TRAGEDIA EN LA ROMERÍA

Hoy estoy enfadado con Dios o al menos perplejo, cosas que no entiendo. El 26 de julio de 2024 amaneció cernido de nubes, me levanté temprano. Estaba preparado el morral con la tortilla de patatas, la bota de vino y la de agua, y el palo de acebuche, mi querida cachava con la cual me desperdigo por estos montes de Dios y me abro paso entre los tojos o amedrento al jabalí que acecha en el mohedal. Iba a dirigir mis pasos hacia esa ermita tan blanca y dibujad de Santa Ana de Montarés, son quince kilómetros `pero a ultimo hora no salí, tuve una negra corazonada de que algo podría pasar; así que decidí no acompañar a mi hija pequeña que sí que subió en compañía de sus amigas las mozas de la aldea. 

Desde 1976 no solía faltar a esta fiesta de prado que tanto veneran los pixuetos.

En las paredes de este pequeño templo rural cuelgan exvotos de enfermos que curaron, gorros de marinos que salvaron de un naufragio y otras ofrendas.

Las parturientas y los enfermos que adolecen de algún mal a los huesos suelen pasarse por la espalda unas cadenas.

La gente de la mar de arribada al divisar en lo alto del monte la ermita blanca suspiraban con satisfacción al regresar de las costeras, ya estamos en casa.

 Montarés es un cotarro de bellezas paisajistas como pocos, lugar de España en la costa cántabra, viejos recuerdos y añoranzas. La santa Anina ye muy guapa. Después de la misa, la procesión y tambor y gaita. ¡Ay romerías del alma¡

A la santina la sacan en andas primero a ella y luego a su esposo san Joaquín el de las barbas. Son los abuelos de Cristo.

Manín llamémosle así era uno de los que portaban el paso; había hecho la promesa de llevar en cuello sobre las andas la venerada imagen iba descalzo por la explanada caso omiso a los tojos con espinas y a los cantos puntiagudos.

 ¿Cuál era su promesa?  Estaba divorciado y él un labrador y ganadero honrado no comprendía estos trajines de la vida moderna. Un juez de Pravia ─¿pero hay justicia en España?─ determinó dividir a la familia y compartir la paternidad de sus dos críos, un guaje y una guaja. Por cuya causa había sufrido depresiones.

 Esa era a nuestro humilde parecer que se concertaran paces en el matrimonio el origen de su voto ir descalzo pisando abrojos en la procesión de la santa.

Subió Manín con el tractor con su guaje de once años en el remolque. Después de la romería, acampada, merendola de tortilla de patatas, un gaitero amenazaba la fiesta, algo de vino, mozos y mozas bailaban la danza prima en la explanada.

El pueblo asturiano sabe gustar de la folixia como ningún otro. Ya de atardecida había que bajar. Y Manín y su niño enfilaron la pina cuesta camino de casa, el tractorista perdió el control del vehículo que fue a estrellarse contra un hórreo cerca de casería.

─Salta, nin, salta por amor de Dios

El padre pegaba voces pero el niño no saltó.

 Ambos perecieron aplastados contra el muro. No le valieron las penitencias, ni las suplicas a la santa. ¿Dónde estaba la mano divina?

Comprenderán mis lectores como tantos y muchos en el concejo la razón por la cual estemos compungidos. No encuentro palabras para exponer mi aturdimiento ante tal sinrazón.

 ¿Por qué, Señor, por qué?

 No hay respuesta. Ello forma parte de la clave misteriosa de ese silencio de Dios.

Descansen en paz. Una familia destrozada. ¿Fue el alcohol? ¿Fue eso que llaman violencia vicaria que tiene a nuestras familias aterradas? Santa Ana y san Joaquín tengan en el cielo a Manín y a su guaje.

Nosotros no sabemos nada. Únicamente cabe rezar.