Me gusta ir de vez en cuando a Alcalá y sentarme a reposar y meditar ante la tumba del cardenal Cisneros que fue el creador de mi patria. En marmol de carrara y aguantando las mutilaciones de la guerra civil cuatro arcangles de piedra lo custodian como zaguanetes divinos a cada flano. Vestido de pontifical con su mitra y su baculo el gran eclesiastico parece que cuerme el sueño de la paz. ¿Aguarda la trompeta del juicio final?
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