los inventores del thriller
SHERLOCK HOLMES
Las novelas policíacas son la cosa más aburrida que he
visto pero alguna leí en la mili de Ágata Cristi. Los ingleses ganaron mucho
dinero con este género y royalties que exportaron al mundo. Ellos son los inventores
dej thriller en sus variantes detectivesca, suspense, novela
de buenos y malos, novela negra,
Agotado el género,
se decidieron por las novelas de espías que también son un rollo. Un rollo
inteligente o como ellos dicen clever
porque en ellas no ha de haber ningún milagro y los hechos se decantan por
deducción.
Pocos se meterán entre pecho y espaldas los seis
centenares de página del Sastre de Panamá.
Sherlock Holmes me cae simpático porque era un marginal y es un tipo que va a
su bola con esa independencia del escocés frente al inglés. Así debió de ser
Conan Doyle. Cuando vivía en la capital inglesa algún cachondo me hizo llevarle
al 133 de Baker Street, mi amigo creía que la cosa del detective no era
ficción, que el policía vivía allí.
Como novelista Doyle es de la misma estirpe de
Walter Scout en cuyo arte aprendió. La novela negra como la histórica ha de
tener profundidad de imaginación, un cierto espíritu burgués, pasión por el
artificio.
Así cuando conviene hace disparar a sus personajes
cohetes voladores para dinamitar una coartada. La novela es el arte de seducir
y de deslumbrar. Por lo que un buen escritor ha de tener no madera de héroe
sino de impostor. Otro aspecto nada desdeñable para mí es la calidad de
cocainómano y fumador empedernido.
Escribir es una adición. No me chuto sino con
infinidad de lecturas pero fumo porque la realidad esconde demasiadas
interrogantes y todo se disuelve en humo. Las volutas que se alzan al éter
desde la cazuela de mi pipa, son un exorcismo contra lo sórdido e inevitable de
un destino implacable.
Además el tabaco crea atmósfera.
Quien no conoce a los hombres no conoce a los
vicios pero tiene el fumeque un peligro: la abulia y fue el aburrimiento lo que
puso a Sir Conan Doyle en el disparadero de matar a su personaje dejando que se
despeñara por el desfiladero de Reichenbach. Luego tuvo que resucitarlo a
cambio de cien libras que le adelantó la editorial.
Nunca le satisfizo al autor su personaje que tanto dinero
le dio a ganar. A Doyle lo que verdaderamente le entusiasmaba era el
espiritismo y no la novela de intriga en la que vierte este escritor escocés
toda la racionalidad y sentido común británica por la vía deductiva. Lo
que se denomina cleverness. Un inglés siempre dirá de una película
o de un drama en que la acción sale por donde nadie lo esperaba que es Cléver.
Sherlock Holmes was
a clever thinking machine que no trabaja ya meramente como detective
privado sino como guardián de una civilización.
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