2016-11-15

VARELA, CHUSQUERO Y CON UN PAR

 

Fue casi un presagio que advertía lo que habría de suceder. En la Navidad de 1936 el general Varela, que acababa de liberar Toledo a últimos de septiembre, en una fulminante operación durante la cual hizo un derroche de facultades estratégicas, llevada adelante con el arrojo y la decisión que caracteriza a este soldado raso, el cual de soldado raso subió al empleo de general resultando- su rostro impasible y sus impecables guantes blancos que no se quitaba ni en medio de los más encarnizados combates ocultaba toda la garra civil- uno de los militares más condecorados, estaba a las puertas de Madrid.Su división operaba en Villanueva de la Cañada. Él en persona fue a realizar una descubierta. Avistado por un grupo de blindados rusos que se ocultaban entre la fronda que rodeaba el foso del Castillo de Villafranca, abrieron fuego. El general fue herido triplemente; en el omóplato, en el cúbito del brazo derecho y en un muslo. Esta herida era la que inspiró mayor preocupación a los médicos.Evacuado al hospital de sangre de Griñón, su cuadro clínico no se dio a conocer. De haber trascendido, es casi seguro de que la ofensiva sobre Madrid que Varela con sus tabores y sus legionarios al trote cochinero y a paso de carga venían arreando desde Algeciras, hubiese sido un fracaso.

Le fue extraída la bala, pero la herida se infectó. Por segunda vez, el egregio oficial se negó a que los médicos le amputaran la pierna. No recibió el alta hasta el 11 de febrero. Sin embargo, le dieron tal cantidad de sulfamidas y otros fármacos para contrarrestar el peligro de gangrena que hipotéticamente el tratamiento sería determinante de la grave enfermedad hematológica de la que habría de fallecer el general a principios de 1951.Varela era un hombre duro. La sangre que derramó en Villafranca del Castillo fue un preludio de los ríos de sangre que corrieron por los campos de Brunete. Lejos de amedrentarse, los tres impactos que marcaron su piel lo envalentonaron más. Buscaba el desquite.

La guerra civil se perfila como una bronca en una sala de banderas entre generales monárquicos y republicanos, ascendidos todos por méritos de guerra o por escalafón en las sangrientas y absurdas querellas del Norte de África. Eso por un lado. En el otro flanco estaban situados jefes y oficiales de ascendencia cubana, con una hoja de servicio no menos brillante y meritoria en los méritos por la patria. Era una veta menos entusiasta con la monarquía. La derrota que supuso la pérdida de la última colonia les tornó poco sensibles a la causa de la realeza, como por ejemplo Mola o Sáenz de Buruaga, ambos nacidos en la Perla de las Antillas, de familia militar. El caso de José Enrique Varela Iglesias, hijo de un humilde sargento de infantería gaditano, que habiendo entrado como soldado raso en el Ejército fue el general más significado y discutido de la contienda del 36, después de Franco, parecía distinto, como corresponde a una personalidad singular. Este comunero se va erigir en el primer postulante de a causa carlista. Más papista que el Papa y más papista que los monárquicos, precisamente debido a su extracción advenediza.En la alta oficialidad se miraba a "Varelita" (también era de poca estatura, y no muy apuesto, pero con unos redaños que no cabían en la Tacita de Plata ni en la Isla de San Fernando donde vino al mundo en 1891) con recelo por advenedizo. Sin embargo, la tropa lo idolatraba.

Para más inri se hizo conspirador y monárquico. Más papista que el papa, su ambición, presencia de ánimo y pundonor debió de chocar con los militares de sangre azul. Amigo de Sanjurjo y enemigo de Primo de Rivera con el que en Alhucemas tuvo unas palabras, cuando el dictador en una comida manifestó su deseo de abandonar el protectorado, idea muy congruente y que hubiese evitado mayor efusión de sangre, pero que tanto Varela como Franco consideraban una cobardía, tuvo un papel relevante en el Alzamiento Nacional.A los postres de una comida de campaña ofrecida a don Miguel Primo de Rivera en el campamento legionario de Ben Tieb, y en la que éste se pronunció en pro de la retirada de Xauen y el repliegue táctico de los contingentes españoles en el Protectorado, Varela se levantó y dijo:

-Muy mal. Yo protesto, mi general.

El fogoso Varelita no había sido capaz de dominarse, pensando en tantos compañeros suyos que había sucumbido en aquella tierra humedecida con sangre de tantos españoles.Hombre bondadoso, el insigne ministro de la Guerra, no tomó aparentemente a mal aquel acto de indisciplina por parte de un subordinado que en otras circunstancias hubieran significado un arresto fuerte o la degradación. Este gesto va a dejar un poso de amargura en las relaciones con los falangistas, fundados por José Antonio, un hijo del dictador. Una rama de la Falange, la más revolucionaria y avanzada en sus ideas, atentaron contra él con una bomba de mano el 15 de agosto de 1944, a la salida de misa de doce en el Santuario de Begoña, Vizcaya. También salió Vitorinaamente ileso. Pero tuvo que dimitir a los pocos días de su cargo como Ministro del Ejército, siendo su resignación aceptada. Está claro que era un gran militar, pero mal político.Son contradicciones que se dan en cualquier biografía. El héroe del Alcázar de Toledo, de Brunete, del Jarama y de Teruel, que manifestó de siempre una capacidad especial para granjearse la lealtad de los moros, se malquistó con los falangistas, los militares, en especial los de baja graduación, hablaban pestes de él, porque al finalizar la guerra quiso llevar a cabo purgas drásticas en los regimientos, y Franco siempre le miró con recelo.Sin embargo, puede decirse que si bien el Caudillo hizo una guerra cómoda dirigiendo las operaciones desde una ruló, Varela, un harqueño típico, fue el primero en dar el callo. Su palmarés impresionante con dos laureadas así lo certifican. Organizó las mías o centurias de tropas indígenas, con secciones mixtas de infantería y caballería al modo árabe. Había nacido para la guerra y llevaba la estrategia en la masa de la sangre, con operaciones en Beni Arós contra El Raisuni y la Cueva de Rumán donde desalojó pistola en mano a toda una "yemáa" rifeña. Hablaba varios de los 64 dialectos del Atlas.Destinado a Melilla, poco después del Desastre de Anual el año de 1923 con los episodios sangrientos de Irigueriben, Monte Arruit y Nador, durante una descubierta recibe dos tiros- era la primera vez, hubo una segunda, pero afortunadamente no se producía una tercera- en cada una de las dos piernas, que, pistola en mano, impidió al cirujano que se las cortaran. Había síntomas de gangrena.La frase preferida de este militar africano era "Venga, venga" y "Cinco tiros y avanzando". Consideraba que la mejor defensa es un ataque. No hay nunca que volver la vista atrás. Por ello fue legendaria su temeridad ante cualquier peligro. Esa cualidad o defecto de su temperamento le permitió conservar las dos piernas hasta su muerte ocurrida a los 59 años como consecuencia de una leucemia, así como arrollar al Frente Popular.Varela nunca ahorraba bajas ni escatimaba medios. Todo lo fiaba a su arrojo y a un instinto especial de supervivencia que maravillaba a los moros (con Franco sucedía algo parecido). Sólo por el oído sabía qué sección atravesaba dificultades en el frente o cuál era el flanco más débil del enemigo para por allí presentar batalla. No creía en aquel refrán de "la bala con la que has de morir nunca la sentirás venir".Estuvo destinado en Larache, Ceuta y Alcazarquivir, donde funda la harka, tropas muy experimentadas, excelentes tiradores, que en la chilaba llevaban toda su munición e impedimenta. Nunca sufrió el mal del bled, una especie de morriña o pájara que acomete a los europeos y sabía moverse como Pedro por su casa por las intrincadas callejuelas de la Casbah. Estas fuerzas expedicionarias demostraron su enorme adaptación al terreno, capacidad de maniobras en la lucha de cabilas por las quebradas de los Morabos, Asgar y Temasint, principal reducto de Abd-el-Krim y El Raisuni. Las lomas del Rif conocieron la bravura del teniente coronel Varela.Con la rendición de Abd-el-Krim, y, ascendido a coronel por recomendación de Sanjurjo, es destinado al regimiento donde sirvió su padre en Cádiz. Allí va a organizar las primeras intentonas golpistas, secundando junto con Queipo de Llano, Godet y otros generales la denominada "sanjurjada". Es llevado preso al Castillo de Santa Catalina y luego a Guadalajara donde traba contactos con grupos tradicionalistas y carlistas de Vergara para formar un Ejercito del Norte, el Requeté. En 1934 cuando se alza Asturias y Cataluña se proclama independiente, ofrece sus servicios al gobierno, que éste rehúsa. Azaña se decanta por el general Franco para contener a los mineros y por López Varela para reprimir la sedición secesionista de la Generalidad.Dice el general Mariñas en su biografía que a lo primero la contundencia con que se comportó el gobierno de la República para mantener la unidad de España fue un balón de oxígeno para la lealtad de los militares africanistas, que por algún tiempo pensaron que el gobierno legalmente constituido tenía buena voluntad, pero la lenidad con que actúa y la pasividad ante las fuerzas revolucionarias determinó que la euforia inicial africanista se transformase en desencanto. Ocurriría lo de tantas veces: el Frente Popular, derrotado en el campo de batalla, se alzaría con el laurel de la victoria en la contienda propagandística. Dentro de la clase política, aún la menos lerda, se entregaban a una traca de fuegos artificiales, de contemporizaciones y amaños. Así se justifica e incluso se contextúa documentalmente el pesimismo de Mola para abrir una brecha de salida al marasmo, cuando insiste en la existencia de una conspiración judeo masónica gestada desde el extranjero y en el que son cabeza de Chicharrón los países anglosajones. Mola, que había sido director general de Seguridad, hablaba con conocimiento de causa. Tenía buenas fuentes de información. En las salas de banderas entonces se conspira. Hay quienes piensan como Godet que España puede ser salvada mediante un gesto a lo Pavía, pero su plan fracasa y Franco evacua consultas con Varela. Los dos eran monárquicos, lo que en cierto modo les pone en difícil tesitura ante Mola, un republicano convicto y confeso.Varela en una reunión que sostuvieron en 1936 algunos militares de rango (Orgaz, Villegas, Cabanellas, Mola y Franco) se pronuncia a favor de un golpe de mano fulminante: el arresto del ministro del Ejército que haría él personalmente y la toma de Capitanía. Pero los que le secundan se vuelven atrás. La situación terrorista empeora y ante la ineficacia operativa del gobierno que se cruza de brazos muchos crímenes quedan impunes.Era su estilo. Varela quería un golpe de mano sorpresa. Franco, por su parte, pensaba en una acción premeditada y larga. No se hubiera lanzado a la aventura sin el respaldo de ese "tercer hombre, responsable de nuestra guerra civil, al que nunca hemos visto los españoles la cara", puesto que vivía en Londres. De Tánger, avispero de espías ya por entonces, vino la orden de embarque en el "Dragón Rapide". Había que tener paciencia y barajar, poner las ideas a remojo, someterlas a la acción del catín. La reserva y prevenciones del gallego contrastan con la impetuosidad del de la Isla de San Fernando.El crimen de Calvo Sotelo va a ser la gota que colme el vaso y los cabecillas de la rebelión, aunque con disparidad de criterios hasta entonces, se unen en estrecho haz. Al principio es Mola el que encauza los acontecimientos, enfrentandose airoso al contubernio que se fragua en los áditos o cámaras ocultas del gran templo del dinero y de los círculos máximos de influencia. El desembarco se planeó en Gibraltar y de allí partió la orden llamando a Franco, que estaba en Canarias, a Tetuán para ponerse al frente del Movimiento.Cuando cruzan el Estrecho las primeras barcazas con legionarios y moros, Varela se encontraba detenido en el Gobierno Civil de Cádiz. Una serie de circunstancias gratuitas y el factor fortuna que siempre fue su escolta determinaron que el propio gobernador que lo había llevado preso, dentro de la confusión de aquellos primeros compases, se pusiese a sus órdenes.En una reunión en Sevilla que preside Queipo de Llano se nombra a Varela jefe de operaciones. Con su estrategia relámpago y ataviado con su fez rojo del Tabor de Melilla, los impecables guantes blancos, y a veces el alquicel de seda también impoluto, desparrama las lineas nacionales por todo el sur de la península. Caen Málaga y Córdoba, mientras por el oeste Yagüe ataca Extremadura. Ronda es ocupada con sólo tres bajas. Hay que citar los nombres de Cerro Muriano, de Alcolea y de Granada, pero, sobre todo, en la reconquista del Alcázar de Toledo el 28 de septiembre de 1936, en la que descuella el gran instinto estratégico del general Varela, embolsando mediante una maniobra de tenaza a los que atacaban el famoso enclave, al cortar la carretera Madrid-Toledo a la altura de Yepes.Los guantes blancos y el uniforme impoluto color crema ocultan un hecho ineluctable. Fue Varela el que llevó la parte de León en la progresión bélica. Mientras, Franco hizo una guerra cómoda desde una rulot. Pero esto formase parte de algo ya previsiblemente acordado de antemano. Varela tenía prisa por llegar. En ningún momento hurtó el cuerpo a las balas.

 

 

Este va a ser su sino en Brunete, en Concud, el río Alfambra, el Jarama, la batalla de Triticum. Se muestra como el cerebro de la operación y el que en la primera fase de la guerra hizo todo el gasto. Luego, a partir de la batalla del Ebro, cuando su salud se resiente, pasa a un segundo plano. ¿Quizá por diferencias con el Caudillo?

 

 



 

 

 

Eso no se puede decir así tajantemente. Lo nombró ministro del Ejército en su primer gabinete de gobierno. Que luego sus rivalidades con otras facciones del espectro político español derivasen en divergencias notorias con los Falangistas y descontento entre la escala básica de suboficiales es otra historia.

 

 

Parece que la ambición era uno de sus defectos. ¿ Alguna vez pudo olvidar su condición humilde, de hijo de un brigada chusquero? Parece que en su matrimonio con Casilda de Ampuero, dama de la nobleza vasca, con la que contrae matrimonio ya casi cincuentón, late una idea de promoción social.

 

 

Desde sus tiempos de conspirador contra la República se había decantado a favor del Requeté. A raíz del atentado en Begoña el 16 de agosto de 1944, después de un Tedeum, Franco lo aparta de su gobierno. Pero, mal político, resulta Varela con su simpatía personal y esa estrella o baraca que resulta tan importante para los árabes, un gran administrador. En este último cargo de Delegado Alto Comisario del Protectorado de Marruecos triunfa y rinde grandes beneficios a su país donde sabe labrarse la amistad y la admiración de los rifeños. Se había hecho militar en una harka.

 

 

Como consecuencia de un cáncer en la sangre moriría en Tánger el 25 de marzo de 1951. Su cuerpo fue trasladado con grandes honores a la Península y sus restos inhumados en el cementerio de Cádiz.

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