GUATEMUZ ENTREGA LAS LLAVES DE MÉJICO A HERNÁN CORTÉS QUINTO CENTENARIO
El 13 de agosto de 1521 fiesta de san Hipólito se celebra la primera misa cantada en la ciudad de Méjico. El emperador Guatemuz entrega la ciudad sobre la laguna —las casas eran palafitos —y se abrazan en amistad. Lloran los ídolos de los dioses aztecas en los altos sues o pirámides de piedra.
Huichilobois y Teztapecua son sustituidos por las imágenes de Cristo de Nuestra Señora Santa María y del apóstol Santiago; algunos de estos monigotes infernales son derribados. Los indios abandonan la antropofagia se abren las jaulas donde niños y mujeres y hombres de tribu enemiga destinados al engorde hasta convertirlos en cebones antes de ser sacrificados y son liberados por los frailes que acompañaban a Cortés.
La llegada de los españoles supuso una liberación.
Los aztecas han de renunciar al amor amargo pues, como cuenta puntualmente con su prosa concisa, cabal llena de encanto y con harto recacho el cronista Castillo, son de condición somética, unos buharros otros bardajes, y los mozos se disfrazan de mujeres y andan por las esquinas ofreciendo a los viandantes sus molledos…
La expresión del narrador no puede ser más gráfica ni realista.
Resulta difícil para mí conmemorar esta efeméride porque seguramente me daré con la cabeza contra el muro de la Leyenda Negra jaleada precisamente por aquellos que hoy guardan silencio ante la ignominia del asalto a Cisjordancia por el ejército mejor pertrechado del planeta en pugna con unos pobres palestinos que salen a recibirlos con hondas, palos y tirachinos, mientras los servicios de prensa hablan de la cúpula de hierro que protege a los israelitas de los supuestos mísiles que lanza Hamas (break news) pero la historia es la historia. Todo hay que decirlo.
Hernán Cortés que era un gran político y una estratega de categoría, sin haber ido a la escuela porque de niño apacentaba cerdos como porquerizo en su Extremadura natal, se ve sometido al dicterio de los que le comparan con Hitler y otros jaques de la tiranía.
La verdad es que el cerco de la ciudad sobre la laguna duró noventa y tres días. Lucha desigual, cerca de diez mil guerreros aztecas contra medio millar de españoles. ¿Cómo fue posible?
Bernal Álvarez del Castillo que era cristiano viejo devoto de la cruz y de Santa María lo atribuye a la intervención divina, nos refiere que de quinientos hombres que iniciaron la aventura en tierra firme desde Cuba bajo las ordenes del Extremeño “sólo quedamos cinco… muchos de lo nuestro tuvieron por sepultura el vientre de los tasaltecas que los devoraron después de ofrecerles como victimas sacrificiales a los dioses”.
En su narración escribe para aquellos que quisieran leerle y ser enterados de la ardua gesta que llevaron a buen término aquellos prohombres de las dificultades a las que hubieron de hacer frente: el frío de los relentes, la fiebre de las heridas, los mosquitos y alimañas, las largas velas (dormían con un ojo abierto y vestidos de su armadura, las grevas, la pica el yelmo, la rodela el quijote y la cimera, a mano en temor de una emboscada enemiga) siempre a punto para el combate.
Hubieron de pasar penalidades y naufragios y noches tristes como la de Otumba. La vida es pelear. Siempre adelante.
A punto de ser copado por el enemigo el capitán Cortés es salvado de las garras de sus enemigos por el alférez Olea de Medina del Campo quien pierde la vida en la refriega. Hubo, demás desto, enfrentarse a la rebelión y al fuego amigo en su propio campo.
Pánfilo de Narváez se alzó en armas contra Cortés, algo que no le cabía en la cabeza a Moztezuma quien hablando por un interprete le dijo; “¿Cómo éste siendo de los tuyos, creyendo en tus mismos dioses y adorando la cruz y a la Virgen María viene a hacerte la guerra?”
El separatismo (Narváez era vizcaíno) hizo acto de presencia durante la conquista al lado de algunas heroicidades como el salto de Pedro Alvarado quien vestido de su armadura de hierro pegó un brinco desde una barca hasta alcanzar la orilla del estero.
El establecimiento del virreinato de Nueva España suena a cosa milagrosa pero solo se explica con una frase que pronunció el segoviano Grijalva que se adelantó con su escuadrón tierra adentro hasta el istmo de Panamá:
—Las mujeres de Castilla sólo parían soldados por aquel entonces.
Castilla en el el siglo XVI contaba una población de tan sólo seis millones de almas. ¿El mito del superman alcanzado?
Los supervivientes de aquella gloriosa campaña regresaron pobres a su tierra, se convierten en mendigos o en pícaros.
España pagó con moneda de ingratitud a sus héroes y soldados. Sin que su patria les reconociese sus heroicidades.
Del Castillo al final de su Crónica se queja del infortunio que firma en la ciudad de Santiago de Guatemala; “Soy pobre y tengo una hija por casar y varios hijos de barba crecida. Espero del emperador unas mercedes que nunca llegan pero serán acá bien recibidas y merecidas. Siempre defendí la cruz por bandera y a mi rey”.
Castilla face los omes e los desface como bien dice el Cantar de Mío Cid
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