2016-11-13

ricardo león

RICARDO LEÓN JAUJA



 




Esto es Jauja el tinglado de la antigua farsa. Escribía en su chalecito de Torrelodones novelas clásicas en un estilo pomposo y arcaizante al cual nadie podrá negar la elegancia y su numen de vate malacitano. Siempre se asoma Andalucía a sus páginas lo mismo que Cantabria (Casta de Hidalgos). Escribía pro aris et locis. El grillo del hogar. AL ANDALUZ HAZLE LA CRUZ




En sus novelas se siente España, la tristeza del soldado que vuelve a la patria victorioso cubierto de medallas al cual le alzan una estatua sí pero le niegan un trabajo y el héroe se muere de hambre. Esta es la trama de uno de sus mejores libros, Jauja, el más autobiográfico. Ricardo León fue al igual que Pedro Antonio de Alarcón soldado en la guerra de África peleó contra Abdelkrim y se distinguió por su heroicidad en un blocao de Dar Akoba como único superviviente de una compañía que resiste loas embestidas de una cabila. Lo que no lograron los moros lo van a conseguir los cristianos. El sargento Ciruelo por un lío de faldas es asesinado por la espalda a lo largo de una cacería por el marido de su amante. Castiella face los omes... Esta es la trama de esta narración que empieza con visos de comedia, salpimentada por el gracejo y el garbo andaluz y rota, al albur de las pasiones desatadas en un pueblo jienense, hacia los despeñaderos de la tragedia.




Juan García se alista en la legión para salir de la pobreza (a la guerra me lleva mi necesidad/si tuviera dineros/ no fuera en verdad/, canta una copla) en que vive su familia que pertenece a una de las de más abolengo del pueblo y del Rif regresa con los galones de sargento y con un brazo de menos. Sus paisanos le dispensan una recepción apoteósica el alcalde requiere los oficios de un escultor para que le levanten un monumento. A los pocos meses ya nadie se acuerda de la gesta ya SE HA OLVIDADO a aquel ilustre hijo de Jauja.




Tiene que vivir pegando sablazos y para su fatalidad traba amistad con la hija del alcalde malcasada con Pavón, Candelaria, durante las fiestas del antruejo. Mal acabará aquel carnaval. El marido no lo sabe pero pronto lo sabrá (todo el mundo lo sabía/todo el mundo menos él) de modo que tal extremo va a dar a la novela un carácter lorquiano, aunque mucho menos sangriento que "Bodas de Sangre" o la "Casa de Bernarda Alba" y más bufo porque León taja su pluma en los acentos de la jaranera Andalucía, y dentro de unos patrones absolutamente clásicos. Anguis latet in herba, nos advierte




Don Ricardo, el que volvió de la guerra de Melilla y quedó útil para los servicios auxiliares (tuvo una paga de mutilado de guerra que le ayudó a sobrevivir compaginando estos haberes con un puesto administrativo en un banco de Santander, lo que le permitió comprarse una casita en Galapagar y editarse sus libros en la Librería de Victoriano Suárez muy bien impresos por cierto, cada capítulo abre con una letra capital) estampa aquí algo de su biografía, el desaliento y la incomprensión de aquellos cuyo feudo defendió con las armas en la mano, la chabacanería e hipocresía de una ciudad levítica obsesionada con el qué dirán. En Jauja todo se olvida y se perdona. Se puede hacer cuanto le pete al demonio al mundo y a la carne pero a la chita callando, recatadamente, tras muchas llaves y cerrojos. Robar a los vivos y a los muertos pero guardando las apariencias con el respeto de las leyes y bajo la fe del escribano. Lo que no se puede hacer ni se perdona es "dar que decir" y el poner en berlina a los demás".




Este parlamento del alcalde Mirambles marca el paso de la trama donde se entreveran personajes tan bien descritos como el arcipreste don Rafael un cura de manga ancha, el general Cienfuegos héroe de las lomas de Carey y que ahora tiene en su casa una pajarera y se dedica a dar alpiste a los canarios, gordo y panzudo y con un coramvobis que no le cabe en el sillón, el archivero gallego el teniente de la armada Pavón marido engañado el que porta la cornamenta y arrima los podencos de la rehala de la alcalde en las montería como quitador que arrebata a los podencos de husmeo y cobro sus presas, descuidando su propia parcela, la magdalena arrepentida Candelaria; Tula Cienfuegos el ángel del hogar que se enamora del protagonista (no hay ser más peligroso que una hembra despechada) o el inglés mister Plot accionista de las minas que se abrieron en Jauja.

Es todo un cuadro de actores que se enfrentan a una trama contada como si fuera una cacería. Se escucha a lo lejos el latir de las rehalas, los gritos de los ojeadores y el sonido lúgubre de las caracolas.




La muta de lobos discurre por los desgalgaderos y pendientes de Sierra Morena entre jarales y retamas, lentiscos y florecidos cantuesos. Bella estampa cinegética dentro de un paisaje grandioso el de Despeñaperros donde, pasada la famosa venta de Cárdenas Europa se asoma a Afinca y en los días claros se divisan los turbantes nevados de los montes de Tingitania.




Torpe y maléfica ciudad patria envidiosa, pueblo, ingrato y ruin que haces a los hombres y los desgastas, que haces los héroes y los matas y en cada homenaje pones un sarcasmo y en cada estatua una picota.




León se queja de lo mismo que se quejaba el juglar del Mío Cid y de algo que entristeces a todos nuestros escritores del barroco: España dulce albergue de extranjeros y madrastra de sus propios hijos. La ingratitud además de la hipocresía o del adulterio constituyen la carpintería de esta obra que brotó de la pluma de un novelista a los que los runflantes que van instalados en la carroza tachaban de carca pero que conocía bien su oficio porque aquí, desde siempre, unos crían la fama y otros cardan la lana.




Cotejando sus páginas con la de los supervalorizados, Galdós o Baroja, estos dos monstruos sagrados salen perdiendo por más que los críticos remendones y hermeneutas del refrito digan lo contrario. España es un gran país. Por ende su literatura es una caja de sorpresas.




Otro personaje soberbiamente trazado es el del vicario hombre tolerante y magnánimo que trata por todos los medios de salvar a Juan García Olavide de las fauces de la jauría primero cazándolo con su ama de llaves y después otorgándole un salvoconducto. Los planes del clérigo naufragan de la misma manera que fracasaron los de fray Lorenzo el de Romeo y Julieta de Shakespeare en su intento por salvar a los dos amantes.




A Juanillo García Olavide alias Ciruelo, el sargento legionario, le da muerte el marido de Candelaria emboscado entre los tollos de la Cueva del Pipe en una emboscada montesina. El héroe de la guerra de África andaba por malos pasos y a la flor del berro, se iba de putas, derrotaba por las tabernas.




Una noche se enfrenta a su propia estatua elevada en el cruce a la entrada de la población y habla con su sombra intentando en medio de su borrachera arrebatarle todas las medallas y laureadas que el ídolo de barro cuelga en las hombreras porque ya no sirven de nada. La escena resulta de un dramatismo tan pintoresco como el del comendador Juan de Mañara que lleno de españolísima osadía convida a cenar a un difunto en nuestro teatro clásico. Es el mito de don Juan tan repetido encajado entre los joyeles y engastes de una gran prosa donde lo pomposo no anda a la greña con lo jocoso y satrírico. Jauja es una diatriba contra la sociedad española en los años de la dictadura de Primo de Ribera, denunciando bellaquería e imposturas, cuando, ay, mucha más libertad que en la España de 2014 enquillotrada, zafia y mucho más zaina y cabreada que la de entonces.




 




 


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