ADOSINDA QUERIDA REINA
Antonio Parra
Fue mi amor asturiano. Adosinda querida reina
que duermes hoy en un cementerio reclinado en una cuesta de un pueblo guapo de
la cuenca minera entre Pravia y Cangas de Onís y mira para el mogote mágico de
Santa Cristina de Lena en al alfombra forestal de los altos montes. Está un
poco más allá de bajar la cuesta. Me tiran estos montes. Son sagradas
cresterías. Cordales del ensueño. Troníos del ensueño donde estaba el amor que
nunca supimos entender al amor que pasó por nuestra vera, se fue y no vino y se
transformaron en inmensas moles de piedra viva y nieves perpetuas.
Tú eras espiritu, bosque, arrimo y camino,
mirada alta y dos ojos como dos toronjos o dos enramados avellanos.
Eras de la estirpe de las reinas. Podías llamarte
Adosinda o Jimena o Gonterodo como aquellas mujeres de los reyes electivos de
los astures. Que subían al trono no por sangre sino por meritos. La leude o la
hueste visigótica los alzaba sobre el pavés. La monarquía hereditaria como el
papado son dos conceptos del mundo merovingio que nada tiene que ver con lo
español. Tú, toda reina. Te elegimos o el Amor nos votó a nosotros y en el
trueque quedamos favorecidos.
Eras un ideal, la pasión utópica por las cimas
canas de Pico Ubiña escoltando el verde encanto de las praderías. Compañeras
del alma, amigas siempre.
Peregrino hasta tu tumba cerca ya del mes de los
muertos; tú fuiste el ramal que me atrajo al principado. Del hilo al ovillo.
Bien mirado tenías algo de xana y de nereida por eso te nos perdiste entre los
bosques buscando compañía entre el Nuberu y el Culiebre y de esta manera te
transformaste en nube de algodón y luna llena de las hermosas noches de
octubre.
Las princesas no mueren nunca y tú eras la
reencarnación perfecta de Adosinda. Ni puedo ver las películas de Garci
exteriores rodados en todos estos parajes pues me recuerdan las excursiones que
hacíamos por aquí primero en un seiscientos y luego en aquel mini en que te
venía a ver desde Londres cruzando toda Francia en una noche. Alta y ebúrnea y
de Oviedo, moza yo me arrepiento. Amor imposible ¿Cómo te llamabas Marina o
Laura o Adosinda o Ximena o Gonterodo? ¿Aguardas la resurrección bajo una lauda
de Santianes, o un poco más lejos, arropados al manto tus despojos de Nuestra
Señora del Sotrondio?
He traído flores y rosas y sidra que beberé por
el camino en el velicomen según las costumbres visigodas para curar las
lagrimas del olvido y las largas ausencias de la atonía sentimental. La sidra
es la ambrosía, el hidromiel de los dioses. Con ellos, María, tú moras. Ahí
estás en el Olimpo.
El amor es más fuerte que la muerte y se
transforma en arquitectura y luego en canto coral y de este concento nacen las
buenas disposiciones de las partes, la quietud y la querencia que hemos te
tener siempre con nosotros mismos. Nunca pude renunciar a aquel desdichado
platonismo. España nació a la vera del Sella por estos ribazos aledaños a la
puente de Cangas de Onís debajo de cuyo arco, justo sobre el empino, colgaba la
misma cruz que siempre llevabas junto al pecho, la Cruz de la Victoria y este
amuleto o fetiche apotrocaico de nuestro cristianismo ancestral me hace
suspirar por ti María Martínez Zapico y gritar con San Pablo muerte donde está
victoria, donde está tu aguijón.
Después miro en mi alrededor y tu ausencia se
convierte en tristeza. Asturias ha dejado de ser para mí paraíso. Rodé por las
tabernas sin ti. Buscaba tu alma entre las heces del amargo vino.
Traje conmigo en el coche un lacrimatorio que
tiene forma de zapico. Allí las vierto todas en la hucha del olvida mientras me
columpio en el vaivén de las horas que tienen un letrero que dice:
-Omnes caedunt, ultima necat[1].
O ley inexorable del reloj que marca el tiempo
que nos queda.
En esa zoqueta afilo la guadaña de mi espero y
me rindo a la suerte que depare mi destino.
Tenías el cuerpo de nube y unos impresionantes
ojos de cierva misterioso sonreír que Laura ha heredado. La miro en las
pasarelas y veo un calco exacto de ti. Has subido al cielo y te has
transformado en templo de las vestales.
De Cangas de Onís donde está la cruz de ónice
nos mudamos a Pravia. Así lo quiso el rey Silo nuestro señor. Eran muy piadosos
aquellos monarcas nombrados por el pueblo. Se debían de pasar el día metidos en
la iglesia con aquellas misas del Cid a la de los gallos cantar que duraban
tres horas haciendo genuflexiones y santiguadas de adoración a la Trinidad.
Y tanto es así que uno de los coronados en la
iglesia de Sancti Johannes (Santibáñez) lo llamaban Bermudo el diacono. Vega
del Ciego adelante golpeo con el bordón las piedras del camino que asciende a
lo alto del mogote de Santa Cristina de Lena. Por estas alturas se eleva mi
espiritu y encuentro mensajes callados del anima del amor que tú me envías
desde otras constelaciones. ¡Ah que siempre fui un soñador!
Me prosterno ante el ikonostasis mientras mis
labios trazan con los dedos el signáculo de la doxología trinitaria: vo imia
Otsá i Sina i Sikatova Duxa[2]” sobre el ara.
Suenan pasos lejanos en el aire de la basílica
recoleta. Y puedes ser tú que enamoras a los mismos Ángeles con tus andares de
garza y tus mirares de ternerita. Adosinda querida reina. Amores tuve yo en el
Sotrondio marca trágica de toda mi vida.
Otra santiguada y consigo leer el epígrafe del
ara fundacional “offeret Lainus Adpodindus abbas in honore apostolorum”. (Lo
ofreció el abad Laino Adopindo en honra de los apóstoles) pone en la labra.
Son sitios mágicos todos estos que bordean
Covadonga, Peña Ubiña, Peña Mea el Naranjo de Bulnes desde Liébana hasta la
cuenca del Eo e incluso tramontándola por Lugo hasta llegar a Compostela que
fueron predios de la corte astur. La primera literatura, el primer documento
que se conoce vaga por estos tesos como mi amor hacia ti, dulce Adosinda, que
derrotará a los siglos. Esculpió a buril en la piedra aquella tarde de mayo en
que cayeron cuatro goteres fue el día que me besaste y acaso me desearas de un
deseo que nunca se consumó por eso fue todo después mucho más puro. Ya es poso
de los siglos que se sienta hierático en majestad sobre los vanos ciegos de la
basílica. Poco a poco, María, te transformaste en diosa.
Se apoya entre estos contrafuertes, juega a la
luz y la sombra sobre el mainel del alfiz o la filigrana primorosa de esas
ruedas de la fortuna y esas toscas rosas de los vientos que marcaron sobre el
ara picapedreros del siglo IX.
¡Todo es tan lejano y tan actual, Adosinda
querida reina! La hierba en San Julián de los Prados sigue muy verde. Se oye el
mugir de un jato camino de la cabaña, guapu ternerín, al que conduce la esquila
de la madre que va delante.
No hace falta preguntarse qué es la belleza
cuando llegas a estos términos. Basta con abrir los ojos. La reina Adosinda me
arrastraba hacia estos sotos hondos. Me dio a beber hidromiel y sidra en el
pozo de su pecho. Libé hasta las heces todo el vino del zapico.- y fue en 1968
cuando en pos de ella subí Pajares. Y me liberé.
Me perdí en una romería que había en Brañilín.
Había bancos de hierba en lo alto del puerto. Estaba escuchando por primera vez
la magia del xiringuelo, la primera vez que bebía sidra y en un porrón, no de
escandía. Pero me perdí yo y encontré a mi Asturias. Que desde entonces tira de
mí y aquí quisiera venir a entregar a la tierra mis huesos.
No se puede explicar bien todo este sentimiento
porque andamos de ronda por lo inefable. Pues de esta manera cómo llegué a la
corte de los reyes mansos vasallaticos del califa de Córdoba al que apodaban el
emigrante [Aurelio, Silo, Mauregato, Bermudo el Diacono]. Un ángel una noche de
fiesta me dio su acolada y desde aquella madrugada soy caballero andante de la
reina mi señora Adosinda esposa que fue del rey Silo del que decían ser-
bienaventurados los pacíficos y los limpios de corazón- de mansa condición, con
la nariz un tanto arremangada y de ahí su nombre Silos que quiere decir chato
en latín, y moro por parte materna. Morisco, remachado pero muy asturiano. Ella
ingresó en el gran monasterio de Santianes cuando murió su esposo en Pravia, lo
mejor del mundo Europa lo mejor de Europa Asturias y lo mejor de Asturias
Pravia. A Silo le debemos los españoles y lean si no el magnifico trabajo al
respecto de Luis G. Valdeavellano, especialista en el tema aunque no haya
superado a don Claudio Sánchez Albornoz la primera carta de privilegio rodado,
el primer documento escrito y roborado.
Es una carta de donación por el alma fechada el
25 de noviembre del año 781 – la iglesia de Lena reformada por Ramiro I quizás
sea anterior, tal vez del siglo VI pues tiene ikonostasis como las griegas y
este lugar de la iglesia luego cede puesto al presbiterio- en virtud de la cual
el monarca se compromete a ceder para siembre unos terrenos ribereños a la ría
del Eo, en una glera, llera o ería que llamaban Lucis a unos santos varones (el
presbítero Pedro, el diacono Abitus y su siervo Lublino) que habían decidido
dedicarse a la vida contemplativa. Lucis se llamaba el sitio, buen lugar de
anacoretas, escuchando el batir de las olas sobre el mar. Lucis un lugar de luz
que desde aquel contrato ilumina las tinieblas de España. Luz que nos guía a
nosotros los letraheridos
A cambio los donatarios se comprometían a decir
misas de por vida por el eterno descanso del buen rey Silo y de su amada esposa
doña Adosinda. Las donaciones post mortem o pro anima son el origen de la gran
riqueza inmobiliaria de la iglesia española. A los curas el oficio de difuntos
que cabe duda les ha dado mucho dinero y la verdad es que nada tiene de
particular; mejor decírselo de mandas de misas que andar a pleitos entre
herederos y de ahí viene la frase de ya os lo dirán de misas con la que gustaba
amenazar a sus enemigos recordándoles que no somos nada polvo y arena. Y ahora
que lo dices un maldito cura se interpuso en nuestro camino. Fue voluntad de
Dios pero sin su tercería acaso tú no hubieras muerto ni yo te lloraría. Pero
era el destino. Polvo soy enamorado de Adosinda que duerme a la sombra de un
ciprés por esos montes de ahí en eso, que nos llevan al gran valle de hondo
Ayuso. Queronte aguarda. Ya tengo en mis manos la moneda para dársela al
barquero. Juntos cruzaremos la laguna Estigia. Ella fue mi Dulcinea del
Sotrondio. Descanse en paz. Por ella entono estos cantos epinicios. Los dos
fuimos buenos latinos.
Martes, 14 de octubre de 2008
[1] Todas hieren. La última mata.
[2] En el nombre del Padre y del Hijo y de Santiespiritus