EL
KEMPIS
“Fue
compuesta esta obra por el hermano Tomás de Kempis en el monasterio de santa
Inés de Zwole el año 1441”, la frase epilogal del pendolista anónimo que lo
transcribió nos hace pensar en el Nombre de la rosa que no nos dice nada de la
vida del autor. La imitación de Cristo ha sido uno de los libros más difundidos
y traducidos después de la Historia Sagrada. En el grito de rebeldía contra los
cánones y la aridez de la Escolástica se atisba el advenimiento del libre
examen, y de la mentalidad que llevó a Lutero, aunque parezca paradoja este
monje flamenco fue el predecesor de Lutero. El autor era todo recogimiento y
debía de andar a mal con la vida de su monasterio por lo que se recoge en su
celda y entre los libritos y por los rinconcitos busca el anonimato para esta a
solas con Jesucristo. Es el “solo Dios basta" Que preconizaría teresa un
siglo más tarde. Algunos lo denominaron el quinto evangelio y al igual que los
sinópticos no hay demasiada claridad sobre la pluma que los redactara. Se atribuyó
la autoría de la Imitación de Cristo a un inglés John Gerson que era agustino
lo mismo que el copista. A un alemán Johannes Busch. Y al cisterciense
británico Julián de Norwich. Por último se baraja el apellido de otro alemán:
el maestro Eckhart.
Otras suposiciones: el verdadero autor aunque
vivió en Holanda dentro de un convento agustino era hijo de un herrero que
vivía en Kempen en el arrabal de Colonia y se educó en Deventer, Paises Bajos.
En España el librito fue traducido al castellano por el jesuita padre Mayor de
Villagarcía (debió de ser colega del padre Isla con el que parte al exilio el
año 1762.
Partidario de una nueva relación personal con
el altísimo o “nova devotio” predica el empequeñecimiento anonadado ante la
grandeza de la divinidad. Es la piedra basal del quietismo pietista. Por los
rinconcitos y en los libritos es la escuela del misticismo de Windescheim. Fray
Tomas tenía un maestro de novicios que se llamaba Fulgentius y firmo otros
tratados espirituales con el pseudónimo de “Hemmerchen” (martillito) tal vez
para pegar un aldabonazo en las conciencias y es la rubrica que figura en
Tratado del Sacramento, Los claustrales y “Huertecillo de rosas”, “De vita
monachale et de solitudine. Su prosa es sencilla y rítmica. Se titula así De
imitatione Christi porque era la norma de los primeros autores cristianos –
titular por los párrafos de encabezamiento- que se conserva ya solamente en las
encíclicas papales. A lo largo de los capítulos imparte muchas normas y
consejos. Sus aforismos se refieren a la fugacidad de las cosas terrenas y a la
volubilidad de la fortuna. Hoy, cuando se quiere vivir mucho, los consejos del
Kempis no tendrían quórum cuando dice:
—Vanidad es desear larga vida, sin cuidar que
sea buena.
Lo toma del Eclesiastés así como del Libro de
los Proverbios. Utiliza recursos retóricos como la aliteración y el apostrofe.
En esta sencillez algunos historiadores observan una refutación del sofismo de
las escuelas catedralicias. Predica la abstinencia de la carne, la abstinencia
de la lengua, el fan de saber y conocer cosas nuevas, el afán de conseguir
riquezas y el aniquilamiento del Yo. Cosas de la moral práctica; verbigracia:
Refrena tu gula y el vino y dominarás la lujuria… es mucho más sabio tener
contrición que saber definirla. Este oscurantismo abriría brecha iconoclasta.
Lutero que era agustino parece ser que se inspiró en las fórmulas de su hermano
de hábito para clavar las 99 tesis en la catedral de Wittemberg. El progreso
del Peregrino de Bunyam y el Leviatán de Hobbes se inspiran en la Imitación de
Cristo.
Imaginémoslo al hijo del herrero de Hemmer
inclinado sobre su manuscrito redactando con monacal parsimonia su opúsculo
plasmando con letra de pendolista y esmero las letras capitulares de su tratado
místico. El mismo iluminaba los códices por lo cual en su habitáculo no
faltarían ni el cinabrio ni el minio ni el lapislázuli dándose un homenaje en
cada sentada de caligrafía gótica. Mal iluminada el escritorio y muertos de
frío en la crujía corrida del escritorio donde se aplicaban a la tarea los
transcriptores – todo como en el Nombre de la rosa- calentarían sus pies fríos
con mantas de melote. De tarde en tarde alzarían la cabeza para cobrar aliento
o inspiración y se soplarían los dedos entumecidos y con sabañones. No sabían
aquellos frailes que a aquel género de vida le quedaba poco cuando el elector
de Sajonia, los hugonotes, los calvinistas y los puritanos de Cromwell
arrasarían aquellos conventos reduciéndolos a cenizas.
En mis años jóvenes yo me desayunaba con la
lectura de un capitulo de la Imitación que nos leía un lector desde el púlpito refectorial.
Sus primeras palabras De la imitación de Cristo y menoscabo del mundo me trae
el aroma del café con leches con tostadas un bollo y a veces un huevo frito.
Todo pasa.