2016-01-26

PEPE MAYORAL LIBRO MANÍFICO. SE MARCHA A VIVIR A TEMBLEQUE


JOSÉ MAYORAL: ASALTO A LA DESTILERÍA
 
                                                                                  
Pepe Mayoral la primera vez que topé con él en los veladores del Café Gijón, que, ya, por desgracia, no son lo que se dice un Helicón de las Nueve Musas sino varadero de eruditos de aluvión, literatos de acarreo, y alguna que otra niña pija heredera de aquellas chicas “topolino” que yo conocí (¡qué viejos nos hacemos, pardiez!) me impresionó por su porte digno, esa honradez y modestia del intelectual nada vociferante, que siente su compromiso con la verdad y lo asume, y una mirada penetrante, casi de berbiquí, propias de los que catalogan la realidad. Los ojos azules de este rubiales humanista son un parapeto de la inteligencia. Es la mirada de todos los pintores. Como Picasso, como Gauguin, como Cezanne. Mayoral, más que ojos, lo que despliega son dos taladros. De ahí que todos sus libros sean tan “visuales”. En ellas la palabra adquiere un perfil plástico de colores rompedores, que capta cuanto rodea al autor. Cincela y pincela el entorno. Por eso, los mejores novelistas son aquellos que han conseguido imprimir a sus creaciones un tempo cinematográfico. Este extraño “Asalto a la Destilería” es un grito del genio en el que se contiene lo “dejá vu” en narrativa:(Joyce, Beckett, Kafka, Dostoievski, Faulkner) con algo que es completamente nuevo. Mayoral aquí, al escribir este relato mayor, en el cual los paladeadores de la buena literatura pueden advertir retumbos del eco de Baroja, Valle Inclán, al que supera por lo esperpéntico de algunas imágenes, Gómez de la Serna, al que deja atrás al ir devanando sobre la novela escalofriantes greguerías, sólo puede ser igual a sí mismo.
Se trata de lo que llamaría Andrés Gide una sotie o farsa cómica con arreglo al gusto de los hocipoci o malabaristas medievales, bayaderas y prestidigitadores


medievales al estilo Chaucer, y ,si se quiere, un danza de la muerte con ingredientes del género urbano, o de la novela negra.
Ante los ojos perplejos del lector se cruzan agentes del FBI con las vueltas del cuello de la gabardina subidas, el naranjero oculto bajo la chaqueta, pero que, incapaces de matar una lombriz, se nos muestran  completamente inocuos. El asalto a la factoría no se resuelve en resultado de muerte. Es un desiderátum en la novela que nunca se consuma. Nunca tomaremos el objetivo. Seguiremos bebiendo hasta reventar. No somos más que una inmensa cañería.
A lo puro, los disparos de metralleta todo lo más que consiguen es hacerle un agujero a la duela de la barrica de roble de la enigmática destilería o ser la causa de úlcera de estomago de alguno de los personajes, de tanto empinar el codo. Nos encontramos otra vez, como en los mejores textos de Felipe Roth, con la parábola del “santo bebedor”. Mana, en lugar de sangre, alcohol, del alma y del cuerpo de los hombres pero dicen que el vino es sangre de Cristo. Por eso, el libro tiene un no sé qué de eucarístico, de reconciliación con la vida y con el perdón, que puede constituir el mejor conjuro contra este tiempos de augurios apocalípticos, de amenazas y de revanchismos en el que estamos inmersos.
Sorprende la agilidad del dialogo, y el grado de interacción, merced al cual los planos de la realidad espacio/tiempo quedan superados y sobreseídos. En un párrafo nos encontramos en el Shepeherd Bush londinense y al siguiente corretea nuestra imaginación por los desmontes de la Dehesa de la Villa. O sentimos añoranza de Tembleque, donde se sitúa el punto de fuga o de huida.
El estilo está salpimentado de codas en inglés, un idioma que posee el autor, y en otras lenguas. Esta capacidad de adaptación a un castellano que se está transformando a causa del avance imparable del monstruo lingüístico que nos acerca a la realidad de Babel materializada en ese “spanglish” ovante en nuestra conversación cotidiana de unos años a esta parte y que los de la generación del 68 fueron los primeros en captarla, es el sello de un habla viva que se acerca.
La novela está escrita en tono de elegía. Es un treno por una lengua que desaparece y un país que se deslíe en la propaganda consumista de “by lines” como morralla fina que pasan a nuestro idioma y lo contaminan de un virus de muerte.
Para sintonizar esa lengua que nos invade ya tiene Mayoral oído fino, fuera de la común. En todo gran escritor hay un buen profeta, un zahorí y un anestesista.
A veces, podríamos llegar a creer que carga la suerte, y que el autor, rebosante de genio, parece víctima de su propio éxito imaginativo. Pero el tempo no decae en medio del marasmo caótico de imágenes como lava incandescente que se superponen y se suceden vertiginosamente para desembocar en una especie de delta de piedad cervantina donde afluye el gran río de los flujos de conciencia visionaria de este hombre bueno y silencioso al que, cuando uno lo ve acodado en la “burladero” de ese coso taurino, más que café, donde hay tantos que embisten ( Mayoral sólo dialoga) nunca se pudiera llegar a pensar que estuviese penetrado por una imaginación tan volcánica.
Asalto a la destilería”, aparte de una composición que supera las lindes de la novela, es un exorcismo, en el que su autor conjura a todos esos madrigados miuras, que atropan por norma, y que primero disparan y luego hacen preguntas, a que entren al trapo de la razón, y no vayan al bulto del argumento ad hominem. Ya es lástima que hoy, disfrazados de demócratas, pululen y ululen tantos Hijos de Adolfo. Las  viragos, que no vírgenes, de cuerpos gloriosos y de almas en pena (su presencia nos hace pensar en aquel debate medieval sobre si en realidad existe un alma femenina de la misma manera que puede existir un arma canina, caballuna, o felina) con mucho sexo y poco seso, y a lo mejor ninguna de las dos cosas, porque hay demasiado escaparate e impostura, mucho pose, están ahí, haciendo pasarela. Rocíito se ha metido a puta. Todas quieren salir en la prensa rosa. Mira que os lo advertí. ¿qué luego os las mata a golpes alguno de los extremeños celosos? ¿Y qué esperabais, ilusos? El que siembra viento recoge tempestades. Esto de la violencia conyugal forma parte de vuestra demagogia, de vuestro proyecto de dominación universal. Habéis acabado con la palabra. Ahora queréis suprimir el amor.


Quizás sea esta la hora de la bestia. La serpiente transformista que ya no quiere ser artista, ay mamá, sino que se nos alobó en el feminismo
Mucho sexo en apariencia y poco seso. Por eso, hoy los del 68, que nos considerábamos unos tipos bastante inteligentes, no nos comemos una rosca, y es que la verdad ni nos seduce ni nos apetece. Se ha perdido todo interés. Han echado bromuro en el vaso de Cocacola.  El cabrón de la muerte ha intentado ante nuestras propias barbas asesinar nuestros sueños y matar la vida. A las novias que amábamos las ligaron las trompas de Fellopio. Si nos quitaseis de ahí en eso esas esculturales jacas a la hora de comer, si la Campos, menos globos, no se plantase tanto en jarras guarras, y nos dieseis a las modistillas y plantadoras o a las queridas pupilas de la vieja Echegaray o de Ballesta, volvería a nosotros el ahínco del deseo. Quizás sea esta la causa de nuestra baja cota de natalidad. La española cuando besa ya no besa de verdad. Se ha vuelto machorra. Las parideras del redil patrio están vacías. No queremos traer, hijos al mundo. ¿Por qué? Dar a luz nos resulta un tanto  machista, ¿guapo? Ya sé adónde queréis ir a parar, hijas de mi vida: al conde que todo lo enseña y nada esconde. Eso es.
 Era necesario que haya voces disconformes con el “España va bien” y oigan en berlina a los organizadores del pase de modelos; les ha quedado un país como muy coquetón pero sin medula, y no es eso, no es eso.
La vida literaria, reflejo de nuestra anémica vida política, dominado por algunos cuantos caudillos del Palacio de los Leones y de la Media Luna Cibernética -todos se están haciendo a estas horas una gallarda y se masturban irremisiblemente como se masturbaban los del 98, inane ejercicio el de la masturbación como es el de la demagogia- recuerda a esa catasta donde los romanos exponían  a sus esclavos. Viene la Noemí Campiello moviendo el caderamen, rumbosa e imperturbable cariátide y nosotros nos amagamos en un rincón ante el empuje de esas otras hijas mías de mi vida, porque el tronío y la crija de esa inglesa de ébano no hay quien lo aguante, pero no la podemos llamar tía buena sin ser calificados de machistas. Los rumbosos taconazos de las modelos y la cara de acusica de las rubias bustoparlantes que recitan en un tono de voz homologado de plañideras de la información, asomadas a las lúgubres ventanas de los telediarios, que se repiten más que el ajo, y son siempre iguales a sí mismos, son como golpes en la pared que nos avisan de lo que se avecina. Su gesto imperturbable nos recuerda al de los “gauleiter” y al de las valquirias nazis. El ocaso de occidente sólo nos puede llevar y de qué manera a una nueve noche de Walpurgis.
Para evitar esa sinrazón de tanta trampa y de tanto cartón piedra, de literatos de relumbrón, y de periodistas de acarreo, ahí están con esa dignidad de entrega total a la literatura escritores como José Mayoral. El dictamen o casillero en el que son calificados hombres honrados- su rostro recuerda al del Justo de Israel - no les exime de seguir en la brecha, siendo la sal de la tierra, y el antídoto contra la ramplonería y mediocridad ambiente.
No es más que una jugada del sistema, que los prefiere pastueños, mansos, acomodaticios, con poca conciencia y, a ser posible, lerdos; en esta sociedad un inteligente nunca medra. Aquí no hay que pasar de listillo. La cara asnal del amigo Vargas Llosa, un Nobel con mucha trampa y adobo a diferencia de Cela que se lo ganó, es una especie de radiografía de este tiempo de desvergüenza.
Sucede que escritores de una sola pieza como Mayoral tienen dificultades para encontrar editor, mientras que el burro de Balaán sigue viviendo de las rentas, de la paja que arrebató en pesebre ajeno, y a un chisgarabís, con tal que se llame Terencio, se adorne la calva con un bisoñé, se lo jalea y rubrica con contratos millonarios.
Pero la verdad no solamente os hará eternamente libres sino que la encontrareis en la luz que acampa bajo el celemín.


Conozco ese deambular peripatético, que se refleja en la novela del autor novel, y negativas de guante blanco que llenan el alma de desespero y de conciencia de fracaso. Nos consuela que los herederos de los que nos dan con la puerta en las narices ya aserraron a Jeremías, sacaron los ojos a Amós, dilapidaron a Isaías y a Cristo lo clavaron de un madero. La incomprensión forma parte de la lista de los gajes del oficio en un escritor.  Estamos ya curados de espanto; supimos apencar con las consecuencias de la ordalía. El fuego de los inquisidores ya no nos afecta, hemos conseguido cruzar la parva en ascuas a pie enjuto. Nuestro compromiso con la literatura es una perpetua Noche de San Juan, transitada de viejas canciones, porque la música es un manso ruido escuchado a flor de agua. Nuestros pies desnudos huellan las brasas. Y no sólo eso, sino que también somos capaces de cargar con un compañero a cuestas. Uno que escribe siempre ha de sentir ese aldabonazo de conciencia mesiánica. Todos tenemos un poco la vocación de San Cristobalón. Queremos salvar el mundo o justificarlo, desentrañarlos, sin saber cómo.
Un milagro permite que nos lavemos en un charco la cara y que veamos nuestro rostro reflejado en las aguas puras de la Fuente Castalia.
Si Baroja dijo que ya ha pasado el tiempo de los milagros, a mí me parece que al bueno de Don Pío se le fue un poco la mano; los milagros existen. Uno de ellos pudiera ser que Mayoral y otros escritores de raza no se hayan rendido. No han quemado las naves, no rasgaron las filacterias ni se resignan a entregar la cuchara. Al fin y a la postre, el Covenant bíblico es un poco el compromiso de Dios con los desheredados de la fortuna, con los que sufren y son víctimas de la injusticia.
Un día seremos todos rehabilitados. Así lo anuncia señaladamente el canto del “Magníficat”, algunos de cuyos ecos tiene resonancia en este texto, donde los personajes largan parrafadas constreñidas a un rigor de imágenes ardientes como en Carros de Fuego, como si ya Elías estuviese de vuelta entre nosotros. Otra vez se escucha el verso de “et exaltavit húmiles”.
Ojo, que en este asalto a la destilería, hay mucho mensajes en clave. Para descifrarlos, lo mejor es leer este fabuloso caudal de vidas que se entrelazan. Hay veces que una palabra, sobre todo si está transida de aliento profético, puede hacer más daño que el fuego a discreción de la boca de cañón de una metralleta.
¿Qué más? Mayoral, como su mansedumbre ensimismada lo dice, y su apariencia de inquilino recién desembarcado del portal del falansterio de la renta antigua lo corrobora, no haciendo de otro alarde que el de su inteligencia, no tiene esa nuez de Adán tan estragada de esos nuevos D´Artagnan de nuestras letras, con espadachines y mosqueteros saliéndose por los forros y las guardas de su libros, pero ha demostrado que sabe llevar una novela de acción, acción interior, y conducirla a lo largo del relato. No es tampoco maricón, que hoy es lo que más lleva, ni era de los que le arrimaba las putas a Emilio Romero cuando era joven. No; nunca se ha supeditado Pepe a los serviles oficios de mamporrero, ni se ha colocado una” yamulka” en el occipucio el bueno de Mayoral, él que tan judío es - y no hagamos juegos de palabras porque aquí hay algunos muy dados a confundir la velocidad con el tocino, y a judíos con jodíos- carne de dolor, sangre de Israel. Pepe es un tipo normal, con esa normalidad que suele ser albergue del genio, y un genio bueno y civil debe descansar en las recamaras de su imaginación para haberse sabido mantener limpio entre tanta podre. Se gana la vida haciendo transportes con una furgoneta y, de noche, se pone a escribir.
Y es ese ángel bueno que le anima a escribir a Mayoral es el que nos dice a todo que ya basta, que lo que necesitamos es perdón, más alternancia y menos revancha, y, hartos de crispación lo que menos necesitamos son menos insensatos que ahuecan o impostan la voz cuando se dirigen, altisonantes, como esos poetas ripiosos a los que colman de premios cervantes, hacia nosotros. Pero nos tendrán que cortar la mano, si quieren que dejemos de escribir


Seguiremos bebiendo vino - joder el chato se ha puesto a 250 pesetas- y “gijoneando” que viene a ser una forma del hay que joderse madrileño, porque ser cliente de ese club requiere sus buenas dosis de masoquismo, haciendo la vista gorda cuando el camarero creyendo que estamos ya trompas  nos sisa, mentira de monedas en un plato con el vuelto de la cuenta, y escuchando los zeugmas, metaplasmos, metátesis y otras figuras de dicción con que nos dispensa el Cerillero, quien presta el dinero por otra parte sin comisión. Hay que aguantar mecha y padecer los agiotajes de la usura y los sablazos, o las intemperancias del falso amigo que nos pasa la mano por el lomo y luego el canalla nos insulta, pero no va a ser cosa de que por un provocador cualquiera, Adolfo, Adolfo, vayamos a sacar el Mágnum. Prefiero un baño de whisky a un baño de sangre. Pero estamos acostumbrados a sufrir. Somos carne de escritura y carne de dolor y toda esa carne dolorida se cura con vino y con sopilla.

Siempre será mucho más incruento el asalto a una cervecería que a un convento. Al atacar una destilería-ese es el verdadero mensaje de esta novela- lo que se trata de evitar es que lo que en realidad pase, por esa transposición de términos entre cuento y razón, que vuelvan los energúmenos a pegar fuego, pongamos por caso, a una sinagoga. Es lo que verdaderamente puede suceder si no andamos listos. Un escritor de talento como es Mayoral aquí lo que hace es un conjuro contra el “arson” inicuo de los que ya traen la tea en la mano, los apóstoles del odio sistemáticos, los retoños de Adolfo, inútil total y para colmo sifilítico, a los añafileros de Moloch, con puestos relevantes en la Administración, que fichan en algún periódico sacamantecas o salen todos los días a la palestra en la televisión.

Este “Asalto a la destilería”, novela mayor de José Mayoral, que ha publicado ya otros tres libros, porque una novela es como una abrigo de pieles que se compra a la querida, es una purga contra la pedantería, al tiempo que avisa de forma clara a todos los mareantes. ¡Oído al parche! El alcázar no se rinde. Si pensáis que vamos a dejar de escribir, porque a vosotros se os antoje, lo lleváis claro.

 

2016-01-19

GABRIEL MIRÓ

GABRIEL MIRÓ GRANDES PROSAS

GABRIEL MIRÓ NUESTRO PADRE SAN DANIEL


Para hispanistas y filólogos y todos los que amamos las viejas palabras la prosa de Gabriel Miró nos lleva al mundo de los paraísos perdidos.
 Ya sé que algún modorro que nos lea se quejará de que autores como él pidan el esfuerzo de tener que abrir el diccionario y que el de la RAE en esta involución que nos aflige haya dado de mano la vieja lexicología como antiguallas inservibles y fenecidas voces del idioma popular; éste se reduce y se limita a la jerga urbana quedando circunscrita a ese lenguaje urbano mímico y semi-coprológico, un verdadero signo apocalíptico. El castellano está siendo vapuleado por un inglés macabro y macarrónico.
Toda esa gacería de baja estofa del Bronx que penetra a través de los sitcoms y el lenguaje gangster vía Jolivú. Con ello el alma del mundo se empobrece a marchas forzadas. De la racionalidad volvemos a la irracionalidad.
 El mensaje que lanzan epígonos semicientíficos como Eduardo Punsete ese malos pelos que habla y entrevista en  la 2 no se cansa de repetir el mensaje de que el hombre viene del mono.
 Por eso es todo un hallazgo volver a las novelas de Miró (El Obispo Leproso, Años y Leguas, las Cerezas del Cementerio etc.)
In principio erat Verbum. Dios creó primero la palabra. Después llenó el universo de cosas y vio que el mundo estaba bien hecho. Y a continuación formó al hombre del barro y a Eva de su costilla según el Génesis. Gabriel Miró resucita este vocabulario que resultan presentellas o exvotos testimoniales de una sociedad que se fue pero el habla rica de los campesinos españoles de Levante.
 Nuestro padre san Daniel es un retablo de las maravillas en prosa preciosista que pinta la vida de una ciudad episcopal Orihuela (Oleza) a comienzos del pasado siglo. En frases que parecen hechas para ser esculpidas en sojas o en tiras de mármol. Su pluma no está hecha de cañadura de ave. Es de hierro como un cincel. Puede que recargue un poco y que a fuerza de este prístino afán intente Miró ponerle los paños al púlpito como hacían los predicadores de campanillas antiguamente. Es un escritor litúrgico. El lector encuentra ornamentos del viejo culto eclesiástico que venían del rito visigótico.
 Fueron suprimidas por el concilio Vaticano II (hacheros, navetas, gremiales, gorjales, tunicelas, crismeras, casullas, píxides, epactas, corporales, viriles, hijuelas, brinquiños, sartales,  antipendios, frontales que adornaban el paramento del tabernáculo, las cáligas o zapatillas de seda laborada y el cenojil  azul que sujeta las medias de los obispos) el cristianismo proviene de los misterios órficos y no es tan sólo letra muerta sino la búsqueda y procura de un ideal
Vida tranquila y provincial a la sombra del campanario cuando todo poseía un principio y un fin es cuanto refleja este libro. Las onomásticas de los apóstoles, los mártires, confesores y doctores o las doce fiestas del calendario cristiano medían el tiempo. “Oleza criaba capellanes como Altea marinos y Altea turroneros”. Prosa serena que contempla el circular de las estaciones y el nacer, morir y vivir de los personajes que describe con la pasmosa elegancia en que giran los azudes y azahares de una noria.
Es un mirar levantino hacia el paisaje de una zona que en lucha contra los piratas berberiscos (Cartagena, cabo de Palos, Malva Rosa valenciana o Peñíscola) defendió a la catolicidad. Los prelados entraban en posesión de su diócesis a lomos de una mula blanca. Saltan a la palestra clérigos de misa y olla, jesuitas místicos como  el Padre Bellod, don Magín, y don Jeromillo (cura pobre y cura rico). Se escucha en toda la novela el toque de Ánimas junto con el frufrú de las sotanas y sobrepellices, la campanilla del Viático, surtidores de patio claustral donde rezan el breviario los seminaristas ordenados in sacris deambulando por el claustro. Se escucha el bisbiseo de las viejas en las catedrales oscuras donde la piedra rezuma el vaho de los siglos, o la voz baja de particulares que pedían audiencia al señor obispo, escribanos testamentarias que recogían las mandas de los moribundos en donaciones pro ánima que han servido de baluarte económico de la iglesia. Se percibe- todo sensual, muy gráfico, llamando a las cosas por su nombre- el tiemblo de los dijes al pasar las cuentas del rosario de plata de las devotas. Crujen los agremanes, blondas y azabaches de raso o deslumbran los estrados de damasco y el brillo de anillos de oro y pectorales todo de perlas. Un estilo majestuoso, solemne y episcopal.
 A Gabriel Miró hay que leerlo  despacio y no sólo con los ojos sino con el oído, el gusto, el olfato, el tacto. Hay que poner los cinco sentidos para captar sus descripciones de una sensualidad fruente que se goza en el hallazgo de la palabra exacta.  Esta zona en que se desarrolla la trama era un viejo reducto carlista que leía a Aparisi Guijarro y lanzaba vivas a cristo rey y a Carlos sétimo.
Esta es la España de los curas trabucaires. La guerra de la Independencia abrió una sima en el seno de la Iglesia entre curas liberales o serviles y absolutistas. La mayor parte de los curas hicieronse carlistas.
 El obispo lució sobre su cabeza la barretina catalana hoy símbolo de la independencia de aquella región tan española y que fue un símbolo de los alzados contra el liberalismo jansenista. Sin embargo era un hombre triste que vivía en un palacio inmenso con una huerta rodeada de viales de naranjos y de magnolios en medio de una gran soledad.
 Otro de los personajes Caracortada que vive arruinado, pues dio todo sus caudales para la Causa. Se ha convertido en  pobre de pedir desde que fue herido por un sargento pesetero cuando su compañía mandada por el general Cabrera el Tigre del Maestrazgo fue atacada por soldados isabelinos. Dentro de este mundo idílico sin embargo no todo es lo que aparece. La sobrehaz de esta armonía de la ciudad episcopal son las pasiones, las envidias y enconos.
El odio que siente el mutilado carlista hacia el cacique don Álvaro alcanza proporciones homéricas. En una de sus magnificas descripciones las de las vísperas de San Pedro el autor hace contrastar la magnificencia del presbiterio claustral con la pobreza de la feligresía unas cuantas viejas y unos mesegueros que se duermen durante la ceremonia.
 El boato de los ornamentos contrasta con los harapos con que se cubre el pueblo llano. El padre Bellod sube al arrabal de san Ginés una montaña donde la población carece de viviendas, los niños van desnudos y los moradores entre aguas reciales, bardomeras y pringues malviven, se alimentan de los higos chumbos que brindan los nopales o van a robar fruta al huerto de unos frailes o al cerca del cura Jeromillo. Pudiera decirse que uno de los personajes es el hambre aunque Miró no es un escritor social.
 Simplemente se preocupa por esa dicotomía entre el ideal inalcanzable que propone la iglesia que busca en su gestión la utopía y la penuria de las  gentes irredentas a las que predica y sestean duran el sermón. El escritor se hace cargo de este fracaso. Lo agrio, lo feo, lo sórdido de la existencia contrasta con la hermosura y la contemplación estética. A los pobres siempre les tendréis con vosotros. Axioma bíblico.
Es el mayor ecologista de nuestra literatura. Hasta el siglo xix nuestros literatos se habían despreocupado del campo. No hay paisaje por ejemplo en nuestra novela picaresca.
Él se constituye en el mejor paisajista y soberbiamente describe la mies que orea en las hazas de terreno y cabecean movidas por el viento cuando huele a junio. O las clases de frutas que da esta región del maestrazgo: albérchigos, sabrosísimas cermeñas o pera rabona, bergamotos, zamboas, dátiles, naranjas, pomelos, cerezas, nopales que trajeron los moros y los españoles llevamos a Méjico, o el vino fondillón  o rancio de Alicante, vino  de consagrar el que llevan en las vinajeras los niños misarios. Uno se convierte a medida que avanza la lectura en acólito de esa gran eucaristía mística que brinda la naturaleza abundante y feraz.
El ambiente curial y levítico en el que se desenvuelve recuerda un poco a la Regenta de Leopoldo Alas pero a Miró escultor de retablos –Figuras de la Pasión-le falta vis dramática.
La acción es lenta y la urdimbre, débil en medio de una prosa triunfal y selecta, tan sensual que el lector parece oler a búcaros de licinias o contempla la magnificencia de los oficios religiosos en la catedral de Orihuela con aquellos chantres y el precentor que sube a cantar el evangelio detrás de la cruz alzada flanqueado por dos lampisteros o turiferarios.
 Miró los embaula en un argadillo de lexicografía selecta. Una sonrisa abacial y un obispo que bendice tocado con una mitra con forma de boca de pez. Los jardines de los monasterios, dice, han enriquecido las vocaciones y el lenguaje castellano. Un clérigo fumador habla en la sacristía  con voz gruesa entre vellones de humo. Se ven argollas en las puertas de nogal que delimitaban antiguamente la jurisdicción de la tierra de asilo y en los sillares de las pilastras catedralicias aun se percibe la herida de la gubia del picapedrero que las labró, operarios anónimos, de los que nada se dice, nada se sabe. Se escucha en la mañana el chacoloteo de las madreñas de las lecheras que suben la cuesta con sus herradas hacia la ciudad. Estas descripciones cuajan la mirada sobre un tiempo que se fue para no volver nunca más.
 Leer a este levantino es como calmar la sed  estética en un pilón de agua bendita, halla la palabra exacta. Estamos en una tierra requeté donde los mozos facciosos se unían a la partida con un escapulario bajo la camisa cuya leyenda decía: detente enemigo que el corazón de Jesús está conmigo. Era el detentebala. Pese a este amuleto la magnífica defensa fallaba y algunos no sobrevivían y los que regresaban de la partida volvían mutilados o epilépticos y el ambiente mezquino de Oleza les consumía acabando en la cárcel o en el patíbulo donde los reos antes de morir cantaban el Salve Regina. No es posible la utopía. Quisieron construir la ciudad de Dios pero esto es un valle de lágrimas. Gabriel Miró murió joven de un ataque de apendicitis en su casa madrileña del Paseo del Prado. Siempre que bajo a los Libreros me acuerdo de él. Como muchos escritores de España tuvo una vida difícil y errabunda. Combinó su obra creativa con el oficio de amanuense en un archivo del obispado de Barcelona. También fue periodista

españa saldrá adelante. Sube la afluencia turísitca a Canarias

Los periodistas no paramos de hablar de la crisis, pero España no se derrumba, pese a las grescas de sus políticos. Hoy el diario alem,an "Die Welt" reporta que ha aumentado la demanda de los turistas alemanes que quieren dirigirse a España para pasar sus vacaciones sobre todo a Canarias. El yihadismo, la guerra de Siria, las turbulencias en el Magreb y la paz que gozamos los españoles aunque tengamos que comer el pan de trastrigo de los escandalos políticos, colocan a España en lugar de preferencias. A pesar de las reivindicaciones de los moros sobre Ceuta y Melilla los españoles y los árabes nos conocemos bien y esta puede ser una de las causas de esta bonanza, pero no hay que bajar la guardia. De momento la paz españoa es un hecho y el rey Felipe VI que se la coge con papel de fumar está demostrando una gran cintura de avezado driblador en medio del stalemate o statu quo en que quedaron las elecciones parlamentarias de diciembre. No conviene cargar las tintas. Abramos puertas a la esperanza

HOY SAN ANTON LA GALLINA PON



Hata san Antón pascuas son. La ortodoxia celebra la fiesta del bautismo de Cristo y nosotros llevamos a nuestros animalitos a que el cura nos los bendiga. Yo tengo un burro que es tan elocuente como la burra de Balaam. se entrega a sus filaterías programadas, parece que le dan cuerda y se llama "Catalán". Es dócil pero testarudos, mira derecho y sus coces son implacables, se escucha su rebuzno implacable cuando huele a la hembra a cinco kilometros. Es de buena casta y en el pueblo de Tejares donde habito dice un capador que es el mejor garañón de toda la comarca, sería un crimen emascular al animal aunque ya es viejo, monta a las potras y a las asnas con facilidad, pero ya es algo viejo este pollino que ha padreado a centenares de muleto por todo el concejo. Debe de gozar de las bendiciones de san Anton. Hoy las gallinas tambien empiezan a cacarear los dias son más largos y las gelidas lunas de enero lucen firmamentos de plata. ¡Viva san Antón! Matemos el cochinillo que nos dará buenas tajadas y podremos comer bocatas de morcilla embutidas en pan bendito. Madrid tiene como una cara nueva un rostro virgen esta madrugada. Me voy para las Escuelas Pías

GLORIOSO MIGUEL DE CERVANTES CAUTIVO DEL ISLAM E INCOMPRENDIDO POR SUS COMPATRIOTAS

CERVANTES CAUTIVO DE LOS MOROS


este es el año de Cervantes el inmortal ingenio cuyo arte rezuma sabia melancolía. Ingenio español incomprendido en su tiempo, veterano de la marina y herido en Lepanto, cautivo en Argel y en Constantinopla. Regresó a la patria por Cartagena despues de haber pagado su rescate un fraile mercedario de Arevalo, alfaqueque anónimo que lo sustituyó en la cadena. Alma de España quijotesca y aventurera, siempre a golpes con su idealismo y en pugna perpetua con los molinos de viento. EN EL CENTENARIO DE SU MUERTE TODO ESPAÑOL BIEN NACIDO FESTEJARÁ SU MEMORIA
 
 
 
 

2016-01-14

VERSOS A MI EX

PUBLICO UN LIBRO DE POEMAS DEDICADO A MI HIJA HELEN






Estas navidades recibí por unas horas la visita de mi hija Helen que vive en Londres. Feliz reencuentro. No la había visto desde 1972 cuando me separé de su madre que estaba enferma de cáncer (creo que por la intercesión divina que no desoyó mis súplicas Suzanne Parra recuperó la salud)
Por todos los medios intenté ver a mi bebé pero Helen fue declarada "ward of court" (bajo la protección de la jurisdicción ordinaria) y se me negaba el acceso a la pequeña basándose el dictamen contra mí en abandono de hogar, lo que no era cierto.
He sufrido mucho por esta causa, en estos versos de amor y esperanza, alienta el deseo de un reencuentro que se ha producido al cabo de 43 años al cabo de muchas oportunidades e ilusiones perdidas.
El libro ha sido publicado por la editorial Circulo Rojo con gran pericia profesional y estará pronto en librerías. Si lo desean los lectores de este blog yo puedo remitirselos a su casa. Son poemas escritos hace casi medio siglos en los que se refleja el pasmo que obró en mí la Inglaterra mágica, la de Merlin y los encantamientos, cruzados y caballeros andantes, la de las catedrales y la de los Beatles que cantaban por entonces el himno de la Noche de aquel día. Fue un tiempo dorado y puedo decir que sin caer en la anglofilia pazguata de algunos españoles England made me.

2016-01-13


¡UN CIRCO!

 

Lo de esta mañana en la Carrera de San Jéronimo parecía mucho más un circo que un parlamento. Al fin los pijoflautas, los advenedizos los hijos de aquellas madres a las que tanto amé no podían ocultar su regocijo por pisar alfombra que aquí es de lo que se trata pegando voces y cagándose en la puta España. Nuestro sino es el esperpento. Ya no necesitan preparar oposiciones. La política ahora es un chollo.

Me pareció ver en la duermevela del mañanero que en vez de señores diputados que venían a cobrar la nómina y a coger sitio lo que entraba era el caballo del general Pavía a galope en el hemiciclo pegando brincos.

¡Dios que espectáculo! una madre de la Patria daba de mamar a su bebé en el escaño, sin necesidad de ama seca, porque al parecer estaba bien dotada de buenas ubres. El infante tiraba con avidez de la teta mientras sus compañeros de bancada decían riéndole las gracias y los pedetes al rorro:

▬¡Qué rico es! ¿Cuánto tiempo tiene?

▬Seis meses

▬¡Salud y república!

▬Tan chiquitín, y ya me lo metéis en estas vainas▬ murmuró entre dientes un miembro de la leal oposición

Mientras uno de los jóvenes diputados de Podemos que tiene una cabeza difícil y aspecto de sietemesino levantaba el puño en alto. Salud y república, compañeros. Mister Churches el Coletas se despachaba con otros gritos amenazantes. Algo vale que el descamisado lucía una camisa azul proletaria que a mí me hacía recordar viejos tiempos. Don Rajadizo el Mirifico quiero decir don Mariano Rajoy alias don Tancredo hacía puñetas en un rincón y hablaba de enjuagues y de consensos.

El nuevo presidente de la Cámara estaba encantado de haberse conocido. Pedro Sánchez pese a su nombre tan unamuniano no puede evitar su aspecto de niño litri algo tarugo.

Y la “Mini woman” a la que llaman la vice buscaba a alguien entre los corrillos.

Doña Celia Villalobos no podía disimular que es una inútil metiéndose por todos los sitios. Ella es de las funcionarias de toda la vida que pasan sin llamar.

Hoy me acordé de un cuento de Clarín en el que lloraban los dos leones que montan guardia ante el estilóbato del palacio de las Cortes. Uno se llamaba Benavides y viene de las montañas de León y el otro menos berroqueño pero con la garra firme y muy tieso fue esculpido con el bronce de las balas de las guerras del Rif. Las dos estatuas no podían disimular el enojo y la tristeza. El parlamento hoy era un circo lleno hasta los topes de demagogos sin elocuencia que no saben hacer la o con el canuto. Sus señorías ya están aquí porque han venido. La vera efigie de la estupidez sin señorío.

El país al que yo amo no se merece esto. Son unos trepas. Bien puede liarse la gorda y esto lo digo sin dármelas de profeta. Ya anuncié en su momento que esto puede acabar como el rosario de la aurora… The rain in spain falls mainly in the plains. (La lluvia en España vierte sobre la llanura, según un adagio que los escolares ingleses aprenden en las clases de fonética). Esto es un trabalenguas

BUSCONES Y BUSCONAS


EL BUSCÓN ENTRA EN MADRID

 

Don Pablos cobrada la herencia que le dejara su difunto padre el barbero (afeitaba barbas rapaba bolsas) y habiendo hecho un corte de manga a su tío el verdugo del que se fue sin despedirse al cabo de una comilona antropófaga cosas del hambre pero en este capítulo se narra cómo se mete de adobo al que hicieron cuartos hubieron de meterse los comensales una cántara de vino para que pasaran bien los pastelillos de carne dudosa él no lo prueba y observa cómo los que comensales de la merendola acaban andando a gatas de la zorra que cogen. Pues lo dicho se presenta en Madrid sin coger el busvao y entra por las Rozas donde en una posada traba conocimiento con un hidalgo de gotera de los que que se espolvorean la barba con migas de pan salen a la calle y van paseando muy dignos haciendo ver a sus semejantes que comieron… llegó a aquella insigne villa gomia de tantas sabandijas que como una dellas le recibió y amparó en sus muros”  después de referirse a la hospitalidad del rompeaolas de las Españas que a todo el mundo acoge cuenta el autor que su personaje entra en la capital por las rozas subido en el carro de un arriero. Catalina y Aldonza se llaman las mozas del mesón. Vestían mantellinas de Segovia basquiñas y otras galas de fregatriz. Vienen de todas partes en busca de fortuna los famosos paseantes en corte que rellenan páginas y más paginas capitulos y más capitulos de la literatura española. Quevedo los llama pretensores. Ellos son preservativos del buen ánimo (lo de preservativo es una palabra degradada en sus tiempos tenía un sentrido místico) acudían a la sopa boba de los conventos y por el enverano bajaban a la pradera de San Isidro  a bñarse ellos en cueros y ver bañarse con el mismo traje a las hijas de Eva a bailar la capona y a comer las rosquillas del santo. Por atavío ropones de veintisodseno calzas y ropillas capa terciada una sotanilla de paño segoviano estudiantes y clérigos. Algunos se van a vivir a los mesones de la calle Majadericos como la Niña de los Embustes otros buscan albergue en la posada del Peine. Por la calle pasan aguadores y letrados buhoneros freanceses vendiendo acericos y alfileres dueñas con la cesta camino del mercado de la Cebada muy atalajadas. Ya llegaron las mozas de partido irlandesas y las amas secas gallegas y asturianas, un fraile  arrea  su mula por la costanilla y acaba de llegar a la corte un arzobispo nada menos que el nuncio de Su santidad con una reata de coches y palafrenes entre grandes reverencias de lacayos idas y venidas de la guardia noble. Unos vienen y otros van. Algunos hacen la jera para siempre. En San Ginés hay lutos y ropones. Se celebra el funeral por una dama principal pero hay un bautizo en san Sebastian y por la puerta de san Martin sale una boda. Vivan los novios. Llegada la tarde los amantes acudan a la reja de sus adoradas para dar Martelo y palique. Viene la ronda y un farolero a voz en cuello grita a voz en cuello lo de las doce y serena. Un poco más allá subiendo Montera y a favor de las sombras dos caballeros embozados se baten en duelo por una mujer. Uno de ellos es traspasado por el florete del rival y al caer pide confesión. Se escucha en San José unas lúgubres campanadas. Es el toque de ánimos. Unos hacen la jera otros aparecen unos vienen y otros van. La rueda de la fortuna se mueve sin parar. Movimiento perpetuo. Risas y llantos. A unos les va bien a otros mal. Y de los escarmentados se hacen los arteros. Quevedo en esta gran novela picaresca pìnta las costumbres a la tremenda pero todos los pasajes todos los capitulos esconden intención moralizante. Describe las mañas de la tercería refleja el doble rasero  de curas hipocritas monjes vagabundos afluyendo a su prosa “ujn diluvio de razones y una tempestad de señas”. El arte conceptista de don Francisco de Quevedo y Villegas exhibe borchazos tremendistas que dan lugar a un cuadro del siglo XVII en negro trescientos años antes de aparecer Goya. Lo goyesco lo quevedesco lo esperpentiuco son colación razonable. Un escritor se revela por su lenguaje la particularidad de su estilo la manera de acopiar datos y por el “palabrero”. Ahí la pluma de este madrileño alcanza cotas inalcanzables. Demuestra cómo el castellano bien manejado puede ser un gozo estético. En la estructura del relato corto y punzante hay parataxis. El cuento se proyecta hacia un objetivo concreto sin disgresiones de una forma punzante. Es como si el autor manejase garfios o azotase con los gatos de la caricatura y de la risa tanto al lector como a los personajes. Lo que resulta es un trozo de viva. Páginas inmortales. Quevedo nos presenta lo que en España no muere nunca historias mejor o peor hilvanadas algunas cogidas por los pelos otras  cohesivas pero inmortales. El Buscón es la crestomatía ambiental de la mentalidad de una época sin talante trágico sino humorístico con una gran sinalectica o prosa descriptiva bien calzada con botas de siete leguas parrafos en los que se pone el caballero de las espuelas de oro las cachondas que así se llamaban entonces los pantalones sobre los que iban las botas de montar. La razón de ser el leitmotiv del Buscón es el hambre. El sexo se sobrentiende o hay que echarlo de comer aparte… “que nunca nos enamoramos sino pane lucrando; las damas melindrosas por lindas que sean entre nosotros están de más y así siempre andamos en recuedta de una bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre los cuellos por el que trae el hombre nos almidona nos plancha y nos lava… pues comiendo tan poco y bebiendo tan mal no se puede cumplir con todfas”. Si te abres de rodillas se verá el ventanaje y aquí conviene disimular. Entre burla y juego empedré la faltriquera de mendrugos-

EN EL NOMBRE DE ESPAÑA

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SAGUNTO

 

Huyendo de la realidad que me circuye vuelo a Sagunto en las alas del pájaro de la imaginación que me transporta hacia los paisajes de mi infancia vía de las páginas gastadas de mis enciclopedias escolares hoy arrinconadas  por los nuevos esbirros de una cultura que profanan cementerios cristianos y tronzan cruces y tumbas en Jerusalén. Esos criminales que lo perpetran están sedientos de sangre y desconocen la historia. Sagunto nombre de heroicidades y de holocaustos. Un pueblo entero en armas que prefirió arrojarse a las llamas antes que rendirse al invasor.

Primero contra Roma después contra Cartago. Aquí quedan las ruinas testimoniales y la piedra donde Amilcar Barca pronunció el juramento de odio eterno al invasor foráneo. Sagunto, capital de la Edetania, es símbolo de la furia española. Luego han borrado su nombre de los libros. Otro holocausto, holocausto de la memoria, que no es prudente citar, pero vamos a ver lo que pasa. El año 216 Sagunto fue sometida a cerco por Aníbal.

Mil veces sitiada y hostigada con catapultas, helepolis, arietes y otras máquinas de asalto, mostró su rostro indomeñable. El cartaginés tenía prIsa por pasar los Alpes para ir a hostigar a Roma pero esta pequeña ciudad del imperio se le interpuso en el camino. La ciudad cercada no capituló y sus moradores se inmolaron en una hoguera antes que claudicar. En la inmensa pira sucumbieron hombres, mujeres, ancianos y niños. Un holocausto. Prefirieron la muerte a la esclavitud. Todo un paradigma para las tribus diversas y conversas que relinchan, gorgoritean y regüeldan de comodidad y pasividad en la España citerior y ulterior. No quieren saber nada de la llegada de los bárbaros. A estos las guerras púnicas les quedan muy lejos pero la pella se viene. Se entregan a los placeres de la mesa y el vino, se desparraman indolentes ante la caja tonta para ver los morros siliconados de la Belén Esteban mientras escuchan el griterío de las vecindonas mediáticas. Depravación y puterío de sietemesinos con coleta y de ese alcalde de la heroica Gerona que es hijo de un carnicero y larga sus gargajos contra la España. De la Pili de Rahola mejor no hablar. Pronto se van a cagar de miedo cuando vean al carnero de la legión por las Ramblas. El honorable Pujol, un ladrón más con sus compinches desde luego, irá a la cárcel. Sagunto es un nombre inefable que no conviene olvidar. Aníbal lo tuvo crudo. Sucumbió, tras vencer en Trasimeno, con sus elefantes en la batalla de Zama, y Roma quedó indemne para siempre del furor cartaginés y su odio africano, gracias a Escipión un genio de la guerra del ejercito imperial. Fue  Anibal, el hijo de Amilcar Barca, un yihadista para que nos entendamos a la antigua. Conviene recordárselo a los desmemoriados.