2021-02-20

ingeniero de minas y escritor fue el constructor del Transiberiano

 NIKOLAI GARIN LOS ESTUDIANTES

 

Tioma Kornev anhela ser escritor sueña con las musas del parnaso ser querido admirado y agasajado por todos. Un día escribe un cuento y lo lleva a la redacción de un periódico de Petersburgo. Ha de hacer antesala en un despacho donde le recibe un ujier gallonado un tipo seco gordo y mal encarado. Que le advierte que existe en la redacción exceso de papel. En su día se le comunicará si es apto para su publicación. El protagonista de esta excelente novela rusa  pasa dos semanas en la gloria aguardando una respuesta que seguramente le abrirá las puertas de la posteridad. Transcurrido el intervalo regresa a la sede del rotativo comido por ese gusanillo de las imprentas. El virus al que llaman duende de las imprentas lo portamos toda la vida ─ese recado de escribir para nosotros es un estigma─ le corroe las pajarillas. Sale a recibirle el conserje con cara de palo:

─Rechazado─ grita aquel cancerbero del infierno mientras le devuelve el original.

Semejante rechazo sume al pobre adolescente en la sima de la desesperación, deja de asistir a las clases en la Facultad de Derecho, se junta con malas compañías, se enamora platónicamente de Verochka la hija de la patrona a la que seduce y pierde. Gasta en vino y en putas todo el dinero de la beca y todos los ahorros que le envía su pobre madre. Es hijo de una familia terrateniente en una lejana provincia pero está arruinado. Tioma falsifica las notas, deja de asistir a las clases porque piensa que el Derecho Romano es aburridísimo. En lugar de eso, se va de picos pardos y en esta vida de crápula contrae una grave enfermedad secreta. Piensa pegarse un tiro. Carece de valor, deja la universidad y se matrícula en la Escuela de Minas. Kant, Schopenhauer, Rousseau y todos los poetas muertos son un camelo. Hay que vivir. Primum vivere deinde philosophare y advierte contra los estragos y desmanes de la filosofía y la política: “el intelectual ruso es carne de horca y hospital. Te metes a redentor y te crucifican”. Sus compañeros de clase, todos nihilistas. El panorama en que encuadra el autor en esta novela autobiográfica es la Rusia finisecular previa a la revolución de 1917. 

Hay una escena conmovedora al final de esta historia, cuando en una estación de provincias Tioma en un tren ascendente se cruza con otro descendente. Es un vagón de penados. Asoma una cabeza por la ventanilla y allí aparece su amigo Ivanov el barin de una de las familias más adineradas de Rusia al que daba sablazos y compartía sus francachelas. Se había pasado a los rojos. Era nihilista, era conducido dentro del vagón cárcel al destierro de Siberia. 

La reflexión puede que encierre las claves del misterio del hombre: un ser nacido para la muerte. Vivimos bajo el estigma de la bancarrota del hombre cuya vida termina entre los barrotes de una cárcel, o la crujía de un hospital. Después el olvido. 

Tristísima novela que constituye para mí el símbolo de la caída zarista por la corrupción, la inmoralidad y los excesos de una vida airada. 

Este escenario sin embargo sirvió de marco de proyección a la mejor escritura que tuvo el mundo desde Homero. Es la era de Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Gogol, Pushkin, Andreiev, Bunin etc. Nadie ha profundizado con tanta solercia y grandeza en la miseria y grandeza de la condición humana. Como estos eximios literatos.

Ante las páginas tan tristes de “Los Estudiantes” publicadas en ruso con el título de “La infancia de Tioma” pudiera creerse que Gregorio Mijailovich “Garin" (1857-1906) fuera un perdedor. 

Nada más lejos de la realidad. Abrazó la corriente revolucionaria y se gradúa de ingeniero de Minas Puentes y Canales. Sólo se dedica a la literatura en la postrimería de sus días. Trabajó como ingeniero y fue uno de los grandes constructores del Transiberiano el tren más largo del mundo. Una vía férrea de más de diez mil kilómetros Moscú-Valdivostok. Misterios del alma rusa. 

Fue este autor un hombre comprometido con el progreso. El que tema a los lobos que no vaya al bosque y Garin no temía estos temibles cánidos cuyas dentelladas hicieron sangrar a su país. Se la jugó, sobreviviendo a la sifilis-

 

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