CELA AMABA A SEGOVIA
"El vagabundo es amigo de uno que dicen don Joaquín. A don Joaquín lo
conoció en Segovia en el figón del Abuelo—escribe Camilo José Cela,
recorriendo Sevilla, en "Primer Viaje andaluz", uno de sus mejores libros de
viajes, por más que no demasiado conocidos, un auténtico poema en prosa y un
canto a la tierra de María Santísima— con
motivo de un congreso que hubo entre bebedores de vino y estrelladores de
platos de loza en la cabeza. Él y el vagabundo se hicieron pronto muy amigos,
por mor de aficiones comunes: las dos que
les convocaron a la segoviana sombra del acueducto, y también la poesía,
los toros, el cante, el baile, y la Isabelita, una moza que vendía helados en
la calle de las Sirenas, pues daba gusto —y sobresalto—tan sólo verla. ¡Ay
tiempos, tiempos para siempre idos! ¡Tiempos
que no volverán jamás! "Oiga, don Joaquín ¿Y no ha vuelto a ver usted a la
Isabelita? No; según me contaron se largó con un yanqui que anduvo por Segovia
haciendo una película".
Más adelante, en este primoroso
capítulo XX de su "Primer Viaje
Andaluz", se refiere a un tal Roy Campbell que en Segovia se puso
malo. "Lo cuidaron usted y Charles Ley, ¿se acuerda?... Como no voy a
acordar?... ¡qué bonita es Segovia y qué bien lo pasamos entonces!."
Recuerda a nuestra ciudad
mientras describe los encantos de Sevilla
Es el mejor Cela, el de la
reconciliación entre las tres culturas, el poeta que describe las tierras que
baña Guadalquivir, con estro poético genial, el de la tolerancia que
resplandece en otro de sus grandes temas corográficos (descripción del paisaje
y del paisanaje) en "Judíos, Moros y cristianos" donde da
cuenta de cómo era la provincia de Segovia, que se patea de cabo a rabo desde Valtiendas
hasta Santa María de Nieva, y los segovianos al doblar la quinta década
del pasado siglo.
Desde la publicación del
diccionario Mazot nadie había recorrido las tierras españolas con tanta visión
histórica y crítica. Bajo una pobre capa se oculta buen bebedor y, ostentando
la apariencia de un humilde andarríos, el gran escritor de Iria Flavia
esconde al gran literato que lleva en su interior, al hombre de ciencia que se
esconde dentro de la apariencia de un vagabundo, tan resignado como simpático.
En uno de los pasajes cuenta cómo
junto a las peñas grajeras de la Fuencisla saliendo hacia Arévalo se
encuentra a un niño llorando. "¿Qué te pasa, rapaz?... nada que madre
se fugó con un cabo de Regulares y padre está que bufa, nos echó de casa a mí y
a todos mis hermanos... no te preocupes chaval, todo tiene arreglo en esta
vida".
Con motivo del centenario del
nacimiento del escritor, creo que estas lecturas vienen a cuento y se lo
recordé a su hijo Camilo José Cela Conde en el homenaje que le dispensamos en
el Café Gijón cuando me cupo el honor de presentar mi libro "Cela, el
Café Gijón y yo", el cual me confirmó el supuesto de su predilección
por Segovia entre las ciudades castellanas.
Era, como buen gallego, un poco
tragaldabas y "hartón",
apasionado del cordero asado. Iba a yantar en ca el mesonero Cándido con
frecuencia.
Allí tenía muchos amigos casi
todos militares que hicieron la guerra con él. Y también debió de haber tenido
una novia porque no era lo que se dice un san Luis Gonzaga, con perdón.
Le gustaban las mujeres y en sus
corridos por la Península Ibérica debió de encontrar aventuras de las que le
nacieron varios hijos.
La fama de malhablado, sus
exabruptos y sus respuestas "cachondas",
representaban un barniz exterior bajo el que escondía su visión escéptica y
compasiva del mundo porque decía que la vida del ser humano se reduce a
caminar, comer y cagar —amen de otro verbo transitivo que no cito aunque se
sobrentiende además no empieza por C sino por J—.
Le conocí y entrevisté bastantes
veces.
Era un escritor accesible que
trabajaba ocho horas diarias "me
siento de madrugada ante las cuartillas y no me levanto ni para mear"
¿Y si no acude la inspiración, don Camilo? ¡Pesch! algo saldrá"
Su vida, su bondad, su genio
complaciente, su amor a las buenas cosas de la vida, en las que incluía a
Segovia, sirvan de referente para aquellos que han elegido el difícil camino,
pero maravilloso, de la literatura. Lo importante no es llegar ni alcanzar la
meta sino recorrer el camino, tomar parte en esta peregrinación de la vida. Es
la regla número uno del código del vagabundaje. Carreros somos. ¡Gloria a CJC
en su centenario!