2022-01-30

UN MORDISCO A LA GRAN MANZANA

  CORRESPONSAL DE LA NUEVA ESPAÑA  EN NUEVA YORK. UN MORDISCO A  LA GRAN CAMUESA.

                      Antonio Parra

Con una estampa de la Santina en bolso y bastante miedo en el cuerpo me acuerdo de mi arribada a NY tal que una noche de san Andrés de 1976. Estaba nevando o a punto de hacerlo en honor de aquel refrán que dice: Por los Santos nieve en los altos y por San Andrés nieve en los pies. Cuando en América se acatarran aquí cogemos unas pulmonías de espanto.

 Era una tempestad de granizo casi tropical lo que caía terciada con hampos de una nevasca rusa que descendían perezosos sobre la cima de los rascacielos y el viento huracanado jugando a capricho con la aeronave. Por un instante creímos que nos ibamos a estrellar contra las Torres Gemelas. Allí vi un signo de los días porvenir. El horrísono espectáculo para los hiperestésicos como yo no es nuevo. A  Nostradamus lo he vivido en mis propios huesos. La fatalidad muslímica frente al destino. Makfut. Está escrito.

Desde entonces, y aunque salí de aquélla y de otro accidente que tuvimos en Lisboa, se incendiaron dos motores en pleno vuelo, a raíz de mi accidentado aterrizaje en la Gran Manzana, he tenido pesadillas columbrando aviones caían sobre el World Trade Centre. También la torre Eiffel y el embudo donde se encastilla el Big Ben, torre del parlamento de Westminster, pero sobre todo las torres Gemelas eran el tema recurrente de mis cefaleas oníricas. ¿Occidente en la encrucijada?


 Hasta escribí una crónica y creo haber entregado algún despacho anticipando esa experiencia apocalíptica de las Torres Mellizas derrumbándose que ha puesto al mundo los pelos de punta. Y la obsesión me ha martillado muchos años porque Nueva York es algo que imprime carácter que cambia la mentalidad y el modo de ser de las gentes. Allí mi vida experimentó un giro de varios acimutes. Y silbé sus “blues” bajo la autoridad de Frank Pinatra, un neoyorquino típico: “I love Nueva York. Nueva York”.

En América todo es grande y es extremo. Las montañas. Los huracanes. Los hombres y las mujeres; allí se encuentran los más altos y los más bajos, los más guapos y los más feos, los flacos como leznas y los más gordos pues dicen que Nueva York, donde abundan los “fatis”, cambia hasta el metabolismo y a mí me ocurrió Las ciudades. Los árboles mayores como el alerce de las Rocosas o las secuoyas de California. Se lo pasan allí en grande los estadísticos, los amigos de los contrastes y todos aquellos que sienten pasión por evaluar las contradicciones, sinrazones y a veces maravillas de la raza humana. América casi carece de raseros y de varas de medir. Hasta climatológicamente las subidas y bajadas del mercurio de tan bruscas carecen de parangón. Se pasa sin solución de continuidad de una mañana calma de primavera a una tarde de calígine para luego tener una noche de escarchas. “If you dont like our weather, just wait” (Si no te gusta nuestro clima aguarda un segundo), advierten los castizos de Brooklyn.

Esta volubilidad a mí me parece que influye en la forma de ser de los habitantes con bruscos cambios emocionales que hace que no se asuste el neoyorquino de nada. Y se asusten también de todo. Allí suele tomarse la vida muy a pecho puesto que para sobrevivir hay que ser un adicto del curro. Como aquel Hernie, el transcriptor de mis crónicas en la IT de la Onu, un judío entrañable. El pobre se fue a morir a Miami a un cementerio de elefantes. Que así se llama en el lenguaje coloquial a los que se jubilan y lo peor que le puede pasar a un neoyorquino es jubilarse.

Y es que allá cuando llueve, es el diluvio y si truena o cellisca lo hace a conciencia y de verdad.


Iban a ser cuatro años de experiencia sin precedentes. De calores húmedos en los cuales se podía cortar el aire con una navaja y de hielos espantosos.  Recuerdo la morriña que me invadía todos los veranos al regreso de las vacaciones en Artedo con sus mareas cantábricas, un verdadero servicio de limpieza costero que no existe en la Bahía del Hudson fuertemente contaminadas a causa del carboneo y el intenso tráfico náutico que ha degradado a las playas como las de Long Island consideradas como las mejores del mundo; una vez fui a bañarme a los arroyos de Staten Island, un marasmo de galipote, y por poco perezco, añorando las olas de mi Cudillero, no a causa del agua sino en el cieno de las cloacas y de los vertidos de los basureros oceánicos. De la parte de Nueva Jersey las tardes que cambiaba el aire llegaba una hedentina que quemaba los ojos y las narices. Allí todo era grande y distinto. Hasta el tufo. La naturaleza, más joven que en la vieja Europa, observa un comportamiento más vigoroso e imprevisible. Allí todo es grande hasta los atentados como el que acabamos de presenciar horrorizados a través de la CNN. En los famosos kills se entierran ahora los cascotes del desastre y Staten Island era y lo sigue siendo la isla de los muertos. Gestaten, en alemán y en holandés vale tanto como inhumación.

Habíamos tenido un vuelo con turbulencias. La aproximación a Kennedy la hizo el piloto con mucha cautela. Estuvimos dando rodeos a la vertical del cielo de la Mejana Inmensa que es la isla de Manhattan, a la que llaman cariñosamente Big Apple (la gran camuesa) los neoyorquinos, gentes de todas las etnias y razas que han aprendido a convivir en armonía y sin problemas, dentro de lo que cabe, formando ese caldero o melting pot que demuestra que los caminos del mundo no son los de la xenofobia sino los de la xenofilia y benevolencia hacia el forastero, el meteco o el espaldas mojadas que llega en busca de acomodo y de un futuro mejor. Allí uno nunca se siente de fuera.


Esto no quiere decir que sea una megapolis cómoda o fácil ni el Edén, porque se lleva una vida que no es para llegar a viejo. Es una ciudad bronca donde todo es difícil y  donde nunca hay que bajar la guardia pero allí se percibe un halo de humanitarismo tierno bajo la hosca corteza del neoyorquino quien, cuando habla por cierto lo hace con palabras precisas y como con barbas. Su “slang” o jeringonza es uno de los más interesantes por sus alardes de precisión y de fantasía. Puede decirse que el cheli y el pasota madrileño lo copian. Hasta el punto de que allí la sabiduría se aprende en la calle. La ciencia del albañal o sabiduría de la acera son dos palabras que allí conviene aprender para saber nadar y guardar la ropa. Sin una orientación y una buena aguja de marear te caes pues refiere un viejo dicho local “nice guys here dont last” (los buenos chicos aquí duran poco). Están acostumbrado a las emergencias. Lo que más me sorprendió al principio es que la radio ensayaba simulacros de un posible ataque nuclear y llevaba a cabo pruebas de evacuación a los refugios que terminaban todos ellos con la muletilla: “Esto no fue sino una prueba, de haber sido una emergencia real les hubiésemos facilitado las precisas instrucciones”.

   Es el mejor inglés jamás escuchado y eso mismo me decía el querido periodista y novelista gijonés Faustino G. Ayer, un enamorado de América y de todo lo americano (los dos ibamos a comprar el pan juntos a una tahona italiana de la ciudad baja, dentón) que conocía bien Nueva York, claro dentro de un límite porque en este foro mundial todo se mueve. Todo parece en perpetua catarsis y siempre confunde, siempre sorprende. Con este colega asturiano también tomé copas en el bar cerca de Plaza de la Trinidad donde acostumbraba a beber hasta quedar tendido Dallén Thomas. A veces nos acompañaba el ovetense Delfín García, corresponsal de RNE, bravo carbayón aunque muy cabezota, que tenía un aire inconfundible de Humprhey Bogart siempre con su Pall Mall sin boquilla a flor de labios. Pero en Nueva York la bohemia es mucho más escurridiza y peligrosa que en Europa. He aquí a uno de los máximos poetas en lengua inglesa convertido en difunto de taberna en uno de esos pubs de mala muerte denominados “dives” (inmersiones) o cavernas o “speakeasy” (hablemos paso) que recordaban los tiempos de la Ley Seca. A Dallén que añoraba sus excelsos valles del Principado de Gales Nueva York fue su tumba; lo derrotó.


Así que el Sky line se presentó ante mis ojos como una visión. Pensé en Moisés y Aarón bajando del Sinaí con las tablas bajo el brazo. Una nueva era de mi vida empezaba traumáticamente. Parto acongojado. Yo venía a Nueva York por una de esas carambolas a contar ese periodo de transición que fue la era Carter para los lectores de “Arriba” LA NUEVA ESPAÑA y una cadena de otros cincuenta periódicos y también a entregar la cuchara porque la cadena del Movimiento para la que trabajaba iba a ser pignorada o desmantelada a nostramo, porque digase lo que se quiera reconozcámoslo o no en España desde el año 45 los que mandan son los americanos y algunos amigos yanquis me han confesado sottovoce de que con Franco les iba mejor. No quedaba más remedio. En aquel puesto había habido predecesores brillantes: Manolo Blanco Tobío, Celso Collazo, uno de los creadores de EFE, Guy Bueno, Félix Ortega, que fue el mejor de todos ellos a mi criterio de todo el cupo iniciado en el 48 por Pepe Cifuentes y Rodrigo Royo, quienes tuvieron que verselas con una ley tan pistonuda como la MacCarrack, el diplomático de Truman que luchó en Brunete con las Brigadas Internacionales y  que vedaba la entrada en territorio estadounidense a los españoles. El bloqueo estuvo en teoría hasta comedios de los cincuenta sólo sobre el papel porque en la realidad nunca se llevó a efecto.

 Todas esas firmas habían dejado muy alto el pabellón y aunque entusiasta y audaz periodista como se decía en la jerga el momento no me sentía con capacidad suficiente como para hacer sombra a aquellos gigantes. En los primeros días me fumé dos cartones de tabaco pero no fui el único. José María Carrascal que llegó en barco casi como un polizón se había fumado treinta paquetes hasta perder la voz. Y a nadie le extrañe porque Nueva York acojona e impresiona y más si el recién llegado la descubre en medio de una aparatosa tormenta como me pasó a mí. La clemente Santina me echó un capote.   Aquella vez y todas.


Durante la espera para aterrizar estuvimos de circunvuelo. A nuestros pies la postal inconfundible del paisaje urbano: Manhattan con sus dársenas, espigones, grandes buques amarrados. Bocanadas de humo blanco manaban de las fauces de las chimeneas de la central térmica edificio lindero con el de la ONU y se iban a colgar estos penachos sobre los tiesos adarves del Woolworth, el rascacielos más antiguo, y del Empire State.  Es el emporio de la civilización y la impresión que ofrece al viajero es la de algo que arde y echa chispas.  Viviría dos años con mi mujer y mis dos niños casi a la sombra de este mastodonte de hormigón con su chapitel calado donde la inmensa lanza de una antena de radio hace las veces de campanario. Todas las mañanas me despertaba la visión y el espectáculo de la city. Es un paisaje abstracto que no inspira sosiego, que parece que siempre está llamandote a la calle e instandote a la acción y al movimiento pero los atardeceres son verdaderamente apoteósicos.

 El Empire es el palo mayor de esta ciudad con forma y fisonomía de buque de guerra con jarcias de cristal.  Las Torres Gemelas eran las vergas de popa. Cualquier bamboleo, descartado pues el firme de Manhattan no es más que un peñasco yermo vendido por los indios moahawk a los holandeses por veinticinco dolares en 1622; que se derrumbase todo el montaje, simplemente imposible, porque los cimientos son de  sílice.


 La Nueva Roma se funda sobre un plinto granítico y siguiendo las instrucciones talmúdicas trata de imitar a la Roca de Israel a la cual alude Ben Garrón cuando fue proclamado el estado judío en 1948; no mencionó la palabra Dios, sólo la Roca de Zion. Además, los muros de los rascacielos, orgullo de la ingeniería del siglo, estaban diseñados como  soportar la oscilación del mayor terremoto. Por lo que el portaaviones sería inexpugnable. ¿Cómo iba yo a pensar que la Nueva Jerusalén de la Diáspora iba a ser atacada y sus dos símbolos señeros abatidos? Los pilotos kamikazes hicieron blanco no ya sobre las moles simbólicas de la Torres Mellizas sino sobre el corazón que mueve todo el ajetreo de las finanzas. El daño mayor no han sido los muertos, desaparecidas o el destrozo causado, aunque los norteamericanos tengan redaños suficientes como para resucitar de los escombros, sino la afrenta moral a lo que estas dos trípodes de cristal abanderaban.

 Conque no puede ser más símbolo aquello de torres más altas han caído.

 Para mí que conozco Nueva York, amo Nueva York y fui residente allí cuatro años, los más importantes de mi vida, lo ocurrido el 11 martes fatídico de septiembre del nuevo milenio ha sido una señal. Un toque de atención que exhorta al rearme moral más que al físico, una vuelta al pensamiento de la nueva frontera de la época Kennedy. Que América vuelva a ser amada más que temida y odiada. No se aconseja un castigo porque Dios no puede castigar sino que el ataque representa un aviso enviado desde lo alto. Algo no va del todo bien pese a la euforia de los últimos años. Se exige no la guerra de represalias contra la diabólica mente que urdió la infernal hecatombe sino la reflexión meditada y el reposo sobre cómo somos, qué queremos, hacia dónde marcha el mundo.


Y esta idea se me ocurre cuando a mi memoria viene el recuerdo de aquella tarde noche de san Andrés en medio de la tormenta durante la angustiosa aproximación a un aeropuerto congestionado de un tráfico terebrante. Allí oscurece mucho más rápidamente que aquí.  Me impresionó la visión de aquellos dos conos mágicos como una soberbia representación de una ecuación matemática sobre el paisaje. Dos falos erectos encarnación de la potencia genésica de una nación joven ¡qué contraste frente a los aires caducos de Londres! Dos mástiles de un transatlántico en el que actuaría de timonel, de serviola y de mascarón de proa la estatua de la Libertad apuntando su hachero con la flama perenne hacia Europa. Nunca imaginero tan mediocre como era Bertholdi, aquel escultor que fue contratado por la municipalidad neoyorquina para llevar a cabo el proyecto, tuvo tanto éxito con un molde. Es lo que significa el coloso. Los pobres de la tierra recién llegados a la isla de Elis estuvieron viniendo a refugiarse bajo sus zócalos y ahora el pebetero de la verde dama en cuya cabeza hueca cabe todo un restaurante puede que esté también amenazado. Ha soplado un viento recio en el rebufo de la carlinga y la cola de los dos aviones estrellados contra la fachada de las dos torres. Vesania fundamentalista. Muchos corearán aquella frase del Corán “Alá es grande”. Pero la grandeza divina nunca podrá cimentarse sobre un montón de escombros y una pira de cadáveres.


Sin embargo, yo entonces con treinta y dos años y medio pensaba que estaba llegando al epicentro del futuro. Caía en la forja de una horno donde todo se cuece donde está el crisol del mundo nuevo. La primera impresión fue la de acogotamiento. Nueva York amedrenta un poco cuando se la ve desde el aire y más en las circunstancias de aquel vuelo en medio de una tempestad que hizo que el avión se zarandease como una vaina. En uno de los fucilazos del relámpago quedó diseñado sobre las nubes el cordonazo de san Francisco o la palma de santa Barbara que decían los pastores de mi pueblo. Me pareció entonces que una mano invisible estaba diseñando el croquis de los tiempos por venir con una anticipación de veinteséis años sobre los acontecimientos. Mi olfato periodístico me dijo que no hay que dar de lado a las corazonadas y yo en aquellos momentos la tuve y ya desde entonces nadie me pisó el scoop y por eso mi corresponsalía fue un poco a la contra de la de los demás. Parece ser que a muchos les supo a cuerno quemado que uno quisiera contar la verdad. Yo a los cables de la Ap, de Deuter y  del “Times” les daba siempre la vuelta y al revés te lo digo y acertarás, piensa diferente y acertarás. Hice periodismo de calle. No me limité a pegar telegrama o a refritar el Times como otros becarios de la Fullbright y con master en Columbia que se convertían en amanuenses de los lobbies por los pasillos del Edificio Azul o del Departamento de Estado. Desde el principio tuve muy claro que venía a servir los intereses de mi país. Me dieron por díscolo pero hice bastantes dianas y conseguí moverme con soltura en el laberinto de la política exterior de Cirus Vance, para mí un auténtico caballero. Los americanos tienen un alto código de valores tanto éticos como morales y eso se nota también en el apasionante mundo político y estratégico de la Casa Blanca y del Pentágono. 

 La verdad tiene muchos carriles y a un periodista se le perdona todo menos el de ser aburrido ni pastueño. La mansedumbre de feligrés da buen resultado en el rebaño y en la manada, nunca en esta bataneada profesión a la vez canalla y sublime. Mi lema era un poco el de la libertad al estilo del fundador del “Manchester Guardian”: Facts, sacred. Opinions, free” (los hechos son sagrados; las opiniones libres). De acuerdo pero existen diversas formas de presentar objetivamente unos mismo datos. A la que descendíamos el avión perdía presión. Vi como el pararrayos de una de las Towers absorbía la descarga de una centella. La gran azotea se iluminó con una luz de espectro. La gran fábrica del rascacielos aguantó impávida. Aquello me pareció el techo del mundo pero yo ya colegí que aquellos prodigios de la ingeniería eran vulnerables. La exhalación había pegado justo sobre la punta de la antena de una de las torres y el firmamento fulguró. Entonces el World Trade Centre estaba casi vacío y en alquiler la mayor parte de sus ciento diez pisos y dependencias. Bajo la borrasca ofrecían estos dos titanes de acrílico un aspecto de desafío a los elementos. Habían sido erigidos a prueba de terremoto. Eran el orgullo de la técnica. Sin embargo, dos aviones de pasajeros una fatídica mañana del final de un verano para olvidar, el del 2001, acabaron con esa suposición presuntuosa. Al verlas por primera vez recuerdo que pensé en Babilonia y en Babel.

-Scary[1]eh? - dijo entonces un puertorriqueño compañero de vuelo empujandome con el codo.


-A little[2] - repuse en inglés y él se puso a jurar entonces en español como suelen hacer los simpáticos de la isla de Borinquen que habían emigrado en oleadas a Manhattan en la década anterior y constituían casi un cuarenta por ciento de la población:

-Manda huevos con el viajecito.

Gran parte del pasaje estaba vomitando en aquel instante de turbulencias y de zarandeos. No pude por menos de reprimir la carcajada que distendió el estado de nuestros nervios. De allí a poco sentimos gañir los neumáticos del Jumbo contra el tarmac de la pista de Kennedy. Todo el mundo empezó a aplaudir.  Y yo a rezar. Recuerdo que en ese instante  apreté contra mi pecho la medalla de la Virgen de Covadonga parte indispensable de mi ajuar.

A lo largo de cuatro años no se me pasó el acojone y creo que todavía me dura pero acabé amando a Nueva York identificándome con su latido. Es el pulso del mundo del mundo. No me extraña que Manolo Blanco Tobío dijese que lo que más extrañaba - para este gran periodista gallego muy habituado a los modos de vida norteamericanos Europa era una especie de exilio- es una ojeada rápida todas las mañanas al Nueva York Times.


El bien y el mal conviven allí puerta por puerta. Ángeles y demonios sentados a la misma mesa. Los rabinos con sus kaftanes y los popes con sus manteos comparten un sitio en el metro. El superfluo y la elegancia de la Madison Avenida entremedias de la cochambre del Bowry. De todo aquel caos que fue mi experiencia neoyorquina saqué la conclusión de que tiene que haber un dios, un demiurgo que ponga orden, que se apiade. Eso. Alguien que se apiade porque Nueva York hace pensar en la famosa frase de san Pablo “nada de lo humano me es ajeno”. No se puede ser ateo en Nueva York. Todo menos ateo. Sientes como una fuerza que te lleva, una especie de protección. De lo contraría te hundirías. La gran manzana, la inmensa colmena, el hormiguero de gentes que se afanan un día y otro y también el avispero y las injusticias. Y como no la mafia. La metrópoli suscita ideas enfrentadas, pensamientos contradictorios de amor y de odio. No es una ciudad para volver porque de ella no se consigue salir nunca. Te atrapa desde el primer minuto y ya no te suelta aunque te alejes físicamente.  Nueva York es una condición mental, estado anímico. Yo diría que es una ciudad mística. He aquí una lectura judía en versión talmúdica de la “Civitas Dei” agustiniana. Que sólo cree en la gracia del esfuerzo y que a Dios lo coloca en otro plano. A él rogando y con el mazo dando. Es una concepción utilitarista de los elegidos llamados a poseer la tierra sucediendo esto acá abajo sin tener que aguardar al más allá. No se conforma con la resignación cristiana ni lo injusticia a la que lucha por atajar en este mundo. Por eso es un frenesí continuo. Arriba y abajo. La ciudad que nunca duerme. La riada humana. El poder automático.

Está tan cargado de voltios el lugar que los picaportes y los pestillos sueltan chispazos. La estática pervade el entorno. Yo viví en el Este hacia la calle 14. Allí todos están juntos, nunca revueltos. Mi barrio era una mezcolanza de judíos y de sicilianos que veneraban la camorra y nietos de Al Capone todavía practicaban ese vudú italiano que es la “jettatura” pero católicos al por mayor ya que en la fiesta de san Jenaro sacaban su imagen por Manhattan en procesión. En la otra manzana había polacos con su manera tan peculiar de concebir el cristianismo y antipáticos. Los  pacíficos ucranianos todos con su peculiar y angulosa cabeza, los húngaros con sus botas de fuelle me gustaban más y me hice amigo de los judíos como mi kioskero, un bendito de Dios por nombre Samuel, que me regalaba unos puros verdes trapicheados de Cuba y hablaba algo de ladino o judeoespañol. “Aguarde su merced agora un momentico pues vengo al punto” Entre todas las etnias son los más de fiar. Los más caritativos, los que más ayudan, aunque en cuestión de dinero no se casen con nadie.


Luego, hispanos los había por todas partes y ahora creo que son más. No se puede contemplar esta inmensa urbe con prejuicios, nueva York los desborda. Es un mundo que rebasa todas las barreras y trasciende las ofuscaciones y atavismos de la vieja Europa donde se mira con recelo al nacido en el pueblo de al lado. Allí este tipo de resentimientos se desconoce. No hay envidia y si existe por lo menos no se nota. Ni miradas por encima del hombro. Sí tiene que haber un Dios flotante por encima de nuestras cabezas, un Cordero que quite los pecados del mundo. Alguien que se apiade. De la torre herida por el rayo. De la humanidad que palpita y gime desconcertada. De la inconsciencia, la banalidad, la vulgaridad a espuertas, la frivolidad sin limites. Se vive mucho mejor en el Rellayo pero uno no sé por qué termina añorando a la Ciudad Automática. Un mundo sin paletos, sin intereses de campanario y con periodistas e informadores, literatos amantes de su patria y de su país con razón y sin ella, que tienen muy en cuenta la ley del libelo a la hora de sentarse delante del ordenador y que saben como nadie maquillar la información y  autocensurarse mientras que la prensa a este lado del charco da fe de una picaresca en auge y la rosa en su chabacanería procaz parece una corrala.  Aquí todo se ha vuelto un poco peripróctico, ya que la información, anal y asnal, parece girar en torno al mismo cabo. Lo acabamos de ver en la manera que han abordado el choque de los aviones contra el hastial imponente de las torres. Nos han demostrado que entienden el periodismo como una vocación de servicio público, un menester que ha de hacerse con categoría, responsabilidad y serenidad ¿Para eso queremos una Facultad de Ciencias de la Información? 

 

18 de septiembre de 2001

 

Antonio Parra fue corresponsal en USA. Licenciado en Filología Inglesa y Románicas.

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SAN FRUTOS, ABOGADO CONTRA LOS MALOS TRATOS

  

                            Millán Sacramenia Artedo

 

Le llaman “pajarero”, seguramente, porque su fiesta, iniciado el  otoño, coincide con la oleada de aves que cursan viaje hacia el sur y lo convierten en  cangreja de  místico velero, donde reposan el vuelo utilizando como  descansadero a la impresionante cofa de este peñasco  yermo que adquiere la caprichosa forma de portaviones inmóvil surcando  la pedriza segoviana. Antes de reemprender el vuelo por el freo paran aquí o utilizan las escotaduras y socarrenas de las paredes cortadas a pico para anidar y quedarse. Abajo se prolonga una sima amenazante, pero por lo alto del risco encuentran posada y cantadero las aves tránsfugas, y sus píos causan embeleso a los ornitólogos.


 Son como partes de una letanía misteriosa repetida cada 25 de octubre sobre la cumbre que acomete el diácono de las silvas con harta solemnidad y empaque. Señor, misericordia, es el grito que entonan el jilguero, la avutarda, la aguzanieves y el monacillo por estos peñascos donde el alma se eleva y Dios parece estar cerca, casi al alcance de la mano, allí por donde las águilas y las vultúridas vuelan haciendo círculo, más que en ningún otro sitio.

San Frutos es un santo que sabe mucho de pájaros y de “pájaras” puesto que conoce algo de las costumbres humanas a redropelo de todo pronóstico, se apartó del mundo no por menosprecio sino por amor a la condición humana cuyas debilidades no le fueron ajenas. Las bodas que se celebran en su altar no terminan en divorcio. Este eremita mozárabe,  que nació en Segovia el año 642 y murió setenta y tres años después de vida penitente en el desierto tierras al norte de Sepúlveda - fue contemporáneo del último rey godo, del traidor obispo Opas y del moro Muza que inicia sus algaradas por el Estrecho a bordo de pateras-, brinda amparo, según cuentan, a los que andan en precario por causa de amores que se acedaron, es baluarte de acogida para las mujeres zurradas por la vida, víctimas de la incomprensión, la sospecha, para todos aquellos que andan en trámites de separación o están a punto de cometer un disparate.  En fin, larga sería la lista de méritos y los prodigios a cargo de su varita de virtudes poderosa. Su venerable aura sigue ahí, encaramada en lo alto de la roca viva para el que se moleste en venir a rezarle salvando las fragosidades de un áspero camino. Por estas cumbres parece que se respira un aire distinto.


 Villa y Tierra lo quieren y se le venera en todos los sexmos de esta especie de confederación de judíos, moros y cristianos que era la zona de la provincia de Segovia, el arcifinio de todas las lindes, campos de pan llevar pendones y merindades, palenque de todas las espadas en los agobiados siglos de Reconquista, zona de frontera entre dos culturas diferentes y dos maneras de ver el mundo absolutamente opuestas. ¿Nos habrá nacido desde entonces este complejo de prevenidos en fronteras, de centinelas observantes del cotarro, siempre al acecho que hizo que el alma del pueblo español, acostumbrado a los palos, saetas y sufrimientos del contrario, tenga algo de aspillera? Es el sentimiento que al viajero le embarga cuando rinde visita a estos riscos.

 La ermita de san Frutos se yergue como un testimonio contra la intolerancia fanática, el desencanto de las cosas del siglo, y una exhortación a los buenos propósitos de la enmienda: lo que acaeció entonces puede volver a repetirse.


Fue uno de los grandes santos intercesores hispanos, muy popular a lo largo de la Edad Media. Así lo destaca el Misal Mozárabe donde la fiesta de su tránsito era un día importante.  La liturgia de san Isidoro, que es mucho más expresiva y poética, menos concisa y circunspecta que el ritual romano, como se sabe, le dedica nada menos que tres himnos de insólita belleza literaria, lo que indica que no es un santo de tantos en la lista de bienaventurados. Las rúbricas del Oficio Divino que acostumbran a despachar en dos líneas a san Acisclo, pongamos por caso, al anacoreta sepulvedano le apropian tres páginas de panegírico en elegante hipérbaton y salmos. La imaginería barroca nos le pinta con barbas apostólicas, una calva a cincel, el cerquillo penitente, en una mano un libro y en la otra, un cayado, la cachava de la cuchillada con que tajó la roca hurtando así su cuerpo de las gumías sarracenas que le pretendían degollar.  Todavía queda la señal. Se abrió una sima entre la hueste agarena y el varón de Dios. Al abismo de san Frutos todavía se podrá asomar el visitante: una enorme garganta, y abajo, las aguas pandas  y trucheras del Duratón, no demasiado profundas sobre el álveo calcáreo. Idóneo emplazamiento para ver nidificar al buitre o para suicidarse.

Su estatua corona la entrada norte que algunos llaman también como en Burgos  la  del Sarmental de la catedral de Segovia, toda en granito y obra de Aniceto Mariñas. El ermitaño embebecido en sus meditaciones pero sin porte adusto y casi diríamos que risueño está mirando para un cantoral. La hoja de su libro está a medio pasar. Cuando esta página que pinga del vacío vuelva con las demás, es que se va acabar el mundo, según es crédito de radicación vulgar. La diócesis le tuvo gran devoción por éstas y otras muchas cosas. 


San Frutos vivió tiempos difíciles de cambios dramáticos y de desasosiego general como son todas las épocas de transición, cuando la historia pasa página. La batalla de Guadalete dio paso a la desbanda del 711. Empezaron las invasiones africanas, los arrasamientos y guerras prolongadas. Aceifas en masa. Venían y venían, cruzaban el Estrecho que desde entonces tan bien conoce el moro en oleadas. Seguramente la peste agarena fue un castigo que nos dio Dios a los godos “por no amarnos unos a otros como Él nos amó”, porque las rencillas, discordias y lo que dieron en llamar los historiadores “morbo visigótico” eran la regla. Ya san Isidoro nos lo advertía, pero no hicieron caso. Crisis de valores en todos los sentidos. Época de conmociones sociales, mudas de camisa y  cambios de chaqueta. Se pasó del aquí no pasa nada al a ver qué va a pasar aquí. Las fuerzas del moro Muza y de Tarik pilló a los visigodos desprevenidos discutiendo sobre el sexo de los ángeles en medio de la gran refriega religiosa entre trinitarios y anti trinitarios, arrianos y católicos. La Media Luna, que no se anduvo con arrequives ni remilgos, irrumpió por el Estrecho aprovechándose de nuestras banderías, sacando partido de la endémica desunión de la grey cristiana.

El lábaro verde del Islam flameó triunfal en los campanarios de las basílicas paleocristianas que fueron asoladas o transformadas en mezquitas. De Despeñaperros para abajo no quedó ni una sola cruz alzada - eso para que ahora digan- y en la Córdoba de san Eulogio y de san Pelayo, éste, el único santo sodomizado de todo el menologio cristiano, por un califa de perversas inclinaciones sexuales, que lo mismo le daba a Abderramán bardaje que bujarrón, pues hacía a pelo y a pluma,  ante su negativa a abjurar la fe y luego tirado a un muladar, las aguas del Guadalquivir fluyeron teñidas de sangre de cristianos, según revela el testimonio del santoral mozárabe y las propias Partidas. Los recién llegados no fueron un espejo de tolerancia. Se comportaron como horda invasora y el que crea lo contrario que refresque su memoria leyendo a don Claudio Sánchez Albornoz, que fue otro san Frutos, pero de Ávila, mártir laico de la verdad y por unos y otros perseguido. Debemos nuestro atávico sentido de la vida política a los taifas. Hay los que olvidan que este pueblo estuvo peleando contra el moro nueve siglos.


Desde aquella ocasión hemos sido, como individuos y al de por junto, de inclinaciones tornadizas con el forro siempre dispuesto a cambiar de chaqueta. Si se quería conservar la piel, había que practicar una moral de conveniencia. Algunos por eso se fueron por aljamía.  Fue el caso de los muladíes cristianos que abrazaban el Islam. O el de los marfuces o renegados muslímicos que se bautizaban. Muchos transigieron aun teniendo que pasar por carros y carretas como aquellos reyes de León compelidos a  pagar a los califas la alcabala del viento o tributo de las Cien Doncellas, el primer caso de trato de blancas que se registra en los anales.

Pero los más hubieron de liar sus petates y enfilar las rutas norteñas. La España de los mozárabes poco se diferencia de la Grecia ortodoxa que describe Kazanthakis cuando irrumpe el turco en sus lares. Cargaron con los huesos de sus muertos y buscaron la desenfilada de las cuevas inaccesibles y de los caminos no frecuentados.

El Poema de Fernán González en dos hemistiquios cuenta cómo fue aquella huida:

               Tomaron las reliquias - todas las que hubieron.

                Fuyeron por Castiella-así la defendieron”

Este pudo ser el caso de Frutos, de Casilda, de santa Cristina de Lena, y otros muchos otros.

 


 Asqueado de la corte y desilusionado del mundo se apartó de él para mejor servir a sus semejantes y es así que el Señor le otorgó el don de interceder, de curar, de mirar las conciencias por dentro y de profetizar. Es una figura clemente y compasiva,  una especie de Sansón mozárabe que derribó el templo de los filisteos sin perder la compostura  una sola hebra de su blanca barba. Hombre de fe, al fin y al cabo, que es lo que ahora nos hace falta.

Por eso su fiesta, tras una eclipse, y todas estas convulsiones sociológicas que han puesto una interrogante  recia sobre la institución matrimonial, después de la crisis, del Concilio y todo lo demás, se ha vuelto a colocar en candelero.  El pueblo nunca suele equivocarse en sus corazonadas por todo el racionalismo que le echen y los denuestos percheleros de nuestras celestinas hertzianas, y es así que san Frutos el misericordioso está de moda.

No es tan sólo el interés ecologista lo que ha metido a este padre de la patria en los riñones de actualidad sino que también son las vicisitudes que parecen agobiarnos a los españoles de ahora como a los de entonces. Lo que preocupaba a aquellos godos también a nosotros nos preocupa.

Su ermita está situada en un lugar escarpado, la espadaña en forma de cruz  tiende sus brazos desde castillo roquero de clemencia en la cúspide de un farallón y habitáculo de la última reserva de rapaces que quedan en España, por el predio de Caballar, atravesado por la calzada que conectaba  Septem Pública o Sepúlveda con Cesar Augusta.


 San Frutos funge como abogado de las mujeres vejadas, de los maridos acongojados y pone paz allí  donde la celotipia o la infidelidad ha instaurado su marca de suplicios. Con su báculo y milagrero, convertido en varita de virtudes, tocará la tierra pedregosa y árida y se abrirá una vía de salida para que lo que humanente carece de solución -Dios hace otras cuentas- se enmiende o, cuando menos, no empeore, y así seremos salvos. Por una vez vencerá la inocencia y se irán abajo los demonios. Ya era hora de que el mal fracase.

Este Moisés de la Tebaida nacional de los castros apartados, tierra cenicienta donde se yerguen el serpol y el hinojo y hunden sus raíces perfumadas la encina y el junípero protege a los que sufren el desamor, nadie sabe por qué razón, pero también es abogado de las que padecen hernia a los que por allí llaman “quebraos. Se le invoca contra toda dolencia o malestar, pero, sobre todo, es como una deidad doméstica, un socorrista de  primeros auxilios. En su persona se reúnen todos los manes, lémures y penates de la corte celestial. San Frutos siempre está de guardia tras el mostrador de urgencias. Fijo y perseverante como un tótem de bondad.

-¿Qué te pasa, hija?

-Pues que él me pegó, que no hacemos más que regañar.

-Vaya por Dios. ¿Y eso será irreversible? Un poco de aguante.

-Es que -dice la vapuleada titubeante- ya no nos queremos. Hay otro hombre. Se ha roto la relación.

Cantinelas como ésta las debe de escuchar el bueno del santo casi a diario desde su tronera del Paraíso, un confesonario que le ha asignado san Pedro para que atienda los casos desesperados del servicio de urgencias. En la actualidad con tanta falta de conllevancia, nadie aguanta un pelo y todo son mohatras y requisiciones, inquisiciones de la vida pasada, este departamento tiene tela marinera. Si no fuera así ¿de qué iban a vivir si no los retratistas surales y gacetillas rosa?


La fidelidad, la castidad, la modestia y el contigo pan y cebolla ya no se llevan. Puede que la cosa siempre fuera así porque la condición humana es invariable en sus miserias y cerrera la cabra siempre tira al monte, pero hoy se jalea mucho más. No se barre tanto debajo de la alcatifa como antes ni a las mozas en un desliz les aprieta el guardainfante, pero la mierda sigue escondiéndose debajo del felpudo. ¡Menudas están ahora las prójimas! Hay quienes ven en esta rebelión feminista un signo de inquietud apocalíptica. No se trata ya meramente del sexo, que al fin y al cabo no es más que un instrumento y la función crea el órgano sino de poner la biología patas arribas. La vida va al revés.

Por eso san Frutos, que debió de ser un buen hombre, y ahora es un santo muy majo y servicial, tiene tanto trabajo en el cuartelillo de las desavenencias conyugales donde reside de guardia permanente. Lo que el uno hace el otro deshace.

 Si su colega san Antonio era el encargado de buscarle novio incluso a los casos más desesperados, el pobre san Frutos acomete la desagradable labor de venir con los municipales para recoger los restos de la vajilla que se hizo añicos o hay una mujer tendida en la cocina con diez navajazos en el abdomen asestados por su marido en un ataque de desesperación o de celotipia. Ved cómo terminan las promesas de amor eterno. A veces hasta hace un milagro, resucitando a la víctima o, en particular, evitando que aquellos altercados acontezcan o pasen a mayores.

Es un santo moderno, en pleno vigor, encarnado en una época de empalme de caminos y de paso a la fronteras, cuando se acaba una senda y otra abre surco. El siglo XX cierra sus páginas en medio de muchos estertores de crónica negra.


En esta tesitura global, porque la violencia doméstica no se circunscribe a la península Ibérica sino que es flagelo que azota a todo occidente, es cuando más hace falta una figura que ejerza su autoridad moral y disipe los vapores de la duda y el desconcierto en que parece que nos hallamos. La precaria situación de fuerza bruta y de vejámenes contra la mujer reza para el tercer mundo y es casi endémica entre los mahometanos. Allí no está abolido el harén y es de precepto velarse el rostro o la cabeza con el almaizar, al igual que lo hacían nuestras moritas en los romances fronterizos de la edad medieval. Recato y decoro sigue reclamando el Profeta a las esposas de los creyentes. Las quiere sumisas a sus dueños y hasta se atenta contra uno de los cinco sentidos, el tacto, practicando la crudérrima ablación clitórica para que así no sientan placer en el encuentro carnal.

 No en vano Shakespeare dio vida a este problema que afligirá a los hombres de todas las épocas en su drama Otelo, el monstruo de los celos. Quiso poner a Desdemona, mujer virtuosa e inocente, víctima de las sospechas del marido, en manos de un moro, una tragedia que se sigue representando en vivo y no en el teatro en nuestros hogares con una cotidianidad que empavorece. Sin embargo, a veces debajo de las tocas castas de Desdemona se agazapa el hacha parricida de Clitemnestra, pues aquí todo está muy entreverado y el bien y el mal conviven puerta por puerta. 


En eso que nos llevan de ventaja a los cristianos, en ponerles almaizar para que no las miren a la cara a sus parientas. Si la ley mosaica prescribe la dilapidación para la adúltera y los imanes punen severamente por la misma razón, los cristianos parece que nos movemos en inferioridad de condiciones. Estamos obligados a poner la otra mejilla y hacer la vista gorda a los cuernos, a no vengar las afrentas. Pero no es así. La ley del amor triunfará. Casi por este extremo de devolver bien por mal, un rasgo de entidad divina más que humana, se puede demostrar que el cristianismo es la religión verdadera. Y ahí tenemos a san Frutos salvando a la derrocada y a Jesús dejándose ungir los pies con el alabastro de la dulce y tan pecadora mujer de Magdala.

En este mundo de contrastes entre la opulencia y la privación de lo más elemental la regla sigue en vigor hasta en el atuendo femenino. Lo que les falta a las elegantemente desnudas de nuestras pasarelas les sobra a las señoritas de Bombay que por carencia de medios no pueden ir a la moda. O no llegas o te pasas, o no bebes o te emborrachas, esa es la fija.

El efecto multiplicador del cuarto poder con su arrasadora eficacia haciendo bocina desde los nuevos púlpitos que son las ventanas de los aparatos de televisión sirve de caja de resonancia. Los ojos del basilisco que matan con la mirada tienen hoy pupilas de neón. Salimos a  víctima de la violencia doméstica casi diaria.


Estos males, que siempre tuvieron mala compostura, ahora parecen carecer de remedio. Ni contigo, ni sin ti. La maté porque me pertenecía. Mía o de la tumba fría. Machista. Yo ahora hago con mi cuerpo lo que me apetece, mira éste. ¿Y tú qué me has dado, a ver qué me has dado? Hay algo de luciferino en esta guerra de los géneros que revoluciona los hogares, está poniendo patas arriba las camas de matrimonio y los gineceos en pie de guerra. Fracasada la lucha de clases, ahora a lo que se enfrenta el mundo de los ricos es a la de géneros al grito de “mujeres del mundo uníos”. En lugar de crear un clima de armonía entre el hombre y la mujer lo que está determinando es mayor crueldad, más ira, más esposas victimas de vejámenes o camino del hospital, más maridos y padres de familia que acaban en la calle pidiendo limosna. ¿No nos estaremos pasando?

En desquite de lo morboso, el crimen pasional no pertenece al ámbito perentorio que hoy se le quiere dar. Es más viejo que la ruda porque ya chupaba cámara de actualidad en los tiempos bíblicos y mira que por aquellos días no había micrófonos acusicas ni la gran lente de aumento de los medios de comunicación donde todo se magnifica o minimiza a propia conveniencia para deformar la magnifica presencia de Dios en la historia. Lo quieren desterrar los demagogos y sigue aquí: habitando entre nosotros.

 La flaqueza del barro en que hemos sido fraguados no ha perdido su habitual consistencia; seguimos en las mismas con nuestra querencia a ser carne de cañón, carne de horca y carne de prostíbulo. Puede que san Frutos eche un remiendo, pero esto no lo podrán arreglar nunca ni los moralistas furibundos ni las feministas del moño retorcido. Más valdría morigerar un poco el país, colocar a la mujer en su sitio justo y digno, ni en una hornacina ni en la corrala, y no tratarla como un producto de bisutería o de casquería. El alza de mira de la lente del espejo público no debe estar en la explotación morbosa de los bajos instintos (corruptio optimi péssima), pero hay intereses en juego para que no sea así y esta sociedad recoge lo que siembra: pornografía más violencia. Es un círculo vicioso.

 


El efecto mimético de esta corriente llega a los hogares y los convierte en infiernos. Más que moradas vinieron a dar en campos de batalla, en abrevaderos de imágenes, porque la bicha no deja de escupir basura. Hay poca ética y menos estética, dormitorios en los que tampoco se va a descansar sino a la guerra, refectorios de comida rápida. ¿Qué tenemos a nuestra alcance? Televisión basura y sin gusto, comida basura, una clase política que es una mierda y un periodismo que unos días se hace el Tancredo y otras veces rememora las furias de las venganzas catalanas y de la Campana de Huesca. ¿Te acuerda de lo de entonces? Pues ahora sufre. La máscara plateresca del Arzalluz retador y amenazante se ha convertido en una pesadilla que recuerda que en este país donde existe hoy una paz precaria hubo campos de minas, dinamita y trinchera. ¿Qué es lo que quiere el burro ése?

A este paso no va a quedar títere con cabeza.

La autoridad del cabeza de familia por los suelos y postergados sus derechos, la manumisión de las señoras ha traído un ambiente de agresión y de revancha contra el varón que del gallo de quintana encaramado en su bardal sagrado e intocable ha pasado a criar complejo de zángano de colmena al que las obreras humillan y desalojan de su celda por parásito e inservible. Cuando ya no eres apto para la creación, la patada, y esa calamitosa y precaria situación de marido y de paterfamilias que tuvo descendencia pero que ya conserva poco ascendencia entre los miembros de su corral, donde más se percibe es en casa.


 Como la mujer trabaja fuera y los hijos no se emancipan el hogar ha dejado de ser ese rincón donde el guerrero de todos los tiempos se imponía y se lamía las heridas. Actualmente es un epicentro de borrascas agitado por maremotos y donde suenan las voces, son constantes las fricciones, y las amenazas derivan en reyerta. ¿Qué hacer?

Con tantos problemas y con tan escasas soluciones no es de extrañar que se produzcan uxoricidios y parricidios. El hogar altar sagrado de la vida de un individuo, conforme lo entendían los romanos y lo asimiló el cristianismo, se transforma precisamente en lugar de acampada sin raíces estables, en mansión de las sombras y un pedazo de ese infierno portátil anticipo de las tinieblas exteriores.

Como el mal no presenta visos de desaparecer, la crónica negra irá en aumento. Forma parte de los apeos del tenderete con un sistema de valores mercantilista y venal. Los españoles ahora mismo no somos un pueblo feliz y los vejámenes en el hogar no son más que un síntoma de  infelicidad y de males que enraízan profundos en nuestra psique histórica. Tal vez tengan que ver con el morbo visigótico, ese vil entristecimiento de la dicha ajena que nos predispone a la rivalidad y la discordia. Por fuera se trata mediante la hipocresía guardar las apariencias pero lo cierto es que no hay buen ambiente.


Se dibuja entonces sobre el horizonte el espectro felón y fratricida del obispo Opas, símbolo de lo bajos que podemos llegar a caer llevados de esa pasión cainita que hace aquí a la traición coger patente, y que padecieron los santos mozárabes que buscaron en el desierto y la huida refugio a la incomprensión de sus iguales y la intolerancia mortífera de rivales.  Por eso convivimos amargamente y la falta de conllevancia nos convirtió en un pueblo duro y cruel para con nosotros mismos y blandos y papanatas hacia lo extranjero. Nos damos besos y abrazos al saludarnos pero en el fondo qué poco nos queremos.

La familia refleja ese trasfondo de desavenencia no solidario  y banderizo que nos llevó a cuatro guerras civiles en los últimos dos siglos, y casi una docena de cambios de gobierno y de golpes de estado. Sólo nos queda recurrir a la lotería y al milagro. Los santos, por lo demás, están ahí, forman parte de nuestra idiosincrasia, casi son lo mejor que tenemos. Ellos sabrán marcar una ruta de esperanza. Su ejemplo y su protección nunca nos faltarán.

San Frutos era un cortesano huido de la corte del último rey Rodrigo que nace cuatro años después de que se produzca la desbandada. La corrupción y la desmoralización debió de ser total. Harto de aquel ambiente de intrigas y de revueltas, repartió sus riquezas entre los pobres y se tiró al monte, no para atacar el arma al brazo al invasor sarraceno sino en ansias de buscar la perfección que Cristo predicó a los que buscan la vida eterna. Probó refugio en los inhóspitos páramos más allá de Sepúlveda, la selva de las anfractuosidades y hoces del Duratón, un paraje aun hoy lejos de la civilización y habitáculo de alimañas.


Le tildaron de loco y de tarado pero Dios se hacía otras cuentas. Mediante el ayuno y la mortificación alcanzó tal grado de perfección venciéndose a sí mismo que obtuvo gracias especiales del Señor como la clarividencia profética, la bilocación y el don de hacer milagros. Cuando vinieron en su búsqueda unos pelotones de soldados bereberes que arrasaron la zona del Duero él se deshizo de ellos mediante la famosa cuchillada sobre la roca que le puso a cobro de sus fanáticos perseguidores que fueron a dar con sus cuerpos y sus caballos al foso que se hunde a los pies del alcor. Arriba, la ermita y, abajo, las hoces y cañones que dibuja el afluente del Duero al internarse hacia el terreno llano, en demanda de los arribes del Duero, a través de una vega ubérrima, almendros y buen vino, mamblas peladas y raigones de un castillo, lienzos de muralla o sillares de alguna iglesia desportillada sobre el otero, trazando una curva de ballesta.

 

Los reinos del último godo se vinieron abajo en medio de discordias intestinas que allanaron el terreno al invasor. España se desintegraba en medio de conmociones personales; la corrupción de costumbres, cuando las damas de la nobleza visigótica habían caído en toda suerte de aberraciones, copulaban con animales, el gusto por la riqueza y la molicie se habían hecho endémicas.  Mientras, Don Rodrigo y su Cava Florinda van a ser desde entonces el fantasma misterioso de la traición, la conjura y el asesinato que se cierna amenazante por la historia de España. ¿Y esto por qué? Desconocemos la causa pero fue así.


Hubo miseria moral a causa del lujo y las riquezas y miseria física, plagas y enfermedades y esa congoja apocalíptica que se conoce bajo el nombre de “presura” y que pone a los pueblos en movimiento y a ir de aquí para allá. Por si esto fuera poco luego estaban los trastornos cósmicos y la aparición de signos y símbolos extraños en el cielo esto es apariciones con los que el brazo de Dios intentaba meter en vereda a los recalcitrantes cristianos dados a la molicie y que practicaban el contubernio junto a la conspiración y el asesinato. Una pena que no estuviese allá Chus Torbado para contarlo porque hasta creo que se hubiese mofado de aquellas señales cósmicas que a todos cogieron desprevenidos al cabo de la batalla de Guadalete y sin saber a qué carta quedar.

Por haberse encendido la iniquidad se enfrió la caridad entre las multitudes que prefirieron los torneos y las intrigas y el fútbol en vez de acudir a los templos a suplicar el perdón de la divinidad ofendida.

Por eso baremos puede ser, agrego, que la presencia constante de José María García machacona y hortera tras los micrófonos echando balones fuera o los trapos de la Campos “tele-ubicua” y baluarte del sistema de pan y circo con muchos muertos y muchas putas en el temario  representen un argumento poderoso de que estamos llegando a las puertas de los Novísimos.

España en la encrucijada aguantando el escalpelo de sus propios enigmas y los americanos deshojando la margarita de las idus de noviembre y sin saber a qué carta quedarse. Bush otra vez batiendo atabales y haciendo sonar la trompa de caza nuclear, el lituo del acojone.  Helo por do viene. Si es el Bush - dejenmelo que lo diga en inglés con la venia del querido patrón de mi pueblo- “we will be beating around the bush” (a pegar palos de ciego y que los golpes lluevan sobre tu cabeza y no te enteres pues esto ocurre cuando el poder lo tienen los agentes de la conspiración); caso de que las urnas dictaminen su opción de una maldita vez, pues no me cohíbo en anunciarlo, las riendas del planeta estarán en manos de un subnormal... And a bull shall gore us. Lo que expuesto en cristiano viene a decir que nos pillará el toro a todos. El dragón afianza sus mandibulares sobre las carnes divididas de este planeta. La sámara del abedul está desparramando sus semillas. Llega la hora de la siega.


Convendría en estos tiempos de alteración purificarse bañandose en las aguas pandas del Duratón y de postre cenar “jaroseth”a base de verduras cocidas en vinagre a imitación de nuestros antiguos padres. El divino Frutos nos ampare de las maquinaciones de la infernal culebra que repta por los viales de la España emputecida y sea la triaca contra el veneno que sus babosos colmillos esparcen. Ya creo que se me entiende: preciso es regresar ante los eremitorios tutelares en los que se fraguó el espíritu de este gran pueblo invadido de falsos profetas disfrazados de periodistas que no son sino haraganes en guisa de filósofos y de políticos oportunistas con un ojo pipa que adoran al becerro y se pasean enseñando la foto de los reyes domésticos. Mucho daño nos hizo porque fue maldición bíblica esa fealdad fofa y bobalicona de los retratos goyescos a Carlos IV. Para librarse un poco del fantasma del Fernando VII conviene vestir la marlota del yermo. Alimentáos, hijitos míos, de miel silvestre, bebed leche de camella. Buscad la sombra de la espadaña que al proyectarse sobre vuestras cabezas del todo os librará de la desazón urdida por vuestro pecados. ¡Viva mi sexmo! Peregrinemos a la pedriza.  

 Los godos no pueden resistir las acometidas de las hordas islámicas, austeras, disciplinadas y con una concepción del mundo muy clara y definida. Un sol nacía por oriente, el Islam, y, ya de vencida, el occidente cristiano parecía abocado a hundirse por el ocaso.


Los soldados de Tarik quisieron prender al morabito que hacía penitencia en el yermo de la pedriza. Nada hubiera sido más sencillo porque el eremita no contaba con ningún respaldo de gente de guerra. Sólo otros dos penitentes, que decían ser sus hermanos, Valentín y Engracia, le acompañaban en su vida anacorética. Sin embargo, cuando intentaron agarrarlo he aquí que el justo varón se encomendó a los Cielos y tocó tres veces el firme de la roca con su callado invocando a la Trinidad y en el momento en que se abalanzan sobre él los de a caballo se produce un corrimiento de tierra. Los soldados de Alá se precipitaron al vacío al abrirse una sima profunda que se puede ver en nuestros días, justo antes de subir la pendiente donde se alza la cruz de la ermita que fue un monasterio benedictino durante nueve siglos. La brecha tectónica (se abrieron las fauces de la corteza terrestre) queda ahí como un testimonio de que el Señor no se anda con chiquitas a la hora de brindar protección a los que elige.

No fue molestado más en adelante el eremita por visitantes incómodos que no venían precisamente en son de turistas; se dice que el caíd que lo perseguía, maravillado de aquel estrago, pidió las aguas bautismales y con toda su hueste en peso decidió hacerse cristiano. Frutos pasó en el abrupto lugar el resto de sus días, alcanzó edad provecta hasta que durmió en el Señor a los 73 de su edad. Allí se guardaron sus reliquias, fue canonizado y proclamado padre de la iglesia de Segovia por Calixto II el año 1111 justo el mismo año en el que Pelayo de Oviedo, obispo primado decreta la supresión del rito mozárabe o hispano visigótico.

 


No obstante el culto a las reliquias de Frutos o Fructus (el alegre, el que disfruta, en latín) arranca desde mucho antes. Es uno de los hitos de la leyenda áurea hispana. Junto a la espelunca donde pasó la mayor parte de sus días los monjes de Cluny se establecieron y fundaron un monasterio, directamente dependiente de Silos y que compitió en grandeza e importancia con el de Montecasino.

En este convento llegó a vivir una beguina que huyó de casa a causa de los malos tratos y pidió asilo a los frailes para que la empleasen como cocinera. El marido un día vino a buscarla, la arrancó prácticamente de las manos del abad llamándola puta y toda clase de improperios. La arrastró por los cabellos y la lanzó al vacío justo en el mismo punto donde había dado san Frutos la famosa cuchillada que le puso a cobro de las iras del Islam. La pobre despeñada se encomendó al santo y sucedió que éste vino en su socorro. El cuerpo fue a rebotar contra la rama de un sauce que suavemente se fue desgajando amortiguando el golpe de la caída al vacío por el desfiladero.


Otro caso similar vuelve a repetirse en la ciudad de Segovia con una judía por nombre Esther a la que el sanedrín local había condenado por adulterio al castigo de despeñamiento, cosa que se hizo con todo la minuciosidad de las reglas talmúdicas. La muchacha cayó al suelo ilesa. Se encomendó a la Virgen y a san Frutos y saltó desde las peñas grajeras a una profundidad de unos cuarenta metros sin padecer el menor rasguño a su integridad física. En acción de gracias dejó la fe mosaica, abandonó a su marido, y entró en religión profesando en la Tebaida de la Pedriza, uno de los paisajes más sublimes de toda Castilla la Vieja. Es conocida con el nombre de María del Salto. La fisga popular que no es poca, porque aquí se saca punta a todo y se hace comidilla hasta de lo más sagrado, quiere echar a la provincia segoviana no sin su mucha miga de refitoleo en cara su abundancia en hijas pródigas. Parece ser que ni María del Salto liberada por la Virgen de la Fuencisla ni la beguina del convento  donde san Frutos oraba y a la que éste largó su cayado para que aterrizara con bien cuando la tiraron por el terraplén en volandas fueron las primeras. Tampoco serán las últimas.

Sin embargo, el refranero popular sigue adjudicando a las mujeres de por aquí una paremiología nefasta. Los mal pensados dicen que por algo será:

Y de Segovia ni burra ni novia, y a ser posible tampoco la mujer”

 

En Caballar estuvo el desierto por excelencia, la retaguardia del espíritu, se supo que también las oraciones ganaban batallas a los moros, y el peor moro es un enemigo interior que llevamos todos en los adentros, ése es más temible que el propio Almanzor cuya memoria se pudra en los infiernos, como cuenta el Silense. Los pendolistas benedictinos nos advierten del peligro que corremos si no volvemos a nuestras fuentes si abrimos la puerta al enemigo y el peor enemigo de España y de los español podremos ser los españoles mismos en ese prurito inquietante por tergiversar nuestra propia historia.



 El eremitorio  conocido por el nombre de Las Cuevas de los Siete Altares, una especie de catacumbas del primitivo monaquismo mozárabe es un reclinatorio para encontrar la paz del espíritu en estos tiempos que tanto se parecen a aquéllos. El aire huele a fragancias humildes del campo que acarician el olfato, la vista se esparce hacia los horizontes abiertos y a los aires altos de la sierra donde los buitres de la reserva trazan círculos de concordia. Vemos alzarse una nube de traza espectacularmente polimorfa, casi se puede tocarla con la mano, tiene algo de premonición  bíblica.  Sobre el envés de este cúmulo gaseoso puede esconderse la presencia del Padre Eterno. La voz de Dios se percibe aquí con mayor intensidad que en otro lado. Es una voz que habla de misericordia y de perdón. La escuchan siempre aquellos que van huyendo de los ojos furentes del basilisco y escapan al yermo como san Frutos mismo. Estas lomas acercan al éxtasis. Qué pena que la mística hable un lenguaje acrónimo  que el mundo desconoce; no podrán desgraciadamente captar su mensaje muchos hombres y mujeres de hoy, enfrascados en sus negocios, colgados del móvil discrecional, que han transformado la religiosidad en superstición y todo lo relacionado con las cosas del cuerpo en su fetiche. Leviatán asoma su perfil de chistera y pantalón a cuadros por la otra ribera del Atlántico, reclama que se le dé culto. Urnas y hornos crematorios, bambalinas, hombres de paja, de esos que tiran la piedra y esconden la mano, y luego acusan mientras esperan que les riamos la gracia. ¡Pobrecillos, son tan poderosos que reventarán de éxito cualquier día de estos! La algarada que viene es peor que la de Tarik y sus chicos. Va a correr mucha sangre - virtual, claro está- a orillas del Guadalete, pero habrá otro Covadonga y otro Clavijo. En espera de que el anunciado renacimiento se produzca al cabo de esos lustros de negrura, sólo nos aguarda el recurso de la huida al desierto tras las huellas de los santos de la mozarabía, los que no quisieron comulgar con ruedas de molino, se resistieron a las añagazas de la Tierra Prometida y del Paraíso de Alá. O del candelabro judío. Las ramas del crecal todas están secas porque pesa sobre todas ellas la maldición de la higuera. El Salvador no puede faltar a sus promesas.

Por ese cabo - todo habrá que decirlo - los peores fueron muchos curas y algunos obispos  libeláticos que en aquella hora amarga pospusieron su fe a la razón y a los intereses de dinero y de poder.  No fueron capaces de comprender porque se le escapaban las claves. Roma en el siglo VIII también claudicó y ahí están los Papas de la Edad de Hierro para corroborarlo.  Cayeron las testas coronadas, se rindieron las mitras y las tiaras pagaron el tributo al nuevo amo. Cristo se retiró al yermo. Ahora resuena desde allí también su voz. Sólo unos pocos la escuchan. Si entablásemos escuchas en estos paraderos, comprobaríamos que la voz del yermo es renuncia y paradoja. Quien pierde su vida la ganará.  Al fin y al cabo la Misericordia escoge a los perdedores- un pajarero, un mozárabe que abandona la Corte de don Rodrigo desengañado de la existencia, que no contemporiza con semejante estado de corruptelas y, que,  perseguido, huye al yermo para esconderse de la mirada del basilisco- para manifestarse.  Gracias a ellos, los planes siguen adelante, aunque esto no se explique del todo bien. No pertenece a nuestra lógica pero es así de cabal. Por eso nadie entiende el milagro aunque a veces se produzca sin que le veamos.  Su presencia no acabará y seguirá manando el raudal de la fuente infinita. Quedad, pues, a pesar de todo, tranquilos.

 

viernes, 3 de noviembre de 2000 (0:53 h.)     

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 24 de noviembre de 2000 (5:32 h.)

 

                             LA PILARICA

En el primer banco se sentaban los doce guardia civiles de guarnición. Era un sargento el jefe de puesto de la comandancia de un pueblo asturiano posado en un valle a la riba de un río. Hay que atravesar un puente sobre el ejido donde pasta alguna que otra “Cordera” maternal y que para mí seguirá siendo vaca abuela con todo lo que digan - el peligro hoy no es el matadero de Noreña sino esa extraña enfermedad que trae a los ministros del ramo de cabeza: vacas locas- y luego se accede a través de una calle larga que se recuesta entre las peñas.


A mano izquierda hay un bar acera por frente del cuartelillo de la Benemérita y otro chigre más que se saltea con un taller de reparaciones de bici y un tercer figón más que regenta Mariano Proficuo dando a la plaza sombreada por la presencia de un carbajal secular cuyas ramas tocan los perfiles del alar de la iglesia y enraman como si fueran una pérgola del laurel de Baco la casa café de la panadera. Ésta debió de ser una mujer de buen ver pues más que comediados los setenta y próxima a los ochenta sigue pechugona ella y tan flamenca. Tiene el pelo rojizo y fabrica unas enfiladas exuberantes y tiernas igual que sus pechos.

Se la podría componer algunas endechas y dirigir unos buenos cantares a esta panadera comprensiva y rumiante que se trae un aire manso y ejemplar con las vacas que pacen en el sel de la entrada pasada la ferretería de Carola  después de virar por la curva y ya estamos en el ojo mismo del valle al que mi vivir o la fuerza del destino me trajo rodando por las pendientes de la casualidad o de un secreto designio que llevamos al nacer todos en la frente  y cuyo sentido oculto vamos desmadejando cada día de nuestra existencia. Nuestro porvenir cuelga de los cuernos enroscados del buey apis.


Pues era el día de la Columna Nuestra. La Virgen sonreía en su trono de jaspe de su altar lateral en la iglesuca íntima llena de fervores tutelares y el anagrama mariano por todas partes; templo de traza cuadrada muy propia del arte visigótico que no utiliza el círculo para nada. Diseño primitivo y rural, la traza románica conocería siglos adelante las excrecencias prendas y arrequives del barroco. En la nave de la epístola había un altar que representaba con mucho entremetimiento y pompa el árbol de Jetsé todo de colorines, muy rural, primitivo y tosco pero con un resultado que no podía ser más certero porque inducía a centrar el alma en el recogimiento. Un movimiento de piedad al tiempo que una sonrisa embargaba al visitante.  Debajo del coro había un confesionario de castaño de traza cuadrada en cuyo dintel ponía el número de su data. Había sido construido en 1808, fecha evocadora de muchos sentimientos en cualquier español por poco patriota que se sienta un español.  La junta de Asturias fue la primera en alzarse contra Napoleón. Esta comarca verdadero riñón de los concejos y cabildos todavía resulta efervescente en todo a lo referente a nuestro pasado. Por eso aquí se siente con más fervor que ninguna otra parte el sentido de la fiesta nacional. Al menos yo vibré el doce de octubre del 2000 con toda aquella escolta de gastadores rindiendo honores ante el altar mayor.


Tengo que decir que el arcipreste don Quintín pronunció un sermón muy sentido de los que por desgracia no se escuchan en nuestro templos desde que dirige los designios de la barca de Pedro ese polaco tan misterioso y comprometido con los poderes fácticos de la trilateral. Por eso tengo que aducir que la homilía del humilde sencillo cura de aldea me llenó de consuelo. Don Quintín, pequeño, algo calvo y rechoncho al que yo convido a culines o a una pinta en la taberna de la plaza adquirió ante mí una elevada talla moral que sobrepujaba a la del propio cardenal primado o el purpurado de Madrid. Porque si los príncipes de la Iglesia compasan y comanditan, transigen, tragan, ponen el cazo, acepto, lo que tú digas, vamos allá, París vale una misa, etc., con el orden terrenal los humildes clérigos de misa y olla se desentienden de esos planteamientos acomodaticios generales. Se les obliga a vivir hombro con hombro cabe el pueblo, sus problemas reales, sus zozobras, lejos de la retórica curial, los rescriptos y bulas papales; en una palabra, el Jesús de carne y hueso, hijo del carpintero y de María, el que talaba arados, mesas, ventanas, algún yugo de ciprés, la ventana que salía de sus manos no la carcomía la sarcoma, ni se abría con el viento recio de marzo, vedaba entrada a los ladrones.

Pero aquí estamos rozando uno de los enigmas más maravillosos de esta institución de origen divino a la cual los hombres bulderos y boleros han querido transformar a su capricho. Querían una iglesia hecha a su medida como una dulleta de encargo pero lo cierto es que a la institución empecatada y corrupta ya que siguiendo las indicaciones de Montesquieu -¿no fue el que dijo que todo el poder corrompe y el poder absoluto más todavía?- sólo le puede lavar la cara un san Francisco. Así la iglesia quedará a salvo de la ignominia gracias a un diácono.

 

La Tradición puede operar maravillas en misa de doce. En la ceremonia aleteaba un sentir antiguo que conectaba el presente con el pasado y nos colocaba delante de la mirada lo acontecido hacía muchísimos años y es que la memoria puede operar milagros. Es un divino don al que ahora combaten con tanto empeño los que hablan de borrarla en aras de su invento. Está visto que el legrado de memoria es uno de sus objetivos. Quieren convertirnos a todos en sapos y se inventa monsergas y acuñan consignas para que nos convirtamos a sus intereses. Tendrán bastante trabajo si de lo que se proponen es hacer que baje de su pedestal la Virgen del Pilar.

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

             CRISTO ES UN ESTORBO A LOS GLOBALES

                                                      Por Millán Sacramenia Artedo.

 

 Yera moru, el cristu  de la iglesia que tiene don Acisclo, habrá que cambialu, porque yé blanco, y ya non val”. La sentencia que profirió Pachu de Mio Pa en el chigre de Alonso tenía toda la categoría de la conclusión de una tesis doctoral. Todos estábamos un poco alarmados porque la andanada era global, de esas que hacen época, pero, como ahora todo lo que traen los papeles se ha vuelto dogma de fe, el pueblo ignaro acepta por ciertas todos estos torpedos a la línea de flotación del barco de la fe.

Otro de los contertulios, Toñín de Ternerona, envidó con una frase que fue lo mejor de toda aquella noche de hierba joven, luna blanca y lejanos ecos del lúgubre canto de la “curuxia” en los humeros del monte, pues el sol ya se había escondido y de las breñas descendían nubes muy negras amenazando  una vigilia metida en agua:

-Tras el carru volcau to son carriles, nin.

-Caguen mi manta quien quitarnus la fe.


Se había entablado una polémica y hubo quién acaloró se.

-Es creer en lo que nos vino, que bien me recuerdo de lo que decía sobre este parecer el catecismo que yo aprení na escuela.

- Y no vimos - precisó Volo Fesorias acordándose de lo que ponía el P. Astete.

-¿Qué tendrá que ver el color de la piel? ¿No dicen ahora que no hay que ser xenófobos?

El color, la raza, la flaqueza o la crasitud, la fealdad o la hermosura no constituyen sino accidente, que no interfieren en la sustancia anímica, la parte más noble de la persona. Lo otro pertenece a la naturaleza inferior. Pero se viven tiempos aparenciales de imagen y de las liviandades de lo light. Nuestro periodismo, el de la “Nueva España” incluso es una caja de resonancia de este espíritu de inversión de la cruz, carrus volcaus, y de esa involución que ya está llegando.

La Summa tomista hablaba del color de la piel como atributo de accidente. Ser blanco o ser negro era como ir descalzo o con botas, estar sentado o de pie, ser miope o tener vista lince, con la espalda tiesa y bien trabada, o cargado de hombros, tener la cabeza en forma de paralelepípedo, cráneo torreado, o de forma alargada y hundida, batiscafocefalia, se decía cuando estudiábamos Prosopografía, ser  braquicéfalo o dolicocéfalo.


Una de las grandezas mayores de la Iglesia es que nunca ha sido racista. Cierto, la más primitiva, la del rito maronita, irrumpió desde Abisinia y hasta san Agustín estuvo enamorado de una nubia a la que tuvo que dar carta de repudio por injerencias de su madre santa Mónica la cual le tenía echada el ojo a una mitra y en aquella época los casados no podían ser obispos. Las mujeres nubias, por otra parte, desde la Reina de Saba a esta parte, pasan por ser las más hermosas de toda la raza humana. Nigra sum sed phormosa, filiae Jerusalem”, [3]se canta en el Oficio Parvo.

Pero aquí la gente sigue tomando el rábano por las hojas, porque los amos de la rueca informativa profazan que es un gusto enarbolando la cruz del revés y a lo que se aspira es al carru volcau que decía Tonin de Ternerona ante un culín de sidra áspera en el galpón de Alonso al atardecer de un día de manzanos en flor. Cristo bendito el que confundió a los doctores deja los estrados en los que enseñaba en el Templo y regresa, cerradas ya la mayor parte de la jornada las iglesias, a los chigres, porque es la taberna el único lugar donde se puede hablar libre sin miedo a los barandas y a los espías del pontífice. Siempre mostró predilección hacia los pecadores, convivía con pecadores, dejaba que las putas se le arrimasen y le ungiesen los pies. Toda su doctrina es una soflama contra la hipocresía del tartufo. El ariete de la mansedumbre no se dejó encalabrinar por las seducciones del poder. De ahí que todavía le sigan considerando persona non grata las gallinas lluecas que se aselan en el nial de los contubernios y la impostura.


Borran su memoria y siguen aduciendo contra su sagrada persona a los abogadetes y rábulas de la impostura. El sinedrio sólo consiguió condenarlo sin pruebas aduciendo testigos falsos. Ora echan mano del libelo, ora de la soflama, ora del sesudo tratado pseudo científico avieso de malas intenciones, ora envían a sus tribus urbanas para que embadurnen los muros de las catedrales con el dele del diaño. El caso es volcar la cruz para marchar todos juntos por la senda del revés.

Les exaspera la figura doliente del crucificado. Se encocoran y escupen ante la imagen clara del Santo Síndone y una parte de ese lienzo se conserva en la catedral metropolitana de la Transfiguración de Oviedo, dedicada al Salvador. Este paño fue el punto de órbita del tan traído y tan llevado culto a las reliquias, y fue polo de atracción de romeros medievales, antes incluso de que se organizasen de forma estructurada las peregrinaciones a Compostela. Ya Alfonso VI en 1085 acudió al ara mayor ovetense para dar gracias por la toma de Toledo. La reconquista del adarve toledano representaba un regreso al punto de partida, un triunfo de la causa cristiana, que tantas persecuciones costó y tantas lágrimas. Toledo y Oviedo suenan consonantes incluso por lo parecido de su toponimia. Fueron sendos baluartes de los godos.

Hay razones fuertes que inducen a suponer que Oviedo, el antiguo templo de Jupiter, que cambió la advocación de su ara a Zeus por el de Cristo, aglutinó el sentir soteriológico del que está imbuido todo el bizantinismo visigodo. En la recuperación de las ciudades y del territorio de los que fueron erradicados a causa del empuje islamita los herederos de don Rodrigo el carballón troncal de la estirpe jugó un importante papel.


No hay más que leer a Nikos Kathantakis para reparar en lo que significa esta presión alóctona[4], que hoy se está repitiendo en proporciones casi apocalípticas que nos recuerdan la “pressura gentium”[5] del que nos hablan los sinópticos, con las mismas características que tuvo diez siglos atrás (los problemas se han agrandado tras la caída de Kosovo). Porque Europa fue un laboreo incesante, un ir y venir cargados con los huesos de los santos a cuestas y de los que efundiendo su sangre dieron testimonio del Cordero. Sin culto a las reliquias ni peregrinaciones no hay fe que valga, pero “Cristu yera moru”, nos dicen los expertos anglosajones. En el Beowulf, en la Chançon de Roland y en las antiguas etopeyas europeas hay referencias a esta pressura gentium.  En el Poema de Fernán González, anterior al “Mío Cid” podremos leer:

Tomaron las reliquias/ todas las que ovieron/ cabalgaron por Castiella/ ansí la defendieron.”


Que se cometieran abusos no lo niego y que haya catalogados en todo occidente más de cien mil astillas del árbol de la cruz que supuestamente encontró santa Elena, tampoco. Todos estos vestigios pueden verse en algunas quirotecas catedralicias y algunas aun se veneran. Hay otros más sospechosos aún; el ceñidor de la Virgen, un mechón de los cabellos rubios de Juan Evangelista o la correa de las sandalias del Bautista. Sin embargo, habrá que poner en cuarentena todas esas conclusiones que publican oportunamente, coincidiendo con las grandes fiestas del calendario cristiano y que han sentado precedente de costumbre - una forma como otra cualquiera de amargarnos las pascuas a los creyentes -y airean los expertos cibernéticos, puesto que no suelen servir a la verdad, sino a intereses ocultos. Son la voz de su amo. Y la impiedad está al acecho. Ahora sólo amagan, pero, en cuanto tengan expedito el panorama, darán de veras. Vuelven a anunciarse grandes persecuciones.

En este tiempo de carros volcados y de teleras y ruedas patas arriba, se cambian las tornas; los versutos facense idiotas y estos últimos a la inversa logran el grado de especialistas. Me aferro a la fe del carbonero con que razonaban mis amigos del chigre. Para mí valen mucho más que las conclusiones de los expertos. Los últimos serán los primeros. Prometió Jesús Bendito y él siempre hace lo que cumple, no como los señores del Banco Azul. No es Charlie el del Bigotito con sus monsergas de “España va bien”.


El logogrifo del 666 se estampa en los papeles más insospechados: en las cuentas corrientes del dinero que mandamos a Bosnia y hasta en las citas de un juzgado (me enseña un amigo un exhorto de la audiencia de Pravia para comparecer a un juicio de faltas, que luego resultó ser una infracción de Tráfico, porque el interfecto le había leído la cartilla al número de la Benemérita diciendole que no toda la culpa de los muchos muertos que hay en las carreteras es de los que se toman un culín de más en las espichas y se van de folixia, huyendo del aburrimiento mostrenco o de las malas jetas de nuestros hogares, donde el odio se condensa, porque el hogar ha dejado de ser sancta sanctórum de la libertad para convertirse en duerno y abrevadero de imágenes, en sede de la insolencia más procaz, sino la violencia, el odio y la mala hostia que se respira en esta España de nuestros pecados, no somos lo que se dice una sociedad relajada y feliz) el número de la bestia aparece allí[6].

La maniobra que se esconde detrás de esta hipótesis sobre la raza negroide del Señor es evidente: acabar con toda una iconografía y estatuaria en la que aparece como un hombre de raza blanca, rubio, con los ojos azules, la barba bermeja. Así es la estampa en los contornos en relieve de la Sábana Santa turinense. Las pruebas del carbono catorce surten evidencias de que no se trataba de un hombre del medievo sino que la fija de su fallecimiento finca hacia el primer siglo. En el sudario se encontraron vestigios de plantas hoy extintas y que se desconocían en Italia porque pertenecían a la flora palestina. El perfil del amortajado era el de un ario de rostro alargado de miembros proporcionados que recuerdan a los cánones de Fidias y Praxíteles más que a los de un judío típico con ese pabellón nasal que diferencia a los hebreos - no es exactamente una nariz ganchuda sino un perfil que contorna la boca y el arco ciliar coronando la peana de un labio carnoso y sensual-, lo que ha llevado a los antropólogos a conjeturar la posibilidad de que hubiese algo de griego en la estirpe de la tribu de David. A Jesús luego se le tendría al menos como un judío helenizante lo mismo que a san Pablo.


Esto no es la sustancia. Es el accidente, volvamos a insistir. el meollo de la cuestión no descansa sobre su aspecto físico sino en la perduración de sus enseñanzas. Lo que prometió se ha cumplido. La Ciudad Santa fue desolada por Tito así como sus misericordiosas palabras acerca de la mujer pública: “Allí donde sea publicado este evangelio en el universo mundo todos tendrán  noticia de su nombre”. Los griegos dominaban la Decápolis o conjunto de ciudades donde se desarrolló la mayor parte de su vida pública. El Nuevo Testamento fue escrito en griego, a excepción del de Mateo, y hay muchos aspectos de la Palabra que recuerdan las normas de conducta de las enseñanzas de los estoicos y peripatéticos: el desdén de los placeres, el perdón de los agravios, la contemplación de las maravillas de Natura.

En el amor a los pobres y a los oprimidos, en su rebelión contra los poderes fácticos causó revuelo entre los fariseos, los miembros del sanedrín y los pontífices. Es posible que hoy siga siendo el ariete que molesta a los globales. Cristo estuvo entonces contra los pactos sinalagmáticos con Roma, huyó siempre de los honores y de la riqueza. Era un peligro constante para los que se consideraban depositarios de la verdad y el brazo de la ley, celosos siempre de su capacidad de convocatoria ante las masas, y de su atracción mesiánica. Por eso lo enviaron al palo esgrimiendo aquel argumento estremecedor que todavía retumba en los ecos de los siglos caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos. Era tan arrebatada la incriminación que el pretor romano que desde el principio del juicio lo tuvo por inocente acabó por lavarse las manos desarbolado por la contumacia diabólica de Anás y Caifás. Pilatos irresoluto no tuvo otra opción que acceder a la petición de los pontífices. Cuando escuchó de sus labios que lo denunciarían ante el emperador, sancionó la crucifixión, que era entonces el tormento de la ignominia, la peor forma con que podía acabar un ciudadano romano.


Cristo plantó cara al viejo orden. Estorbaba entonces y estorba ahora. El anatema de crucificale sigue agitándose macabro en los labios de los globales, los cuales - esto no se olvide- so capa de democráticos y librepensadores son totalitarios. Su memoria histórica continúa siendo un estigma que se proponen erradicar la propia memoria porque actúan con vehemencia subjetiva sin darse a razones. Pero en las tácticas con que lo persiguen, más sutiles y de guante blanco, no son más originales que los Herodes y Nerones de antaño y utilizan los mismos argumentos. Loco. Se hizo pasar por hijo de Dios. Rey de los judíos. Visionario. Echaba demonios en nombre de Belcebú. Hoy se le tilda de políticamente incorrectos a Él y a sus verdaderos discípulos, que son los peligrosos, porque se han situado extramuros del sistema de la oportunidad. Ellos harán más pupa que las excomuniones episcopales o el compadreo de las altas esferas ganosas de mantener preeminencias e intacto el poder y la cartera   porque, a diferencia de los malos pastores y de los discípulos de pacotilla, no se han adherido a los pactos sinalagmáticos de la gran movida. Su reluctancia les convierte en idóneos para los quemaderos inquisitoriales que ya para ellos se caldean en estos mementos. Todo por no adherirse a la causa de la bestia. No se crean que es ningún cuento chino lo del anagrama fatídico con los seis números del anosmia[7]. Sus siglas vuelan por el círculo virtual de Internet. El antecristo hará milagros.


No he visto película más alevosa que una protagonizada por Antonio Banderas y que se titula The Body, toda una diatriba contra el depósito de la fe, una negación de la soteriología, de la divinidad de Cristo y de su existencia, un alegato infame contra la resurrección. La daga venía envuelta en guantes perfumados, pero la seda no podía ocultar el brillo del alfanje, puesto que la daga estaba rodada desde un planteamiento inteligente y consecuente desde la primera a la última de las secuencias. Pero, una auténtica trampa saducea toda esta cinta maestra porque saduceos fueron los judíos que negaban la resurrección, siendo escarnecidos por los otros judíos, los de la rama farisea.

Casi desde que inició su andadura esta misteriosa religión que predica olvidar los agravios y querellas, amar a los que nos persiguen, el desprecio a las riquezas y el apego a los valores espirituales sus detractores toparon siempre en la misma piedra de un único argumento: ser esta doctrina un amasijo de patrañas guisado a gusto de mujerzuelas y débiles mentales.

Nietzsche, el cual tal vez había leído demasiado a Lutero, a Loyola y a Calvino, y que había sido capaz de descubrir las incongruencias de san Agustín sobre el celibato - que las tiene como las tiene san Pablo en cuya pluma retumba el eco de la contradicción y en todos aquellos que se han obsesionado con un único tema- blasfema: “Ese conjunto de afeminados son los enemigos de la raza superior, lo ario”. Para el pensador teutón el cristianismo no era meramente un problema de bragueta, sino que su fundador era un invertido.




Pero Arrio, siglos atrás, había sido seducido por el mismo espejismo y pergeñó una herejía a costa de la diferencia de las dos naturalezas que se observan en la segunda persona de la Trinidad en la que se inspiró el esclavo de un rabino judío, que era hombre rico. Me estoy refiriendo a Mahoma. El que había de ser azote de los cristianos tras la muerte de su amo y los desposorios con su viuda llegó a ser un hombre rico. Primera hégira. Un ángel del cielo le trae escritos los capítulos con todas sus suras del Alcorán. Sus seguidores viven en la ceguera siendo su religión un pisto o digesto de noticias y creencias del antiguo y del nuevo Testamento en los que se agazapa el arrianismo que practicaba el monje Sergio uno de los asesores del Profeta como las constantes genuflexiones o prosternaciones que se practicaban en los monasterios de la Tebaida. De los judíos tomaron la costumbre de no comer cerdo y de practicar la venganza y sigue a los nazarenos en sus prédicas en favor de la sobriedad y de la abstinencia de toda bebida fermentada. Hicieron suya la ley del Talión pero hay elementos paganos en este digesto de dogmas y de supersticiones que es la ley coránica, como santificar los viernes. Era el día dedicado a la Venera o diosa Venus. su culto no posterga la lascivia ni todas las sensualidades del trato torpe por lo que asumimos que el mahometismo es religión cuya puesta en práctica no resulta del todo difícil. Es muy humana porque otorga a los instintos todo cuanto le apetecen, en contra del cristianismo que es ley arduo y fragosa que manda estar en todo vigilante, devolver bien por mal, amar a los enemigos y glorificar y adorar a la Trinidad, algo inconcebible si no se adscriba al código místico de la verdad revelada por la fe. A la legua se nota la vileza de condición de su fundador que era arriero o conductor de caravanas de camellos. En uno de sus viajes el auriga trabó contacto con un rico mercader hebreo al que acompañaba una escolta de renegados nestorianos y arrianos que eran gente versada en cosas de religión. Las escenas violentas que había presenciado durante el tiempo como faetón de camellos en mesones y posadas le hizo aborrecer del vino del que precave a sus seguidores. Él no podía ingerirlo pues era epiléptico y cuando le daba la gota coral quedaba como muerto. En esos trances decían los recueros que le seguía que quedaba como traspuesto y que recibía iluminaciones del cielo y que una paloma, el Espíritu Santo, bajaba del cielo, y, posada en su hombro, le intimaba las suras del libro de los libros. No hay más dios que Alá cantan los santones en lo alto de las torres a partir de entonces. Y no hay más cera que la que arde y si no aceptas pues te pasaré a cuchillo. Lo corean constantemente sus cadíes en una repetición de las cantinelas de los hesicastas; así la melopea sube a los cielos y de los viejos monjes griegos también heredaron el “tasbib” o rosario cuya cuentas se pasan el día entero acariciandolas con los dedos para matar el hambre o acallar la tentación de fumar. En las mezquitas el Alcorán enfundado en un repostero verde colocado debajo de una espada destacan por su sencillez y su decoración anicónica, herencia de la iconoclasia de Constantinopla. Mohamed, dicen, había nacido para profeta por que habló en el vientre de su madre, el arcángel san Gabriel vino a consolarle muchas veces, una burra habló en su presencia y luego la luna la partió en dos, de ahí viene lo del creciente, una higuera le vino siguiendo por todo el desierto de Arabia Feliz para escucharle y no se secó que siempre permanecía verde y daba brevas (éste es uno de los siete milagros) y al final de sus días descendieron los ángeles y depositaron su cuerpo en una zofra de color verde y el cuerpo subió al cielo lentamente.  Mientras, uno de los suyos gritando no te vayas quedó colgado de uno de sus pies quedandose con una parte del cuerpo del profeta. De ahí lo del zancarrón de Mahoma que se venera en Meca junto con la piedra de la Caaba que bajaron los ángeles del cielo cuando vinieron a por él. Todas estas fantasmagorías suenan a secta pero han dado paso a la religión que lleva camino de convertirse en la primera del mundo.

No quería enemistarse con sus paisanos de la Arabia sino halagar los principios y exigencias animales de la condición humana. Les permitió tener cuantas mujeres quisieran. Nueve tuvo él. Vengarse de sus enemigos. Todo con tal de que sus súbditos se prosternaran para adorar a Alá cinco veces al día. Una religión que todo lo que sancionan los bajos instintos permitían y que prometía la arrizafa[8], un jardín de goces sensuales en la otra vida, habría de propagarse rápidamente.  Y así fue. El corán no es más que una pepitoria donde se condimentan creencias, doctrinas de los dos Testamentos en comandita con supersticiones autóctonas. Cristo había predicado la renuncia, la continencia, que sólo lo bueno es útil, aunque sea tenido en poco a los ojos mundanos, porque el Padre celestial hace otras cuentas. Insiste sobre todo en lo que los peripatéticos consideraban una de las premisas de la felicidad y la paz interior conocerse a sí mismos. Gnosce te ipsum.


Pero tampoco pidió imposibles. El hombre nunca será probado más allá de sus fuerzas. Exhortaba a la perfección a la vez que explicaba en la parábola de los talentos que no a todos se les puede exigir lo mismo. Nunca habló del celibato y siendo casto como lo fue nunca hizo bandera de la gazmoñería. Amonestó a los que querían dilapidar a la adúltera. Los que estén libres de pecado que tiren la primera piedra. Instituyó el sacerdocio. El celibato nunca. Alternaba con alcabaleros y mujeres públicas, para los judíos epítome de  impureza.

Los que han convertido la fe en una obsesión genésica atacan a la jerarquía[9] por el flanco desguarnecido y dan en el hito. Desde el concilio de Elvira en el siglo VI en que se preconiza el canon de la continencia para los clérigos esta disposición fue desatendida y no fue hasta ocho centurias  más tarde en que el cardenal Gil de Albornoz, un reformador, amigo de Benedicto el papa de Aviñón y autor del “Colirium contra haereses” que no la impone en su archidiócesis de Toledo. Aquel guaje que se llamaba Juan  Ruiz, buen galanteador de mozas aunque fuese cura protesta poniéndose al frente de todos los presbíteros y diáconos de Talavera, que estaban en pie de guerra contra el rescripto, solemnemente: “Eminencia, quitaínos las buenas para que nos vayamos con las malas. Cristo no impidió a sus apóstoles que se casaran”.


De poco le valdrían las reclamaciones al Arcipreste. Aquel contumaz cura mozárabe que inserta en sus composiciones algunas palabras del viejo bable (guaje, ome, furaco, garabato, facistelo, etc.) estuvo trece años nada menos en una mazmorra de la cárcel arzobispal de Talavera. Lo empapelaron de cánones. A veces los obispos han mostrado un comportamiento fiero nada evangélico y que no que se lo digan a François Villon, otro clérigo de las mismas características. Sobre ellos cayó el ladrillo de Roma. Cristo los perdonó. Nadie recuerda el nombre del mitrado que envió al patíbulo al autor del “Testamento”, pocos habrían leído los colirios contra herejía del testarudo cardenal Gil de Albornoz, pero las generaciones presentes y las venideras siguen solazándose con la cuaderna vía del arcipreste algo débil habiendo “mozes” por medio y puñetero, o con sus fervorosas loas a la Virgen María.

De lo antepuesto se desprende que esta magna cuestión genésica en la que los curas no han dado ejemplo no embarga el verdadero depósito de la fe. No es sustancia sino accidente, igual que el color de la pigmentación del rostro del Crucificado, varón de dolores, hermoso rostro que veneran los siglos. Tanto da que fuese ario, chino o etíope, como es lo más probable puesto que la estatuaria oriental así lo ha venerado a través de sus iconos que nos lo representa como un abuna abisinio de rasgos majestuosos y ojos penetrados de clemencia. El amor es la esencia de esa religión que tantos predican y tan pocos practican. Sobre él descansa su fuerza y su esencia radica.

Aquí la coartada es perfecta. Todos estos rasgos de naturaleza periférica se nos presentan como la médula y nada tienen que ver con el depósito de nuestro credo. Madre ¿por qué callas?


De lo que se trata mediante la elongación de tanto ánimo confundido y criterio perverso es de invertir los valores, atacar a la Iglesia aparente por la esencial. Se trata de melindres que esconden un anticipo de la persecución venidera. Cristo les estorba a los globales y a las fuerzas oscuras porque Él ya lo dijo: “Todos los que dan testimonio de la luz están de mi parte”.

Ellos, sin embargo, erre que erre. La labor de zapa continúa mientras en el Vaticano no sólo miran para otro lado y como no los pueden vencer se han unido a su facción. El carro volcau y todos son carriles. Pero a pesar de todo cualquier día de esto puede aparecer un diácono como era Esteban o como eran Francisco o era Efrén que haga que las cosas vuelvan por donde solían. Quizás el bueno del curín de don Acisclo tendrá que cambiar la imagen del Cristu. Las cuentas no nos cuadran.

Ahora parece que todo se ha salido de madre. Paciencia y barajar, que diría Cervantes.

 

 

miércoles, 18 de abril de 2001 (21:22 h.)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

El insulto a un centinela o fuerza armada está penado por el código de justicia militar, cabo cuartel, hoja de filiación. El soldado con permiso tiene la obligación de presentarse al sargento antes de marchar. Oficial de transeúntes, incorporarse si es avisado. Servicios de armas, guardia, retén, vigilancia. Servicios económicos, de cuartel y de plantón, los servicios mecánicos son de policía y cuadra, los cuarteleros están uno en la puerta del dormitorio y el otro en otra parte. Impedir que nadie toque prenda que no sea suya. Cabo cuartel está desde diana hasta el toque de silencio en el que es relavado por el imaginaria, la misión del imaginaria es velar por los que están durmiendo, tapar a los que se desarropan. A la orden, mi teniente. Duermen tantos, hay tantos mosquetones y tantos soldados, guardia de plaza, de honor, de principal, de prevención. Hay cuatro soldados por cada puesto de centinela. No te puede relevar más que tu cabo de guardia. Ver venir tropa armada o pelotón de gente. ¿Quién vive? España. ¿Qué gente?  Regimiento de tal y cual. Servicios de cuadra, cadenas cortas por el día y en la noche largas. Cinco cartuchos tiene el máuser, recoger sus deseos cuando expiras. El que tome armas contra la patria bajo banderas enemigas.


La altimetría de la topografía militar secciona los accidentes del territorio en colina, cresta, loma y vaguada.

 

Las balas tienen la trayectoria tensa y curva. Macizos son las balas y de carga explosiva, las granadas. Los rebotes llegan hasta los seiscientos metros.

José costa figuera - los agros de Sureda, es Galicia guerrera y apostólica.

En  redor rompen en primavera los frutales la sobregirad de los tonos de acuarela de sus ramajes en flor. Sobre la fuente de los frailes a una ladera del viejo camino de Belesa, pone un brochazo de suave blancura entre las nabeiras el palomar de outero, el hacha sacrílega, los castros de estructura circular a la manera de púlpitos, ya en plena jurisdicción de los lemavos, los pinos mansos, los castaños, los cerezos. Fraga que fundó la estirpe en tiempos del mariscal pardo de cela, el salto de la infancia.

Trisca Teresiña por las veredas de la imaginación. Le leía las doloras de Campoamor. Escribirme una cartas, señor cura. Ya sé para quien es.


Algareros muchachos, jugadores de billarda, de pinche, de amagar y no dar, al anda la mula, a los bandoleros, intenté apagar las vagas saudades en la tertulia. Las sotas me parecieron un trasunto de Teresiña ataviada de princesa, dedos como garapullos, al chocar contra el mármol las cartas producían el rumor del granizo cuando se estampa contra los cristales de las galerías. En la tertulia se agotaban las energías de Sureda jugando al mus, julepe, chamelo, en la malilla. Todos jugaban a gritos. Malilla calada triunfo na mesa, petrucio patriarca, bajote, nadie le superaba en simplicísimo, entes refractarios a la sutileza amen del camarero pasmón el molinero matalamitá, carquexias del té, ricas bicas de xembra, dibujos hechos con un guizo a la manera de punzón.

Salía a relucir la vida oculta de cada cual, acornadas, pero en la riña lo que se dijo es incopiable as doce da noite ben te vi ben te vi ainda Mais, grosero barullo panaderil, el hidalgo Joaquín Lemos, con la barba hasta el ombligo, maestro en el difícil arte de no hacer nada, un claro parentesco de semejanza con el moisés de miguel ángel. Tomar la raxeira todo el camino, vas a tener frío, Jesusiño.

El viaje en diligencia, dos caballos en el tiro y un delantero que llevaban bayas rojas de madroño en el penacho. Sonaron los cascabeles y partimos, los dos de varas y el delantero.

Llaman vídalos a los abedules, que tuvo para mí más eufonía.

En la chapacuña solían bañarse las mujeres, el cantar de los acechadores del baño de las mujeres

as rapazas de surela

cuando se van a bañar

o primeiro que cha mostran

ech´o pecado mortal.

Hay en Galicia riqueza de color en todas las estaciones, Villanueva, el alto de soldán, pereora. Emigración, la diligencia me pareció un ataúd que se llevaba las energías viriles de Galicia rumbo a las pampas, subió un mozo como quien asalta una fortaleza, iban a sentar plaza en la emigración, planto de gutural congoja.

a rais d´o toxo verde

e moi mala de arrancar


as saudades da terrina medra co  y ayga dom ar

Se e llenaron los ojos de lágrimas presos de una tristeza inenarrable, me arrimé de espaldas a una esquina del pescante, el foro de la emigración impuesto a Galicia por los países de la aventura, hacíase en las aldeas la misma vida que en los tiempos bíblicos, costumbres de ogaño hogaño, las dos formas admites, enseres. Sólo para los ricos era llevadera la vida del régimen galaico. Se veían muchas casas abandonadas invadidos los umbrales por el jaramago, por las paredes hacía excursiones la yedra. Empavorece pensar el ingente número de desertores de la cuna.

Alto en Toldavía para comer. Aurriabela vista desde lo alto de Cudeiro ofrecía un aspecto deslumbrador entre picachos abruptos con el miño mansamente adormecido a sus pies, pueblo de orense, herbedelo. Abur, señorito, dios lle faga ben. Arabela, marfileñas manos de sedentario gordo.

Magistral descripción de la matanza del gocho por san silvestres, horripilante grito del cerdo sentenciado, las filloas, la toza sirvió de ara para el sacrificio de los cinco mártires, cuerdas adibales con los que se los cuelga de la portada, toquillas del entrete, hiel de cerdo útil en la cura de los panadizos, tan llamativa del buen vino.

Bueno es tener la gastronomía en olor de ciencia. Todos comimos en franco compadrazgo el día de la matanza asesinos y señores, sirviente y ayudantes. Vendenoces daba forma a los jamones, a los grasudos tocinos de rojas hebras entreveradas, la  riquísima zorza para los embutidos. Toda llena de zullas o cagadas, morcillas arrugadas como gargantas de vieja o bocios de gargantas anormales.


A los chicharrones llamamos roxones nosotros josé costa Figueras, un tupé como la pera del macho cabrío puesta al revés. Fuimos de casa en casa entonando endechas conmemorativas del natío del hijo de dios, un banquete al estilo de heliogábalo. Fue un derroche de manjares, de bebida, de cordialidad, las travesuras de la rapazada. Al terminar el banquete estaban chispos todos. Al xa, eu poño os chorizo, filliño. Nuestras piernas parecían sojuzgadas con el propósito de mantener las formas espirales. Llegué llorando como un becerriño desvalido.

 

 

Haz de ojiva, haz de cuerpo y haz de culote, las balas salen a mil metros por segundo, hay granadas fumígenas, incendiarias y tóxicas. Los cañones son de trayectoria tensa y los obuses de trayectoria curva, morteros de trayectoria curva. La rabera, la parte posterior, que va en forma de cola de milano; los tetones y el cerrojo, el percusor sirve para que se inflame la pólvora, resalte, encastre, vástago del seguro, los cinco cartuchos del máuser, guardamano y guardamonte, casquillo, porta bayoneta, cantoneras o lomeras, la baqueta sirve para la limpieza del cañón, el tapabocas o cubre punto que protege el punto de mira, el machete, la hoja, la empuñadura, la cruz y el pomo.

 


Periodismo de manada, rudeljournalism, los rusos veneran a   Pushkin igual que a la imagen de una virgen, el presidio entero entró en conmoción, actuario, escribano judicial. Tapir, una nariz de tapir y grandes orejas, zabatovka, huelga, encuentro con las nubes de antaño, soobshenie, comunicación, ISTOCHNIK, fuente/ RABNODUSUHNO, indiferente, POSHASENIE, padrino. KARMANIK, carterista. VORISHKA, ratero, estudiantes calabazano (estudiante que ha fracasado en un examen), planta acuática aroidea, cala. Difunto de taberna, borracho, privado del sentido.

 

Diota, vaso esférico para guardar vino.

 

Portabunt nomen tamquam lumen. Asiarca, organizador de los juegos olímpicos. Todo lo del sacerdocio se lo debemos al Crisóstomo y a basilio. Einode, desierto. Los grandes hombres venían del desierto. La soledad es madre de las ideas que transforman el planeta. Ministerio, limosna, sacrificio, palabra. La hidra se estaba devorando a sí misma.

 

La escuela se ha distanciado del mundo laboral. Perago, seguir el camino. Espurcicias o inmundicias. Anillos como símbolos de fe y de fidelidad. Esos malditos ingleses, sacos de pimienta, son los responsables de nuestra guerra en oriente medio.

 

Belicón o Helicón es uno de los personajes. Carta de apostasía de los libeláticos para que les librase de las persecuciones. The falsity of women and the weakness of men.

 

Sundenbok, concepciones totémicas y formulas rituales. Zaria, aurora, la más hermosa palabra del ruso. Escribir novelas pero sin fruto puesto que la imaginación no acude a la cita. Genetliaca y noemática, pensamiento en general. Sus testas coroniformes, ese reloj, centinela de la historia. Cisterco, larva de la tenia.

 


Pogrebeñie, funeral. Anagrama de eternidad. El múrice no quiere ser ya amante de la arena.

 

El militar arma al brazo. La patria es espíritu y los vascos quieren desgajarse del tronco común. Los españoles no somos una raza pero somos acérrimos en la defensa de nuestra libertad. Franco fue general a los treinta años. Silvino honró a su uniforme con toda la fatiga de la vida de campaña. Simancas, la batalla en que fueron derrotados los árabes. Arapiles en la feraz vega salmantine, donde derrotaron a Napoleón. Los requetés se cubrieron de gloria. Navetas y talayote, heroicas defensas.  La culpa del españolismo canario la tiene Nelson que quiso conquistar las islas afortunadas en 1797 sin alcanzar sus pretensiones. Arma principal es la prudencia y la discreción militar. Leales, al pensar, veraces al hablar y ejecutivos en la obra. Fortaleza es una virtud que nos hace querer el bien y evitar el mal. Los rojos despilfarraban medios. Los vicios amarran la voluntad y turban el entendimiento. Honor es una fuerza que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes. Si se pierde ya no se recupera nunca más. Privilegiada situación geográfica y espíritu de independencia del ser español. Asesinatos, incendios, saqueos, corrupción. En un siglo cien gobiernos y cinco cambios de régimen, destronamientos, destierros, atentados, desmembración del ejército e inmoralidad reinante. Disolver la familia, célula nucleica de la sociedad.

 


Vivir a toque de corneta. Los principales sones: diana, parte de revista, escuadra, asamblea de guardia, fajina, marcha, paseo, oración, retreta, general para salir con las armas. Petate, saco de costado, cantimploras, cuchillo, tenedor.

 

General de brigada, de división, teniente general, capitán general. La roja y gualda ondea desde 1785. Una bandera encierra los campos, las fábricas, los antepasados, los pueblos, el porvenir. España, supiste borrar los linderos del mundo, los blasones de los cuatro cuarteles.

 

Alférez de fragata, alférez de navío, teniente de navío, capitán de corbeta, capitán de fragata, capitán de navío, contraalmirante, vicealmirante y capitán general de la armada.

 

Cada mochuelo a su olivo y que cada palo aguante su vela. Examina, hija, examina, religión de las porteras, llegar del campo del honor. Toda la gloria militar no vale la vida de un ranchero, gazapos con guindilla, sumo de la ciencia culinaria.

Comí entonces pan de munición bañado en llanto, un incienso que hace eternas las vidas que embalsama. El mejor aldeano, muerto. A todo aquel que hereda contribuye a arruinarle como pueda, sumidos en la tristeza vil del bien ajeno.

Majuelos nominales.

Le envenenó el ganado untando con jugo de baladre(adelfas).

Baivel, escuadra de cantero con la que se hacen las dovelas.

Las gentes de bien en las aldeas sólo saben gozar cuando hacen daño.


Y el fisco su escaso haber fue convirtiendo en humo, imponiendo impuesto sobre impuesto, por la industria, la herencia y el consumo.

Todo hombre de bien lleva en la frente la señal de la coz de algún jumento.

Sólo Virgilio sostenía que en el campo la gente es candorosa y a mí me gustarían las aldeas si no hubiese en ellas aldeanos ni aldeanas.

Un vecino honrado me envenenó el ganado con zumo de baladre.

Estaba la hierba embalsamada de perfume.

A degollar los lanza más bien que el patriotismo la venganza.

Con estos cambios de cosas y de nombres siempre hará la historia una novela.

Es la fuerza de la sangre una quimera y a mí me gusta el laurel sólo en los guisados.

Levantado Riego, Madrid se convierte en catacumba a cielo abierto.

 

 

El Cid se puso la gonela de lino y se marchó a Valencia la Clara. Valencia la mayor por sus bellidos ojos. En el héroe se resume la ingenuidad y la gravedad de la España.

Sumido en la dulce eutrapelia de los cantos ortodoxos.

Subjetividad de la experiencia humana frente a la objetividad científica.

La cibernética nace en 1941. There is not society, only people, en gorden Park.


Y no digo que afeites nuestra lengua castellana, sino que la laves la cara. No le pintes el rostro, mas libérala de suciedad, no la vistas de bordados y de recamas mas no le niegues un bien atavío de vestido que aderece su suciedad. Acivilar, acial, que es la correa de la cual pende el vestido. Garcilaso, voz muy esclarecida, altos pensamientos de su elocución.

Cuando el pope anda de visitas, los diablos se cuelan en el cementerio. Hay que esconder el hacha a la espalda porque llega el guardabosque.

Se desvanecían en su cabeza las sospechas de la víspera.

Se bebieron juntos la cuenta corriente. Radiograma cultural, el ruso es una lengua literaria, cultural, potente, flexible, magnífica.

Te aplican a Freud como te pueden meter la ley de fugas.

Byran, temporal, no siempre podemos estar pegando a los judíos.

Aquí ahorcan por menos, in foráminibus petrae. Pozhar, incendio. Oiga que acaban de descubrir el magnífico invento de las sopas de ajo. Sustitución de la fe por la sociología. Ética protestante de respeto a la naturaleza como partícipe de la divinidad. Ytechenie, consuelo. La campanilla del arco de la troica cuya argentina música se perdía en la llanura de los campos de centeno. Yo os bendigo, sed honrados y lo metían luego en ataúdes forrados de brocatel. El sacristán poniendo en juego su poderosa octava empezó el responso. Alas negras, solemnes letanías.

Fatigados por el aburrimiento, el insomnio y la inactividad de una vida fantasmal, triple papada, enfermera alta de perfil bizantino. Tiene un escribir fácil y un estilo de cristal. No te rindas, lucha sin tregua, y lo decía sobre un bosque de fusiles de asalto.


El camino expedito hacia nuestro punto de destino reclamados en lealtad a la república pudimos alcanzar el pueblo de san Rafael.

Consuelo es de sabio haber dejado las cosas antes que ellas te dejen a ti. Saber perder, saber dejar.

Los libros dan tanto, tanto que no se les puede exigir, además, que den dinero. Gabriel miró tenía los ojos limpios y su imagen esmerilada permanece en mi memoria. El laberinto de los espejos poblados de fantasmas. Astrana Marín, hombre desarreglado con corbata estrecha y verde pero descubrió todos los intríngulis literarios del quijote.  Se me van poniendo los ojos de lechuza de tanto escribir, botillería y tupí, pero botillero es el que forra las pelotas al pelotari. Repide, Pedro mata, Emilio Carrere. Iba a bailar a la bombilla Azaña el señorito feo y misterioso. En disidencia abierta con el sol de junio, cosas son estas de españoles, pasamos del no pasa nada a ver qué va a pasar aquí. Nuestro pobre Madrid donde la alegría cuesta tanta tristeza.


A casanova le intervienen los aduaneros su rapé y una edición en griego de la Iliada. Se instala en una fonda y botillería de la c. La cruz, ese rey entrevisto en el cuadro de las Meninas, una tarde de oros rotos. Entonces una hombre asesinado era un acontecimiento tremendo. Las farolas de González ruano permanecen encendidas día y noche, siempre ocultan un aquél fálico. Portier, ventana que oculta una cortina. Avenida de los fantasmas y caballeros de la orden del relente.  Elegía de las farolas caídas, popularizó a larra y a dolores armiño, lasaña, oreja de abad. Demofilia, sibila lata o tiritona de la disidencia. Se suicidó una miércoles corvillo. La agonía española, se quita de enmedio cuando empieza a ganar más dinero. El idioma que habla un escritor ha de ser nítido y debiera entenderse en la c. La montera. La conversación de dos españoles inteligentes son dos monólogos sin concesiones.

 

Juan bausa volvió a beber. El corazón se la hacía cada vez mayor y la cabeza más pequeña, llegó a casa alegre y más locuaz que de costumbre. En la casa me enmohezco, salir del local dando tlaspis, le quedaba dinero y volvió a ver porque a la vez que su ternura crecía también su sed. La ciudad de los negocios con su fisonomía sin arboles. Todos los hombres eran sus hermanos, la vía layetana se había convertido en antesala del cielo, siempre me consolaste y ahora cuanto daño me hacen tus palabras, lo echan por borracho y reaccionario, no tuvo bausa quien levantara la voz por él en medio de aquel entusiasmo justiciero, el expediente fue llevado adelante por Ardireu lleno de celo, sin contemplaciones.

 

 

 

 

 

 

         CAMÓN AZNAR AUTOR DE UNA GRAN NOVELA

       SOBRE   LA VIDA EN ASTURIAS PASADO EL TERROR DEL AÑO MIL.

 

Por Antonio Parra Galindo.

 

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Cosa cierta es que los seres humanos tenemos una querencia espiritual y afinidades misteriosas que nos conducen por una vereda determinada, por unos derroteros tan diversos e inextricables como pueden ser la transmigración de las almas, las coincidencias en los paisajes, la comunión estética o la participación en unos mismos afanes políticos. Hay que hablar de la polaridad, de la atracción de los cuerpos pero también se da un irrefutable magnetismo entre las almas. Al entrar aquí habría que explayarse en tratar todos esos vértices esotéricos que no explican del todo pero que en cierta manera coadyuvan a vislumbrar algo del misterio del cristianismo, la más verdadera de todas las creencias y la más perfecta dentro del piélago de dioses falsos a los que la humanidad adoró siempre.

Se nos ofrece pues una metempsicosis intelectiva que nos instala en un grupo o en una capilla específica, pero nuestros maestros, nuestros profesores marcan las almas. Ellos fueron la antorcha que guía y su voz resuena en nosotros de por vida porque los ecos de su voz no conseguirá extinguir la muerte.


Camón Aznar fue profesor mío de Arte, recuerdo con fruición y embeleso aquellas clases en la Facultad de Filosofía complutense de ladrillo rojo y de planta funcional en los inicios de la década prodigiosa de los sesenta. El aula donde impartía cátedra este aragonés con aires de despiste nacional daba vistas a la Sierra de Guadarrama so un jardín de rosales y cedros y la diafanidad toda de Madrid envolviendónos, cobija de amor y de sabiduría, esa luz cruda y entusiasmada, aires cortantes de cuchillo, ese viento de Madrid que mata un hombre y no apaga un candil que tanto miedo en el cuerpo le metía a Clarín al que hoy recuerdo a los cien años de su muerte, se nos fue un día de Corpus de 1901, y un mal aire que se le coló de rondón por la barriga, un mal aire de Madrid, acaso un berrinche, se lo llevó a tumba en Oviedo una mañana en que cantaba el raitán en su pomarada. También Clarín ha sido en literatura mi parangón. Su prosa calada de belleza encuentra un eco en la de este aragonés transmontano y cuya trayectoria vital tanto tiene que ver con Asturias.

Siempre que bajo a San Martín poso en la tienda de mi amigo M. Méndez Vigo, el hábil Manolín con sus manos que todo lo componen y cualquier artilugio reparan, perito en amistad y sobre todo gran ingeniero del alma, que está frente por frente de la casona que tenía Camón en ese valle de Luiña cuyos paisajes saltan a sus páginas porque se enredaron en sus sueños porque también a él Asturias se le coló de rondón en el alma con la magia indeleble del “culiebre” y quedó prendido de la canción de los labios de una xana.


Es una casa de planta moderna de tres pisos, galerías acristaladas. Palmera real da escolta a su antojana y de estilo funcional.  Cupiera suponer que uno de los hombres que más sabían de arte románico y mejor lo explicaron habitase una de aquellas casas blasonadas con portón y estragal, balcones corridos, hastial de piedra que se dan tanto en el  país, los que describieron nuestros clásicos del XIX. Pero no; prefirió la modernidad y el confort indiano. Él era un hombre austero y de costumbres sencillas, adusto en apariencia como su cara. Tenía un rostro que de tan trágico resultaba lo puramente español y sus ojos delataban a todas horas embeleso y pasmo. Dicen que uno continúa vivo hasta que le abandona la capacidad de asombro, el espíritu de curiosidad y Camón hasta el último huelgo la mantuvo consigo y nos la comunicaba. Su mirada bajo el arcosolio de aquellas cejas tan pobladas y negras, palio de curiosidad y de asombro que se asomaban cada día a un mirador cósmico, estaba siempre como huida pero atenta siempre denotaba esa sorpresa del que descubre e investiga, pescador de belleza en ubérrimos caladeros ocultos a la mayor parte de los mortales. Tenía el alma de llama y las espaldas algo cargadas del hombre estudioso, luego cuando se le trataba al viejo profesor larguirucho resultaba un hombre cordial, algo burlón, daba gusto oirle contar chistes verdes y chascarrillos en la fabla de Aragón. Se podía explicar al Greco mirando para el profesor Camón cuando acometía la exégesis del pintor toledano escanciando imágenes con aquella voz rajada que él tenía y tratando de asir lo inasible con aquellos dedos lardos como flecha apéndices de sus manos enormes, casi de cantero medieval con que accionaba durante la disertación. Algo estevado y con inclinación de hombros. Muchas horas sobre el pretil de un códice asomado a esos ventanales panorámicos de los sueños que son los libros. Nos parecía que el profesor se nos iba por las ramas y que siempre parecía venir a clase con resaca como flotando entre las gasas de una gran borrachera mística. Flotando. Eso. Al andar parecía que flotaba él tan habituado a conversar con los ángeles de piedra y a extasiarse ante las gárgolas habitando la región de los pináculos cósmicos. Sin embargo, conocía muy bien la tierra que pisaba. El Camón íntimo no tenía nada que ver con el Camón oficial, hermeneuta de los ángeles románicos, artista de la palabra, que parecía recién caído de un guindo por sus aires despistados y geniales o escapado de un códice cálamo en ristre.


Había en él como resonancias magnéticas de un trasmundo inabarcable. Era uno de esos hombres a los que encontramos por primera vez y su “cara nos suena” acaso de haberla visto en una existencia anterior. Ese mesmerismo es el fautor del arte, el que carga la turbina de la cultura puesto que la cultura se produce por asociación de ideas y es la resultante de un proceso de bilocación. Dios existe y Cristo está en la historia pero su santidad y su presencia es otra muy diferente a como nos la presentan todos aquellos cuyo todo y único afán ha sido apropiarse de su figura. No conviene darse muchos golpes de pecho ni exclamar “Señor, Señor”. Los fariseos no entrarán en el reino de los cielos. En Camón yo llegué a entrever la existencia de un Cristo que se acercaba a la noción platónica de la divinidad. Todo lo de acá abajo es un calco imperfecto de la perfección que está arriba. Pero como Dios no es unívoco y san Anselmo ya lo definió utilizando un proceso silogístico de exclusión para adecuarlo a nuestra capacidad precario, como lo que no es, ni mortal ni finito ni visible, etc., tampoco a Cristo hay que contemplarlo desde un ángulo unilateral. Por eso hay un Christus “músicus”, un Christus “praedicator” y otro “praedicatus”, un taumaturgo, un demiurgo y un reo, un resucitado y un perdedor, el de la Ascensión y el de la bajada al sepulcro, un sembrador de parábolas que tuvo que emplearse con el látigo contra la “raza de víboras” y otro que fue escupido y azotado, un Cristo manso y un Cristo arquitecto y un Cristo poeta, y otro profeta, pero todos estos conceptos siendo análogos  no son idénticos como tampoco es unívoco ni equívoco ni idéntico a fuer de universales la idea mariológica que viene a concretar y completar la visión cristológica como dos ramas de un mismo árbol, y para entender el arte y la teología hay que estar acostumbrado a moverse por el ámbito de la exposición conjunta.



 La edad media prefiere presentarnos al Mesías como el gran triunfador, el Juez grande que se sienta en la silla de la majestad mientras el barroco se inclina por el Varón de dolores pronosticado por Isaías (otra versión diferente del mismo Dios real). La fe tiene sus lados sombríos. Es una cosmogonía acercandonos a todos estos misterios de lo trascendente de la gracia santificante. El arte en la medida que trata de explicar esa tutela sin tregua de la divinidad sobre el hombre que le sirve de refugio y amparo en su caminar a oscuras por el mundo de esta forma apoda y acoda a la teología. La existencia humana viene a ser como una gran romería jacobea del principio a final. Esta es la idea matriz de esta grandiosa novelita del profesor Camón Aznar. En vida no fue tan famoso como insigne, aunque debemos declarar aquí que eso del “famosus” tiene en lat. matiz de deshonra (no van descaminados pues los que usan la palabra con tanto albedrío), este medievalista de talla cuya obra poco conocida rinde homenaje al saber en libertad. Personalidad fascinante algunos de sus artículos de ABC han de considerarse de florilegio. Yo recuerdo aquella tercera del órgano monárquico - nada tiene que ver con el monarquista de hoy-de la calle Serrano en el que escribían mano a mano los Pérez de Ayala con los Azorín, los González Ruano con los Pío Baroja o el Ortega de la última época. Firmas triunfales. Festines auténticos de la literatura. La de Pepe Camón era una estrella con luz propia en aquel firmamento de estrellas del que sólo nos quedan hoy postes de la luz y jarrillas, mucha jácara y mucha paja debajo de nombres promocionados, novelistas de designación reconducidos de lo negro a lo blanco, ha estallado la bomba de mano de la vulgaridad, sus libros se nos caen de las manos de tan políticamente correctos como van. La crítica los acoge con palmas de tango a todos los “hit” y a todos los “must” que en tongo se deshebran pero hoy la critica está reconducida y manipulada por amiguetes a los que las casas de contratación de la cultura sobornan previamente.  Como van de trapillo a la televisión a comparecer ante el ratón de bibliotecas emblemático tránsfuga que mira por encima de sus lentes de inquisidor y detrás del atril de diserto parece una trinchera a punto de hacer fuego con una de avancarga y luego vaya y sonría con cara de conejo. Pero estos son los toros que hoy hemos de lidiar en este coso. No hay más cera de la que arde. Hay que escribir a cara de perro para hacerle una higa a ese carajo esperpéntico de lo “deja vu”.


Un crítico era Clarín y un crítico como Dios manda era don José Camón Aznar. Prosaba con magnificencia y maneras elegantes de cardenal renacentista, manaba su palabra por aquel chorro de voz baturra y que luego se transformaba en melodía cuyos ecos acariciaban los arcos formeros de un empino de bóveda de cañón. La impostaba porque había algo en su persona de hierático perfil sedente, la majestad del pantocrátor. Nadie  ha explicado el misterio del arte de Jaca en sus boceles, impostas, lucernarios, balistarios, ese mundo fantástico de los bestiarios cincelados sobre la piedra fabulosa con tanta solercia y cacumen como él. Era un especialista inter alia en códices medievales. Los beatos iluminados del arte asturiano nos van a llevar al arte románico que surge como una agradecimiento arborescente hacia la persona de Cristo cuando pasa el terror del milenario. Contrariamente a lo que se ha venido diciendo los capiteles románicos con sus endriagos y harpías, hipogrifos y dragones alados, reflejan ese amor a la vida en el reencuentro con la naturaleza.

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Hay que retrotraerse a la mentalidad del año mil.  Camón era un especialista en el siglo XI. El pavor del milenio igualitario lo refleja en una de las más grandes novelas cortas que se han escrito en los últimos lustros En la cárcel del Espíritu. Es la historia de un monje bávaro que como expiación de un pecado cometido cuya evolución de psicológico refleja el autor con pluma digna de Dostoievski - es un pecado contra la fe, la caída en la sima de la desesperación, la gran aliada de Satanás para penetrar en el corazón de aquellos a los que quiere perder, desesperación que define por otra parte a nuestra época- se embarca en una peregrinación hacia Compostela. No llega a su punto de destino. Fray Lázaro viene a morir en un albergue u hospital de peregrinos en Soto de Luiña y que todavía sigue funcionando.  Miguel Ángel, el del bar de la plaza al que llaman el diácono, sigue examinando credenciales y estampillando avales a los que pernoctan en el refugio con el mismo rigor y sentido de la hospitalidad cristiana con que lo hacían aquellos ostiarios de las posadas del Camino Francés.


El autor parece que tiene delante el hermoso paisaje de las Luiñas a la hora de escribir el libro; en los primeros párrafos habla de un “lugar en la llanura, rodeado de bosques y ceñido por la curva de un río” y trata de reflejar sin entrar en detalle cómo era la vida de un benedictino (¿Benitos o monjes blancos? Los benedictinos hacían vida comunal mientras los bernardos dormían en crujías o dormitorios corridos. Es el único anacronismo que encuentro en la obra, error mínimo).

He aquí una sala hipóstila. Los lechos eran esteras, el refectorio alargado con el púlpito empotrado en el muro. Mística y casta serenidad trasminan las páginas de “En la cárcel del espíritu”. Es un viaje a un claustro donde el tiempo se amansa y donde vemos a los pendolistas de bruces sobre el pupitre del manuscrito en el que laboran con un pincel en la mano “que cae sobre el pergamino con la levedad del copo de nieve”. Describe la sala capitular siempre resonante de discursos y la iglesia como un trasunto de un cielo humano y dialéctico con arcos que son como respiro de los espacios y pinturas que concretan los pensamientos inmutables. Es un lugar habitado por monjes descarnados de grandes ojos redondos que ocupan un espacio pero que no habitan en el tiempo, esqueletos de ideaciones apocalípticas. Cada vez que el sol enrojecía las gentes iban a encontrar refugio a los montes porque detrás de la sombra se percibía la silueta del dragón, observa el escritor corroborando al propio tiempo lo siguiente:

“En la crisis milenaria hasta las iglesias se vaciaron. cada hombre arrastraba con su sombra su sepultura. En los monasterios sólo se leía un libro el del apocalipsis y la preocupación de los comentaristas consistía en adatar a su tiempo las páginas descomunales del libro”


Este párrafo tiene hoy plena vigencia porque otro terror del milenario es el que acabamos de vivir o estemos acaso viviendo. Camón, que se nos muestra como eximio novelista, topógrafo del sentir y del latir de una época, describe a estos frailes que escribían e iluminaban y que parecían mojar el cálamo en llama y salían del minio colores que eran como “la cresta de un incendio”, “ojos cuya redondez era la del mundo abiertos con el espanto del que ha visto morir al universo. Sus túnicas se doblan con las mismas curvas contraídas de las hojas secas al quemarse”. Al redactar estos magníficos párrafos parece que tiene delante la talla de madera del Salvador que se venera en la catedral de Oviedo mostrando la majestuosa traza de un atlante que se yergue ante la amenaza apocalíptica y empuña como un cetro de paz la esfera armilar.


Pero el peligro ha pasado ya, los curas volvían a aprender latín y las tierras a labrarse, los antiguos manuscritos a ser copiados. “La pánica alegría de aquel momento se convirtió en gratitud hacia la divinidad. Un inmenso amor de redondez panteísta hacia la naturaleza y hacia Dios impulsaba catedrales y cosechas”. Se vivieron años en definitiva de exaltación edénica.  Lícito es preguntarse si a pesar de todos los pesimismos no estaremos abocados a una de esas grandes épocas de la humanidad cuando acabamos de doblar el cabo de los terrores milenaristas con todo Nostradamus a cuestas, las profecías de Malaquías y las predicciones de todos los estrelleros y magos de la New Age que hemos dejado atrás. El mundo, concluye Camón, volvió a ser de nuevo un paraíso sin serpiente. ¿Se aleja también ahora la tempestad? ¿ O los horrores que describe Juan- “tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y la encadenó mil años. Cuando hubieren acabado los mil años será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a las naciones”Ap.20-7-8- pertenecen al hic et nunc de nuestra sangrienta actualidad? El estado emocional del mundo se parece bastante al de aquel entonces. La clepsidra implacable marca la hora global: tiempo de la Segunda Venida. Hace mil años los monjes de las iglesias asturianas le aguardaban encerrados en una celda construida en lo más alto del templo, en el sobrado mismo a la que se accedía por una tortuosa escalera de caracol.

 

y a veces por una cuerda como entre los eremitas de la Tebaida, el monte Athos o entre los coptos. Para bajar había que descolgarse de una cesta. La contemplación por aquel entonces demandaba estas truculencias del Estilita encaramado en su columna para no contaminarse, torres de marfil penitenciales. En Santullano y en Santianes parece ser que quedan restos de estas cámaras anacoréticas.  Era el éxtasis del vigía que escudriñaba el horizonte desde el campanario pero el Cordero tardaba en llegar. Oteaba desde las techumbres el monje pero el Amado se hacía de esperar. A la sazón puede que esta guardia se monte desde las páginas web, aunque no hay constancia pero es suposición plena. Los cistercienses de ahora tienen turbios los ojos a causa del pervigilio doblado el raquis, difícil será encontrar a un contemplativo rectas las espaldas. La guardia sigue en sus diferentes relevos y parece que Dios continúa hablándonos desde el silencio. Hay quien hace la escucha siguiendo su rastro desde la garita iluminada. Abajo se condensan las sombras, los fantasmas nocturnos.


Sabemos que el protagonista era vástago segundón del señor de Klamheim con feudo sobre el castillo de Toeltz. Siguiendo la costumbre de la época sobre la primogenitura ingresó en la abadía. Allí fue feliz fray Lázaro hasta que el diablo vino a visitarlo atosigandolo con el dogal de la duda y la desesperación. Sus años de noviciado tuvieron ese carisma de la ondulación y melisma del canto llano. El cuerpo de los monjes está hecho para la liturgia, la melodía monódica que recorre las bóvedas con la elegancia del cisne en el estanque. El templo románico se convertía en un lago de beatitud donde hasta la estructura hipóstila desempeñaba una función de alabanza a Dios a través de la voz humana. Era un discurrir placentero por el perfil de los días y el turno de las estaciones materia y forma conjuntadas y sin diferencias entre el alma y el cuerpo. La vida monástica es una búsqueda de armonía y un anhelo de contemplación.


Era el cristianismo total a la sombra del Pantocrátor de la mandorla mística antes de la llegada de la peste franciscana, el principio del fin, el primer conato de reforma religiosa que iba a desembocar en las demasías de las guerras de religión. Era entonces cuando Roma no tenía tanta importancia pero la cristiandad era más católica, más universal y más libre. Los ojos se entornaban hacia Jerusalén. “No había fronteras en la fe ni en los pueblos, ni nacionalismos montaraces, ni cismas ni herejías”. Por eso viene a concluir el autor: estos siglos que van desde el terror milenarista marcan el triunfo verdadero de Cristo. Algo que en la historia no se ha vuelto a repetir.  Todos los que amamos a la grandeza de la Iglesia verdadera tendremos que suscribir esta hipótesis que Camón aquí describe maravillosamente. Los tímpanos románicos expresan asimismo esa idea célica del paraíso impersonal y cósmico, un empeño que sólo fue posible mediante el rescate de la sangre de Cristo. Es la ideación pura, el concepto teológico en carne viva lejos de las vivencias personales. El creyente sentía partícipe de una empresa total. A Dios no se le puede ver, tampoco se le puede nombrar. Es lo absoluto e incognoscible. Sin embargo, los que se acercan al arca santa de tapas nieladas, ese cofre de salvación de la fe en español, a contemplar esos ojos  que acechan y perdonan, ojos del mundo redondos y opacos y esa sonrisa de la talla tan dulce como tosca o se prosternan ante el Pórtico de la Gloria consiguen una visión de ese reino futuro que aguarda a los que perseveran siquiera sea a través del ojo de cerradura que abren las arcadas románicas.

El autor va explicando el proceso con acuidad y pluma veloz a través de una prosa en el que el castellano recobra todos los honores de lengua espiritual apta para hablar con Dios y entusiasmarse ante los deliquios de la Virgen María. Entusiasmo es un endiosamiento y sin entusiasmo no puede haber cristianismo ni tampoco buena literatura. Es algo que sólo puede comunicar Dios a través de sus criaturas. Es privilegio del todo no de la parte y es ahí donde fallan algunos de los novelistas de aluvión el colmillo retorcido o que andan de medio lado que escriben en la España de nuestros días sino del todo. Por eso no lucen aunque traten de encandilarnos con sus mejores galas. Para sentar plaza de novelista o de crítico lo que hay que hacer es estar contra lo de entonces. Este sino de los tiempos nos recuerda a las plagas de Egipto y no queremos esta vez dar nombres. Demasiado revanchismo. Respiran por la herida. La cicatriz de la derrota les sigue superando de ahí que sus libros nos hagan recordar a verdaderos manaderos de pus.


En el estilo de Camón Aznar pasa lo contrario. Es una novela de tesis que prende desde el principio. Además, es uno de los cantos más bellos a la mujer que hayan podido escribirse desde la duda y desde los dolores. Lázaro viene a coincidir con el dictamen del protagonista del Nombre de la Rosa que de la misma manera devino en monje giróvago: los momentos de felicidad mayor no fueron los del convento ni los del éxtasis místico sino la noche que pasó en compañía de aquella muchacha a la que llegó a conocer casualmente.  La crisis religiosa que padece hasta su exclaustración y la posterior condena abacial a hacer la ruta jacobea que en muchos casos equivalía a la pena de muerte porque el viaje estaba cargado de peligros y bajo la amenaza del hambre, la peste y los lobos, es una preparación del camino para explicar su estado de ánimo.

 

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El detonante de la crisis viene dado por una experiencia con la que no contaba: la muerte del maestro de novicios. La visión de su cadáver convulso y desesperado le hace reaccionar. El preceptor había practicado la virtud desde que profesó y seguido a rajatabla las constituciones de san Benito pero en el postrer momento, el definitivo, tuvo un instante de debilidad, resbaló en la duda presa de terrores incomprensibles que le acercan a la boca del abismo. La desesperación es un sentimiento específicamente satánico. Esa tentación a punto de expirar cuando más aprieta el diablo la tuvieron muchos santos. No hay nada más allá, el cielo está vacío; ese viene a ser el argumento. Todos los seres de la creación tienen un destino trágico, juegan la baza con las cartas marcadas, de lo que se colige: procede disfrutar aquí todo lo que se pueda porque si no hay otra vida todo estará permitido en ésta.

San Pablo fue acometido muy recio por los espasmos de esta duda pero la venció y fue arrebatado al séptimo cielo del que bajó diciendo que ni el ojo vio ni el oído oyó lo que es aquello pero la serpiente antigua se atrevió a plantearle cara al Apóstol de las Gentes. Le llamó exaltado y lunático utilizando como argumento su gota coral. Parece ser que Saulo se cayó del caballo en un arrebato epiléptico.

 Es una interrogante que parte las carnes de muchos creyentes y pasa agitándose por los cielos de la historia. Algunos la llaman el silencio de Dios. No todos tuvieron el privilegio de ser arrebatados como Pablo de Tarso a las alturas. Porque vio creyó y esta fe le hace increpar con la vehemencia que le caracteriza a la muerte preguntando dónde estaba su victoria y proclamar incluso “culpa feliz” al pecado de Adán factor desencadenante de la redención. Pero hay que insistir que no todos gozan del carisma de la claridad de la trasverberación que arranca las nieblas del error de sus intelectos.


El orante se ofrecen en oblación y ha de cargar con los delitos y lapsos de los otros. A veces la cruz resulta demasiado pesada y viene la duda del sepulcro vacío. He aquí a  Lázaro de Kleimheim copista y amanuense de los libros santos en un monasterio de Alemania sumido en el laberinto. Siente que el cielo se le viene encima, gime y busca sin hallarla la salida a la encrucijada. El tiempo de rezos y el duro trabajo caligráfico que trazaba lineas y colores, rasgos, sobre los preciosos cantorales, no eran más que un alivio pasajero. Cuando en las cortas vigilias antes de Maitines sobre la estera o la yacija de paja que le sirve de lecho en la crujía hipóstila vuelve el gusano a roer y la tentación por sus fueros. El cielo está vacío y con la muerte estalla sobre nosotros la nada. Él no resucitó, los vendajes del sepulcro no eran los suyos y el mito de la resurrección fue un montaje, la fabricación de unas plañideras histéricas que estaban enamoradas físicamente del Galileo. Todo es un invento, una inmensa fábula. Sus torturas y escrúpulos únicamente encontraban una tregua mediante las manualidades de su absorbente labor de miniaturista.

El proceso está perfectamente descrito tanto como el ambiente de la época. La hambruna y la mortandad de la peste van a ser otro emulsivo del entusiasmo con que arranca la undécima centuria. La sociedad feudal hace crisis. La lucha por las indulgencias y las disputas entre trono y altar por la preponderancia vuelven más duro el panorama. Si existe un Padre Célico que ordena nuestros destinos y todo lo dispone hacia el bien para que nos sintamos a gusto y no nos falte de nada ¿por qué entonces permite el mal y la injusticia, el desamparo? El joven benedictino se amarga la vida haciéndose una pregunta eterna. Él pensaba que había un orden en el mundo pero mira alrededor y comprueba que vive cercado por la desgracia y lo diabólico. Hay un desfase entre la idea y la materia. Zumba sobre sus oídos el garrotazo amenazante de la entelequia. La vida del monje se convierte así en una lucha contra la quimera.


“Los hombres andaban como cadáveres a pie por los caminos y e las casas no salía humo”. Esta imagen del hogar frío y la chimenea apagada, el jardín abandonado y la casa cerrada acentúa la sensación angustiosa de ciudad desierta y de país despoblado es de entidad apocalíptica porque nos remite a connotaciones de castigo divino, de manipulación de la descendencia que es en definitiva un atentado contra las fuerzas de la vida. Fue el pecado de Sodoma. La Asturias de diez siglos atrás guarda cierta analogía con la de hoy con un crecimiento demográfico cero atendiendo la llegada de la alfaida, la marea humana,  de hordas en masa que van a constituir una sociedad amorfa y desespañolizada y alóctona. Todas esas contingencias ya se preparan. 

Así fue al despertar del medioevo cuando desde Escandinavia denominada entonces “oficina gentium” se impulsaría la colonización masiva de Europa sobre las ruinas del romano imperio. Los barbaros del norte llegaron en oleada y de forma sorpresiva. Era una visita que nadie esperaba. Todo descorrimiento de pueblos presenta unas connotaciones apocalípticas que hacen pensar en el castigo bíblico. Lázaro de Kleimheim sentía sobre sus carnes esa presión.


Pero la auténtica crisis de fe va a tener lugar coincidiendo con la llegada de un fraile esquizofrénico, trasunto de Savonarola, al que su soberbia le sume en la herejía, desde otro monasterio circunvecino a predicar una cuaresma. “De la boca de Fray Martín no partían razonamientos sino rayos, nada de adoctrinamientos sino anatemas. Hay en su persona un anticipo de Lutero puesto que en el visitador se plasma la rebeldía diabólica, la cabeza engallada del “non serviam”. Su presencia produce en las aguas tranquilas hasta entonces del monasterio una conmoción. Acusa a los monjes de ser castos y crueles, de predicar la caridad porque no se atreven con la justicia. Roma es el símbolo del engaño, la mentira y la avaricia. Sus sermones atraen la ira de la parroquia. Se le suspende a divinis pero recalcitrante en el error vuelve a predicar contra las Indulgencias y es dilapidado por hereje al pie del altar por la chusma airada. El hermano Lázaro contempla con horror aquel asesinato, ve cómo el cadaver es arrastrado a las tinieblas exteriores para que se lo coman los buitres. Era un blasfemo, un apóstata. Y aquí llegamos al nudo de la trama de esta impresionante novela teocéntrica  en el que se denuncia a una sociedad hipócrita capaz de matar en nombre de Dios y que se atreve a manchar sus manos de sangre porque alguien cuestiona el libre albedrío, el derecho a pecar. La libertad humana es sacrosanta, la propia divinidad la respeta. Por una vez lo infinito se doblega ante el capricho de lo finito. La angustia y grito de fray Martín proyectan hacia el cielo la angustia del hombre contemporáneo.


A un escoliasta de la época no se le ocurriría explicar con tanta clarividencia e interés el proceso psicológico, la dura prueba a la que es sometido este religioso que vacila zarandeado por uno de los problemas más arduos: la presencia del mal. Pronto vemos al protagonista sumido en la soledad del ángel destronado. La Biblia lo recuerda: “Ay de los solos”. El sacrosanto refugio del monasterio es perforado por esa duda caliginosa y a partir de ahí no va a ser un espacio resonante de las notas de la himnodia  gregoriana.  Los turíbulos no sahúman el perfume del incienso sino el humo fétido del azufre al que acompañan las estentóreas carcajadas del ángel caído en su vagar absoluto por los derroteros de la historia. Se ha perdido la inocencia del Edén. El hombre vuelve a su condición de animalidad precedente al génesis, no es más que una fiera que piensa, copula y traga, merodea y caza sin obediencia a otras leyes que no sean los apetitos instintivos. O dicho de otra forma el peso de la novela se apoya sobre el ominoso barrunto de la muerte de Dios. Pero parafraseando a Nietzsche cuya entera obra son las exequias de la divinidad fallecida, ¿existe Dios? ¿Y si no existe cómo podremos hablar de su muerte? ¿No será la idea de la divinidad algo subjetivo, una especie de prolongación de nuestro ego insaciable? El simio se puso derecho y anda ahora erecto, evolucionó como evolucionará algún día su pensamiento hasta conquistas insospechados hasta ser el mismo su propio dios en su proceso de adaptación. La tentación de Babel otra vez bajo los planteamientos seductores de Darwin.

La dilapidación del hereje hace que Lázaro, el puro, el incorruptible entibie su fe desde la base de un razonamiento verosímil: no es lícito asesinar en nombre de la divinidad pero esto fue precisamente lo que estuvo haciendo el ser humano desde las cavernas a través de la práctica de un ritual supersticioso. A Dios había que inventarlo puesto que daba coherencia al grupo porque nos reafirma en lo que pretendemos, nos halaga el oído. De esta forma el concepto del ser supremo pasa a ser algo subjetivo, puro maquillaje para nuestra vanidad intelectiva. Un analgésico para el dolor que comporta el destino de los nacidos para la muerte.


Lázaro había pecado y el pecado es como la rotura de una armonía con el cosmos. Sin embargo, la razón no es más que la tapa de los sepulcros. Un buen día reconoce su culpa y va a caer de rodillas a los pies del abad con todo el monasterio reunido en capitulo. En aquel entonces las penitencias eran públicas. El prelado no puede absolverlo tratandose de tamaño pecado mortal, el de desesperación; es un pecado contra el Espíritu. Lo envía de peregrinación a Santiago de Galicia. A la sazón las autoinculpaciones se llevan a cabo ante el capítulo. Las penitencias también eran públicas. Los pecados, distintos. De una magnitud más solemne si cabe porque diferente era el concepto de cristiandad. Recordad a tal respecto la Huida a Canosa. Todo un emperador prosternándose descalzo ante Gregorio VII. Hasta que no estaba saldada la deuda con la iglesia o con los hermanos, Dios no perdonaba. Era frecuente ver vestidos de saco en el ámbito de las ciudades a los flagelantes clásicos. En realidad las peregrinaciones empezaron a partir de esta noción de culpa que había que expiar mediante el viaje iniciático. Los romeros cuando de personas consagradas se trataba recibían de manos de su abad un bordón, unas veneras de concha y el clásico petaso o sombrero de ala ancha que servía para protección de la intemperie y también para ocultar el rostro. También recibían el ósculo de paz y treinta dineros para el camino. Nada más.

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 No era consciente el Hermano Lázaro cuando se despidió de sus compañeros que la hégira expiatoria que iba a comenzar le iba a llevar más lejos de sus sospechas. Como primera medida tuvo que dejar morir a su yo para empezar a vivir.  Dejó de pensar. El trajín de la andadura le deparaba el robustecimiento de sus miembros corporales. El alma se purificaba. Tenía que aniquilarse y ser semilla que después de caer en la tierra hará que fructifique la espiga. Alguna veces añora la casa matriz y se acuerda de sus frailes con una vida tan reglamentada y tan diferente de la azarosa que a él le persigue, añora los ritos y canta cuando puede el oficio divino o dice misa en plena soledad porque partió con la recomendación expresa de su superior de evitar las iglesias y los poblados. Sin embargo, al llegar a Tarbes localidad de los Pirineos pide al obispo letras dimisorias para poder consagrar la Eucaristía. No ha de olvidarse ese nombre. Tarbes es la diócesis donde se produjeron las apariciones marianas de 1858 a santa Bernardita Soubirous.  Lourdes está en pleno corazón de las peregrinaciones jacobeas. Aunque obtiene la facultad de celebrar y concelebrar pronto olvida su condición de clérigo porque, tramontados los puertos y habiendo dejado atrás el monasterio de San Pedro de Sieresa, una serrana de un valle navarro lo recoge cuando estaba medio muerto y lo lleva a su choza, le da de comer, le venda las heridas de los pies y, cuando despierta escucha hablar en vasco: “gaixo ziñatan, orain zaunde” (enfermo estabas antes, ahora bueno). Se inicia una bella historia de amor pastoral. El protagonista vive los instantes más bellos de su existencia, conoce la plenitud. Ni siquiera se acuerda de los votos arrastrado por su pasión pero un día al salir a arar encuentra el cuerpo despedazado de un hombre por los lobos la noche anterior. Le viene a las mentes el recuerdo de la palabra empeñada al superior. Vence las lianas que le atan a aquel hermoso caserío rodeado de fortísimos montes donde viven gentes sencillas en estado de gracia original anterior al pecado del primer hombre y abandona la vida arcádica. La mujer le sigue durante un trecho pero vuelve a abandonarla.



El cristianismo que encuentra pasada la cordillera es una religión en estado de guerra. “España vive-dice-sólo para vencer a los enemigos de la fe en franco contraste con la mansedumbre y placidez del sur de Alemania. Aquí todo se extrema a punta de lanza. Todo se radicaliza con ímpetu de ataque”. Tampoco el cristianismo es un concepto unívoco. Nunca nos pondremos de acuerdo pero es así. Lo único que le mantiene vivo es lo externo porque lo interno pertenece a algo tan sagrado como es la conciencia y es allí en lo íntimo del alma donde Dios habla al ser humano. Pero los ritos, las oraciones, las fiestas, la letanía, la tradición. ¡Si quitamos eso, en qué queda la fe! ¡En monsergas místicas! ¡En una interpretación del Evangelio ad líbitum! Sólo un monje benito puede entender que el catolicismo consiste en liturgia, en un constante recitar de oraciones con arreglo a los ciclos estacionales. Porque la practica rutinaria de la regla nos libra de nosotros mismos. Ora y labora. No te desesperes. Cumple la norma, unéte a la tradición, pero si cambiamos la norma, si introducimos cambios en la liturgia obtendremos una mutación de la esencia y llegaremos al síndrome del templo vacío, a la macrocefalia jerárquica. Tenía que renunciar al amor pero al igual que en el “Nombre de la Rosa” Lázaro reconoce que no hubo instantes más suaves que los que le depararon sus nupcias con la serrana de Arán. Su recuerdo le hace casi enloquecer. Sin embargo, tiene que empuñar su cayado y entonar el  “Ultreya” sin temor a los peligros de la andadura iniciática. Otra vez se pone en ruta. El Salvador le acompaña. Para expiar la culpa, caminar. Tenía psicología de huido y cruza cañadas, desfiladeros. En algunas posadas vuelve a saludarle la tentación, traba conversaciones con otros caminantes hacia Compostela.  Unos perseveran, otros son seducidos por los cantos de sirena, las mesoneras y mozas de partido, que ya entonces el itinerario era ya la ruta de la sífilis, el chancro y las tabes, el perro de san Roque, mal francés y camino francés, otros mueren en los lazaretos o quedan sepultados en los cementerios de peregrinantes, otros mueren devorados por las alimañas, se extravían, enloquecen, se dan al vino o mueren a mano de los bandidos. ¡ Señor, Señor cuanto pecado, cuánta imperfección y cuánta defección! El destino es la tumba.

Alfonso VII el gran rey de Castilla, el repoblador, el que tanto amaba a Oviedo y a los asturianos puso guardia de templarios en la ruta para proteger a los transeúntes. El Hijo del Trueno Boanerges es el símbolo de ese cristianismo prevenido en frontera.

 

 

que encuentra el monje alemán pasado el fito de Navarra, era casi una fe desconocida que acaba atrapándole, se emborracha, se enamora de España a través de una moza vascuence. Hasta los sarrios y las cabras enarbolan el pendón de la cruz frente a la media luna. Ha pasado el letargo del milenario y la cristiandad empapada de vida quiere liberarse de las cadenas y de los yugos que le uncen a las pechas y servidumbres del califa. Al grito de ultreya y del “Dios lo quiere” de Pedro Ermitaño se llena de actividad, despierta de su modorra y se embarca en la dudosa aventura de las Cruzadas, algo por lo cual nuestra fe ha sido tan vapuleada por sus enemigos. Sin embargo, ahí tenemos a Ariel Sharon una especie de Ricardo Corazón de León Judío y nadie le dice nada.




Fray Lázaro había escuchado de labios de un francés que hacía la ruta de Compostela por la parte más sañuda: la de la costa- curiosamente al remontar Oca dejando a un lado Vascongadas que ya en aquel tiempo seguía sin estar romanizada y sin cristianar- “el que va a Santiago y no visita al Salvador por honrar al criado menoscaba al señor” y opta por el ramal de la derecha el que a través de Arbas enfila la ruta de los antiguos monasterios mozárabes de las Monas o Nonas y cruzando por Mieres desemboca en el Templo de la Transfiguración, verdadero Tabor del arte ramirense y de la fe vieja. Queda prendado de las costumbres de aquellos monjes asturianos que nada se parecen a los de Alemania. Para empezar hacen vida eremítica y algunos viven encaramados en lo alto de una celda incrustada entre las socarrenas de alguna peña tejada o en lo alto de una iglesia prerrománica, aquellos templos de cuerpo tan chico pero  de altos muros. Es así como opta por abrazar la vida contemplativa en San Julián de los Prados. Es izado a lo alto de su cobijo en una cesta. Desde allí ora al Criador y contempla ante un paisaje de montes bellísimos que demuestra ser cierto el aserto del códice “In Asturum conventu dedit Dominus montes fortissimos circuitui ejus et praesidit ex hoc, nunc et in saeculorum saecula” (Dios escogió a la provincia de los astures a los que protege mediante una cadena de montes fortísimos). El paisaje de Asturias, santuario de España, tiene algo de sacramentos. Pero el pobre monje tiene allí que ganar el cielo luchando con la tentación que se presenta unas veces en forma de mujer como le ocurrió a san Jerónimo con la satiresa. Otras quien golpea es el silencio de Dios o el desaliento. Hay pasajes en esta obra tan bien llevados que hacen pensar en Tolstoi el cual de forma parecida describe el proceso de la tentación del cenobita en el “Padre Sergio”. Las fuerzas del bien y el mal se turnan. Ángel y diablo parecen confluir en una batalla sin medida. Es el ritmo sonoro con sus impasses e intercadencias del péndulo. La luz libra una cerrada y sórdida batalla con la oscuridad. Nadie sabe de estas luchas interiores. Por toda la redolada ha cundido la fama de santidad del fraile extranjero encaramado en su celda de estilita. Cuando celebra misa los domingos y las fiestas de guardar el pueblo en masa es testigo de sus trances y al final de aquellas misas largas que duraban casi tres horas en el rito mozárabe algunos feligreses se acercan a tocar sus vestidos para llevarse a casa un trozo del hábito, una hebra de su barba bermeja e hirsuta como reliquia. Una noche de junio el valle resuena con el eco melancólico de los cantos de ronda y el brillo lejano y seductor de las hogueras de san Juan, el aguerrido grito del ijujú de la danza prima cerca de las quintanas. El Padre Lázaro vuelve a sentir la llamada del siglo y sucumbe a la celada de la tentación. Se escapa de su nido de oración y de penitencia en lo alto de san Illán de los Prados por una cuerda y huye a favor de las sombras con la luna a las espaldas. La vida de un peregrino es una huida hacia delante.  Siente la llamada del deber. Tiene que cumplir la penitencia impuesta por su abad. Le sonríe las estrellas como lagrimas de cristal en la Vía Láctea. Ultreya. Ultreya. Le convoca la fuerza del camino. Proaza con su torre quedó atrás y contempla Avilés reclinado en la ría pero no se atreve a entrar. Escucha el sonido espectral de las Tablillas de san Lázaro. Hay peste en el lugar. Siente las arremetidas de la fiebre, pasa la barca de Muros de Nalón y al atardecer da vistas al Valle de las Luiñas que le recibe con sus praderías y cuetos detrás del Monte de Santana, cruza el río Uncín y llega al lazareto de Soto. Su estado de salud ha empeorado y es allí en aquel hospital de pobres donde exhala el último suspiro después de haber recibido la absolución de una abate francés también romero a la Ciudad del Apóstol. El penitenciado no consigue cumplimentar su proyecto, pero Camón observa que lo importante no es la meta. Es la vía lo de más. Los santos pueden alcanzar la cima de la virtud heroica habiendose quedado a medias, siendo unos perfectos desconocidos. En definitiva se hace camino al andar.

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Es una de las novelas psicológicas encastrada en una trama que nunca decae bien escrito y mejor pergeñada que responde a un conocimiento histórico de la vida de las ideas y de la sociedad visigótica recién iniciada la Reconquista que casi entusiasma. Al profesor Camón se le conocía como crítico, especialista en el Renacimiento pero su faceta de novelista y de dramaturgo pasaron desapercibidas. Su cara era como la de un pergamino y su estilo de hombre pacífico y modesto, aunque tuvimos entendido que fue anarquista cuando la República, atraía como atrae un códice iluminado porque era el espejo en el cual nos miraríamos de  viejos, y es cierto porque al contemplarme a mí mismo en el espejo veo que me parezco algo a mi maestro cuando tenía mi edad. La vida me ha hecho rodar por sendas muy parecidas a las del  profesor de la Central. He seguido la ruta de los entusiasmos y la de los libros hasta dar con mis huesos en una de las hondonadas paisajÍsticamente más sublimes de la península donde fue a morir Fray Lázaro el protagonista de “En la cárcel des espíritu” ¡Qué cosas!. Aquí la tierra nos puede ser más leve al cubrirnos con el manto de eternidad. Tan risueña perspectiva hará seguramente llevadero el  albergue porque es también las rutas que llevan a la Luiñas lejanas donde yo quisiera descansar.


 Siempre que paso por delante de la casona que se encuentra a tiro de piedra de la tienda de Manolo Menéndez Vigo, contertulio de mis parrafadas y que no sólo me arregla los pinchazos de la rueda de mi bicicleta sino que me da clases de bable, el que hablan en Muros, aunque Manolo provenga de Lugo, y detrás de la de Eloína, otra buena mujer de aquel lugar entrañable, siento la melancolía por aquel tiempo que se fue, por los libros que no se leyeron o de los que apenas hablan pero que son importantes. Solía Camón viajar a su rinconada de este lugar en el concejo de Cudillero con harta frecuencia. Una vez lo vi en Oviedo haciendo tiempo para tomar el tren de Madrid acodado en uno de los veladores de la Mallorquina. Parecía un dios vencido y un centinela a punto de relevo en su garita del Café Peñalba, quizá recordaba a los muchos que cayeron. Era un día de lluvia y llevaba puesto uno de aquellos impermeables de plexiglás a la moda de los sesenta “pluma d´oro” anunciado por la tele de los primeros tiempos por Torre Bruno dando voz a un personaje característico que llamaban “Topo Giggio”, con un gorro para la cabeza. Tenía un aspecto de cansancio y le vi viejo ante una taza de café que se había quedado frío. Acababa de enviudar y ya no había aquel entusiasmo en aquella mirada de figura de arquivolta románica de los tiempos de la Facultad sino la de un senescente abatido y sin curiosidad. Era por el verano del 77 aunque no recuerdo muy bien la fecha exacta. Al poco tiempo murió el profesor Camón Aznar. Quiero con este artículo honrar la memoria de uno de mis maestros. Fue uno de esos intelectuales que habiendo nacido a esta vertiente del Pajares como Claudio Sánchez Albornoz, Ferrandis, Menéndez y Pidal, Alarcos, Azorín o Gustavo Bueno han sentido esa fascinación ineluctable que infunde Asturias sobre los espíritus.  Los amantes de la letras de los tiempos venideros tendrá que hacer justicia a estos prohombres del pensamiento hoy olvidados o ninguneados. Ellos abrieron brecha e iluminaron la paz del sendero.

Antonio Parra.  jueves, 7 de junio de 2001 (2:41 h.)         

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Villafranca del Castillo a jueves, 7 de junio de 2001 (19:31 h.)

 

Amigo don Arturo:

Tengo el gusto de enviarle las fotos del domingo de palmas. Fue un día muy bonito. Espero que sean de su agrado y que se haya restablecido de sus achaques.


En otro orden de cosas, sintiendo una gran curiosidad por el Camino de Santiago, de hecho, estoy escribiendo algo sobre el tema, al que daría cima si Dios me da salud este verano, en mis pesquisas encontré un texto del profesor Camón Aznar que me ha entusiasmado. Es uno de los pocos goces que les están reservados al investigador.

 Me tomo la licencia de remitirles lo que pienso yo acerca de esta novelita corta del querido Camón EN LA CÁRCEL DEL ESPÍRITU.

El protagonista acaba sus días en el lazareto de ese lugar tan entrañable también para mí.

Sería mi deseo que las generaciones venideras supieran de la historia tal y conforme era en el alto medievo. Esta obra de Camón debería estarse en los anaqueles de la Biblioteca.

Yo me encargaría de agenciarsela. No creo que valga más de dos mil pesetas.

Así que si Dios quiere cuando vaya por ahí hablaremos.

Pero si le vaga y tiene ocasión de leer esta glosa en que yo explico hermeneúticamente el sentido de las cosas dentro del espíritu del siglo undécimo dígame qué le parece. Este libro jacobeo al que me hace falta dar la última mano aborda la cuestión casi desde el punto de vista del profesor Camón.

Ya tengo ganas de volver al Rellayo y bajar a misa Soto. He vuelto a engordar. La batalla con el tejido adiposo la doy por perdida pero mientras vayamos tirando...   Queden Vd.con Dios. Me impresionó un detalle que me contó Miguel Ángel sobre su antecesor, el cual sólo sabía decir en latín la Misa de Beata, y celebraba todos los días del año con el introito del “Salve Sancta Parens” como el clérigo de Berceo. ¡Qué primor!


Con afecto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       ARTE RAMIRENSE EN TIERRA SEGOVIA


La iglesia de san Gregorio en Fuentesoto de Fuentidueña apud Sacramenia está en un alcor. Surge a medida que el viajero se acerca como una aparición cabalgando un somo de laderas pardas donde destaca el lomo de algunas bodegas inhumadas taladrando el perfil del monte. Es la que decíamos del Ara Vieja. Tierras de pan llevar. También buen vino cosechero. Zona de castillos y monasterios aprovechando que por esta demarcación fronteriza la orografía ofrecía refugios naturales, en valles recónditos con cuevas en las vertientes. Hubo una Tebaida. Los cenobios diseminados por las estribaciones del macizo de Somosierra atrajeron a muchos orantes y clérigos que venían huyendo de la persecución sarracena cuando la caída de Toledo. Los ermitorios andando el tiempo serían la base de los fundos cistercienses de carácter militar contra aceifas y algaradas por sorpresa en muchas partes.

Hay una serie de rasgos que hacen sospechar de la influencia del prerrománico astur concretamente en este templo de san Gregorio in excelsis, todo un resabio en piedra del antiquísimo culto miguelino de raigambre bizantina. Nos recuerda en cierta forma a San Miguel de Lillo. La traza es cuadrada y rectangular el testero que refuerzan contrafuertes y sillares a hueso. Tiene toda esa solidez áulica y esbeltez con que definía Menéndez Pidal al Arte Ovetense: alma grande y cuerpo chico.


Se pueden rastrear asimismo reminiscencia de esta factura o atavismo en el arte de construir templos en algunos antiquísimas iglesias de Siria y Armenia donde se aprecia la solidez de sus firmes junto a la gracia recoleta. El rito y la liturgia eran similares, calco del bizantino con resabios ambrosianos, las misas cantadas a base de trotarios con un canon esmaltado de invocaciones en griego y en latín, y epíclesis o llamamiento trinitario sobre las especies “en conmemoración de la Cena, más que consagración efectiva, por neta influencia de los monofisismo arriano, tan extendido entre las cristiandades visigóticas hasta Leovigildo.

 Sin embargo, los diseñadores tenían problemas a la hora de voltear las bóvedas y no encuentran el camino de las techumbres de cañón a base de arcos perpiaños. Eso vendría con el románico. Así que muchos techos se desploman por la impericia de los constructores.

El de la nave central y la tribuna del antiguo templo parroquias de Fuentesoto, hoy transformado en camposanto y sus farallones remanentes aprovechados para nichos y enterramientos, cayó, o puede que la iglesia se quedara a medio hacer a causa de una de las habituales correrías de Almanzor, como demuestran las adarajas en el arranque del ala del presbiterio. O hubo un derrumbe o los albañiles tuvieron que liar los bártulos porque los moros venían zumbando.


 No así la parte del cabecero que exhibe su ojiva adosada a la espadaña. Quedan adherencias y desconchados en el techo de algunas pinturas al temple. Las iglesias asturianas estuvieron adornadas con murales policromos que las hacían rutilantes y acogedoras casas de oración. Al lado del evangelio se abre el tiro de una escalera de caracol con los peldaños muy gastados -impresionante detalle- por la que se trepaba hasta la torre. Más de ocho siglos subiendo y bajando por este vano de exiguas proporciones para tocar las campanas determinaron los horadados de la escalinata cuyos tranquillos gastados por las pisadas ofrecen una superficie alabeada, comba de los siglos. Asimismo, lo exiguo del vano hace suponer que nuestros antepasados tenían inferior envergadura que los mozos de hoy puesto que no había hecho acto de presencia la “generación del yogur”. Es una constante que se detecta en todas las excavaciones arqueológicas el porte inferior del español medieval con respecto al de nuestros días. Claro que con su descomunal fémur el esqueleto gigantesco de Sancho el Fuerte de Navarra, hombre de estatura aventajada que pudo sobrepasar a lo que mide hoy un pívot de baloncesto, es excepción que confirma esta regla.

 Parece ser que el monumento fue arrasado por los soldados Murat en una expedición de castigo contra este lugar que había dado cobijo a Juan Martín el Empecinado. Sin embargo, el torreón campanero quedó indemne y señero desafiando a los cierzos y ventiscas y las lluvias de los siglos. Nos observa desde la cumbre con los ojos vacíos, como cuévanos por donde se asoma todo el cielo de estos riscos, de sus ventanas sin campanas ya.


La traza cuadrada y los contrafuertes adosados al muro cimienta la sospecha de su filiación asturiana en esta tierra de frontera, antemural de contención a la presión agarena desde el sur antes de la aparición de Castilla como tal, la de Ferrán González, y con suerte alterna los territorios enmarcados en los arribes del Duero pagaban pechas al rey de León o al califa. Las tornas cambiaban sin interrupción en ese batallar constante en una guerra sin cuartel de sangre y suelo; por las vegas, por las casas, por las dehesas, por las obradas, por los rebaños y hasta por las mujeres como demuestra el ignominioso tributo de las Cien Doncellas[10]. Esta feroz pugna étnica se está repitiendo en Kosovo donde asistimos a los episodios sangrientos de un Reconquista al revés. Es ahora a los cristianos a los que les toca la peor parte y humillar la cerviz ante las presiones de la Media Luna. Los intrusos arriban en oleadas sin que en apariencia exista una mano de contención ni un poder que tapone la sangría hacia dentro que pueden desembocar en verdadera hemorragia social en no tardando mucho. Antes bien, en los medios de difusión pública, debe de ser una antigua táctica bélica que dice que antes de asentar el golpe definitivo al enemigo hay que machacarlo con la propaganda, parece existir una cierta fruición narrativa a la hora de anunciar el goteo que no cesa. Estos juegan fuerte por lo que se ve. Van a por uvas como se dice en argot taurino.

Con tales estratagemas en curso lo que se ha conseguido es retraer Europa a un ambiente que desconocía hace muchos siglos, y que sea verdad aquella frase del Mariscal Göering que cuando escuchaba la palabra cultura se llevaba la mano al cinto. Si sustituimos la cultura por la religión que al fin y al cabo son una misma cosa veremos cómo nos cuadran las cuentas.


Yo he visto tirar de pipa a judíos y a mahometanos, escupir y chillar presas de histeria al escuchar hablar de Jesucristo.  Mientras los palestinos de Arafat llaman a la yihad las huestes del nuevo Josué israelí, Ariel Sharon, parecen definitivamente a punto de embarcar a un revival del espíritu de las Cruzadas en versión judía por recuperar la tierra prometida.

España fue otrora también una suerte de paraíso de las tres religiones, cada una de ellas pugnando por dominarla. Es el mensaje que proclaman las ruinas exaltadas de la torre de san Gregorio. Nunca hubo un verdadero clima de conllevancia entre los tres credos y sería una utopía pensar que hoy cuando reverdecen con más fuerza los postulados, reivindicaciones, nostalgias y hasta un alarmante instinto de desquite al que da pábulo un misterioso y oscuro aliento de discordia, más allá de los comodines de libertad, democracia y carácter etno-centrífugo de composición alóctona, un producto que algunos sectores nos tratan de vender a toda prisa y que aducen como un hecho consumado. Esto hará que pronto o tarde la marmita entre en ebullición.

 

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San Gregorio, iglesia-fortaleza en la cúspide, baluarte templario, refleja el anhelo de defensa de una comunidad asediada. Preside la cima de un páramo donde empiezan a escalonarse las tierras altas de la Pedriza que sirvieron de base a los campamentos romanos (hay tres toponimias castreñas: Castro de Fuentidueña, Castro Gimeno, Castro Sarracín)


Es justo pues alargar la memoria hacia el pasado y añorar con nostalgia aquella batalla de Clavijo en la que el buen rey asturiano Ramiro I exoneró a las cristiandades de la Península Ibérica de la afrentosa gabela de las cien vírgenes. Era un voto a la lujuria y a la salacidad de los monarcas nazaríes. La efigie de Santiago cerró los cielos y España estampandose entre las nubes a lomo de un caballo blanco. Desde entonces el busto y el perfil del Matamoros hoy tan minusvalorada y arrinconada fue elemento de cohesión nacional pertenecen al patrimonio de la historia sagrada de España a la que escupe,  escarnece y pisotea el enemigo [la muletilla que corean hoy los globales con su furia y retorcimiento de mente de siempre es “dónde está vuestro nacionalismo, bien por Cataluña, por Vascongadas, por Galicia, pero ¿ Castilla, dónde te me has ido?”; y replican: “a echar la partida al bar de los viejos”], nos la tienen en el Lithostros, nos la llevan presa su imagen coronada de espinas con una caña por cetro y una manto de púrpura que se echaba a las espaldas de los ajusticiados y de los locos, antes de ser nuestra nación crucificada. Sus verdugos no hacen otra cosa que echar espumarajos por la boca. Su baba nos salpica desde hace cinco siglos.

 Ahora a Ariel Sharon, otro matamoros, nadie se atreve a pararle los pies. Parece un fantasma fugado del sacomano de Clavijo en versión sionista, claro está, sin que persona le llame al orden. Antes bien la opinión internacional chicolea sus incursiones en territorio palestino y hasta lo bailan el agua lo que demuestra que este tipo de zarabandas interconfesionales se ganan alimentando la cadena de agravios y de venganzas, importa dar pábulo al fuego sacro.

Sin embargo, eso es harina de otro costal. Aquí lo que importa decir es que en el 875 en Clavijo empezó a liberarnos de las garras del infiel, por más que muchos historiadores, aun los más sesudos y circunspectos hayan tratado de ponerlo en duda.


Todos estos valles cerrados de Castilla la Vieja cruzando el Duero testimonian aquel empeño de los monarcas de León y de Oviedo por impulsar la tarea reconstrucción de zonas devastadas. La tierra se llenó de torrecillas sagradas luciendo la cruz griega como escudo y pararrayos de clemencia sobre la cofia que desafía a todas las intemperies, adarga que arponea las brisas, cruz en lo alto, cruz de hierro. El tañido del bronce volvió a convocar a las gentes huidas a las montañas. Sus ecos perduran en los cuencos vacíos de los campanarios desmelenados tocando a arrebato desde su silencio impresionante.  Para que los héroes de la estirpe resuciten y vayan a misa. Las ruinas de San Gregorio son un símbolo que se alza en la raya de demarcación de ambas Castillas, aunque en puridad Tierra Segovia cruzaba la sierra y se adentraba a las avanzadas de la ladera de mediodía. Navalcarnero, Navafría y el Escorial caían dentro de la jurisdicción del obispo de Segovia.


Hasta aquí llegaban las mesnadas. Los pendones flamearon sobre estos cerros, ara y guarnición al mismo tiempo, muro de contención contra las invasiones por el sur. Las huestes astur-leonesas de Alfonso III el Magno clavaron las estacas de sus campamentos, los vientos de sus tiendas, tramontando el cauce del Duero, para sujetar al moro que presionaba desde el sur. En la vieja España avezada durante nueve siglos a escuchar el toque de rebato la suspicacia hacia todo lo que suene a benimerines o almohade la llevamos metida hasta los tuétanos. Claro que los demiurgos del cacicato globalización, secundada por un sector importante del alto clero durante más de diez lustros casi se han dedicado a una labor de zapa intelectual, paciente e inteligentemente llevada, con el deseo de  aniquilar - ellos dicen inculturizar como si se tratase de una especie de inoculación del virus anticristiano- de la mente de los europeos esa noción de frontera en la defensa de los valores eternos.

Aquí ya digo andamos un poco curados de espanto y con la mosca en la oreja porque la convocatoria de la yihad “Alá es grande” y “arrasa Arabia” se ha escuchado ya unas cuantas veces por lo que todas esas mohatras de la sociedad multiétnica, apátrida, “tolerante”, va a ser una ley del embudo que beneficiará en detrimento de la catolicidad a los epígonos de Mahoma y de Moisés. La sinagoga trata de vendernos la burra vieja, desempolvando a Voltaire, y a los enciclopédicos, para proponernos un esquema de futuro pintado de color de rosa, basado en una sociedad laica, confesionalmente neutra, étnicamente amorfa, sin lábaros, sin procesiones, sin píxides ni campanas, pero con llamadas a la oración por el almuédano desde el púlpito de la mezquita, y calabazadas del rabino contra los sillares del templo y dejando encargos y notas a Dios en forma de cartitas.

Aquellos rudos mesnaderos del Cid mozárabe fueron un faro de fe y un ejemplo a seguir en estos tiempos en cuarto menguante, tan descreídos. Por todos los rincones resuena la carcajada estentórea del rival. Mediante loores, engaños, chantajes - y yo lo digo en una novela con una frase del caló de los gúrus de la ciudadela del dinero donde se cuecen las ollas de todos los pucherazos, los bizarros lances de la porno-política, la compra de votos y de conciencia “ I´ll buy you out”- el enemigo se ha colado intramuros y ya no hay quien lo eche. Son hechos consumados. No cabe paso atrás, argumentan.


-Pues ahora sí que estamos apañaos. Tanto rosario iluminado y tanta Virgen y ahora lo que se comprueba era que el enemigo pretendía era eso: el coladero de la marcha verde.

-Sí. Nos están solmenando de firme.

-Ya llegaron y han pasao.

-Nos devuelven visita

-Otro Guadalete.

Ante este tipo de diálogos de la gente corriente que se escuchan ahora mismo en el interior de muchas conciencias de españoles honrados o con la boca pequeña, uno no puede menos de acordarse del ovante caballo blanco del Apóstol, ese que vemos alzarse a la empinada en lo alto de un retablo de la catedral de Logroño y con el suplicatorio especial del que era objeto por parte de los romeros en tránsito hacia Compostela: “Herru Santiagu, Gott Santiagu, Ultreya. Iesuseya. Desu, adjuva nos”.

              

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El Duratón es río truchero y cangrejero donde los haya (hasta que vinieron unos malignos y echaron polvos al agua que envenenaron las frezadas) famoso por sus hoces encajonadas. El cauce parece que se intercala sobre cañones profundos y entrega hundido entre los riscos de roca calcárea formando en los afustes y paradas de peña tajada escotaduras y socarrenas, hoy nido de buhardos o por donde el aguila planea. Antaño estas anfractuosidades sirvieron de refugio gracias a los afustes y desniveles del terraplén a los eremitas de las cristiandades del Al Andaluz - reparen los etimólogos que Andalucía viene de vándalos, no es nombre, por tanto, árabe sino godo, porque así designaban en el norte de áfrica a los pueblos germánicos del sur) que venían huyendo de las sacas y persecuciones del califato. Para practicar su fe tuvieron que subir a estas breñas, un reclinatorio de oración donde el cielo parece quedar a menor distancia.

Hay tres núcleos dentro del monacato mozárabe. El primero se aposentó en esta franja de la umbría de Somosierra en una linea de enclaves anacoréticos que llegaba desde Sepúlveda hasta Berlanga. Otro grupo era el del Valle de Silencio tierras arriba del Bierzo y cuya cabeza de partido era Samos, donde se formaron Bermudo el Diácono y Alfonso II el Casto, Sila, Mauregato. Siguiendo la tradición carolingia, estos centros servían de acomodo al magisterio y a la enseñanza. De allá imparte la cultura de los Beatos. Alcuino de York, maestro itinerante, da señas de ellos y hasta es posible que impartiera clases en Samos el cual había abierto sus puertas en el siglo séptimo. Encontraba su vértice en Mellid, el punto de encuentro de los ejércitos asturianos y gallegos cuando iban a pelear contra el moro.

Pero existía un tercer eje y era una cadena que iba desde Astorga siguiendo la calzada de Marco Aurelio hasta Pravia, Oviedo, Villaviciosa, dejando a sus espaldas los nueve centros que desde Arbas del Puerto hasta Mieres del Camino orlaban el paso del romeraje jacobeo durante toda la edad media con escala en Santa Cristina de Lena.


Cistercienses y Templarios se nota que aprovecharon su infraestructura, verdadero anillo de oración, que aseguraba y protegía el camino jacobeo, para dar un carácter más castrense y guerrero a estas apartadas colmenas de oración que agrupaban a hombres y a mujeres sin distinción de género y donde el celibato por más que estaba recomendado no entraba dentro de los planes de la regla donde las preeminencias quedaban determinadas por el afán de estudio, la transmisión de la cultura grecolatina y la lectura incesante de los evangeliarios, sobre todo el libro más popular del nuevo testamento de entonces, el apocalipsis.    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                              

 

 

 

 

 

 


 

   DEDOS LARGOS

 Camara enfocando a un hombre de más de cincuenta años, aunque aparenta más. Sin embargo, hoy va bien vestido. Viene de comprar libros en la cuesta de Moyano que ha metido en una bolsa amarilla. En una de las paradas sube su mujer que a diferencia de Emeterio va muy engalanada y enjoyada a lo joven. Se parece a la reina de Saba. Le cede un hueco en el asiento y comparten banco como compartieron tantas cosas en la vida y tantos sueños que se están viniendo abajo. Le echa la bronca:

-Esa corbata no hace juego con el traje y la bolsa es muy cutre.

-Vaya por Dios.

-Siempre vas hecho un adefesio.

Tantos jarros de agua fría no parecen hacerle mella a Emeterio. Ya está acostumbrado a tales incriminaciones de la parienta bajo las cuales se palpa el desamor. A veces piensa que su esposa es una desconocida y tales razones le han llevado al desaliento del alcohol.  Cuando se habla de violencia de género y de malos tratos a mujeres nadie hace ni la menor referencia a los vejámenes contra el cabeza de familia. El hecho está muy en boga pero los medios de comunicación lo obvian.

-Es que no me di cuenta.


Trata de disminuir importancia al hecho pero a él tan susceptible se le ha amargado el día. Venía contento pero Adriana que no comparte su gusto por la literatura ni por casi nada le ha sentado las costuras a su optimismo de esta mañana de primavera. “Si volviera a nacer-piensa- no casaría con mujer brava, ni española, ni funcionaria, que parece que les rebozaron en pica- pica”.

Sin embargo, a estas alturas ya es demasiado tarde. Hace propósito de enmendar la plana. Sacar el bolso de piel.

Esta decisión le va a traer muy mala suerte como se verá. Su mujer aparte de hacerle un desgraciado le había dado mal fario. ¿Qué será que algunas hembras destruyen al hombre?

Ambos callan aunque para su capote, mientras el autobús sigue pegando tumbos por las calles sin nombre de la urbanización y destruyendo amortiguadores por los montículos y badenes reductores de velocidad que han colocado en la urbanización. Emeterio parece que en vez de regresar al hogar adonde llega es a una trinchera o a la mazmorra de una cárcel.  Eso sí bien ventilada y con la nevera llena. Ha engordado de la bulimia que le causa su destructora esposa. Se siente cansado. Es mayo y Baco con sus ínfulas deletéreas está llamando a la puerta con las insinuaciones a la huida en las haldas traicioneras del tintorro. Piensa que su vida destrozada vale poco. El pre de los campos de la muerte acaso estuviera guisado con más cariño que los guisos de Adriana que acaso le está envenenando poco a poco. Los malos tratos y vejámenes que han encontrado un eco en la prole piensa que esconden el deseo latente de un inicuo `plan secreto de exterminio. ¡Qué infeliz se siente y todo por una cochina bolsa! Mañana llevaré esa de piel de cuero.


Transcurre el día con el martirio de la televisión perchelera con su habitual bazofia de programas sandios donde se hace trizas a la familia y los novelones cursis con acento italiano que a Adriana tanto le gustan. Debe de ser porque es una romántica o tiene un lío. ¿Por qué se arregla tanto? Ella sube y yo bajo, porque así está escrito. Las mujeres tienen la sartén por el mango. Piensa huir pero no tiene trabajo. Está suspendido de empleo, cobra un subsidio y esa circunstancia determina el desprecio de su media naranja. Las mujeres no tienen bandera, sólo se entusiasman con los vencedores. ¡Ah pécora! El mundo está del revés, la cruz inversa, los valores que hicieron grande y significada a esta cultura por los suelos.


Los telediarios han estado vociferando todo el día el caso de un supuesto español- no es español sino a medias- que se encuentra en el corredor de la muerte. ha habido una campaña nacional que ha costado miles de duro para librar a este malandrín que cometió doble asesinato de los ferodos de la silla eléctrica. Insensata y vociferante campaña. Se está comiendo nuestros impuestos. La ola de inmigrantes todo el lumpen del planeta de arribada a nuestras costas. Arzalluz el padrino de eta parece el presidente de la nación a juzgar por la cobertura informativa que recibe su persona en todos los telediarios. Se siente angustiado, aplanado, ante el tropel de injusticia y el cúmulo de despropósitos porque los anunciantes de la caja tonta sobre todo los bustos parlantes de voz homologada que parecen haber ido a la misma peluquería y a un cirujano plástico común para que les infle de silicona los morros y las tetas declaman el estribillo de las desgracias nacionales con voz idéntica y com si nuestros desastres no les afectara para nada, son marcianas recién aterrizadas de otro planeta, hijas mías de mi vida pero de donde habéis salido, ¿por qué os expresáis en esa voz homologada y os expresáis en ese tonillo? Emeterio las considera a todas mujeres clónicas y pánfilas. Trata de pensar en otra cosa, hablar, encontrar cariño, escribir pero ya no puede escribir, se baja a su garita. Su hogar se ha convertido en un abrevadero de imágenes, en un duerno de violencia. Y huye de estampida.

- Me voy otra vez a Madrid.

Su mujer nada objeta pensando que tal vez la no presencia de su incordio como llama al marido le permitirá entregarse a sus aficiones ventaneras. Hay un jovencito en la barriada que la enamora.  Una vez la pilló timandose con él y menudo número montó. Hasta tuvo que venir la guardia civil.

Toma la máquina de hacer fotos, la mete en una bolsa de piel no tan cutre como la que traía a la venida y abandona la salita donde todos están repantigados viendo el novelón lacrimógeno de sudacas con acento italiano. Una trama cursi y pobre que sólo puede satisfacer a las porteras pero exigir más a su mujer sería como pedir peras al olmo.

-A lo mejor vuelvo tarde. Tengo que hacer algunas fotos.

Siente dentro del alma una tremenda desolación interior. Está de un humor de perros.

La cámara avista a Demetrio de nuevo en el autobús, que conduce el Verrugo uno de los conductores más seguros pero más lentos de la empresa de transportes. El coche va lleno de extranjeros, moros y sudamericanos. A nuestro personaje le entra complejo de Doctor Livingston y se le acelera la adrenalina, le sube el azúcar y el mal humor. En una de las paradas sube un matrimonio de peruanos. Entregan al Verrugo un billete de diez mil pesetas.

-No tengo cambio.


Pero los recién subidos viajeros no dan muestras de apearse y se quedan parados en el cancel de entrada. Pasan varios minutos. Hasta que al fin al chófer no le queda otro remedio que encontrar el vuelto de la moneda hurgandose en los bolsillos. Cuando arranca el vehículo otra vez ha transcurrido un cuarto de hora. Demetrio se revuelva en su asiento pero no dice ni mú como también el común de los pasajeros que aceptan la injusta situación con resignación pero los infractores de la norma toman sitio triunfantes entre risas y una sonrisa de oreja a oreja. Es lo que no puede soportar Emeterio pero se aguanta. Sin embargo, el Verrugo va como muy nervioso y están a punto de chocarse con un camión en la carretera de la Coruña. Es un buey mudo pero la procesión va por dentro. Hoy los españoles hemos de aguantar carros y carretas, lo que nos echen. El miedo guarda la viña y engendra mutismo, cinismo y un cierto resentimiento. Nadie sabe se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Tiene que andar con rodeos y eufemismos. Cataluña tierra de cogida. Aragón sin barras de libertad. Pamplona sin cadenas y sin mejana.  En Andalucía nos queda el Rocío pero eso no es más que una fiesta pagana, con mucho desplante y vuelos de lagarterana y el calañés de ala ancha. A Castilla le han hecho la manicura a los leones rapantes de su emblema los áulicos que dicen ser monárquicos pero no son otra cosa que monorquidos, en verdad, porque esto de la patria no ha sido para nosotros sino cuestión de testículos.  No hay garra ya.  Al fin Emeterio opta por salir en defensa de la justicia y del decoro.

-La próxima vez cuando volváis a tomar el bus haced el favor de llevar lista la calderilla y no hagáis esta faena al hombre.


Esta advertencia a dos jovenzuelos no les parece de recibo. Ya está liada.

Los chorlitos se quedan de piedra y sin decir nada. Acaba de entrar en ebullición un volcán. Estos indios son de la raza cobriza, el pelo muy negro pero sin accidentes ni curvas en la cintura, amazacotados, petizos, como tapones.

Pero un joven se levanta y se enfrenta con Emeterio. Se han vuelto a enfrentar las dos Españas. Estampa trágica. El padre y el hijo desenvainan los sables y apuntan al corazón sus filos temblantes. La escena es de los aguafuertes de Goya. Se recuerda que uno de los dos son excluyentes. Uno de los dos tendrá que morir por la punta de la espada.

-Aquí se paga como a uno le da la gana, tío fascista.

-Fascista ¿yo?

-Sí, tú.

-Eso no me lo repites otra vez a la cara.

Se levanta como un resorte Emeterio y se encara con el jovencito.

-Calmese.

Una mano intervino e impidió que la cuestión no pasara de las amenazas y que no tuvieran un atestado. Tras una larga serie de peripecias el ómnibus dio con sus hierros y con las humanidades de carne y hueso del pasaje que llevaba dentro en el Intercambiador de Moncloa. Aquella hora la terminal subter ranea parecía un aduar y en las escaleras mecánicas para salir a la calle el personal ocupaba los peldaños que les escupían hasta el vestíbulo y luego a la calle.


Los abetos primeros del parque del oeste con sus elegantes ramas dejadas caer al desgaire como brazos de un samurai le recordaban los tiempos de estudiante.  Las idas y venidas con los apuntes bajo el brazo. Este lugar de Madrid a la vera del arco de triunfo en cuya cúspide un centurión romano conducía la cuadriga del saber le traía a la memoria pasajes de victoria. Capas y banderas al viento. Las crines de la yegua de juventud que desafía al rayo del ocaso.

Esta nostalgia le puso en situación de la primera copa. Hay que ir a comer. Perderse por los restaurantes chinos. Acabar en el comedor de Casa rodríguez cerca del palacio de Santa Cruz. Hacer diplomacia de mantel con uno mismo. Un día es un día. Había sacado de casa la cámara de fotos. ¿A quién quieres hacer reportaje? Al mundo futuro. Esa mente fue testigo de los momentos importantes de tu vida.

-La compraste en York. El óptico que te la vendió se llamaba Mr. Dixon.

-Buena memoria tienes. Sí señor.

 

 

LA VIDA DEL HOMBRE Y EL GURRIATO DE SAN PAULINO DE YORK

“ La vida del hombre en su rápido por la existencia es un azaroso peregrinar - recordaba san Paulino el monje al rey de Northumberland- semeja al vuelo azorado de un gorrión que se extravía del bando y va a dar a un hall entre cuyos machones se encarama buscando refugio; al cabo de unos cuantos revoloteos angustiosos encuentra de nuevo la salida y desaparece para no volver más”.


Con esta parábola consiguió que el monarca, que era refractario a aceptar el cristianismo, recapitulase y aceptara las aguas del bautismo. Se bautizó Edwin con toda su corte la noche de Navidad. Los bancales del río Ouse hicieron las veces de río Jordán y al obispo y a todos los misioneros enviados desde Roma se les cansaba la mano de derramar sobre las rudas testas de aquellos anglosajones las aguas de salvación. Así empezó el cristianismo en Inglaterra en Eboracum, la madre de todas las iglesias de las islas británicas. Evora Magna, la Roma del norte, una visión mística de la ciudad de Dios, vaciada en el marfil de la historia, túmulo celestial en medio de un paisaje de cañadas al amor de las tierras planas de uno de los condados con más personalidad de Inglaterra.

La leyenda piadosa, luego transformada y sujeta a múltiples versiones y conclusiones, la vamos a encontrar esparcida por códices y cartularios durante la alta edad media. Todos hemos oído contar durante los días retiro y ejercicios espirituales de nuestra adolescencia el apólogo de aquel monje que salió a pasear por la huerta de su convento. En dudas su ánimo hesitaba sobre la literalidad del texto que acababa de cantar  a Maitines en el coro: “un día de Dios semeja a un soplo”. Pero el buen religioso se aceptaba a aceptar tal versión. Un día es un día. Lo mismo aquí en las antípodas, conjeturaba para su cogolla el tonsurado. No puede ser y dicese que por sus escrúpulos el Señor lo probó. Cuando regresó a su celda no reconocía las tapias de su monasterio, había cambiado el diseño arquitectónico, ni los árboles ni los hombres eran los mismo; había otra torre y otro abad, ni el hábito ni la forma de hablar que apenas entendía le parecieron igual. Y es que habían pasado mil años. Dicen que la fuga de las horas con los estragos que causa sirven a Dios de correctivo para punir la vanidad humana.


El resto de sus días aquel fraile estuvo llorando su falta. Dios le había abierto los ojos y como Tomás pudo meter el dedo en la llaga del costado y creyó, dejó de ser perezoso y renitente en el cumplimiento de la Regla y fue más piadoso y caritativo con los hermanos. Un día de Dios no semeja en nada al que nosotros tasamos con nuestros propios cálculos. ¿Cómo poner al mismo nivel la habilidad humana con la sabiduría infinita? Velay los misterios de lo que llaman los teólogos economía de la salvación y es que los designios divinos son inescrutables. La ruinas dilapidadas de los monumentos cistercienses, que a lo largo de mi vida tanto encalabrinaron mi curiosidad, me sirvieron de receta para acallar esta desazón. Yo estuve siempre encadenado a la forma de vida contemplativa que fundara san Bernardo. Acaso mi pobre yo no sea más que una reencarnación de uno de sus frailes blancos que purga las faltas cometidas por inadvertencia o desidia a la observancia claustral y ando por el mundo añorando aquel tiempo en medio de cánticos a la Virgen. Todo York y sus valles resulta un tributo al espíritu cisterciense. Los hados me llevaron hasta sus muros blancos. Era un viaje de ida y vuelta el que realizaba desde Sacramenia a Eboramenia[i]. Tortuoso trayecto vital. Pero no era en busca de un hábito ni de un capelo sino detrás de una mujer cuyos ojos iluminaron mis sueños de vivir una amor indestructible.


De este modo se inicia la andadura de la nación inglesa que se mantuvo acérrima e incólume en la fe de Xto aun en medio de los embates de la Reforma y de la Disolución Monástica hasta bien entrado el siglo XIX donde merced a las intrigas de Benjamín Disraeli se va a convertir en emporio de otra civilización pero ya no bajo el signo de Jesús sino en los brazos del templo masónico y la sinagoga. El York de la Disolución Cenobítica, el de Taulero o el Inconformista del metodismo de Wesley o el de la capilla fundamentada en la biblia a palo seco nada tiene que ver al respecto. El mío cantaba en latin a capela sin órganos clamorosos y tenía un cierta prevención hacia el hebreo. Los himnos del “Prayer Book” con su clamoroso estruendo me dicen poco. Mi añoranza es por la ciudad de los ciento treinta campanarios. Con sus cuarenta y dos parroquias y sus setenta y tantos conventos. Albergo mi esperanza de que algún día vuelva a renacer cuando el arzobispo Hutton que duerme el sueño de los justos en una de las capillas de la pérgola con un libro caído de bruces sobre su barriga se despierte de su modorra. O esa estatua de la diosa Higia que exorna el altar de la Señora son una urna en la mano ceda el puesto usurpado a la Madre de Dios cuya talla fue destruida por otro dignatario de la reforma, monseñor Holgate, sólo para complacer la clastomanía de un Tudor.  


Fue un milagro la conversión de los contumaces “picti”[11]. La catedral de York es piedra angular de una iglesia que se codeó en prosapia con Roma y Bizancio, con Avila, Tarragona, Hispalis, Toledo o Tours. En Eboracum o York de romanos nació Constantino. Su madre Santa Elena, a la que la iglesia universal debe la invención de la santa cruz, el culto a las reliquias y la liturgia a la Majestad, era una bella eborense, hija de un centurión romano que vivió una villa o quinta en una localidad que se denomina Wilberfoss y en la cual tuve la dicha de residir nueve meses de luna de miel y también luna de hiel porque ya en mi juventud empecé a probar las dulzuras y acedas de esta religión que pone como condición sine qua el dolor, el sacrificio, la abnegación.

York se alza en los montes del recuerdo para mí como una pináculo excelso coronado de alas de ángeles. A veces escucho entre el rumor de sus campanas el himno de las letanías entonada por los coros durante toda la eternidad. Santo. Santo. Canto. De aquellos impresionantes y privilegiados comienzos estriba la grandeza y el atractivo de esta primera urbe a la que llegan todos los años multitud de turistas y de peregrinos: la Jerusalén de Occidente. Todos los jerarcas que recibieron el palium en esta sede primada eran considerados como patriarcas de todas las Inglaterras, mientras que el arzobispo de Cantorbery es primado de Inglaterra solamente.

Y tozamos acá con una cuestión peliaguda que ha sido causa de guerras entre la Casa de York y la de Lancaster. Cantorbery y York han pugnado a través de los siglos por la eminencia. Sólo se puede llegar a una conclusión. Que la heptarquía del sur ostenta la hegemonía política mientras que la relevancia de la norteña guarda sesgo más espiritual.


Una fuerza escondida e incoercible me atrajo un día hasta sus muros y al socaire de sus murallas de arcilla blanca iluminadas en la noche como si fueran el fuerte crenelado[ii] de la Ciudad de Dios me arropo. El rumbo de mi estrella marcaba el septentrión. Viajamos hacia el punto de origen, la casa de Helen la bella y el fulgor de la cruz de Constantino en Puente Milvio. In hoc signo vinces. Este es un lugar como para vivir la esencia del amor que es la fuerza de la institución creada por Jesús. Hay una conexión insondable entre esta ciudad y los santos lugares. La madre de Constantino mandó construir nada menos que más de mil templos en Tierra Santa para conmemorar alguna circunstancia bíblica de interés o algún paso de la vida y pasión de Jesús Nazareno. El nombre de esta mujer es muy a tener en cuenta en los anales de la religión y si bien muchos de aquellos templos mandados labrar por ella están arruinados y perdidos o convertidos en cabellerizas o en mezquitas por los sarracenos queda su rasgo impresionante.  Ella puso en marcha todo espíritu hacia la Jerusalén de la que en York se perciben los ecos y que trascendió al mundo caballeresco de las cruzadas.


Toda mi existencia estuvo relacionada con “Helen” y la victoria de Puente Milvio es mi batalla. El nombre de Helen da vueltas al laberinto de toda mi vida. York aparece así ante la vista igual que un sueño. Es un sueño en el bosque encantado de piedra. Ápice del gótico florido o estilo perpendicular hijo del arte normando. Te emborrachas de cresterías al llegar. Su perfil tiene algo de la cerveza robusta que sirven en Whitmawhatmogate donde se encuentra la tasca más vieja del país un publicano que se dirige a la clientela con aires de caballo percherón. “ I am a Yorkshire land”[iii]. Es una casa minúscula como la de los cuentos el hastial que se abomba y se derrienga convexo hacia el exterior como si sus robustos estribos pintados de negro atlantes de roble que sostienen los pisos asimétricos y salientes de un equilibrio difícil pero cuya estabilidad desafía a la acción de los años no pudiesen más. Dicen que en este tugurio fumaba Guy Fawkes, un nativo ilustre, y fumaba su pipa mientras tramaba un complot para subvertir la monarquía. Después de siete pintas un martes de septiembre tomó la decisión de pegarle fuego al parlamento. Para hacer saltar al orgullo inglés. Guy era para mí el verdadero epítome del eborense, pero todos se reían de mí cuando lo mencionaba, me trataban de iluso.

-Entra en la burbuja de los ensueños.

-Llego al país de irás y no volverás. A la Inglaterra de los encantamientos.

-Tu vida será una quijoterías

-Esta ciudad tiene un alma señora y señera.

-Sí es un castillo de marfil. Por cada una de sus siete puertas solo se deja paso a los privilegiados. A los poetas, a los profetas. A todos los que en este mundo han sido.


Todo aquí está relacionado con la belleza en verdad os digo, sus torres y los paneles de las ventanas geminadas rinden culto al dios de la armonía. Es como entrar en un templo sagrado de noche y de pronto las flamas inundan los hacheros, se hace candela y todos son lucernas. La ciudad es el marco perfecto para un auto sacramental como aquellos que estuvieron celebrandose durante los normandos en la “Fête Dieu”[iv]. Todo parece dispuesto como para empezar el rito de misa pontifical. Un eco de antífonas pervade las calles. Quedan las codas de los himnos de resurrección. Sí York es la ciudad de la resurrección. Su escolanía así como la escuela catedralicia adjunta es una de las más antiguas de la cristiandad. Apellidos augustos ocuparon su silla arzobispal y ciñeron su palio de lana virgen con seis cruces negras desde san Egberto que fue el primer metropolita hasta el actual Duncan. Muchos de ellos fueron elevados luego a la silla de Cantorbery como Walter de Gray, Bowet que ocupó el cargo entre 1497 y 1523 y cuya estatua funeraria sedente con un libro abierto en las manos embebido el personaje en la lectura hace pensar al doncel de Sigüenza. Hay que distinguir esta estatua yacente del lector ávido y aplicado de la del lector displicente y amodorrado como es el caso del arzobispo Hutton que arrebujado en su capa pluvial parece echarse la siesta. San Guillermo  patrono de la ciudad que fue canonizado pese a la recia disputa que tuvo con san Bernardo de Claraval por cuestiones prelaticias. Murió en olor de santidad y sus despojos expuestos a la veneración del pueblo durante una semana exhalaban un ungüento odorífero que curaba las enfermedades y hacía otros milagros. Subió a los altares por aclamación popular en 1153.

Luego habrá que citar a san Cuthberto, a san Alberto templario en su día promovido a la mitra  de Jerusalén y fundador de la orden del Carmelo[v] así como san Juan de Beverley. Otros no tuvieron final tan incomible ni murieron con la aureola en la mano. Fueron obispos armados en frontera justicieros o rebeldes, señores de la guerra, según una expresión que está muy de moda por las fechas corrientes, durante la guerra de las dos rosas. Un tal Aldred en 1069 fue descuartizado a instancias de Guillermo el Emperador por oponerse el obispo de canon irlandés a aceptar el rito romano que trajeron los normandos. A Richard le Scrope, titular de la mitra orcina lo mandó asesinar Enrique IV Plantagenet en 1405 muriendo el prelado al pie del altar lo mismo que santo Tomás Beckett, aunque su fama no se desparramase tanto pero evidencia el clima de recelo y de suspicacia que tuvo sumidos a la cristiandad la lucha por la preponderancia entre trono y altar.


Tomás Wolsey, el legado pontificio que había comunicado al rey de Inglaterra la bula papal en virtud del cual se proclamaba a la corona como defensora de la fe de Xto recibió en pago de su solicitud una mazmorra en una oscura prisión eclesiástica de Leicester y después la visita del verdugo. Murió Wolsey decapitado en abril de 1530. Había criticado la conducta sexual de Enrique VIII, harto estragada como es sabido de todo.

Tales intercadencias en el padrón de preconizados arzobispos hace pensar en la variedad y muchas formas de la iglesia instituida por Jesús. Hay muchas iglesias pero fundamentalmente dos: la de Pedro y la de Juan; una externa con mucho aparato y otra interior que apela a la conciencia misma de los bautizados, pero esta es otra cuestión que cae fuera de las competencias de cualquier historiador que exprime y juzga  por lo que ve. Sólo la superficie (pleitos, casamientos desafortunados, estupros, avaricia, guerras, sentencias y desdichas de varia condición).


Estaba escrito que el ser humano sea hijo de sus pecados. Así, el báculo o “staff” eborense pudo estar en manos indignos de la misma forma que el cayado romano y el anillo y la quiroteca se ciñeron a dedos indignos simoníacos, tiránicos y a veces personajes neutros de aluvión. Sólo tú eres santo, Señor. A la vista de las impresionantes torres cuadradas de la catedral  sentí deseos de arrodillarme y de rezar un confiteor. No hay por qué escandalizarse. De todo hay en la viña del amo. Buenos, malos, regulares, medianos y excelentes. Peccávimus[vi], sí. Los hombres vienen y mal como las olas pero sólo tú permaneces. Somos contingentes y aleatorios como el gorrión que vio posarse san Paulino sobre su alero. De pronto desaparece para no volver más. Volaverunt[vii].  Ya no son.  Pero la grey sigue su marcha camino de no sabe bien de donde. ¿Hacia las praderas celestes? It is the long march of everyman[viii]. La eclesiología, esto es Xto, es lo esencias y lo accidental los individuos que ejercen el mandato del rebaño. En York se materializa este pálpito de eternidad. El deseo de amor transformado en piedra. Uno ante el espectáculo del gótico perpendicular se siente formar parte del cuerpo místico.

Hay rangos y jerarquías individuas pero dentro del conjunto  o ámbito de lo total brota las calidad singular de personas únicas e irrepetibles amadas de Dios desde toda la eternidad. Y de esa invitación a lo total, a lo inalcanzable, nace esa maravillosa utopía que alberga el cristianismo en sus entrañas, encina de Jetsé de la cual brotan muchas ramas, el árbol que vio Habacuc en sus sueños que junta lo negro en lo blanco, lo grande con lo pequeño y reúne en una misma dirección a los cuatro puntos cardinales, coordina las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos. En la cúspide, el Pantocrátor bendiciendo a su rebaño con los dos dedos desplegados en gesto de majestad solemne. El poder taumatúrgico.


El arte gótico no es más que un abraxas, un campo de símbolos que abre las credencias de un portal con vistas a un paisaje de coros y armonías donde el dolor y la muerte no tendrán ya vigor ni cabimiento. Los briosos rosetones y ventaneros - en la nave del transepto- se abre un inmenso óculo global que abarca el espacio de una cancha de tenis todo él de cristal de grisalla. Los maestros de la catedral de York muestran una pericia singular en teñir de colores mortecinos el cristal, de la misma forma que el azul resalta en Chartres o León es la cumbre de otro tipo de policromía más abrasadora. Y esta combinación de matices abre perspectivas inefables. Colores que pueden decirse sólo del alma.


Los británicos con el sentido práctico que dan a su piedad, la celebra “anglicana pietas”, algo que sigue llamando la atención cuando atraviesas el cancel de cualquier templo de las Islas, la gente reza con grave recogimiento, lo hacen todo a su manera y por eso su religión es tan nacionalista. Hicieron la revolución religiosa de Lutero imprimiendola un sello autóctono sin desceñirse de la majestad litúrgica. Quitaron muchos santos de sus altares ciertamente pero conservaron lo esencial del rito romano que se convierte en el Common Prayer Book y los cabildos catedralicios fueron rigurosos en la guarda de sus prebendas y derechos adquiridos. Por eso entre los anglicanos sigue habiendo canónigos, precentores, sacristanes, deanes, archidiáconos, lectores, magistrales, limosneros, ecónomos. El esplendor litúrgico trató de ser salvado cambiando el latín por el ingles y sustituyendo la plegaria pro papa por la de pro Regina, o pro Rege. El tesoro catedralicio excepto las tecas con los huesos santos no sufrió grandes desperfectos. Siguieron guardadas en los cajones capas pluviales y las dalmáticas de fimbrias de oro macizo, los pectorales de platas con gemas de rubíes, los acetres y los hisopos. Ya se cargaron de esto los tesoreros de ponerlos a buen recaudo cuando la chusma asaltó los templos. Asimismo, la reluctancia que siempre hubo en esta sede a aceptar la primacía cantauriense inclinó a York de parte de Roma durante el grave litigio de la contrarreforma y en la zona pervivió incluso durante lo más crudo de las persecuciones de Isabel de Inglaterra y de Cromwell un importante núcleo católico renuente a abrazar el anglicanismo y de ese grupo de católicos nació Guy Fawkes el conspirador de la Pólvora.

El oficio divino guarda por lo tanto el rancio sabor de antaño. Incluso algunas costumbres a las que ha renunciado el rito romano tras la puesta al día de las normas del Vaticano II la sede de York las guarda como el besar la epacta al final, la bendición con dos dedos, el deseo de paz que se hace con el portapaz. Los incensamientos y los responsos casi son idénticos que en Segovia o en Toledo. York sigue fiel a su primer compromiso y es católica a no poder más.

Hay una tradición de maestros de capilla que se mantuvo incólume prácticamente desde el siglo ocho. Los primeros cristianos supieron a través de Constantino que la fe ha de entrar por el oído. Es palpito del corazón más que raciocinio. Aquella tarde de otoño del 69 cuando llegué a las puertas de York me pareció tener como una visión. El paisaje que contemplaba me estaba acercando a todo aquello en lo cual soñé desde niño y de lo que guardaba una esperanza remota de que de alguna forma se materializase en mi existencia. Estas corazonadas nunca fallan. La mía se cumplió de alguna forma aunque mis imperfecciones y fallos determinaron que no fueran acreedor de todo aquel designio. Algo en mí no estuvo a la altura. ¡Pobre pecador! Tampoco supe retener el amor que allí se me daba y de toda esa culpa habré de dar cuenta un día a mi Criador.


El cristianismo tiene un sentido formal de la belleza del que carece cualquier otro credo. Es algo que sobrecoge y arrasa y no entronca con los subjetivo y pietista sino que revierte a lo general, a lo total y eso se convierte al trepar por los nervios de las bóvedas de las catedrales góticas como estas que vieron mis ojos a los veinticinco años una tarde de amor al catolicismo. Estos templos son el árbol y la mejor presea de su universalidad. Venía a empaparme del rocío de un sabor viejo. El alma se anonada y sumerge y olvidandose de su presente flota por las riberas del tiempo como tratando de regresar a sus orígenes más simples. Entonces dejé columpiar todo mi ser sobre el brocal del pozo de lo inefable. Sentí pues una importante moción mística, volviendo a nacer. Me suspendí en los brazos del destino acatando su ligadura y sometiendo mi voluntad a la suya. Evora Magna resplandecía como el altar de la purificación.

Entré por la puerta del oeste. me sobrecogió aquella solemnidad de la penumbra. El olor a cera y a rezos pero allí no había viejas sino toda una ristra de banderas colgando de las pechinas y laudas sepulcrales. La Desamortización había clavado su huella y la austeridad y acendrada religiosidad del medievo entraba en alianza con el aspecto patriótico ese sello nacionalista que dan los británicos a sus relaciones con la divinidad y que heredaran los americanos hasta el extremo de haber hecho del pendón colchonero de las estrellas y las barras señuelo de una nueva religión.

Un arzobispo Holgate ordenó meter el hacha al altar de la Señora tradicional en las catedrales europeas donde el culto de hiperdulía tuvo rango descollante y sustituyó una talla de la Virgen de orden bizantina por una joven semidesnuda de buenas partes toda ella de alabastro junto a una urna cineraria que representaba a la mitológica Higia patrona de la salud.


Allí estaban las metopas y estandartes de muchos regimientos pues York es plaza fuerte y campamento desde los romanos. Exvotos ganados contra el enemigo y muchas “Union Jack” en sustitución del petaso de los obispos y arzobispos que cuelgan del techo en otras catedrales como Toledo. Una placa conmemorativa rememoraba la gesta de un hijo de la ciudad el capitán Oldfield muerto en combate en la ciudad de Kandahar cuando todo su destacamento fue copado por los afganos. Esta tumba me parece a mí que está hoy muy de actualidad cuando la que está cayendo sobre aquel fiero país de afganos donde los federales buscan la cabeza de Ben Laden y lo quieren vivo o muerto. Acaso los soldados británicos que han vuelto allí a pelear este 2002 estén tratando de vengar la muerte de su camarada.

Un paseo por la pérgola nos llevará a conclusiones interesantes. Siempre desde que era niño he sentido inclinación por descifrar los epígrafes de las laudas sepulcrales en los nichos catedralicios o en otros enterramientos eclesiásticos porque allí se percibe la vanidad de las cosas del mundo. Por dentro la carne se momifica y los huesos se vuelven polvo y por fuera queda el arte estampado en las hieráticas figuras de mármol o jaspe. Algunos están tumbados. Otros hacen que rezan. Otros parecen que se han echado un ratito a dar una cabezada mientras suena la trompeta del juicio final que congregue a los mortales al Valle tras el Torrente Cedrón en las afueras de Jerusalén en las estribaciones del monte Olivete donde Cristo subió a los cielos.


Un arzobispo carilleno y aspecto sonriente parece que duerme la siesta. En sus rasgos aprecié atisbos de mí cuando fuese viejo. El escultor debía de conocer sus costumbres y nos advierte que debió de ser lector contumaz; un libro medio abierto yace sobre la casulla debajo de la cual abulta la barriga. Le gustaba vivir bien, los buenos libros, la buena cerveza, bufar su pipa con labores que trajeran de América los galeones piratas de sir Walter Raleigh. Al lado los símbolos de su dignidad episcopal: la mitra, el palio y los guantes con una cruz guarida de diamantes. Doy en pensar que estas riquezas han de llamar a los ladrones y no voy descaminado en mis conjeturas puesto que hasta poco antes de la guerra cerradas las puertas de la basílica había una ronda de cinco serenos que recorrían las dependencias del templo con perros amaestrados para disuadir a los amigos de lo ajeno. Lo que no fue óbice para que por alguna puerta excusada o por sus vidrieras se colaran estas visitas desagradables. Una noche de 1829 un tal Martín saltó y pegó fuego a la sacristía al tiempo que llamaba cerdos a los canónigos, les acusaba de cobrar las rentas y de comer tocino. Por culpa de este loco gran parte de aquella impresionante obra muerta se perdió. Ardieron las techumbres artesonadas de madera y se fundieron las vidrieras de tan primorosa hechura.


York es lugar con buena castrametación y todo habla de que es plaza fuerte apercibida al combate pero el castillo inexpugnable puede ser asaltado desde dentro. Pululan los caballos de Troya y los demonios interiores contra los cuales nada puede hacer el alcaide de modo que desde aquel “arsonista” [12]dicen los ingleses: “ The city of York, lollipops and lunarios”[13] y también de maestros diría porque allí se forman buena parte de los profesores que imparten clases en esta preponderante nación.

Los ingleses pueden resultar acérrimamente insulares, muy pagados de sí mismos y rematan algunas veces en sanguinarios por la defensa de sus usos y costumbres. A lo que nosotros conocemos como contrarreforma tildan ellos de Disolución de Monasterios. El cierre de todos los conventos fue implementado por Enrique VIII. En algunos casos puede que el monarca llevase razón habida cuenta de la laxa disciplina y la moral disoluta de estos centros que se habían relajado lo suyo pero la circunstancia que determina esta sanción es la codicia de las tierras e inmuebles de las ordenes de clausura. El oro de los templos. La seda y el oro labrado de los ornamentos religiosos. Lutero había llevado a cabo el primer intento de reforma agraria en Europa. Cuando vio que la furia de los campesinos envalentonados por la rapiña y sed de riquezas quería ir demasiado lejos ya era tarde.

Y un poco de eso les pasó a los británicos. Amaban su iglesia como símbolo de poder y de regalía, sus símbolos y el esplendor y la pompa de la liturgia romana pero al introducir la lengua vernácula en sustitución del latín se dieron cuenta que el esquilmo y el saqueo de los bienes eclesiásticos del que sólo los nobles y los judíos salieron gananciosos había minado la autoridad regia aparte de haber empobrecido el esplendor de la casa de Dios. Por eso hubo un intento de frenada. Que los prebostes siguen luciendo sus ternos de gala y capas pluviales durante las fiestas de pascua. Que no se suprima el canon de la misa. Gracias a esta actitud los cabildos de las catedrales no desaparecieron.


En ese sentido la silla de York sacó partido de su oposición a Cantorbery para guardar el acerbo recibido durante casi mil años de romanización y en la ciudad todavía fermento esa espiritualidad católica genuina e inconfundible. Pero la historia está trufada de desencuentros y de malentendidos y los que la escriben ponen a veces pizca de aviesa intención. Por ejemplo, Enrique VIII fue un rey con muchos defectos pero también con bastantes virtudes. Es el tirano que envía a sus repudiadas y validos sospechosos, no importa fueran eclesiásticos de rango o nombrados escritores como Tomás Moro, al cadalso pero el poeta capaz de componer madrigales tan bellísimos como la “Feria de Scabouriugh” y fue tan devoto en sus años mozos que mereció que el papa Alejandro VI le confiriera el título de “defensor de la Fe”, un privilegio que les fue negado a otros reyes católicos mucho más eximios como pudiera ser el emperador o el rey de Francia. Tales preseas no fueron óbice para evitar que fuese enviado a la Torre Robert Wolsey, el que fuera cardenal, legado apostólico y arzobispo de York. A la par los pirómanos del monarca pegaron fuego al anillo de oro de más de setenta monasterios que apretaban sus murallas en círculo de defensa tanto estratégica como espiritual. Quedaron arruinadas las abadías cistercienses de Santa María del Vado a orillas del Ouse y su hermana gemela de Rievaux, que tiene un apellido riente pues san Bernardo emplaza sus conventos en lugares muy buscados donde la naturaleza luciese sus mejores y escondidas galas y fuese en general un canto a la vida y a la fecundidad.


Esta fue fundada por el propio Claraval en 1131 y al poco surge la Abadía de Byland. Más al norte fueron pasto de las llamas el priorato de san Agustín (Austin) y el famoso convento de Whitby que se alzaba en la cúspide de un eminente acantilado desafiando a las galernas del Mar del Norte. Éste era uno de los primeros cenobios fundados según la regla de san Columbano o rito irlandés. Contaba con una comunidad mixta de cerca de más de mil pupilos. En sus claustros profesaron Alcuino de York y Beda el Venerable los dos exegetas más importantes de la espiritual con que cuenta la iglesia del alto medievo. Había padecido el saqueo de los vikingos en el siglo X y estaba en manos de los frailes negros o benedictinos al sobrevenir la exclaustración del primado Cramer. Pese al cambio que supuso el cisma de Inglaterra éste no ha de interpretarse como una quiebra de la trayectoria sino un acicate a la búsqueda de nuevas rutas y otros encuentros en la obra de la evangelización por encima de las diferencias culturales y de la fuerte idiosincrasia isleña, remisa a acatar el yugo extranjero. Los escándalos y malos ejemplos que dieron los papas denunciados por Lutero fueron un pretexto que no una razón justa a la revolución. La furia de Lutero clavando sus noventa tesis sobre las puertas nieladas de la catedral de Wittemberg revelan el acto de un loco pero sus pretensiones eran del todo cuerdas porque decía verdades de a puño. Sin embargo, los anglicanos siguieron al agustino alemán sólo a medias. Hay un esfuerzo por salvar los muebles y guardar lo que tenía de bello y carismático la liturgia pontifical y ese esfuerzo se aprecia en los vitrales y en los muros perpendiculares que parecen que caen a plomo desde lo alto o se alzan a los cielos en una apoteosis de armonía de la minster eborense.


Entonces interrogué al viento pero cambiaron de repente las auras y Eolo no supo darme respuesta. Es como cuando preguntas por una calle a una señora que no es de la ciudad en la que tú te pierdes.

-No soy de aquí. He venido a la función.

-Está bien. Todos somos forasteros, pero yo busco el domicilio de mi amada.

-¿Qué fue de ella?

-Es un fantasma.

-Ah qué la vida pasa, señor, y nosotros no sabemos nada, fluye y nos desconoce. Fijése en los letreros y a lo mejor tiene suerte. Bon voyage.

Allí las grandes verdades de mi vida se me hicieron patentes. En el ochenta y seis fui a buscarla. Compré un ramillete de rosas en un florista. Hay que ver como mudan los tiempos. Falto de Inglaterra doce años y parece que han mudado hasta el lugar de las casas. No es aquí. Busque la ruta.

Llamé a una puerta y salió a recibirme un individuo en bata floreada en la diestra sujetando del ronzal a un perro de ataque y en la otra escondida en el bolsillo una pistola. Había pensado que yo era un ladrón.

-Sorry. Me he equivocado de puerta. ¿No me darán otra oportunidad?

-Get out.

Me fui por donde había venido. Parzena no daba señales de vida y el taxista judío, un buen samaritano de aquellas navidades negras, movía la cabeza assustado y decía para sus adentros “he is a bit nuts, you know”. Siempre me aturullo. No tengo el menor sentido del ridiculo.


Ni en epping, ni en Hull, ni en York ni en Doncaster donde tuvimos morada ya no estabas. Helen is gone. All gone Helen. Mal padre fui para ti. Un loco que te amaba. Dioos perdone nuestros pecados. Pero ahora pienso que lo pienso estoy seguro de que todo aquello fue un sueño como una revelación. Este pobre alma de Pablo que alienta en mis huesos no se ha caído todavía del caballo.

Estaba un poeta de nombre Pope Primus Pater escandiando sus versos asomado a la torre de San Martín y era como un farero que guiagaba a los peregrino que se extraviaban en los bosques camino de eboracum.  El cuerpo enflaquecido los ojos cansados y la joroba que se había doblado su columna ante los libros no iban en consonancia con la sobrecarga divina y magnifica de su estro pero este es el sino de los grandes profetas que sus conciudadanos no les dan importancia. Pasan desapercibidos. Sus palabras en mi oido sonaban como aldabonazos trascendidos de un vestíbulo donde se recitaban poemas a lo divino en otra dimensión más allá de las nubes.

-He ahí un verdadero hijo del Yorkshire que plantaba viñas en su finca de Twickenham y quiso vivir apartado rendido a su numen lejos del mundo y desengañado  

 

 

 

 

 

 

 

NOTAS AL FINAL

 



[1]¿Acojona eh?

[2]Una miaja

[3]Negra soy pero guapa, hijas de Jerusalén.

[4] Alóctona: de “allos”, otro y “ktonos”, tierra, el que no es originario del país que habita.

[5]Es una de las señales del fin de los tiempos, las migraciones en masa, junto con la oclusión de los manantiales, la resurrección de los gigantes, los cataclismos naturales, junto con la vuelta de Enoj y Elías que regresarán a la Tierra para contrarrestar a las fuerzas del Anticristo el cual será tan poderoso que hará incluso milagros en apariencias. ¿Y la expansión de las ondas electromagnéticas no han influido en esta congoja que se advierte en el rostro de las gentes, en el odio y el malhumor ? ¿No somos más esclavos en nombre de la libertad ? ¿Estuvo alguna vez el hombre tan solo rodeado de electrodomésticos y cuando la capacidad de los medios de comunicación se han multiplicado por un millón? ¿Nos hemos sentido tan inermes ante una situación de pressura que ya nos desborda?

[6]ZCZC WMJ750 KXF649 OVPRO 666. Son las siglas bajo cuyo amparo se convoca a un juicio de faltas

[7]Anosmia: el número de la bestia, el 666 pertenecía a la categoría de lo innombrable y de lo blasfemo por atentar contra el nombre del Santo de los Santos.

[8] Arrizafa o ruzafa era un jardín cercano a Córdoba, del ar. arriçafa.

[9]El error viene dado por confundir a jerarquía con Iglesia, la parte por el todo, el medio con el fin. A la luz de la historia por desgracia el balance para los clérigos es bastante desfavorable. Sin embargo, la Iglesia esotérica, institución humana, llena de fallos garrafales, nada tiene que ver con la otra, la exotérica, instituida por Xto e irreprensible en su conducta llena de santidad y de santos.

[10] La costumbre estaba muy extendida en el Islam. De hecho los turcos iban de razzia al Caúcaso y arrasaban las aldeas cristianas donde tomaban rehenes a niñas de corta edad para llevarlos a Estambul a los serrallos como huríes y eunucos. Estas expediciones eran financiadas con dineros judíos. Por eso el Cid se vengó llenando de arena los cofres de Raquel y Vidas. Sus sucesores se vengaron del caballero diciendo que el buen vasallo castellano no era “sino un mercenario”. Sin embargo, esta idea de vengar afrentas, desfacer entuertos y restituir el honor de las doncellas es algo que va con el carácter caballeresco español y forma parte del talante del Quijote. Tanto el Islam como el judaísmo, este último por un odio de raza al gentil. respetan mucho menos a la mujer. De ahí que las grandes mafias de negreros de la prostitución que manejan los jeques del petroleo con el respaldo encubierto de los zionistas hagan suponer que los descalabros del Tributo de las Cien Doncellas no sean cosa de ayer.

[11] Tribus bárbaras aborígenes del norte de Inglaterra y de Escocia.

[12] Arson de ardeo, arsi arsum o arder, un delito muy típico durante la edad media infectada de piromanos y que en el Dooomsday Book ya se penaba con la pena de muerte.

[13]York, bueno para dulces y lunáticos.



[i]. Eboramenia, murallas de marfil.

[ii].de crena , muesca, aspillera abierta en las murallas.

[iii]. Soy un chico del condado de york.

 

[iv].Corpus Christi según los franceses. Las fiestas del Corpus fueron proverbiales con su correspondiente feria y bohordos durante la edad media.-

[v].Es muy fuerte la conexión inglesa entre estos dos institutos, carmelitas y cistercienses, los más importantes de la catolicidad.

6. Hemos pecado ciertamente.

[vii].Se han volado.

[viii].Es la larga marcha de todo hombre.

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