BALADA Y LOOR A
SAN FRUTOS PAJARERO
Bajo las naves colosales de la catedral más airosa de
Castilla (pulcra leonina, dives burgalensis, alta segoviensis; la lady
de las catedrales góticas la llaman, el canto del cisne del gótico tardío)
sollozan los violines. El contralto ataca un solo allegro ma non tropo.
Bordonean los bajos y a mí me parece que
todos los 25 de octubre un ángel se nos aparece a los soñadores como este
servidor, católico sentimental feo y algo mayor que subimos a Segovia para
cantar el himno de San Fruto nuestro glorioso patrón. Y la amada melodía que
tantos recuerdos evoca en lontananza de vida y memoria flota y revolotea sobre
los pináculos de la catedral de mi pueblo, se encarama a los empinos, salta a
la pídola de arbotante en arbotante, hace un quiebro volandero como una
golondrina sobre el carpanel de más arriba o se pone a jugar al tute con las
ánimas vestido de sobrepelliz en una esquina del triforio. Los muertos
son convidados a la fiesta protagonistas de este concierto allí cuando
el otoño por los campos de mi patria viste sus últimas sedas y se disfraza en
la naturaleza de los mejores colores del año. ¡Dios cuanta belleza!
Uno piensa que no puede haber religión más hermosa que
nuestro catolicismo. Aquí se rinde culto a la perfección. A eso lo llaman
filocalía. El culto –y razón llevabas Manolo Vicent en tu estupendo artículo
sobre la desacralización de nuestra religión que trajo primero Lutero y luego
la reforma litúrgica del último concilio pero trataré de probar, querido Manolo,
que te equivocas- no puede ser a palo seco. Tiene que estar sujeto a los
reverberos más viscerales e íntimos. Cristo era un griego helenizante y debió
de amar todas esas cosas que hacen digna una existencia. Haber nacido y haber
vivido a la sombra de una catedral siempre imprime carácter. Y yo fui seise en
esta catedral y siempre que entro bajo la puerta de San Frutos que es nuestro
Sarmental parece que estoy escuchando las queridas voces de los canónigos:
-Niños a coro – tronaba el deán don Fernando Revuelta
desde las gradas del presbiterio.
El pertiguero
don Benedicto iba de aquí para allá resoplando con mucho meneo de haldas y de
manteo. Le sudaba hasta la muceta con las carreras que se pegaba ¿Dónde iba don
Benedicto que estaba muy gordo pero al que le sobraban bríos? ¿A qué todos esos
baticores? Sonaban añafiles y timbales una costumbre como en la edad media y el
señor obispo hacía el ingreso en su sede.
Aquel obispo ya quedan pocos como él, era el último de su generación
todo un obispón y los de ahora obispillos nada más. Para qué rezar en la ermita
cuando uno conoce la catedral? Tres acólitos arrastraban su capa magna de lo
menos ocho metros y el maestro de ceremonias ordenaba a voces al organista don
Celso:
-Celso, toca que viene el obispo.
Todos los 25 de octubre los hijos de la tierra nos
reunimos en el altar que guarda las reliquias de San Frutos a cantar el himno.
Las notas trepan por lo alto de la bóveda entre
vaharadas de incienso al infinito. Es la magia de los misterios eleusinos. El
eco de las voces se pierde por los empinos
y va a meterse bajo las alas del serafín que exhibe una batuta de
cristal y hace arpegios con las notas de una melodía ancestral que nosotros
todos nos sabemos de memoria: “Al siervo bueno infiel que rogando sin cesar
consigue bienes eternos, etc”. Aquella estrofa le salía bordada a mi amigo
Marianillo. ¿Qué habrá sido de él? ¿Cantaría misa?
El 25 O es en Segovia una fiesta mágica. Del amor y la
bienandanza nada de políticas. Nosotros honrábamos a San Frutos con el que
llegaban las bandadas del jilguero del malvís y del golorito porque nuestro
patrón es un santo ecológico donde los haya. Es un dies fastus que dirían los
latinos. Nada que ver con 11M ni con 11S –una nueva forma de catalogar los
zarpazos de la bestia en el calendario-. El 25 de octubre es la fiesta del amor
y de los pájarillos. San Frutos Pajarero llega cuando el otoño va de vencida.
El vino en el lagar el grano en la troje los pámpanos de la vid materna
convertidos en mostelas para nuestro calentamiento los días cortos el mosto
nuevo y las primeras nieves que coronan el vértice de las sierras.
El eco de las notas retorna por obra y gracia de uno
de esos maravillosos misterios de la ortofonía y del Christus Musicus
las sonoridades de este himno triunfal a este padre de la patria y a este santo
de la tierra cuya existencia real fue una nebulosa pero como fe es creer en lo
que no vimos cepos quedos que en mi pueblo no somos luteranos. Santo de casa
dicen que no hace milagros. Creo que es erroneo ese aforismo. San Frutos
pajarero hizo bastantes. Recuerdo aquellas visitas a su ermita durante mi
infancia sobre un alcor en un impresionante risco adonde íbamos a ver la
cuchillada de San Frutos el tajo que pegó sobre la roca viva fe de Moisés
camino de la tierra prometida y se abrió la tierra y los moros que lo iban
persiguiendo se los tragó la tierra quedando todos sepultados en el abismo.
Cuchillares y gollizos del Río Duratón donde estableció el campamento aquel
glorioso cenobita que huyó al desierto en compañía de su mujer Engracia y de
Valentín su hijo (los cronistas les nombran como hermanos, pero nuestro siervo
de Dios y que pertenece a los ámbitos de
En aquellas soledades debió de establecerse la primera
laura monástica de los visigodos fugitivos. Me refiero a las Cuevas de los
Siete altares a las espeluncas de Peña Colgada en Fuentesoto, cascajares y
pobedas de Navalilla, las mastabas de Sacramenia y de Membibre de
En esta hora difícil para estos reinos yo vuelvo a
encontrar refugio y amparo en la cayada de San Frutos. La de la cuchillada. La
que hendió la peña. Sus perseguidores fueron tragados por la tierra. Yo estoy
seguro de que tales valimientos intercesores tendrían una aplicación práctica
en estos mementos cuando el cristianismo es atacado desde todos los flancos.
Manolo Vicent no parece comprender en su columna este milagro de san Frutos.
Invocar a Lutero es como llamar al exterminador y el propio Lutero aquel mal
fraile agustino murió empavorecido y aterrorizado con la que se preparó en
Europa con sus prédicas de regreso a la estricta disciplina de las Escrituras.
Desnudó los altares y combatió la superstición y nos dejó un cristianismo sin
fastos ni fiestas a palo seco. No entendió que el mensaje de Jesucristo nada
más humano es tolerancia y perdón y un hacer la vista gruesa ante los errores del ser humano. Las
iglesias luteranas con sus altares desnudos y arrebatadas de su hornacina las imágenes
distorsionaron el mensaje evangélico. Uno entiende la religión cristiana como
algo melifluo. Tiene que haber en él magia y misterio palabras asombrosas que
no se comprendan. Ciertas referencias al abracadabra. Que penetre por los ojos
y que nos venga por el oído. Fides ex auditu. Y sin tradición no vamos a ninguna parte. Para los protestantes todo
es Biblia. Hermenéutica. Tiene que haber un cierto lujo
estético. No quisiéramos tener que regresar a Chateaubriand y a su obra vértice
El Genio del cristianismo para demostrar que ninguna religión alcanzó
ese Súmmum bonum de las grandes catedrales góticas de los misterios eleusinos y
del placer estético. San Frutos es un santo adscrito a esa leyenda áurea y su
fiesta es para nosotros una un día mágico con connotaciones entrañables y una
inmensa nostalgia mientras las notas del himno se esparcen gloriosas por la
bóveda en medio de una inmensa armonía y de ese concento gozoso que extasiaba a
fray Luis de León cuando escuchaba algún motete de Palestrina o de Salinas
noche serena. Un año más y otro año menos. Hubiera querido visitar su ermita en
Caballar y volver a ver aquellos exvotos y exuvia (muletas, fotografías de hijo
que volvió con bien de la guerra o de la muchacha que salió con bien de la
operación, bragueros, alforjas, la navaja de un asesino que no dio en el blanco
o la bala del Rif que se presentó sin avisar y san Frutos puso la mano) que se
guardan en la sacristía del antiguo monasterio de benitos de Silos. Aquellos
aperos y aquellos trebejos testimoniales que tanto me impresionaron cuando era
niño. Pero hay que regresar al tajo. Me hubiera quedado en Segovia ensimismado
oyendo cantar a los jilgueros como solían allá por Tejadilla en el Campillo por
los tajamares camino de Hontoria o por las gargantas del Eresma detrás del
Peñascal o las cuestas de
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