2020-06-22

LA IGLESIA SE RINDE ANTE EL 666 CON UN PAPA QUE NO ES VICARIO DE XTO SINO ACÓLITO DE LA BESTIA


La Iglesia accede a retirar la estatua de San Junípero del ayuntamiento de Ventura


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El derribo de la estatua de San Junípero Serra en San Francisco por una horda de iconoclastas con el cada vez menos verosímil pretexto del homicidio de George Floyd no ha provocado protestas significativas del alto clero americano, que ha preferido más bien alinearse con los amotinados de Black Lives Matter. De hecho, el padre Tom Elewaut, de la Misión San Buenaventura, ha acordado junto al alcalde de Ventura retirar la escultura del santo que aún permanece en el ayuntamiento.

“Hemos escuchado y hemos oído las demandas de los miembros de la comunidad y creemos que ha llegado el momento de retirar la estatua y trasladarla a una ubicación no pública más apropiada”, puede leerse en la nota conjunta hecha pública.
Mutatis mutandis, es lo que está pasando con la jerarquía eclesiástico en todo el mundo con China, con la ONU o con el Islam: una vez que se ha alineado claramente con un bando, es difícil que proteste por los desmanes anticatólicos del bando elegido. Así, las instituciones eclesiásticas oficiales callan ante la persecución de fieles por parte de Pekín o su represión de las protestas en Hong Kong, ignoran en lo posible las masacres de cristianos por radicales islámicos en países como Nigeria o Burkina Faso y pasan de puntillas sobre los planes maltusianos y de ingeniería social de las Naciones Unidas.
Curiosamente -o no-, en cada caso la jerarquía se alinea con lo más popular para los dueños del discurso, desde la inmigración masiva al Cambio Climático. Y en el caso de estas revueltas vandálicas, denunciando el ‘pecado del racismo’ (sin definir). Lo ha dicho el Papa, lo han glosado en extenso los obispos católicos. Lo malo es un racismo que, objetivamente, es difícil advertir como ‘sistémico’ en la sociedad americana, quizá la que más esfuerzos ha hecho para superarlo. En cuanto a las revueltas, naturalmente, se deploran los ‘excesos’, pero su ira es comprensible y su bando es el de los buenos.
Lo vimos con el obispo de El Paso, Mark Seitz, que se arrodilló con un cartel de Black Lives Matter (BLM) y la preceptiva mascarilla del miedo, lo que le valió una llamada personal del Papa para felicitarle. Seitz llegó a justificar un pillaje enloquecido que ya ha causado más de una decena de muertes invocando las palabras de Martin Luther King, según las cuales “el motín es el lenguaje de los que tienen voz”. Nos encantaría ver al obispo eligiendo entre estas dos alternativas: que medios como el New York Times o CNN son voces apagadas y casi irrelevantes, o que no han dado un altavoz formidable a la comunidad negra.
Obispos a los que es difícil o imposible ver en las marchas provida participan en las que convoca BLM, como es el caso de Mario E. Dorsonville, obispo auxiliar de Washington y antiguo compañero de residencia del pedófilo ex cardenal McCarrick, de quien supuestamente para estas fechas ya teníamos que tener el dossier prometido por la Santa Sede.
Que la Iglesia americana -y, hasta cierto punto, la propia Santa Sede- se ha alineado con los revoltosos de BLM es poco dudoso, como puede dar fe el padre Daniel Moloney, capellán del MIT hasta que se le ocurrió llamar a la reconciliación racia y decir que “conquistar el racismo exige una conversión a la santidad”.
Lo que hace especialmente preocupante este alineamiento es que BLM -organización a quien no parecen importar las vidas negras salvo que acabe con ellas un policía blanco- es un grupo pantalla con una agenda neomarxista absolutamente incompatible con la fe cristiana más tibia. No me crean, vayan a la propia web oficial del movimiento, y lean sobre sus intenciones de acabar con la familia ‘tradicional’ y el heteronormalidad. Extraños compañeros de mesa y cama para el clero católico.

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