2022-01-25

 VALLADOLID 2





En cierta ocasión que visité la Ciudad del Pisuerga tuve la curiosidad de visitas la casa donde habitó uno de los eximios maestros de preceptiva literaria, don Narciso Alonso Cortés. Los que estudiamos humanidades en los 50 nos empollamos su Historia de la Literatura Castellana en papel malo y fotografías de daguerrotipo. Dios mío, muchos recuerdos. Vivía en Nuñez de Arce 34 el académico, el más eximio erudito de las letras hispánicas en los últimos dos siglos. Bajo su guía empezamos a conocer y a amar a los clásicos. Discípulos suyos fueron Gerardo Diego, Alarcos Llorac el ovetense a los que ningunearon sus paisanos a causa de su peculiar opinión sobre el bable y los bablistas (dijo una verdad como un tempo, pues no se puede resucitar una obra muerta) López Anglada, Juan RAMÓN Jimenez, los Machado. Detrás tenía un huerto y una higuera y un lema en latín que decía messor indefessus (segador sin fatiga. Era un latinista de primer orden desde sus tiempos de seminario. Tuvo por maestro nada menos a don Raimundo de Miguel. 

Colgó los hábitos en teología pero la pasión por la tradición de aquella iglesia universal, su liturgia, su lengua, permaneció hasta el final de sus días. Murió sin ser demasiado reconocido y casi abandonado. Ay si hablasen las piedras de Nuñez de Arce 34, aquella puerta de piedra arco de medio punto enguichada de barrotes, aquel jardín, aquella higuera y aquella biblioteca de casi cincuenta mil volúmenes pignorada en casi tu totalidad. En cuan poco tienen los españoles de ahora las cosas grandes de su patria, qué poco


inclinados a los deleites espirituales de la especulación, la lectura, la charla en un café a media tarde.

En el Diario Libertad me publicaban a mí las primeras crónicas desde Londres. Luego la piqueta deletrea y rencorosa de los que no olvidaron a Onésimo Redondo, su eximio colaborador, obligó a echar el cierre. Siempre se atuvo al carácter revolucionario de su fundador. El Norte de Castilla, por contra, y que los admiradores de Delibes me perdonen, pues yo también admiro a ese gran escritor desgraciadamente fallecido, ideológicamente fue siempre más acomodaticio y funcional. Cuando vino la transición, Manu Leguineche  y otros se colocaron la medalla de haber sido el periódico de la oposición al franquismo. Pertenece a la familia de los Alba y su línea editorial de ideas conservadoras, burgués y liberal coincide con el talante de la ciudad de comerciantes, industriales y terratenientes de medio pelo. Valladolid siempre tuvo un aire francés. Algunos de los edificios con sus mansardas en lo alto y los pinos tejados cubiertos de pizarra recuerdan un poco a París.

Joaquín Díaz en este libro sobre su ciudad ha hecho un exhaustivo alarde de dotes documentalistas y muestra las pulsiones de la urbe  cuya historia conoce bien. 

Valladolid tiene un talante artesano y manual muy tradicionalista donde los zapateros celebran la fiestas de San Crispín, los sastres a san Homobono y los toreros a san Pedro Regalado, un cura converso que es a su vez patrono local. Fue ápice de la Contrarreforma, lugar de muchos curas y frailes: los del Babero del Colegio La Salle, los agustinos filipinos, los jesuitas. También de militares: academia de Caballería, regimiento de San Quintín etc. 

Se apunta otra peculiaridad en este curioso libro con un soporte fotográfico a base de instantáneas de época y de curiosos anuncios comerciales de las tiendas locales que esconde una gigantesca labor de campo y selección, la de las amas secas o nodrizas, exuberantes matronas venidas de Asturias y Cantabria para formar parte del séquito de la servidumbre de familias acomodadas. Estas mozas criaban a sus hijos de acuerdo con una tradición secular castellana que arranca desde la edad media.

 Cien años en la vida de una ciudad más de ocho veces centenaria no son nada pero la labor realizada por el autor ha sido tan importante como valiosísima y eficaz y, al parecer, por muy poca paga. Nunca estuvo la cultura española en tal devaluación.

Llegó la peste y la pasta -enoramala- de los vivalavirgen y vivanderos de la Mala Causa, la nave de nuestras letras parece perdió el rumbo y el compás, en manos de cuatro mandarines arbitrarios e incultos que procuran que la buena antorcha se meta bajo el celemín, mientras ellos nos deslumbran y ocupan cacho, publican, son agasajados por toda esa patulea de la Mediática pánfila. 

Con decir que dieron el premio nacional de periodismo a un tal Juan Cruz-en Londres lo llamaban el tuercebotas canario y del Polisario-, ya está todo dicho.

He aquí, sin embargo, algo que merece la pena: un libro para el recuerdo, un buen manual de historia local que hace las delicias de un empedernido lector. Cuando abro sus páginas en este otoño de crisis y apago la caja tolondra, mientras el personal se entretiene jugando al apocalipsis con el huracán de NY, su lectura me devuelve la añoranza y la sonrisa. La Gran Manzana donde viví el apagón del 77, -ay aquel verano de pesadilla-, me pareció un pueblón de Kansas City, habitado por paletos, mientras en Valladolid viven hidalgos.

Voy poco últimamente pero los paseantes de la calle Santiago, (Umbral lo decía) eran un poco pijos, siendo él, asimismo, Dios le haya perdonado, envarado y distante con quien le convenía pero, en fin, cada una de las ciudades de Castilla la Vieja tiene una personalidad distinta. En Pinciana, patria de Zorrilla aun  se detecta el orgullo de la que fue urbe y corte hasta el tercer Felipe. Allí fue bautizado el Rey  Prudente, murió Cervantes, se criaron Jorge Guillén y don José Zorrilla y toda la ciudad respira un aire entre castrense y místico, orgullo de casta. 

En León son cazurros y comen conejo. Los de Segovia, judíos. Ávila, augusta, la de los santos y los cantos, buena gente conversa pero no tienen vino. Zamora, la bien cercada por un lado la cerca el Duero y por otra Peñatajada, es larga y no se recorre en una hora; de punta a cabo, diez kilómetros. Yo creía que no llegaba nunca a la procesión un Viernes Santo.

En Burgos viven los altivos. Salamanca docta, circuncisa e imperial donde aun retajan a los niños aunque luego los bauticen. Soria, lejana y ensimismada rinde culto a san Saturio y a san Mamerto, es la Mamel alemana bien aireada por el Moncayo. Palencia, gente de pro y los de Logroño, coño, y para de contar, pues Castilla la Vieja [uno aprendió geografía por el plan antiguo antes de que se impusiera esa arbitrariedad territorial de las Autonosuyas] es variada y múltiple y cada villorrio, cada majada tiene una forma distinta de enfrentarse a la vida. Perro viejo al mear alza la patita, que no nos vengan con historias, pero la lectura de este libro me ha servido de acicate para remozar antiguas vivencias.

Porque Valladolid es el meridiano por el que pasa toda la historia de esta nación una y múltiple. Allí se fraguó su unidad.

 Visito el antiguo convento jerónimo del Prado, punto neurálgico en la política de los Reyes Católicos, del que fue prior fray Hernando de Talavera, confesor de la reina santa, el alfaquí celestial, que pasó luego a ser presidio, lo mismo que san Miguel de los Reyes en Valencia. Ese fue el trágico destino, tras la Desamortización, de muchos monasterios.

 Cisneros, que a fray Hernando sucedió en el cargo y no se chupaba el dedo, utilizó métodos más contundentes para convertir a los moros de Granada  y no la blandura de fray Hernando, un converso- sus hermanas vivieron a la sombra de la cárcel cordobesa del Santo Oficio - que fue el primero en decir la misa en romance con lecturas en árabe en la catedral granadina, adelantándose cinco siglos al Vaticano II en lo de las vernáculas´, pero esto ocurre en las mejores familias sobre todo viniendo, sin saber adónde vamos, de dónde venimos(de las tres culturas y religiones), como demuestra el último párrafo del epilogo de VALLADOLID CIEN AÑOS, inmerso en la tolerancia y la bondad de la que es capaz un alma castellana tan hidalga como la de Joaquín:”Valladolid ha sido lugar de paso, aldea y corte, incómodo muladar y ciudad elegante, mercado y templo, bastión y villa abierta, Corte y asiento gremial, inspiración y desesperación, crisol y fuego fatuo, noche de sábado y mañana de domingo... todo eso y mucho más ha sido y sigue siendo esta ciudad que se retuerce sobre sí misma como una interrogante y que, como los hidalgos de antaño, conoce sus antecedentes pero no puede recurrir a ellos. Habla entre comillas y piensa en silencio, dejando la voz para quienes recorren sus calles como las antiguas esguevas, ora mansas ora violentas”

Chapó. No se puede definir de forma más elegante lo que es la esencia de una ciudad. Gracias, Joaquín y que vivas cien años por tu elegancia, solercia y bondad, todo un lujo para nosotros castellanos. Bendicho sea el Dío  .

30/10/12



 

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