abuelo que a causa del reuma quedó muy torpe y cojo para ir a labrar.
San Antón la gallina pon y si con barbas san Antón y si no la Purísima Concepción que decía un pintor bisoño. A ver lo que sale. Los artistas lo decimos muchas veces antes de emprender una obra. No sabemos el resultado pero hay que ponerse a la cuestión.
Recuerdo con melancolía y fruición aquellos fríos eneros cuando pasadas las navidades y las fiestas pues hasta san Antón pascuas son, se decía, regresábamos al tajo. Unos a los libros. Otros al arado y otros a la fábrica o al cuartel. Tiempo de arrejacar y de las últimas matanzas pues antes de que terminase el primer mes del año tambien se solía decir: cochino de febrero con su padre al humero. El marranillo colgaba de una viga en las noches congeladas siempre a mediados de enero. Que tambien dicen que es muy pirulero y que cada cual atienda su juego. Santo intercesor de todos los animales incluso del lobo nadie sabe por qué. Seguramente por el cuervo amigo que lo alimentaba en su gruta penitente.
Pero en la edad media se le invocaba tambien contra una enfermedad llamada Fuego de San Antón una especie de erisipela maligna que luego se diagnosticó como la Peste Negra que dejaría diezmada Europa en 1348.
Es un santo mítico del que sabemos que vivió más de cien años en lo que es hoy El Cairo alimentado por un cuervo, el cuervo de san Antón, que le traía un panecillo en el pico cada mañana. Ayunó largo tendido y fue vencedor del demonio que se le representaba en su cueva en forma de seductora mujer. No cayó en sus redes y por eso llegó a centenario tal vez ¡’Qué bien!
Por algunas partes ya habrán comenzado a romper la flor los almendros nuncios de la primavera
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SAN ANTÓN LA GALLINA PON
Antonio Parra
Por san Antón reza un dicho de mi querida Segovia la gallina pon. Empiezan a cacarear las gallinas por el corral…pitas…pitas y mi abuela haciendo saco con el delantal les iba esparciendo avena loca que por mi tierra llaman egílope y alpiste. Los gallos entonaban sus gritos triunfales y potentes, subidos a las mostelas del corral.
Viva la gallina con su pepita y las pobres aves encimadas una tras otra por el masto de bellos plumajes la cresta rojiza y plumas más tiesas que las del gavilán en vuelo, poderoso señor del harén, empezaban a cacarear. Al poco quedaban lluecas.
Es que el enero dedicado a Jano parece que la naturaleza abre sus compuertas y la llamada de la sangre, ingénita en la zoología, tira lo suyo.
Me gustaba de niño al atardecer cuando se aselan las gallinas ir a mirar los ponederos para espiar lo que pasaba allí porque siempre fue para mí maravilla eso de “acostarse con las gallinas” y ay si hubiera seguido su ejemplo, me hubiese ahorrado muchas pesetas que sólo hicieron ricos a los putos taberneros, evitado las mañanas de resaca y conjurado algún que otro peligro y más de un disgusto puesto que de noche todos los gatos son pardos.
Y allí estaba todo el nidal bajo la tutela del gallo que guardaba con ojo vigilante y señor del harén a sus mujeres acurrucadas en sus correspondientes palos gallineros cubiertos de plumón y gallinácea. Mucha mugre eso sí. No en vano el refrán: más mierda que el palo del gallinero.
La favorita siempre duerme cerca del capiscol. El gallo semejaba a un rey presidiendo su corte. Con esa seguridad que la potencia sexual infunde, quizás conciente el animalito de que al amanecer se iba a poner las botas cubriendo a todas las hembras de su serrallo en medio de briosos quiquiriquís.
Mi abuelo para hacerlas ponedoras las había apuntalado unos palos a modo de escalera y la abuela iba a meterlas por la noche el dedo en el culo a ver si tenían puesta para el día siguiente.
-¿Ponen mucho las gallinas?
-Regulín regulán.
Un campesino de Segovia nunca te dirá lo que tiene y acostumbra a ser vago e impreciso cuando se le pregunta por sus cosas, no sueltan prenda pero ¡cómo se me han grabado aquellas escenas aldeanas de los tiempos de mi infancia!
Las más querenciosas o salidas del corral estaban más cerca del macho. Y digo yo que de donde demonios vendrá la frase de “ser más puta que las gallinas” si su cópula carnal era una suerte breve limpia y rápida visto y no visto. Agachaban un poco el colodrillo como agigoladas dispuestas a recibir y el gallo abordaba por detrás pisándolas materialmente pues el sexo es siempre algo violento para fecundarlas con un golpe certero de su pico- pene por detrás de la cresta. Zás. Y ya está.
Aquello era menos aparatoso mucho más sencillo que la coyunda y los espectáculos que daban el garañón con la burra cuando mi abuelo me llevaba con él a la parada de Moradillo un pueblo cercano a Aranda. Los hipómanes del celo burreño exhalaban un olor acre.
La borrica rebuznaba cada dos por tres, roncera al principio, gustosa del trámite después y sacaba toda una hilera de dientes enormes amarillos ofreciendo mucha resistencia a fuerza de coces contra el caballo que caracoleaba en torno suyo hasta que, vencida por el instinto, alzaba solícita la cola se espatarraba un tanto y el caballo la montaba de modo tan trabajoso que a veces necesitaba de las asistencias del veterinario para acoplar donde corresponde el enorme atributo del semental sobre la pobre pollina de mi abuelo a la que llamábamos “Loli” y que quedaba derrengada después de aquellos encuentros que dejaban en su vientre medio litro de espermatozoides por lo menos.
De regreso de la parada la Loli se volvía espantadiza y nerviosa tiraba tainas y se ventoseaba indómita con largos y sonoros pedos por el camino de vuelta y, remisa a la albarda. si el abuelo quería cabalgarla, lo tiraba a tierra por el cabezal o de repente se ponía a correr a los cuatro pies. Una burra salida resiste a la rienda y es menester embozarla o embocarla.
-Pero coño,- decía el abuelo-, tengo que meterla en razón a fuerza de tralla a esta recontrajodida.
Más ni por esas.
La nuestra burra que era de natural sumiso y manso estaba como fuera de sí cuando la llegaba el apremio de su instinto al pobre animal y si olía algún burro a distancia se venía a él como una posesa. La calentura del celo le duraba una semana. Por lo visto no había tenido bastante con la descarga del grullo de Moradillo. Quería más juerga.
Total que hoy es san Antón bendito y yo me acuerdo de la imagen que había en la iglesia de Fuentesoto del santo con una capa parda las luengas barbas el báculo de abad y a los pies un tostoncillo que parecía a punto de emprender el trote cochinero frente por frente de la estatua de san Isidro labrador. A estos dos santos tan rurales se les tenía por aquellos pagos devoción considerable. El uno porque protegía el ganado y el otro las cosechas.
Y tanto es así que cuando rezábamos el rosario de anochecida antes de cenar siempre se les dedicaba su correspondiente padrenuestro a cada uno de los dos santos intercesores de la gente del campo después del obligado a las Animas Benditas o por todas nuestras obligaciones difuntas.
Mi abuela Leonides que solía dirigir el rezo nunca se olvidaba, terminadas las letanías, de echar un vistazo para la cuadra rogando a san Antón que protegiera a la cabaña (llegamos a contar con cuatrocientas ovejas) y que la yegua torda quedase preñada o que la “Luisa” pariera con bien y esa burra gracias a la intercesión del querido padre del desierto, san Antonio el anacoreta, fue fértil durante mucho tiempo. Trajo al mundo 25 muletos y tres buches. Se pasó la vida pariendo.
Aquel manso animal que estaba desconocida cuando torionda en la vejez se convirtió en los pies y las piernas de mi abuelo que a causa del reuma quedó muy torpe y cojo para ir a labrar.
San Antón la gallina pon y si con barbas san Antón y si no la Purísima Concepción que decía un pintor bisoño. A ver lo que sale. Los artistas lo decimos muchas veces antes de emprender una obra. No sabemos el resultado pero hay que ponerse a la cuestión.
Recuerdo con melancolía y fruición aquellos fríos eneros cuando pasadas las navidades y las fiestas pues hasta san Antón pascuas son, se decía, regresábamos al tajo. Unos a los libros. Otros al arado y otros a la fábrica o al cuartel. Tiempo de arrejacar y de las últimas matanzas pues antes de que terminase el primer mes del año tambien se solía decir: cochino de febrero con su padre al humero. El marranillo colgaba de una viga en las noches congeladas siempre a mediados de enero. Que tambien dicen que es muy pirulero y que cada cual atienda su juego. Santo intercesor de todos los animales incluso del lobo nadie sabe por qué. Seguramente por el cuervo amigo que lo alimentaba en su gruta penitente.
Pero en la edad media se le invocaba tambien contra una enfermedad llamada Fuego de San Antón una especie de erisipela maligna que luego se diagnosticó como la Peste Negra que dejaría diezmada Europa en 1348.
Es un santo mítico del que sabemos que vivió más de cien años en lo que es hoy El Cairo alimentado por un cuervo, el cuervo de san Antón, que le traía un panecillo en el pico cada mañana. Ayunó largo tendido y fue vencedor del demonio que se le representaba en su cueva en forma de seductora mujer. No cayó en sus redes y por eso llegó a centenario tal vez ¡’Qué bien!
Por algunas partes ya habrán comenzado a romper la flor los almendros nuncios de la primavera