2022-11-08

 

ALONSO DE VALDÉS Y EL SACO DE ROMA II

 

Alfonso de Valdés parece ser que, de origen asturiano, aunque nacido en Cuenca (pocas cosas se saben de su biografía, que algunos confunden su vida con la de su hermano Juan) en la última década del siglo XV y entró a servir al emperador como “motil” [1] y esta lealtad al Cesar llenará su vida de escritor y humanista acompañándole en todos sus viajes y campañas militares. Le tocó vivir una época de cambio total en el mundo de las ideas religiosas y políticas. Debió de estudiar en Alcalá y en Bolonia donde traba contacto con otro de los mentores de la idea imperial, el italiano Pedro Mártir  de Anghiera, e inspirador de la unidad del trono, la espada y el altar.

De esta utopía sale el conquense persuadido durante su viaje y tras asistir a las tumultuosas reuniones de la Dieta de Worms mayo de 1521 donde se dijeron cosas muy gordas sobre los pecados sospechados de la iglesia, se propugnó el regreso a la vida evangélica, se menoscabó la liturgia coral a favor de la oración mental y se pusieron en ridículo algunas supersticiones como el culto a las reliquias, la devoción a la cruz, las peregrinaciones.

 El mundo católico se sembraba de inquietud y ello mueve a Menéndez y Pelayo a decir, cuando evalúa la gran prosa de los dos hermanos erasmistas, que exhalan un tufo herético.

Desde 1526 Alfonso de Valdés funge como latinista (por sus manos pasaban, por tanto, todas las cartas u despachos oficiales de César que habían de ser vertidos al idioma latino del alemán, del español y sobre todo del francés o del italiano) con una annata de cien mil maravedíes.

Prócer de la literatura memorialista, no dando paz a su cálamo, en su extensa correspondencia expande el entusiasmo que le causan los proyectos reformistas de Erasmo. No era un cisma lo que propugnaba el profesor holandés sino la enmienda de algunas cosas.

 Sin embargo, abrió la puerta a la debacle. Vino Lutero, vinieron los alumbrados, vino la ira que entró en los conventos, vino la demolición de las iglesias y monasterios en la Inglaterra de Cromwell.

El autor del Dialogo de la doctrina cristiana se sitúa como cabeza de motín. Se tambalea el imperio, se tambalea la iglesia, estallan las guerras de religión en Europa y el emperador desengañado y atónito ante el giro que cobran los acontecimientos se retira a un convento de Extremadura.

Los electores de Sajonia, los rebeldes flamencos, los protervos ingleses, los curas perversos fueron los responsables de aquel estropicio, pero el papado se hizo acreedor de parte de la culpa al empeñarse algunos de sus pontífices en destruir el sueño de la era imperial.

Por fortuna las cristiandades del Este que aun reconociendo la autoridad de Roma como uno de los cuatro o cinco patriarcados con autoridad de primus inter pares se mantuvieron al margen de la hecatombe. Su alejamiento y su enclaustramiento en un mundo medieval puede ser que salvara a la iglesia guardando la tradición, la espiritualidad ortodoxa, los sacramentos.

 Hoy el patriarcado ruso es un poco la reserva de la fe tan castigada por el materialismo occidental.

Juan de Valdés y su hermano quizá se equivocaron en la forma de presentar su mensaje pero nunca en el fondo que vuelve su mensaje más valedero y digno de ser meditado.

 Tanto el dialogo de Mercurio y Carón como el del Saco de Roma dos novelas dialogadas y en el que participan el Arcediano de Alcor, y Mercurio y Carón, todos ellos clérigos, reflejan la inquietud del mundo católico en aquella época de crisis del papado al que intentó poner un parche el Concilio de Trento.

 La idea de la infalibilidad pontificia y el carácter divino del sucesor de la cátedra de San Pedro no va a llegar hasta siglos más tardes, en la época decimonónica, cuando desaparecen los estados pontificios.

Por la primacía y la infalibilidad trabajaron tanto los bolandistas como los jesuitas precisamente al publicar las “Profecías de san Malaquías” un texto apócrifo cuajado de inexactitudes y de falsos pronósticos tipo acertijo.

En España donde existe un afán novedoso que bendice lo extranjero y lanza denuestos contra lo autóctono el soplo erasmista cundió por doquier, penetrando en los claustros, en las catedrales y en los arciprestazgos. Únicamente las ordenes mendicantes franciscanos y dominicanos se mostraron refractarios a las ideas reformistas. “Si Erasmo no te complace o eres asno o eres fraile”.

El hervor cismático hubiera podido ser atajado en ciernes, de haber el papado reconocido sus propias culpas, haber reformado ciertas costumbres, permitiendo el matrimonio de los clérigos concubinarios y metiendo en vereda a los falsos místicos de raíz conversa, aquellos que decían que para hablar con Dios no eran preciso intermediarios e interlocutores, lo cual suponía la negación del sacerdocio y la mayor parte de los sacramentos.

Por desgracia, entre las virtudes de Roma no se encuentra precisamente la humildad.

La curia reaccionó tarde y mal con la acostumbrada parsimonia. Se encresparon los ánimos. Sobrevino la intolerancia.

El autor del “Enchridion” un hombre del centro representó un peligro mayor para la Iglesia que el propio Lutero o Clemente VII el papa guerrero, el papa simoniaco o el papa corrompido al que la pecorea soldadesca del Borbón asoló su corte.

 Los tercios viejos españoles comandados por el Duque de Borbón no habían cobrado las pagas aquel mes de mayo de 1527.

 Por fortuna entonces no había medios de comunicación que hubieran podido dar fe del nuevo rapto de las sabinas. ¿Castigo divino por los pecados de la curia?[2] Dios no castiga, pero en ocasiones permite trabajar al demonio.

Valdés fue denunciado al emperador por sus ataques al papa por Castiglione autor del Cortesano que actuaba como nuncio apostólico en la corte del Emperador. Carlos V no hizo caso. Entonces Valdés huye de España a toda prisa.

 Su causa fue examinada por el arzobispo de Compostela.

El dialoguista era acusado de ser enemigo de las bulas y de las indulgencias.

Quiso la suerte que posteriormente sea el propio papa Clemente VII el que con una bula de esas que tanto repugnaban al español de origen asturiano quien expida una carta de absolución a favor suyo y de su familia librándole de todas las excomuniones e interdictos, censuras y penas eclesiásticas y la suspensión a divinis lo que hace pensar que era presbítero, autorizándole a decir misas en un altar portátil, dice el Breve pontificio. La comunicación le llega a través del arzobispo de Sevilla y pariente lejano Fernando de Valdés muerto en 1530. Alfonso moriría dos años más tarde en Viena a causa de la peste siguiendo al emperador el 3 octubre.

Vivió los años de la gran utopía: Vives, Tomás Moro, Erasmo, Mártir de Anghiera creían que los nuevos descubrimientos darían una vuelta a la interpretación de la existencia en todos los valores, cambiaría la religión, vendría el progreso, el idealismo platónico, la ciudad de Dios agustiniana.

Se anunciaba una nueva era de consumación de la promesa. Jauja. Todos seremos felices, viviremos muchos años. Una edad de oro anunciada por el poeta Hernán L. De Yanguas:

A manadas

Las liebres acobardadas

Andarán entre los galgos

Todos seremos hidalgos

Las alcabalas dejadas.

Es el peligro de las utopías que abren las compuertas del pantano.

Sobrevendrá la inundación. La libertad invita al libertinaje y eso es lo que pasó en las disputas de regalías.

El papado ha gozado de la ventaja de mantenerse lejos del pueblo.

Su representante era considerado como un semidiós al que habría que venerar rindiéndole un culto similar al que se dispensaba en tiempo de los cesares al imperator.

 Con la cercanía de los actuales medios de incomunicación y su inmediatez no sé si el axioma fuere hacedero, aunque en el Vaticano intentan por todos los medios de preservar dicha prerrogativa.

Con Bergoglio se apunta hacia un cambio de imagen, pero la imagen que se proyecta aunque muy hábil es falsa.

La grandeza de la iglesia no está en el papado sino en su liturgia, en su aspiración hacia la excelencia, esa capacidad por dignificar la vida del hombre, du gran bagaje intelectual y literario y en particular la acción del Espíritu Santo que no aparece porque circula por el torrente sanguíneo del cuerpo místico de Cristo de manera imperceptible y subterránea.

 Es el credo de Nicea, la eucaristía, las practicas piadosas, la caridad a la que tampoco se la ve, pero sigue actuando. En fin, son tantas y tantas cosas que casi resulta un milagro observar cómo una iglesia pecadora y con tantas deficiencias sigue en pie o lo ha estado hasta ahora.

Ello no es óbice para que los católicos aun a fuer de ser tachados de rebeldes indaguen en aquellas miasmas de las centurias pasadas al objeto de no caer en los mismos errores y aberraciones que desencadenaron la destrucción de la Ciudad Eterna por los tercios de Carlos V.

La iglesia de Cristo es eterna e indestructible pero el papado, suma de tantos errores y tiranías, tal vez no.

Puede que la tercera Roma se encuentre en Moscú. El papa actual no es libre. No puede decir lo que piensa. Se encuentra constreñido al imperativo- quod decet, no decet- de los medios de comunicación. Francisco tiene las manos atadas al igual que sus predecesores.

Muchos se muestran refractarios a reconocer que el papa es un hombre, de condición pecadora y de ahí esa táctica muy sabia en la historia de la SRI a las reticencias canónicas a incluir en la lista de los santos a muchos de sus papas, una tradición que se ha roto con la beatificación y la canonización planeada para octubre de Karl Wojtyla y de Juan XXIII, una proclamación que ha sido acogida con sospecha en medios eclesiales bien apercibidos y asendereados en derecho canónico.

 Tales premuras canonizadoras hacen pensar en el hecho consumado al cual son tan aficionados los herejes y los judíos que nada tiene que ver con la parsimonia católica a la hora de evaluar la santidad. No estan canonizando a dos pontífices innovadores u modernistas. Están canonizando al Holocausto o Shoah como teología sustituyente a la Redención.

San Buenaventura, santo Tomás, san Ireneo considerarían tal hecho anatema y toda una prevaricación.

La situación es, por tanto, ahora mucho más grave que en los tiempos de los hermanos Valdés.  



[1] Motil o mutil es palabra vasca, significa niño de coro, según la costumbre cortesana de aquel tiempo. Iñigo de Loyola también fue enviado a Arévalo para servir a la segunda esposa de Fernando el Católico, Germana de Foix

[2] De los abusos de la curia que se propone reformar Francisco I se habla en “El saco de Roma”: ¡Quien vio la majestad de aquella corte, tantos cardenales, tantos obispos, tantos canónigos, tantos protonotarios, tantos abades y arcedianos, tantos cubicularios, tantos auditores, unos de la cámara y otros de la Rota, tantos escritores, tantos secretarios; unos de bulas y otros de breves pontificios, tantos abogados, copistas y procuradores!

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