viernes, 21 de enero de 2022
EN LA CANASTA
(Un estudio sobre literatura carcelaria)
Martín Santoyo, un mozo del salmantino pueblo de Carrascal de Horcajo, de la quinta de 1898, hacía honor a la toponimia del pueblo que lo vio nacer. Era recio y tieso igual que un quejigo. Terne en su fe y en sus convencimientos. No le dio tiempo a ir a la guerra de Cuba, porque quiso su desventura que antes lo encerrara en un presidio. Había nacido para ser carne de cárcel. Otros españoles lo son, lo fueron y lo serán de horca o de prostíbulo. La tragedia de este Juan Español profundo, estepario, y de una sola pieza, es el barro de la frágil condición humana con que Eduardo Zamacois (la Habana 1873 - Buenos Aires, 1971) compone una de las mayores novelas del género cautivo que en la castellana lengua han sido. Se trata, sin más, de una obra genial, a todas las bandas. Una narración majestuosa del drama de un campesino que iba para Juan Soldado y se quedó en Juan Conscripto cambiando la muerte en la cárcel por un mal tiro en algún manglar cubano o los delirantes asedios de fiebres palúdicas. Es otra visión de nuestra indefensión irredenta de una generación inmensamente literaria lo que nos asalta desde las páginas de esta saga encadenada en el Centenario del Noventa y Ocho que ahora concluye. El cierre de la tristemente famosa de Caramanchel pone sobre el tapete de actualidad las cuatrocientas páginas de esta novela - río Hoy hemos de sacar de nuevo a colación a Los Vivos Muertos según la visión de este novelista de origen cubano, figura señera, porque al instituir en 1907 la revista El cuento semanal abrió las puertas a toda una pléyade de eximios narradores como Pedro Mata, Felipe Trigo, Repide, Emilio Carrere, o el gran polígrafo Cansinos Acianos, el que deslumbró a Borges, y toda una encartación de traductores (Varela Castro, Enco de Varela, N. Tasin, García Morente y otros). Este grupo concentra su mira en la nueva novela social y psicológica cuyos más altos cultivadores, a finales de la pasada centuria, encuentra un faro de guía en los maestros rusos.
La gran escritura de Occidente, un hecho indeclinable del que abominan hoy muchos furibundos críticos, arranca de los evangelios sinópticos, pese a quien pese. Por eso, toda gran novela es un remedo lejano del inefable carisma que brota en torrente de agua viva y fuente de inspiración revolucionaria desde los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A través de la palabra, se pulsan las fibras más tiernas del corazón humano. Tendríamos, entonces, filomanía (gusto de lo bello) y una gran compasión misericordiosa hacia el hombre caído y redimido.
Son réditos literarios que no solamente entroncan con la revelación sino que purifican el alma humana haciéndola mirar a las estrellas con ahínco de esperanza, siquiera sea a través de la celosía enrejada de un módulo celular. Por ese resquicio entra también la luz de resurrección. Se escribe, por ende, a la sombra de la cruz, emblemática ineluctable del dolor y del amor. ¿Quién dijo que la literatura como diorama de todo el dolor y el ensueño humano obvia los buenos sentimientos? Cristo en su sermón del Monte tiene palabras de misericordia, no de castigo, para aquellos que mete presos la desventura de un mal momento. O porque son víctimas de testigos falsarios. De la ignorancia, de la injusticia, o del despotismo.
La estética de la modernidad, si es que cabe hablar de belleza en un arte que pretende borrar la memoria y auspicia la inversión de valores, intentando premeditadamente acabar con ese predicado. Sonó la hora de los blasfemos detrás de la máscara progresista. A un paso de la tiranía, y recurriendo a tretas que recuerdan antiguos vicios inquisitoriales, los “neos” nos están dejando sin argumentos. De ahí que yazga en el baúl del olvido tanto genio. Son los mediocres a los que se asigna, en artera maniobra de intereses políticos, la entorcha del fuego sagrado. La verdadera luz duerme sin solución debajo del celemín. Pero algún día bien puede ser que toda esa serie de tesoros escondidos salte a la luz. Parece ser que dentro de la gran carga soteriológica y esotérica del Nuevo Testamento se adscriben a esa área de ocultos, anónima, vetas escondidas del valor despreciado a ojos del mundo, pero a los que amó Dios y seguirá amando por toda la eternidad.
En el reino estará la revancha de los “perdedores”. De tejas abajo, para ellos se escribe. Es más: serán los destinatarios del mensaje
Hay tres maneras de purificación o de catarsis. La una gira en torno al dolor moral y físico del ser humano. El sufrimiento viene a ser el agua lustral del alma, una suerte de alambique donde se acrisola y se acendra lo más puro que llevamos dentro que es el sentimiento. Lástima que esta sociedad deshumanizada y hedonística esté empecinándose en huir de todo lo que comporte renuncia al placer y al bienestar físico. Pegan coces contra el aguijón. Tratan de acabar con su propia sombra. Por mucho que lo intenten, empero, nunca conseguirán abandonar la horma en la cual se nos ha vaciado.
La otra fórmula con que los místicos buscan su vía purgativa que les lleve a los otros dos estadios superiores, donde estarían la contemplación y la unión con el rostro de Dios, fuente de la que mana toda dicha, sería a través de la ejercitación de la memoria, la mayor de las potencias del alma. Martín es a la inversa. La memoria de su ofensa se aviva. Es una fuerza que le hace crecer. Vive en el pasado. Un pasado de expiación.
Es merced a esta fuente de conocimiento (aprendemos por asociación de ideas, a partir de la fuerza del símbolo) que el hombre encuentra consuelo en la filosofía y en el cultivo de las bellas artes. Si borramos la memoria, nos quedaríamos a oscuras, sumidos en un apagón horrísono. Sin ese refugio altruista, el ser humano se envilece. El hombre, que no sepa leer ni escribir, es un esclavo y su analfabetismo, a par que lo embrutece, lo transforma en el ser más desgraciado de la tierra. La escritura y la lectura son un acto liberador. Redimen y alivian al que está empalado al duro brete de sus propias pasiones. El oficio de la literatura navega -porque la vida es una extraña y misteriosa singladura en la que se nos embarca al nacer, por supuesto- íntimamente conectado a la memoria. Solamente desde ella seremos capaces de proyectarnos hacia el futuro. Ser libres. Porque todo cuanto nos rodea está a la sombra de un presidio y un patíbulo.
Por eso se escribe en esta huida, o en esta búsqueda de lo inasible: para dar caza al recuerdo vivo de algo mejor; y por ello se pinta y se canta o se componen sinfonías. La memoria tiene efectos terapéuticos sobre el corazón. Es un reto en el cual se convida al alma a viajar hacia la parte de las estrellas. El arte, sublimando lo ya vivido, aprehende lo que fue y ya no es, pero que vuelve a ser y revierte a nosotros en forma de espíritu puro. Se capta de esa forma el pasado redivivo. Espiritualizando el pasado, estamos a un paso de la inmortalidad. El pecado, por así decirlo, no nos alcanza. Encuentra acomodo fuera del yo.
Un segundo procedimiento de catarsis, acaso menos recomendable, pero que siempre estuvo a nuestra disposición desde los griegos, derrota por el sendero dionisiaco. Creían los primeros dramaturgos - Sófocles, Esquilo, Aristofanes, etc. - que para entrar en el jardín de Apolo antes había que pagar portazgo en el corral de Baco. La verdad reposa en el fondo de un vaso de alcohol. Y el peñascaró, (vino) que no falte, por ser la triaca que redime del olvido y abre a los mortales la puerta excusada del paraíso. El recurso al estupefaciente es tan antiguo como la humanidad misma.
Siempre se dijo: vinum bonum laetificat cor hominum (el vino es talismán de bondad y alegría para el perdedor). Et in vino, veritas... Pero la deidad báquica, artera y descomedida, nos ofrece con frecuencia una distorsionada visión de la realidad, en diplopía - esto es: el doble ojo que ofusca y hace perder el equilibrio, como el de los beodos - de pasos inciertos y de tanteos, llena de peligros y acechanzas para la razón. Baco no es buen consejero, no obstante ser un certero remedio por lo que tiene de calmante contra el dolor. Los narcóticos pueblan las cárceles, y a ellas conducen al pobre ser humano, que suele cometer la mayor parte de sus delitos en un acto de enajenación. Resulta la droga un buen salvoconducto para acabar en el penal, aunque muchos de los enganchados dirán que el chute forma parte de su existencia; no pueden vivir sin ella.
Pero aun hay más causas determinantes y que se atisban de modo borroso o con explicitud más o menos diáfana, de la condena a presidio a medida que uno se adentra en ese laberinto que es el alma humana. La prava condición o la perversión de inclinaciones, según aducen los criminalistas, pueden servir de salvoconducto de condena, pero no son únicas. También la bondad tanto como pueda serlo la integridad moral o el sentido del deber y de la justicia puede convertirte en una inadaptado. Un rapto, un momento de mala suerte, sella una vida para siempre. Pero ellos serán los renglones torcidos de Dios con los que incluso se puede escribir al derecho.
Por lo mismo que el infierno está empedrado de buenas intenciones, las bonísimas personas suelen convertirse en carne de horca, de presidio o de manicomio. Ser calificado de buena persona viene a ser un insulto, un sinónimo de fracaso y de desdicha. Desgraciadamente, las púberes canéforas descienden a los prostíbulos. La vida no suele ser compasiva ni lógica. De nada ni de nadie hace acepción. No hay en ella un renglón seguido. Tampoco un patrón. Sólo entiende la razón inconsecuente de la violencia emotiva y del cambio. Pero es lo imprevisible lo que da valores mágicos al hecho de la redención. No se podrá vivir sin esperanza. Hay que tener fe en el ser humano.
El protagonista de esta novela no sabía que nada conduce tan fácilmente a presidio como un deseo excesivo de justicia. Se hizo acreedor de cadena perpetua por su ética acrisolada en los cristianos principios. La propia deontología le condujo a empuñar la navaja, cometiendo una atrocidad. En la naturaleza hay afinidad de contrarios, pero resulta impensable la generación espontánea ¿Cómo puede ser que el bien engendre un mal o que una bellísima persona se trasmude en asesino? He aquí uno de los soportes sobre los que se perfila el “pathos” del drama del reo de Zamacois.
Habría una tercera vía de escape, la que practicaban los idólatras, que, al comerse la imagen del ser amado o adorado, creían poseerla. Es el principio en el cual se basa toda la teología de la eucaristía (εuxαρiσθαi, mostrar favor) que acaso haya sido exagerado en el cristianismo latino. Se corresponde con eulogía (bien hablar). El protagonista de esta cruda novela manduca literalmente el órgano bucal de su agresor, creyendo que, al hacerlo, borraba para sí la horrible culpa. Entiende que, al arremeter de tal forma de alguna manera se purificaba de la blasfemia de su primo. Está en un error. Cae en la antropofagia y en el asesinato. De hombres es errar. Hasta siete veces cae el justo. No ha de perderse de vista este concepto de memorial que nos libere de una fe encorsetada en puerilidades y en retórica. La religión de Jesús encuentra fundamento en dos elementos tan humildes y sustantivos como pueden ser el pan y el vino.
II
No fumaba ni bebía nuestro personaje. Nunca había estado en una taberna, desconocía la timba o la chirlata de los tahúres; no honraba como dios al naipe y carecía de vicios. Pero eso tampoco fue óbice. Precisamente fue esa integridad moral de este Quijote Encadenado, luchando contra los molinos de viento de la sinrazón - hay tanto de grandeza en el personaje de Zamacois como en el hidalgo manchego - la circunstancia que iba a buscarle la ruina. Hoy ya casi nadie se acuerda de este escritor hispano cubano, autor de novelas con una carpintería perfecta, que parecen tiradas a cordel guardando una simbiosis rotunda entre continente y contenido como Incesto, Tico Nay, Punto negro, Memorias de una cortesana, etc. Su obra mayor a nosotros nos parece, por estar mejor lograda, que es Los Vivos Muertos. Por el mensaje y el entramado ofrece un grandioso paralelismo con El Ingenioso Hidalgo cervantino. Sin embargo, fue tachado por alguna crítica de su tiempo por hacer concesiones a lo truculento. A Felipe Trigo, compañero de terna de Zamacois, se le ha llegado a calificar de “pornógrafo“. No están en el círculo dorado de los grandes pensadores que tuvo esta generación. Se limitan a hacer correr el espejo por el camino. Y el espejo es la trama endemoniada del laberinto poblada de fantasmas.
El paisaje que se proyecta refractado sobre el cristal de aumento del novelista adquiere perfiles de aguafuerte, escrito a pinceladas impresionistas sobre un lienzo viscoso. El panorama es aterrador. Una nación encadenada, amarrada en blanca por el peso de su historia, maneada por el grillete de sus angustias y pasiones, se alza a ojos vista. España, cárcel. España, inmensa celda de monje o de convicto, donde los hombres y las mujeres viven y mueren entre las rejas de los propios principios seculares. ¡España, tan católica, pero bronca, difícil, acérrima, y tan lejos de la ternura del mensaje de Jesucristo!
Todo buen novelista - escribir siempre es una elección de procedimiento- ha de ser un buen arquitecto para construir con solercia y materiales adecuados, a la busca y procura del ángulo exacto, para dar resaltes, habiendo seleccionado bien los elementos de su mampostería y sus sillares, sobre el soporte sólido de armadura o trama (hay que saber colocar jácenas, basas y estribos, buscando el ángulo recto de la simetría); y ha de ser un demiurgo, un dios creador de mundos, inventor de espacios vírgenes y selectos, por más que esos espacios sean la tarbea pestífera de un penal o la crujía de un lazareto. Sopla con el aliento de su palabra y allí nace una situación, una vida literaria banal y etérea pero imperecedera con su sello y personalidad propias que todos recordarán porque el arte presenta la peculiar característica de traspasar la retina del lector y quedarse en ella grabada para siempre. Por eso, los grandes libros suelen ser grandes desconocidos, escritos por autores incómodos a los que la critica, tan mundanal y, mediatizada ahora mismo, descalifica. Es una industria como otra cualquier con su fábrica de novelas en serie, en la que el morbo de la sangre o del semen es el principal ingrediente. La literatura acabará expulsando a las nueve musas del Olimpo para instalar en su cima al pseudo, al sucedáneo, manejada por los nuevos Midas de la comunicación y el pelotazo. El mercado está aniquilando el arte, convirtiéndose en aceptador de lo que vende, esto es: el escándalo. Todos los autores que escriben con un afán artístico siguen siendo ninguneados o situados en el índice de los tachados. Hoy hay una censura subliminal, puesto que nunca fue tan férreo el encorsetamiento económico, que controla todas las palancas actuando certera y contundente. Vigilan la parva los grandes capataces de la ingeniería propagandística, una especie de tribunal del Santo Oficio que sienta las pautas de lo que hay que leer y lo que no hay que leer.
Ha sido inventada una nueva profesión: la del agente literario, y un nuevo calificativo: “políticamente correcto”. El que no está con el Mercado se sitúa extramuros. Jerusalén sigue maltratando a sus profetas y colocando la túnica de los locos a los genios. ¡Ah, Jerusalén!
Con todo y eso, la luz se despabila debajo del celemín. Son entes autónomos los grandes libros. Gozan de vida propia. Siempre hará falta un pensador para u pueblo: alguien que se niegue a comulgar con ruedas de molino. He aquí la causa primera por la cual el verdadero arte es indestructible.
También ha de ser el novelista de raza un mago en quien la potencia verbal y la capacidad de seducción para atrapar la atención imaginativa en las redes de la trama nunca se restañe. Si un libro se tira de las manos, habrá fracasado su autor. Los Vivos muertos - y casi lo que menos gusta es el título- sin embargo, se lee de un tirón.
Por si esto fuera poco, Zamacois agrega a sus encantos la grandeza de un lenguaje que atrapa y hace maravillar de las posibilidades inagotables tanto filosófico/semánticas como estéticas o castizas que tiene la lengua de Cervantes. El buen decir es un regalo que reservan los dioses a unos pocos, que no lo derrochan y saben dosificarlo. Hablar con propiedad idiomática -algo costoso y difícil- tiene algo de neuma divino, que alumbra la expresión exacta, labra de cincel. Por ese cabo hay que proclamar que al exhumar esta obra olvidada de un oscuro autor del noventa y ocho hemos rescatado un libro inolvidable, escrito desde la melancolía y de la compasión hacia nuestros semejantes. No es un melodrama. Podía haberlo sido, dada la escabrosidad del tema y la facilidad con que los autores de su tiempo - Pedro Mata y Felipe Trigo junto con el autor que nos ocupa serían las plumas más significadas de esta generación poblada por enanos y por gigantes pero que constituyen ejemplos representativos de la pléyade que emborronaba cuartillas por allá por los albores del presente siglo- se daban a la truculencia del lacrimoso folletón por entregas, si al otro lado del papel y de los rastrillos no hubiera estado un genio como el de Eduardo Zamacois para adentrarnos en esa selva impenetrable, abismo de la desesperación y escuela de picardías como es una cárcel española. En ella se vive despiadadamente para la venganza. La cárcel nunca regenera. Martín, este gigantesco personaje por él creado, fue una rara excepción. Entre barrotes encuentra su propia vida y un género intransferible de purificación.
Auténtico Prometeo encadenado, un hijo de la sociedad hispana fin de siglo, con sus miserias y sus grandezas, Zamacois en paralelo con Cervantes y su “Caballero de la Triste Figura” hace a la vez reír y llorar. Las similitudes son desconcertantes. Dos héroes van por la vida luchando contra los molinos de viento de la injusticia de los desalmados, defendiendo inocentes y poniendo una pica en Flandes en favor del que ha caído. Empeño inabarcable porque la naturaleza humana es así de caprichosa. La única utopía es que no hay utopía. El absoluto no se transfunde con el relativo, aunque siempre quepa aspirar hacia mediante el esfuerzo, la comprensión, el amor a la libertad y a la dignidad del hombre. Erradicar el sufrimiento y la injusticia de este planeta resulta imposible. No hay vías de comunicación entre los de arriba y los de abajo. Sin embargo, este mundo avanza gracias a los utópicos y a los que se embarcan, por más que naufraguen en empeños quijotescos, en la aventura de escribir por caminos no trillados. Ambos, personajes - el hidalgo de la Mancha y el triste labrantín charro- fracasan. Son dos perdedores empedernidos. No les arredran ni los golpes, ni los escarnios, ni las celadas ni los malandrines ni las algaradas de la gallofa y el hampa. El uno campea por los villorrios manchegos. El otro se erige en valedor trasnochado de sus propios compañeros de infortunio por esos penales y esas “quintas galerías de Dios “pero a los dos anima el mismo genio libertador de los idealistas que sueñan con una justificación redentora para todo el genero humano. En uno y otro caso, por la misma causa, en todas las partes son recibidos a palos. Mirados con suspicacia por los poderes fácticos o manteados por sus congéneres, se acreditan como candidatos al patíbulo o al manicomio.
Por lo general, y, aunque esto sea lo de menos, los redentores acaban siendo crucificados. Mal oficio. Gracias a estos sublimes visionarios, que siguen las huellas mesiánicas, el mundo es un lugar más habitable y la historia sigue su curso inalterable entre lágrimas y sonrisas. Los hombres suelen cambiar poco. Los avances de la ciencia y los adelantos mecánicos no los reforman de forma significativa sus conductas. En todo caso, las consecuciones técnicas del Progreso incrementarán la sofisticada capacidad, que parece una segunda piel en el ser humano, de infligir daño a los demás. Se volverá más letal la sociedad bajo la apariencia de los magnos postulados y de la filantropía que confunde y avasalla la mente del hombre de hoy.
Siempre habrá pirómanos, violadores, ladrones, adúlteros, sádicos, afectos al uranismo, ese mundo equívoco de valores inversos poblado por servidores del dios oscuro y del vicio secreto (hay que recordar aquí que la inversión calamita conserva la gravedad de pecado reservado y no es una virtud como pretenden algunos “ vendérnosla “ en este verano “encloquecido “ y enloquecido por tanta Maripava mostrenca y locuaz, en plan niña tonta, tan española por lo demás con un puñal secreto bajo la liga del 98, sino una merma o desviación de la naturaleza, digna de compasión más que de vituperio pero no habrá aquí que condecorar con ramos de laurel y del aurum coronatum de los vencedores, a estos casos esquinados por la naturaleza, por el mero hecho de serlo, a sabiendas de que siempre estarán con nosotros. En suma, no hay razón para volver la oración por pasiva ni hacer un mundo de la superabundancia actual de seguidores del pecado impronunciable casa gloriosa ¡Pobrecillos! Ellos representan un renglón torcido de Dios, una anomalía que se dio siempre y se seguirá dando mientras el sol alumbre. Hermafroditas siempre les hubo, como hubo mentirosos, calumniadores, dipsómanos y nazis a lo Arzalluz - Quevedo lo llamaría “loco repúblico “- esgrimidores de pancartas nacionalistas que permiten matar en nombre de una idea, una lengua o de un pasado. Siempre estarán cerca los opresores del pobre, las putas, las adulteras y los maniáticos. Desde lo alto del monte del perdón, Cristo convoca al arrepentimiento, la esperanza, la remisión. Toda literatura ha de ser partícipe de un mínimo de soteriología en grado de denuncia del mal o de un afán de mejora por más que este anhelo sea tan sólo utópico delirio. Porque la humanidad no cambia.
Cristo, paciente y manso, los perdona y los aguarda en la escarpada colina del Monte de las Bienaventuranzas porque por ellos vertió su sangre. Sin embargo, siempre quedará enarbolada su pancarta a favor de los oprimidos. Hay muchos que han vivido al socaire de su inmensa figura y viven de las rentas de las enseñanzas de Jesús. Se han hecho compromisarios acomodadizos, sancionadores de la impostura bajo cuerda e hierofantes de una religión sin alma. Todo su porte supone una afrenta al Dios vivo contraria a su testimonio.
Estos locos incorregibles “a lo divino “no pertenecen a la mesnadería de los consensos ni de los trágalas. Sueñan, inconformistas, con un mañana mejor al erigirse en excepción confirman esa regla. Tiran para delante. Y, de paso, nos reconcilian con la realidad tan áspera y falta de entrañas que se abre ante nuestros ojos. Nos recuerdan que, para que esto siga funcionando, hacen falta menos máquinas de guerra y más piedad y misericordia. La democracia ha de perfeccionarse no de cara a la galería del rally, del número y la masa, sino profundizar en los valores personales, únicos e intransferibles del individuo. Según Berdiaeff, eternos. Algún día tendrá que acabarse tanta demagogia. La democracia ha de desembocar en una mística del libre albedrío.
III
El carácter intachable y justiciero o tal vez el ventalle de un enloquecedor día de marzo dieron con los huesos del reo en un calabozo de la penitenciaría de San Miguel de los Reyes (Valencia). Zamacois nos hace la composición de lugar. El recinto fue antes de cárcel un monasterio cisterciense. Después sería alcazaba y subsiguientemente plaza fuerte de una de las grandes órdenes militares, la de Calatrava, que, a diferencia de las otras reglas del Temple que tienen por patrono a San Juan Bautista dependía directamente de San Miguel arcángel. Tras la disolución de las órdenes militares en 1325, pasa el edificio a depender directamente de la corona de Aragón y allí mora durante algún tiempo y está enterrada la segunda mujer de Fernando el Católico, Doña Germana de Foix. Quien casó en segundas nupcias con el duque de Calabria, propietario que fue a su vez de una de las bibliotecas mejor abastadas del orbe cristiano, la cual pasaría con el correr del tiempo a manos de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un perjuro y hombre siniestro, padre de la “ leyenda negra “. Libros. Rezos. Himnos. Palacios. Rejas. Detrás de sus muros, la historia tiene secuestrado el vivir secreto de muchos encarcelados.
Nos fiamos tanto de nuestros semejantes que no construíamos ninguna ventana sin verja o sin celosía para mirar sin ser mirado. La grandeza española se fragua sobre tres pilares: convento, cuartel y presidio. Germana de Foix tuvo fama de mesalina en su juventud. Luego profesó afición al lesbianismo y a los placeres de la buena mesa. Llamaban en Arévalo a esta francesa “pingues et bona pota”, esto es: La bien comida y bien bebida y sólo su regusto por las artes cisorias y por empinar el codo acabaron con la fortuna del Contador Mayor de los Reyes Católicos, Don Juan Vázquez de Cuellar, que buscaba privanza en su corte y nunca la consiguió.
Por todas estas cosas San Miguel de los Reyes era un lugar maldito y con duende que a la fuerza tuvo que acabar, después de la desamortización de los monasterios en penal. Allí remataron sus días grandes jaques de la causa carlista y tuvo al “Pernales”, famoso bandolero y salteador de caminos por la sierra de Alcaraz entre sus huéspedes. San Miguel de los Reyes, el sitio maldito donde recala el protagonista al cabo de una azarosa cuerda de presos por esos andurriales perdidos de la España incógnita entre dos números de la Benemérita de a caballo. Este tipo de conducciones de penado era un triste espectáculo en España durante el siglo XIX. Lo retrata perfectamente el pintor romántico López Mezquita. He ahí una escena de dolor humano. Entre dos mangas verdes con cara de frío, los vuelos del cuello de la guerrera levantados, el “chopo” al hombro, avanza un grupo de presos en fila india. Los dos números de la Benemérita no expresan crueldad, sino indiferencia o compasión. Una mujer, de aspecto gitano, con un niño en brazos, se acerca al que parece ser su hombre al que llevan preso, cubierto con una enorme bufanda y una chapela, uno de los agentes del orden, con delicadeza y casi compasión, trata de disuadirla de que no rompa el cordón celular de la rueda carcelaria. Delante de él avanza otro individuo con bigote, muerto de frío y hambriento, tocado de un hongo y mirando cabizbajo para el pavimento de la calle mojada, las vueltas del cuello del abrigo subidos. A su lado se perfila una anciana. El hombre del hongo y los bigotes sucede a otro conscripto cuya cara no nos la revela el maestro López Mezquita. Sólo se ve el hato del pobre penado con sus humildes y precarias pertenencias. Todo cuanto tenía en el mundo, que era bastante poco. Abre paso otro guardia civil que es tan sólo una silueta desenfocada. A prudencial distancia un matrimonio de burgueses, entre curiosos y afligidos, mira para los forzados. La composición, en el que es un elemento de fuerza el diseño de los zapatos de cada personaje hollando el barro de la calle, casi charolado, se desborda en melancolía y patetismo. El artista consigue captar el silencio de los pasos de este cortejo lúgubre, verdadera estantigua de Viernes Santo, que atraviesa por la Puerta del Sol un día de febrero.
El viejo cenobio del Cister constituye un patético punto de destino donde recala una de esas cuerdas de presos que durante siglos cruzaron la Piel de Toro. Iban a cumplir con la justicia entre las risas burlonas, la seca piedad, o la curiosidad morbosa de los moradores de aquellos pueblos donde posaba la columna de forzados. Su presencia movía a veces a compasión. En este país no hay espectáculo más apetecido que las procesiones de penitentes. Otras, eran acanteados, escupidos e injuriados. El paso de la comitiva con sus cabezas rapadas a lo motilón, el tabardo marrón, esposados o maneados al brete por los pies, siempre era un acontecimiento entre estas gentes de cultura pasionaria, amiga de nazarenos y de cristos ensangrentados. La columna se movía cansina desde la estación de ferrocarril hasta el recinto celular en viaje a ninguna parte. Muchos de los encadenados no llegaban a su punto de destino. San Miguel de los Reyes viene a ser algo así como el Alcatraz ibérico, nuestra enorme casa de los Muertos a lo Dostoievski.
A Martín Santoyo en Carrascal de Horcajo le llamaban el “aceñero “porque su familia regentaba unos molinos en la ribera del Tormes. Era un joven abierto de espaldas, cordial y serio; famoso no sólo a causa de su extraordinaria musculatura y fuerza física sino también por su piedad mariana. Era el primero en el juego de pelota, a echar una mano a un carretero en dificultades. A la hora de cargar un costal de doscientos kilos a la espalda nadie le ponía un pie delante. A misa los domingos tampoco faltaba pero no era ningún “beato “; su pasión por la Virgen conservaba esa impronta viril del hombre de fe que no ha experimentado desengaños y no ha pisado todavía el nido donde puso los huevos la serpiente. Este fervor era comparable, mutatis mutandis, al amor que profesaba a Águeda, su novia, la moza más guapa de la aldea. Había quien por eso le tenía envidia y uno de ellos era precisamente su primo de la misma edad, Cayetano Arionda, que se había ajustado con la familia del eventual homicida como gañán el año de autos.
Un día con viento enfurecido de marzo salió con éste a la arada. Los bueyes de yunta se hacían los ronceros, negándose a labrar, como si los pobres cornúpetas, barruntándolo, se espantasen del mal que rondaba. El aire de marzo - según creencia por algunos pagos castellano leoneses - trae consigo malas ideas. Es el ventalle del diablo. Los surcos salían torcidos indómitos al trazado de la besana. Tiraba el auriga de los gavilanes, pero el barzón y la mancera no querían responder. Era aquel furibundo ventalle. Los diabólicos aires del marzo que soplaban con su fuelle maldito sobre la desolada arada, sembraban el barbecho de pasión. Hay vientos de cólera que casi hacen enloquecer.
El boyero nada conseguía a fuerza de palos y de tanto tirar del ramal. Los cabestros se habían quedado quietos, como inmovilizados. Cayetano era un sujeto mal encarado y cruel. Descargó su saña y su impotencia contra los pobres animales. Cuando la aguijada y la tralla no fueron suficientes para meter en vereda a la yugada, rompió a blasfemar. Los improperios contra lo más sagrado daban la sensación que confirmaban en autoridad y respeto al deslenguado arriero. El “plaustrum” de la gamella quedó fijo. Era el carro de heno de las vanidades humanas. El destino se enroscaba para la pobre víctima y su verdugo (Martín no quiso cometer nunca aquel asesinato horrendo) de forma aciaga e inexorable. Una interrogante. ¿Verdaderamente existe el albedrío?, ¿es el ser humano señor de sus actos o mero resultado de una serie de combinaciones químicas que enajenan su voluntad de forma inapelable?
Señor, líbranos de mal.
Martín miraba para su compañero primero con gesto de desaprobación; luego casi aterrorizado le rogó que dejase de insultar a la Virgen de la Peña, santa de su devoción y objeto de sus amores. Su rostro lívido se había vuelto yeso.
- Hombre de Dios, tampoco es como para ponerse así. Calca el estribo y sosiega un poco. Vale ya. Por favor. Vale ya.
En esto el viento de marzo gañía con toda la violencia espectral de la que es capaz.
Lejos de reparar en las consideraciones de su primo carnal, el yuntero parecía como poseso. Blandió amenazante la aguzadera contra Martín e intensificó el tempo de sus porfías. Ya no se conformaba con Dios y con los santos sino que profería maldiciones intransferibles acerca del sexo de la virgen María, a la que calificaba de ramera.
Ya Cristo puso en guardia contra el pecado del escándalo. No reprobó el acto sexual, aunque se mantuvo célibe para siempre, porque la impureza de la coyunda carnal es aparatosamente cierta. Sin embargo, no ahorra anatemas contra sus efectos colaterales.”Ay de aquel por quien vienense el escándalo. Más le valdría que le atasen una rueda de molino al cuello y lo lanzasen al mar “. Porque el espíritu de fornicación conduce al crimen y al llanto. Sus consecuencias a veces son imprevisibles. Todas esos tristes episodios de asesinatos a causa de la violencia doméstica - el ofidio feminista ha inoculado su dosis de veneno en la voluntad de las casadas insuflándoles al oído: rebélate contra tu hombre y serás como diosa - tienen que ver con el espíritu de fornicación que se ha adueñado del país provocando auténticas tormentas de arena en las relaciones conyugales que concluyen en hecatombes. Las cárceles están llenas de las consecuencias del aforismo “la maté porque era mía “o “quiero realizarme porque yo soy dueña de mi cuerpo, he de vivir mi vida, obrar a mi antojo “. El macho siempre controla su territorio en todas las especies animales. Hará falta que pasen muchos siglos para que se borre el estigma de creer que la honra de una persona se encuentra en las partes menos nobles.
- La culpa la tienes tú, cabrón. Y yo me cago en la puta Virgen María y en tus rezos.
Martín el Molinero era un mozo tranquilo. Nunca hasta entonces había estado en una pelea. Era paciente y difícil de enojar, pero aquel día con viento solano algo se alborotó en su cerebro hasta perder la sonrisa imperturbable. Sufrió un ataque de enajenación transitoria, según expondría luego en el juicio el informe pericial forense. Oídos los horribles juramentos del yuntero que se venía hacia él como una fiera amenazándole con el palo y esgrimiendo una navaja, saltó como un resorte. Los hombres buenos suelen perderse de la manera más estúpida. Un segundo de irreflexión puede cambiar el rumbo de toda una vida. Era mucho más fuerte que su oponente. De un puñetazo, Cayetano rodó por tierra. Le quitó la faca y con su misma arma le dejó sitio. Más de veinte puñaladas. Asestada la primera, no hubieron hecho falta ninguna más pero hubo ensañamiento con la victima, lo que siempre a efectos penales resta eximente y agrega agravantes. Le arrancó la lengua por blasfemo. La hizo cachos en mutilación horripilante. Se la comió.
Lo que allí aconteció en aquel barbecho fue algo más que un asesinato. Fue una auténtica carnicería o crimen ritual, pues, no contento con finar a su agresor, le cortó la lengua, se sentó en la linde y empezó a comérsela cacho a cacho. Parecía un caníbal.
El viento del sur seguía mientras tanto proclamando su feroz desolación sobre la adrada. Toda España se estremeció ante el crimen.
Basada la novela sobre un suceso real, que conmovió a la sociedad castellana al doblar el pasado siglo y que acaparó el interés de la crónica roja, los autos del proceso fueron celebrados en olor de multitud en la audiencia de Valladolid. Alienistas, psiquiatras y reporteros no salían de su asombro ante aquel caso de antropofagia parcial. Se sacaron cantares. El drama tenía todos los ingredientes para la elaboración de un truculento, complicado y lleno de primitivismo drama rural, en el que el tremendismo, la ignorancia el fervor religioso rayano en el fanatismo jugarían sus bazas. Al reo se le tomaron las medidas antropométricas, llegándose a la conclusión de que su fisonomía - cejijunto, poca frente, ojos hundidos y orejas exentas, formando asas (orejas voladoras) como adosadas a un pabellón craneal de muy exiguas medidas - daban el fenotipo de un sujeto destinado a matar.
El fiscal pidió que se le diera garrote vil, pero una buena defensa pericial del forense consiguió demostrar que Martín Santoyo no estaba en sus cabales. Se le diagnosticó falta de discreción. En aras de una supuesta enajenación mental, el abogado defensor consiguió a todo trance y en contra de las protestas del público que abarrotaba la sala que la pena capital le fuese conmutada por la de cadena perpetua. El acusado porfiaba en que no estaba loco en medio de abucheos y protestas de los asistentes a la vista oral que se agolpaban para pedir su cabeza, y lo hubiesen linchado de no haber estado custodiado por la Guardia Civil.
“Su fe en la Purísima Virgen de la Concepción -observa Zamacois en la página 47 del libro -a la que sacrificó su libertad, le prestaba ayuda“.
Se apunta aquí hacia la posibilidad de un milagro, porque la Deípara no acostumbra a mandar de vacío a todo aquel que con fervor la invoca por muy difícil que sea el trance. Vino a salvar, no a condenar a los pecadores. Había utilizado el hierro por salir en defensa de su honor y la Señora acude en su socorro, un socorro que le brinda al mutilador de su pariente no sólo cuando se sienta en el banquillo sino también a lo largo de los treinta años en los que purgó condena en la siniestra penitenciaría valenciana ¿Fue el diablo que cabalgaba metido dentro de aquel mal aire? ¿Fueron los propios genes patógenos del pobre acusado lo que le impulsaron a Martín a matar y a merendarse la lengua de su víctima? De todas suertes, aquel día en aquella huebra lejana, la bondad y la nobleza de un alma quedaron confundidos, se conculcó el derecho y triunfan los instintos indómitos. Había ganado la batalla la Serpiente y el señor del Mundo se retiró victorioso a sus cuarteles de invierno.
Todos seguimos gimiendo bajo el peso de la culpa.
IV
Fue un preso ejemplar Martín El Aceñero. Su pundonor y su sentido de la justicia no vacilaron cuando tuvo que salir en defensa del desvalido poniendo en juego su fortaleza física y sus contundentes puños. Era un hombre que no sabía mentir. Sombra y figura...
Al día siguiente de emitirse el veredicto, la sentencia fue firme y el reo, convicto y confeso de los hechos imputados y demostrados (muerte dolosa de un semejante en riña, con intención dolosa, sin agravantes y con el eximente de enajenación mental pasajera) empezó a cumplir condena en el referido presidio del antiguo Reino de Valencia, al que quiso volver para morir. Satisfecha su deuda con la sociedad, fue liberado, pero el mundo que había dejado atrás casi ocho lustros antes le resultaba inhóspito y desconocido. Era ya un viejo que no servía para nada. Optó por volverse a la cárcel, su lugar de refugio. Es el desenlace a esta gigantesca crónica de desamor que se transfunde en caridad y redención cósmica, piedad para todo el género humano. Su gran fracaso, el olvido de su novia Águeda a la que busca por todos los prostíbulos de la Villa y Corte, recién cumplido del penal, para comprobar que ya era tarde: su amada había fallecido poco antes, seguramente de sífilis. La caída de Águeda empezó cuando entró a servir en casa de una persona de viso. Fue violada por el señorito.
Zamacois nos muestra a su personaje paseando por el patio con las manos a la espalda, la camisa de retor, y una sonrisa taciturna a flor de labios. Martín se atuvo a todos sus principios. Su presencia en aquel lugar infame resultó ser como la de la campanilla que brota sobre el muladar. Gano su independencia y prestigio enfrentándose a los grupos rivales, y a las mafias regionales que mandaban dentro de la clausura. Los internos nuevos tenían que pagar el portazgo de una cruel novatada, cuando no algo mucho peor, como era el concúbito y la algolagnia sádico masoquista y sistemática de los más jóvenes y efébicos. Se nos hace ver que una de las más duras cargas de la condena solía ser la ausencia de hembra. El instinto genésico, para paliar tales ansias, derivaba hacia los desahogos homosexuales. La mariconería oprobiosa era moneda corriente. Con la fuerza de sus puños, Menoyo dio más de alguna lección a los que se propasaban.
En las cárceles huele de una forma inconfundible. Es un olor parecido aunque diferente al de los hospitales. Es un aura, un fuego fatuo como el de los cementerios, apesgado de sensaciones y de influjos magnéticos. Los cautivos transmitieron su congoja a las paredes del encierro y en los poros de la piedra se albergó su cuita. Al principio, cala los huesos. Luego ya no lo percibes. Pero aploma este ambiento denso. Es como una segunda piel. Al pasar bajo el dintel, se tiene una sensación caliginosa que advierte que se está tramontando el umbral de un mundo diferente. Es el plus ultra, la línea de demarcación entre la vida y la muerte, la libertad y los cerrojos. La noción del tiempo y de la distancia se pierden, o se avivan, según y conforme cada caso. Dentro de sus muros, hay cuerpos y almas en pena. Tuvieron la mala suerte de cometer un delito o ser llevados ante los tribunales por testigos falsos. Mas no por eso dejaron de ser hombres. Con sus virtudes y sus defectos. Con las miserias y grandezas. Este libro es no sólo una buena novela sino un tratado de psicología antropológica. La galería de personajes que desfila por sus páginas es un enorme retrato de la sociedad de su tiempo. En este abismo de horror, de crueldad y de injusticia donde yacen varadas las vidas ensabanadas de forzados se dibuja la silueta de personajes como Constantino Sánchez, alias “Tafallés”, o “ El Rasilla”, Iñigo Bustamante, Casiano Ortiz, el “ Migas Gordas “, “ Cien Gramos” y otros.
El relato de una fuerza sin igual y de un interés creciente cobra alientos de verdadera epopeya. Por su grandeza de miras y la precisión con que retrata a sus personajes algunas de sus páginas recuerdan lo mejor de Tolstoi, Dostoievski o Solzhenitsyn. Es una zambullida en el gulag hispano. El mundo no es más que un campo de concentración, un valle de lágrimas. Esta línea motriz es el gran eje de marcha sobre el que circula no ya meramente los grandes libros profanos, sino la misma piedad. Es un pensamiento místico. Estamos aquí de paso y, como subraya el Kempis, “comprende, hijo, que la perfecta seguridad y la paz completa no son posibles en este mundo”. Hay que meter el hacha a la raíz del árbol. Esta vía del desistimiento o desencanto de las cosas que nos rodean constituye una piedra angular de la ascesis. En la parte, mediante la expiación de la culpa, somos capaces de alcanzar las bodas del alma con el esposo. El Quijote fue escrito en la cárcel, y Quevedo perfiló sus grandes sonetos estando preso en San Marcos de León. Autores como Tolstoi, Pasternak o Tomás Salvador, en su Cabo de Vara, esgrimen ese mensaje.
Una buena novela ha de tener como una vibración especial; es la moción reveladora, descubrimiento o tránsito hacia un mundo virgen. Tiene algo de epifanía. Es también como el martillo pilón de un brazo mágico que da mazadas sobre el yunque y saltan a cada instante chispas deslumbrantes. Gira y se derrama el agua de la noria y la vida a través de los arcaduces, a medida que gira el inmenso rodezno de la noria del tiempo. Se sube o se baja pero la rueda de la fortuna nunca para. Se produce un encantamiento de ida y vuelta entre el escritor y el lector. La gracia de todo relato subyace en ese entusiasmo o endiosamiento, verdadera substancia de vida. Estamos inmersos en la enorme fragua de Vulcano. De la tobera incandescente saltan brasas que llenan de fumarolas maravillosas las lóbregas tinieblas de este mundo que no es más que un inmenso penal, pero esta luz que salta de los libros nos permite soñar y tener esperanza.
No todo está perdido. Las novelas excelsas, al reflejar un poco el eco de las consoladoras palabras del Evangelio, se mueven por ámbitos de lo divino. De aquí que quieran sustituir ahora el testamento nuevo por el anti evangelio, el amor por el odio, la esperanza por la desesperación. Por eso estorba tanto Rusia. Y en definitiva, se esfuerzan por poner en órbita la anti literatura. El imperio de las nuevas comunicaciones electrónicas subliminalmente propende además de a borrar la memoria, a descuajar la misma cepa de la cruz. Quieren arrebatarnos cualquier precio ese resquicio de esperanza. Por fortuna en el majuelo de Jesús (recordemos la parábola de la vid y los sarmientos) los tallos están bien amugronados. Cada primavera florecen y en el otoño vienen las vendimias. Brota el mosto de vida eucarística de los lagares sempiternos. Esa es la verdadera iglesia viva, que nada tiene que ver con la jerárquica. La integrada por los pobres y cuanta sufren por la verdad y la justicia:
Multiplicati sunt qui tribulant me. Multi insurgunt adversus me. Paraverunt sagittas suas in pharetra , ut sagittarent rectos corde. Deficit in dolore vita mea, et anni mei in gemitibus. Fuerunt mihi lacrymae panes die ac nocte
Asimismo, la fuerza narrativa se sustenta sobre esa capacidad del sobresalto, la pulsión concéntrica, el humor, la anagnórisis que sirve de cemento para reconocer por medio de una simple palabra o un gesto típico a cada uno de los personajes. A partir de ahí el éxito está servido. La capacidad admirativa se transforma muchas veces en éxtasis. Todo eso lo tiene y más Zamacois en la que fue su obra cumbre: “Los Vivos Muertos “. Desciende al infierno de nuestros demonios familiares y a los diablos, mediante su poder taumatúrgico y premonitorio, los transforma en ángeles. El fuego sagrado es lo que caracteriza a un escritor de casta. Cuando lo enciende el mundo se transforma y sobreviene la catarsis. Todo lo envuelve la llama de la purificación iluminativa. Cada página deja el listón cada vez más alto; es un citius, fortius, altius. Muy pocos lo logran. Por desgracia el oro acendrado se oculta arrumbado por el empuje de costales de calderilla. Los mediocres se empeñan en ocupar el sitio de los genios y de los santos en el Parnaso. Ya no reinan los gigantes. Mandan los enanos.
V
Conmueven las historias que sirven de cañamazo o de relatos paralelos al eje central. Todos arrastran cadenas de forma gratuita, por uno de esos caprichos del destino que ponen tantas existencias del revés. En la cárcel también hay castas, reglas del juego, y escaques, como en el ajedrez, donde cada cabecilla alza el hito que demarca el propio territorio. Traspasarlo supondría una lucha fiera, porque también en las penitenciarías se establece el predominio del más fuerte. Hay verdugos y víctimas. Algunos capitostes se muestran como señores de horca y cuchillo feudales que ejercen a cambio del vasallaje el derecho de protección, e incluso el de pernada.
Deja de un aire, por su patetismo y la tristeza con el montanero Cosme Pacheco, un guarda jurado de Pereña, una localidad salmantina, el relato de las circunstancias con que fue obligado a delinquir. Cosme Pacheco era un hombre cabal, de una sola pieza. Se ajustó como vigilante de la dehesa de un ricachón, al que juró lealtad hasta la muerte. En cierta ocasión tuvo que enfrentarse a unos furtivos que habían entrado a cazar a la finca. Los intrusos lo atacaron y el servidor de la vigilancia rural tuvo que echarse la tercerola a la cara. Cosme utilizó su arma reglamentaria en legítima defensa y en resguardo de los intereses de su amo. Había sido un percance, pero no le remordía la conciencia. Creía haber cumplido con su deber. Fue detenido acusado de homicidio. No obstante, en la vista oral, el hombre que lo ajustó como guarda jurado le dio la espalda. Ante los magistrados se achantó y dijo no conocer a aquel hombre. No haberle dado nunca aquellas instrucciones tan rígidas que derivaron en tragedia. Le cayeron treinta años, pero el lugareño de Pereña sólo vivía ya para la venganza. Esta se había convertido en una idea fija. Cuando lo soltasen, regresaría a su pueblo y -ahora me las pagarás, tít for tat- le metería un torrente de plomo a aquel cacique que le había ajustado para después dejarlo en mal lugar. No había sido un hombre de palabra.
La venganza es la musa de los forzados. Sólo el instinto de revancha les hace a algunos confinados resistir. Aprietan los dientes y claman para su capote: “Un día me las pagarás todas juntas “. El otro anhelo, siempre vivo, entre los pupilos de una penitenciaría, anhelo que se convierte en obligación, el de escapar. Por las galerías y por los patios se perfila la figura entusiasmada del infatigable especialista en desbandadas. Hay que decir que los recursos y triquiñuelas de la sapiencia humana son incontables. Se socavan túneles y atarjeas utilizando los métodos más inverisímiles (en la cárcel quedan muchas horas para pensar), como punzones, almocafres, o incluso tenedores afilados, y hay reclusos que se valen de la estratagema de orinar contra los barrotes del ventano para conseguir así una lenta pero eficaz oxidación de las rejas.
Pasan como sombras, como nubes y como naves en la oscuridad dentro de los espacios cerrados. En una cárcel se condensa el símbolo y la figura de la existencia humana. Ese anonimato de horda indiferenciada que aploma con su peso la tierra y en el subir y bajar de los peldaños de la escalera de caracol del recinto carcelario, cuyo husillo enseña horadada la piedra, marca la impronta de sus abarcas sobre la grada, que va adquiriendo con el paso de los siglos una forma convexa por el desgaste, pero nada más. No deja firma ni nombre, salvo en contados casos, la humanidad ascendente y descendente por la escala de la torre. Se pierde la cuenta. Es un bataneo lento e implacable que abre la bocamina en el suelo. Luego cesa el batallar inane. Hay que decir con el poeta, que veía llegar al puerto de Ostia a los barcos del imperio romano, en la mejor comparación que se ha hecho de la vida humana con una cárcel, que es en verdad un navío con rumbo seguro hacia la muerte en su derrota por los mares del espacio y del tiempo: Sicut naves, sicut nubes. Velut umbra.
Dentro, se percibe el aliento de carne viva y hacinada. Es médula, carne y sangre. Un presidio impregna de su olor característico a todos cuantos se acerquen a él. El hedor corrompe. La gallofa forma parte del entramado de la desdicha. Así, Orencio Pérez, el falso violador, cansado de que lo llamasen marica (había nacido con una mal formación de los genitales en un pueblo de Cuenca) acabó en San Miguel de los Reyes por salvaguardar su hombría. El tremendismo de su caso pone los pelos de punta.
- Madre ¿por qué se ríe de mí la gente?
- Hijo, tú no hagas caso, y a lo tuyo.
A veces hay consejos, incluso los de una madre que se dicen sólo para espantar las moscas y salir del paso.
A Orencio Pérez le horadaba el alma su minusvalía. Era en verdad un inocente. Una tarde, cuando tenía nueve años y fue a melones con los de su cuadrilla, le dio ganas de mear al que más galleaba de la banda, y todo el séquito hubo de hacer lo mismo. Cada cual, como el que desenfunda una pistola, hubo de sacar lo suyo para medir y compararlo con el de al lado. Está visto que era costumbre en España antes de la invasión del conde Lequio con sus supuestos atributos descomunales, que han dejado lelo al Mariñas.
El pobre Orencio, carente de prótesis, sólo sabía que aquello servía para evacuar la vejiga. A él apenas si le había nacido un colgajo. Era un trozo de piel indiferente y casi neutra, ni vulva ni pene, ni galgo ni perdiguero, algo epiceno, ni vida, ni muerte, por una de esas crueldades casuales de Madre naturaleza, que a la que le toca le toca. Miraría al cielo el infeliz en sus horas de angustia, suplicando favor, y éste le seguiría negado en medio de la más espantosa indiferencia. Al profeta Moisés recién parido lo echaron al río Nilo en un canastillo, el buey Apis mugiría con regocijo avisando a la faraona de un negocio urgente y cuando bajara a bañarse encontraría allí al expósito más famoso en los anales, un mimado de los astros. Orencio Ortiz no tuvo esa misma ventura. En lugar del Cairo, lo llevaron a nacer en un pueblo de la serranía conquense donde el personal es bastante despiadado con los lisiados de mal de Pott, con los perros vagabundos y mucho más con quienes vinieron al mundo sin un certificado acreditativo de virilidad. Si Dios no existiera, habría que inventarlo, porque, de otra forma no cabe explicación a tanta desproporción y desequilibrio. Si son garantías los avisos del Galileo de que el reino futuro pertenece a los crucificados, y de que los que sufren serán consolados, tiene que haber otra vida mejor que contrapese el dolor y la ignominia del presente.
Entre tanto se acerque esa hora tan esperada de los que confían en el Maestro de Justicia, hay que constreñirse a los datos circunscritos al triunfo del mal y de la muerte, a la carcajada o a los cantazos que se estrellan contra los poco avisados, los que van con la verdad del Evangelio por delante. Sufren sobre sus espaldas los revolcones, las risas forzadas - esa mueca burlona de funcionarias listísimas, experimentadas en cibernética avanzada, triunfadoras en todas las oposiciones a jefaturas de negociado y que son un pozo de insatisfacción y de reconcomio, como sólo puede serlo una española con carrera universitaria, pero descarriada en el amor, y desquiciada en su trasto con los demás, pero de ese cupo no hemos hablado aún- y los palos. Es verdad. El catolicismo ha sido un fracaso, una traición al cristianismo. Hora es ya de quitarse la máscara.
A este pobre tarado Orencio Ortiz le mandó al calvario un sanedrín aldeano. Los hospitales y los manicomios guardan en sus archivos incontables secuencias de pasiones anónimas como la suya. Tuvo que escuchar las morbosas carcajadas en su entorno, que lo marcaron para toda la vida, un latigazo en pleno rostro para su ánima ultrajada e hiperestésica. Quiso resarcirse de aquella humillación vengándose de la naturaleza. En esos burgos podridos de la España profunda e irredenta las vidas ajenas son como libros abiertos.
- El Orencio no tiene bálano. Es invertido.
El día de la patrona, por la Virgen de agosto después de una tienta de bravos, había corrido mucho vino por los gañotes. Ya se sabe que después de Baco, viene la lujuria de la orgía y acto seguido, la sangre. Brillan las navajas. Se rasgan las faldas, se manchan algunas enaguas y corre junto al rumor del arroyo el llanto de las vírgenes regando con sus lágrimas un momento de debilidad o de coerción externa. El acto sexual en sí mismo es desasosiego turbio y traumático.
Sucedió una desgracia. Una mujer casada, volviendo de un lugar que llamaban la Cruz del Redondillo fue asaltada y forzada por varios mozos y apareció su cadáver al pie de unas zarzas. El crimen causó conmoción por la avilantez y alevosía de los ultrajantes, pero el paroxismo llegó, cuando se dio a conocer le nombre del implicado en el ataque a la romera. Orencio Pérez aquel mismo día se presentó en el cuartelillo de la Guardia Civil.
- He sido yo.
Las cosas se salieron de madre. El personal dejó de reír y hacer chistes. El Orencio no era corito, sino un tío mejor armado que un carabinero.
Perdió la libertad el joven, pero su fama le fue restituida a costa de un martirio a la sombra. El fiscal pidió para él garrote vil, pero hubo ciertos alegatos que no pudieron ser demostrados ante el tribunal y, en definitiva, firmaron los jueces cadena perpetua. Excusése decir de la clase de jurisperitos que entendieron del caso, de su falta de perspicacia, de sus irrisorios criterios científicos sobre toda ponderación. No fueron dignos ni de proceder a un examen urológico del acusado. Se decía que aquello fue una ensabanada de los caciques que mandaban en el pueblo y que el que había tomado la iniciativa en la violación y asesinato de la señora era un pez gordo. Fue archivado el caso. Se echó tierra al asunto.
Él creía que iba a lavar su nombre y lo manchó porque la cárcel corrompe. Es el lugar más parecido al infierno, y el que sale no entra. La justicia es un ente de razón. No se da entre los hombres. Lo absoluto corrompe.
A pocas horas de su ingreso, Orencio Pérez fue objeto de abusos deshonestos por uno de los cinco cabos de varas de servicio en aquella ocasión. La vergüenza y el espanto han de ser la antorcha que guíe al lector acompañándolo en este descenso a los infiernos que lleva a cabo Zamacois. Quiere convertir a su héroe en un caballero andante, un Billy Bud, incorruptible a lo Hermann Melville, pero las rejas de la quinta galería, por decirlo en el lenguaje de los que se jactan ahora de haber pasado quince días en Carabanchel durante los años oscuros, como un sello de confianza y aval de garantía que les abra las puertas de todo en los años claros. Aquí siempre se está tratando de justificar el personal y de avalar ejecuciones de hidalguía. Debe de ser porque el pasado inquisitorial pesa bastante sobre nosotros ¿Será porque ni la sangre ni la conciencia la tenemos bastante limpia?
Menoyo defendió a puñetazos la “virtud” del débil Orencio Pérez, pero se estrelló contra los molinos de viento de la sinrazón. Debe de ser que el mal fecunda todas las reglas de comportamiento humano. El que va no vuelve. El que consintió ir a prisión por desmentir a los detractores de su hidalguía acabó en puto. Aquí se dan la mano lo patético y los sublime. Orencio bajó a un infierno fuliginoso no de azufre, ni de reptiles emponzoñados, sino de bujarrones detestables, más que por una perversión de la enigmática naturaleza sino por vicio. El bien es anabólico, porque se diluye y transforma en energía a todo cuanto toca - debe der por osmosis del amor-. El mal, catabólico. Cuanto toca lo transforma en podredumbre. Su simbiosis acarrea la muerte. No se adhiere ni se integra con aquello que convive. No se transfunde. Si el poder corrompe, la cárcel, el hacinamiento confinado corrompen más todavía Después, forzosamente, ha de encenderse el blandón de la fe. Hay que elevar los ojos a lo alto, impetrar el favor de los cielos ante la pobre carne despojada. Tiene que haber un Cristo que redima y recompense, por tanto, atropello y castigue en la otra vida tanta infamia. Orencio Pérez se avillanó. Lo trataban como un perro. O peor.
- Baja, Cristo Bendito, a entender de nuestras causas. Resárcenos de la felonía. Confunde a los hipócritas. Desenmascara a los impostores que se callan.
- ¿Qué dice a todo esto la Iglesia?
- No dice nada. Silencio administrativo.
En San miguel de los Reyes oficiaba de capellán don Froilán, un cura metido en carnes, que impostaba la voz en los sermones. Andaba espetado. Y estaba dominado por esa altanería y soberbia de los que creen tener la razón e instrumentan esa razón no como llama que alumbre sino a beneficio de inventario. La sotana los convertía en personajes. Es una investidura para tapar al pobre diablo que llevan dentro. Los meneos de su manteo, el vozarrón autoritario del capellán de prisiones, más que un reclamo a los arcanos carismáticos de la Redención, disuadían. No se puede predicar el Evangelio desde el plural mayestático pero sin convencimiento, o sintiéndose como una oráculo y una fuerza viva. En ese atropello, en la invasión de un espacio que no le compite, como es el territorio de lo divino, cohonestando lo que es temporal por lo que pertenece al ámbito de la soberbia, la ambición, el despotismo, radica uno de los pecados de la jerarquía a través de todos los tiempos. Se arroga competencias de la divinidad.
- No puede haber vicedioses, ni Vicecristo. Hacerse pasar por el plenipotenciario de sus intereses, amén de fatua presunción y de una arrogancia imperdonable, entraña una blasfemia satánica - pensaba para su coleto Dimas Arije.
Y, como lo pensaba en alta voz, así lo proclamaba.
- Con estas cosas hay que tener mucho cuidado. Por expresar sus convicciones ingenuas muchos han acabado en el poste. Estas cuestiones conducen al saladero. Te pudrirás en un calabozo de la Inquisición, Arije.
- Esas son cárceles del alma. ¿No?
- Cualquier día te fusilan.
- Pues que lo hagan. Tengo la conciencia tranquila. No puede ser de Dios un establecimiento que ha velado por la pureza de la fe- o de sus intereses - a través de una institución tan demoníaca como el Santo Oficio.
- Mira que te llamarán hereje.
- Pues bendito sea Dios.
Padecemos empacho de una vida perenne de “statu quo”. El español en su terruño no se siente a gusto si no le dan una barrera para ver los toros. Todo vale con tal que no le tiren al ruedo, porque así puede resarcir su, tan traída y tan llevada, cólera de español en cuclillas, que todo lo entiende, todo lo juzga, mientras a él no lo comprometan demasiado. Luego, como es algo masoquista, le gusta ser arreado, con tal que este servilismo nada ataña ni merme a sus devengos. Aquí la Santa Nómina es la única patrona digna de crédito. No pertenece a las oscuras nebulosas de la leyenda áurea. No es un santo mitológico que se hayan inventados los hagiógrafos, dígase lo que se diga y se mire por donde se mire. Poco importa que la denominen Nuestra Señora de las Inmensas Caricias, San Sobre o Santa Congrua, que va alhajada con una manto de billetes verdes, codiciado peplo de su carroza que sacamos en procesión todos los días treinta o treinta y uno, veintinueve, si es bisiesto, de los años del Señor. La gente llena el depósito de gasolina hasta los topes, acude a rastrillos y mercadillos, se va de putas o de mancebos, ahora lo hacen las cuarentonas y cincuentonas de buen ver, hartas de cariños impotentes y de hijos y de hijas de plantón, que ya no se van de casa, porque no hay trabajo. España va bien. Contento me tienes, pero el capitalismo y la ola de materialismo que nos invade, representa un salto regresivo en la conquista de las metas sociales, de los derechos adquiridos, aunque, por si acaso le pone perejil a San Pancracio o velas a Santa Rita.
Dáme pan y llámame perro. Esta tendencia innata explica el caudillismo. He aquí un pueblo de capillas y de toreros, que inventa héroes y luego los destroza, o los olvida, llaméense éstos Francisco o Felipe. La eterna disputa entre aragoneses y andaluces no para nunca. Somos individualistas furibundos, incondicionales del cantón, pintorescos malabaristas de la política de campanario, que por perjudicar al vecino o al hermano, nos avenimos con el turco, como buenos descendientes de Ulfilas y de don Opas. Se somete con facilidad al caudillo, o al marqués, pero este acatamiento o vasallaje no es nada desinteresado ¿Qué serían los pueblos sin sus fuerzas vivas: el cura, el boticario, la maestra, el médico? Esta idea evidencia un reflejo condicionado de la inferioridad que se acata y se somete, o se siente deslumbrado por sus caciques, por su señorito, por el señor marqués, aunque por detrás lo envidie y lo critique, y, llegado el caso, en un cambio de tornas, lo asesinaría. Pero de momento, al muy ladino le encanta adularlo.
El español, amen de tornadizo, y superficial en sus convicciones políticas o religiosas, es algo lamerón. Tiene un esquema mental retorcido que dimana de su cristianismo mal asimilado a través del papismo que degenera en papanatismo. Sin esta predisposición a la banalidad de un pueblo que le gusta tener su torero o su cupletista particular no se explica el éxito de la prensa rosa donde se desfoga ese temple criticón, o se da pábulo a la envidia y murmuración, a la cólera del “español sentado “. Las revistas color revelan un ansia subliminal insaciable de héroes de quita y pon. Antes eran el cura, el maestro y el boticario. Ahora son el conde Lequio o la Campos. Aquí se envidia al que está en la pomada, pero se le necesita, aun para mitigar las propias carencias y la sed de ser un “hijo de algo”. El masoquismo nacional tiene que echar mano del que triunfa, aunque ese triunfo resulte un imponderable, quier de la sinrazón, quier de la casualidad. Tenemos el alma colectiva un poco enferma. Todos los días hay que cebar al monstruo - o masturbarlo - con la avidez de protagonismo, cada día de peor tono y de gustos más plebeyos. Se nos hace la boca agua hablando de Londres y de la familia real inglesa. Cuando el huracán “Mich” azota Centro América, nos volcamos en generosa prodigalidad. Pero no nos hablamos con el vecino de enfrente. Somos solidarios, quijotes. Ahí queda eso, pero nuestra alma colectiva va de tumbo en tumbo. Antes, éramos en la elección de nuestros héroes más selectivos y aristócratas. Actualmente la chabacanería se ha vuelto la niña bonita.
Y por eso a veces los curas dan la sensación de ser los hierofantes de un credo que se ha perdido, o de una religión sin alma. La dureza de corazón del Froilan encontraba una exégesis no ya tanto en la glotona aplestia o en la convexidad de su abdomen, como en su castidad fingida. No era más que un funcionario. Otro cabo de vara.
VI
La venganza es la musa de los forzados; ella les lleva a esas universidades del rencor que son los presidios, pero no todo está perdido. El mal no dura eternamente. Se suceden los patios encalmados por el patio. Las conversaciones, de celda a celda, utilizando el lenguaje telefónico de los golpes en la pared o las fórmulas heliográficas desde las ventanas. Los presos se distribuyen por paisanajes y aquerencias. El regionalismo y las diversidades de zona en las variopintas Españas pronto salen a relucir por obra y gracia de los enfrentamientos de campanario. Allí está, a través de sus hijos encarcelados, la Andalucía ocurrente y decidora, dueña de la hipérbole y de la desbordada imaginación midiendo sus fuerzas con la Castilla grave, unilateral y austera. O las vascongadas adustas y enigmáticas, en su orgullo secular, en apasionado coloquio sobre las grandezas de su terruño con los valencianos cachazudos y burlones o el murciano calado de imaginación, o el gallego, siempre autónomo o condescendiente, o el catalán emprendedor. La escena en que Araújo, un gitano sevillano, hace como que chalanea para vender un asno a un imaginario comprador es página maestra.
Todos los presos tienen la obligación de abrir una caleta en el muro y escaparse. La figura del “caballista” que cobra el barato de la cárcel, ejerce el poder subterráneo o se convierte en jaque, es indefectible. Pero esa aspiración raramente se consuma y la carne se vuelve ascética, amancebada voluptuosamente con el dolor y con el escarnio, asfixiada por un ambiente frío, delator y hostil. Aprieta el hacinamiento, la sicalipsis del deseo, o el anhelo de zafarse de la vigilante opresión. Todos andan tramando una argucia, un socaliño, para salir adelante. La celda deja muchas horas para pensar. Dentro del “casto” o cesto - así se llama a los calabozos de amarrados en blanca- hay mucho tiempo por delante.- pare pensar en la “pestañí” o “gumia” en el “peñascaró”, el aguardiente que es el único bálsamo del angustiado, en la madre que se dejó en el pueblo, o en la novia que quedaron atrás. Desgraciadamente, para siempre. Vae victis. Las mujeres no tienen bandera. El juego terrible del amor no admite sino vencedores. Los muros del presidio lacran de olvido. Enseguida les ponen cuernos. Águeda, el amor eterno y puro del aceñero, terminará sus días en un prostíbulo. La infidelidad y el desarraigo de cualquier afecto hermoso son otro eslabón a la cadena, un candado de propina que aísla al condenado de la otra parte del mundo. Pero sin esa defección no hubiese habido cante jondo, ni guitarras, ni bureo. El flamenco más puro, todo ese folklore, que fue fuente de divisas y contraseñas de identificación turística o cultural de todo un pueblo, tiene como alma mater ese peñasco misterioso, que en un cerro de Ceuta mira para Algeciras y la Bahía de Cádiz. Toda la poesía y el arte nacional encuentran un surtidor incomparable en las cadenas. Es nuestra fibra más colorista. Somos hijos de la chusma. Parece que nuestro destino, aherrojados la mayor parte de las veces por nosotros mismos, descansa sobre el punto de apoyo del baño o del saladero, que es como nombraban los antiguos a la cárcel. En ella se escribió el Quijote Y en un calabozo de san Marcos de León, donde amarraron en blanca a Quevedo, fueron compuestos los mejores sonetos. Toda nuestra historia es un intenso ir y venir de cosarios, galeotes, cómitres, rondas y cuerdas de presos. Por la religión. Por la política. Por el amor o simplemente por un régimen de cantón.
Nada en el mundo mejor que una carcelera, esa copla que ahoga el aire con su pena encerrada al son de las palmas, como un martinete detrás de los barrotes, como un manantial virgen que suelta el agua bravía de la quejumbre, para penetrar en esa ingratitud que siente el convicto sobre sus huesos lejos de la hembra, que lo traicionó. Losas de olvido pusiste tú en el altar de mis sueños.
Carcelero, carcelero (bis)
Abre puertas y rastrillos
Que no quiero ahogarla(bis)
Con la trenza de su pelo.
Ay, ay, ay.
Y esta otra dirigida a la Madre de Dios, y que demuestra cómo de alguna manera el patrocinio de Ésta va más allá de lo que pueda abarcar la humana razón, porque el cariño y predilección de la augusta señora se centra sobre los que sufren.
Señora de las miserias,
Madre de los presidiarios,
Yo te buscaba por el patio.
Era una tarde de mayo
Cantando.
Y te encuentro en la noche oscura.
Eres el lucero que alumbra
Tras las rejas de mi ventana
Mare de la hermosura,
Consuelo del desterrado.
Por fuerte que sea el amor, más fuertes sentimientos son el baldón y el infortunio. La vida se desliza ajena e impertérrita ante nuestras convicciones y sentimientos. El hombre nació para ser derrotado por el desamor, por la muerte. El recluso se siente como esos bagazos o borras que vierte el agua sucia por la atarjea ¿Tiene que haber un lugar por donde escalar los postigos y encontrar los ambages o la aleya que libere el cuerpo encadenado? El alma es libre. Nadie podrá aherrojar a la imaginación. Deberá de existir un procedimiento de resarcirse de tanta afrenta. Salir de aquello.
Existe un mínimo de solidaridad en el presidio, que facilite un poco de asueto. La vida del penal también conoce las pausas y las treguas, pasadas las tormentas, cuando el ambiente enrarecido hace estallar el motín o las peleas entre los internos. Entonces, éstos aparcan sus rencillas y se ponen a jugar a la brisca tranquilamente. Como los naipes están prohibidos, ponen en un lugar determinado de la crujía a una canario previamente amaestrado. Su canto les avisa a los tahúres de la proximidad de moros en la costa. Si es de una manera el trino embelesado, hay vía libre. Si es de otra, agua. ¡A recoger que viene el guardia! La habilidad humana es inagotable a la hora de su inventiva. Los pájaros brujos son los animales de compañía de los internos, pero también hubo quienes consiguieron amaestrar a un gato, al que previamente habían desgarrado y descolmillado como instrumento de placer sexual. Enseñaban al desdentado felino, con mucha paciencia y esmero, las técnicas de masturbación bucal mediante succión. Los gatos tienen el gañote profundo y la lengua, libidinosa, la utilizan en su aseo personal, pero el micho debía de ser iniciado desde muy pequeño. Había un preso que conocía las costumbres de la raza. Permanecía atento cuando a las hembras les veía la época de celo, que suele ser muy intenso a lo largo de los cuatro primeros meses del año, y, cuando una paría, violando la camada, se apoderaba de sus hijos, les rebanaba los columelares de recién nacidos. Incontinenti, poníalos en venta. Dos perras gordas por cada gazapillo. Era una mercancía muy solicitada en los patios. He ahí la razón o una de las razones por las cuales se codicia a estos mamíferos como animales domésticos en algunos estamentos de la raza humana, particularmente entre las solteronas incorregibles y las funcionarias expertas en ordenadores y que se proclaman amigas de Safo y del amor lésbico. Ya sabemos ahora porque al maestro Umbral le priva con locura micifuz. El domador, si las camadas eran buenas, por el mes de enero, cuyas lunas, tan fuertes y con unos rayos lumínicos que suelen ser como imán de apareamiento - es un tiempo en que se preparan esos conciertos de maullidos por tejados y corralizas y se escucha por doquier la berra de la lujuria - podía sacarse un buen sobresueldo.
Parece que se escucha el estruendo fisiológico de los zambullos. El golpeo de los inodoros y letrinas. Los presos que van camino de la enfermería con los brazos péndulos, o camino de la célula de castigo donde les aguarda un tiempo de confinamiento en incomunicado que empavorece incluso al más fuerte psicológicamente. Al otro lado de los rastrillos encalabrina el fulgor especial de la plata. A través de la mirilla de os atisbaderos se escucha el rumor de la calle. El presidio es como un reloj roto, pero Cronos, por una gracia especial a sus prometeos encadenados, consigue que cada uno de ellos lleve la cuenta exacta del día, la hora y hasta el segundo y todos los años que faltan para la redención. Esta esperanza de salir algún día les infunde fuerzas para arrastrar cadenas. La noción del tiempo que queda para cumplir.
Los celos y la defensa del honor también están en la lista de uno de los motivos más frecuentes de encadenamiento. ¡Pobre humanidad, que basa el epicentro del honor y de la fama en sus partes menos nobles, los genitales de un hombre y una mujer! ¿Fue siempre así? ¿Cuando nos libraremos del todo de ese demonio verde, que tortura en silencio, consume y destruye, esa obsesión por la virginidad y la pureza que en sí no son bíblicos, sino una excrescencia dormida en el alma humana, que instiga a matar? Cristo mandó perdonar a la mujer pública y a la adúltera a punto de ser dilapidada, pero nadie le ha hecho caso. Un momento de debilidad es saldado con la muerte.
VII
La triste historia de Iñigo Bustamante se suelda con las arriba mencionadas.
- Vigile Vd. A su mujer porque este chico no es suyo.
- Eso es imposible, doctor.
Iñigo Bustamante era un carpintero que vivía en Santander con su esposa y sus nueve hijos. Se sentía un hombre feliz. Al nacer el décimo, ciego de nacimiento, lo llevó a un médico. El diagnóstico dio sífilis. Iñigo se preguntó cómo podía ser aquello, si él jamás había padecido tal enfermedad ni había andado con nadie, pero el dictamen facultativo no dejaba lugar a dudas. La enfermedad había sido transmitida por el amante de su mujer. Los vigiló durante algún tiempo y un día, habiéndolos sorprendido en plena coyunda, los dejó en el sitio. Iñigo, primero desde Santoña, más tarde, desde san Miguel, para lavar su culpa, lo que ganaba trabajando de carpintero en los talleres del penal, se lo enviaba al ciego de nacimiento, fruto de aquella relación adulterina, que a él le costó la libertad. Aunque no fuese suyo, llevaba sus apellidos. Era al que más amaba.
La jerga de los presos es un vocabulario aparte. Es una germanía con terminología propia. Se escuchan a lo largo del relato voces características como la de los condenados a muerte o las alusiones a la llegada del verdugo. Cuando veían mucho ir y venir al páter por las galerías o correr por el patio, malo. Mucha estola y mucho crucifijo avisaban de olor a muerto (muló). Alguna ejecución se tramaba. Se escuchaban incluso los martillazos con que el ebanista enclavaba el próximo ataúd.
- Si deseo la libertad es para perderla- declaraba sin más contemplaciones uno que había matado a su mujer por culpa de su cuñada.
Era un manchego que se entretiene en contar aquello que más le obsesiona. Su vida parece haberse detenido en aquel día exacto en que estando mi “Társila de meses mayores, la felicidad huyó de nosotros”... “Mi cuñada la mal metía y aconsejaba en contra mía y ella se dejó convencer “. Brilló una navaja y una pobre mujer cayó de espaldas sobre el fregadero de la cocina, una escena harto común. Pasa tantas veces. Machaconamente el triste acontecimiento se repite en las páginas de sucesos y los espacios dedicados a la crónica negra, cada vez en aumento, de las cadenas televisivas.
En las cárceles se vive primero para la venganza. O para la huida. La soledad hace que ambos deseos no encuentren compuerta ni sean rebasados jamás por una orilla. La estrechez del aprisco despierta la potencia imaginativa y las capacidades de inventiva. Después de alguna ejecución o una revuelta, la charca carcelaria agita un poco sus ondas. Después las aguas regresan a su cauce. El tiempo cura las heridas. Se lleva los recuerdos, aunque casi nunca los remordimientos que se agrandan hasta alcanzar formas desproporcionadas y gigantescas. El remordimiento, otro personaje al cual no hay que perder de vista. El dolor de corazón y la atrición diz que son el molde en el cual se compactan los buenos cristianos. No así al tener una perpetua por delante. Esa agua lustral del alma se volvía hiel y vinagre en el escocido recuerdo del alpargatero Inocencio Tornés. Había violado a su hija de trece años. La vio una vez desnuda sobre la cama y el espectáculo agitó el incestuoso deseo ¿De cuántos desvaríos y sufrimientos no será madre la temible lujuria?
-¡Si no la hubiese visto! ¡Si no la hubiese visto! - repetía sin cesar.
El bochornoso recuerdo le agitaba día y noche. Acabaría sacándose los ojos. Lo hizo para no verla jamás, ni sentir la comezón del apetito vitando. Se vació las cuencas, igual que Cayo Mincio Scevola. Lo hizo para no verla más, pero continuaba viendo a la pequeña con los ojos de la imaginación que también arrastra cadenas. No expió la totalidad de su condena. Se ahorcó con una manta hecha jirones que amarró al barrote del ventano - esa pupila alternativa que retrata una porción de cielo y por donde se escucha el rumor de la tierra girando alrededor de su eje en circunvoluciones fijas, que llega con el canto de la avecilla que canta al albor, como en el “Romance del Prisionero”-. Seguiría siendo perseguido al otro lado del río de la eternidad por el espectro de aquella menor, la niña violada, su propia hija?
De ese pormenor no entienden los novelistas, pero cabe suponer que sí. Existe una desproporción entre el delito y el castigo ¿Cómo es que de un acto finito e insignificante como puede ser el cometido por un hombre rastrero, pecador y mortal, se haya de seguir un fallo judicial emitido por el divino tribunal que obliga a expiar condena infinita? Ese desvarío, un devaneo de un cuarto de hora, concita las fuerzas cósmicas y ha traído siempre de cabeza a los teólogos. Hay una asimetría poco lógica entre el sujeto y el predicado de la oración. Entre la ofensa inferida y el recudimiento expiado. Sólo queda la confianza en un Dios justo, misericordioso, y con otra forma de actuar diferente a la de los hombres. Que perdona y perdonará eternamente a los borrachos y a los asesinos.
VIII
Menoyo escribía cartas a Águeda ungidas de resignación y de afecto. Su ex novia era la única que se preocupaba algo de él. Sus hermanos se desentendieron. No quisieron saber. Esta relación epistolar fue espaciándose con el correr de los años. Luego cesó por completo. Los internos acaban muriendo, como los místicos, a los ojos del mundo. Se opera con su existencia una “execración de la memoria”. Su nombre es borrado, por decirlo así, del libro de la vida. Los parientes del molinero lo habían dado por muerto.
El presidio es un lugar donde las horas se coagulan. El hilo del tiempo, que muestran los cuadrantes del reloj de sol, se tuercen, se niegan a avanzar en línea recta y todo queda apesgado en ese embotamiento celular que todo lo aplana. Es otra dimensión. Cronos trabaja de otra manera.
Sin embargo, los años enseñan a saber esperar y uno vuelve la cara a los hombres para contemplar el rostro del Señor. Martín Menoyo pronto se encontró practicando una vida de piedad y de ascetismo. Habituado al desdén de la carne, entró en la morada interior, experimentó las alquitaradas sensaciones del yo místico que ponen al que las tiene en contacto con lo inefable. La Omnipotencia Suplicante, la Madre del Aviso, cuya honra inmaculada él defendió hasta el delirio, y hasta la torpeza de derramar sangre por su causa, la Deípara benedicta, recompensó al pobre reo con las glorias a la que va sujeta toda experiencia mística. Su corazón y su alma se elevaban a ras del suelo. De repente se encontró con que hubo vencido toda concupiscencia. Quería emular ya los santos, ya los mártires. Entró en ese túnel maravilloso donde queda aparcado todo apetito y se escucha sólo una voz que incita a la subida al monte santo.
- Davai. Davai. Citius, fortius, altius.
Es Dios, es Dios, el que pronuncia este aviso y pone las almas de los hombres en incandescencia. Su espíritu rutila como la concha de una aerolito. Estaba llegando, al cabo de trepar por la senda purgativa e iluminativa. La criatura en completo abandono se echa en el regazo de su criador. Es la cumbre, la última morada, la verja que abre el cancel del mundo futuro, el clavo del abanico, la piedra de toque y la razón de la existencia cristiana, el punto de mira al que apuntan los gritos de los cabos de vara terrenales: “davai, davai”, mientras chasca la tralla de la incomprensión y las tribulaciones sobre los lomos del afligido. En verdad, los justos poseerán la tierra. La vida pertenecerá, por herencia natural, a los crucificados. Es un sentimiento que pone al que lo experimenta a las puertas de lo inefable. Cristo Jesús estaba al otro lado de los rastrillos. Hace sentir más vivamente su presencia en las celdas de los condenados a muerte, porque así lo prometió en el Sermón de las Bienaventuranzas. Ejerce su presencia viva, invencible. Son los suyos. Fuera de los muros de la cárcel quedan los fariseos, el mundo con sus afanes, con sus prejuicios, sus convencionalismos levíticos, las mitras, las tiaras, los códices y pandectas a las que se atienen los tribunales. ¡Es muy corta esa vara y muy ruin para medir tantísimo! Ya se sabe: summa lex, summa injuria. Ontológicamente es un estado de cosas en las que manda la ley del más poderoso, del señor del mundo, del príncipe de las tinieblas, al que denominaban los padres griegos Cosmócrator (amo del mundo; el demonio, que sienta jurisprudencia de tejas abajo). Sin embargo, en lugares de dolor como puedan ser cárceles, hospitales, manicomios, Dios vuelve a asumir su papel de protección y se transforma en Pantocrátor (el que manda en todos los mundos visibles e invisibles, lo descubierto y lo por descubrir). Es Cristo, es Dios que clama: “Estuve preso y me vinisteis a ver y consolar “. Y con este clamor desata los vínculos del pecado, derrota a la muerte a los prejuicios de clase o de casta, a los criterios mundanales. Es una victoria, tras largo combate, del Pantocrátor sobre el Cosmócrator. Ante su poderío la infernal hueste humilla la cerviz. El diablo es puesto en fuga.
Muy pocos los comprenderán y lo aceptarán. Pero es así. El Maestro de Justicia, al nacer en Belén, vino a proclamar la gran “yihad” contra la injusticia. Se rebeló contra lo establecido. Metió en cintura a los fariseos con su hipocresía y su montanismo (sólo se salvan los puros y unos cuantos elegidos) y sus patentes exclusivistas de la interpretación de la palabra. Dejó en ridículo a los pontífices con su sabiduría, sus taras y sus tiaras. Esta rebelión le hace estar siempre vivo al lado de los que sufren, aquellos a los que los criterios humanos consideran perdedores, hasta la terminación de los siglos. Su actitud exalta a la humanidad doliente y encenagada por el pecado, proclamando su compromiso libre, pero lleno de amor, con el que sufre. Sobre este misterio la clave del arco del inmenso y sublime cristianismo. Algo en sí contradictorio y absurdo. Para muchos, piedra de escándalo. Ya San Bernardo de Claraval, dominado por el espíritu profético hace una amonestación ejemplar al Papa Eugenio III, a la sazón imperante, en su libro De la consideración, y con suma libertad de espíritu le dice que por su innata constitución es igual a la de todos los hombres: “ Papa sois, mas, polvo vilísimo”. Este réspice, tan cristiano y tan lleno de amor a la Iglesia, porque el Doctor Melifluo fue el primero en darse cuenta de los peligros que puede acarrear a éste el prurito de macrocefalia, el culto a la personalidad que se suele dar en las dictaduras, porque el medio no ha de guardar prelación con el fin, sino estar sujeto a él en perfecta simetría subsiguiente, podría venir a cuento en la hora en que las cristiandades aguantan el peso de un Papa muy político en su silla gestatoria. La macrocefalia vaticana puede anular el verdadero rostro del Cristo vivo. Su vicario no tiene derecho a convertirse en lacayo de los intereses en el mundo de los Estados Unidos y en definitiva del clan sionista. Pero es un tema que no nos incumbe. Wojtyla tendrá que rendir cuentas a Dios cuando exhale su último suspiro. Con ser el ayudante de campo de Cristo en la tierra, un adjetivo de contenidos ambiguos, en boca del Salvador cuando legó a Pedro como albacea de su Iglesia, pero que se ha utilizado como pretexto para el fanatismo y el anatema, y dio pie a exclusividades que rompían el principal mandamiento del amor, debe de quedar muy claro que no es Cristo, sino un hombre como los demás, polvo vilísimo, aunque sus asesores de imagen pretendan presentárnoslo casi como inmortal, una especie de deidad cibernética. Como el heraldo del tercer milenio ¿Vivirá para el año Dos Mil?
IX
Atemperada su alma por el sufrimiento, este hombre íntegro, loco de la Madre de Dios, como empezaron a llamarle en san Miguel, deviene insensible a la triste realidad por la que deambula. Un escalofrío divino lo transforma de arriba abajo, y no es oscuridad el terreno que pisan sus pies encadenados sino la luz de la visitación. Se opera, entonces, una catarsis que le permite a Martín respirar el aura de la santa indiferencia. Tener que no tener, vivir que morir, penar que gozar ya lo mismo da. Alcanza la adiaforia del contemplativo, un estado de gracia que permite a un tiempo la abulia y el entusiasmo y permanecer ajeno a los cuidados terrenales y sumirse en el profundo torrente de lo divino. Es como una borrachera espiritual en la que el organismo deja de tener hambre o sed en su carne anestesiada.
Formalmente, es un interno como los demás, que sale a la huerta a respirar el aire, de conformidad con el reglamento doméstico, sujeto a un horario (por aquellos días, el régimen de prisiones se acercaba bastante a la disciplina castrense y los actos eran regulados por un cornetín de órdenes), que manduca el pre en el antiguo refectorio de los cistercienses habilitado casi sin reformas para comedor general y vela sus sueños en el catre de la crujía corrida. Vierte sus excrementos en la letrina o en los zambullos. Ríe las bromas de Araujo. Escribe cartas a la novia lejana, una correspondencia llena de gallardía y buenos sentimientos, pero que se espacia con el correr de los meses y de los años. Águeda - luego lo sabría - entraría a servir en casa de un rico, que la dejó encinta. Seducida y abandonada la futura del presidiario acabó en el arroyo, pero este dato, que le infunde alientos para llevar adelante la cadena, no lo descubre hasta el final del libro. Es lo primero que hace de que sale absuelto: prosternarse ante el altar de la Virgen de su pueblo y buscar a su novia.
Cordial con todo el mundo, pero sabiendo mantener las distancias, este feroz ibero - su rostro tenía esa dureza que dan a las facciones las ideas fijas y la unilateralidad de pensamiento - participa en la calicata de los trabajos de evasión, pero desde un primer momento manifiesta a los interesados que él, aun colaborando en la fuga, no participará en la misma y empieza a cavar el terreno con un almocafre, que había sido pirateado al jardinero por uno de los presos. Pero no suele participar en las juergas. Se mantiene mudo y distante, a sabiendas de que la familiaridad excesiva suele ser la puerta por la cual gatean las discordias y enfrentamientos personales. Tampoco delata ni difama. En boca cerrada no entran moscas.
Llegada la ocasión se erige en defensor del débil ante las intemperancias del prepotente. Lo mismo que hizo Jesús. Una noche, cuando un grupo de desalmados se divertía a costa de una de las “marionas” del penal, lo tenían acorralado en semicírculo, frustró el linchamiento de Casiano Ortiz al que rescató de las fauces de Capricho, la perra loba que habían azuzado una cuadrilla de presos.
- Venga con él, Capricho.
El aceñero se lanzó sobre la jauría. Consigue dominar a la perra y mantener a raya a patadas y puñetazos a los que habían preparado aquella juerga cruel. Por dicha pelea es amarrado en blanca y confinado tres meses en la mazmorra de castigo, pero queda señor del campo. El que decían meapilas y beato, porque se le había aparecido la Virgen sabe demostrar su hombría y consigue hacer llegar su mensaje haciendo profesión de fe en el único lenguaje que entiende la gallofa: la fuerza de los puños y los alardes de la astucia. Nadie volvió a ponerle la mano encima al desgraciado grimoso. El aceñero no acostumbraba a meterse en las frecuentes peleas, pero, si entraba al envite, siempre ganaba. Fue así como fue barriendo uno a uno a los distintos jaques o cabecillas de las diferentes bandas mafiosas.
Durante su larga estancia en la celda de castigo consigue entablar un diálogo por señas con su vecino, Sabas Platero. Hablan de lo divino y lo humano y hasta llegan a entenderse por medio de aldabonazos en el hostigo o simples golpes por el barrote de la ventana. Sabas era un fuguista incorregible. Había intentado la evasión treinta y tres veces, todas fallidas, porque tomar la puerta de los carros en un penal español y mucho más en aquellos tiempos de primeros de siglo, era cosa ardua. El alcaide nuevo, un funcionario de prisiones que llegó con ganas de introducir algunas reformas humanitarias (puso campos de fútbol, gimnasio, enfermería y talleres), con su aire tan despistado sabía más de lo que daba a entender.
Este tranco del relato nos muestra a un Zamacois maestro en el arte de narrar; el autor consigue con infrecuente pericia meter a su personaje dentro del lector, revelando el temple místico del Aceñero. También los asesinos pueden llegar a santos. Flota en la atmósfera la grandeza y el pathos de Dimas, el buen ladrón. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. El estilo, siempre magnifico y sin decaer, se mantiene en la cumbre literaria. La reclusión viene a ser como una huida del mundo y el encuentro consigo mismo en la Tebaida penitencial. La Biblia dice que el hombre es un beduino, un peregrino que va de paso, cruzando las arenas de un dilatado desierto. Los oasis representan un alto en la extensa travesía y permiten una mirada a lo alto. Dios ha solido hablar al hombre en los solitarios yermos o desde las escarpaduras de los picos inaccesibles. También por los corredores fríos del penal se escucha su voz. A veces es un susurro. Otras, como un rugido. Un recluso tiene la suerte de encontrar abiertas las antenas casi siempre. La reflexión y la calma de sus horas muertas lo tornan receptivo a ciertas comunicaciones insólitas de la gracia. Eso que el Talmud denomina “emunáa”. Lejos del tráfago mundano donde la gritería y la disipación entregan el alma a cosas inanes, y a solas consigo el emparedado se encuentra a sí mismo... La corrección puede resultar una universidad donde se enseñan las malas artes del odio, pero también muchos encuentran el camino de la justificación. Oran. Martín se volvió un cartujo sin votos. Llevó el alba de los profesos de dicha orden sobre los hombros. Nunca perdió la inocencia. Puede decirse que el fango de la cárcel ni lo salpicó.
“El penal dormía lleno de carne triste. Su aletargamiento era un aletargamiento de osario, anegado de tinieblas. Todo allí se pudría despacio. Arriba, las estrellas eran como pupilas abiertas sobre el silencio funerario de los patios, donde la vida seguía latiendo irreductible, los ojos vueltos a la libertad “.
Transcurrían los días, lentos, anodinos. Una ola que va y otra que desaparece, pero todas son idénticas. Bañan las playas del océano de la cadena perpetua. En las penitenciarías no hay reloj. El reloj lo llevan los propios forzados en sus cerebros. Este reloj parece haber sido fabricado de una mecánica inexorable. Sus manecillas acarician siempre la hora exacta, pero, transgredidos sus muros, la horología es otra. Los cuadrantes de este reloj del penal se precipitan sobre el umbral de un silencio sin confines, análogo con el concepto de la eternidad.
De tarde en tarde, llegaba hasta alguna de las galerías el bataneo lejano y pertinaz de los excavadores del butrón que brindaría pasaje a la vida libre. La obra se preparaba durante las horas que transcurren antes de los recuentos, previos el toque de oración, justo bajo un tapial recostado sobre los adarves del muro de circunvalación, y cabe el gran ciprés. Su espesura brindaba alguna custodia contra el ojo implacable de los centinelas, pero al pie de la bocamina camuflada había siempre dos “fuguistas” a la mira oteando el panorama como leones. Aparecido algún peligro en lontananza, sonaban los timbres de alerta:
- Agua. Agua. Que viene Saborido.
Saborido era uno de los cabos de vara. Andaba siempre como medio despistado por todas las dependencias, repasaba una y otra vez las plantas, se presentaba en las crujías de improviso, con su roten de palo santo. Hacía como que no se enteraba pero se percataba de todo. Como había sido sargento de Milicias durante la segunda república, estaba acostumbrado a lidiar con la tropa. Era un tipo cari hondo, de andares rápidos y algo espetado, una señal psicológica de sentirse a gusto dentro del uniforme. No como otros que caminaban estevados, los brazos péndulos, y hundida la barbilla, fijos los ojos en el suelo, señas evidentes de inadaptación al medio o de falta de entereza. Con los andares y modo de moverse se puede catalogar un comportamiento.
La tierra removida era arrojada a las conducciones de la atarjea o sumida por el lavabo. No había que dejar “cuerpo del delito “ni atraer las sospechas de los centinelas. El túnel lo habían perforado a la sombra del gran ciprés, justo detrás de los gallineros. Durante los paseos, cada cooperante debía de meterse un puñado por entre la camisa. El uniforme de los internos suele venir sin botones y sin bolsillos. Día a día, paseo va y paseo viene - la gatera tardó en estar lista más de un lustro de trabajos mineros interrumpidos - se consiguió dar cima a la obra. Es así como laboran las hormigas para quienes no cuenta el tiempo. Sólo el número es lo que priva. De forma análoga fueron erigidas las pirámides egipcias y las catedrales medievales.
Era horadado el suelo con un almocafre requisado y los terrones porteados en el interior de calcetines o de pañuelos anudados. En la zapa se utilizaron leznas, destornilladores y cuchillos de cocina. A cinco años corridos de iniciada la mina, paralelo a los desagües se había perforado una oquedad de cincuenta metros de largo por uno de diámetro.
Por el mes de mayo, don Froilán pedía voluntarios para construir una gruta con piedra en honor de la Virgen María. El mes de María solía tener visos de rumbo en el penal. Aunque, perdida la fe en Dios y en la justicia de los hombres, muchos no se perdían las flores, que les recordaba alegres tiempos de la infancia, emociones maternales, y sensaciones primeras de la naturaleza en plena eclosión. Estaba ya la primavera valenciana luciendo sus mejores galas y fastos. Allí nos encontramos a Carrión, un bandolero palentino, asesino confeso, que se había cargado a tres hombres en una riña, porque era un auténtico Sansón de extraordinarias fuerzas, cantando como un niño el “Venid y vamos todos “. Algo tiene la Virgen para que, con tan sólo mencionar su nombre, muchos caigan de hinojos, o afloren las lágrimas en las mejillas de hombres rudos y curtidos. No es un mito. No es algo que los católicos españoles tengamos únicamente en nuestra cabeza. A este desventurado país, verdadero jardín de María, le salva su devoción a la Inmaculada.
Al oficio del mes de María no faltaba nunca Martín. Hacía las veces de acólito, tarea compartida con Casiano Ortiz. Ambos lucían en la ceremonia un sobrepelliz almidonado con vuelos y mangas ridículas, que les quedaba pesqueras. Delante de roquete, en la procesión del día treinta y uno, con la cruz alzada marchaba Orencio Pérez moviendo el incensario. A Iñigo Bustamante le gustaba encargarse de las tareas de sacristán. Todos los años construía un monumento que daba la hora. El montañés era un manitas. También tenía un arte especial para colocar en buena disposición los claveles reventones, los ramilletes de azucenas, caltas de una blancura especial, nardos y rosas, muchas rosas. Todo el recinto se llenaba de la fragancia del azahar. No era lo mismo decirlo que verlo. El monaguillo Casiano, como no tenía manos, juntaba los muñones y ofrendaba así a la Señora, que comprende los dolores y los pecados de los hombres, el recitado de su oración especial. Cerca del altar, revestido de acólito, parece que volvía a él a los pies de la Virgen, la dignidad perdida. Se transformaba en otro hombre.
X
Otro mes que encuentra una significación particular dentro de los muros de un presidio es noviembre. El recuerdo de los muertos agitaba muchas conciencias y se ofrecían sufragios, no sólo por los parientes fallecidos, sino también por las víctimas de los encarcelados. Muchos tenían pesadilla. Decían haber visto en sueños a la esposa que arrebataron la vida por celos, o el dueño de la finca al que asesinaron para entrar a robar. El ciclo de difuntos era un tiempo de melancolía. La inquietud y el desasosiego roían por dentro y en el resquemor algunos llegaban al borde de la desesperación, pero eran los menos. Por lo general, un asesino contempla a los muertos de mano airada hasta con ternura. Los rostros y la voz de sus víctimas bajarán con ellos al sepulcro. Se convierten en un amigo que llama desde el más allá. A ratos, a gritos. A ratos, estas voces lejanas se transforman en susurros para las conciencias poco en paz. Sin embargo, la nostalgia estaba ya casi desvanecida por navidades, cuando con motivo de la nochebuena se preparaban rifas, bailes y Baco vuelve por sus fueros. El alcohol se convierte en amigo y confidente. Muchos bebían para olvidar. La bebida es una modalidad de lento suicidio. Aunque prohibido, el licor solía entrar camuflado por los registros del rastrillo. Las cogorzas que se cogían por estas fechas eran olímpicas lo mismo que los enfrentamientos personales. Esta alegría postiza no era del todo injustificada. Durante la Pascua del Natalicio o en Semana Santa por lo común solía caer algún indulto. Las amnistías, aunque raras, no faltaban en determinadas ocasiones: jubileos, años santos, la boda del Rey, etc. Todo pasa. El bien y el mal. El ser humano es un animal de costumbres. La verdad absoluta es que no hay verdad absoluta, que, de tejas abajo, todo se relativiza. Tendemos a la verdad y a la belleza, pero pronto nos encontramos atrapados en la tela de araña que nosotros mismos nos hemos fabricado por el pecado original, y hemos de convivir con la fealdad, el marido alcohólico, la mujer ruin, el vecino de al lado al que no soporto y esta ciudad enigmática, fría, alegremente falsa, que siempre tuvo una población flotante de porteras y de lacayos, con la que tengo que verme las caras todos los días. Han echado el pestillo a Caramanchel, pero Madrid sigue siendo más cárcel que nunca. Una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo. Émula de la podredumbre de Nueva York, la cual, aunque ni el arquitecto Moneo ni el psiquiatra Rojas Marcos estén de acuerdo conmigo, sigue siendo el “gulag” del mundo, un campo de concentración de mucho lujo en cuyo espejo degradante se miran las demás aspirantes a Babilonia del planeta. La “gran manzana” es una megapolis de gran cabida para paletos. El papanatismo sigue siendo su gran coartada. Cualquier día de estos el Empire State puede venirse abajo y la gran torre de la Pan Am estallar. Cuando llegue ese fracaso, todo el tinglado de la antigua farsa puede estallarse. Pero, mientras tanto:
- Davai. Davai.
XI
Transcurrido el invierno, casi con la primera flor de almendro, las espalderas de los geranios aparecían en todo su esplendor. Eran formateados los alcorques emparrillados de verjas epicíclicas, se hacía la poda de cerezos y un mundo, como aletargado y dormido, durante el periodo hiemal, salía de su sopor. A finales de abril era la época de los traslados. Iban y venían nuevas conducciones. Estas se llevaban a cabo sin previo aviso. La población convicta formaba abajo en el saladero (patio), donde les esperaban algunos números de la Guardia Rural, de aspecto entre adusto y resignado, encargados de organizar los convoyes. Aparecía el director impecablemente vestido en uniforme de gala color gris plomo (chaqueta de dos filas de botones plateados, con solapa de vueltas de seda, hombreras doradas con cordones trenzados, gorra de plato con el vuelo forrado también de seda, la visera con barboquejo mostrando, en el frontis, bordado en oro el emblema del Cuerpo de Prisiones, una espada en posición vertical con punta hacia abajo orlada con hojas de palma y de roble, todo un homenaje a la Justicia ejecutiva) los bolsos de la guerrera de fuelle, con bocamangas y hombreras dobles, zapatos de charol y guantes de piel color de avellana, y leía la lista de los que habían de evacuar. No se especificaban a donde Lo sabrían en su llegada, o bien de por el camino. Se les llamaba por su nombre y apellidos:
- Longinos Murrias Castropol.
- Aquí.
- Con todo.
- Sí, señor.
- Y a la puerta principal.
El alcaide solía agradecerles por su presencia, les exhortaba a la conformidad y se despedía con un lacónico:
- Que haya suerte.
Los rostros de los encartados algunos mostraban desagrado o despreocupación. Otros, curiosidad. La mayor parte, la más augusta indiferencia. Santoña era temido por su humedad. Chinchilla, por sus inviernos infernales y sus veranos tórridos y el penal de Santa María traía a la imaginación de los pobres presos nociones de muerte, porque allí serían muchos confiados a la mano del verdugo. El penal de Santa María sonaba a garrote vil. A Cuellar iban los enfermos de pecho y los locos acababan en Chinchón o en Alcalá de Henares. Temible era el Hacho, pero un sitio oreado, el más sano de todos, con vistas al Revellón de la antigua fortaleza. Otros nombres que causaban angustia eran los de San Agustín y san Antón. Antes de cárceles fueron conventos. El de Mahón se pronunciaba con voz velada y empavorecida. Pero eran prisiones militares donde la triste tropa iba a dar con sus huesos. Los más veteranos, con larga experiencia en el trullo, al haberlos recorrido todos, se tomaban la licencia de dejar caer consejos y admoniciones a los que estaban a punto de partir. Eran las suyas avisadas advertencias del escarmiento.
- En Santa María, tengo yo un hermanito. Dale recuerdos.
- Vale.
- Ojo, en Chinchilla con un rijoso mal encarado. Tiene mala sangre. Estuvo con la partida del “Pernales”. No tengas ninguna familiaridad con ese gachó.
El funcionario iba repartiendo una bolsa con bocadillos y refrescos a los itinerantes. Previamente, los citaba por sus nombres.
- Alfonso Castrillón.
- Presente.
- Generoso Mañas.
- A la orden.
El celador decía entonces que debía ir a recoger sus pertenencias. Todo lo que puede poseer un encadenado en este mundo cabe en un petate.
- Con todo.
En ese “con todo” (el petate o el morral peregrino) se cifraba toda la fortuna personal de aquellos que yacen en prisión.
Se suponía que cada corrigendo debería cargar con sus escasas pertenencias: viejas maletas de cartón anudadas con atillos, maquinas de afeitar, algún libro o devocionario, los retratos de los seres queridos, pero había algunos que tenían la manía acaparadora, definida por los psiquiatras como el inicio de la demencia senil y otros trastornos del alma, y metían en la escarcela cuerdas, clavos, espejos rotos, una par de mudas. Así y todo, lo acaparado, aunque había entre los incluidos en el convoy un hombre ya provecto que arramblaba con un colchón de borra, que había conocido los camastros de todos los centros de internamiento de la península (San Agustín de Sevilla, el penal de Santa María y el Hacho ceutí donde su propietario pernoctó casi dos lustros en trabajos por forzados) y salía con todo en todas las conducciones que hubo padecido.
- Hombre, Aquilino, ¿por qué viajas con el colchón a cuestas? Con esa traza pareces San Cristobalón.
Y Aquilino, otro gallego, que había sido cuatrero y contrabandista de Lugo, contestaba con mucha circunspección y en un inglés de Oxford, a los apostrofes entrometidos:
- Mind your own business, will you?. If I sit on prison, that´s not matter of your concern, mate, do you hear me? After all, we travel in the same boat. (Algo así como: no te metas donde no te llaman o, no tires cantos contra el tejado de tu vecino, si el tuyo es de cristal).
- ¿Qué nos ha dicho?
- Pues que te vayas con viento fresco a la farola.
Aquilino Carballeda Heaney tenía todo el aplomo y la facha de un lord británico. Hablaba seis idiomas y era lo que se dice un señor. Sangre irlandesa corría por sus venas. Pero tuvo un percance con un compinche en una fiesta salvaje que llaman “A rapa das bestas”. Corrió el orujo y el ribeiro. Su víctima le debía unos dineros y no había saldado la deuda. Los potros ya habían sido enchiquerados en sus correspondientes tenadas. La ceremonia había quedado vistosa y hasta emocionante hasta que a los chalanes les dio por beber más de lo que corresponde. El sembrador de toda cizaña, como ya va dicho en esta relación de galeotos, suele acurrucarse entre los cristales de una botella de licor. Por eso lo llaman el Diablo Rojo. Encarnada es la sangre lo mismo que el mosto.
Aquilino era uno de los équites que con una pericia atávica, porque se trata de un encuadramiento de la yeguada que se hacía ya en tiempo de los celtas, en este trajín por demás violento y peligroso, más casi que una doma, se tiró para delante. Que sí, que no. Que tú, que yo. Que me dijiste. Que me prometiste. A que no tienes redaños. Eu carallo. E tou maix, ome do demo. Echa. Tira. Para. Alto ahí. Toma. Daca. El agujero del que saliste estaba podrido. Por eso tienes tan malas entrañas. La zalagarda, que comenzó con las palabras melosas de saudade y acentos a orillas del Sil y del Eo, cambió al tono aguerrido del hablar cerca del Tajo y del Ebro. Las voces suben de tono y hay un crescendo de los timbres. El pecho se abomba. La mirada se encampana. Se transforman en gritos para dar paso al alarido y al golpe seco como cuando un toro embiste contra el burladero. El tema podía ser zanjado con unos cuantos sopapos, pero aquí no. Aquí hay que echar mano de la escopeta o la navaja. Luego la malquerencia durará para siempre. Irá a parar al archivo imborrable del odio secular. La enemiga no conoce remisión entre las familias enfrentadas.
Estas historias se saben como empieza, pero cómo termina es asunto mucho más aleatorio de determinar. Dan principio las hostilidades por una palabra descomedida o por una inconveniencia pronunciada sin demasiada mala fe. Por una mirada que roza el insulto. Siguen con la mención de la madre e injurias a los ancestros. A mí esos no me los retruquen para nada. La majeza, el orgullo hace el resto. El encuentro amistoso acaba en tragedia. Se produce al cabo el consabido homicidio en una fiesta. Las carcajadas y apuestas se vuelven lágrimas. De estas reuniones trágicas lleva la culpa en parte Baco. Un mal beber. Un mal rollo. Pero hay que remontarse más lejos en estas indagaciones de los motivos de un homicidio rural. Es un atavismo telúrico. Esa mala sombra de Caín que rige nuestras vidas. No importa quién mande, cualquier que sea el régimen político, dictadura, democracia, anarquía o autonomía, este país está enfermo.
Los males se ahíncan en las profundidades de un subconsciente semi religioso, cuasi místico, que vuelve a los españoles unos inadaptados para la convivencia. Mucha de la culpa la tienen la hipocresía y el jesuitismo. No somos un pueblo orgulloso y envidioso, como se ha dicho. Participamos de la soberbia que acarreó la ira divina, según lo relata el Génesis, en forma de doblez moral. No fue la lujuria ni la gula lo que expulsó a Adán y Eva del Paraíso fue la soberbia. Seremos como dioses. ¿Tú, qué te has creído? ¡Estás tú bueno! ¡A mí con esas! ¡No sabe con quién está usted hablando, oiga, pero vamos! Esta ojeriza secular, y casi endemoniada, se compatibiliza con la adulación lamerona más detestable, con el vivan las cadenas. Arriba mi dueño. ¿Dónde está vuestra ética? Nosotros no tenemos ética. Somo chaqueteros. Vamos a las procesiones y a las novenas y despellejamos al prójimo. Hay que pagar el tributo de las cien doncellas. A rey muerto, rey puesto. El lema es la hipocresía, esas dos caras, que responden a una insatisfacción interior, un no saber aceptarnos a nosotros mismos, lo que expulsará a los españoles de este Edén, país privilegiado por la mano de Dios que es la maravillosa tierra en la que han nacido. No se la merecen.
Luego, los guardias civiles organizaban la recua. Aquellos pobres presidiarios el pañuelo a la cabeza, y el hatillo con sus escasas pertenencias al hombre, flanqueados por los agentes del orden, se ponían en marcha. Era un viaje a lo desconocido. Tras la rueda de identificación, la cuerda de presos. Con frecuencia, se registraban escenas conmovedoras, porque dicen que del roce, aunque sea el de una cárcel, nace el cariño. Para allá marchaban compañeros de infortunio a los cuales ya no se volvería nunca a ver. Un cabo de la Benemérita volvía a hacer recuento y, cuando ya estaba el cupo completo, las puertas del penal se abrían para dejar paso a la fila de los conducidos. Por los caminos de España aquellas figuras tétricas de forzados se convertían en una procesión de espectros. Estantigua de cadáveres ambulantes en viaje a ninguna parte. Muchos cambiaban de penal para mejorar poco de fortuna. En el nuevo destino les aguardaba el collarín de hierro del esbirro o la guadaña de la muerte natural.
El cabo de la Benemérita saludaba militarmente al alcaide.
- A las órdenes de Usía. Pido la venia para proceder al viaje.
- Orden concedida - farfullaba el alcaide, en tono formulario y de trámite.
- En pie. Con todo. Guarden la línea. De frente. Queda prohibido detenerse o mirar para los lados. Si alguien no puede seguir que me lo diga- concluía el comandante de la conducción.
Un enfermero acostumbraba con un botiquín de primeros auxilios a formar parte del convoy, pero en la mayor parte de los penitenciados tales socorros no servían d sino para firmar el acta de defunción. No pocos de la cuerda fallecían a causa del vómito, las fiebres, la insolación los relentes y el barro de los malos caminos.
Todos estos ritos formaban parte de una liturgia especial. Los traslados con frecuencia resultaban dramáticos. Con la libertad casi a un paso, a alguno le daba la tentación de saltar, y moría acribillado por los disparos de sus custodios, o perecía durante el viaje víctima de las fiebres, del cansancio, el frío, o las enfermedades. Un traslado tenía connotaciones de fiesta fúnebre dentro de la mentalidad y el régimen de los penitenciados, porque marchar es morir un poco aunque siempre revistiera carácter de gran novedad, como novedosos eran los domingos y fiestas de guardar.
XII
El presidio en peso solía asistir por el verano a las misas cantadas en la explanada o en el recinto de la iglesia, donde se estaba calentito, durante el invierno. A algunos les encalabrinaban los cantos. A otros el aroma del incienso o los gestos de las rúbricas de solemnidad. Antes de la ceremonia se procedía al rutinario recuento. Los presos se encaminaban de tres en fondo en estricta formación castrense.
- Firmessss. Derivación derechaaaa. Arrrr.
Entraban en la iglesia cantando el himno de Nuestra Señora de la Merced, patrona de los cautivos. Si no os volvéis como niños, no entrareis en el reino. Estar preso significa en algunos casos regresar al estado de semi inconsciencia y expectación de la infancia. El capellán de prisiones no era lo que se dice un dechado de mansedumbre. Por esa boca de clérigo vomitaba azufre y excomuniones. Le privaba hablar del fuego eterno, la cárcel de donde se sale nunca jamás. En sus homilías daba rienda a su frustración demoníaca y a la capacidad para la invectiva. Gritaba como un poseído. Mas lejos de ablandar los corazones de su parroquia “ pecadora “, estos no se sentían ni conminados ni amedrentados por las fumarolas de la puerta del infierno, ni de las torturas del purgatorio. Adormecidos por el calorcillo de la estufa y el vaho humano. Otros se miraban unos a otros con ojos burlones como diciendo: “¡conque esas tenemos! Este cura ¡debe de haberse desayunado un tigre!”.¡Y para siempre jamás, hermanos! En el gigantesco reloj de arena de la cárcel de la eternidad cabe toda la arena de las playas del universo. Cuando ésta haya pasado por le cedazo, se da vuelta a la tolva y otra vez a empezar. Las parábolas que se gastaba Don Froilán en sus homilías no les cabían a muchos internos en la cabeza.
Su mensaje evangélico no podía llegar a la audiencia ataviado de esas crueldades. Sin embargo, flotaba sobre la iglesia un aire de misterio. Cristo estaba allí y se dejaba entender mucho mejor a través de los cantos del coro. Los presos escuchaban al páter como quien oye llover. Una mañana un irlandés, faceto y muy chulo él, soltó a bocajarro:
- I am only here for the beer, mister (yo estoy aquí por la cerveza tan sólo reverendo)
Menos mal que, como hablaba en inglés no se le entendía lo que decía, pero un celador, el que había sido sargento de milicias vino hacia el osado y lo echó a patadas del templo.
- Oye, Patrick, como sigas diciendo gansadas e inconveniencias mientras rezamos, te voy a echar cinco meses en prevención. En la casa e Dios hay que estar callados como en misa ¿Es que no eres católico, pedazo de tuero?
- Sí, don Camilo, pero no de esta cofradía.
Patrick, un tipo celta, pecoso, con el pelo rojizo, y ojos muy azules y burlones, escuchó los rapapolvos como quien oye llover. Ya va siendo hora de que los curas dejen de mirarse el ombligo y piensen un poco más en su grey. Se explican con la prepotencia insolente de funcionarios. Pontifican y anatematizan. Hablan mucho y luego hacen cuanto les viene en gana. Sinceramente, no creen en lo que predican. Algo vale que la fe de los que sufren trasciende las prerrogativas y privilegios de unos cuantos cretinos absurdos y encaramados en su prebenda. Sin embargo, la capilla era un lugar agradable. No resulta extraño que el irlandés echase de menos la “guinness” y los pubs de su verde Erín. Se trataba de uno de los sitios del edificio claustral ajenos al mal fario o que no estaban gafados. Allí no solían ocurrir peleas. Uno estaba seguro y, además, se estaba tan ricamente y calentito oliendo a incienso o escuchando cantar a un grupo de vascos, miembros del coro. Uno había estudiado solfeo con el tenor Gayarre. Se llamaba Lecumberri y era político. Encuadrado en las filas del carlismo, había estado con la facción. Porque pertenecía a ese cupo de gente noble que nunca cambia de ideas. Odiaba a los constitucionales y peseteros y “guiris”. Era un chapelgorri de cuerpo entero, que defendía, la Tradición y el Rey Absoluto. En su castellano balbuciente cuando le imputaban su terquedad: “Hombre, Lecumberri, mira qué hacerte mala sangre por un Borbón”, él contestaba tajante:
- La que yo decía, pues, ¡Viva Carlos séptimo, rey y señor! Quier que no ame fueros, de Euskalerría no podrá ser.
Su voz era un ijujú, una aguerrida contraseña telúrica plena de concordancias vizcaínas. Un redoble de tambor. Carlistas, cantonales, rojos y fachas perdidos, alevosos etarras, idealistas, españoles trasnochados, gente buena y noble, lo mejor de las Españas ¿por qué será que siempre acabareis en el trullo?
- Eso es una burrada. Aquí lo único que cuenta es ser libres, Lecumberri.
- Libertad del mal no deseo yo. Quiero libertad para el bien. Para ser todos buenos y felices - contestaba tajante.
Pertenecía al último de una saga. Pero en las cárceles hispanas nunca han faltado presos de conciencia. Primero, los judíos y herejes. Luego, los carlistas. Después, los anarquistas de la “Mano Negra “. Para acabar en los etarras y los GRAPO. Esto no tiene arreglo.
No hablaba más que vascuence. Lo encerraron por haber dado muerte al gobernador de ideas isabelinas de una provincia del Norte. Tenía la pinta de bruto, pero cuando se ponía a cantar se transformaba en ángel órfico. Tan popular llegó a ser que entre los reclusos se decía:
- Vamos a escuchar a Lecumberri, el gran maestro de capilla.
En lugar de decir: “vamos a misa y a ver cómo se explicotea don Froilán, qué gargajos infernales nos lanza, qué amenazas esgrime contra nosotros”.
Su intuición les persuadía en su convencimiento, de forma innata, y acaso por uno de esos soplos inefables que responden a la acción del Espíritu Santo, que Cristo no puede tener el rostro con que lo pintan los jesuitas. Lecumberri, aquel gañán vasco navarro, era un heraldo del mensaje. Dios es músico. El convertirá el Cielo en un perpetuo sonido del arpa, una interminable polifonía, un inmenso orfeón. En cambio, el infierno es la privación de todo lo que es armónico. Los diablos no pueden cantar. Después de la rebelión de Luzbel, Miguel les quitó de la mano las cítaras. Los que antes tenían la voz del querubín y del serafín quedaron reducidos a pululantes hoci poci de guitarras estridentes, juglares indomésticos. Dejaron de tener oído y les crecieron las orejas como a Mike Jagger, ese morritos berreador. Satanás, que lo sabía, no por demonio sino por viejo, se metió en el concilio de padres de la Iglesia e hizo firmar a los obispos la abolición del canto gregoriano, la supresión de los motetes. Ítem más, inducidos por el Malo suprimieron la oración a San Miguel y el último Evangelio de Juan, la página más excelsa salida de la pluma y la inspiración humanas.
- ¡Que bien canta ese Lecumberri! ¡Tiene una voz maravillosa de tenor! Podrá ser más burro que un arado, y su madre lo parió trabucaire, pero sus filados me emocionan. Me entra morriña y echo de menos de mi siringa - decía Galo Viqueira, un orensano de ojos soñadores.
Su caso era muy frecuente y vulgar en los tendidos del albero enrejado de San Miguel. Mató a la mujer porque la encontró con otro. Galo Viqueira era afilador. Mala suerte. No cesaba de repetir en los días de su cadena:
- ¡Si no lo hubiese sabido! ¡Si las cosas hubieran ocurrido sin que yo me enterase...!
Pero la cosa ya no tenía remedio.
Esta apelación a la santa ignorancia, porque el saber nos vuelve infelices, era la misma, cambiando el entendimiento por el órgano de la vista, angustia que aquejaba al hombre que violó a su propia hija. Si no la hubiese visto... Si no la hubiese visto. Lamentaciones a posteriori que no van a ninguna parte. El orensano, que echaba de menos su siringa - tocando aquel humilde instrumento había recorrido la mayor parte de las ciudades de España - también terminó de mala manera. Se saltó la tapa de los sesos con un punzón. Quería marcharse a las regiones maravillosas evocadas por el canto de Lecumberri. Trató de encaramarse a las nubes asido a las notas de un Kirie de la misa de Ángeles. Vivir lejos de la belleza era una idea que el gallego se sentía incapaz de soportar. Y todo por una mala mujer. A cuantos de los inquilinos de aquel penal les ocurría la misma tragedia. Lecumberri había sido un tenor de fama y Galo un afilador de los buenos. Les sacaba punta a los cuchillos botos y movía con suma pericia dándole la aceleración requerida con el pedal a su rueda de amolar, mientras su arpa de David mantenía en atención y contraseña a las barriadas. La melodía de su siringa sacaba a las mujeres de los balcones.
- Afilador, ¿adonde vas?
- Eu - murmuraba el humilde menestral quedamente - O mundo es grande. Ainda mais carallu. Rico non me fago. Por minha nai
XIII
El conato de fuga fue desbaratado in medias res. El alcaide, que sabía más de lo que aparentaba.
- El capellán no predica. Predica y escupe. Sus alaridos se clavan en las bóvedas de luneto. No se puede amenazar de esa manera a la pobre gente. Si después de pasarnos media vida a la sombra, nos cae otra perpetua en la eternidad, no sería justo. Ese sacerdote, que dice hablar en nombre de Dios, tiene que mentir como un bellaco.
- Y por toda la barba. Es un hierofante. Un impostor.
- Pero Lecumberri canta como un ángel. Ese tchapelagorri tiene ese don, aunque sea un fanático de la monarquía absoluta, deteste la Constitución y llame peseteros y guiris isabelinos a los que no comulguen con la Santa Tradición. La cosa tiene tres pares de perendengues. Que haya muerto tanta gente en este país por quimeras. Por un Borbón. Por un pontífice que se sienta tan ricamente entre sedas, quirotecas de filadiz, púrpuras y obras de arte. Bien les ha ido un negocio que empezó en un muladar donde nació un niño pobre, hijo de vagabundos, para que una serie de creencia hayan generado tanto fasto y riqueza. ¡Viva la Constitución! - exclamaba Sabas Platero, recalcitrante en sus ideas republicanas y progresistas.
- Precisamente, por eso mismo. Y al revés te lo digo para lo entiendas. Algo tiene que tener un sistema cuando el edificio, a pesar de tanto escándalo, se sostenga a lo largo del tiempo. Es que los fundamentos, firmes, resisten. Los colocó una mano divina. No se deben a la arbitrariedad humana. La Madre de Dios es también la Madre de la Iglesia y vela por ella - replicaba Menoyo con sagacidad y discreción.
Sus palabras ahora ya estaban exentas del fanatismo de sus años mozos. Creía en la Virgen María, baluarte de su fe, pero para el conscripto número 743 del penal de San Miguel de los Reyes la noción de la Señora había dejado de tener esas connotaciones de diosa pagana, atalajada de joyas con que la representan en efigie, más por exceso de cariño que a causa de una avisa intención, algunos creyentes, y la pasean en carroza sus cofrades en las fiestas patronales. No era una nueva Mita sino una sencilla hebrea elegida para la misión de convertirse en la omnipotencia suplicante y de acueducto que afuera el agua de las gracias y de las oraciones, un puente entre el cielo y la tierra.
Ahora el Aceñero no sería capaz de matar ni de cortarle la lengua al agnóstico Platero por profesar creencias diferentes, como había hecho con su primo. María, madre de Un Condenado a Muerte, sentía una especial predilección por los presos. Era una mujer real que sufrió mucho en su paso por la tierra. Era la doncella del canto supremo del Magníficat. ¡Ella supo tanto de cárceles, cóleras, ingratitudes, destierros!
A Martín Santoyo su vida encadenada lo había transformado. Había dejado de ser fanático.
- A mí me ha dicho una tía monja - dijo uno que había nacido en la provincia de Segovia - que nosotros tendremos prelación en el reparto.
- Que quiere decir eso de prelación.
- Pues ni más ni menos que lo que oyes. Que los últimos serán los primeros.
Ciertamente, que se criticaba al padre Froilán, un cura de misa y olla, hombre de pocas luces y de posaderas vastas. Aunque no era malo, se arrogaba unos derechos que no le correspondían. La fuerza motriz de la Iglesia no tiene su epicentro en los palacios vaticanos. Tiene que ver bastante poco con el dogma de los prelados. Encuentra su punto de apoyo en el dolor y el amor de los que sufren. La Iglesia es eterna porque la portan a cuestas los crucificados de todas las latitudes y todos los tiempos. Sin embargo, a los pobres, a los que no nos ensartan en los cuatro ases de los cuatro palos de la baraja, porque nunca cuentan con nosotros para nada, aunque todos nos lo han quitado, hasta la esperanza, pero jamás la fe en Nuestro Señor, nos toca achantar la muy. Todos nuestros movimientos se gobiernan por el sonido del cornetín de órdenes que distribuye los horarios del día: fajina, retreta, diana. Poned la tele. Es la hora del telediario. Hay que ahuecar el ala. Tomar el autobús. Viajar hasta la oficina y encontrarse con los otros presidiarios de la vida civil. Hay que bailarle el agua al jefe. De él depende nuestro empleo. Que se nos rebaje la condena y luego volver a casa cansados. La radio repite siempre las mismas consignas letárgicas. Se acabó el amor. Podemos entrar y salir, pero vivimos amarrados en blanca. En la cárcel huele mal. Los cagaderos están demasiado cerca. En el metro le canta el ala a esa jarifa tan despampanante. Detrás, sin dejarla a sol ni a sombra, un hombrecillo insignificante parece que se recrea arrimando su pierna a las nalgas de la moza con olor de sobacos. Empieza el toqueteo del transporte. También huele que apesta en los vagones de la Línea Uno. Van los trenes atestados. Bajo las luces de neón que sacan un brillo frío al pavimento de los andenes los trenes asemejan a expediciones celulares. Presumen de libertad, pero ellos también mueren encadenados. El final de su cadena será el umbral de un nicho en la Almudena o una urna con sus cenizas que aventarán en honor de Tanatos. No llevan el traje presidiario, pardo con vivos amarillos, pero tienen los pies sujetos al brete de un reglamento inexorable. La libertad no es más que un saldo. Nunca podrán alejarse demasiado de la cárcel que llevan dentro, del hospital inmundo de sus células que se gastan, o del manicomio que necesitan para dar rienda suelta a sus desvaríos. Habitamos todos en un espejismo. En realidad no somos más que una caravana de beduinos que cruza el desierto, una conducción de presos mínimos. Grita el capataz con voz rajada:
- Con todo.
Y tenemos que liar los petates. En pie. Con todo. La muerte y la vida al hombro, hay que ponerse en marcha. Afuera el relente de la noche aguarda. Se transforma en un viento de pesadilla, que se lleva los tricornios de la pareja, pero las cadenas a las que al nacer se nos liga nadie las arrastra por nosotros. La naturaleza enigmática y ensimismada en su trajín perenne muestra una cruel indiferencia hacia nuestros estados de ánimo. El viento de la desilusión hace chocar su cabezota contra los hierros arrancando las notas de un canto funeral. Es demasiado consistente la argolla. No se funde el hierro tan fácilmente. No se ganó Zamora en una hora. Por eso, la llaman la “bien cercada “. En ese instante de abandono, cuando avanzamos los brazos péndulos por caminos desconocidos marchando hacia un objetivo donde nadie nos aguarda, no cabe otro asidero que el de la fe.
- Davai. Davaite. Davai.
Los jefes de escuadra de las brigadas de sección gritan como posesos.
XIV
In medias res los cabos de vara desarticularon la fuga.
El alcaide, que no se chupaba el dedo, estaba en autos de lo que se tramaba. Alguien había ido con el chivatazo. La cárcel es un lugar inhóspito por tres razones: la hedentina, la incomodidad de la vida hacinada, y los soplones. El mal olor y los trabajos de la alimentación y el vestido precario, la vida a toque de campana y que otros decidan por ti se convierten en rutina. A lo que no se acostumbra uno es al ambiente de delación y de sospecha. Es una sentencia suplementaria que te endosan sobre los cerrojos. Muchos de los internos cometían faltas para que les metiesen en celdas de aislamiento para no tenérselas que ver todos los días con el hampa carcelaria. Santoyo, aunque no se adhirió a la causa de los caballistas, participó en todos los trabajos de desescombro sigiloso y acarreo del balasto en esteras, serones y todo lo que encontraron a mano. Incluso diseñó el esquema de huida, sin participar en ella. Cuando un sábado de madrugada poco antes de las Fallas de San José empezaron a colarse hombres por la gatera, ya estaban los cabos de vara aguardando a la otra orilla de la cueva. Daban acolada a los prófugos con sus trallas. Con las primeras claras del día, la luz primero gris y luego rosada, ya estaban apostados centinelas en el sitio preciso. Llovían bastonazos por todas partes. En los brazos, en las piernas, en el rostro, en la cabeza. De la cárcel no se deserta. Ella puede cansarse de ti. Tú nunca de ella. Entre la chusma cundió la consternación; enseguida, el espanto. Los volantes iban de un lado a otro del patio, repartiendo leña sin miramiento de donde daban. Los cabos de vara cruzaban por entre los presos con sus perros atraillados, unos mastines con carlanca que con sus fauces disuadían de cualquier intento de revancha, mientras gritaban:
- Quieto todo el mundo. ¿Cuándo escarmentareis de una vez, morralla? De San Miguel nadie se escapa si no es con los pies para adelante y en una caja.
El comandante seleccionó de día seleccionó a un grupo al azar (al que le toca, le toca) y ordenó a los listeros que procedieran a un recuento. No faltaba nadie. Al cabo de un rato, apareció el alcaide que a su vez ordenó mantener a la gente formada en el patio. Todos, en posición de firmes. Así los tuvo tres horas. La medida punitiva se prolongó hasta oscurecido. Los ayudantes, los listeros, los capataces, cuando al señor director le dio por levantar el castigo, condujeron a cada una de las brigadas - cada brigada estaba integrada por un total de cien reclusos - hasta sus pabellones. Era un triste espectáculo. Como la vuelta de un rebaño al aprisco. Una punta de aquel ganado humano fue conducida, atados los pies y las manos de una cadena, hacia las ergástulas.
Entre ellos iba Martín Santoyo, el gesto altivo, la mirada serena y mansa. Recordaba en parte por su hieratismo el rostro de Cristo atado a la columna. Su serenidad contrastaba con la de otros cabecillas desesperados por el fracaso de su tentativa. Habían sido más de cinco años de trabajos para horadar una galería. A su lado Sabas Platero lloraba y gritaba como un niño al final de una paliza. Los cabos habían corrido la baqueta a modo sobre las espaldas y posaderas de los supuestos conductores del complot de fuga. Los habían zurrado a su gusto con un inusitado sadismo. Ay de los vencidos. La ley de la cárcel también rechaza a los perdedores.
- Esta noche no se cena. Buenas noches - dijo el alcaide.
Pero, antes hizo señas a un ayudante para que instruyese a los rancheros de que volcasen los gabetones con el pre humeante sobre los morrillos del patio. Un voceador llamó a unos cuantos para que, armados de escobas, cubos y bayetas, y retirasen el rancho. Se trataba de una humillación más. Sólo cuando los restos de comida fueron barridos en condiciones, pudieron irse todos a dormir. Pagaban justos por pecadores.
Se enrareció harto el ambiente al cabo de aquellas medidas de represalia
Menoyo, por vez enésima, fue metido a la prevención. Le cayeron seis meses en blanca. Al resto de los cabecillas, cuatro.
- Tú planeaste el golpe, pero tú no te fugas ¿Por qué?
- Va contra mis principios.
- El encubridor del delito tiene tanta culpa como el delincuente.
- Sea.
El aislamiento en el pabellón de castigo puso en pie de guerra a todas las galerías. Sabas Platero organizó un plante de solidaridad con el Aceñero. Se produjo un motín que arrojó un balance de treinta muertos. Tuvo que intervenir el Ejército. Varias baterías del regimiento artillero de Paterna acudieron a sofocar la rebelión. Se desencadenó una crisis entre los mandos y fue sustituido el director.
Con el alcaide nuevo entraron en el penal nuevas ideas liberales. Los presos tuvieron piscinas, campos de fútbol, canchas de baloncesto, un frontón y hasta se tiró una hoja en la cual algunos de los internos hicieron sus primeros pinitos literarios. Entre los ripios y la morralla en aquella revista aparecían poesías de depurada calidad.
La figura de Martín Menoyo, como héroe epónimo de San Miguel de los Reyes, y héroe ejemplar, bastión contra la injusticia y más valiente que el Cid, se fue difuminando. El eje de marcha del elán narrativo no es un individuo concreto sino la comunidad de forzados. En los cuarteles (de preventivos, homicidas, delincuentes contra la propiedad, políticos, y sádicos sexuales, que conforme a la categoría en que se englobara su crimen así eran distribuidos por las distintos sectores del presidio) y galerías pronto se le fue olvidando.
Otro suceso que vino a conmover la frágil tranquilidad de San Miguel - un presidio es como un mar, que ahora está con las aguas en calma y al momento siguiente sopla la galerna - fue la orden que dieron de arriba de talar un ciprés centenario, so pretexto de que la corpulencia y la frondosidad de aquel árbol habían servido de añagaza para ocultar a los guardianes los trabajos de excavación del túnel de escapada. Era un hermoso ejemplar de conífera. Medía casi setenta metros y su tronco no podía ser bardado por cinco hombres. Debió de haber sido plantado por uno de los primeros cistercienses que habitaron el cenobio de San Miguel de los Reyes. Había escuchado durante siglos las plegarias de los frailes. Sus hojas apuntaban hacia arriba en son de éxtasis. Después de la desamortización de aquel judío y masón que llamaron Mendizábal dio cobijo a una de las cárceles de régimen más severo en la peninsular. Aquel ciprés litúrgico sabía de todo el dolor de los angustiados. Contra su cima cimbreante con el viento de Levante se quebraron los alaridos, las blasfemias, y las preguntas sin respuesta lanzadas desde detrás de las verjas:
- ¿Por qué, Señor? ¿Por qué?
Había sido el emblema tutelar de aquel lugar maldito. Sabía muchas cosas, pero se alzaba mudo e inescrutable en su silencio. En cierto modo velaba por los que se fueron al más allá y también por los vivos muertos, de aquel lugar de ignominia que antes había sido sagrado. Su derribo, arbitrariedad de la tiranía, fue considerado por los internos como un verdadero sacrilegio. Y, como consideraban tan medida arbitraria una ofensa personal, organizaron un plante. Porque un ciprés acompañaba en la condena. No lo derribó el hacha de un Nerón con ínfulas reformistas. Lo había tumbado el viento del mal. Ese que sopla sobre los muros de la patria brutal, enfurecido. Cuando corre por la llanura, tiene la fuerza de un huracán. Dos angustiados se abrieron las venas con una lima cuando corrió la noticia de que iban a talar al gran ciprés.
XV
Si lo acaecido a Orencio Pérez resulta espeluznante, el caso de Casiano Ortiz se transforma en pavoroso. Por la ferocidad de la que fue víctima. Y de la propia madre que le dio el ser. El autor se muestra despiadado en esta zambullida que realiza a los infiernos de un penal cualquiera y cuenta patéticas historias a barrisco, para dar testimonio del desviacionismo de la conducta humana. Esta patética novela es un repaso a la patología clínica más sórdida. Es una saga de ilusiones rotas, vidas chascadas, a causa de traiciones, adulterios, robos ¿El criminal nace o se hace? ¿Hay en el alma humana una tara psíquica oculta, desencadenante de las furias que llevan a un ciudadano cualquier a perpetrar asesinato? En el fondo de la charca en la cual nunca se hace pie queda un piélago de barro. Infunde espanto por la regularidad axiomática de las atrocidades. La inclinación a matar es la resultante de un porcentaje. Cada mil, tantos. La cárcel, prueba fehaciente de esa constante imparable, es la nave, la nube y la sombra de la aberración potestativa, el alud que no podrán contener los pedagogos, ni los reformadores filántropos. Manda la estadística inexorable. La barbarie se encastilla en el alcor inexpugnable. La teología, la moral, el constitucionalismo y la filosofía de los Derechos humanos pusieron cerco al castillo. El asedio dura ya muchos siglos y la plaza no se rinde. El maquinismo y los nuevos inventos han mejorado y facilitado hasta cierto punto las condiciones de vida, pero axiológicamente no han representado un salto cualitativo. Antes bien, un retroceso. Paz y piedad son un concepto vacío que pulen el discurso, pero que tan sólo sirven para decorar las tablas de los diccionarios.
Sin embargo, la raza humana se aclimata a todo. Incluso a lo irremediable de sus desdichas, porque en ella el instinto de superación se ha constituido en fuerza operativa.
A Casiano le amputó su madre sendas manos con un destral. Ocurrió el suceso en uno de esos días breves que caen alrededor de santa Lucía. Las tinieblas del solsticio de invierno pueblan el ambiente, pero una luz interior, como de regocijo, luz esperanzada del Adviento, baña de esperanza y de apresuramiento las almas. Pero este es un tiempo neutro, peligroso, porque acendra el poder de los diablos. El “Cosmócrator “(señor del mundo) regresa a la tierra a favor de la oscuridad impenetrable. Son largas las noches. Júpiter se aleja con su benevolencia y Saturno ocupa el puesto. Por esa razón se celebraban en Roma las saturnales. Para alejar al dios oscuro, el de las ideas lóbregas, y el de la crueldad sin ton ni son.
Habían desaparecido unos pelucones, que estaban guardados en un calcetín bajo la cómoda. Madre echó en falta aquella calderilla e hizo las correspondientes averiguaciones. El niño, que entonces carecía de la noción del dinero, los había tomado de su escondrijo para dárselos a un pobre. Inocente, creía que las monedas aliviarían el hambre, la sed y el desvalimiento de aquel afligido. Pero iban sólo a ser la semilla del mal, que sembraría su existencia encadenada de dolores, oprobios, infamia.
- ¿Fuiste tú, Casiano?
La criatura hizo un gesto con el hombro llegándose a su madre de costadillo, y rompió a llorar y murmuró un débil:
- Sí. ¡Yo qué sabía, mamá!
- Yo no quiero en mi casa un hijo ladrón. Antes muerto. Daca acá.
Destazaba en aquel instante aquella Euménide la pierna de un cordero lechal para la cena de Nochebuena. La mujer, fuera de sí, cogió a su hijo y le hizo colocar las manecitas sobre la toza y con las mismas, zas. Dejó manco al hijo de sus entrañas. Ya no le quería. Casi lo había aborrecido en la misma cuna. Casiano era gordito, un niño reconcentrado y pensativo. Le llamaba “raro” y le acostumbraba a castigar con violencia, metiéndole en el cuarto de las ratas o golpeándole muy severamente tundas inmisericordes con un roten largo de las que se utilizaban en las casas de labor para beldar, castigos desproporcionados al delito cometido, pero esa conducta materna suele ser una especie de losa de desamor que pesa sobre el ámbito de muchas existencias maltratadas. El romancero ya aborda el tema espeluznante en aquella composición de la “Mujer del Comerciante de paños y sedas “. Debió de ser un hecho real ocurrido en una aldea próxima a Burgos. El marido parte a lejanas tierras. La mujer se amanceba con el alférez de una leva que va de paso camino de Flandes. Un niño párvulo parece ser que molesta a estos amores. La despiadada mujer acaba descuartizándolo y metiéndolo en una artesa. Cuando el marido regresa del viaje, el niño le cuenta todo a su padre de aquella relación. El padre disimula lo oído y la madre perpetra aquel increíble asesinato. Luego se lo sirve haciendo pasar aquel guiso por cabrito, pero el marido repara en la ausencia de su pequeño y se da cuenta de que está comiendo a su propio hijo. Los cielos claman justicia contra aquel atropello, fruto, como tantas veces, de la lujuria y del adulterio. Murmura con olímpico desdén una frase:
- Lo que salió de mis entrañas no es lícito que a ellas vuelva.
Saturno devora a sus hijos. El mito saturnino, añagaza de dolor y de destrucción irreparable, convivirá por siempre en la naturaleza humana. El marido traicionado, remata el cantar, se vengó de la infame “arrastrándola por los cabellos de la cola de una yegua”.
Nadie sabe cómo pudo desembocar en la cárcel un pobre manco como Ortiz que nada malo sería capaz de hacer, al haberle sido desmochadas por un hacha que empuñaba su propia madre sus extremidades superiores. Zamacois nada dice al respecto pero su pluma se detiene compasiva en la descripción de la penuria de aquellos dos seres desgraciados, que sólo parecían haber nacido para cumplir una misión de agravios y de destierros en su terrenal existencia: materia del deseo invertido, carne de prostíbulo entre rejas. Los alienistas describen este mal como la fiebre carcelaria. La ausencia de hembra hace desviar el instinto libidinoso. El sexo es implacable. Esta tendencia a la inversión pecaminosa - hay que recordar que la sodomía sigue siendo un pecado reservado, que únicamente puede perdonar el obispo - solía darse con harta frecuencia en espacios cerrados donde solían convivir personas de un único género (seminarios, cuarteles, cárceles, conventos). Los vis a vis modernos han servido para mitigar esa plaga de bujarronería irredenta. Haber nacido sarasa es una desgracia como otra cualquier, una carencia de la imperfecta naturaleza resabiada por el pecado originario. No un alarde. Algunos se empeñan en presentarnos como un triunfo o una presea de grandeza moral. La historia de las penitenciarías ofrece siempre el espectáculo del pecado nefando a escondidas. Dos cuerpos que agitan debajo de la manta cuartelera. El bujarrón con su ligado. Los cabos de vara tenían que hacer la vista gorda, porque barro somos, pero no dejan de inspirar compasión o asco, según se mire, estas amistades particulares y dantescas relaciones de incubos y de súcubos. Un cuco de imaginaria se veía en la obligación de mirar para otra parte.
Otros, sin ese mecanismo de defensa, se derrumban. Pero ¡qué complicada es la psicología humana! ¡Un pozo sin fondo no puede esconder tantos entresijos o recovecos como es este barro animado y sorprendente en el que nos han fraguado! Si bien se dijo antaño ser Rusia la cárcel de los pueblos, España que presenta una mentalidad y una literatura, tan rica y parecida a la rusa - son sin duda de las mayores de Occidente- tampoco le anda a la zaga. Nuestra vida ha sido y sigue siendo un inmenso penal. Nos empeñamos en fabricar para nosotros mismos nuestras propias jaulas. Unas veces son cárceles del alma. Otras, nos encanta eso de vigilar y de ser cabo de vara del que tenemos al lado. Al que incordia lo enviamos a galera, lo tachamos físicamente o lo condenamos a una muerte civil para que purgue su desfachatez por pensar por cuenta propia amarrado en blanca, sujeto a la argolla y al brete que nosotros queramos. Es una forma mucho más sibilina de dar garrote vil. Recorre la piel de toro el fantasma de los galeotos, aquellos seres vestidos de colorado que hacían funcionar las naves del Rey con su sangre, sus sudores, sus lágrimas. No eran más que chusma, pero desde entonces no puede zafarse el país de la sombra de tan lastimero fantasma del bogavante amarrado al duro banco de la vida española, bajo la tralla amenazante del espalder, o el rebenque del cómitre. Nuestro destino es ser chusma, carne de galeras. Por ellas anduvo Lazarillo. Tanto bogó que su destino amenazaba en convertir al pobre pícaro en bogavante. Se volvió azul como el atún.
- Lázaro, sal fuera.
XVI
Cerraron la “burda” a cal y canto. Pero no se produjo el prodigio. Cerraron la burda o puerta del penal a cal y canto. No se permite jugar con las cosas de comer. Anteo regenta sus esclavos como le viene en gana. Chafa las gateras. Los barrios cristianos los trocará en ghetos o en prostíbulos. Yo hago lo que me viene en gana. Para eso soy el supremo. Haré un fuego con vuestros cantorales y vuestras biblias. Me llaman el profeta del auto de fe. La raza y los genes me inclinan hacia la inquisición y la perquisición. Ay de vosotros incautos, que os voy a encontrar desprevenidos. Os haré mascar el polvo de la derrota. Exclamareis el guay de los vencidos.
Hemos estado esperando tanto tiempo a esa metamorfosis que nos transforma en ángeles y somos tan sólo desesperados náufragos, amigos de los delfines, menestrales de la gallofa. Nadie nos protege. Dios le ampare. Una mujer nos echó a los caminos. Pero otra nos protege. Yo he sentido su virginal aliento sobre mis pasos descaminados por las aceras sin rumbo, bajo las luces de neón, en el frío de las madrugadas de diciembre, cuando la ciudad duerme. Un gato pisa un bote y se produce un estallido. Parece el estampido del cañón del Hacho que saluda al día o saluda el cierre de la noche. Es un ronco rugir metálico de león lúgubre.
- Madre, ¿dónde estabas? Nunca viniste a mi lado. Yo lloraba. Era un niño y tú siempre estabas lejos. Al regresar del colegio, encontraba la puerta cerrada, aquella puerta de madera pino, pintada de verde, con un Corazón de Jesús metálico por encima de la aldaba, bendiciendo desde el atisbadero, y te aguardada sentado en el borde del escalón. Pasada la hora de la merienda (aquel medio chusco con una tableta de chocolate), se acercaba la noche. El machacante del brigada Tinaquero se alejaba camino del polvorín con las sobras del rancho para los cerdos. Pasaba el carromato de los traperos. Yo le veía acercarse y pasar sin detenerse. Luego unos obreros en bicicleta y el alférez de la remonta, el padre de mi amigo Alfonso, cabalgando sobre un potro ruano que domaba.
- Niño, ¿qué haces ahí solo?
- Es que no ha venido mi mamá en todavía.
Mi padre estaba de semana o se había de maniobras con su batería. Tal vez anduviera por campamento.
Y el domador de la remonta, el alférez del Fijo, el padre de mi amigo Alfonso, me recomendaba que pasara a su casa. Pero a mí me daba miedo aquel hombre, tan alto, con la voz rajada y una cara ovalada, enorme. A veces llegaba ebrio del cuartel y se liaba a golpes con la mujer, con los hijos, y soltaba sapos y culebras del ejército por su enorme bocaza que apestaba a alcohol. Fuera de eso, tal vez fuese tan solo un buen hombre. Su esposa, doña Carmen, era una señora muy alhajada y jacarandosa. Morenaza que parecía de la raza calé. Venía todos los días la peinadora a hacerle la manicura y la permanente. Ella tan ricamente en casa y su pobre marido domando potros, herrándolos en el ecúleo, organizando él torneos hípicos y ella llevando sin que se enterara su marido vida aparte. Entonces, no lo comprendía pero de mayor entendí el por qué los maridos de estas señoras tan despampanantes se dan a la bebida. Y es que lo que no puede ser no puede ser. Cuando cruzaba la calle doña Carmen, paraba la circulación. Los obreros desde los andamios la decían de todo. A ella debía de halagarle incluso las burradas en forma de piropo. Papá solía decir:
- ¡Pobre Alférez! Los lleva bien puestos.
- El ¿qué? - Preguntábamos mi hermano y yo.
- Esas cosas no tienen por qué saberlo los niños.
Pero sus cabalgadas por la pista de instrucción me parecían impresionantes.
- Ya sabes, Arije. Si tarda en regresar, vente con nosotros. Puedes hacer los deberes en compañía de Fonso y de Taíto.
- Sí, señor. Eso haré.
Nunca aceptaba la invitación. Me daba coraje. Entonces, empezaba yo a sentir la diferencia sobre mis huesos. Yo no era un niño como los demás. No tendría derecho a llevar una vida normal. A pedir las mismas cosas.
- ¿No tienes la llave?
- No me la dejaría.
La vida iba a ser más dura de lo que yo me imaginaba. Detrás de los pretiles del puente romano, la torre gualda de la catedral alzaba su lomo imponente. El sol declinante arrancaba unos destellos maravillosos a la linterna del chapitel. Sonaba el tañido de vísperas en la campana gorda. Un día yo oficiaría aquellos cantos. Sería sacerdote. Llegaría a canónigo. A lo mejor a obispo. Eso Dios diría. Por el momento, me sentía un niño desdichado. El cansancio me podía y así permanecía acurrucado, la cabeza apoyada sobre los sardineles de la verja del jardín donde crecían los rosales que plantó papá, justo delante de la acacia a la que a mí me gustaba agarrarme y oscilar. De tanto meneo, la madre acacia se dobló pero sin quebrarse. Crecería torcida. Un poco como mi vida y ahí está. Cuando regreso al barrio del Puente Romano, allí donde estaba nuestra colonia, aquellas casas militares, con jardín delantero y unos rodales de setos, ahí sigue. Derribaron las casitas baratas porque por lo visto habían sido levantadas en unos terrenos pertenecientes al Ayuntamiento. Fue una excusa porque la voladura de aquellos queridos muros constituía una de tantas manifestaciones del “execrativo memorial” a la que nos tienen acostumbrados los convulsos tiempos que vivimos. También se cargaron aquella imagen de Santa Bárbara. Todo lo talaron y arrasaron menos la acacia, que ahí sigue algo inclinada. Como yo, pero resiste.
Más de una noche me quede dormido contra las tapias, arrullado por el murmullo de los grillos. La luna, más maternal que tú, madre que me despreciabas, y hasta creo que me odiaste, porque sentí aquel barrunto de desdicha, barrunto de calabozos, turbios instintos del asesino que mata por sentirse rechazado y preterido, que no me querías, que me aborreciste en el nido, como a un gorrión que se descasta de la camada y aparece al día siguiente aterido, todavía en cañones, al pie del árbol, que debió de ser su cobijo, me cubría con sus rayos. Nacía para ser un hijo de la noche. Pero los rayos de la luna cubrió mis rostro de los besos que me faltaban. Mi madre del cielo tiene por divisa un creciente de luna a los pies y un techo de estrellas.
- Quitáte de ahí ser inútil, canijo.
Como soy algo convexo de espaldas, me llamaban el “ Chepas”. Ese mote me lo puso mi propia madre. Aquello me dolió tanto que me marcó para toda la vida. Ahora comprendo, madre. Tú me azuzaste los perros. Tú me echaste a los caminos. Algo vale que siempre Dios protege y remedia a cuantos los hombres descalifican. Mi infancia fue luego espantosa, casi increíble. Tú querías que fuese carne de cárcel, pero la Madre que tiene en su rozagante peplo una estrella que luce en las tinieblas, y aparta a los hombres del conjuro de la adversidad, evitó esos derroteros. Por eso creo en Ella. Y cada vez con más solicitud.
- ¿Cómo es posible, madre santa, que se pueda insultar de esa manera a la carne que se formó en tus entrañas?
Y tu odio hacia mí llegó al paroxismo. Me arrebataste a la mujer que amaba. Dijiste a Esaú, que era tu favorito.
- No conviene que Fredo se case con ella. Vale más que él. No sería justo.
Aquella fue una escena desgarradora, semejante a
¡Qué infeliz me hiciste. Pero te he perdonado. No te guardo ningún rencor, aunque fuiste insidiosa, rastrera, despiadada. Encontré otra Madre mejor. Sus caricias celestiales llenaron el hueco de aquel espantoso desamor. Ella me aconsejaba. Me consolaba. Me infundía fuerzas, algo que tú jamás fuiste digna de hacer. Tu aborrecimiento me aplanaba. Era como un angustia, un nudo en la garganta que aun llevo dentro y que no se diluye. Porque, desde que nací, tú me odiabas. Con ese odio implacable, casi africano, e inexplicable de una madre hacia su propio vástago, me estabas preparando un lugar al sol en el presidio, el banco de la galera, un hueco en el saladero y la gusanera. Todavía no me explico, ni acabaré entendiendo, hasta el final de mis horas, esa enemiga visceral y casi telúrica. ¿ Qué te había podido hacer yo? Sin embargo, no te guardo ningún rencor. Es un trauma que arrastro, pero no te guardo rencor. Tú me echaste a los caminos. Sin embargo, Ella pagó por mis rescates. Llevo su estampa siempre conmigo. Por eso me dicen loco y hacen mofa de mí.
- Ese es un hijo de puta. Un hijo de la Virgen María. Él dice que se le aparece.
Tan desgarradores insultos me han hecho un hermano de angustia de Martín Santoyo. Pero la tromba de apostrofes no ha parado desde entonces:
- A ti la leche que te dieron era de víbora. Por eso has sido tan malo.
Arrastro cadenas. He conocido la maldición del infierno, pero estoy seguro de que ella pagará todas las fianzas, hará todo lo posible por mi rescate.
- ¡ Si te murieras! - me dijiste un día.
¿ Por qué me dijiste aquello?
- No te quieren, no te quieren.
Únicamente, las palabras dulces de Mercia botan en mi cerebro. Fue el único ser en el mundo que me amaba. Tú hiciste los posible por destruir aquella felicidad encauzando las intrigas para poner en brazos de mi hermano a la mujer que amaba. He perdonado, madre, pero esa herida no cicatriza jamás. Es una auténtica amputación. Me troceaste el alma. Querías desmedularme los tuétanos. Yo, Winifredo Arije, hago esta confesión voluntaria, porque Martín Santoyo, ese personaje creado por la imaginación de un genio es una prolongación de mi yo real. Me querías muerto y entre rejas. Ella me ha resucitado y me liberó de madre infernal. Tú fuiste mi verdugo. Tú me pusiste las dos manos en la toza y me las tronzaste agitando el hacha sobre la toza. Estaba mal que yo lo diga, pero las cosas como son: no digo más que la verdad. Si hay algo después de la muerte, si hay un Dios que vele por nosotros, tendrá que haber justicia.
Para Arije aquella burda(puerta) verde que encontraba cerrada al regresar de la escuela se convirtió en símbolo y presagio de su infortunio. La puerta de aquel seminario en la que le metieron preso doce años también era verde. Y verde la del calabazo lóbrego aquel de Oviedo adónde le llevaron preso una noche de septiembre del 74 por haber dicho las cuatro verdades a una novia que tuvo y que le dejó plantado la víspera de la boda. Vino un comisario de policía y lo detuvo. Le mostró la chapa y la pistola. Eran su sino: las puertas pintadas de verde. Inescrutables, misteriosas infranqueables, como una prolongación de su ineptitud. Ella, sin embargo, lo sacó de presidio. Aquella noche pasó su Getsemaní, su noche más triste.
- Acompáñeme, por favor.
XVII
La literatura cautiva es algo ¡ tan nuestro! Por doquier se escucha en nuestros libros el lamento del prisionero. Uno de los primeros libros que se publican hacia 1501 lleva por título Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro ¿ Habrá una palabra más rotunda y más española que la palabra calabozo? Por eso, nos ocurre lo mismo que a aquel pobre conde metido en prisiones por una malquerencia.
Este tema no es otro que el del romance del Romance del Prisionero que yo escuché tararear - sus estrofas son impresionantes- a los niños cuando en las tardes de mayo jugaban al corro o cantaban en rueda. Luego se convierte en motivo central de otras grandes creaciones literarias donde retumba el fragor de los cerrojos o de los pies que arrastran cadenas, como los Baños de Argel, o la familia del Pascual Duarte o esa inmensa novela de Tomás Salvador que lleva por título Cuerda de Presos, por sólo citar a una pocas, que la crítica y el público, aviesamente, da por olvidadas.
Nuestros oídos parecen acostumbrados al eco mórbido de esa resaca penitente sobre los bordillos procesionales al son de las cadenas, al batir de los rastrillos o a los golpes del rebenque y a las quejas de aquellos enterrados en vida y que no son otra cosa que Vivos muertos, parodiando el título de la obra de Zamacois. “ Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres “, decía Dámaso Alonso. La España oficial parece siempre empeñada en dar muerte civil o condenar al silencio de las tumbas, ahogando sus voces y sus pensamientos, a la otra España que es la España real. El triunfo del consumo con su aparente régimen de tolerancia(en realidad, una autocracia feroz) que exalta el hedonismo visionario y a golpes de puño americano regenta las cámaras, las prensas, dentro de los parámetros del nuevo ministerio de Agitación y Propaganda, y que ha puesto de rodillas a la Iglesia, en pactos y componendas de tramoyas oscuras y consensos diabólicos, empeora las cosas. Espiritualmente, vivimos un clima irrespirable de violencia soterrada. La Iglesia católica, elemento galvanizador de la vida nuestra y en defensa de cuyos intereses fuera vertida tanta sangre española, no existe. Se ha convertido en una reliquia folclórica, vaciada de contenido real. No quedarán asideros. Únicamente, el dinero que impone su férula. Manda el más fuerte. Los españoles nos acabaremos despedazando unos a otros. Con la particularidad de que en esta ocasión ya no hay bandos en los que enrolarse, ni unos ideales que defender. Sólo, intereses. Suena la hora del “ todos contra todos”.
Existe entre nosotros un cierto furor liberticida, herencia de Caín. Cuando asoma la oreja hay que echarse a temblar. Los mejores libros castellanos fueron escritos en la cárcel como el Quijote o en las galeras en las cuales bogan Lázaro de Tormes cuya obsesión era convertirse en atún y el locuaz Estebanillo, aquel gallego que con voz melosa dijo las verdades más tremendas contra la corrupción, la ignorancia y la arbitrariedad que nos son endémicas, y se pasó siete años bogando la mar océano, cargando en España para descargar en Flandes.
Desde el fondo de un insalubre sótano a orillas del Órbigo se alza la voz inconfundible, el treno valiente de Francisco de Quevedo denunciando al déspota que grita desde los muros de San Marcos de León, otro antiguo monasterio trocado en ergástula del penar contra el déspota de turno los versos famosos:
No he de callar por más que con el dedo
Ya tocando la boca, o ya la frente,
Silencio avises o amenaces miedo
¿ No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre ha de sentirse lo que se dice?
¿ Nunca decir lo que se siente?
Tales versos, inspirados a su vez en otros de Tácito, que parecen una apódosis a aquellos otros de “ católica y cruel majestad “, son un reproche contra la intolerancia endémica, una especie de alergia espiritual, que vuelve tan difícil y quisquillosa la vida comunitaria entre españoles, y que a veces es proclamada entre nosotros so color de libertad de suerte que los “ególatras del trágala demócrata” resultan aquí tan peligrosos como los absolutistas. Ambos partidos gozan del mismo prurito totalitario, pues salieron de una misma vulva y los parió el mismo coño. Por desgracia. El maniqueísmo integrista está pared por medio del libertario. Parecemos condenados a vivir bajo el espectro de Tadeo Calomarde. Existe, ciertamente, un humor liberticida en el “ país de la real gana ”, “ a mí me toca Vd. los testículos “ y no sabe con quien está hablando “. En recapitulación, aquí sobran cabos de vara. Resulta familiar el sonido de la chaveta al cerrar sobre el brete con que uncen al forzado. En las noches de insomnio escuchamos los gritos del cómitre: “ cia, cia “ que es un equivalente al “ davai... davai (adelante) que se repite en el “ gulag “. Tolstoi y Dostoievski por eso resultan tan familiares. España lo mismo que Rusia tiene mucho de cárcel de los pueblos. Pero no se os ocurra buscar la salvación en los Estados Unidos. Aquella sociedad es un inmenso campo de concentración. La zahúrda final, cerco inviolable, un Alcatraz perenne donde no cabe la posibilidad de escapar. Al nacer, a todo español lo debieran enseñar a cantar las estrofas dulces y a la vez llenas de congoja del romance del prisionero. Definen a un pueblo.
Que por mayo, era por mayo,
Cuando hace más calor.
Yo, triste y cuitado, yago en aquesta prisión.
No sé ni cuando es de día.
Ni cuando las noches son.
Si no fuera por la avecilla
Que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero.
Dele dios mal galardón
Y lo peor - Faulkner y Hemingway no existen, son dos invenciones de valor muy discutible - es que no tendrán a un Cervantes o a un Gógol para que les cuente a los pobres e ignorantes yanquis la historia de sus presidios. Sólo les quedan los reportajes de mal gusto de la CNN para asistir a cualquiera de sus ajusticiamientos en alguna de sus penitenciarías, crudo espectáculo de la nueva ética multimediática. De aquellos lodos, estos barros, y de tanta chabacanería y ordinariez tanta dicharacha “ maripava “ apareciendo a la hora de la merienda en bochornosa tenida televisiva que pontifican y trivializan lo más sagrado de la vida humana. Las gentes han perdido el pudor. No les importa convertirse en un espectáculo pero ¿ acaso no es éste un nuevo procedimiento de purificación? De la mano de las maripavas, en apariencia, sansirolés, pero por dentro recomidas de un odio y de una franqueza brutal, émulas de Mariana Pineda, poco escrupulosas o tontas simplemente, llegan los Ángeles exterminadores de Polanco y que imparten cada tarde un mensaje escatológico de destrucción y de descomposición a la sociedad española. Se dicen locutoras/ periodistas pero hacen las veces de pitonisas que nos acercan a un tiempo terrible: el de la llegada del ángel exterminador. La serpiente antigua habla por sus bocas. Esas bocas tienen un colmillo retorcido [estas sotas televisivas tienen pese a su candidez muy poco de inocentes] que inocula el veneno feminista en las conciencias. La americanización absoluta de España nos llevará a su destrucción. Lo que no consiguieron los bombardeos ni las trincheras de tres años de guerra civil (que perdieron los enemigos de la idea patria) son sopas y pan pringado para los debeladores de toda esperanza. Unos insulsos programas de TV. Contando todos los chismes y “ chismes” - es el nombre del presentador de uno de estos programas en que toda la médula consiste en ir cortando trajes y meterse en vidas y honras ajenas - han bastado para minar su hasta ahora berroqueña moral. España se descatoliza en tanto en cuenta se americaniza. Se ha vuelto un país cursi bañado en la doble moral y el doble rasero de los “Pilgrim Fathers”.
Nunca tendrán el consuelo de una gran literatura. La castellana, la que se escribió al frisar el nuevo siglo y antes, incluso, es un tremendo canto diaconal de múltiples y maravillosos registros que queda ahí como legado a las generaciones venideras. Por eso tienen “ prisa” esos heraldos del furor anti castellano por desespañolizarnos. Es la inversión de valores. La cruz al revés del revuelo que viene. Mala cosa es cuando los maricas han tomado la madrileña calle de Pelayo o hay comisarios de policías que se convierten en “ chamanes “ de la carnaza feminista. Todo está vuelto del revés. Los “ maderos “ ocupan la plaza de los periodistas y éstos a su vez se meten a polizontes. He ahí la logística de los ulteriores planteamientos de la involución en ciernes. Y cada año que pasa, se siento que esto va a peor.
Hiela casi el alma pensar en el futuro. Antiguamente se estudiaba el pasado para entender lo que ha de venir. Ahora eso es imposible, porque todo se ha vuelto imprevisible y, además, existe un tenaz y obcecado movimiento de borrado de memoria de cara al año 2000. No tendremos un poeta para contar la amargura de los encerramientos a la vuelta de la esquina. La posterioridad adquiere de día en día un cuño cada vez más totalitarios como ya adelantaron las previsiones de los utopistas ingleses, Huxley y Orwell. ¿ Quién nos quitará de encima los cerrojos
XVII
Alrededor, la vista no atisba más que inspectores del fisco, comisarios, mamporreros y soplones. No tendremos ya como alfaqueque al heroico fraile mercedario que ocupe el puesto de nuestro cautiverio como ocurrió con Cervantes en Argel, aquel Juan Gil arevalense, sin cuya abnegación no hubiese sido posible la escritura del Quijote. Tampoco tendremos el consuelo de los libros. La centuria que se aproxima será ágrafa y maleante. No podremos conjurar nuestro destino del burdel, el regimiento, la zanja, el penal o el patíbulo. Hay hoy muchos adelantos y no pocos inventos pero la pasión humana sigue lo mismo: gobernada por el instinto.
Lo que hace grande a la literatura castellana y a la rusa - la francesa, la inglesa y la alemana, mucho menos - es su sugerente poder de denuncia y contestación, un poco como si nuestro reino no fuese de este mundo. Esta estética idealista tan propia del Quijote parece mirarse en el cristal de las aguas límpidas del lago de Tiberíades por las que anduvo Cristo sin hundirse. Hay una tensión taumatúrgica por mejorar la condición humana desde dentro. No desde afuera, porque para lo de afuera ya tenemos la frase de Unamuno famosa que inventen ellos haciendo valer la calidad única e intransferible de cada individuo como acreedor de la sangre del Cordero, esto es: del hombre redimido.
Sólo la palabra con su carga enriquecedora nos reconcilia con la existencia por más que esa realidad se halle trufada de encarcelamientos infames, oprobios sin cuento. Nuestra literatura es un desfile incesante de corchetes y alguacilillos, de temibles inquisidores lanzando excomuniones y de ese catolicismo retórico y a veces cruel que se inventaron los jesuitas y que poco o nada tiene nada que ver con el genuino cristianismo. Por salvar la idea hemos destruido al hombre. Todo lo contrario de lo que predicaba el Nazareno.
Uno asiste a las patéticas ruedas de identificación a las conducciones carcelarias o escucha el llanto de los condenados al amanecer. Está vuestro nombre temblando en un papel... El drama del Gólgota se repite en cada ejecución en cada comparecencia ante el pelotón de fusilamiento. Hemos manducado la bazofia o el pre (rancho) carcelario, hemos compartido el aburrimiento, el espíritu de venganza, la desazón sexual que representa la ausencia de la mujer, lo duro que resulta la convivencia en estos recintos a pesar de que lo que se diga por ahí “ cárcel y camino hacen amigos “, pero también “ a la cárcel ni a por lumbre “. Aún las autoridades de Instituciones Penitenciarias no habían permitido la vis a vis.
Dios alberga designios diferentes. Escribe al derecho con renglones torcidos, como decía Teresa. Los guijarros rechazados por los arquitectos, de acuerdo con los planteamientos mundanos, por su mano son transformados en piedra basal. Por esto mismo, el Salvador, en contra de esa misma creencia de las cosas vistas a partir de la carne y abundando en su mensaje soteriológico, diseña un proyecto de justificación universal que cubre a todos los nacidos de mujer a partir del hombre caído. La Gloria será no para unos cuantos elegidos sino para todos cuantos crean en Él.
Habló de que “ los últimos serán los primeros “. Tiene palabras de perdón y dirige sus bendiciones hacia los hambrientos, los desnudos, los enfermos, los que arrastran cadenas, sienten angustia y piedad por sí mismos. Su mensaje será principalmente comprendido por los perdedores, por “ los que han hambre y sed de justicia “. Un lugar privilegiado de su corazón lo ocupan aquellos que pertenecen al cupo marginal o son catalogados como el desecho de la Humanidad doliente.
Está en su papel mesiánico al hacer pasar su rodillo igualitario que allana las cabezas, exaltando al humilde y deponiendo de su lugar preeminente al poderoso. Esto es lo verdaderamente judío. La esencia sustantiva del pacto de Yahwé con el pueblo que eligió para llevar adelante sus planes de salvación al crear al mundo. El proyecto no puede ser más impenetrable, pero queda así consignado en la Revelación: “ Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: Venid benditos de mi padre a tomar posesión del reino celestial que os tengo preparado desde el principio del mundo. Porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis. Estando desnudo, me cubristeis, enfermo me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y a consolarme” ( Mat. XXV, 34- 36).
De antemano sabía el Mesías que el mal le tomaría siempre la delantera. Imposible, convertir la tierra en un Paraíso, aunque su doctrina lo que pretende es hacer de este planeta un lugar más habitable. Dos milenios de cristianismo demuestran que en parte lo ha conseguido. Porque cala más hondo y va más allá de las interpretaciones y exégesis a conveniencia que de la misma han tratado de hacer sus discípulos, a los que continúa llamando Jesús “ hombres de poca fe “, porque lo miran todo bajo el rasero de la materia, cuidan de su honra y tratan de ganar los primeros puestos en el banquete. De lo que se trata aquí es de guardar cada uno su propio gavilla de centeno, velar por su mojón. “Yo voy a lo mío “. Hemos dejado de ser hermanos. La verdadera fraternidad encontró frágil y etérea sustituta en una solidaridad cursi. Nuestro prójimo ya no es el vecino, al que ni se saluda, se le hace la puñeta o se le impropera en las juntas de la comunidad. Ha tomado el relevo ese bosnio que aparece huyendo del Ejército serbio en su carreta tirada por un caballo famélico con todas sus pertenencias a cuestas, o el niño senegalés con el abdomen abultado por el hambre. Aquí nos rebanamos el cuello y enviamos dinero a los damnificados por los contiendas e injusticias sociales provocadas directa o indirectamente por el gran sobrestante o capataz que abre una cuenta corriente de socorro. La caridad se ejerce en plan de “ soap opera”. Es una resultante de la explotación cínica del horror del “ quien sabe donde”. Esto de las “oenegés”, que han aflorado como hongos, se organizan como un negocio redituable.
Su imperio no pertenece al “ aquí y ahora “. No es de este mundo, pero en él tendrán cabida los pecadores y todos aquellos que, al creer en su palabra, reconocen su propio abatimiento. No se trata de ganar sino de perder y ahí estriba el predicado más sublime de su grandeza soteriológica para plantar ante los poderes infernales cuyos criterios mandan en este mundo. La tierra seguirá siendo un punto de encuentro de los hambrientos y desnudos, de los prisioneros y de los sin techo. Es algo irremediable, inherente a la condición humana. El legado de salvación formulado por el Hijo del hombre se circunscribe a lo que está dentro. No se refiere a lo de afuera. Cristo no fue otra cosa, desde el punto de vista de las miras humanas, que un perdedor. Precisamente su gran triunfo está en su derrota. Ello convierte su mensaje mirífico en algo no ya meramente coyuntural sino eterno.
En dicha visión profética cristológica no se oculta que los presidios, los hospitales, los manicomios y casas de lenocinio o los hospicios estarán atestados hasta el final de los siglos. “ No penséis que yo he venido a destruir la ley de los profetas: no he vendo a destruirla sino a darle su cumplimiento “ ( Mat. V. 17). La carga revolucionaria de su misión obvia un enfrentamiento el enfrentamiento con el poder temporal, al que desprecia y considera algo así como un mal necesario - dad al cesar lo que es del cesar- y va dirigida prelativamente a los arrogantes y encaramados en las ínfulas y el efod, que ostentan la hegemonía religiosa. Aun no se lo han perdonado.
Pero, al sentenciar que ha de volverse la otra mejilla y al que te pide la túnica, dale el manto( Mat. V. 40), cambia la historia de por dentro. No es un testamento de grandeza temporal el que lega a sus escogidos sino la gracia y la esperanza para poder sobrellevar las cargas y sufrimientos de este destierro. Por todas las partes esparce la luz del perdón y del consuelo y antes de resucitar al tercer día baja a los infiernos. Para redimir a los que estaban dentro. Cristo es el supremo y glorioso amparo de todos los cautivos, el gran alfaqueque. Al juntarse con gente impura - publicanos, putas y pecadores - reta a los hipócritas y lanza un grito en favor del decoro y de la dignidad de toda la vida humana de cualquier clase, color, sexo condición, en cualquier estadio que esté. A causa de todo eso, no faltan todavía quienes le siguen creyendo un “ borracho “ y un “ maricón “. De “loco” lo tachan a cada hora. ¡ Ah, las cogorzas benditas de la eucaristía, ah la sublime demencia del divino amor, que todo lo perdona, incluso el pecado nefando!,( “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros”; Juan. XII. 8).
Se distinguen dos planos estancos: el de Dios y el de los hombres. Rara vez convergen. Es vana observancia pretender entreverarlos. Tanto la Teología de la Liberación como la del Holocausto son manifestaciones de la urdimbre temporal, contingente, no sustantiva, de la vida de la Iglesia, que proclaman algunos de sus muchos errores en el pasado y no pertenecen a la economía de la salvación ni al depósito de la fe. Se trata de materia opinable pero aquí hay muchos que pretenden hacérnoslo pasar por dogma.
No prevalecerán los poderes del infierno contra ella. Sin embargo, la labor de zapa de los enemigos de Cristo no ceja. La cuestión recuerda algunas de las espinosas cuestiones que le planteaban ante las turbas los sacerdotes de Israel sobre si es lícito hacer caridad en sábado o si el vínculo matrimonial seguirá vigente en la vida eterna. Pretenden darnos gato por liebre al poner de sopetón y sin las comprobaciones oportunas tantos muertos sobre la mesa. Exaltando el holocausto, que pudo ser o no haber sido -tendrían que ser juzgados los verdaderos responsables de aquella catástrofe; el mundo está pidiendo a gritos otro Nuremberg para depurar responsabilidades de una vez por toas -, pero que se debe a la torpeza de los hombres con sus ambiciones, intrigas, temperamento belicoso y afán dominador, no se hace otra cosa que manipular el mensaje de la Redención.
Sin más ni menos, esa creencia reivindicativa del “ Schoah “ sitúa a la Cruz en penumbra. Auschwitz nunca podrá igualar en altura al Gólgota. Porque el Calvario es el arca de la fe y los campos de concentración, un macabro exponente de las miserias de la condición humana en este azacaneado y violento siglo XX que expira entre angustias, temores y deseos de vindicta. La ley del Talión fue abolida y estos monolitos de recordación instigan al rencor o, en cualquier caso sirven de señuelo a los que están manipulando la historia para entregarse a su tarea de censores de los hechos objetivos pero inoportunos. En esto consiste la estrategia de “ borrar la memoria “.
Jesús, no obstante haberla emprendido a latigazos contra los escribas y fariseos que profanaban la casa del Padre, era un pacifista convencido. No utilizó la violencia ex profeso. Nunca quiso ser un pistolero.
El más judío entre los judíos de esta forma sutil y sublime de abanderado de la no-violencia desafía a los poderes del infierno enarbolando el pendón del amor y del perdón - sus detractores diz que forzando las leyes de la naturaleza basados sobre los principios del más fuerte y la hegemonía de la selección natural- inexorables. Que el pez grande se coma al chico es un axioma biológico. Cristo predica la “ divina indiferencia “ y tranquilizando a los que se preocupan por el futuro: “ ni un pelo de vuestra cabeza se tirará sin el consentimiento de vuestro Padre Celestial. Invita a sus coevos a practicar la mansedumbre que es extraña a los planteamientos de cara a la supervivencia y a no preocuparse por el “ qué comiereis y qué beberéis “ ya que la Providencia vela por nosotros. Recomienda lanzarse a la palestra a pecho descubierto.” Contemplad los lirios del campo cómo crecen y florecen. Ellos no labran ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni Salomón, en medio de su gloria, se vistió con todo primor como uno de estos lirios” ( Mat. VI. 29). El amor a la naturaleza y la confianza en la Providencia que transmiten estos consejos recapitulan una vez más la visión revolucionariamente esperanzada del Maestro al tiempo que evidencian un poder que nadie ha tenido al filar de las centurias. Ni reyes, ni emperadores, ni pontífices, ni caudillos. En suma, he aquí una prueba - ese apasionado fervor que ha suscitado Jesús en las multitudes - de que sus palabras no pasarán.
Su lucha no fue contra el imperio romano sino contra la soberbia y la doblez humana encarnada en el sanedrín. Para los levitas la mera presencia de este conductor de masas reviste un peligro. Contra ellos van dirigidas las palabras más duras de todo el Evangelio, pronunciadas casi sin reservas. Los descalifica por “ sepulcros blanqueados” y por “ raza de víboras “, desleales y traidores a su sagrada misión y cometido:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis diezmo hasta de la hierbabuena y del eneldo y del comino, y habéis abandonado las cosas más esenciales de la ley: la justicia, la misericordia y la buena fe! Estas deberíais observar sin omitir aquéllas. ¡ Oh, guías ciegos, que coláis cuanto bebéis, por si hay un mosquito, y os tragáis un camello! ¡ Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por defuera la copa y el plato, y, por dentro, en el corazón, estáis llenos de rapacidad y de inmundicia! “ ( Mat. XXIII. 23 -25)
Este versículo deja pocas dudas de cuál es su plan soteriológico, contenido en el Magníficat, que es una glosa a la carga mesiánica esbozada por los profetas del Viejo Testamento. Jesús no hace otra cosa que dar cabo a esas felicitaciones.
Advertencias de parejo tenor lanza contra los ricos. En su corazón redentor tienen un puesto perenne los pobres de Israel con todos los que sufren o son sojuzgados a manos de los poderosos. Cristo está de parte de los perdedores: los encarcelados, los relegados y marginales, los tullidos y leprosos. Se alza contra todo aquello que es obra de la maldición del pecado.
XVIII
Desgraciadamente, el antisemitismo perenne y del que se ha servido el diablo para hacer tanta bulla, dando la vuelta a estas duras palabras contra la clase dominante en Jerusalén al tiempo de la primera venida, las ha presentado como cebo y carnaza para hacer prevalecer ese espíritu inmundo que hace responsable al pueblo elegido de la muerte del Justo. Una burda patraña. Sobre esa especie injuriosa y falsa se fundamenta toda esta inmensa teoría sobre el Holocausto.
Con ella no sólo se desacredita a la Iglesia y paga sus pecados históricos, los privilegios jerárquicos, por los que los responsables en su día habrán de entonar su “ de Profundis “, sino que supone una auténtica involución al socavarse sus cimientos. Se trata de una manera indirecta y sibilina de decir que el cristianismo ha sido un fracaso a todas las bandas, mientras las otras dos religiones del tronco de Abrahán supusieron un triunfo clamoroso. La tesis del holocausto vuelve a abrir al Turco las puertas de la ciudadela europea. Por lo que se ve, el credo de Nicea se bate en retirada puesto que carece de las ventajas de sus otros dos contendientes. No le cabe el recurso de la guerra santa o “yihad“ y abomina del ojo por ojo y diente por diente.
Se trata de un sofisma a nuestro juicio porque detrás de este marasmo de confusión se esconde el dedo de Dios. Roma tendrá que huir a Canosa, pero el final de Roma no supondrá el fin del cristianismo. La ruta de salida al marasmo en la paulatina desobstrucción jerárquica eclesial. Los tiempos que vienen pide más poder para los diáconos, que secularizar no tiene por qué ser el equivalente de desacralizar. La Cruz sólo podrá vivir cumpliendo el Mandato Nuevo y volviendo la otra mejilla; de tales postulados hicimos hemos caso omiso hasta el presente. La solución, puestos en ello, puede que estar en el fomento del mozarabismo, una riqueza litúrgica y doctrinal que mantiene intacto y en la reserva. Se mantiene en las iglesias de oriente; en occidente sólo cuenta el dogmatismo. Hemos sido culpables de categorizar como divino lo que es terrenal, humano y contentible.
Armarse de paciencia y de comprensión y estar preparados para una nueva oleada de sangre, porque se acerca un tiempo nuevo en el cual la cruz será exaltada entre los ríos afluentes del martirio que tal vez supongan un nuevo Jordán es el consejo a dar en estos azacaneados y confusos tiempos imperantes, en los cuales, a pesar de todo, reina la esperanza. La bestia sigue conduciendo el agua a su molino y uno de los procedimientos más sibilinos para consumar sus planes secretos de acabar con la religión de Cristo, una religión que a veces ha sido defendida espada en mano y de ahí sus resultados. A Cristo se le defiende mediante la oración y a través de los libros.
Holocausto nos revierte a situaciones del pensamiento bíblico, pero, en recapitulación de lo señalado, Dios que ama a su pueblo, no puede estar haciendo otra cosa que escribir al derecho con renglones patituertos. No se puede execrar a los judíos, en abstracto - cuando algún bilioso habla así en general para echarles la culpa de todos cuanto nos sucede está incurriendo en la tentación ofrecida en bandeja por la serpiente antigua, aparte de hacer ostensión de su incapacidad imaginativa - porque es una blasfemia contra el pueblo que ha actuado en imperio y con conciencia histórica, sabiéndose llamado a un destino mesiánico o soteriológico para el común de las naciones. Los judíos en abstracto constituyen una entelequia. Cabe hablar sólo de judíos determinados. Unos serán buenos y otros malos.
Semejante creencia no hace sino dar pábulo a ese antisemitismo feroz y traicionero, causante de tantos desmanes y dificultades. Con él vuelve el aura siniestra de la inquisición. Verdaderamente, lo ha debido de inventar el diablo.
En el mismo pecado incurren los que se han adueñado de la imagen del Salvador convirtiéndola en un ídolo a su imagen y semejanza. Aspiran a extender su reino y no han hecho otra cosa que desamarrar sus ambiciones, sus instintos de revancha, el afán de poder y dominación inherente a la condición humana. Fue el error aparente de las Cruzadas. En ese garlito cayeron las guerras religiosas desbordadas sobre el corazón de Europa siglos atrás y los desafueros de las contiendas carlistas y los pintorescos entre los partidarios del Pretendiente (carlistas, jaimistas y alfonsinos). España está pagando los excesos de aquellas aspiraciones decimonónicas a clavar en plenas Provincias Vascongadas un “islote vaticanista“ con ríos de agua bendita romana corriendo por las calles de Pamplona y de Bilbao y los cipayos de Arzalluz haciendo de acólitos en la gran misa negra oficiadas por los hierofantes de la Eta.
A diferencia del Islam o del Judaísmo, la religión de Jesús no propugna una forma de vivir en lo exterior - Cristo aborrecía a los fariseos con sus abluciones y su estricto cumplimiento de la letra pequeña de la ley - pasa por alto la norma estricta y concentra sus miras en aquello que dignifica al hombre y a la mujer. Es algo que fluye de adentro. Su código es, pues, intimista, aplicable y valedero para los pecadores redimidos por el pecado de toda laya, sin distinción de matices ni fisonomías.
Toda la hojarasca jerárquica es, asimismo, adjetiva, que estorba en lugar de facilitar el acceso a ese gran nirvana a que invita el Evangelio a los hombres de todos los tiempos. De ella tendrán que despojarse los altos cargos si quieren sobrevivir. La política y la cruz trazan trayectorias paralelas, nunca convergentes.
Corre un peligro latente: que, so pretexto de una convivencia o cohabitación más o menos ficticia, se haga dejación de las tareas de guía y faro espiritual a los creyentes. De ahí a la reconversión de la Barca de Pedro en una ONG o en una multinacional de las cosas del más allá - bodas, entierros y bautizos - hay un paso. El imperio hitleriano, que salió derrotado del Holocausto, es una obsesión del capitalismo selvático que conduce los designios de la humanidad (habría que hablar del sanedrín de Washington) que imita sus planteamientos y procederes. Es una fuerza que arrasa ¿ Habrán comprado al Vaticano bajo el pontificado de Wojtyla? Es la pregunta que muchos nos hacemos en esta instancia cuando vemos que por doquier se cambia de página. Los americanos, socavando los cimientos de la vieja cultura, en su perenne inquietud por borrar el pasado. Su fijación con el tema del Schoah no tiene otro objeto que llevar adelante los planes de la subversión mundial, fomentando una sociedad controlada bajo el yugo materialista.
Por esto verdaderas obras de arte, auténticas joyas bibliográficas se venden en este segundo noventa y ocho por veinte duros y hasta por cinco en el ratigo de libros de la Cuesta de Moyano ¿ Qué esta pasando?, nos preguntamos. Ya no lee la juventud. No le interesa el pasado. En plena revolución desde arriba se está fomentando una sociedad ágrafa. Pero en estos tenderetes, arrimaderos de la cultura, en revoltijo, aparece de tarde en tarde la perla de algún que otro novelista olvidado. Este es el caso de la gran novela de Zamacois que tan poderosamente suscitara la atención y estamos comentando. Dios ha castigado nuestra soberbia. Se han venido abajo nuestros ideales. Ya nadie habla en conceptos sino en dólares, pero el mundo sigue. Rusia ha capitulado y su autoinculpación ha permitido - autentico milagro de la virgen María - que en adelante no sean factibles ulteriores holocaustos como el de Hiroshima y Nagasaki. El gobierno del mundo está en una solas manos. Con todo, el miedo a la bomba está atenuado.
Traemos a colación estas impugnaciones no como divagaciones a la exposición de la idea que nos ocupa: la literatura cristiana, desde las epístolas de San Pablo, debe muchas de sus aportaciones y logros al haber sido escrita en cautiverio. La sociedad de un mundo feliz a lo Huxley y Orwell no quiere oír hablar ni por pienso de cadenas, porque está siendo esclavizada por un tipo determinado de supuestos consumistas, multimediáticos, etc. Y en ese albur de idea que se proyecta a partir del nuevo Testamento entran los modos de escribir de estos dos pueblos, el español y el ruso, acrisolados en el sufrimiento y en la esperanza de la cruz. Dichas estas cosas, se puede comprender mejor la tesis que plantea Zamacois en su novela de “Los Vivos muertos“ como lucha del hombre por su libertad siguiendo los pasos del bendito Galileo, que todo lo perdona y comprende y que se sitúa por encima de los convencionalismos, aberraciones y privilegios de grupo.
La fe nació en las catacumbas. Un ángel quebró los grilletes con su luz de Pedro, aherrojado en Jerusalén a causa de un pleito entre gentiles y judaizantes. Pablo caminó por las calles de Roma durante dos años, maneado con un brete a los tobillos y las manos uncidas por las esposas a las de un guardia de seguridad. El Bautista, al que la Biblia define como el más santo entre los hijos de mujer, languideció en una mazmorra de Herodes Antipa hasta ser decapitado como colofón sanguinario a una orgía. En realidad este mundo no es sino una cárcel en expectación de la vida buena, esto es de la “ parusía “. Aquellos pueblos que no creen en el evangelio inventaron por eso una literatura mitológica o de evasión. Los errores históricos en los que haya podido incurrir el catolicismo, seco, jerarquizante y con sobrepelliz almidonado, y todos los deliquios del oscurantismo retórico del pasado siglo(parece ser que hemos sido esclavos de la confusión y el Maligno ha enredado a sus anchas) no desvirtúan ni desdoran su magnífica carga de redención atañedera al hombre de todas las edades. Hemos tomado el rábano por las hojas. Henos aquí, dicen, perfectamente instalados en la cultura de la queja. No se quiere participar de lo que no se conoce. El rodillo “socialista “ dio cabo a todo aquello en lo que creíamos, pero ellos nos siguen tomando por faltos y por acusicas. Han nombrado a sus propios novelistas y autores a dedo. Lo llevas claro para publicar si no eres hijo de Julián Marías o relatas la cara amable, muy en plan Vizcaíno Casas del franquismo sociológico. Gala arrasa en la feria del libro, Umbral cuenta y no acaba sus experiencias con el “Viagra “, ese especifico contra el síndrome de Enrique IV que ha empezado a arrasar entre el macho ibérico en este verano del 98. El “ rojo” Raro Tecglén, que ya no es de Lenin sino Planco, un espadachín exhibicionista del odio inveterado, desde sus columnas incendiarias, del órgano del Partido de la Oportunidad sigue vertiendo soflamas envenenadas al grito de “ no pasarán “ y de “ a por ellos “. Sus arengas incendiarias son una “ cremá”. Ese señor no se ha enterado de que aquí hubo una guerra civil. Después de franco él no hubiera sido capaz lo que escribe. La memoria del antiguo dictador - ya entonces nos indigestaron de García Lorca y nos aburrimos a morir con Machado - los justifica. La estirpe de los inquisidores gusta de quemar en efigie a sus relajados históricos. Luego, cuando alguien les retruca, se quejan de la cultura de la queja. España va bien, pero con ellos podía haber ido al desastre.
¿Quién piensa en literatura? Como han ganado los americanos...
XIX
El soniquete del barrenillo midriático sigue sonando. Cada día ración doblada de lo mismo. Yunque y pedernal golpean unísonos en un compás de uno y otro. La tarasca va avanzando, pero hay noticias que le llenan a uno de alivio y esponjan el corazón.
Me han hecho archivero precisamente en los ardores del farragoso verano. Un archivero en el tiempo que corre de los hombres tachados, cuando se incentiva tan profusamente los borrados de memoria (sólo lo que el burro quiera igual que en la pídola y a su discreción del cómo, donde y cuando, y en qué condiciones) es un cero a la izquierda. No tan cero. Detrás de tal jugada he llegado a colegir yo que están unas manos llenas de Misericordia. Tuve una madre mala en la tierra, pero la Madre del cielo, que es reina poderosa, ha entendido de mis desvelos por conservar la memoria, por llegar a eso que llamaba elocuentemente Castelar la “razón universal“, que es la democracia - y a ella vamos aunque muy a trancas y a barrancas - pero a la razón universal no se llega desde las siete colinas de Roma sino desde las cúpulas de Bizancio.
Dios hará todos lo que resta. Se nos caerán las costras de los ojos. Por lo demás, contra esa ceguera mental condensa aquello contra lo cual he venido luchando. He aquí que me han hecho archivero en un tiempo en el cual Jano se dispone a echar el cierre y todos el tráfico rodado va en derechura a las cocheras ¿ Está vendido todo el pescado? El supremo Hacedor no facilita respuestas. Quiere que nosotros vayamos al encuentro de esas contestaciones, conforme a nuestro leal saber y entender, entregados a una búsqueda personal responsable dentro de los cuadros de una iniciativa íntima en la cual no valen intermediarios.
Por eso me han hecho archivero. Regreso en triunfo a la oficina de los palimpsestos mientras mis labios murmuran agradecidos el salmo de acción de gracias: “ pondré a tus enemigos bajo el escabel de tus pies “. La vida es irónica. Dejo a otros llevar a cabo con ahínco el legrado de memoria. Borra. Borra. Quieren perpetrar el sacrílego auto de fe que nos deje vacías las estanterías. Aquí los cuerpos que valen son los de las “ top” y no esos cuerpos hechos de papel, de cantos dorados y tejuelas sin cuya compañía no era capaz de retratarse Quevedo. ¡Que viva el sexo sin amor, y muera el seso y el discernimiento! Todo sean cuerpos, pero no los cuerpos de los libros, sino los de esas tías de alto copete, putas de lujo y que viva el que lo trujo. Esos volúmenes le ayudaban a “ vivir en conversación con los difuntos y a escuchar con los ojos a los muertos”. Los cuerpos de las Nueve Musas y los ángeles mofletudos haciendo sonar el adufe de la inspiración, el despejo, la ocurrencia, no van para nada con estos tiempos desangelados donde se imponen los cuerpos mareantes de las modelos de alto bordo. La libido anda por los suelos y muchos tienen que tomar reconstituyentes genitales. Los antiguos curaban la sífilis con salversan. Hoy todos lo arreglan con viagra, pero el alma no lo curan.
Tengo los ojos húmedos en este momento ¿ A qué ton cargarse el imperio de la fantasía y dejarse llevar por el de los sentidos? Nuestra Gran Dama ha venido a hacerse un raspado de matriz. Los designios me llaman a pelear ardidamente contra los contubernios del borrado de memoria. Sé de mi soledad y de la flaqueza de mis fuerzas, aunque la gracia faltará. Estoy solo en esa soledad que bien conoce todo escritor y que crea ansias mortales. A veces se convierte en vórtice de impotencia.
El combate va a ser muy duro, pero desde el lugar donde estoy sentado atisbo las cumbres guadarrameñas y pienso en que Zamacois, al instituir el “cuento semanal“ en 1907 daría salida a una pléyade de narradores que con el paso de los días adquirirían tablas y contarían historias con soltura y con despejo. El poder imaginativo, la capacidad de seducción que tiene el contador de historias falta en cualquier otro medio expresivo. Pero esto se va. Me aferro al ordenador como un naufrago a la estacha que le lanzan desde el buque salvador. Mi tumba son los libros y en ellos estará en igual medida la posibilidad de resurrección. Lázaro, sal fuera.
La literatura española hasta estos autores se encuentra deslucida por las malas hierbas y lampazos de la retórica. El mismo quijote es un buen libro de caballerías pero una novela mal construida y mirándonos en el espejo equivocado se ha ido generando no pocos vicios en abono de nuestra vagancia mental y de los muchos convencionalismos. Nuestra espiritualidad y nuestra mística adolecen del mismo defecto: retórica artificiosa que en lo que atañe a las sendas del espíritu no nos ha llevado tampoco por demasiado buen camino. Hasta Balzac y Sthendal nadie construye. Después de los franceses, serían los maestros rusos los que llevarían a la novela universal al registro de las perfecciones y tantos unos como otros se inspiran en el relato de novela picaresca, o las invenciones de la caballería con su trazo mareante de auténticos cuentos del nunca acabar.
XX
Hoy he sido feliz. Las noticias que llegaban de San Petersburgo me han libertado de mis obsesiones. Soñaba que estaba asistiendo a los funerales del último zar. He sido arrebatado en espíritu y portado hasta allí cual el ánima del sastre. Y no queráis saber más. El ángel que me llevaba era un serafín. Estaba facultado de seis pares de alas. Su cuerpo era radiante y su luz es la llama del espíritu que vive. Su alma era musical, porque con el batir de sus alas se desplegaban las sinfonías por todo el fuego, y su pecho era de cristal bruñido. Más puro nunca habitará este valle de lágrimas.
En la sacristía de la catedral de San Isaac el día 17 de julio de 1988 la cuadrilla de sacristanes estaba muy atareada sacando las vestiduras litúrgicas de armarios y cajones. El recinto olía a naftalina. Todo estaba encendido y preparado: las candelas de los iconos, en particular, el de San Nicolás Taumaturgo, su barba en abanico, la melena de cabellos grises cayendo sobre el humeral, la tiara bruñida de oros, los ojos dulces y clementes y la expresión hierática y antigua que tienen los santos míticos. Debía el antiguo obispo de Mira estar muy alegre, ya que un pupilo onomástico que había llegado a zar y murió mártir de la Ortodoxia hacía ochenta años había recibido la palma del martirio. La justicia del Dios de Abraham y de Jacob, el de los patriarcas y de los apóstoles vuelve al cabo del tiempo. A los que ha señalado con su dedo misterioso en los designios imponderables que derraman el torrente de gracia sobre los vasos de elecciones no los olvida. A través del tiempo, atando y desatando. Alejándose y acercándose, desapareciendo o haciéndose presente se consuman sus planes.
El heredero del emperador Constantino, el “basileus“, monarca sagrado, legatario del depósito de la fe simbolizada por la cruz en lo alto que vio la Legión Tebana cuando combatían a los bárbaros en Panonia y antes de trabar batalla se santiguaron negándose a rendir culto a los ídolos, el centurión Mauricio y sus dos edecanes Euterio y Cándido contestaron la orden del emperador Maximiano de rendir culto a los ídolos, y el propio Cesar en Puente Milvio, había derramado su sangre por todo aquel conjunto de valores que representaba. Lo mandó ejecutar un comisario algo neurótico y azacaneado, que se llamaba Yurovski, que había pasado varios días esperando un telegrama desde Moscú.
- ¿Qué hacemos con este pez gordo, camarada, símbolo de nuestros males, amo y déspota de la vasta Rusia?
Como en la muerte de Cristo, aquel judío no fue responsable de la inmolación del Justo. En cierto sentido y como cosa personal, ejecutaba los designios de la divinidad, pero en aquella hora aciaga no actuaba en representación de la grey elegida, sino que se situaba como mero ejecutor de un diseño que pertenece al arcano de los planes secretos de Dios para con la humana condición. El último de los Romanov había sido sacado del redil de los corderos para inmolarse y servir de ofrenda, expiando de esa forma la culpa colectiva. Un pueblo en bloque -ese es el gran sofisma, la añagaza diabólica- jamás podría ser calificado de deicida. No obstante, y como explicitaremos a seguido, hay vetas oscuras en la conducta del Israel de la tribu de Dan, que pueden transformar a todo el conjunto en “ pueblo aborrecido, escupido de la boca del Señor” En todo grupo humano, los hay mejores y peores. La maldad y la bondad nunca pueden ser categóricas. Yurovski, el antiguo aprendiz de fotógrafo y ex enfermero, un hombre sin entrañas, y después de Judas uno de los especimenes de la raza humana más inhumanos y protervos que salió de vulva de mujer a la expectativa de órdenes decisivas, ejerció funciones de Pilatos en aquella hora triste y crucial. No le imputéis la muerte del justo, aunque de los labios de sus comilitones partió el grito estridente que ya sonó otra vez en el Lithostros: “caiga su sangre sobre nosotros, y nuestros hijos”, pero Jesús volvió a la carga y repitió la frase de misericordia y de perdón:
- Padre, perdónales porque no saben lo que hacen.
El mensaje de perdón resonaba nuevamente al cabo de siglos, de crímenes, depravaciones de la carne desolada en la melopea monódica entonada por los oficiantes - seis popes y seis diáconos- y así el símbolo áureo en el número quedaba repetido. Doce grandes ventanales tiene la “ Petropavloski sobor” emplazada en el recinto de la fortaleza del mismo nombre y doce curas eran los que oficiaban el funeral. El mundo del pecado sigue así participando en el ágape de la esperanza. No nos queda más remedio que indultar y perdonar, a favor de las enseñanzas del evangelio, e imitar en su mansedumbre al Cordero que cargó con el peso de la culpa a sus espaldas. La voz de los sacerdotes, tremolando magnifica, resonaba cerca de las cimbrias de las bóvedas. Tenía el ceremonial todo el empaque y solemnidad de una coronación.
Las casullas de los oficiantes recamadas de oro y de pedrería emitían irisaciones de madreperla. Una esmeralda, engastada en el báculo del obispo de san Petesburgo que asistía a las honras fúnebres desde su trono de honor bajo un baldaquino de damasco, brillaba de una forma característicamente simbólica acercando el mundo militante al de la iglesia triunfante y coronada. Rutilaba igual que un sol azul, diminuto.
Estaban las naves de la basílica, una de las siete catedrales con las que cuenta la antigua sede imperial(Ismailovo, San Nicolás, Nuestra señora de Kazán, la de San Isaac macedonio y la de la Transfiguración) atestada de creyentes. Su cúpula mide ciento veinte metros de alta y enseña una veleta de oro macizo, la cual durante el cerco de Leningrado tuvo que ser tapado con una funda porque el bastión encandilaba a los apuntadores de la artillería germana. En estilo alejandrino esta joya del barroco ruso del Domenico Trenzzini, ocupa una eminencia. Desde su aguzado campanario se puede dominar una panorámica de la corte de los zares. En días soleados, la vista alcanza las planicies de Finlandia. Por su trazado dieciochesco, recuerda a San Pablo de Londres de Christopher Wren y al Vaticano. Pedro el Grande mandó colocar en lo alto del chapitel una flecha apuntando hacia Europa. Fue un gesto admonitorio, porque aquel gran zar creía que, cuando Roma y Londres, otrora bastiones de la cristiandad, cayeran en manos de los enemigos de la Cruz, todavía quedaría la Ortodoxia. Una fuerza diferente, telúrica, alienta dentro de sus muros construidos en granito rosado finés. Es una energía que traspasa y conmueve.
En el mausoleo de los Romanov por fin iban a descansar si no sus huesos al menos la memoria del zar de los ojos soñadores, callados introspectivos. Tenía una mirada líquida. Como de aguamarina. La singular apostura de este varón de deseos era una belleza profética. Supo desde un primer momento cuál sería su destino. Dormiría por fin al lado de Pedro el Grande, de Catalina , y junto a la sepultura de su padre, Alejandro III, también asesinado por una anarquista.
El incienso que flotaba sobre las cabezas del gentío premiaba a los que asistían al espectáculo, tan impresionante, con la visión por un pequeño agujero y por unos instantes del canto incesante de la eternidad. La antífona del Querubín se daba la mano con la oración de los difuntos que en la Iglesia bizantina carecen de ese aire tétrico y de desgarro ahogado plañidero que los occidentales solemos dar. El rostro de Nicolás II es el que más se parece al que conocemos por el Santo Síndone. Transpiraba serenidad y majestad y una hermosura augusta teñida de timidez y de melancolía.
¿Era Cristo un griego? Esa es una pregunta que me hago últimamente. Desde los Urales parece sentirse su presencia y desde los montes que circuyen al Ararat resuena el grito del arca Perdida, cuyos ecos se escuchan por el orbe entero. La cámara de resonancia es las cúpulas del Cuerno de Oro, los bulbos sagrados que muestran al mundo las cruces en Constantinopla, patinados de la luz misteriosa de los iconos. “ Ex oriente, lux”: de allá llega el grito, como una taladro de misericordia, de comprensión y de bondad. ¿ Habrá empezado el siglo futuro a partir de las exequias, diferidas durante tanto tiempo, del último zar, cuyos hermosos ojos tan humanos y comprensivos coronan las divinas techumbres?
Desde los últimos cuadros que quedan poco antes de su cruento martirio miran sus ojos de un azul esmeralda. Parecen decir comprensivos y sumisos acatando la divina voluntad: “Rusia, yo te perdono”.
He ahí una bella familia acribillada a balazos una madrugada en los sótanos del caserón de una vivienda de campo, la casa de Ipatiev, el rico mercader, que vivía en el antiguo monasterio del mismo nombre desamortizado por el soviet. Se da la coincidencia trágica que en el claustrillo de Ipatiev los boyardos elegirían emperador a Miguel Romanov, el primero de la dinastía; allí vendría a morir de una manera innoble y a traición sin juicio previo el último de todos ellos. Se completó la saga y se cerró un círculo. Un periodo que abarca de 1613 a 1917. Diez monarcas absolutistas ciñeron sobre sus sienes la corona de todas las rusias. ¿Cuales fueron las claves de esta muerte por fusilamiento? ¿Qué queda detrás de aquel magnicidio de la hermosa familia: Olga, María, Tatiana, Anastasia, las princesas? Alejandra, la zarina? Los esbirros no perdonaron ni al zarevich, hemofílico, con las piernas llagadas, que compareció ante la boca de los fusiles llorando; estaba sentado sobre las piernas de su progenitor. Tampoco hicieron gracia del médico de cabecera de la familia imperial, el Dr. Brotkin y el aya Demisova. Rusia, yo te perdono ¿Se perfila algún remanente de futuro para la humanidad gobernada ahora mismo por los herederos de aquel esbirro por nombre Yurovski y en Babilonia el nuevo Nabucodonosor- todo el mundo repite hasta la nausea sus amores expeditivos con una becaria, historia escandalosa, propia del mas gusto, y de la zafia vulgaridad con que conculcan todos principio moral y toda norma de Justicia el Ogro Universal de Quitaipón: Daniel, profeta del Altísimo, ¿donde estás? Ven a leerle la cartilla a éste, que ya hay síntomas de escritura en la pared, pues su reino será dividido y él pesado en la balanza y no dará la talla, aunque dé otras, que la más importante, no, para su condenación y desgracia- y entregada a los dislates de la Cena de Baltasar?
El pelotón de fusilamiento lo mandaba el propio Yurovski. Pero a última hora tuvo que sustituir a los rusos del piquete por mercenarios húngaros a los que se obligó a ejecutar la orden firmada por Lenin a culatazos y doblada la ración de aguardiente. Los rusos se negaban a disparar contra el emperador. Estaba considerado como un dios.
Yeltsin dijo”: Todos somos culpables”. Saldaba de esa forma una vieja cuenta pendiente con los anales no obstante haber quedado impune aquel crimen para siempre.
Los acontecimientos me han trasladado “ ad unguem” y a lomos de la perspectiva otorgada por los sueños del mucho leer- a espaldas queda toda una larga vida de contemplación estética de lo ruso. Fui elevado cogido por los cabellos de las manos del ángel que transportó al profeta Habacuc a Babilonia para llevar al profeta Daniel, preso en la cueva de los leones, aquel potaje eucarístico, o como el diacono Felipe en Azeto. De la misma manera he sido yo transportado yo hasta Petrogrado en las alas del divino Miguel de la literatura en este caliginoso y extraño verano del 98. Huía de las soflamas de mis enemigos, del tedio y el encono o la injusticia o el instinto de revancha de un mundo que rueda hacia el abismo.
XXI
Aterricé en las riveras del Neva una soleada mañana de julio, cuando las campanas de todas las iglesias de la vieja ciudad imperial repicaban a misa. El sol radiante daba esplendor a los chapiteles en bulbo donde campea la cruz del Redentor coronando el “ mound “ esférico que significa que Cristo es rey del globo terráqueo. A pasos veloces y escoltados por mi poderoso valedor a lo largo de los bulevares y prospecta que confluyen en la gran plaza penetré en la enorme catedral de san Isaac. La misa había hecho que comenzar.
- Bendito sea el Señor Dios nuestro. Ahora y siempre.
El precentor (recitador) invocaba a la Santa Trinidad y el coro entonó las letanías de la misericordia, que son más solemnes y hasta resulta electrizante en las misas de difuntos. Acto seguido, se cantó el “ Otse Nash”(padrenuestro). Mi ángel velador a todo esto iba y venía del trascoro a la bóveda y de la pérgola del iconostasio hasta las capillas auxiliares casi a la velocidad de la luz, su cuerpo radiante brillaba como un crisólito y tenía todo él la agilidad y hermosura de la exhalación. Su sola visión causaba confianza y a la vez pavor.
Era el mismo personaje que librara a Daniel del pozo de los leones, burlando las acechanzas de los enemigos del profeta y liberándole de las cárceles de Nabucodonosor. El hizo volver a cantar a las gentes.
- Bendito sea el Señor ahora y siempre - repitió el diácono iniciando el responso con una santiguada.
- Por los siglos de los siglos. Amen. -, atronó el coro.
Las cúpulas de la catedral de San Isaac resonaron como si quisieran venirse abajo. En vez de un responso, aquello parecía un canto triunfal. El ángel que transportó al profeta Habacuc desde los cabellos hasta el pozo, y el que libró a Ananías, Azarías y Misael del fuego me había llevado a un lugar del mundo donde yo sería capaz de mirar el cielo a través de una rendija. Portaba en la diestra una espada de fuego y en la siniestra la copa ritual del vino nuevo. Era la sangre derramada del cordero, la sangre de los mártires, la del último de los Romanov. En ellas latía el alma imperecedera de todos los acogidos al sermón del monte. Era la sangre de las víctimas de la intolerancia, el fracaso y el desamor, la infamia. Comparecieron ante mí - fue una visión terrible y a la vez beatífica - los rostros de prostitutas, de borrachos. Gabriel les había franqueado las puertas del Paraíso.
Allí estaba Martín Menoyo con sus ojos de calma y de sufrimiento ostentaba los bretes de su infortunio. Las cadenas que arrastró en vida en el penal de los Reyes y la blanca a la cual fue amarrado se habían convertido en enseñas de triunfo. Eran de oro rojizo. La cárcel, pensé, puede ser purgatorio, pero algunos lo convierten en Monte Carmelo. Peldaño a peldaño, se alcanza la unión mística con el Esposo.
¡Han sido tantos los presos, los hospitalizados, los que pasaron su existencia en manicomios y casas del dolor! Todos ellos estaban ahora a la derecha del Padre!
Yo vi a Juan de la Cruz con un ceñidor de guirnaldas y el alba de lino impoluto, sacerdote de Jesucristo y a las tres Teresas. Estaban con muchísimos otros. Tantos que me parecieron innumerables. Se habían dado cita allí en la mañana de julio. Podían ser miles de millones y todos cabían en la inmensa “ sobor”. El ángel de la dicha les abrió los postigos y el cielo y la tierra en aquel punto y sazón quedaron comunicados a lo largo de una larga escala de Jacob, cuyos peldaños no eran sino cabos de estrellas. Paz a los hombres de buena voluntad... No tengáis miedo.
El coro había vuelto por sus fueros. La masa de voces acometió un responso maravilloso. Dirías sentirse el batir de las alas del serafín. Toda la melodía se desarrollaba en eslavónico litúrgico alguna de cuyas estrofas llegué a entender perfectamente. Eran gritos de misericordia y de perdón. Ayes ante el dolor y la fugacidad de la existencia humana. Da la paz a tu siervo, Salvador. Coronalos de la palma del triunfo, por tu amor al hombre... Conduce a nuestro llorado zar y a su familia al paraíso, donde el alma de los justos y de los santos padres resplandece como luminarias, perdónales sus pecados.
En aquel momento toda la congregación en peso, los miles y miles de creyentes, visibles e invisibles, que poblaban las naves de la “ sobor” y las aleyas de la fortaleza de Pedro y Pablo, hincó la rodilla en tierra. Es la única ocasión en que se arrodillan los ortodoxos. Por lo común, los oficios, a los que diariamente asistía el zar con fervor en los postremeros días de su existencia, porque acaso notara que el espíritu le ayudaba a sobrellevar los trabajos con presencia de animo. El mártir, apoyándose en el don de la gracia, suele arrostrar la prueba con una fortaleza interior que suele espantar a los propios verdugos. Éstos en la hora final suelen mostrar más miedo que las propias víctimas.
Los doce oficiantes, símbolo de los doce apóstoles, se persignaron varias veces al tiempo que doblaban el torso hasta la cintura. Sólo quedó erguido ante la cruz el deán igual que un huso. Engastada en su tiara pontifical con toda la plenitud y la inocencia de su sacerdocio, también su majestad, una esmeralda emitía fulgores. Su luminosidad parecía potente y lejana lo mismo que la de una estrella.
El salmista repartió velas entre los fieles. El templo iluminada por millares de cirios y las lámparas que colgaban de las pechinas, los arcos formeros y el triforio aparecía cual ascua incandescente, formando una especie de lago de luz sin espacio y sin tiempo. Infundía todo eso la percepción de lo infinito. Pero los rayos que más brillaban eran los que salían de adentro. Cada rostro era un espíritu puro. El alma humana es esencialmente musical. Sinfónica. Así lo quiso el Consolador. A través de la armonía llegamos al conocimiento del Padre. El diablo odia la música. En el infierno no se canta, al no existir armonía. Sólo estridencia. Por ende con toda la razón se ha temido que el destierro de los coros a capella y la proscripción del gregoriano y del latín, que han dado paso a lenguas vernáculas y a instrumentos populacheros y estridentes como la guitarra tabernaria, de acuerdo con las nuevas rúbricas liturgias del segundo concilio Vaticano, han significado un triunfo del maligno. Por suerte Bizancio siguen sin reconocer tales estipulaciones cultuales con arreglo a los cánones de su tradición.
La ceremonia, los cantos, las reverencias y el dúo de las letanías con sus melismas y contrapuntos acotados de réplica y de queja, para impetrar el favor divino, que hacen pensar en el batir de la marea indómita sobre los rompientes de una playa infinita, no parecían de este mundo. Yo estaba protegido por las alas del serafín contemplando el rostro de Dios. No era el anciano que retrata Daniel sino una fuerza que adopta todas las formas, olores y sabores de su creación. El legado de los Cielos salvó a los Tres Jóvenes de Babilonia soplando con sus fauces y creando una corriente de aire fresco en medio del fuego abrasador. Verdaderamente, Cristo es inmenso.
Se acercó a mí el querubín y me dijo:
- No sufras más varón de deseos. Tus plegarias han encontrado oídos adeptos en Quien me envía. No tengas miedo.
Una paz infinita se apoderó de mi persona. Con todo el brío de mis pulmones deshechos exclamé:
- Mira, Señor, mi cuerpo lacerado por la enfermedad y mis pies hinchados por la podagra y la uremia. Tengo el paso torpe y vacilante. Mis enemigos se ríen de mí. Apiádate de mis pecados. Acaba con las angustias que me afligen.
Volví a sentir la palpitación del ala del ser celestial que guiaba mis pasos. Era como el sonido de una inmensa bandada de palomas. Mi cabeza parecía que iba a estallar. Jesús, hijo de David, apiádate del que te sirve y te confiesa ante los hombres. Se posaron sobre mi cabeza unos ojos cuajados de mansedumbre. Como aquella vez, en la catedral de Ávila, cuando alcé la mirada al techo y vi a Cristo agonizante reclinar su mirada sobre la mía... Vengan a mí los tristes y lacerados. Todos aquellos que sufren persecución por la justicia.
Ya no habrá catedrales vacías solo frecuentadas por curiosos miracielos y por turistas japoneses ávidos de copiarlo todo. El efecto “sobornosti” es una experiencia única e intraducible. Ya no habría más abandono. Me llegó el convencimiento y la persuasión aquella mañana radiante del 98 que en adelante sería así, mientras asistía en espíritu a los funerales del Zar. Se anunciaba un tiempo de visitación, aunque yo siguiera repitiendo con Agustín la plegaria del abandono del justo que acepta su dolor y abatimiento para expiación de la culpa: Hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in aetérnum parcas (quema aquí, corta lo que sea necesario, y no me perdones en esta vida para que en la eternidad me perdones).
- Cristo libertador, rompe nuestras cadenas. Seas nuestro alfaqueque. Ven a reinar sobre Occidente en majestad. Rescátanos de las garras de los modernos Nabucodonosor. Ellos, para espanto y risa de las gentes, no son más que estatuas de barro. El ángel de la venganza les convertirá de nuevo en bueyes, en mulas o en serpiente, en justo premio a su bestialidad ¿ No dicen que el hombre viene del mono? Pues aquí a los poderosos del orbe andando a cuatro patas. Su zoantropía- pues es la querencia de su habitud - hará que se transformen en los animales que tienen por dioses: imitarán las ancas de la yegua, rebuznarán como el asno, silbarán cual la serpiente, saltarán como el gamo, pacerán como el ternero, graznarán como el cuervo. Libranos de los espantosos legados de la ignominia y de los que blasfemos contra tu santo nombre quieren que todos volvamos a ser alimañas del campo. Destruye su reino que es de cartón piedra. Mira, señor, que no somos más que polvo, pero polvo enamorado y redimido de las cadenas del pecado que es la muerte. Pues Tú dijiste: quien crea en Mí será participe del reino futuro y le alumbrará la luz que nunca se extingue.
XXI
La voz de los seis diáconos coreó mis pensamientos. Atronó bajo las excelsas bóvedas de la catedral de San Isaac la secuencia del “ Dies Irae “. El preste alzó las manos para bendecir. El coro entonó “Paz eterna al alma del justo”. Se extinguieron los cirios, que elevaron en el aire azulado por el incienso hilos de humo gris. De los pabilos al apagarse brotó una insólita fragancia. Me dio la sensación de aquella fragancia súbita y sacra provenía no del humo de las velas al extinguirse sino de los propios restos humanos en el relicario de los féretros. Dentro de la urna no quedaban vestigios, porque los cadáveres habían sido incinerados con gasolina, ácido sulfúrico y cal viva en la famosa fosa común de “ Los Cuatro Hermanos”, aquella afanosa noche de pesadilla del verano siberiano del año diecisiete. Así y todo, podía decirse que olía. Era ese aroma de santidad del que habla la Biblia.
La exhumación de los despojos humanos de la familia Romanov había suscitado una enorme polémica. Algunos arguyeron que no eran los de Nicolás II, pero arqueólogos ingleses cotejando el ADN de los fallecidos con el del Duque de Edimburgo habían establecido que pertenecían verdaderamente al grupo genético de los Romanov.
Un pelotón de gastadores del Regimiento Preodbrayenski (Transfiguración), o de la guardia regia, que milagrosamente no había sido disuelto durante los años que duró la Unión Soviética, estaba cubriendo carrera y dando escolta de honor junto al catafalco. La divinidad actúa de manera misteriosa. Sus enemigos delante acabarán humillando la cerviz.
“Lavaron sus estolas en la sangre del Cordero”, se oyó cantar al salmista. Una encorvada anciana de ojos azules y rostro complaciente me sonrió. Pese a la edad, su cuerpo baldado conservaba un aspecto de juventud. Podía haber sido tiempo atrás una de aquellas heroínas de las novelas a cuya lectura me había entregado durante los años de juventud, cuando empecé a frecuentar las librerías de lance y descubrí en toda su grandeza atesorada en la gran literatura rusa. Pudiera ser Olga, la del Jardín de los Cerezos o la patrona de Crimen y Castigo. Los que hemos soñado, amado, odiado o rezado a través de la literatura sentimos un complejo de deformación profesional, que nos hace ver el mundo a través de un mundo diferente. Pero la novela rusa siempre ha tenido para mí un contexto profético. Avanzó las pautas fundamentales de mi existencia antes de empezarla a vivir. Que tendría un gran amor desgraciado. Que me casaría luego con una rufiana. Que todos me traicionarían, pero que al fin encontraría a Cristo, el Jesús encarcelado de los que tienen una visión espiritual del mundo particularísima. Hasta creo que fueron los autores rusos los que me han dicho cómo iba a ser mi funeral en medio del abandono de todos.
Voy contra corriente en este afán. El mundo de hoy (q.v.) mira para otra parte cuando se le habla de entornos profundos o de calados proféticos. El contenido de gran parte de los autores eslavos se mueve en la dirección del oráculo evangélico y muchos de sus libros son una glosa del Nuevo Testamento estampada desde los bajos fondos y desentendiéndose de florituras jerárquicas. Por suerte, los popes han sido gente del pueblo. A Rusia, galardonada por Dios con las dádivas de muchos y de santos monjes, le ahorró el suplicio y la tiranía espiritual de los jesuitas o el escándalo de la gran sopa de letras que han sido en la Iglesia Latinas las innumerables órdenes monásticas y la pléyade de cofradías y de capillas.
Cada fraile un escapulario y cada escapulario, una camándula. Por eso han sabido retener mejor que nosotros la esencia del Cristo vivo. Y, para colmo, la sede de Pedro ha sido usurpada por un infame polaco, que selló pacto con Mefistófeles. Los polacos en varias ocasiones arrasaron a sangre y fuego Moscú, debelaron sus monasterios, violaron a las doscientas monjas de Novodievichi. Pertenecen a una raza infernal, como los irlandeses, aunque se digan católicos, del anticristo. Rusia se fraguó en la lucha contra el mongol y contra el polaco. Está escrito que de ella ha de nacer quien traiga paz a las naciones.
“Tsar bascriesse (el zar ha resucitado para vivir eternamente). Las notas del canto de resurrección se me clavaban en el alma. Avanzaban sobre las bóvedas a ritmo certero y solemne. Brotaban como de un pozo de gracia y de misericordia. El timbal de los tenores y contraltos alternaba con el murmullo potente de los bajones.
Era el grito más augusto y solemne que jamás podrá ser escuchado en la Tierra. Un verdadero pregón de bienaventuranza al que nada es comparable. Todo lo domeña. Algunos se santiguaban. Otros se restregaban los ojos porque tampoco podían aguantar la visión.
¿Dónde había visto yo a aquella dama? ¿ En algún relato de Pushkin?
Leyó el sacerdote la oración postrera. Acto seguido, el cortejo de clérigos detrás de la cruz alzada y de los ciriales se dirigió en procesión hasta la capilla lateral donde iba a erigirse el emplazamiento definitivo de la tumba con los restos, un lugar humilde sin monumento enrejado. Allí una simple lápida de mármol negro advertiría al visitante que allí había sido inhumado el último zar bajo un icono de la Dormición y una gran cruz de roble iluminada por la luz de un pebetero permanentemente encendido. Llegados al sitio, un diácono, cogiendo de un acetre una paletada de tierra rusa, la fue desparramando sobre el ataúd en forma de cruz, mientras pronunciaba las severas palabras que encierran toda la clave severa y fatal del misterio del breve paso del hombre mortal por esta vida: “ La tierra, y cuanto de ella salió, y en ella vive, pertenece al Creador. De ella saliste, Nikolai; de ella, salisteis Olga, Tatiana, María, Anastasia, Elena. Alexei, y a ella habéis vuelto ya”.
El chantre, al cerrar el libro de rituales o “ cinerarium”, hizo un ruido sordo, bronco y terrible, todavía más trágico que el emitido por las paletadas de tierra sobre el catafalco. Era el signo de que las exequias habían llegado a su fin. La vieja dama a mi lado se prosternó sobre las frías baldosas de la catedral de Petrogrado haciendo alarde de una agilidad semi angélica, hundió su frente en la tierra y la besó.
- Se acabó - escuché gritar a alguien
Pero otra voz misteriosa desde el otro lado del templo apostrofó en tono contundente:
- No. El zar vive y vivirá, como el justo, eternamente.
Una multitud empezó a desfilar ante la grada del cenotafio. Pronto, éste aparecía cargado de ramos de flores. Las guirnaldas, las azucenas, los gladiolos, las rosas, las siemprevivas, los crisantemos formaban un segundo túmulo hasta cubrir por entero toda la altura de la capilla, llegando hasta la ventana geminada por cuyas vidrieras penetraba un sol de resurrección. Su luz refundía los colores de las flores allí depositadas. El relicario estaba llamado a convertirse en lugar santo, en centro de peregrinación.
A la salida del templo la multitud abucheó al presidente que desaparecieron en sus lujosas limusinas de color negro a toda carrera enfilando la avenida Nevski. Yeltsin, que había derramado lagrimas de cocodrilos en un breve discursillo durante la ceremonia, diciendo aquello de “ todos somos culpables “, había sido juez y parte de aquel hecho. Siendo gobernador de la lejana provincia de Yekateringrad, sector de Zverdlosk en los Urales, ordenó exhumar los restos de los fusilados y embarduñar los huesos de cal viva para conseguir así que no quedase ni rastro. Otro legrado de memoria. Sin embargo, podrá oponerse a la acción del Espíritu santo. La gran pascua aguarda a todos aquellos que dieron su vida por la verdad y la belleza del Evangelio y los enemigos de la Cruz, que siempre fueron sagaces y disertos en las cosas mundanas y en recursos leguleyos, nunca lo podrán comprender. Son bastante lerdos.
- Tsar baskriese s Xristoi ( el zar resucitará con Jesús).
La antena de resurrección volvió a soplar inconfundible y magnífica.
Desde la otra parte del coro matizaban:
- Poistini baskriese (verdaderamente resucitará).
Era el grito más impresionante y solemne - el grito de resurrección - que podrá escucharse en toda la liturgia cristiana. Un terremoto que hará retemblar toda la tierra para escarnio de los impíos. Es el pregón de la bienandanza que se acerca. Nada podrá comparársele. Entre la multitudinaria congregación de feligreses que había asistido al acto y avanzaba a cada una de las cuatro salidas, las cuatro puertas que en la catedral de San Isaac miran para los cuatro vientos, unos se santiguaban con unción, como hicieron el zar y los suyos delante de la boca de los fusiles cuando fueron sacados del lecho para ser fusilados.
La Cruz había ganado la partida y aquella mañana el mundo podría gritar con el apóstol: “¿Muerte dónde está tu victoria?¿Muerte dónde está tu aguijón? Otros sonreían con la misma unción que el ángel de oro encaramado en la veleta. Los más lloraban de gozo, conscientes de haber sido testigos de un hecho insólito, irrepetible: la exoneración del inocente. Dios había por fin acabado de justificar al varón de deseos. Todo allí había tenido un sello profético.
XXII
El tiempo había aclarado. En el parque de Máximo Gorki unos niños con el pelo color de avena desplegaban sus birlochas y lanzaban al viento la cometa bajo la mirada cercana vigilante de madres y niñeras. Gruesas matronas de rostro complaciente saboreaban uno de esos deliciosos helados que son exquisitos en toda Rusia y concretamente en esta ciudad. Era una placentera mañana de verano en que todo parecía en calma. La salida de misa es una hora de ilusión y de sosiego en todas partes. Las gentes se muestran contagiadas de esa paz eucarística y eulógica (euλoγεiα = bien hablar) del que participa de algo divino
La flecha del chapitel donde hace equilibrios el querube que porta la cruz tiene siete metros de alzada. Cuenta la leyenda que un rayo derribó la estructura en mil ochocientos treinta. Hubo de ser reemplazada, pero a ver quien era el majo... Un pizarrero especialista en el sollado de techumbres y la artesanía rusa cuenta con buenos especialistas en el trabajo de cubiertas, porque con el frío que hace por el invierno allí las casas no pueden tener goteras) se brindó voluntario trepando hasta lo más alto del pináculo. Para recompensar el arrojo del valiente y temerario menestral, Piotr Teluchkin, por un ukase especial, otorgó al ciudadano un fuerte suma de rublo, así como el “ cubilete de oro”, esto es: el privilegio de poder beber en todas las tabernas del imperio de balde. Se hizo borrachín el antiguo equilibrista y su inmoderada afición al vodka hizo que acabaran prematuramente sus días. Petersburgo es el sueño de la razón enciclopédica reconvertido; la combinación de dos mundos. La teología se amalgama con la ciencia en pomposas fachadas de estuco, avenidas de una tracería perfecta, que parecen tiradas con plomada y cartabón. Aquí resplandece el misticismo ruso conjugado con el esfuerzo liberador del hombre que piensa en el progreso. El Hermitage y las atarazanas de la Escuela Naval viven a la sombra de las cúpulas en bulbo rematadas por la cruz constantiniana. Esta ciudad encarna la apoteosis del cosmopolitismo cristiano. Vibra en una cuerda particular de la que carecen otras metrópolis donde se palpa un aire de mayor gentilidad. Petersburgo se alzó a favor de la voluntad de un déspota ilustrado - Pedro el grande - que trató de hacer un tipo de capital distinta, una nueva ciudad de Dios en que se conjugara la fe con la razón.
El ángel me llevó a mostrar la ciudad. En la Plaza del palacio (dvortsovota plotshad) contemplamos la columna rostral de Alejandro que da entrada a la exedra del Palacio de Invierno. En ese enclave fue asesinado el zar - pervive en todos los Romanov una especie de maldición que aboca a la mayor parte de los miembros de la dinastía a un destino trágico - por el hermano mayor de Lenin, al que luego ahorcaron, allí mismo dio principio la revolución del diecisiete. En la cima del obelisco, de granito rojo de Finlandia, la figura de una ángel alza la cruz, mientras sus pies descabezan a una serpiente. El monolito, de treinta metros de alto y con epígrafes en relieve, posee un aspecto impresionante.
- Esta ciudad nos pertenece - comentó mi excelso acompañante, quien me traía de acá para allá agarrado del brazo. Su mano infundía en todo mi cuerpo un calor saludable.
“Al zar Alejandro I, la patria rusa en prenda de gratitud” reza la leyenda que da motivo a las secuencias en relieve de la columna rostral. Sobre dicho emperador corrieron creencias de un mítico sebastianismo. Aquel zar no ha muerto. Vive escondido en alguna parte del inmenso territorio y viaja de incógnito bajo el nombre de Piotr Kazmitch. Al final de los tiempos vendrá con Jesucristo a rescatar a su pueblo de las garras de la serpiente. Al igual que la mayor parte de los Romanov, a los que persigue un destino trágico, Alejandro I fue un adalid representativo de la lucha contra el dragón.
Frontero al Palacio de Invierno ya admiramos la amplia exedra del Gran Estado Mayor (Glavni Schtabe) cuyos pretiles dan a la Perspectiva Nevski, auténtica arteria de la ciudad imperial, toda ella bordeada por los dos ramales del Neva. Hay que cruzar el río y sus canales de continuo. Por eso Petersburgo con un número famoso de puentes, casi setecientos. La silueta del Almirantazgo también resulta impresionante.
El motivo, casi obsesivo, y que sella el destino del pueblo ruso, del duelo a muerte que ha de sostener la nación contra los poderes infernales, vuelve a repetirse en la estatua de Pedro el Grande. Desde su caballo de bronce mira el rey pensativo para las aguas del Golfo de Finlandia, la testa coronada de hojas de laurel, y las patas traseras de su montura acoceando un áspid.
Siguiendo el hilo de las claves mágicas y de la semántica esotérica, hay que ponderar en el iconostasio de jaspe de la “Kazanski sobor” la presencia de treinta y tres estatuas de santos, representando cada una los años que, de acuerdo con una tradición apócrifa, pasó Jesús en este mundo. En el de la fortaleza de Pedro y Pablo este número se amplía a diez más, cifra correlativa a la de arqueros (steltzi) o centinelas que vigilaban día y noche las entradas apostados en los matacanes de las murallas coronadas de almenas con puntas de diamante.
- Todo es aquí rojo y azul. Hasta las piedras y los colores transpiran unción sagrada - exclamé embelesado, pero mi divino tutor apenas profería palabra.
Como el grumete vigía que descubre nuevos mundos y hace caer de los ojos de los hombres las costras que le mantienen ciego a las cosas sagradas y a la vida de la gracia - eso mismo le había hecho a Tobías - me conducía por un dédalo de calles y de plazas, bulevares rimbombantes, bibliotecas, museos, y jardines, y todos aquellos elegantes edificios cabe el agua de las mejanas y de los canales que hacen a la vieja ciudad hanseática. Era, sobre todo, incontable la copia extrema de iglesias. De alguna manera, a través de aquel cicerone, legado del Ser Supremo, yo me estaba iniciando en los misterios de una vida nueva.
Por fin el ángel habló de esta manera:
- Cristo Salvador reinará. Su memoria no podrá ser borrada hasta el final.
Y, como para dar crédito a su firme sentencia, sucedió que ibamos dejando a nuestro paso un reguero de aromas y de fulgores. Era como la cauda de un cometa. Aquellos portentos ya no me inspiraban recelo. Porque la primera vez que vi a este ser celestial, que me cogió por los cabellos igual que al profeta Habacuc, sentí pánico y me desmayé de terror. Todavía, sin embargo, sus ojos me seguían pareciendo enigmáticos y sus palabras oscuras. ¡ Ah, aquellos ojos, sobrecargados de fuerza y de expresividad, un pozo de saberes, punto de encuentro de toda la ciencia gnóstica!
- ¿ Quién eres?- inquirí.
- Soy Miguel, el defensor de los pobres y de los perseguidos. No tiembles. Sígueme. Yo te portaré entre mis alas a los palacios. Te enseñaré cosas recónditas. Vas a aprender un cántico nuevo, el que cantamos en el cielo continuamente los nueve órdenes angélicos. Dios me envía a ti para que goces de las notas de su música. Gloria a Él.
- Por los siglos de los siglos.
- Amén. Los hombres viven de espaldas a su verdad y a su belleza. Adoran al becerro de Betel y pronto serán castigados. Pero escucha esos coros.
Efectivamente por toda la ciudad resonaban cantos de majestad. La música sagrada es el medio más rápido para acercarse al rostro de Dios.
Obedeciendo el mandato del arcángel, mis pasos, antes vacilantes e inseguros, se hicieron más firmes. El divino heraldo me hacía pisar fuerte. Había desaparecido de mi rostro ese halo de temor y de confusión nerviosa de los que van por el mundo a la agachadiza, porque volví a pensar que mi confianza estaba depositada en el Señor. Hasta creo que por un milagro se irguió mi espalda y desapareció la chepa que tanto me aflige y es la culpa de que yo vaya por la vida sin aplomo y sin confianza.
Miguel había bajado a hacer desaparecer mis zozobras. Sus gestos y ademanes eran mis propios gestos y ademanes, y por primera vez en mi existencia supe lo que es andar derecho y sin miedo a nada. El brazo esforzado del Señor era quien me infundía valor.
Una brisa procedente del estuario acariciaba los cabellos de su melena rojiza. Tenía un rostro alegre y casto, de facciones armoniosas, en el cual lo más destacable -ya digo- eran sus ojos omniscientes y penetrantes.
Nuevas cúpulas doradas se abrían sobre el horizonte. Más iglesias, catedrales y monasterios. Las grandes ciudades rusas imitan a Kiev, madre de la ortodoxia y todas ellas aparecen rodeadas de un cíngulo de campanarios y de muros sagrados. Es lo que se conoce “ El Anillo de Oro “. Estas bóvedas presentan un aspecto inconfundible entre abigarrado, íntimo y grandioso, en el que se presenta en toda su grandeza el sentido verdadero del cristianismo.
Aquellas torres que se alzaban ante la mirada eran los cimborrios de la catedral de Kazán. Yo ya los había columbrado de antemano. Había asistido a las vísperas cantadas por algún diácono de gestos como absortos y fugitivos y me había prosternado ante el altar de la Madre de Dios y de todos los hombres acompañando en sus plegarias a los héroes y heroínas de las múltiples novelas de ambiente peterburgués que había leído. Kazán es un paso honroso y un punto de referencia semi mesiánico en la literatura rusa.
Durante siglos fue centro de peregrinaciones marianas. Desde el rumbo los cuatro vientos fieles cristianos venían a honrar a la Madre del Verbo, representada no de una forma antropomórfica sino ideográfica. Era el rostro abstracto de todas las madres que se ven en los reflejos de esa hebrea simbólica que inclina hacia un lado la testa mostrando en brazos el fruto de sus entrañas, el velo y el manto incrustado de estrellas. Sólo es una mujer que todo lo comprende, todo los sufre y de todos se apiada.
Por los batientes de la Puerta del Paraíso se escuchaban las sublimes estrofas del “Akathistos”, el himno más antiguo a la Deípara, que ya se cantaba en Efeso en el siglo Quinto. Es todo él una glosa del “Magníficat”. Lo ejecutaba con voz perlada y emocionante un chantre con la barba nevada en forma de hacha y una larga melena recogida atrás en un lazo. Aquella voz de barítono que salía desde lo más profundo de la tierra y del “ sancta sanctórum”de un templo ortodoxo, conjuraba los poderes infernales que nos rodea, y recogía todas las súplicas, todos los ayes impetrando la intercesión marial. Nuestra Señora toda tocada de un manto de terciopelo en el cual hacían aguas los reflejos de una estrella extendía su mano, que curaba las llagas, aliviaba los sufrimientos, dando socorro al prófugo y albergue al desamparado.
La estrella filante de ocho estrellas en el ápice de la toca de la Virgen Madre brillaba sobre el mar de perfidias humanas (cárceles, persecuciones, calumnias, imposturas, homicidios, estupros) regenerando la oscuridad de la noche lóbrega. La sublime doncella y su nombre bendito estarán yugados al dolor humano, oh Virgen nuestra del Perpetuo Socorro, ayúdanos. Mis afanes, mis luchas, mis idealismos e incluso mis desolaciones pertenecían a aquel templo. Me parecía que la catedral de Kazán representaba el cenit y el nadir de mi existencia.
Un reverbero del sol matinal, rutilando sobre las cúpulas doradas y yendo a arrumbarse sobre los frisos de los pórticos para ir después a besar las campanas, puso una senda de fulgores en nuestro camino. Hacíamos una ruta de purificación emblemática.
Me tiré al suelo cuan largo era, y en esta postura de cúbito prono lloré de alegría ante las gradas del altar de la Kazanskaya. Adoré al Dios de Israel. Mi ángel tutelar, que parecía tener prisa en mostrarme más glorias aquella mañana inolvidable, vino a sacarme de mis embelesos. Había mucho que recorrer todavía, más que admirar y era aun más lo que había que sentir, en esta peregrinación singular. La antigua capital es un entramado complejo de contradicciones. Junto al palacio del Santo Sínodo y la escuela naval, estaban también los museos de la ciencia, la casa donde vivió el Dr. Pavlov. Estaban los cirujanos y los médicos de la Isla de los Apotecarios. Petersburgo es la meca de las ciencias empíricas y también de la trigonometría y de la matemática. No es sólo el Hermitage y el Palacio de Invierno sino que también su espíritu está presente en los sublevados del crucero “ Aurora”, los ensayos en la Aptekarski Ostrov del físico Roentgen con los rayos X, donde se encuentra la “ Strelka”, cuna radial y aprisco de geómetras. Pedro el Grande se rodeó de una corte de músicos, poetas, legisladores, químicos y físicos. Odiaba la superstición. En la mejana de los Boticarios así denominada porque entre sus marjales se recolectaban hierbas curativas por el verano nunca oscurece. Sobre su superficie se desparrama el sol de medianoche, un fenómeno físico que inspiró a Dostoievski sus “ Noches Blancas “. Sobre la boca del delta eleva su perfil siniestro el bastión Trubestkoï, donde aún se escucha cuando la mar está en clama el fragor de las cadenas de los forzados y el grito fantasmal de las almas en pena. Este baluarte, siguiendo las pautas de las comparaciones de Londres y de Ciudad de Vaticano, a las que quiere imitar la ciudad imperial, trae a la memoria los muros impenetrables del Castillo de Sant Angelo o el cono fatídico de la Torre de Londres.
- Davai... Davai.
XXIII
La catedral de Kazán es un edificio de frontón griego, con un estilóbato o peristilo de columnas dóricas, que recuerda al Panteón parisino, a San Pedro y San Pablo de Roma y al Saint Paúl´s londinense. Coronando el tímpano el Ojo Supremo de Dios Padre irradiando los rayos de vida concéntricos se hace triángulo escaleno. Esta mimesis de las otras grandes capitales de la cristiandad refleja las obsesiones de Pedro el Grande con la europeización del pueblo ruso y el deseo de convertir a sus súbditos en reserva espiritual de Occidente. Se trata ni más ni menos del mito de la Tercera Roma, una preocupación constante del misticismo ruso del siglo pasado, que alienta en las páginas de Tolstoi y de Soloviov. Cuando Roma caiga en los brazos de la prevaricación y de la apostasía, Moscú quedará como depósito y baluarte de la prístina fe de Nicea.
Se cree que los tiempos finales será la era de Acuario, el tiempo de la Mujer que aplastará la cabeza del dragón y por ende la importancia del Santuario de Kazán como centro del que irradia el culto marial. La Deípara salvará a la Iglesia, pondrá avenencias al cisma y asumirá su papel de corredentora con mayor fuerza. Los caminos del Señor son del todo misteriosos ¿ Quién iba a decir que una simple talla de madera policroma que apareció en un lugar del Caucazo en mil quinientos setenta y nueve al cabo de una batalla de las huestes zaristas contra los tártaros y que resultó ser una copia de la imagen de María de Nazaret pintada por San Lucas en los tiempos apostólicos pudiera ser el epicentro de tanto arcano simbólico?
Sin embargo, lo es. Se ve claramente este papel medianero de la Madre de Dios entre el cielo y la tierra, cuando el icono cientos de veces robado o enterrado volvió a parecer, o en la fuerte resistencia que opuso Leningrado al cerco de la Wehrmacht. Novecientos días de asedio y la plaza no cayó en manos alemanas. Algunos lo atribuyen a la intercesión de la Señora.
Ochentas años de revolución que convirtieron el santuario en Museo del Ateísmo y en el noventa y cuatro ha vuelto a abrir las puertas al fervor popular. Para confusión y sonroso de los antropólogos y de los que se empeñan en predicar la religión del tiempo nuevo: que el hombre proviene del mono, Kazán vuelve a tocar las campanas, en el interior del templo vuelve a oler a incienso. Se percibe el brillo de las casullas recamadas de los popes. Se oye el himno de exaltación del “ Akathistos”. La Unión Soviética se ha derrumbado, huyeron despavoridos y sin conseguir pasar los hitlerianos. El pueblo ruso, que es un especialista en la guerra de resistencia, se defiende ahora numantinamente contra el zarpazo filisteo de los corredores de Bolsa y de todo ese conjunto de valores que se engloban bajo el título genérico del Mercado. Han ganado sin duda los norteamericanos pero las torres de Kazán - cinco bóvedas doradas- son el faro señero de advertencia a las fuerzas que propugnan una sociedad sin Cristo, y sin ley. Los cambistas y mercaderes acabarán viendo desmantelados sus tenderetes.
Petersburgo, la otrora Leningrado, y antes Petrograd, es un baluarte inexpugnable, que lanza el aviso a los navegantes desnortados o demasiado pretenciosos que navegan con la protervia y la blasfemia de Babel a flor de labios.
Cuando llegamos el ángel y yo, los oficios estaban en todo su apogeo. Sonaba un “ Te Deum”. Veinticuatro popes, el doble de los que celebraron las exequias por el zar. La melopea estallaba triunfal y monódica sobre los arbotantes y vitrales. Habla el Señor y al hombre no le queda otro remedio que enmudecer. Tendrá que acatar aunque no le gusten sus designios inexorables. La recitación del cántico más excelso del Nuevo Testamento. Se escuchó en todas las iglesias de Rusia el día que las huestes napoleónicas sucumbieron en Borodino. Stalin, el “ descreído”. Mandó recitarlo al patriarca Sergio el día de la victoria sobre los hitlerianos; volvía a sonar ahora, cuando el zar, exonerado de sus crímenes, encontraba descanso definitivo a sus despojos en el mausoleo de los Romanov, en medio del clamor y la exaltación popular.
La composición poética había nacido en una laura de Yugoslavia hacía más de catorce siglos:
Te Deum laudamus * te Dominum confitemur.
Te eternum Patrem* omnis terra veneratur.
Tibi omnes angeli* tibi coeli et universae potestates.
Tibi cherubim et seraphin* incessabili proclamant:
Sanctus, Sanctus, Sanctus*Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt coeli et terrae* maiestatis gloriae tuae.
Te gloriossus apostolorum chorus* te prophetarum laudalibilis numerus.
Te martyrum candidatus* laudat exercitus.
Te per orbem terrarum*sancta confitetur Ecclesia,
Patrem inmensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum filium; Sanctum quoque Paraclytum Spiritum.
Tu Rex gloriae, Christe.
Tu Patris* sempiternas es filias.
Tu ad liberandum suscepturus hominem*non horruisti Virginis uterum.
Tu ,devicto mortis aculeo,*aperuisti credentibus regna coelorum.
Tu ad exteram Dei sedes*in gloria Patris.
Iudex crederis*esse venturus.
Te, ergo quaessumus, tuis famulis subveni*quos pretiosa sanguuine redimisti.
Aeterna fac cum sanctis tuis* in gloria numerari.
Salvum fac populum tuum, Domine*et benedic haereditati tuae.
Et rege eos*et extolle illos usque in aeternum.
Per singulos dies*benedicemus te.
Et laudamus nomen tuum in saeculum*et in saeculum saeculi.
Dignare,Domine Die isto,* sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine* miserere nostri.
Fiat misericordia tua, domine, super nos* quemadmodum speravimus in te.
In te,Domine, speravi*non confundar in aeternum.
Y Dios seguía en verdad bendiciendo a su heredad, salvando a su pueblo y poniendo las cosas en su sitio. En su calidad trinitaria de tres veces santo, una procesión indeterminada de identidades cada una de ellas en una labor soteriológica oculta a los impíos, a los necios, y a los que de dejan llevar por ese espíritu burlón y meticón, huella indeleble de la acción satánica en nuestra era. En esta composición, auténtico eje de marcha de la liturgia bizantina, se encuentran las claves del amor redentor de Dios por sus criaturas.
El ángel se colocó delante mía, junto en el umbral de una de las cuatro puertas de la catedral de Kazán, la llamada del Paraíso, decorada con viñetas historiadas en relieve; eran escenas alusivas a la Pasión y Resurrección del Salvador, así como a importantes hechos de armas en los anales patrios, a lo largo de las múltiples contiendas con sus dos grandes enemigos: el turco y los polacos.
Los tártaros solían venir a incendiar Moscú. No faltaban a la cita. Pero más que al Tamerlán de Crimea, los rusos temían a los papistas. En sus arremetidas, solían ser mucho más intolerantes y sanguinarios. He aquí que ahora un polaco, desmitificando y reduciendola a la categoría de bulo la creencia de que al sucesor de San Pedro lo elige el Espíritu Santo (él saldría gracias a los buenos oficios de incalificables organizaciones internacionales en las que hay metidos muchos enemigos de la Iglesia), detenta la Sede apostólica. Dominguillo de los intereses vicarios de los conventículos masones y gran amigo de la sinagoga, odia todo lo ruso como buen polaco. Por su aquiescencia y su mutismo ante la injusticia, el mundo es hoy mucho menos cristiano. No se puede servir a dos señores. Es imposible cohabitar con la Bestia. Los monseñores de Markinkus lo han conseguido. Una vela a Dios y otra a Satanás. Vivimos en tiempos de los consensos y de los grandes pactos.
Intrigó para que cayera el muro de Berlín y una de sus consecuciones fue el rescripto que prohibía el uso del rito greco ortodoxo en el Vaticano. Dios se lo demande.
¿No veis lo mucho que tarda en morirse? Corren rumores de que anudó pacto con el diablo; Gracias a esa sanción surgió ave Fénix de sus cenizas. Verdad es que ha hecho mucho daño este Nerón del pontificado.
El ángel me taladró con su mirada porque con su don de introspección de conciencia sabía lo que estaba pensando en ese instante. Lleno de pavor caí rostro a tierra. Cecidi in faciem meam. Caí de hinojos como el profeta Daniel. Me recordó que la protección de Iglesia y sinagoga corrían a su cargo. Velaba por la seguridad del verdadero Israel, el que no tiene nada que ver con el poder encaramado sino con los humildes. Ellos eran los auténticos elegidos por más que los grandes de la tierra sigan sin entenderlo. Mandó, haciéndome un gesto de calma con el dedo índice, pasar adelante:
- Davai. Davai.
Las espiras de la iglesia de San Pantaleón y los encalados de azul purísimo de la catedral de la Trinidad eran columnas del humo del incienso petrificadas por las plegarias de los siglos. El porte elegante de líneas verticales de la santa Chesma no parecía de este mundo. En sus trazos esbeltos como queriendo sostener el peso ágil de la fe sobre sus arbotantes góticos que hacen pensar -otra vez - en la catedral de Milán son el anhelo de eternidad conculcado en el alma rusa. La Chesma que fue lugar de recreo de Catalina la Grande tiene un cementerio circundante, que da sepultura a los caídos durante el asedio de Leningrado.
Llama sobre todo la atención al visitante el bonito colorido de las fachadas. Cada una es de color distinto. El azul y el blanco. El amarillo y el malva. Los ocres y los oros. La ciudad se nos muestra recién pintada como una novia casta que brinda al peregrino su vara de azahar. Los colores de la bandera de Rusia, blanco y azul, son los del manto de la Virgen. Regresaron triunfales a la enseña nacional.
XXIV
Por eso, la fecha del 17 de julio en este verano del 98 de tantas pruebas y desgracias fue una jornada de exaltación incomparable. La caridad se tomaba el desquite de tanta infamia, perversiones y risas diabólicas. El “ maestrillo” insolente y bribón ensancha su pupilaje entre las urracas de la Administración, las que se quejan de haber perdido a la amiga del alma y hostigan al justo con palabras soeces. Reina la terrible insolencia y el desmadre. Guardad silencio, porque, si alguna vez se os ocurre abrir la boca, sólo recibiereis replicas de malos modos... No procede. Hay que cargar la base. Tú aquí no perteneces. Este no es tu lugar... La bollera mitómana, experta en ordenadores, cargaba la base y me miraba con aires autosuficientes que yo calcificaría de odio sexista. Como era algo tortillera, me cobró odio cerval desde que llegué. España tiene mal de madre. El gran problema del país consiste en hallarse en manos de estas daifas. Cambian los gobiernos, dan la vuelta los sistemas. Ellas querrán siempre mandar, ora como superioras, ora como jefas.
La comisaria dijo que yo no valía para bibliotecario. Como el que no quiera la cosa, me acaban de hacer archivero precisamente cuando cunde el pánico en la Bolsa. Borrando la memoria, resulta que te has quedado con las ganas de ser escritor. Se venden al peso y por menos de cuarenta duros arramplas con las obras de Santo Tomás en el tenderete del amigo Alfonso Riudavets, uno de los personajes más tiernos (también puede ser pijotero y cascarrabias) e inteligentes que viven y beben en este Madrid aburrido, monocorde, algo encanallado y sin saber adonde dirigirse en este centenario del noventa y ocho, base de nuestras angustias y de nuestra tristeza. Podía ser más adorable el librero Riudavets si dios no lo hubiese hecho tan visceralmente chaquetero.
De no ser por el librero de lance, entre cuyos clientes más acreditados me cuento, lo más probable es que a estas horas me hubiera tirado por el viaducto. En su puesto me he surtido de todos los libros de literatura rusa que gloso. Moyano se ha convertido, pues, en varadero de mis ilusiones, pero también una razón para ir tirando, para continuar en la brega. A veces, ciertamente, sigue tentándome la idea de un vuelo sin retorno y sin paracaídas por el viaducto, pero han colocado allí los barrenderos del Excmo. Ayuntamiento guarda miedos suasorios contra el suicidio. Quitarme de en medio es un sueño que acaricio, pero me faltan arrestos. Mucho más cómodo matarse lentamente aferrados a la botella. Su cuello largo es sugerentemente erótico. Es la única amiga en estos instantes que no me ha traicionado.
Ha dado la vuelta al aire y lo que antes era resulta que ya no es, pero las bazas se han jugado a favor de la destrucción de una cultura. Convendría que la intelectualidad asumiese su papel de defensa de los valores y no se dedique a realizar juegos malabares ni a contar batallas desde las columnas de papel, donde hozan los de siempre. Hay desbandada en el horizonte. Hoy, 26 de agosto de 1998 ha vuelto a caer la Bolsa.
¿Se estarán cumpliendo mis aprehensiones hace unos años cuando yo escribí aquella novela La hora occidua del coronel Gomezov, que ninguna editorial se atrevió a dar a la estampa, y en la cual se advertía respecto de la caída del comunismo, que arrastraría en su onda expansiva al capitalismo? Estoy hecho un mar de dudas, pero mi obsesión (no esté poseído ni endemoniado por la idea que se perfila en algunos libros de Dostoievski, por más que más de uno me lo haya dicho) sigue adelante.
En Roma se han unido al carro de los vencedores. Bien que lo lamentarán. El afán de sustituir la teología del holocausto por la de la crucifixión puede situarnos en los antípodas de un cristianismo hecho a la medida de los deseos de un Eliseo de amañadores de la historia que tienen miedo a contarla según y como en verdad sucedió.
Confiemos en que a pesar de estas fragilidades humanas el espíritu Santo continúe haciendo su labor, pero mucho nos tememos que otro papa tendrá que desandar el camino andado por Wojtyla al que bien puede haberle guiado en su labor pastoral intereses humanos y prejuicios antirrusos. Él ha sido uno de los principales de la fobia anti eslava que vivimos por estos pagos. Dios le perdone. Ha confundido el espíritu de Israel con ese sionismo anticristiano, cargado de soberbia y revanchista. La teología del Holocausto ha puesto contra las cuerdas a la teología de la Resurrección.
El ángel volvió a asentir con la cabeza. Me dijo que estaba en la razón. Estaba contento por más que era consciente de que la hora del sacrificio se acercaba. No puedes hacerle frente a una fauces tan afiladas que muestran en la enorme maula tras hileras dientes como el oso monstruoso del sueño de Daniel sin que te marches sin un rasguño. La verdad muda de piel cada veinticinco años. Hay que buscar acomodo al rumbo de los tiempos. Los que se duermen quedarán engullidos por la corriente. Tienes que saber adaptarte. No existen verdades absolutas ni puntos de referencia fijo.
Me había perdido en el torbellino, pero el Acérrimo que me daba escolta y, prendido por los cabellos - de esa guisa somos más fuertes- en circunvalaciones matemáticas alrededor de los castillos a los que se iba por caminos enarenados, plazas fuertes que escondía a título de feudo propio el tupido bosque, arcanos de la historia rusa defendidos con murallas prolongadas en cuyo vértice, semejante al almete que utilizaban los almogávares, estaba siempre la almena lisa y limpia, la punta del diamante, creo que comprendía la desazón y la añoranza de mi ánimo en aquel viaje por los aires.
El mes de julio es un mayo florido, estallante de verdor y de promesas, en la ciudad hanseática. Tú no perteneces a un lugar; simplemente pasas por encima. Observas desde arriba la magnificencia de sus cúpulas. Te quedas de una pieza cuando todo lo dominas: los parterres de los setos que enmarcan el palacio de Catalina la Grande (allí amarraron los alemanes sin poder pasar adelante; les cortaron el paso los organillos de Stalin, mi padre, que fue combatiente por estos parajes me hablaba de las caltas y de los nenúfares de los estanques y de la majestad e imperio de una reina que cada semana cambiaba de amante), levitas sobre las antenas parabólicas y observa todo lo que pasa adentro y afuera.
La visión había puesto patas arriba. Una hermosa rubia los senos al aire tomaba el sol sobre la azotea del Hermitage. Era una náyade. Se había tomado de un cuadro de bacantes de un lienzo de Rubens y se oreaba en pelota picada en lo más alto. Quería vivir su propia vida. Se había rebelado rompiendo con los convencionalismos, contra el maestro que la plasmó sobre el lienzo. Ahora era una ninfa real. Dos sátiros retozaban cerca. La función iba a comenzar. Es sólo un ratito y ya verás como te place, prenda. Lo que se dice siempre. La maquinaria del ardor genésico se pone en movimiento a base de los convencionalismos. El sexo es una trampa. Alguien había dejado por allí una corona de pámpanos. Un eunuco se había quedado dormido con la gasa de tul del vestido de la princesa en la mano.
Un poco más allá un oficial de la guardia consumaba otro rapto parecido y abandonaba a su amada que, despechada por su amante, optó por arrojarse a la glauca superficie del Neva. Sus aguas misteriosas ejercen una profunda fascinación sobre todos los ahogados. ¿ Gozas vida? La pareja había acabado por construir el castillo de naipes. Pronto se derrumbó. Penélope unas cuadras más adelante tejía su pleita. Para entretener los ocios de la espera de la llegada del esposo sobre el bastidor entonaba viejas canciones con una hermosa voz.
- No te distraigas, amigo mío. El amor humano es el resbaladero de todas las tristezas. No sufras ni te desazones ante estos espeluznantes espectáculos. Aspirarás a cosas más altas. - volvió a observar el hombre de luz.
- ¿ Qué fue de mi amor, di? - inquirí ávido -. Me has traído a un lugar demasiado hermoso, una ciudad de registros perfectos, pero ni fu ni fa. La devanadera mágica me ha puesto delante de los más impresionantes decorados, pero no me dicen nada. Yo en verdad a quien quiero es a ella. Y ella no está en Petersburgo. Vive en Londres mi amada.
Ante mi requisitoria el hombre de luz hizo un mohín de desdén. Era el mismo gesto solemne con que miró para Adán y para Eva el día que tuvo que cumplir la poco grata misión de tener que expulsarlos del Edén.
- Enciérrate en la literatura. Baja a los abismos de la palabra.
- Todo me duele. ¿ Así que no cabe ninguna esperanza?
- Pasó tu hora. Desaprovechaste lo que se dio. Mal hiciste.
- ¡ Qué estúpido fui!
Me sentía un encadenado. Mi vida era lo más parecido a Martín Menoyo, un personaje fruto de la imaginación de un artista he aquí que había pasado a convertirse en mi “ alter ego “. Todo en mí revertía hacia esa prisión que es la moldura que contornea el sentido de una existencia, el bocel y el prisma de un sino.
- Ahora es el tiempo de rechinar los dientes.
Los encuadres perfectos, el diseño ortogonal de los jardines románticos de Petersburgo eran un toque de advertencia de que los arquitectos del mundo muestran una pequeña debilidad por plasmar la línea recta. El supremo demiurgo, en cambio, prefiere lo curvo. La vida misma evoluciona en crecientes. Se le pierde el hilo a la creación. En los rayos de sol se observa la congruencia absoluta de la geometría, pero el fulgor que irradia la luna parece que se dobla al bajar sobre la tierra. La línea se corta y muda el rumbo para querer dar a entender que en la naturaleza la escuadra no es más que un ente de razón, y que la realidad es un combinado de ángulos y círculos. Aprendida está la lección cuando en noches claras miramos par las dos osas trazadas sobre el empíreo con compás y cartabón. Sólo es cierta en parte la ley inexorable de la gravedad. Porque en el espacio los rodeos y circunloquios se admiten. Nada tiene, pues, que ser tajante. Se trazan polígonos, pero estos trazados no son más que puro convencionalismo. Como si dijésemos, una manera de hablar.
XXV
Yiuesé Nome Guan debía de estar contento. La cosa va que chuta. Llamas a la becaria. Oye tú, judía, a joder se ha dicho. Es la historia poco edificante, como la de los tristes sucesos de Archidona, la del presidente Nome Guán, al que en los anales llamarán el presidente Follador.
“Follador, for presidente, oh yea. Gar it?”. Los campos de ajenjo, las aguas amargas. Un fornicario en el solio. Rubio Agadón. “Apollonoi” zanahoria. Yiuesé Nome Guán, que, para como, diz tiene sangre española. Llamad al Exterminador. Mientras la meritoria cae de hinojos ante mis piernas, yo aprieto el botón. Como sirvió en submarinos, cuando se le alza el cipote, parece un periscopio. Según testigos presenciales e informes confidenciales, un poco ladeado, eso sí, como si fuese bizco y sin una proyección en línea recta sino levemente sesgada a la izquierda. Es que también Su Merced es zocato. ¡Qué gusto más rico!. Hostigamiento erótico y los pájaros cantando en las ramas afuera en el jardín contiguo al Salón de recepciones. Serás receptiva, becaria, vamos a hacer todas las porquerías que nos den la gana. Así, tú y yo juntitos revolcándonos en el sofá. Puerco, más que puerco. ¿ Quieres que te baje los pantalones, Yiuesé? Es sólo una mamada, lo que decimos los ingleses “ a whack”, pero acabaron sacudiéndole el polvo a las alfombras. Tú las bragas no hace falta que te las quites. Esto es un aquí te pillo aquí te mato. Bueno mejor sí. Quiero ver qué tal crica tienes y cuál es la verija que Dios te ha dado. A mí siempre me han gustado las llenitas. Me privan las jayanas de culo bajo. El pompis respingón que quieres que te diga; no me da más por las negras.
Ínterin, Nancy estaba en las propias nubes. El sexo es poder. Y sexo y poder hacen un mixto inextricable. ¿Cómo la tenía Yiuesé Nome Guán? Un poco desviada, pero resultona. Se dejaba hacer y la becaria saltatriz quitándose el sujetador y las bragas tomó la iniciativa y sobre las rodillas del héroe total empezó a cabalgar. Lamentable espectáculo. Aquí no hay más ley que la de la entrepierna. Esta es la moral de la democracia, he aquí los nuevos aires trasatlánticos. Sopla un simún y los maridos calderonianos la emprenden a golpe con las parientas. La Campos que dice que folla todo le da la gana (se tira, pues es ya gallina vieja, por los jovencitos) cuenta y no para de estadísticas de violencia doméstica. Las funestas consecuencias de tanta maripava locuaz y abierta de piernas para lo que ellas quieren, porque, para otras, son más estrechas que una almeja, se dejan apreciar. La sociedad española huele a sangre y huele a mierda. La cosa está que arde y en el feudo del Gran Filipo hablan nuevamente de las dos Españas. De otro modo, no podía ser, Gran Filipo. Pero ya sabes lo que se dijo: del judío la maula. Y vais a perder. Una pena que haya reaccionado tarde la Iglesia. Los obispos estuvieron lentos de reflejos. Ved a que sendas no lleva y a qué desgalgaderos la Teología del Holocausto. Ha puesto un abismo e odio en nuestras vidas.
Siempre pasa igual: la ramera escarramada que viene con sus contoneos e insinuaciones ondulantes de odalisca, la noche de vino y rosas. Más zurronas, mucho tablao flamenco, y más cubatas. Y se acaba solicitando la cabeza del Bautista. Que me lo traigan. Ahora mismo hay que dar orden de bombardear. La golfa tuvo la culpa de todas las guerras del golfo. Chicas a gogó y bayaderas. A mí nadie me rechista, soy el mandamás. Desplieguen la flota. Bombardero invisibles a sobrevolar Bagdad. Arrójense botes de leche en polvo y canastas de napalm. Lo que tú quieras, Yiuesé. Vivimos en un mundo de solidaridad. Hitler, un invento que nos hemos sacado de la manga, no era más que el heraldo de lo que estaba por llegar. Yiuesé tenía un rancho los fines de semana en las Montañas Rocosas y una furcia que se la meneaba cuando él quisiera en la Sala Oval. La gran prensa se entregaba a discusiones bizantinas - esas que son tan del gusto de Sandullo Calcamonías, filósofo los más días de guardar y padre espiritual y físico de los novelistas de la modernidad, y sobre las cuales enhebra “ El País” editoriales de alto coturno, que los redacta en estilo plúmbeo y tributario de la santimonia yanqui (esa doble ética) y factual otro que fue paniaguado y mediopensionista y vendedor de naranjas valencianas - acerca del hecho. ¿Quién abusó de quién? ¿ Hubo o no hubo penetración? La palabra clave que envuelve en dudas de niebla a los peritos del jurado de acusación es “ sexual intercourse”. Un atestado de cinco mil folios ahí los tenéis. Jamás un mal polvo fue objeto de tanta literatura. Mórbidos. Una felación, para más señas, no viola artículos cualesquiera de la Carta Magna que-el-pueblo-se-dio-a-sí-mismo-al-pie-de-un-manzano y refrendó con un plebiscito. No se consumó la coyunda de forma integral. Dejad que las niñas se acerquen a mí. Quiero trotar en su compañía. Fornicar alivia tensiones. Nieves, cariño, ese micrófono toda la tarde ante tus labios, no es un alcachofal al uso, sino un instrumento de tortura y de placer. Os coloca en el ecúleo, pero al propio tiempo, ay, es un lecho de rosas. Para una larga felación vespertina de tres horas. Póntelo, pónselo. Hay que prevenir la enfermedad. A las maripavas post meridianas, (subisteis encaramadas al arrimo del tupé de Hermida) hablar por la radio o comparecer ante las cámaras reviste una trascendencia fálica. Pues muy bien, a joder se ha dicho, capricho. Pero no todo el monte es orégano. No hay jaujas eróticas sino infiernos del deseo. Esto hacen los rabadanes. Los pastores ídem de lienzo, con la venia de Sandullo Calcamonías. Esos son los registros. Imitad en todo los patronos de la modernidad. Nuestro gran dios es Noma Guán. Periscopios arriba. Que vengan todas las becarias al salón oval. Yo soy el presidente Follador, el Gran Yiuesé Nome Guan. A joder se ha dicho y hay que joderse. Hacer el amor es bueno para el corazón. ¿ Dónde está el Hermida? Le ha llegado la hora. Tiempo. Cabrón, ya vas a dejar de mover la cadenita y en el infierno vas a moderar todos los espacios que se te antoje, prenda. Los retransmitiremos en vivo. Palabra.
Esto parece una novela por entregas. El pecador quiere hacer penitencia y se asesora con los rabinos, por tanto, no ha lugar el delito de alta traición. Ha pecado, sí, pero su pecado no es mortal sino un pecadillo. Nos encontramos ante un caso de parvedad de materia. ¿ Revocación de la autoridad presidencial, “impeachement?” No ha lugar. Dejemos cargar la base de datos. Que las becarias vengan a arrodillarse ante mí anhelantes. Al mandatario no se le puede procesar criminalmente. Pelillos a la mar. Pero ha mentido. El muy cerdo ha mentido. ¿Y qué?. Era tan sólo una mentira piadosa. Si yació con ella y hubo acoplamiento de cópula carnal ¿ por qué nos viene diciendo que sólo la metió mano? Muy bien, míster. Que le aproveche y a la próxima ocasión cumpla aquello de si no puedes ser casto, guarda cautela. Buenos días. Esto sólo le importa a esa caterva de periodistas judíos que mosconean por los garitos y aleas del poder y parece que sólo han nacido no para escribir una novela, sino para ser carne objetiva de las temibles ruedas de prensa. “ Press conference”. He ahí el ejemplo de un vocablo con todas las características de palabra fea y malsonante. Que Yiuesé haga todas las bellaquerías detrás de la puerta con cuantas becarias se le pongan a tiro de bragueta. Sandullo Aporías matizaba desde las columnas de la “ Revista de Occidente” con ese hipérbaton cargante y un si es no es laica - lo que se dice un plomo - de los sesudos epígonos de la Institución Libre de Enseñanza. Ahora decretamos, porque así nos place y esto es el resultado de nuestra real gana que en la guerra civil española sólo hubiera un fusilado: el romancero gitano. Aquí lo que hay que hacer es un legrado de memoria para que se vayan ustedes enterando. De un muerto a otro va un abismo. No es lo mismo García Lorca que los que cayeron en la zanja de Paracuellos del Jarama. Si Yiuesé no puso a su jodida judía mirando para el Potomac en puridad no cabe hablar de dimisión global. Eso sí. Saquemos las cajas de munición. Vengan libros y trallas de hazañas bélicas. Vamos a hacer del planeta un cuento de dibujos animados. Inversión de valores: que Caperucita se lo monte con el lobo feroz. La ochenta y dos aerotransportada, en alerta, y todos los bes cincuenta y dos en el aire. Carguen las baterías de misiles. Orden de inmersión a los submarinos nucleares. Dejad que las niñas se acerquen a él lambisqueando un caramelo. Inocentes juegos de cama. Va a caer el rublo. Tú mandas, presidente. Tú eres el mejor. El mundo se arrastra ante tus plantas. Miras con el mismo imperio que Iván el Terrible, pero sin “ mound” y sin la cruz que todo lo redime y justifica. Tu manto de armiño n es más que una nube tóxica. Tu cetro, una obscena rampa de lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales. Ah, que tú guardas en el pecho la llave de esa cureña maldita. La orden de disparo nos ha convertido a todos en esperpentos. Hablas de paz (ya lo vaticinó Isaías) pero te sitúas en la trastienda de todo aquello que signifique violencia, incluso la doméstica, porque tu mal ejemplo cunde y andan las mujeres que arden, y te haces rico aventando las brasas de rencillas particulares, fomentas el nacionalismo. Por donde tú vas, allá nace una flor negra. Estás llenando el mundo de desolación y de miseria. Eres el imperio del mal ya anunciado. Nos traes a todos en ascuas, les diste como un juguete fálico ese micrófono de las tardes insulsas con que nos aturden las maripavas y cuando te refieres a la democracia, que no es más que el culo de una tía en las portadas de una penthouse, a la solidaridad y al progreso, desperdigas la simiente de la revancha, porque sólo creen en la teología del holocausto, chochos monstruosos que fecundarán en espigas de emulación, y hay que analizar tus discursos y ponerlos del revés, porque no nos hablas en parábolas ni en el sí, sí, o no, no, sino en la ambivalencia del “ doublé walk”. Rusia se ha convertido en una de vuestras obsesiones manifiestas porque fue vuestro tubo de ensayo, una alquitara magnífica y grande para expedientar el proyecto del gran diseño, fracasado el comunismo, se os avinagró y la cruz vuelve, por eso estáis que os llevan los demonios, o que os lleváis a vosotros mismos en volandas, muy bien Yiuesé. Copula. Copula. Mónica, que me la chupes, he dicho que me la chupes, lo quiero en la Sala Oval con moros en la costa y todos, una felación pecado nunca será sino una inocente forma de expansionarse en el “ horse playing”. No cobramos el servicio, presidente. Gratis et amore. Lo hacemos porque nos gusta.
Pero han empezado a sonar todos los timbres de alarma. Mofa de toda conducta moral. Sólo un fusilado: el romancero gitano. Bien canta Marta después de harta. En la recepción, parecía que se lo comía con los ojos. “ Oh, yea. Bill. Oh Billibull, great”. La Nancy los lleva bien puestos. Se los ha colocado morrocotudos, pero ella, como es présbita, ve de lejos poco; de cercas algo mejor. Que no se entera, vaya. Hay que ver: ese Yuesé Nome Guán tiene toda la pinta de un chalán. Su aire es totalmente de macarra. Pero he aquí que es el que empuña las riendas. Quien vale, vale. El que manda, manda. Si esto hace el rabadán ¿ qué no harán los pastores?, metete bien en la mollera ese refrán y vete preparando a escuchar la lira de Horacio. El vate latino decía: “ Prevaricant reges, plectuntur Achivi”. ¿ Por qué los pobres tendrán que pagar el pato de los vicios y fornicios de esta gentuza? O lo que es lo mismo: “ corruptio optimi, pessima”. Pero aquí todo andamos un poco corrompidos, que esto de la putrefacción viene de largo. El mundo es un asco. Viva la Democracia. Arriba la norma que el pueblo se dio a sí mismo. Vayamos todos juntos y yo el primero por la senda de la constitución. Como borregos. Oh, yea.
Nancy, te compaño el sentimiento, y a ver si te fijas, hija. Que no te enteras, pero ese viene a ser siempre el sino de los pobres cornudos. Hay violencia, mentira, emulación. Nadie se fía de nadie. Que Fallador se compre un masturbado electrónico. Tanto da. ¿A qué razón tanto sexo? La posesión del espíritu de fornicación viene a ser un heraldo del fin del mundo. Retozos en la sala ortogonal, filaterías meridianas de las maripavas post meridianas. El honor del ser humano nunca puede estar situado en las partes pudendas, allí donde es patente su bestialidad y las reglas del instinto.
Y Yuesé estaba a punto de aterrizar en Moscú. Venía a pedirles pechas a sus vasallos. Balbino Lomonosov, al que llaman el Cuervo Blanco ya estaba pedo cuando vino a estrecharle la mano del omnipotente en plena recepción. A Cuervo Blanco le faltaba un dedo. Se le había congelado durante una borrachera. Hubo un mar de reverencias en agosto.
En tales consideraciones sobre nefandas y veniales prolegómenos de la casuística estábamos, y sus muchas pullas e indirectas (ayudadme, zancas, que en esta vida todo son trampas) y considerándoos poco potables acerca del malhadado “zippergate” porque Yuesé en cuestiones referentes a la bragueta es un poco como Billy el Niño, esto es: “triggerhappy”(que se le ponen a punto unas bragas y él no se lo piensa dos veces) cuando he aquí que vemos venir a una arpista de túnica blanca, muy larga y con los cabellos de oro encendido con reflejos rojizos que la llegan hasta los pies y prácticamente va barriendo la calle al amor de su peplo, un peplo que era de lo más parecido a la “ barba” que arrastraba majestuoso y temerarios por los pasadizos abovedados del Kremlin Iván el Terrible. Una música celestial se alza al aire de las cuerdas de la citara de la mujer, a quien acompaña un violinista vagabundo con ojos muy grandes, tristes y expresivos, el pelo levantisco y ensortijado en crenchas.
Eran el compositor Mussorgsky y Asia, su amor fatal. Ella le llevó por los derrumbaderos de la desesperación y del alcohol a los campos sin confines de la sinfonía, pálpito de la serena belleza, donde la eternidad se renueva, renace y estalla.
Nadie, pues siempre se dijo que debajo de pobre capa puede ocultarse buen bebedor, hubiese sospechado que en aquel desharrapado pudiera morar el alma de un genio.
En uno de los bolsillos de su gabán junto a una botella de vodka despunta lo que tiene todas las trazas de una partitura musical. Se sujeta los vuelos de su capote que le viene grande y desproporcionado con un atillo. Estaba borracho a una hora tan temprana. Una cuadrilla de gamberros hacía corro a la pareja de desgraciados músicos. Blasfemias y salivajos caen en mordaz salva. Asia, ¿ cómo es posible, Asia? Si tanta belleza cupiera en el mundo!
Vi reflejarse en los ojos grandes como alejados y conmovidos por un lejano estertor de Modesto Petrovich Mussorgsky el hálito de los escogidos, una gracia indefinible. Él pertenece al “ montoncejo”, esto es: los cinco grandes de la composición musical rusa ( Cui, Borodin, Rimsky Korsakov,Balakiev). Murió alcoholizado el 16 de marzo de 1881 en el hospital de marinos pobres de la isla Nikolaevski. Pero estaba allí tocando eternamente, arrancando sollozo a su violín, cerca de los arcos de la Estación del Báltico.
Me llamó la atención la hermosura de sus grandes y distraídos de un azul purísimo de los que se descolgaba una especie de resplandor. En cuanto a su amada tenía todo el encanto y la magia de un hada.
Ínterin, un grupo de rabinos marchaba hacia la logia con torvas miradas de conspiración. El que parecía decano se unió al coro de increpadores mozalbetes:
- Jé, mirad en lo que se entretiene el oficial de la guardia... Serenando a su pelandusca. Aún no es medio día y ya está más borracho que un zapatero... Dile a tu Cristo que a ver si hace un milagro, envía un ángel del cielo, te da a beber su sangre y se te pasa la resaca.
- De nada le valieron sus esperanzas, ni sus rezos a la Virgen para acabar como acabara. En el regato. Le tuvieron que coger medio helado después de una nevasca - saltó el otro de los hebreos circulantes con un deje más diabólico todavía.
Pero el gran Mussorgsky y su arpista seguían arrancando acordes maravillosos a los instrumentos de cuerda, ajena a los dicterios pecaminosos del Sanedrín ambulante.
- Oid los coros.
Y de repente empezó a sonar por los cielos peterburgueses el “ Belichjañie” o “ Gran Zar Celestial que diste la paz al mundo”.
- Bah, paparruchas cursis de cristianos y de popes borrachos.
La madre que los parió ¡ qué malos eran los de aquella cuadrilla! Un odio satánico, atávico, como una segunda naturaleza se pintaba en sus rostros.
El más rezagado espetó contra el pobre músico y su novia angelical el mayor de los insultos:
- ¡Goy!
En esto, los mancebetes, como amansados por aquel torrente que saltaba de las cuerdas, habían despuesto su actitud insolente y escuchaban embelesados. Únicamente, los sanedritas se emperraban en sus abyectas abjuraciones y reniegos de todo lo más sacro. Padre, perdónalos, que nunca supieron lo que hacen. Gran emperador de los cielos, que diste la paz al mundo como pudiste llegar a nacer entre esa gentuza.
Sonaban los coros. Millones de bocas de Ángeles llevaban el compás. Los hebreos seguían con sus mofas, con sus carcajadas.
- Rusos, ya veréis cómo cae el rublo. Vais a ver lo que hagamos de vuestras rusas. Hemos ganado. Venimos a pegar fuego a vuestras iglesias. Pueblo cristiano, pueblo de esclavos. Ahora sí que no os valdrán maulas. Nosotros matamos al zar. Violamos a las grandes duquesas, el trabajo con la emperatriz ya estaba hecho. De ese menester se encargó vuestro maldito Rasputín.
Estalló una carcajada malévola, pero los coros de Mussorgsky seguían sonando impertérritos. Esto les sacaba de quicio pues no lo podía soportar su soberbia.
Uno de ellos, el que parecía más pérfido y recalcitrante en su actitud, y el que tenía el perfil más ganchudo y los ojos de búho, se agachó para tomar una piedra y arrojársela al violinista borracho, pero el ángel envió uno de sus rayos que fueron una certera llave para evitar que el desalmado pudiese consumar su inicuo propósito de apedrear a un santo bizantino. La mirada de Mussorgsky era translúcida y serena como la de un icono. Ya lo dijo el apóstol Pablo. Hay un cáliz del señor y otro del diablo. A través de las notas de un violín suelen escanciarse las gotas del vaso del perdón y de la infinita misericordia. Los signos del pentagrama representan la fusión del ser humano en el punto más alto de su destino trascendente. Se produce un combate entre las sólidas sombras del caos y los rayos vivificadores de la creación. El sol gana la guerra a la noche. Vida en progresión, aléjense las tinieblas. La música representa una vigencia perenne: el eterno triunfo de la claridad de Dios sobre el mal que ronda. Cui, Borodín, Vivaldi, Tchaikovski, Sibelius. Suena alborozada o melancólica esa claridad de los arpegios infinitos y se vierte el remedio que cura todos los dolores, la cordial epítima, el socrocio que nos reconcilia con nuestro desgraciado sino mortal. Estamos metidos los pies hasta las orejas en el charco; aun podemos mirar a las estrellas, de allí viene el eco de la melodía que no cesa. Pero el diablo odia la armonía. En el averno no hay canto sino estridencia. Por eso, tentados por el perverso antiguo, muchos párrocos y monjas engañadas se han comprado una guitarra eléctrica. Bajo las bóvedas de las basílicas cruje la estridencia del heavy metal, los vociferantes y gesticulantes hocuspoci del rock, los morros abotargados de silicona de Mike Jaeger, que cantan a lo obsceno, lo degradado, juglares de lo que es torcido, dicen que han ganado la partida, echaron a los ángeles de las iglesias, que se han convertido en espacios vacíos, hangares derelictos, ya no baten bajo las cúpulas los espíritus del amor y del entusiasmo sus apéndices recordatorios de la armonía y concordia que ha de presidir las relaciones con el mundo y con los otros. El Santo Sínodo es una congregación geriátrica, los carcamales vaticanos barren las alfombras de los garitos del poder y se mueven con tino cauto y silencioso del áspid. ¿Cristo donde te has metido? Silencio de Dios, las estrellas han dejado de moverse, no estaría mal meterse una raya, bajate al moro o mejor entra en el corte inglés y te compras una botellas de vino, la envuelves en una bolsa de plástico con el epígrafe asendereado de la firma, esos triángulos en verde y te la zurras sentado en un banco de piedra frente al convento de las Descalzas Reales, escuchas el tañer de la campana monjil llamando a vísperas, la vida es eso, verano, sol y vino, una señora que pasa, una pareja que se amartela, las palomas de la jungla urbana. Tan resabiadas y con tanta sabiduría de calle como los propios habitantes de la selva de hormigón, que defecan sobre la estatua pensativa y broncínea del canónigo que abrió el primer montepío en Madrid, no hay que sufrir demasiado, aguanta el dolor de las cartucheras, ésta va a ser una que te cagas, ya no controlas tus esfínteres, es más poderoso el vino, es una pena haber llegado a degenerado, pero a ti te ha gustado empinar el codo, eres de la cofradía de Sta. Bibiana, soplen y marchan, vida dionisiaca, ungüento etílico para aplacar el dolor y haciéndote el loco y el borracho, verdad sea dicha no te ha ido del todo mal. La Virgen está de tu lado, pone su manto para que no te la pegues cuando empiezas a darle y no sabes dónde estás ni qué hiciste en una tarde noche y puede conducir tu talega hasta casa. Es un alamud divino que atranca las puertas de tu alma para que le maligno no pase, ella era judía, bendita judía, como tú, y vio su hijo crucificado por la veleidad de un sanedrín, poco más o menos como tú, pero no quemes los libres santos, no tires al horno crematorio tus filacterias, allá ellos y sus holocaustos. Madre de misericordia, cuanto me duele, y tu te pones al volante cuando regreso bebido, claro que a veces no puedo controlar los esfínteres y mi suegra se pone que para qué, pero tú regresas en mi socorro, el alamud, el velo que permite la huida, el pavés que desvía la contundencia del golpe inicuo, el paraguas que te pone a cobro de la palabra injurioso. Grande eres Cristo, detecto tu presencia, salva a mis hermanos, descorre la venda que vela sus ojos ante lo evidente, yo me uno a tu dolor, haz que vuelvan a cantar los angeles y que su fon resuene por la ortofonía de las catedrales atéstales, como estas que acabo de ver en esta ciudad mágica, haz callar a ese batería melenudo.
XXVI
El rabino se guardó el guijarro en el bolso de su gabán, pero escupió contra el bordillo, el salivajo se conoce que rebotó, maldición, y regresó al blasfemo como un boomerang, le puso perdido la camisa. Por las retículas del imbornal sacó la cabeza una rana algo filosófica que se lió de repente a hablar y a contar cosas que daba gusto oírla. Hijos de la perdición, no toquen al santo, dijo con voz augusta de sibila, un poco parecido a ese mago de tele el que lee la mano a los famosos. Vas a encontrar trabajo, te van a llamar de un “ pograma”, de salud bien, pero tiene que cuidar las piernas. El niño da guerra por las noches, pero bien puede berrear, hemos cobrado diecinueve millones por la exclusiva de la boda, habéis comprado un coche nuevo, un todoterreno, para que quepa el perambulador y la cunita. Era cosa digna de oír el apostrofo de la ranita habladora ahora que las televisiones, un rostro nuevo cada otoño para decir las mismas chorradas, devanaban la tela de Penélope con sus polianteas y brocárdicos axiomas sobre los índices en bolsa, el nuevo marido de la duquesa, la boda del torero, los turnos del funcionariados, las comisiones de servicio en Bosnia, los abdómenes abultados de los niños en África, la expresión de la hambruna. Si callaron los púlpitos, o dieron carpetazo a sus evangeliarios los papas, y se han quedado mudas las sibilas casandras, alguien tendrá, digo yo, que recuperar la voz señera del profetismo. Hablarán las ranas. Bien oiréis lo que dicen en anuncio de la cólera de Dios. Yo soy el que soy. Estoy bastante irritado. Mandaré el castigo.
- Hijos de la perdición, sepulcros blanqueados. Ay de vosotros, escribas y fariseos que reclamáis el diezmo hasta de la hierbabuena y el eneldo, y habéis abandonado las cosas más fundamentales de la ley, ay de vosotros, hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones: por ello recibiréis una sentencia más rigurosa.
La maldición de Cristo formulada con palabras recias e inexorables no había sido revocada. El calificativo de raza de víboras significa lo que significa. No cambiéis ni una tilde, al ser texto inamovible, ora en hebreo ora en ruso, no os será levantada la excomunión que crepita sobre vuestras testas duras como la piedra, os rasgasteis las vestiduras y clamasteis enfurecidos”: caiga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos, pues caerá, no tengáis pena. La culpa será un estigma indeleble sobre los sacerdotes y los escribas y todos aquellos que a lo largo del tiempo mostraron un amor descomedido hacia la letra muerta, exigís y nada dais a cambio, en la frente portáis escrita la sentencia.
Por el enrejado de la alcantarilla hizo acto de presencia una enorme rata calva de color gris, abrió sus fauces y devoró a la pobre rana, pero en la boca misma del león el anuro seguía profiriendo el conjunto de verdades inexorables. La vida del cuerpo me podréis quitar, pero no así el alma, que pertenece a Dios. ¿Dónde se encuentra verdaderamente el alma de un roedor? Tú me devoras, tú me trituras ahora con tus dientes, eres más poderoso, pero no podrás acabar conmigo, proclamaba la rana contestatariamente evangélica. No habré de callar por más que trucides, verdugo, ya podrás. El Super Filipo salió de la alcantarilla y mostró sus monstruosos tres órdenes de dientes, pero nada le valieron, porque, al igual que el gigante que vio Daniel en su visión, era un gigante con los pies de barro. Todos los tiranos, por más que se jacten de demócratas, acaban en chirona. Al freír será el reír. Ninguna fuerza cósmica será capaz de sofocar la voz del canto de los Tres Jóvenes en el Horno de Babilonia.
El grupo de sinagogos - a la legua se notaba que eran del tribu de Dan, la innombrable oír que de ellos nacerá el antecristo,- que caminaban embutidos en sus gabardinas de fieltro y en sus calientes pellizas de piel de castor contemplaban la aterradora escena sin pestañear. Al grito de “ vienen, vienen, presidente “, todos echaron a correr que parecía que los diablos los portaban en volanta como al ánima del sastre. Quien más corría era precisamente el que parecía más jactancioso, el que tenía pintas de matasiete, a ése no le llegaba la camisa al cuerpo. Ya dijo el clásico que de dinero y santidad la mitad de la mitad y lo mismo ha de decirse en punto a valentías, los más bravucones ante el peligro son los que con mayor facilidad reculan y se rajan. Nadie los perseguía pero por la hedentina que iban alzando tras sí en el desenfreno de la huida habría de ser inferido que aquellos gallos de pelea se habían cagado de miedo. Porque aquello de que una humilde rana perseguida rompiese a largar profecías y a corear la retahíla del Pretorio se salía como poco de lo corriente. Ellos pidieron a voces el holocausto del Justo y ahora querían escurrir el bulto. Trataban de lavar la mancha de aquel crimen inventándose múltiples holocaustos. Los crótalos proféticos de la ciudad imperial romperían todas a parlar en ensordecedora algarabía. A los inmundos roedores de la mala hueste, los que perdieron en el magno golpe de revirada y nuevo aliño de fuerzas que nació del ochenta y nueve, no les agradaba el canto de las ranas evangélicas y subieron cloaca arriba para ajustarles las cuentas.
El Magno, grande entre los grandes, vivía en su solio sin mancilla alumbrado por la candela que no se extingue, el manto de armiño que jamás será pasto de polilla. Cuando se apaguen sol y luna y ya ninguna estrella alumbre, la luz de su rostro no cesará de emitir reflejos.
Al ser arrebatado por el ángel en espíritu, me había sucedido que escuche el sonido magnifico de los timbales y clarineros y ante mis ojos se agolpó una multitud de rostros, algunos conocidos y otros desconocidos. Los que nacieron antes y los que nacieron después. Los que vendrían y los que nunca podrían ser logrados pero que estaban presentes en el corazón del señor:
Post haec vidi turbam magnam,quam dinumerare nemo poterat ex ómnibus gentibus, et tribubus, et populis, et linguis: stantes ante thronum, et in conspectu Agni, amicti stolis albis, et palmae in manibus eorum .
(Apoc. VII. 9) “ Después de estas cosas vi a una gran multitud incalculable de gentes de todas las tribus y pueblos, de todas las lenguas: estaban de pie delante del trono, a la vista del Cordero, revestidos de blancas estolas y portando en sus manos ramos de palma.
El espíritu me había transportado al gran sueño. Me dio a leer las grandes palabras, a escuchar la melodía que no cesa. Me inundé del sentir de Dios en medio de fumarolas de incienso
- ¿Quiénes sois?, pregunté a uno de los extraños personajes que desfilaban por la calzada ante mis atónitos ojos, vestidos de harapos, pero con los bolsos cargados de lingotes de oro fino.
- Somos los hijos de Dan. Los partidarios de la Gran Sinagoga.
- ¿ Adónde os encamináis?
- Ha nacido un niño. Los herméticos le han puesto un nombre: The Baba of the two thousand birthdays. Nosotros le llevamos presente.
El rostro de mi interlocutor era más negro que la pez, su alma torva más que la de Herodes, pero, a una indicación de otro que se parecía a Barrabás, guardó silencio. No es lícito parlamentar con los cerdos. Salieron llamas de los ojos del basilisco, pero el ángel que estaba de mi parte me puso a cobro de aquella mirada con lanzallamas.
- No me gusta ese croar incesante - agrego quedo el de los ojos fulgurantes -. Así es como se derrumban nuestros proyectos. Nunca podremos con ese nazareno. Cuando ya creemos que lo hemos metido en vereda de pronto resurge. ¿Quién será capaz de aniquilar su memoria? Esa voz de la charca me recuerda a los trenos de cuando entonces.
Quedé maravillado de sus razonamientos y me dije a mí mismo: yo también quisieran acudir a adorar al Niño de los Dos mil Días, si es verdad que ha venido, si es cierto que existe. Las ranas no mueren por la boca como el pez sino por las ancas. Ésta debía de ser una excepción. Se mostraba más irónica y locuaz que el diacono en la parrilla.
- Huyamos -, atajó rotundo el que parecía el amo, que iba encobertado en un caftán con vueltas de marta cebellina. Por los bajos, empero, alumbraba el arambel de sus andrajos. Se conoce que, habiendo vivido entre la mugre, no era más que un sepulcro blanqueado. El gorro cónico enseñaba algunos desgarros, pero era de rico brocado. Yo con vosotros quiero ir a adorar al Baby of the Thousand Days. Me encanta escuchar llover, pero el lúgubre croar de esa rana hiere mis orejas. ¿ A qué escribes? Ya nadie lee. No quieras tundir las olas con el mensaje dentro de la botella. En este mundo todos somos náufragos.
- Dejad a los energúmenos que hilvanen sucintos epicedios al zar tenebrario.
- Sí, huyamos; pies para qué os quiero. No hay cosa más deplorable que cuando esos rusos empiezan con sus letanías y sus coros que entonan la melodía de sus glorias nacionales. La patria no es más que una engañifa sujeta a lucubraciones etílicas. Conduce al delírium tremens. Las retahílas de ese Pushkin me fastidian. Oye, nosotros somos apátridas. Somos ciudadanos del mundo. Ve a contárselo a los americanos. Cuando ven la bandera, las estrella y las barras sufren como un espasmo. Es una religión que aniquilará a todas las religiones. Un sentir místico.
Se largaban los hijos de Dan a toda priesa moviendo sus posadeñas babélicas. Eran la espiga del centeno que se agita y sus tocadas con el solideo sobre el occipucio asemejaban campos de alforfón. El ángel reluciente ya empuña la foz. Pronto será tiempo de siega. Movían los arreos y sus capisayos talares. Un grupo de cardenales vaticanistas, mira por donde, se hicieron los encontradizos con aquella cuadrilla de desharrapados [siendo los amos del mundo, su aspecto de usureros no podía ser más deplorable] y pegaron hebra. Otro contubernio. Rutilaban las túnicas de sus eminencias reverendísimas, y hacían agua sobre el aire embalsamado de la mañana de verano.
Los principotes de la legación cari erguidos, ampulosos, venían muy conscientes de desempeñar su papel. Nunca han creído en lo que predican. Esa es su baza secreta, la fórmula para enriquecerse y salir a flote en medios de los supremos maelstroms del devenir humano. Eran tretas del dogo del engaño. Arda la tierra por los cinco continentes. No queremos jefes, que nadie nos hable de naciones, ni de lindes, ni de fronteras. Todos los pueblos, esclavos bajo nuestra égida. Triunfaban sólo porque carecían de escrúpulos. Por no tener conciencia.
XXVII
Rutilaban los cráneos de sus eminencias. Todos eran calvos y habré aquí de citar sus nombres: Bea, Cushings, Suenens, Leger, Lienart, Köenig, Podestá. Todos habían desempeñado un papel estelar en las ponencias de esa gran hecatombe, o golpe de estado contra sí mismo, en que los jerarcas llevaron a efecto a efecto una especie de autoinmolación en aras de la supervivencia de la Institución que se llamó Vaticano II. Si no les puedes ganar, únete al coro. Se puso en práctica el adagio maquiavélico. Otro cardenal, al principio vacilante, pero que luego acataría el principio, terminó siendo víctima del veneno. Pontificó treinta y tres días. No son judíos ni representan la santidad de Israel. Son hijos de Can, la tribu que no nombraron nuestros padres por miedo a contaminarse los labios con la sola mención.
Venían con escoltas o fámulos un grupo de jesuitas al que se unía otro de seglares de la Obra. Como hacía bastante calor, escondido en un cartapacio de cuero uno de los administrativos llevaba una botella de coñac y otra de kvas para aplacar la sed de los purpurados al tiempo que con un abanico espantaba a los mosquitos que circunvolaban molestos alrededor de su encarnado petaso de camino. Sólo les faltaba la mula hacanea para responder al clisé típico del arzobispo medieval que recorre sus parroquias en visita pastoral o liminar.
Acemileros del oro, anchos de hombros y cargados de cintas, se les veía inquietos y excitados. Está claro que algo tramaban con tanto ir y venir. Las orlas y pectorales testimoniaban que eran gente rica. Su aspecto sibilino y engañoso, avalado por una sonrisa mefistofélica, las suaves maneras curiales, les daba aspectos de capo de la mafia, pero no se trataba más que de abunas abisinios, gente maleada. Ellos se unieron a los descendientes de Ahasvero para no perder su condición maldita y errante, que profesa una ética de situación y una moral sometida a la férula de sus iniciativas particulares. Dios sólo podía formar parte de un complot crematístico. Por las columnatas y pedestales que diseñara Bruneleschi se pasea la sombra magnífica e imponente de Markinckus Mercancías, dueño de la bolsa de Judas, el tapado de las logias. La verdad no es algo fijo sino una veleta que marca el rumbo con arreglo a la dirección de los cuatro vientos y según convenga a la andamiada de los tinglados de la economía y de la política. Se habían unido al coro de los rabinos en desbandada y no hacía otra cosa que proclamar su victoria. El ángel exterminador no era un personaje concreto sino todo un conglomerado de intereses, actitudes, películas. Estoy solo contra ellos, enfermo, cubierto de oprobios, blanco de los escarnios.
El divino Miguel se movía a lo ancho y a lo largo, a lo profundo y a lo alto yendo y viniendo con la “ estatera”. Estaba claro que en el sistema de pesas y medidas del más allá poco tenían que ver con el que ellos determinan de tejas para abajo para ir a su modo y perpetrar todo género de fechorías. Cuando él los pese en la balanza se hundirán a causa del gravamen de sus culpas en la divina romana. Poco les importaba a los monseñores tal contingencia a juzgar por el vuelo ufano de sus manteos y de sus capas. Divino Miguel sea mi baluarte contra los impíos el filo de tu espada. Se unían a los del bando del maldito Ahasvero, aquel judío que desaprovechó la gran ocasión de su vida, cuando pudo ocultar a Cristo camino del Calvario en su casa. Se negó y el ángel condenó a él y a los suyos a marchar errante por el mundo, picados del bicho que les corroe por dentro. Nunca podrán tener paz. Por eso son gente inquieta.
Los cardenales - hecho bien bochornoso - a juzgar por la flexibilidad de sus inclinaciones y reverencias tenían una espalda dócil y la mente harto olvidadiza. El contubernio tuvo un final terrible y descorazonador: la claudicación de la cruz ante la sinagoga. La risa estremecedora de Anas se oía por todos los rincones. Hemos ganado. Mirad cómo se rinden. Hasta nos besaran el culo si les dejásemos. Hay que mirar en dirección del sol que más calienta. En este mundo todo es relativo ¡ Pobres de aquéllos que sean incapaces de cambiar de chaqueta! La verdad ha sido la primera víctima de esta guerra. Ha dejado cual carnero despavorido sus cuernos enroscados entre las zarzas.
Las columnas del templo lloraban de rabia. Sobre la acrotera allí donde estaba el pedestal con su correspondiente estatua de la fe pusieron el ídolo de la justa razón democrática y prosternados los antiguos meapilas, los torturadores de conciencia, a esta nueva diosa con los pechos al aire la adoraban. Iban tras las tetas ubérrimas de Nefertiti. Hay que decir que se trataba de un gachí imponente por lo bien formada, los apetitoso de sus curvas, la redondez de sus caderas y aquel torso que remataba en una crica o cofre de Venus que era de por sí una tentación. Imponente matrona de la solidaridad, bella vestal de la razón democrática, mala hembra con visos de honesta doncella, ven a nosotros. No nos importa que tu llegada al mundo haya sido anunciada por los padres del desierto como un disfraz o añagaza de la serpiente antigua. Hay que adular. Hagamos mal. Humillemos al justo. Borremos la memoria. La iglesia ha dejado de ser la gran barca de la confianza para pasar a ser una gabarra que navega a la deriva por la superficie de la ría con su cargamento de chatarra. El oro se convertirá en calderilla. De remate, la lancha se irá a pique. Era el dinero de la “ corbona “, los saldos de sus compraventas, de las liquidaciones y devengos, de los corretajes. Espabilaros jodidos bobos. Eran los capitales remanentes de la esclavitud, los réditos del narcotráfico, los intereses de la puesta en el mercado de los vasos sagrados y del arca de la alianza, transacciones con la sangre y el dolor de los pueblos. Viva el agio. Honremos a Shylock, el mercader de monedas y entronicemos a Ashevero, la prez de todo judío errante. Cualquier moneda forera, incluso la que engorda nuestras cuentas bancarias después del narcotráfico, la trata de blancas, los puticlubs, la catasta de las pasarelas, es de curso legal, aunque su grafila sea un triangulo. “Dominus mihi adjutor, et ego discipiam inimicos meos”. Ya tengo en la mano el agnusdéi con el globo crucífero. Nuestras cecas no paran de trabajar, recuerda hermano especulador, que nosotros inventamos la letra de cambio. Nuestra diosa goza de una enorme verija en la cual todas vuestras vergas caben, incluso la de ese Yuesé Nome Guán ¿ Verdad que tiene cara de marrano jaro, algo híspido, con pintas de galán de Huélete, pero destroza su imagen cuando lo vieras correr. Torrente de divisas y la Cleverinsk, esa puta polaca, que succiona y no para ¿ Con qué esas tenemos? ¿ Montando numéricos en la sala ortogonal? Quiero que el mundo deje de tener conciencia. Hemos hecho trasgresión del código de valores. Todo se ha vuelto a pedir de la boca de nuestra conveniencia. Todo es de ahora en adelante adiáforo; esto es, nada es ni bueno ni malo per se, sino según y como, en tanto en cuanto. Indiferencia total a los valores. Ya no hay mujer del cesar. A los poderosos se les condona la deuda de los grandes pecadillos, pero ay de aquel que salga a la calle a defender la honra de su mujer con una navaja. Le caerán años a la sombra. Tengo que darte dos noticias: una buena y otra mala. Mientes, bellaco, heraldo del presidente Fallador. Ya no hay noticias buenas. Todas son malas. Cleverinsk, Cleverinsk, do me . Whar yia sé ? No seas cerdo Nome Guán. Dos noticias, una buena y otra mala. No me las des. Ya me las sé de corrido. En vísperas de la llegada del gran heraldo, Fallador imperante, el mundo toleraba todo menos la santidad. Cleverinsk era la saltatriz pecaminosa que permitió el asesinato del Pluscuamprofeta y el Nome Guán un gran hijo de la gran sota, concebido a escote. Su madre se desparramó en la hierba y se dejó hacer por todo un pelotón de marines de Fort Braga sin demasiadas cosas que hacer en aquella noche de iguanas. Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Tu nombre, Nome Guán está escrito en el agua con letras negras. Es el “ anosmia” de los tres números y de las tres letras. Bajará del cielo quien tenga que bajar y te ajustará las cuentas. Tu risa se trocará en llanto y tu pueblo va a sufrir. Y en el averno podrás gritar hasta que te empapices: “Cleverinsk, Cleverinsk, do me“. En tu grito fornicario de placer te sumergirás. El dogal de la muerte te tensará el gañote.
Sacristanes con los cepillos rebosantes de los ochavos de las colectas eran sorprendidos los lunes de mañanita camino de los bancos y montepíos. Caiga sobre nuestras cabezas la fecunda lluvia dorada y millonaria. Cruzaban el puente con sus andares suaves en dirección del Transtevere. Iban a hacer el asiento de los dineros en las cajas de ahorro y telonios de la Vía Venetto, el paso seguro y la sonrisa blandengue pero el corazón afianzado en el oro. Todo ha de valer, si suben los números de nuestras cuentas corrientes ¡ qué terrible fiasco! ¿ Hay o no hay vida después de la muerte?
Era el oro del altar el precio de la sangre, estaba contaminado con la sangre y el sudor de los pobres. Poco importaba. Los millones no tienen padre ni filiación y son la resultante de montañas de calderilla amontonadas. Asco es lo que siento, Señor, al escribir la crónica de todas estas iniquidades.
Aguanta, que ya queda menos. Esto dijo el señor. Ínterin, continuaba el ir y venir de curillas jóvenes, unos con sotana, otros de sobrepelliz y otros como si fueran a la ópera o a un baile de disfraces con sus elegantes attachés de piel de cocodrilo bajo el brazo. Cleverinsk, Cleverinsk, do me. Merecías ser violada por un gorila. Vais a tener un mundo horrible, si se permite que la única ley vigente sea la del instinto. Un mono no peca, ni trasgrede el decálogo, el hombre, que es deiforme, creado a la imagen y semejanza de dios, sí. Los políticos, los vendedores de pornografía , mucho hablar de la dignidad humana, pero nos tratan como si fuéramos cerdos de su piara. Al “ pontéelo, ponselo “ de aquella doña Matilde de infeliz memoria , ha sucedido el “ si te lías, úsalo” de Ruiz Gallardón, que nos ha salido también gallardo, como buen hijo de un trepa y de un masón.
Pecador, pues ¿ qué querías ?
No se os vaya de la cabeza este consejo. Tenerlo muy presente y poner en práctica el adagio jesuítico: un ojo en el cielo y otro en el suelo. Es preciso manejar para los tiempos que corren con tanta habilidad el hisopo lustral de agua bendita como la colanilla que abre los batientes de las cajas fuertes. Evangelio y Carlos Marx, y no le hagáis ascos a las prédicas de los economistas de la escuela de Chicago. Ese es ahora el símbolo de nuestra fe. Instalados en la prevaricación, ya lo mismo daba, elaborando sobre Isaías hablaban de paz pero en la paz no creían. La guerra cunde por doquier.
Uno de los cardenales - mirabile dictu- se prosternó ante el rabino. Besó la punta de sus sandalias. El homenajeado no sabía que hacer ante tales muestras de sumisión cardenalicia. Sus labios en cambio esbozaron un amago de sardónica sonrisa. Estamos llegando al final de la historia, Kundera avisaba. Hemos ganado, se acabó el partido. Traedme la trituradora de papel y las maquinas de reciclamiento. Divino Miguel, déjame tu romana.
-Alcese su eminencia reverendísima que va a pillar un catarro. Estas ranas rusas me causan espanto.
- Señores, con vuesas mercedes vayamos, y en paz.
Los carillones melodiosos de las torres de los palacios y de las iglesias emitían sonidos de esperanza, ecos de esa mansedumbre del cristianismo, al aire embalsamado de la antigua corte. El divino Miguel, como un ingeniero de las almas, hacía los comprobantes corrientes en un sistema de pesas y medidas infalibles. A Dios nunca se le engaña. Señor, aparta de mí este cáliz. Ortiga, la mujer que me diste por esposa, es una hembra mala. Vive obsesionada por las consignas feministas. Dáme fuerza. Pero en lo alto de las cornisas otros espíritus puros llevaban y traían los pozales de la maldición. Cuando uno se derramase sobre el mundo, habría peste. Si el otro rebosaba, habría guerra. De repente, todos los males del mundo se ciernen sobre mi cabeza. El más formidable, al que más temo, es al de la vida encadenada ¿ Habré de seguir la senda que condujo a presidio al pobre Martín Menoyo? Señor, revísteme de la loriga de tu paciencia. No quiero participar de los banquetes impuros de Ortiga, que han hecho de mí un varón inmundo y un marido desdichado. No permitas que engruese yo la abultada lista de los cabezas de familia, que, hartos de escarnios y de infames atentados a la autoridad paterna, cometen la torpeza del uxoricidio. Por ahí Satanás me tienta y por ese cabo saldrá derrotado. ¡ A príncipe de la noche, somete al veredicto del adarve de las almas, nuestro valedor Miguel! No permitas que me haga daño ninguno; confieso que de ahora en lo sucesivo andaré vigilante.
El anuncio que enviaban al éter las campanas de Petersburgo era el mensaje de resurrección, el que nunca se acaba, pero ni que decir tiene que resultaba destemplada estridencia en los oídos de aquel extraño sanedrín ambulante. Los dignatarios de la delegación de purpurados permanecían impasible, pues se habían oscurecido sus ánimas. El corazón de pedernal era poco receptivo a la llamada del amor. Estaba claro que habían vendido su alma por un plato de lentejas y que habían dejado de creer en la eternidad. Habían apostatado del sacerdocio eterno. Los ojos los tenían lacrados por la soberbia y la inteligencia entumecida por enconos y `prejuicios seculares. Nunca sabrían comprender.
- Nosotros no nos contaminamos de esos sonidos. ¡Muera el zar !
- Abajo los tronos y los altares. Hacha a los iconos. “ Iscra” y cabeza de llamas a los santuarios. Me cago en las barbas de Constantino.
Traían un odio con polvos y telarañas de siglos sobre sus tiznados rostros. Su ira encendía a las masas, pero una pobre “ babucha” hizo la mejor apología del cristianismo que se podía hacer en tales casos.
- ¡Concho, como vienen éstos! No conformes con lo que pasó en el 17 ahora vuelven a las andadas.
Era una pobre vieja enlutada de esas innumerables ancianas que pueblan las ciudades rusas, un bastón y un serillo en la mano, las espaldas convexas, la resignación en el rostro de vieja mujer arrugada. Su observación en aquellos instantes era para dejar sin habla a la mayor parte de los hermeneutas y de los teólogos.
Empieza el ayuno. Guarda abstinencia de toda carne. Huye de Ortiga, la mujer impura. Reza a Dios para que se convierta, perdónala, pero bien sabe Dios que ya la queda poco. No puedo hablar. Se me echan sobre mí como lobos. Todo lo que he realizado en la vida no ha sido más que un desastre. Quiere la vindicta. El ángel exterminador (enconos, discordias, infelicidad y lágrimas) se ha hecho presente en mi hogar. Veo ascender a tropel de gusanos por la pata de la cama. Han ocupado mi lecho nupcial.
La encorvada “ babiushka”, para confusión de la inicua procesión de judíos admonitorios, exhortatorios, implorantes, y que reconvenían con mirar tan solo, se persignó. Uno se llevó mano a la pistola. Era el que debía de ser el comisario. Fue un amago de sierpe antigua. El mundo se repite. Volvían a pasar la película como si se tratase de una trillada cinta de Spielberg. Habían colocado en adobo la mentira y vuelta a resucitarlo. Eran obsesos, mono temáticos, aunque contundentes.
El capitoste, el que llevaba colocada una birreta coronando su pabellón craneal dolicocéfalo era el espectro del comisario del zar. Abraham Litvoski había resucitado. Hasta en eso revelan los miembros de la tribu de dan su carencia de imaginación. En todas las circunstancias de cambio sacan a la palestra a los mismos tipos.
La mano sacrílega de aquel judío fue la que empuñó el revólver e hizo el disparo contra Nicolás II.
- Nicolás Alexandrivich Romanov.
- ¿ Qué?
- Te declaro culpable de crímenes contra la humanidad. Has sido condenado a muerte. De nuevo aquel indefinido remoquete de “ crímenes de lesa humanidad “. Se había escuchado primeramente al redoble de los tambores anunciantes de las ejecuciones de la guillotina. Sólo se juzgan aquellos atropellos que interesan. Son silenciadas en evidencia aquellas que tienen que ver con los desafueros y motines de la chusma. El sanedrín, caricatura de la injusticia a lo largo de la Historia, se limita a cumplir con su papel fiscalizador. ¿ Crímenes de lesa humanidad? En esa palabra caben los cristeros asesinados en México; los pieles rojas exterminados por el hombre blanco; las bombas que borraron del mapa Hiroshima y Nagasaki, y de otros muchos holocaustos de los que los rectores del gran contubernio global no gustan de hablar.
El emperador no perdió la calma. Miró para aquel gusano. No podía creer a sus ojos. El momento había llegado.
- Esto - clamó el sicario.
En los sótanos de la casa de Ipatiev, el rico mercader judío, y antiguo monasterio de San Sergio sonaron tres disparos. El zar y el zarevich, que habían recibido a la muerte de frente y sentados se desplomaron hacia delante. Los cuerpos del último de la dinastía Romanov y su heredero agonizaron abrazados. A causa de la hemofilia, el pequeño Alexis durante los días de su último cautiverio era porteado en brazos por su progenitor. El zar era todavía un hombre fuerte. Es singular que como particular quehacer para entretener el aburrimiento de la vida carcelaria picaba leña. Incluso llegó a ser un buen “ aizcolari”. Por las tardes asistía al oficio de vísperas y escuchaba misa y recibía la comunión, contraviniendo la costumbre en la iglesia ortodoxa no es costumbre comulgar con la frecuencia que entre los católicos. Se hizo muy piadoso y murió perdonando a sus enemigos. El gran prisionero ofrendó su vida en holocausto por su patria.
El extremo de fusilar a un pobre niño desvalido no movió a misericordia a los esbirros. Hombres de la clase de Litvoski no suele tener entrañas. Pertenecen a la estirpe de los que no perdonan, porque el odio forma en ellos una especie de segunda naturaleza.
A la zarina y a las grandes duquesas les cupo una suerte más trágica y vergonzosa a cargo de aquellos chacales. ¿ Les podremos perdonar? No. Jamás habrá absolución para la blasfemia contra el Espíritu.
En el gran legrado de memoria que vive estos días nuestro planeta, cuando la inconciencia, el descaro y el cinismo - se da una importancia a cuestionales banales y, sin embargo, se condonan los crímenes de lesa patria - se ha tratado de borrar aquel apellido y aquel nombre: Abraham Litvoski.
Nosotros, en cambio, lo seguimos teniendo bien presente. Sabemos que aquel hijo de Judas se ahorcó y a Imre Nagy el húngaro, uno de los participantes en la atrocidad, sería más tarde fusilado por los rusos. Violaron a la zarina y a las grandes duquesas. Eso un ruso nunca lo podrá olvidar.
- ¿ Cómo es posible?
- Verdad fue -.
Al ángel del señor se le velaban los ojos de tristeza, porque al brazo de Dios porque le había sido asignada la tarea de defender por los siglos de los siglos a iglesia y sinagoga. Pero Luzbel interfería en tal misión arrojando puñados de arena a los ojos de los creyentes. El combate sería acérrimo y sin cuartel.
- Yo seré el valedor del verdadero Israel- declaró enérgico -. Sin embargo, las treinta monedas de Judas suscitarán la codicia de los enfeudados por la bestia, dejando regueros de sangre por el camino, abriendo los boquetes de odio de las grandes guerras. ¡Ay de ti, Jerusalén!
Su mirada y su voz eran proféticas, al escandir cerca de mi oído aquellas palabras. Colegí que maldecía a los que asesinaron a Cristo. El fusilamiento del zar no sería otra cosa que el epílogo de aquel otro gran sacrilegio escrito con tinta bermeja en el libro de la infamia.
A continuación me mostró san Miguel un inmenso manuscrito enrollado sobre un soporte de cobre.
- ¿ Qué es eso?
- El Libro de la Vida. Muy pocos son los que están escritos en él. Es corta la lista de los justos. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos serán llamados a la Cena!-
Y volvió a clamar “ ay de ti Jerusalén “. El eco de su grito resonaba por toda la cornisa celeste.
Había en su rostro una luz conminadora. Sus cabellos parecían haberse erizado. Eran de oro y flamígeros igual que espadas. Nada se olvida. Dios no puede dar carpetazo. El espíritu de fornicación que en el umbral del tercer milenio parece haberse adueñado del planeta nos está alejando a todos de la infinita misericordia. En la perversión del instinto sexual que todo lo domina puede subyacer una de las razones del silencio divino. Comamos, bebamos y hagamos el amor. El alma de los hombres se revuelca en el vicio. Dios se aleja. “ Follo todo lo que me da la gana “ ha declarado hoy en una entrevista a una compa la gran menstrúa monstruo televisivo, la estrella de las mañanas. Es una de las pervertidas heroínas de mi primera novela - mejor que novela es una “sotie”, una “morality” o farsa del milenio. A esta mesalina, pluriempleada de las ondas hertzianas, reina madre de las mañanas, y reinona de todas las fiestas, es el “ tour de force”, el espejo en el que se miran todas las españolas entre los cuarenta y los sesenta. Han llegado tarde al sexo y lo reivindican con furia. Mi país, por estas y otras razones, es una nación enferma, casi putrefacta, donde se ha perdido el interés por vivir. No tardará en llegar el castigo. Allí será el crujir de dientes. La víbora ibérica aun no corre peligro de extinción, pero ya la queda poco.
“ Aquí lo que importa es pasarlo bien “. Fue la respuesta de la funcionaria tortillera, a la cual debo estar en paro. Se persigue a Cristo. Se le difama, pero sin perder los vicios inquisitoriales del pasado. La fornicación ha enrarecido el ambiente, creando la disensión en las familias, la decadencia de los valores del espíritu y ha traído la moda del lenguaje soez. Nos miramos en los modelos de la pasarela Cibeles, que van marcando el paso por la alfombra con gesto provocativo de panteras. Así y todo, sus cuerpos han dejado de ser deseable. Todo el país se asoma a este mercado de ganado (culos, tetas, bodies y perendengues) de la catasta. Los ingleses, más razonables, desprecian a tales pibas que llaman “ catwalkers”. Entre figurín con cuerpo de alquiler para la alta costura y la prostitución de lujo no puede haber más que un paso. Abres el canal de cualquier TV. Lo que sale por esa boqueta en el doblaje de las series violentas, vulgares, desmarridas y sin el menor gusto es un chorro de palabrotas a granel: hijo puta, mierda, joder, mamón, cabronazo. Acto seguido tiran los personajes de pipa y empiezan a sonar los tiros. El bueno es tan mal hablado y tan macarra como el malo. Pero siempre gana, no porque sea mejor, sino porque suele ser más audaz e incluso violento que su contrincante. Se ha pasado de esta forma la línea de demarcación ética.
La muerte del zar y el rapto de sus hijas por mercenarios beodos abrió la puerta triunfal a estos mangantes de Hollywood. El espíritu jacobino buscó en América sus cuarteles de invierno y desde allí opera como una cuña contra el cristianismo. Es lástima que en el Vaticano jugando a dos barajas no se hayan percatado de la jugada que prepara el sionismo contra la vieja fe. Hollywood es su gran invento, el caballo de Troya. Los hechos trágicos de la noche de verano de 1917 en una remota ciudad siberiana abrieron la puerta a las dos guerras mundiales, la liberación de la mujer, el terrorismo psicológico instaurado en las mismas pautas de la convivencia democrática. En el revolver de Litvoski sonó el primer cohete del Ángel Exterminador.
Sentí pavor y asco al ver venir por la avenida de Maschenkaja a aquel maldito asesino. Avanzaba con paso autoritario y firme. Su gesto era divertido como si fuese por ahí pregonando lo que suelen decir todos los judíos: “ hemos ganado “. Harto de carne dicen que el diablo se metió a fraile. Y en América tenía el diablo su “ hinterland”, la guarida del lobo, “ die Wolveschanze”, el parapeto. Por eso, venía Yiuesé Nome Guán en plan tan voceras. Porque bajaremos a ajustarles cuentas. Hemos ganado. Tatachín. Tatachachán, y los comisarios y sabuesos de la policía social franquista se hicieron periodistas. Son los escoltas de la Campos, la estrella de las mañanas españolas, esa de caderas de asas de botijo, a lo que más le gusta es fornicar con jovencitos. Soy erotómana ¿ qué pasa? Y mueve el dengue la Campos y sus caderas de asa de botijo. El comisario en cuestión es un soriano que hace a pelo y a pluma. Desde las cámaras rodeado de porteros y de ciudadanos de la tercera edad amenaza. Os voy a meter a todos en vereda. Vais a saber lo que vale un peine. Blandea los puños y llama a su edecán particular, la amiga de la pipa para que le esclarezca el crimen. La vida cotidiana española es una secuencia truculenta de navajadas, aburridas comparecencias de políticos ante las cámaras en los que se multiplica el gesto de aquel carituerto que condenó a muerte a Jesucristo. Anás y Litvoski han encontrado bastantes adeptos.
Todo empezó aquella noche de demonios empapada en vodka en los bajos de la casa de Ipatiev.
Fue un crimen limpio. Silenciaron estratégicamente el estruendo de la bulla de la soldadesca que gozaron del cuerpo de las mujeres acolchando las paredes, pero al zar y al zarevich no los amordazaron. Vieron llegar a la muerte de frente. Los edredones de espumillón insonorizaron la estancia. Aparcada a la salida había una camioneta estaba una camioneta con teleras de lona y con los motores al ralentí. No había luna. El cielo encopetado amenazaba lluvia. Estaba la noche cual boca de lobo, como si la luna, las estrellas y luceros no quisieran participar de la horrísona escena del sotabanco conventual donde se llevó a e efecto la inmolación, el sacrilegio. Asimismo, y según cuentan los evangelistas y los historiadores, el sol del Calvario se negó por espacio de media hora o algo más el fulgor de sus rayos. Fue terrible el frío que padeció el mundo durante aquella hora de tinieblas. “Vellum templi scissum est, et omnis terra tremuit. Tremuit. Latro de cruce clamabat dicens: memento mei , dominé, memento mei, dum veneris in regnum tuum “. Aquellas palabras cantadas en una catedral en mi adolescencia han hecho de mi existencia un perpetuo recordatorio de aquel viernes santo. No lo sabré nunca olvidar. Es más fuerte que yo.
Los mismos cataclismos naturales sucedieron a raíz de los hechos de la tahona de Ipatiev. Dios quiso de esa manera mostrarse. Mandaba el aviso. Algunos montes en los Urales y en el Caúcaso se derrumbaron. En varias partes se registraron temblores de tierra y el velo del templo también se rasgó, porque todas las campanas de la Santa Rusia empezaron a tocar a clamor coincidiendo con el momento en el cual los Romanov eran pasados por las armas. Nadie las voleaba. Más de repente, como indignadas por lo horrendo del crimen, accionaron sus badajos. Tocaban solas. Muchos creyentes las escucharon tañer en la lúgubre duermevela. Fueron el llanto indoloro y sonoro de la estepa.
-Mascha, ¿ cómo es que tocan a muerto en plena noche, si es así que todavía no la palmó el sastre, que yo sepa? En nuestra alquería de Tchernikiovo no suelen tocar a clamor de esa manera y a hora tan intempestiva las campanas de nuestra iglesia del Salvador. ¿ Serán ladrones? Aquí somos cuatro gatos. Todos nos conocemos. Además, acabo de venir de la taberna y allí el sacristán estaba de juerga. Había bebido más de la cuenta. Estaba más borracho que de costumbre. ¿ Habrá estallado la revolución? Nadie puede fiarse de esos malditos judíos comunistas. He sentido agitarse en el establo a nuestra yegua “ Lumia” y, al sonar las doce, hora asaz temprana, ya estaban cantando todos los gallos. Por el amor de Cristo, Mascha, asómate al tendejón, no hayan vuelto otra vez los amigos de lo ajeno. Andan las cosas muy revueltas en nuestra amada Rusia.
El ebanista Anisim se había despertado sobresaltado aquella noche de julio. Creíase víctima de una pesadilla en lo mejor del sueño. Empujó con el codo en la barriga a su mujer, María, que estaba en el primer sueño.
La obediente esposa hizo lo que su marido le pedía y bajó hasta el estragal desde la alcoba que estaba situado en la primera planta de la isba. Los mastines ladraban con ladrido extraño, como cuando olfatean la muta. Sin que soplase el viento un aliño de abedules y de alerces plantados junto a la casa meneaban sus quimas como agitados por fortísimo airón. Oscilaban con fuerza y cabeceaban igual que naves en derrota. Un naufragio se acerca; quizá estas sean las señales del fin del mundo, pensaba la pobre masovera de la aldea de Tchernikiovo. Aún había rescoldos bajo la campana del llar, pero el fuego se había extinguido. Aún dentro de las mismas brasas se escondían presagios tristes y ominosos. Hubo una importante cosecha de setas ese verano. En Rusia tal abundancia de micosis se interpreta como un mal augurio.
Al abrir los postigos, la noche que horas antes se había mostrado cetrina y encapotada, mostraba un paisaje de una intensa claridad. Un sol de media noche hacía distinguir perfectamente el perfil de los collados, de los árboles e incluso de los tejados de las casas.
-“Chudá... Chudá ( milagro, milagro)- gritó la mujer del ebanista al ver tan extraño fenómeno.
Los cielos se abrían y entre las alturas y la tierra se proyectó algo semejante a una infinita escalera, que cubría el horizonte. Cada uno de los peldaños era una estrella. En cada escalón cubría carrera un ángel guerrero. Iban tocados con casco de acero, espada de fuego y el atelaje y las cartucheras eran de oro. Por esa escalera subían y bajaban las almas. Estos seres celestiales eran del color de la brasa de los rescoldos del último fuego de la chimenea. Sus vestidos eran níveos y los cabellos blancos como las cenizas del fuego de la purificación. Las hiladas de estos bienaventurados exploraban tumultuosamente las cimas nunca pisadas por el ser humano, los campos nunca descubiertos. De los cuerpos se desprendía como un aroma de incienso. Por millones debiera de contestarse el número de todos estos espíritus puros. El camino se proyectaba hacia arriba en una vertical ingente, al final de la cual el Padre eterno, sedente en un trono de soles, con Jesucristo a su diestra. María, la Virgen pura, madre de todos los hombres con gesto benevolente y magnífico, ocupaba los lugares de la izquierda al frente de una multitud de apóstoles, mártires, confesores. Era un ejército abigarrado y selecto.
La cruz campeaba por doquier. El Gólgota se había transformado en montaña preciosísima. Debajo quedaba el abismo y el lugar de las maldades. Allí iban a parar todos los precitos. El tártaro era como una guarida de azufre. Los diablos se encargaban de cardar la lana y atestados en espuertas los lanzaban por el terraplén. Esta es la casa donde no se come ni se bebe, el país adonde irás y no volverás. Sin remisión posible. En estas carretadas del lumpen de la depravación y la maldad llegué a ver a no pocos personajes de la vida pública española al doblar el milenio. A la Campos la desgarraba un súcubo superdotado. Ella al principio creía que era uno de sus programas donde iba a gozar de las caricias de algún “boy” y en esto hacía dengues, visajes y carantoñas, propias de esa hembra de buenas caderas y mejores partes, definida como un auténtico animal televisivo, pero no era placer lo que le daba el diablo encargado de martirizarla sino un tormento peor que el potro y los garfios. Ella pedía a voces que la sacasen de allí.
El infierno estaba lleno de actrices, actores, papas, presidentes, y gente guapa. Si bien te fijas, sería el punto de encuentro de los triunfadores. Los perdedores - a fortiori - tendrían que ir al cielo derechos. Únicamente así podría hacer Dios justicia.
El matrimonio formado por Anisim y su mujer María vieron el tránsito al cielo del zar Nicolás, dos almas incardinadas en el registro de una lejana provincia en el corazón de la Rusia profunda. La estola de lino purísimo de los mártires ceñía sus pechos. Era el signo que se otorga a los que derraman la sangre por el Cordero. Aquella noche de julio fue también una noche de prodigios.
XXVIII
Se excusa hablar de que la extraña visión que les fue otorgada a los dos granjeros ruso fue obviada por los telediarios de aquel tiempo. No hubo registros de tal noticia, ni la hubiere habido aunque hubiese estado allí presente Walter Cronkite y la batahola de sus secuaces “hombres áncora y hombres pulpo de la actualidad”. El relato de la historia ha de tener sus propias impasses. La hueste periodística sale de sí misma. Esos bustos parlantes a quienes pagan miles de millones por un contrato suelen ser lacayos de sus vaivodas ocultas. Con la clonación macrobiótica, que ha sucedido, los rostros que hablan a una hora señalada para dar el parte se parecen unos a otros. Igual que un huevo de gallina. Hemos tocado techo. He aquí el invento conseguido: que la emulación se dispare, ha llegado la hora de la gran mimesis. Se copian no sólo los gestos, las corbatas, el ademán, el tonillo de voz y las muletillas. También se fabrican los hombres en serie. Las almas se han hecho clónicos. Es la diversidad de lo mismo. “Prime time “ para servir al mismo amo.
Nunca contarás, Buruaga, verbigracia, que el avión que acaba de caer en Melilla en el monte de las Tres Forcas el último fin de semana de septiembre de este aciago año de 1998 fue abatido por un misil alauita. Se han llevado la caja negra a Washington y no nos la devuelven. Ha relinchado el caballo. Está entrando el moro en España. Dinero judío sufraga los costes de la razzia. Treinta monedas. Nuevos campos de Haceldama. Los impostores arropan a los asesinos. Detrás de esa capa se esconde un puñal traidor. España, tus esbirros de siempre te rematarán por la espalda Vuestro amo norteamericano os hace gestos de silencio. La televisión es un invento diseñado para ceporros o para parados con resaca que hacen “zapping” en las noches de insomnio y se sienten abrumados por el torrente de vulgaridad y de evasión que nos circuye. ¿ Y para eso tanto dinero? ¿ Para qué sirven los burros parlantes? ¿ Para andarse mirándose al ombligo? O contar lo que pasa de a hecho? Nunca caerá tal breva.
Desperté de bruces en España, la patata caliente. Madrid me pareció una ciudad insulsa, deshabitada de sí misma y repleta de fantasmas y de fantasmagorías. No sabría cómo expresarlo, pero el término de aquella visión fue una especie de trauma. Les ocurre a todos aquellos amantes que, al cabo de los años, no reconocen a la mujer que ama. O bien porque ha dejado de ser dueña de sus pensamientos o porque se sienten defraudados ante la diferencia de lo soñado y lo conseguido.
El ángel me había puesto de bruces en el pretil de la gloria. Mussorgsky, aquel vagabundo que hacía sonar el violín, mientras su amada Ana interpretaba canciones al arpa. Me sentí atraído por el halo mágico de los clavicordios, de las voces solemnes y maravillosas, del batir de las alas de los serafines. Indudablemente el alma del hombre es algo musical, porque la música es la cifra y el compendio del ansias que sentimos todos de eternidad. Con ellos oí los coros ortodoxos que resuenan en el cielo eternamente. Ser arrebatado en espíritu no deja de ser una dádiva divina, pero ha sucedido con frecuencia a lo largo de mi existencia. Una providencia especial me toma por los cabellos y me transporta por los aires como a Habacuc. Ha sido - lo ratifico - la experiencia de este verano amargo. Mi amor por la verdad, el país real que es Rusia - América no resulta más que un conglomerado virtual, la patria sintética en la que recalan todos los merluzos - ha salido fortalecido de esta experiencia. Ver el rostro del ángel sin caer fulminado por el rayo de la muerte fue otro agasajo de la gracia, que quizás no mereciera yo, pero que acaso mitigue mis múltiples sufrimientos y me haga mirar esperanzado hacia lo alto. Del cielo viene lo grande y lo bueno y el poder contra Satanás y la hueste que hoy domina y controla los más encumbrados resortes.
Entre los que cantaban cerca del trono estaba Juan con un cálamo de oro. La caña volaba veloz sobre el pergamino, del cual brotaba la sangre.
- Juan, predilecto de Cristo, tú eres palabra viva.
- Aguantad y sufrir a los malos. Les queda poco tiempo.
El sagrado evangelista se dirigió hacia mí en hebreo y yo le entendí el coloquio. Había escuchado la voz y la palabra por excelencia. Me ungió y me honró sacerdote con su mirada, que me hizo fuerte en la vez.
- ¿ Qué significa esa sangre que brota de la piel misma del becerro?
El becerro era un toro adolescente, como un choto del color de la miel, y estaba vivo. La punta de su pluma hería, por decirlo así, el cuero sagrado, y brotaba sangre cual fuente que alumbra. Por la apertura de cada letra manaba una fuente de vida que la muerte rasgaba con violencia. Juan dijo:
- Sé fuerte y tendrás constancia y fortaleza.
Ambas virtudes adornan a los mártires. Adiviné rápidamente el sentido del mensaje que el santo evangelista quería transmitirme. Iba a derramar la sangre por el cordero, porque estaba escrito en los altos frisos del empíreo mi nombre en la lista. No me asustó la idea ni me dio pavor; antes bien, noté dentro de mí una alegría infinita, porque las elevadas puertas sólo se conquistan con violencia. Un pecador como yo, un borracho y un deprimido, únicamente por la puerta del martirio tendría acceso al codiciado galardón de la vida eterna.
- Jesús, hijo de María, ten piedad de mí.
El ángel me entregó al punto la palma de los triunfadores. De siempre he sentido una innata querencia hacia las palmeras. Todas las que planté, después de recoger las semillas de las grandes palmeras que flanquearan nuestra casa de Asturias y que fueron derribadas por el antojo de un vecino diabólico arraigaron en mi jardín. Oh Jesús, que hasta de esa forma, por medio de signos augurales, has hablado a este pobre pecador durante toda la vida. Me quejé de mi suerte. Resulta que maldecía de mi fortuna cuando he aquí que reservabas tú la palmera para mis sacrílegas manos, cuantas veces te tuve entre ellas indignamente y te manduqué sin miramientos o indigno, y he aquí que tú perdonas.
Pero mis conmociones y sorpresas no acabaron ahí. En aquella visita que giré a la ciudad de Dios fue testigo y partícipe del llamamiento al reino del músico vagabundo y su amada la prostituta. Porque el Hijo les habló a ambos desde el alto trono con un tono dulce y lisonjero y le dijo que gozarían para siempre de la música, en el lugar a ellos designada desde toda la eternidad. ¿ Veré yo también a mi Ania, la dulce Suzanne - la luz de su cuerpo en aquel despertar de Hull bañe para siempre mis ojos, Señor?. Ya la verás muy pronto, porque el amor no se extingue jamás.
En esto la cuadrilla de judíos mandó parar a un”fiacre” (coche de punto)que pasaba en aquel instante por la Mashinskaya ulitsa. Se metieron todos - con los vaticanos - en el fondo del pescante. Y - milagro - todos cogieron, pero discutían con el “ vienka”, el cual hablaba con ese lambdacismo tan característica de los fineses, en patente contraste con los sonidos roncos, guturales y algo silbantes de la lengua hebrea. Discutían de dineros. No faltaría más tratándose de judíos. Los rabinos regateaban el precio de la carrera.
- Tres rublos hasta la estación de Finlandia ¿Hace?
- El viaje no se lo haré por menos de diez. Con un suplemento de peso excedentario de ochenta y tres copecas.
- Andále. El otro día pagamos rublo y medio por el mismo trayecto.
- No discutamos por eso. Hoy es un gran día para los cristianos ortodoxos. Nuestro paciente zar Nicolás ha sido inscrito en el registro de los bienaventurados. Estoy por eso tan contento que hasta para vosotros, hermanos, lo haría de balde.
-Vale ya de sentimentalismos. Todos los que aquí van no creemos. Déjate de historias y llevamos a donde te hemos mandado.
El vania que estaba ya algo bebido a esas horas de la mañana por un momento pareció indeciso entre empuñar la tralla o dejar a sus clientes en tierra. Su ingratitud era execrable. Pero recordó que es deber de todo cristiano no responder a las injurias y en un acto de heroísmo hizo renuncia a la cólera. Ni que decir tiene que con aquella clase de gentuza sólo se podía lidiar a golpe de “ knut”. El palo y la violencia es el único idioma que entiendan los violentos y problemáticos judíos, pero lo dejó estar.
- Suban Sus Excelencias.
- Menos pamplinas. Como no conduzcas con cuidado, te vamos a denunciar.
- Arre. Vamos allá.
El cochero aguijó a la reata con tanta viveza que la “teleiga” (carromato) arrancó a una velocidad insólita. Uno de los caballos se desbocó y todo el carruaje fue a parar al Neva. No lo hubieran contado, de no estar los bulevares a aquella hora atestados de gente. La proximidad del parque de bomberos, que acudieron al socorro, remató su fortuna. Ninguno de los hebreos ni los de su corte sufrió merma de su vida ni de sus pertenencias. Tampoco pereció el cochero, buen nadador, pero maldecía de su suerte. La destrucción de su taxi significaba que perdería el empleo y se quedaría en la calle.
- ¿Y ahora qué va a ser de mi mujer y de mis hijos?
- Nada. Te está bien empleado por borracho. Mereces ser escupido.
-Mal día amaneció para mí, señores rabinos. Van usías vestidos de negro. Los cuervos no dan buena suerte.
- Jodete, goy (cerdo). Así revientes con tu marrana.
- No insulte, señor, a mi Asia. Que será gorda, pero es una mujer decente.
Sin embargo, el contumaz hebreo no paraba mientes ni hacía distingo. Cuando tienen la sartén por el mango, se crecen los abanderados de la ley del talión se crecen. Pueden llegar a ser déspotas y crueles:
- Nosotros haremos vestidos de brocado para que adornen los cuerpos de las putas en los prostíbulos con las sotanas, las capas pluviales y las casullas de vuestros popes. Las estolas de vuestros diáconos nos servirán de calzoncillos.
- Un poco fuerte, ¿ no? ¿ Qué pretendes? ¿ Besar mi látigo? - replicó el taxista siniestrado. Toda paciencia tiene un límite. La suya se estaba agotando. Todos estaban algo excitados, pero quienes más alzaban el gallo eran los rabinos. El pobre cochero cristiano, a quienes los muy sinvergüenzas no fueron dignos de abonar la congrua tarifa, el canon a pagar, porque aquí está resucitando el moro Almanzor y se habla ya sin tapujos de que os españoles tendremos que volver a pagar el tributo de las cien doncellas, se movía a la defensiva. ¿Quién ha vuelto a meter el moro en España? Ay de aquellos que han pecado contra el pasado! Su crimen nunca ser perdona. Es equiparable a los que blasfeman del Espíritu Santo. Las voces llamaron la atención de los mozalbetes errabundos que se llegaron al grupo de hebreos y los dispersaron a golpes. Ahora corrían que perdían el culo y no pararían hasta alcanzar Jerusalén.
Indirectamente, el Defensor y Baluarte de toda inocencia fue el que envió a los jóvenes camorristas en ayuda del pobre cochero siniestrado. Mientras tanto, sonaban en todo Petersburgo los coros religiosos de Mussorgsky. Los judíos huían despavoridos. No siendo suficientes todos los “ migs” y “ phantons” de Aeroflot vinieron las brujas y les prestaron las escobas para que llegasen cuanto antes a Jerusalén, donde aterrizaron en unos pocos minutos. En un pesebre ha nacido el Niño de los Mil Días. Acudid a adorarle, pueblos del planeta. Su llegada será el orto del imperio de la justicia. Ya piafan los alazanes. Lanzan fumarolas de fuego por los ollares. Las piernas robustas y recias de los jinetes negros abrazan ya los ijares de los briosos corceles. Sólo hará falta una orden de espuela y se pondrán en marcha los escuadrones de la milicia celeste. Caerán sobre el horizonte plateado como un torrente.
XXIX
En ansias de la verdad ardía mi ser entero, arrebatado en espíritu hacia la ciudad de mis sueños - miro a Petesburgo como miro a Jerusalén, y esta mirada no es más que el deseo de quebrantar las cadenas que me atan a la carne, y siento que el alma no es más que un vuelo - por el gran psicagogo (el que lleva las almas sacándolas del profundo lago), el heraldo del Señor en toda la tierra de Israel, no podía creer a mis pupilas, pero todo esto me sirvió de consuelo. Era bálsamo a mis aflicciones el invencible caballero andante, el adalid de los pobres, alférez de la hueste blanca. Su presencia me reaseguró en el convencimiento de que el verdadero israelita es aquél que en todo momento dirige sus suspiros hacia el cielo. Pertenece a la heredad del reino y su albacea será la tierra prometida: una luz que sale de adentro y no se circunscribe a ningún punto concreto, sino que es un gozar de la intimidad del Verbo. La torre excelsa del Prepósito de las Milicias Angélicas se alza señera en el monte Gárgano contra la impostura, el demonio de la apostasía y de la fornicación.
No lo duden los descendientes de Moisés. Adonay envió su mensajero cuando, Moisés, recién fallecido, los judíos prevaricaban disputándose los despojos del profeta para adorar las reliquias, haciendo de esta forma renuncio a su fe. De nuncio celeste hablaría el profeta Daniel, puesto que fue merced a las intercesiones arcangélicas que el pueblo elegido se libró del dominio babilonio. Habacuc fue arrebatado en espíritu por el edecán de la milicia eterna y traído de los cabellos hasta la espelunca donde vegetaba el profeta rodeado de leones hambrientos. Los enemigos de la profecía y los que se oponen a la venida del Reino que estos cuentos de la Biblia son historias de psicópatas. Luego Juan, al que yo había visto en el antedía revestido de la alba veste sobre los cielos de la capital de los zares, lo transforma en eje dominante de su Libro del Apocalipsis.
Nuestro Hermes celeste será el valladar donde se estrellen los golpes del enemigo. Él nos sacará de atascos. Conjurará cualquier contratiempo. Asilo de los pobres y valedor de los que padecen persecución por la verdad y por la justicia, los conducirá al paraíso al cabo de haber pesado sus actos, sus palabras, sus pensamientos. “Vidi turbam multam quam dinumerare nemo poterat “. He ahí el mensaje central de la criptografía cristiana: el anónimo y la cantidad, la libertad y el canto. Todos a la sombra de su espada flamígera adorarán a la Majestad. Su himno de alabanza no tendrá final.
El código de valores que representa el arcángel Miguel se opone al sueño sionista. No propone la dominación del mundo por la espada y el imperio de la fuerza bruta que avasalla sino que es la conquista del amor y del bien encarnados en la persona de Cristo que derogó la ley del Talión. Triunfará al fin la palabra. Miguel tijereteará y hará retales de la lengua de los impíos ( Martín Menoyo purgó condena por un signo y un gesto de aviso a los hijos de las tinieblas que se burlan del rayo radiante que traspasará los confines) y sus cuartos troceados y blasfemos serán colocados en una peña del desierto para afrecho de buitres y chacales. Ese es el destino que aguarda al áspid y a la sibila. Yo os mandaré arrancar la lengua. Divino Miguel, que siglo tras siglo deshaces las conjuras satánicas contra la Iglesia, debelador implacable de los poderes del mal. Ahonda tu lanza en las fauces del dragón.
Ven en esta hora , portaestandarte celestial, “ summus nuntius”, caballero andante de los que sueñan y de los que aman todavía, psicagogo, aplasta bajo la sandalia a la Víbora de Iberia, que confrica a todos los relapsos en su protervia, los que oprimen el corazón.
-No tenemos a otro dios que al vientre. Nuestra morada es el vicio. Hozamos la podredumbre, manchamos el agua y nuestro único líquido elemento es la suciedad - proclaman con jactancia-. Vamos a dar la vuelta a la cruz y verán cómo de ese mito escatológico no queda nada. Hay que pasarlo bien. Lo que importa es follar. Acabemos con esa pléyade de maniáticos sexuales y de impotentes que es el catolicismo. Pon punto y final a tales parlamentos.
Se acercó a nosotros un cuerpo radiante, como un crisólito. Traía en la mano la espada desenvainada y, en la otra, las pesas de la gran balanza del juicio final. Todo será medido y escudriñado. Nada será pasado por alto en el día de la ira, pero sobre todo las víboras de Iberia serán descabezadas. Allí es donde esta especie de ofidios posee unas características biológicas más interesantes. La lengua de estos reptiles es más larga y viperina que en otras regiones.
Bien. Se acabaron los parlamentos. El crótalo quedó a merced del destral. Estáis liberados. Una caravana de espectros sale de las cavernas. Abandona los recintos de las ciudades, que no son más que prisiones ahumadas. El hongo tósigo se disipó. Sus tiradas y aviesas amenazas han quedado en nada. Dáles caña, Santi, dáles caña. Con un buen rumbo se puede llegar a cualquier parte. Pero, con estos en el poder no hay refugio ni abrigo seguro. Han minado las playas. Qué cosas, mi comandante. Qué cosas. Basta ya de maripavas. La voz de esas arpías se apaga. Santiago estaba en los cielos de Brunete y de Clavijo, a lomos de su caballo blanco. Sus corcovas eran tal que el avión de combate que se apodera de los cielos abiertos, evoluciona sobre sí mismo, realiza rizos en vuelo, se deja caer sobre el ala, se yergue y se tumba, y, cuando parece que va a estrellarse sobre los tejados de la ciudad que contempla la batalla desde abajo, se empina de forma sorprendente. Arriba. Arriba. Davai. Davai. Fulano de tal y tal, con todo. En marcha. La Orden de la Caballería andante no sabe lo que es un paso atrás.
- Miguel, trae la báscula que el dedo de los pretextos y de las excusas no podrá amañar donde duelan prendas. Lucifer dejará de hacer chanchullos. No habrá componendas que valgan. El fiel de la romana será inexorable. Apuntará hacia arriba en busca de la vertical justiciera. A cada cual según sus actos. Se acabaron los trucos. Tu espada flamígera, la que traspasa los cuerpos sin derramar sangre, sembrará la tierra de clarividencias, con lo que la hueste infernal quedará al descubierto. Ha llegado la hora del bieldo. La sentencia será inapelable. El grano será separado de la paja. Pondrás en fuga a la hueste maligna. Serán sumergidos en el profundo lago todos aquellos que sembraron de cizaña los surcos.
- Son muchedumbre, mi capitán.
- No importa. ¡ Perderán!
De un salto se encaramó a la grupa de una impresionante yegua torda. Nos cruzamos la mirada. Aquellos ojos despedían el calor de un aerolito. No es Ceuta y Melilla lo que queremos. Que nos devuelvan Granada. La roca de Calpe se yergue soberbia y desdeñosa. He ahí un farallón de ignominia contra el orgullo herido de la patria. En tardes de caliginoso bochorno resuena por entre sus clavijeros y fisuras, horma y espanto de la oquedad del peñón, polvorín de muerte y de amenazas, la risa furibunda de Israel, que no reconoce sujeción ni reglas fijas y unas veces forma liga con la media luna y otras con Lutero. Su sombra se cierne siniestra sobre la piel de toro. Acaba de pasar el cuervo de San Antón. Los “bififtytús” sobrevuelan el territorio las panzas cargadas de muerte. Miguel, defiéndenos en la lucha. No tengáis miedo. En un bar del barrio de Maravillas convidé a vino a dos moros terribles. Me pidieron dinero y se lo di. Tú, Miguel, no sólo pesas las almas, sino que velas por ella. Me duelen los calcaños a causa de la podagra. Obeso, desganado, barzoneo por un Madrid que se ha vuelto agresivo y extraño en vísperas de lo que puede resultar una gran matanza. En el vértigo de su endiosamiento, Luzbel alzó el pendón de rebelión (las feministas copian las tácticas de la serpiente mamaria, porque su voz y sus maneras son algo muy viejo dentro de los contextos de la iniquidad) contra Dios. He ahí el desafío de la criatura contra su creador. Se miraron en el espejo de Narciso y el cristal les devolvió una imagen complaciente de sus gracias naturales. Fueron los precursores del hedonismo y ese culto a la juventud y al cuerpo en el que se basa la gran prensa de bulevar. Y tú te alzaste contra la perniciosa facción y de ahí recibes el nombre victorioso de Quiencomodiós que tendrá en los labios por los siglos de los siglos la Caballería Andante.
Sin caballeros andantes no se puede dar un paso. Esta vida sería un asco. Pero ellos están situados en la cultura del engaño. Aporrean nuestros meninges con sus proclamas. Hay que pasarlo bien. Dios no existe. Sólo existe la ley del más fuerte. Sin embargo “Quis sicut Deus”. Estamos hartos de repetir los ramplones argumentos. El “agitpro” forma parte de nuestras vidas. Nadie se atreve a ponérseles en medio del camino. Hay miedo, mucho miedo, y ya quedan pocos audaces dispuestos a recoger el guante. No comemos otra cosa que el veneno del áspid. Habremos de sucumbir víctimas del arsénico informativo y la nuez vómica. Jamás en la historia del hombre se dijeron tantas mentiras, tan constantes y tan gordas. Se llena su boca de blasfemia y no se arrepienten. Luzbel reina en las ondas.
El psicagogo seguía atento a las reflexiones que le formulaba. Yo le pedía que diera un puñetazo en la mesa para restaurar la palabra de verdad y le confié mis planes secretos de crear editoriales, emisoras de radio y estaciones de televisión donde se sirviera a la verdad y a la justicia en lugar de a los magnos intereses de la Banca Morgan.
-Siendo el heraldo de la verdad y el nuncio supremo de los mensajes del Padre a los hombres, el plenipotenciario invisible que observa cuanto acaece entre nosotros para despachar los partes facultativos a lo alto ¿ por qué estás callado ante la injusticia?
-En el Reino del que vengo no hacemos alardes. Nadie necesita justificaciones leguleyas, porque todo es vivo y transparente, varón de poca fe- prorrumpió casi con un estallido de cólera.
-Perdóname, Señor. Perdón.
-No eres malo, pero estás todo el día lamentándote.
-Me ocurre como a muchos españoles. Vivimos en la cultura de la queja. Lo reconozco. Este ha sido un río revuelto, donde no conviene mostrar excesivos desafectos al tetrarca. La mejor táctica viene dada por esconder la cabeza bajo el ala y a cobrar.
-Go and do something, then. Stop moaning- habló en inglés moviendo a sendos lados su cabeza.
A cada inclinación de su testa, como la aguja magnética del radar, oscilaban desplazandose por los cuadrantes del cielo rebaños de estrellas.
Los coros celestiales se escuchaban en la distancia. Mussorgsky atacaba todavía con mayor inspiración la romanza del “ Zar Boris”. Ambas armonías, la que resonaba en el empíreo y la que se esparcía magnífica al lado de los canales del Neva, se refundían de forma magnífica y solemne. De esa forma los cielos se juntaban con la tierra y lo invisible y lo invisible se refundía en un estrecho abrazo. Diríase que aquella música nacía del rodar de las esferas. Las notas del decacordio del querubín y del serafín iban mostrando el camino del éxtasis. El arcángel, al pronunciar aquella frase en la lengua en la cual yo amén, me pareció más hermoso y acaso más implacable que nunca.
-No tengas en cuenta mi vileza, Signífero.
San Miguel me sonrió. El caballo blanco que cabalgaba, piafaba nervioso, como anheloso de campos y de verstas, ávido de leguas y leguas.
-Vamos, sube. Te llevaré a la grupa.
- Muy alto honor me haces, capitán, del que no me siento digno - contesté.
-He dicho que montes. Vamos. Pega un brinco.
-Peso bastantes kilos, Majestad. No estoy ágil.
- Yo te ayudaré.
Pasó por mi memoria el recuerdo de aquellos veranos. El polvo de la trilla. Los senderos de arena roja camino de la huebra que llamaban la Pedriza, donde estaban los majuelos. Escuché al abuelo cantar. Iba cabalgando en el macho rodeno. Se protegía del sol con un pañuelo de hierbas, que protegía el pescuezo a manera de orejeras. Entonaba el presagio jocoso. La vida era maravillosa. Ven sube. Arrea. ¡Que el Agustín te dé el pie. De la huerta del boticario venía un perfume de manzanas y de grosellas. El sudor animal del cuerpo de mi abuelo y de la caballería destilaba un olor acre, pero nada desagradable al olfato. Todo olía entonces: La soga, las gavillas de espiga, el pan en el arca. Era la primera vez que montaba en un mulo. No se me ha olvidado aquella tarde de siega. El abuelo ya no trabajaba, aunque su asesoramiento de labrador curtido se derramaba con sabiduría entre los agosteros y la cuadrilla de gallegos, aunque a estos no había que andarles con muchas recomendaciones. Sabían bien el oficio y eran bastante taciturnos. Había uno de entre ellos por nombre Lois, quién para hacer valedero el adagio de que la excepción confirma la regla, hablaba por los codos. Le habían puesto el mote de “Parlapuñados”. Tenéis que manejar la hoz a derechas. El prefacio jocoso sonaba bien en la era. España dejó de cantar cuando llegaron los televisores. Parlapuñados siempre iba adelante en la hilada. Hablaba y trabajaba más que nadie al propio tiempo. Yo tuve un abuelo que se llamaba Miguel al que quise mucho. Fue un poco como mi segundo padre. Murió de cáncer de próstata. Él me contó la historia de la parición del Divino Arcángel en el monte Gárgano.
Y apareció envuelto en una nube. Era el excelso Miguel. El supremo caballero andante. Habrás de rezarle cuando alguien te moleste o avasalle y te sacará de cualquier peligro. Al encaramarme al mulo, me trompiqué y caí de bruces por el otro costado.
-Abuelito. Abuelito, ayúdame.
Fue el primo Agustín, que era un vaina y que quiso que me estrenara haciéndome blanco de una de sus gracias. El mulo, aunque manso, se espantó y por poco me cocea. San Miguel estuvo al arrimo. Agustín se cascaba unas risas tremendas al verme en el suelo.
-¿ Qué pasa? ¿ Qué pasa? Pero, hombre, yo de tu tiempo montaba de un periquete. Parece mentira. Eres algo torpe.
-Eu carallu. O neno- oí que decía Parlapuñados en su jerigonza de orillas del Sil.
Todos los de la cuadrilla que meneaban el bálago arqueados sobre el surco detuvieron el trabajo unos momentos. Los rostros de aquellos operarios morenos y renegridos por el sol bajo el sombrero de paja quien los contemplara en la calorina del véspero de primeros de julio suscribiría que eran ciertos los versos de Rosalía. Los quince segadores forasteros al unísono empezaron a reírse de mí. Y lo malo no era - así yo lo creía por entonces- que no se reían en romance. Sus carcajadas tenían la cadencia y la tonalidad melosa del astur-galaico. Por aquellos pagos, la risa y la gente eran un punto más feroz. Aquella mofa la tengo clavado entre los tuétanos. Vida dura e implacable la de aquellos años tremendos. Corrí a refugiarme en el rodal de zarzales que separaba las eras del ejido, mientras mi primo, que tenía algo de envidia, no paraba de decir:
-Sopazas. Sopazas, mira que caerte del mulo.¡Oy!.
¿Sería verdad que yo era torpe ? No vales para nada, hijo. No sé lo que va a ser de ti en la vida. El divino Miguel vino en mi auxilio. Siempre has estado al quite. Pero, mira lo que escupen por el colmillo los filósofos debeladores de nueva floración, los gran mistagogos del laberinto español, donde unos tocan la flauta, otros bailan el rigodón y los más escuchan con ojos ovejunos, porque la mayoría silenciosa vive en espera de que pase todo y que volvamos a poder ir tirandillo: los que rezan están tocados del bicho de la paranoia. La plegaria es un inquietante remanente del pasado. El cristianismo es una religión de locos. Todos los años aparecen por Jerusalén tres o cuatro centenares de tipos que se creen Jesucristo. Conclusión: habrá que encerrarlos. El gran enemigo de la religión ahora resulta que va a ser el psicoanálisis. El cristianismo es para ellos una idiocia sobrante. Las monsergas sobre la caridad están de más.
-Eres superferolítico en tu actitud vital. Cada mañana te das unas cuantas carreras terrestres por Retiro Park. Controlas tu cuerpo. Lees literatura “ knowhow” y “ sacherbucher” para hacerte dueño de tu propio destino. No eres un paranoico, sino un triunfador.
-Todos los que rezáis el rosario y os encomendáis a santos de existencia dudosa, sois unos perdedores, dementes. Vuestro problema es la locura: un desfase entre el yo real y el yo anhelado.
-¿ Me quieres decir que la religión cristiana es una resultante de esquizofrenia y de paranoia a gran escala?
- Sí.
Pues, asunto concluido. Hemos terminado.
Lo dicen y se quedan tan panchos. Cristo era un paranoico irrecuperable. Sus teorías han sucumbido bajo el martillo implacable. terribles en esa tesitura no son los horribles postulados de la masonería al uso sino que el legado del Averno cuyas posaderas han manchado la sede apostólica no lanza excomunión alguna contra los zelotes criados a los pechos de la Revolución Francesa y de la idea del triunfo final de la sinagoga sino que les bendice hisopo en ristre. Esa es la tragedia de muchos católicos que asistimos con perplejidad a este cúmulo de imposturas que llueven sobre nuestras cabezas en el verano profundo de 1998, a las puertas del tercer milenio. De la impostura del gran jerarca proviene tanta desazón. La fe se descompone. Los templos son guarida de murciélagos. En sus ventanas anida la paloma torcaz. Cristo era un paranoico irrecuperable. Dijo llamarse el Hijo de Dios. El argumento de incriminación saturó la causa del tribunal canguro que alzaron los judíos ante el pretorio. Ha blasfemado. Se cree un enviado. Un hijo de Dios. Es un paranoico. Fuera. Al manicomio. Colocarle la túnica de loco. Así echaron al rey de la Gloria a las Tinieblas Exteriores. Cada año llegan a Jerusalén peregrinos extraños. Los sucesores del Sanedrín los internan en instituciones psiquiátricas. El veredicto es inapelable: “ Se cree la reencarnación de Jesucristo. Es un paranoico peligroso”. La torre del presidio vuelve a alzarse ominosa a sus espaldas y la consigna, al tiempo que llueven sobre las testas desenliadas de los discípulos de Emaús los escupitajos y escarnios del presidio, hay que acabar con Él. Nada quede de su memoria. Borremos sus memoria. Apartadlos al “ gulag “ o - más refinados y sibilinos- hacen reclinar sus cuerpos troceados por el estigma de la insania en un confidente. Freud es su gran confidente, porque se erigió en padre putativo de Hitler. Nos gusta mentir por toda la barba y la añagaza se encuentra tan sutilmente planteada que os va a resultar difícil atar cabos. Hemos soltado por toda la tierra, igual que perdices chorreadas, grandes bandadas de alibis.
¿Cristo, un orate?¡ Qué duro resulta vivir en el seno de tanta impiedad! A los que le amamos nuestro único horizonte será la cárcel, el manicomio, el hospital. A pesar de todo, será imposible que renunciemos a ti, abogado de los locos arrebatados. Ciertamente, el Evangelio es una locura. Tú respaldas al humilde y nos rescatarás de la mano inicua de los perseguidores. Este es el pensamiento - la idea del pobre exaltado a la dignidad de la Gran Cena y del humilde ensalzado, en una implacable invasión de valores del mundo contra los valores de Dios - sustenta todo el Nuevo y el antiguo Testamento. Freud no era más que un farsante, un reprimido de coña, que da la vuelta al legado del Cenáculo .
Nadie podrá redargüir la Palabra sin caer en perjurio. Aunque - a la vista está - menudean los osados. Arriba, envuelto en una nube de paciencia y de misericordia inagotable, el Padre calla. Mira con ceño a la impiedad pero se muestra tardo a la cólera. Quizá esta parsimonia de monje que muestra Dios en las alturas frente a los inicuos, blasfemos y perjuros, y todos los que , pagados de sí mismos, siguen los dictados de la concupiscencia de la carne regoldando en deleites, se revuelcan en su propia horrura y bascosidad. Son cosa sucia donde la superfluidad pulula, como debajo del nicho del Elidio, cuya sepultura yace por encima de la de mi padre, allá en el cementerio de San Miguel, el que está en el somo, habilitado justo en aquel templo prerrománico.
El día de sus exequias, aquella ventosa tarde del primero de junio, se desató la venganza sobre nuestros pobres huesos.
Entoné un responso y cuando iba por la segunda estrofa del “ Liberame”, se acerca el Donato, el que está casado con Honorina, la hermana de mi madre, y me llamó la atención, por indicaciones del propio párroco.
- Aquí no se canta. Esto es sagrado.
- ¿Quién lo ha dicho?
- El cura y el señor alcalde.
Interrumpí la súplica y en mi vida me sentí más desairado.
- Bien que responseas. Como se nota que fuiste sacerdote. No se te olvida lo del cantamisa - apostrofó cachazudo el Agustín.
Se me revolvió la bilis en el estómago y estuve por contestarle con morros porque me acordaba, cuando de chicos ibamos a por la botija de agua y él me insultaba y de qué forma. Se metían conmigo. Me hacían llorar.
- Esta es el antiguo templo de San Miguel donde están enterrados nuestros muertos. Los ojos de esa torre os miran desde una altura de trece siglos. Es como si nos mirase una estrella perdida en las galaxias a mil trescientos años luz. Y tú me vienes con esas. ¿Sabes qué te digo que yo canto lo que me sale de las narices? Así de claro.
El año del noventa y dos fue un tiempo de venganza. Los judíos regresaron a España a pedir cuentas. El templo miguelino estaba en alto. Yo elegiría un verbo latino para describir aquella majestad de la piedra de sillería remírense: “ supersedebat”. Los cuencas vacías de aquel campanario, uno de los más antiguos de España, son una talaya de la eternidad. La noche de Animas, aún desprovistas de campanas ( éstas fueron desmelenadas para hacer cureñas de cañón y balas durante la guerra de la Independencia) algunos las escucharon tañer a clamor.
Pero si terrible fue el noventa y dos, cuando la patria se pobló de acreedores de la patria que no hacían sino entonar la monserga reivindicativa de “ os acordáis de cuando entonces” y ahora “ vais a saber lo que es bueno “, mucho peor a efectos de la disolución de este proyecto de futuro que se llamaba España está resultando el fatídico guarismo del noventa y ocho. Ruede la bola.
El Donato, el que estaba casado con mi tía Honorina, se puso como una fiera al escucharme cantar en latín. No sé lo que les pasa a la gente de mi tierra. Inoculado el veneno de la sierpe ibérica en los corazones han rebrotado los viejos odios. Es un furor africano, fratricida. Una lucha en la cual no hay cuartel. “ Quitáte tú para ponerme yo “. Se nos viene abajo la pella y esto no hay quien lo pare. La democracia ha parido monstruos que nos devorarán. El polvo de los caminos era blanco. Los álamos de la pobeda oscilaban su fronda con tristeza y los ailantos del borde de los majuelos no querían dar sombra, pero el escaramujo y las roderas de zarzales seguían expeliendo un odor acre e intenso. Cástulo, uno de los hijos del Elidio, que es fraile de San Juan de Dios, volvió a recriminarme en son de venganza por haber cantado en latín. Era un curita nuevo de esos que ha sacado la horma del concilio, de los que hablan de solidaridad, compartir, pero que andan tan pagados de sí mismos, pues en su corazón cuajó la soberbia. Haced lo que os pete. Por mí que se vendimie.
El día que dimos tierra a mi difunto padre, el alacrán de viejas contiendas y de pecados que yo no había cometido me picó en los tuétanos. Aquel pueblo mío que yo amaba dejó de ser mi pueblo y la patria había desaparecido para siempre entre las mezquindades y las reivindicaciones ruines. Todos habían mudado la camisa y se habían hecho socialistas. Seguían la pauta del hermano de San Juan de Dios, el hijo del Elidio que paz haya, enterrado entre la horrura hedionda, “ subter me scateat”. ¿Resucitará algún día con Lázaro? Lo hemos perdido todo, Señor, por seguirte. Hemos procurado la santificación de tu nombre y aquí nos tienes: lamiéndonos nuestras llagas.
El mundo ha descaminado -lo dice el apóstol - por la senda de Balaam, hijo de Bosor, el cual codició el premio de la maldad. Su asno fue quien le echó en cara la sordidez de su mal designio. Fue la propia burra del profeta la que puso de manifiesto la necedad del profeta. En tales cosas estamos. Discursean mucho sobre la justicia y se hacen pasar por heraldos de la libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción. He aquí que el perro vuelve a engullir sus propios vómitos y la marrana recién lavada quiere revolcarse en el fango. Son palabras bíblicas.
Al fraile de san Juan de Dios, que era algo comunista, haciéndose pasar por hombre de la grey de Israel, estuve a punto de mandarle con cajas destempladas la tarde que dimos tierra a mi difunto padre, pero escuché una voz que hablaba para mi coleto:
- Déjalo estar.
Era la voz del excelso y caritativo guía de los ejércitos celestiales.
Bajamos por la senda del calvario, donde se erguían las cruces de piedra, cubiertas de cardenillo y en la bodega del Corentino mojamos el duelo.
- De hoy en un año.
- Que en el cielo lo veamos.
- ¡Y que allí nos aguarde bastantes años!
- El muerto al hoyo y el que queda para contarlo que pague una ronda de chatos.
- ¡Asco de vida!
- Pero aquí nadie quiere morirse.
Nunca he trasegado el fruto de la vid y de las manos del hombre con tanto empeño. Algo de mí se quedaba para siempre debajo del cadáver del Elidio, un rojo mira tú por donde, y mi difunto padre de los nacionales. Las familias se van a tomar viento a la farola, se deshacen las casas. Ya no queda cariño entre los hermanos. Campea la envidia, la emulación y el recelo por todas partes.
Excomulgué para mi capote al hijo del Elidio, por la faena que me hizo estando mi difunto progenitor de cuerpo presente. Pero son los predicados fatídicos de la nueva iglesia. El polaco ha entregado la Iglesia de Jesús a los judíos. Yo me moriré con ese reconcomio. Nadie me hará caer del burro. Por cuya causa sufrimos persecución de los malvados los que amamos la justicia. Algo vale que me consolé con la lectura de la Epístola de Pedro a los Partos. Y en el ventorro de Magullo, a la que veníamos, invité a merendar a toda la familia huevos fritos y torreznos. El mesonero, como estaba en plena temporada taurina, tenía prisas por acercarse a Madrid a ver la corrida de la feria de San Isidro. Uno de junio. Hay que ver. No somos nadie. Unos a la huesa y otros a los toros. La sombra negra de la desesperación pasó por delante de mi ánima. Mi madre con rabia y casi con furor tiraba - y en su rostro nunca llegué a ver tanto furor - la gorra de plato de mi difunto padre, el capote y las estrellas. No era rabia, sino una especie de rebelión casi blasfema, queme daba miedo. Asco y miedo era la sensación que me embargaron en la torre de San Miguel.
- Que no es san Miguel. Que esta ermita se llamaba san Gregorio - el fraile de San Juan de Dios no perdía ocasión de humillarme.
- Pues lo que tú digas, chiquita. Para mí este templo es el templo de Miguel y yo me encuentro circunscrito a su presencia. ¡Él nos valga en esta hora terrible!
Y yo vi que el alma de mi pobre padre había dado la marca ideal que pasaporta al paraíso. Sobrepujaron sus virtudes a sus faltas. Bajo las alas del arcángel entró en la morada eterna. Tuvo una prerrogativa el viejo teniente de Caballería. En la hora de su muerte le envidiaban y seguían sin perdonarle los rojos. Dios, sí. Nada de particular tuvo aquella movida. La gente de mi pueblo ha sido socarrona, falsa, hipócrita. Mala gente.
Eché una ojeada a mi pueblo antes de partir para no volver más. En lo alto del somo se erguía nuestro antiguo “ mixailón”, remedo y acaso temporario del que se construyó en Constantinopla. Miguel y la virgen María serán el baluarte de la Iglesia en estos momentos de inquietud. Padre mío, a la sombra de la torre del inexpugnable miguelete, aguarda la resurrección. Al celestial jeliz no se le escapaba una.
XXX
Singular cosa era en este paso honroso que yo hubiera sido testigo, de golpe, de tantas visiones, pero el espíritu, que me arrebatara, tuvo a bien llevarme y traerme por el mundo, de tal manera que pudiese recabar yo, no con mis propias fuerzas, sino merced del impulso del brazo omnipotente del que me portaba, los que se conoce en Mística como “ la triple aureola” o victoria sobre las potestades infernales enemigas del alma ( mundo, demonio y carne). Me proyectaba por los caminos de la luz infinita que surcaba quebrantando las reglas físicas, trascendiendo cualquier convencionalismo de espacio y tiempo. Para mí aquella mañana no se había inventado el reloj ni el cuentakilómetros; los capítulos de los libros de historia los tramontaba sin romper ni manchar a la velocidad del rayo, sin regolfos ni pasos en falso. Se me había concedido por la virtud del legado que me amparaba deambular por lo visible y lo invisible. Contra lo habitual, no estaba borracho. La fuente de la inspiración fluía impertérrita. Desde las cornisas del porvenir daba un salto atrás hacia las cumbres de mi niñez. Estaba siendo testigo de cargo de grandes cosas, algunas de las cuales revelaré aquí. De otras haré reserva. El amparo y guía del supremo jeliz que pesa la seda fue la experiencia más dichosa que he podido experimentar a lo largo de mis días. Aferraba entre sus dedos la devanadera de los siglos pasados y los futuros. ¡ Yo, pobre de mí, me sentía gusano!
- Divino Miguel, nada se te escapa.
- Eso tenlo por seguro
- Tú me has librado de ir a presidio. Espantaste a los que me quisieron dar caza. Desviabas la saeta que iba justo en dirección de mi pecho.
- ¿ Acaso no estoy aquí para prestar ayuda al inocente? Siempre. Es parte de mi trabajo.
- ¡ Ah, aquella santa mujer! ¡Aquel serafín!. No me la merecía.
El ángel guardó silencio, pero de buena gana le hubiese pedido que me llevase a esta ella ¿ Por donde andará? ¿ Será feliz?
Toda mi existencia pivotaba alrededor de aquellas ruinas de la iglesia alto medieval en la colina porque habría de reposar mi cuerpo, que eso lo tengo casi por seguro, aunque mi alma acampaba muy lejos, al otro lado del mar. He ido buscando la estrella del norte. Eran las ruinas arcangélicas mi punto de partida. Algo vivificante. En la cumbre del antiguo castro celtíbero, donde acampó una legión romana y después hubo un monasterio, moraban mis lémures, manes y penates. Los lienzos de pared, la sencilla verticalidad de la argamasa y los contrafuertes hacían pensar en el San Miguel de Lillo de mi Oviedo del alma. La llama de la fe nunca se apaga. Por un proceso de metempsicosis el Destino me había hecho nacer allí en aquel pueblo, lleno de bodegas y de tinajas, mezcla de razas. Alfonso VII el Emperador repobló el páramo con moros manumitidos después de la toma de Jaén. Se fundieron las estirpes, pero nosotros no pertenecíamos a los gavilleros. No éramos del cupo de advenedizos, sino a los que profesaban el culto a Miguel y cantaban la misa según el rito griego. A la legua se nota que esta es tierra de vientos y de intemperies. Por el norte, los cistercienses y por el sur la “razzia” islámica dieron a estos tesos un equilibrio para la convivencia difícil. Cuando cruzo Pajares, empero, me siento como en mi casa. ¿ Qué secreta coincidencia, qué fatalidad determina que las piedras de una iglesia semi derrumbada nos hagan pensar en una vida anterior que tuvimos en otra época? Los iconostasios y la pila bautismal del arte asturiano son mi punto de referencia.
- Esta iglesia es visigótica - dije en una conferencia que di en mi pueblo (me mandaron decir el pregón de las fiestas).
Al mi pueblo lo dicen Harijas. No sé por qué. No me hicieron caso. Murmuraban por detrás. “ Ya está el nieto de Sardón con sus monsergas... Cantó misa y colgó los hábitos. Conoció a una francesa cuando fue a París y se salió. Era muy listo pero salió corredor. A los renegados les persigue la siniestra sombra de Judas. O se ahorcan. O se dan a la bebida. Más vale que no hablase tanto. Y mira que lo hace divinamente. Una cosa es predicar y otra...”
Les alegraba que fuese un mendigo fracasado. La gente de Harijas, por su talente envidioso, no es de muy buena condición. Siempre andan a la lumbre que más calienta y al sogato de la solana.
- Puede ser, pero no es un templo miguelino. Estaba dedicada a San Gregorio - dijo el fraile de Juan Ciudad.
- A San Miguel - afirmé tajante.
Me tacharon de majadero. Llevaba, sin embargo, razón.
Un par de arpilleras que quedaban en la torre testimoniaban el carácter estratégico de la fortificación. Siempre me ha gustado pararme largas horas y contemplar el campanario desde lo hondo del soto por ver si acertaba a devolver a la vida a los que pasaron por el lugar y poder así revivir las escenas que se desarrollaron en los contornos.
Al lugar lo llaman “ Torreón de Mayores”. Es a todas las claras una iglesia visigótica, como yo descubrí, aunque los de mi pueblo no hicieron caso. De traza cuadrada y curvilínea por dentro.
- Sí, de acuerdo. Esas ruinas tienen mucho valor, pero en dinero contante y sonante ¿ qué nos van a dar? Aquí lo que se necesita es candela.
- Eres una analfabeto.
- Yo lo que me han dicho. Que vale mucho. Pero no nos han dado ni una perra.
Por aquí la gente, amén de desconfiada y de rastrera, es bastante bruta. Poco queda de aquella raza de gigantes. Hemos degenerado biológicamente.
Trepaba por la cuesta, anegado en mis pensamientos. La furia se volvía bilis en mi cerebro. No había nada que hacer. Se mueren las piedras. Se derrumban los arcos. Los pueblos ruedan por la pendiente viniéndose abajo. Esta gente ya dio de sí todo lo que tenía que dar. Sólo no queda un poco de harto mala leche. No hacía más que pensar en tales melancolías. Se me iba el santo al cielo y nunca coronaba la cima. Había reunión de demonios en la cúspide y parlamento de gitanos, que se han atrincherado en las escuelas y a ver quien es majo que los echa. Como han canonizado a García Lorca, los calés han dejado de robar gallinas. Se hicieron los amos.
- Ahora mandamos nosotros. ¿ Os acordáis de cuando entonces?
- ¡Qué hacer!.
- Pues os las vamos a dar todas por un carrillo.
- ¡Ah! ¿Sí?
- Ea.
- Se han cambiado las tornas.
Némesis se llama tal figura. La venganza la llaman el “placer de los dioses”. Hasta las fiestas patronales habían cambiado de santo tutelar. Ya no era a San Gregorio al que honramos sino a la propia Adstrea. Que la casta e implacable Ramnucia nos proteja. Han tomado el barrio de abajo. Ay, amigo, se hicieron fuertes. Medio pueblo ha emigrado. Las casas están vacías. Crecen las malas hierbas en los umbrales de las moradas. El pueblo se muere. Sin embargo, por los veranos esto se llena de gente que viene de Getafe y de Móstoles. Regresan a la querencia del impresionante cementerio del somo. Hay un retorno paulatino tras la desbandada general de los sesenta. Ley de vida.
La diosa nueva con mucha mano izquierda, en cuyo corazón convergen nuestras plegarias y nuestras miradas se ha vuelto razón suprema en esta España endemoniada del noventa y ocho. Némesis es la novia de cronos y terminará devorando a sus hijos. Ahí lo tenéis zampándose el fruto de sus pardos costillares en los esperpentos de Goya. Las gentes no parecen sino vivir ya más que o, para la revancha, o para el estúpido jolgorio de los veteranos de la tercera edad que tratan por todos los medios de resarcirte por lo que no tuvieron. A la vejez viruelas. Malas deben de andar las cosas cuando esos carcamales, en lugar de estar a lo que están y hacerse cargo de que ya no son muchacho, quieren echarse novia.
- Me siento, Señor, extraño entre los míos. Desprecian el idioma. Agachan las orejas. No se defienden. Ha cambiado el centro gravitatorio del poder. No tienen un pelo de tontos. Lo intuyen. Las normas de la moralidad arcaica han prescrito. Pero éste ha dejado ya de ser mi país.
- Es provisional. Pronto volverá a dar vuelta la tortilla y otra vez a empezar.
Caminaba jadeante cuesta arriba. Me parece que nunca acabaré la ascensión al monte sagrado. Me causaba cierta zozobra y como aprehensión ver las inscripciones de las lápidas y las cruces en forma de rosa de los vientos formando círculos geométricos y escaleras me hacían pensar que me encontraba en lo más hondo del laberinto. Aquellas piedras, aquellas cruces, escondían para mí su sentido iniciático. Lo críptico tiene entronques con una divinidad telúrica. La muerte es la condición inexorable de las cosas, pero la rosa de los vientos quedó impresa en la piedra y en la cerámica “ silligata”. Sus aspas deshojan la flor de la fortuna. En lo que me afecta, este viaje por los caminos que no conocen la erosión ni la acción violenta del viento. El lugar estaba - así, al menos, me lo pareció a mí siempre - en perfecta comunión con el universo. Repleto de la luz lejana y misteriosa de las estrellas que comunican sus influjos subrepticios generación tras generación a los antepasados y a los hombres venideros. Al traer a colación estas razones o sinrazones, siento, la verdad, un poco de vértigo.
Lo llamaban el Castro de los Difuntos, pero también podía ser el monte de la vida, un remedo por aquellos tesos de la cima del Gárgano, donde tú, Miguel hiciste acto de aparición para dar paz y consuelo a las víctimas de la culpa de Adán. Su diseño era como el de un túmulo, porque presentaba un aspecto de dolmen nodal. Un sitio de intersección por el cual transitaban a sus anchas todas las coordenadas de mi existencia. Sobre el vértice lleno de una energía misteriosa cada vez que peregrino a este lugar vuelvo nuevo. Todo mi ser parece sometido a las corrientes de un río atávico. Volvía nuevo. Aquella torre deshabitada - los grajos y las palomas torcaces anidaban en los clavijeros, mientras era curioso ver cómo planeaban sobre la veleta enmohecida los días claros familias de buitres leonados - representaba para mí el mito del eterno retorno. Vuelvo al polvo donde salí. Allí están los huesos que me engendraron.
XXXI
Si Winifredo Sardón hubiese sentido en la niñez los arrullos del calor materno, a lo mejor no hubiese sido un perdedor. Pero la razón de su inseguridad y de sus torturas tenían que ver con aquella infancia plagada de desdichas y abandonos. Hay seres humanos a los que se escucha gemir en el vientre de la madre. Serán profetas, adivinos, videntes. Los hay a los que se persigue, vapulea y menoscaba dentro del útero. Andando el tiempo se convertirán en resentidos, tarados. Algunos llegarán a ser asesinos. Muchas veces a lo largo de su vida, había tenido la sensación de haber venido a través de un orificio poco adecuado a esta perra vida. Ethelburga, quizás representase las virtudes de la raza: hacendosa, limpia, casta, y muy lista, pero dominante, tirana para con su marido, católica de devociones externas, muy pagada del trato con los curas, pero una mujer sin entrañas. La perfecta loba capitolina que no sabe lo que es querer.
A lo largo de su existencia había llegado a ese convencimiento: la razón de sus fracasos y taras fue el haber sido aborrecido en el nido. No lo podía razonar. Era una intuición atroz, la más palmaria verdad de su existencia, un trauma con el cual no se puede hacer literatura, porque era de una naturaleza tan desbordante y tan aplastante que remover semejante herida le causaba un dolor tremendo. ¿ Puede una madre odiar a su hijo? Por mal que les pese a los pazguatos, en España esta monstruosa anomalía suele darse con frecuencia. Duele decirlo, pero es así.
Tenía el presentimiento de que los hados no le preparaban nada agradable. Lo había adivinado desde niño y, cuando uno nace perdedor - ya se sabe - parece que lo barrunta. Al subir por la ladera del campo santo, flanqueada por las cruces de piedras, corría delante de él la estantigua de sus remordimientos y fracasos.
- Todo lo que tocas se vuelve hiel. You bring the bad luck.
- He destrozado demasiadas vidas a mi alrededor, pero no es culpa mía sino del gusano que llevo dentro. Soy una manzana con bicho. Ese bicho no me deja vivir ni sosegar. Me obliga a comer o a fumar constantemente o a tener algo entre los dedos. Quizá se deba todo a mi inseguridad, pero yo te pido perdón. ¡ Ah, Armentia, dulce himno de mi vida atormentada!, ahora ¿ por dónde andarás?
El silencio dominaba la ladera. La procesión de los fantasmas de su pasado avanzaba penosamente cuesta arriba, como si temiera coronar la cima del somo, coronado por el campanario de la tierra que miraba para el vacío con los ojos huecos. Podía ser un monje petrificado o un obispo que se sentaba en su gremial elevado sobre los sepulcros, al amor de la roca viva que celaba los despojos de gente conocida, a la que se había acercado y contemplado - algunos le habían gastado bromas pesado o medido los lomos con la tralla, cuando trillando se dormía y la yunta se salía de la parva o el ganado comía el pienso, algo que le sacaba al abuelo de las casillas, y mira que el abuelo Toribio era un hombre sereno y terne para perder la compostura - o exactamente besado el día de la primera comunión, y ya sólo servían para abonar los cardos y las malvas. En esta vida no está dicha la última palabra. Tiene que haber un más allá. De lo contrario, el Manantial de la Luz cometería una injusticia.
Los paredones conservaban una pátina leonada, pero el aire era tan puro que hasta la cal del enfoscado de la piedra, tarea realizada hacía diez siglos, conservaba el trazado de cal blanca sobre las cuadrículas de la sillería. Aquella torre, fuerza telúrica de su naturaleza, seguía ejerciendo sobre su imaginación influjos extraños. Sus angulares le habían marcado de por vida. El aire era tan puro que había contribuido a conservar con sus auras la virginidad de aquella arquitectura, donde aguzando un poco el oído, podía escucharse el canto mozárabe de los monjes caballeros que habitaron el teso hacía muchísimos años. Los peldaños de la escalera de caracol por donde se trepaba a tocar las campanas presentaban una huella alabeada por el centro. Las zancas en el estribo era indicio solemne del paso de las generaciones. La curvatura aquella de la piedra gastada y bruñida podría, si se abriesen de repente las fauces del rapsoda invisible, repetir historias infinitas de cristianos que por allí subieron y bajaron. Calculados los pasos y sumados los ascensos y descensos de tanto sacristán premioso y de casiller fugitivo seríamos capaces de izar, haciendo trabajar a la imaginación, una escala que llegase hasta el cielo. Aquella era la algorfa del espíritu, un granero de recuerdos bajo el sol de Harija. Y un dato a destacar: la estatura de los españoles ha ido aumentando con el tiempo. En la edad media los hombres eran canijos. El vano que abre el tiro de la escalera es tan enjuto de proporciones que hoy uno de talla normal ha de entrar de lado y agachando bastante la testa. El dintel lo pulieron los muchos coscorrones de azacanadas carreras. Habían voleado frecuentes las campanas tocando vísperas y a la hora del ángelus pero el bronce sabía la historia de Harija al dedillo con sus alegrías y sufrimientos. Tocaron a guerra. A clamor. A fuego. Proclamaron victorias.
El cristianismo, con todo -pensaba Sardón-, hubiera atemperado el genio belicoso de los de Harija, pero no fue capaz de redimirlos. No entendía, por ejemplo, la ferocidad de sus paisanos. Eran almas frías como el hielo. O bien, reaccionaban a la contraria y se mostraban tercos y apasionados, casi siempre por cuestiones de dinero. La ardiente lava del volcán se derramaba por la ladera. Esta avalancha nadie lo podría detener a excepción del musculoso brazo del arcángel imbatible, con el cual sí que puede decirse que no valen maulas.
Parece ser que Dios tiene la vista larga. Echa otras cuentas. Aquí hay algunos que marchan divinamente, mientras otros sufren lo indecible por culpa de los poderosos. Los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Esa es la fija. Pero que no echen al vuelo los badajos con tanta alacridad, porque al freír será el rey y a todo cerdo les llega su sanmartín. Unos, gélidos como témpano y a otros no les cabe el corazón en el cuerpo de tanto fuego. A los ricos todo lo que cae bajo su pulpejo se transforma en diamantes. Sus dedos malabares todo lo convierten en fama, mientras tú, alma de cántaro, engordas a ojos vistas. Estás cada vez más fuera de cacho y ni para delante ni para atrás. Venga paseos camino del frigorífico, y duro darle al fumeque y al trigémino. Con tanto pipar su cuerpo va a transformarse en humo.
- Eso quisiera yo.
- ¿Cuánto pesas?
- He dejado de ir a controlarme. Para mí la báscula como si no existiera.
- Pues no te lamentes, que no haces más que protestar como un modorro. Vives instalado en la cultura de la queja, como diría cualquier editorialista de dos al cuarto del diario “ El País”.
- Yo me quejo y luego me hago el Tancredo. Tiro la piedra y escondo la mano y no me va del todo mal, las cosas como son.
- Si no hubiese democracia, y se hubiese proclamado el régimen de libertades ¿ dónde estarías tú? Nunca te viste en otra más gorda y luego no haces más que darle al cuerno de las lamentaciones.
- No te quito la razón.
- Porque la llevo.
Sardón se quedó en silencio. Había escuchado el oráculo de la sabiduría. Aturdía en lontananza un clamor campanas. Tocaban a muerto por los caídos del noventa y ocho, era el día de difuntos de la España. Al cadáver de la patria lo llevaban enterrar, los despojos habían sido amontonados sobre unas andas pobres pero con gualdrapas. Un guardia ruso no dejaba de proferir muy algarero él su grito preferido:
- Davai. Davai.
Acto seguido, desgolletaba una botella de aguardiente y bailaba el “ trepak” hasta caerse rendido sobre las tumbas.
- Cosaco, Tarás. Nunca te olvides de tu látigo.
- Ni de mi pipa. Para mí mi cachimba es algo más importante que la mujer. Una me abandona y la mando al diablo. A por otra, pero una pipa es algo más. Es el arca que contiene los sueños y los pensamientos. El querer también se vuelve vedija de humo, buen símbolo de la vida y del amor. Mi cachimba y yo somos inseparables.
- Razón llevas, capitán, que con tanta valentía conducías tus escuadrones por la estepa. Te echaron mano los polacos a orillas del Dnieper. Ya estabas a bordo de la barca y a poner agua de por medio entre tú y tus perseguidores cuando te diste cuenta de que te había dejado olvidada tu cachimba y regresaste a por ella. En ese instante, bravo atamán, los polacos te echaron mano.
- Un buen cosaco sólo tiene tres amores: su yegua, la estepa y la petaca para echar un cigarro. La mujer queda en segundo lugar. Es un divertimiento como el “vodka”.
Pero aquel Aquiles de la estepa, que amaba a la religión del Galileo y la Ortodoxia, tanto como aborrecía al infiel tártaro y al hereje jesuita había quedado vencido. Los polacos lo echaron mano - mala suerte - porque tenía ganas de fumar y se volvió en busca de su pipa. Lo ataron a un árbol y lo crucificaron. Murió profiriendo alabanzas a la Trinidad. Curiosa historia. Con Tarás feneció el último caballero andante de Europa. Las guerras han dejado de ser proféticas sin escuadrones y sin relinchos. Pero en este húsar, producto del genio rotundo de Gógol, llevaba dentro del alma una fuerte carga profética. El vaticinio ahora se está realizando. El hebreo al que él salvó la vida cuando los zaparogos de Sieh orquestaron una de las habituales orgías de polvo y de sangre, que se convirtió en “pogrom”, y que montó un tenderete debajo de un carro, hoy manda en el mundo. Éste era Yako, un hombre que desconoce el agradecimiento y la piedad. Se ha hecho dueño del orbe porque no cree en los valores cristianos de su antiguo valedor (amor a la bondad y a la belleza, la tolerancia, el perdón y la reconciliación) y por el contrario proclama la filosofía de la venganza, el interés, y su fe en la guerra no como palenque del honor donde un grupo de caballeros litigan sus diferencias con el sable y con la espada sino con las bocas de fuego de inventos mucho más poderosos y terribles que la de aquel cañón francés de la cual, tú, maestro Gogol, hablas en tu novela, imbuida de clarividencia futura, de majestad profética y de grandeza épica, porque tú fuiste en verdad el Homero de la estepa. Hoy esos instrumentos de matar hacen mucho más daño. Cual sombra siniestra en torno a tu pluma revoloteaba son sus alas negras que agitaban clamores de luto y de llanto, parece que llegaste a ver el fantasma siniestro de los campos de ajenjo apocalíptico (Chernobil) en el campo del honor, sino como inmensa maniobra de apetencias económicas en juego y dispositivo de control demográfico y poblacional.
Por último, el polaco maligno, que le arrebató su fortuna y sus hijos, a uno por el amor de una princesa de Liublin que hadó mal al muchacho y el otro ajusticiado por profesar la fe ortodoxa en la plaza pública de Varsovia ante los ojos camuflados del pobre Tarás que había llegado hasta allí camuflado en una carreta de ladrillos, protegido por los amigos de Yako, a los cuales hubo de pagar toda sus fortuna a cambio de la ayuda hebrea para consumar dicho deseo de ver morir al hijo amado, hoy imparte cátedra desde la silla gestatoria en la corte de San Dámaso. Se ha consumado así la conspiración universal contra la cual cabalgó con todo su brío el valeroso caudillo atamán.
- Ahora ya puedes fumar todo cuanto gustes.
Sin embargo, pronto escucharán tus enemigos el galopar intrépido de tu caballo. Sonará de nuevo el cornetín de llamada a los “ kurenes “ esteparios y tú regresarás. Tremolando sobre los crines de tu yegua el pendón de san Jorge, la espada de San Miguel.
Taras, tú no podrás faltar a tu cita.
XXXII
Yo vengo de la lección extensiva, robada al sueño y en los lugares más insólitos de los rusos. De la lectura, que es un horno candente de sueños donde crepitan las llamas del amor a la verdad incombustible. Amo el canto de las letanías. Señor ten piedad. Cristo, muéstranos tu misericordia. Divino Espíritu que arrasa y transforma el mundo, derrama sobre nuestras cabezas la flama de la sabiduría eterna. Gloria a Ti, Trinidad excelsa. Soy un ruso tras terrado, un esclavo de la palabra escrita, amante de las letras eslavas. Pronto empecé a leer y releer a los maestros rusos. En las pensiones del Madrid algo canalla. En los románticos lucernarios y sotabancos de South Kensington, donde tuve contacto con la belleza y con los fantasmas. Uno de mis hermanos al que tuve de huésped con el Mole, aquel hippy al que recogí en mi casa y los dos, el hermano y al que recogí bajo mi techo, me robaron una novia neozelandesa, antes de despedirse una mañana fría de marzo, me regaló los dos tomos de los “ Hermanos Karamazov”. Cría cuervos. Algunas veces los escuché a los dos moverse y espiarme detrás de la puerta, mientras hacía el amor con alguno de mis casuales encuentros femeninos. El punto de recalada de mis devaneos era un bailongo sito en Picadilly; lo rotulaban el “ Empire”, porque, en verdad, era un hermoso lugar con cornucopias victorianas, forjas y sillones de rep, paredes de raso, y un proscenio en el que solía tocar una orquesta del mejor “ brass” inglés, y sirvió de punta de lanza de lanza de un imperio de juventud. Fue abrevadero de mi sed de conquista. Cuando Modesto me regaló aquella novela de Dostoievski publicada por Penguin, se me pasó el enfado que tenía contra él y contra su amigo el hippie, aunque desde entonces he procurado restringir mi generosidad hospitalaria para con desconocidos que acaban echándote de casa.
Allí está uno de los pasajes cumbres de la literatura mundial (el discurso del monje Zossima). Luego se largaron, pero de estos extremos creo que tendré ocasión más adelante, si Dios me da alientos y no se han secado mis pulmones de tanto pipar y añorar. No soy capaz de escribir sin el canuto de la cachimba, amiga del alma y único consuelo para un escritor cerril, entre los labios.
Recuerdo, asimismo, que poco antes de cumplir los veinte años me había leído traducidas por la Editorial Prometeo la mayor parte de los escritos de Gorki, Chejov, Andreiev, Nicolás Garín. En estos encuentros literarios, al viajar en el metro o sentado en algún banco del parque o de la calle de García Morato o en préstamos de la biblioteca pública de Cuatro Caminos hubo un lanzamiento hacia los ámbitos de la ensoñación. Aquellos escritores, fallecidos ya, de pronto en el ir y venir de las paginas y de los vagones y trasbordos, resucitaban. Se convertían en guardianes de mis esperanzas. Algún día yo sería capaz de escribir con la maestría y pericia con que ellos lo hacían pero lo que yo no sabía entonces era que aquel género de vocación inasible en nuestra época, con lo que ha llovido desde entonces, era un pasaporte para vivir sepultado en vida. Entre libros.
Recuerdo mi figura, hética, por aquel entonces, deambulando por las calles madrileñas, con un paquete de celtas cortos en el bolsillo o fumando desasosegadamente, obsesionado por ahorrar y por adelgazar. El real que costaba el tranvía lo guardaba hasta reunir las cincuenta pesetas que costaban a la sazón un tomo de la Austral en la colección de bolsillo. El chivo y las estrellas consteladas, como puntos de luciérnagas, me hacía pensar para mi capote: “ Algún día, yo seré escritor”; y me reclinaba sobre la barandilla de hierro que tenía el escaparate de la famosa librería, para apoyarse, cual si se tratara de la cubierta de un trasatlántico. La luna del escaparate brindaba infinidad de descubiertas espirituales, y me adentraba en el mundo maravilloso de sueños que no se han podido concretar nunca. “ Yo firmaré mis obras. Ganaré el Nadal o el Planeta. Seré famoso”.
Iluso de mí e ignorante. No sabía que esto de la literatura es como una lotería y que los dioses de la nombradía son aceptadores y muy caprichosos. Únicamente, unos cuantos elegidos coronan la cúspide. No obstante, tengo que confesar que para mí los libros, en particular, los de los maestros que consigno, brindaron para mí una segunda vida. Fueron un encuentro conmigo mismo. Con mi propio devenir y la misma historia de mis pasos y de ambulaciones por ciudades como Madrid, Londres, París, Nueva York, que he recorrido como un soñador maldito, sin entrar en el juego. Las musas me mantenían a raya. Sin embargo, aquellas lecturas constituyeron el fuego sagrado en los que alentó toda una existencia tan chocante y contradictoria como la vida. Luego de ordenarme presbítero, porque me había enamorado perdidamente de Armentia, la mujer que yo había soñado a través de mi intrigante comercio espiritual con los escritores rusos - ella fue como una ondina en algún cuento de Turgeneff, el ideal remoto e inaccesible - una noche de eucaristía literaria que a duras penas seré capaz de escribir se presentó como en una película lo que habría de ser mi pasado: la muerte de cáncer de Armentia, mi triunfo literario como corresponsal en Londres, donde llegaría a ser un periodista que despuntaba y prometía, y, por último, el despeñadero de un casorio malavenido. “ Los hombres sensibles y geniales, desgraciados en el amor, suelen unir sus destinos con alguna mujercilla a la que encuentran debajo de una escalera. Este choque marca para siempre su vida”.
Si Armentia representó para mí el cenit, porque el amor es omnipotente y salva todas las barreras, Nettle marcó el punto de inflexión de aquella felicidad “ too good to be true”, el nadir, las voces, las infidelidades, las mentiras, la sigilación, los despropósitos, los enconos, las mentiras y las humillaciones que no cesan. Si aquella bendita inglesa, que murió en la flor de la edad, significó el cielo, la española ha deparado un infierno de torturas infinitas, podagras, desavenencias. No sé ni como estoy vivo para contarlo a estas horas. Debe de ser que Nuestra Señora, a la que he venerado tanto y sentido una devoción especial, desde niño, se interpuso ante la fiera tendiendo su manto de salvación. Hubo unos años en que estuve a punto de cometer una locura y convertirme en el nombre de cualquier vulgar asesino que sale en las crónicas negras de los medios comunicativos a diario, contada de forma parcial y torpe con voz de acusica por la vocecilla o el plumilla de punto de esos ídolos de cartón piedra, meticones sabelotodo, chamanes, hermeneutas de lo evidente, “ great big teasers “, truchimanes y espoliques del vicio, ulteriores hierofantes y oráculos de la vulgaridad que nos ahoga, heraldos del fango (parece que se recochinean en el dolor ajeno; al no haber ley, la prensa y las estaciones de emisión electrónica que se proponen un bombardeo concienzudo de boñigas espirituales, ramplones, con algo de sacamantecas, han erizado las puntas de diamante de sus almenas babilónicas de malandanza, desesperación, pujos coprófagos, y malditos traidores por mucho que se les llene su empalagosa boca de invocaciones a las libertades y a la Constitución.
! Dios cuánto anhelan revolcarse en la basura, pues han encontrado en tales percances un negocio, medran a costa de la infamia, la locura sexual, pero no hacen sino seguir las pautas trazadas con arreglo al diorama siniestro de don Segismundo Freud, para quien la vida no es más que un sueño de delirios sexuales, o don Carlos Marx, onírico personaje, y una inmensa testa vacía pseudo filosofo que sigue vendiendo a los ilotas de la tierra instinto de venganza, mucho odio y más aire, o doña Simona de Beauvoir, escritora “ bollera” que no oculta en sus libros su inclinación por los pecados reservados contra natura y enhiesta el pendón de las reivindicaciones del sexo hembra, las feministas trasnochadas, más o menos epicenas, que no merecen el digno calificativo de ser mujeres, porque, serlo implicaría una grandeza de alma, y ellos todo lo tienen estrecho y pequeño, excepto la vagina de enormes tragaderas. Son la pesadilla de Lisistrata en nuestra desventurada época, porque por ellas puede venir el percance. Se pasan la vida haciendo cábalas y micrófono en ristre se convierten en inquisidoras de la felicidad ajena. Hay demasiado dolor en el mundo y mucha basura, pero ellas continúan empeñándose en untar a sus audiencias de mierda.
La Virgen me ampara de estas hienas corrupias y nos da alientos para vivir en un mundo sin amor y que no cree en el dolor, crisol de las almas, escoplo que moldea al hombre, lo forja haciéndolo recapacitar sobre su propio destino a la luz de la insignificancia efímera de su naturaleza contingente. La Virgen es la castidad, la sencillez, la belleza del alma sin complicaciones narcisistas de la anatomía cultual humana. Propone un nuevo camino de amor y de paz para estos tiempos vacíos de malandanza final. Pronto la Lisistrata atormentada la veremos envuelta en los anillos de la serpiente, de la hidra que mató al Laoconte.
XXXIII
Cuando Cristo hizo patente a sus discípulos su preocupación por los profetas falsarios, estaba poniendo el dedo en la llaga sobre los malos que aguardaban a la humanidad tras la venida de Carlos Marx, cuya figura sigue perfilandose mesiánica abanderando las huestes de la anti cruz. Caído el muro de Berlín, naufragado el soviet ismo, el materialismo dialéctico ha mostrado la ferocidad de su verdadero rostro. Marx no era más que un señuelo, la voz de su amo. Ahora se ha descubierto que no era más que un abanderado de la gran banca, un agente encubierto del supercapitalismo. Sus modos y maneras de perfiles destructivos perviven al otro lado del charco desde donde llegan hasta Europa. Era la comparsa que necesitaban los sionistas para jalearse. Se da la situación inaudita de que aquellos a los que perseguían y de puertas afuera profesaban odio eterno eran los que le pagaban.
Ha quedado bien patente que la liquidación por derribo de la Urss no ha sido más que una maniobra pactada. En la treta se perciben convenios urdidos entre bambalinas por el Super Cofrade. Todos creíamos que después de Gorbachov Rusia regresaba al redil de la antigua fe ortodoxa. Eso es lo que anhelábamos aquellos que creímos en esa fuerza mesiánica que irradian los patriarcados de Kiev y de Moscú, pero hubiera sido demasiado para la Bestia Sin Rostro. Equivaldría a enterrar a Marx y en Wall Street no están por la labor del sepelio de la sardina. Descubiertas las cartas, han comprobado que la Unión soviética, la poderosa superpotencia nuclear etc. no tenía otra misión que hacer de cimbel para que hiciese músculo el otro gran coloso. Dios bendiga a América. Moscú [nunca se olvide el origen de la Revolución de octubre y quiénes fueron sus padrinos] no era más que un tigre de papel. Ni Marx ni Freud, los dos grandes heraldos sobre los que gravita el nuevo orden mundial, han muerto en la hoguera. Sus mandatos y teorías filosóficas, que se oponen en todo al legado evangélico, siguen frescos. Las llamas del auto de fe en que han quemado a Marx los norteamericanos no eran más que una farsa.
Por el juego de oposición de contrarios, capitalismo y socialismo representan dos piezas en el engranaje del inmenso rodezno de la modernidad. Pero habrá que guardarse de los falsos profetas, que predican la llegada de un reino mesiánico. Ese tiempo nuevo en el que ellos insisten, plagado de sofismas y de lugares comunes, es el mejor caldo de cultivo para meter en adobo su mentira satánica. Para que la injusticia, el desconsuelo, la angustia, el encono y los odios se instauren en nuestras vidas. No es el Mesías el que llega. Esta es la hora de los vampiros.
Con clarividencia profética el polígrafo ruso Nicolás Berdiaeff hace sonar su voz de alarma. Nadie ha desenmascarada las argucias del Nuevo Orden como este escritor. Su pensamiento diáfano descubre las añagazas y peligros que afligen a las sociedades en puertas del siglo XXI. “ En los últimos días - dice- las gentes se verán inmersas en un torbellino de angustias y de violencias. Será llegado un tiempo de agitación interior y de lucha acérrima. Conflicto sórdido y despiadado sin tregua ni cuartel. Esto dejará desgarradas las almas en jirones”. Capitalismo y Comunismo no son más que la pescadilla que se muerde la cola. Comparten un mismo todo. Utilizan la misma dialéctica de la guerra de clases. Hemos ido a dar desde el materialismo dialéctico al materialismo consumista. El concepto altruista de la lucha de clases ha sido sustituido por una violencia subliminal, dentro y fuera del hombre, bien administrada.
Al dúo, agotada la utopía marxista, se ha unido un tercer elemento: el Feminismo, que exhorta a la guerra de clases. El lema mutatis mutandis sigue respondiendo al mismo imperativo del odio: parias del mundo uníos, mujeres de la tierra estrechad los vínculos y haced campaña contra el varón dominante. Es posible que la condición femenina fuera objeto de un so juzgamiento sistemático en pasadas culturas, pero ninguna filosofía hizo tanto por defenderla como el cristianismo.
Si a ello se agrega el control de los medios de producción por el de los medios de comunidad tendremos la receta para la utopía perfecta: una sociedad dominada y teledirigida. A sus ordenes, Gran Capataz e la Urna y el Voto, de lo que usía piense, de lo que diga y de lo que nos mande. Dice Berdiaeff:
“La lucha de los guerreros, a pesar de ser cruel, era franca y honrada, mientras que la que emprende la sociedad capitalista es una lucha secreta, disimulada, escurridiza [la de la Bolsa, la Banca, la de los partidos parlamentarios, la de la Prensa]. En esta sociedad todo tiende a adquirir un carácter complejo, de un simbolismo en clave, en el que se pugna al albur del poder fantasmagórico del dinero. Los bancos dirigen el mundo de una manera invisible”
Por si esto fuera poco, tenemos ante el palenque los conflictos étnicos enmascarados bajos las tensiones de las antiguas guerras de religión. El de los nacionalismos retrógrados, como el catalán o los vascos, y que no son sino una manifestación poderosa de las teorías raciales de Gobineau, de la exaltación de la tribu en guerras locales. En un mundo tan nivelado, donde el papel higiénico es el mismo en todas las partes surgen las voces de aquel ultra nacionalista que piensa que su ADN desde el punto de vista racial está más aventajado que el de aquél al que llama su opresor y su oponente. Tan raquítica mentalidad de la superioridad de una raza determinada que es como para abrir otra vez los manuales de aquel judío alemán que se llamaba Rosenberg, padre del nazismo alemán, convive con la televisión a escala planetaria, el teléfono móvil y las comunicaciones por satélite. Mamón y Moloch son dos hermanos mielgos. Se han puesto a jugar a las cartas. Mancomunados, hacen el buz, juntos, se pusieron a trillar la parva. Las dos frentes de la cara de Saturno se estudian mutuamente. Cualquier síntoma de debilidad puede costaros la piel. El personal tiene tanto miedo como poquísima vergüenza. Cristo nos enseñó el autocontrol de los héroes. A no tener miedo a los que son capaces de arrebatarnos la vida del cuerpo, pero que carecen de jurisdicción sobre la del alma.
Por desgracia, nadie parece hacerle caso. Se vive furiosamente el momento en un inmanentismo casi trágico que está sacando de quicio las cosas.
Para consuelo de aquellos que desdeñan el lenguaje de la carne hay que tener muy en cuenta que el dios con dos caras sempiternas es muy dado a la mudanza. Con él nunca se sabe. Tan pronto se está arriba, como abajo. El tipo de conflictos restringidos o regionales al que nos tiene acostumbrados cada ocho o diez semanas constituye la válvula de escape de un sistema que guarda ciertas características de los chupasangres, a la vez que da pie a toda una parafernalia tecnológica que sirve de cimbel a sus ansias de violencia, a la agresividad injerta en ese sistema de valores que llamamos democráticos. Un sistema que no cree en sí mismo a la fuerza tiene que ser un campo de Agramante en constante preparación para la guerra. Hay que producir y ensayar nuevos inventos. Estirar hasta el máximo la capacidad de exterminio.
Berdiaeff demuestra por su parte que esta capacidad auto innovadora junto con la potencialidad del desarrollo científico nunca entró en los cálculos del padre del materialismo dialéctico. Sin embargo, tiene en cuenta el filósofo ruso que Marx aceptó en su genial explicación el axioma mesiánico de que todo cambio implica violencia y toda violencia supone a la vez un cambio. A la par, tampoco tuvo en cuenta la presencia de Dios en la historia, ni el aspecto soteriológico de la persona de Cristo, que es y está ahora siempre. El misticismo ruso vio en Él la fuente de todo progreso. No es ya meramente una fuente de gracias espirituales, sino también de bienes materiales, una dinámica de perfección, el gozne sobre el que gira la historia misma. Yerran, pues, todos aquellos que piensan que a partir del bien, de la bondad, los altos sentimientos y la belleza se puede componer buena literatura. El “ Germinal “” de ola cuenta con innumerables adeptos entre las sectas feministas más iracundas, pero hay muchos que ignoran el lado esotérico de Zola, un hombre que contó mejor nadie el primer milagro que se produjo en Lourdes.
Mal que les pese a muchos, la palanca que pone en marcha el arcaduz de la noria de los siglos es el pensamiento. No es el rasero igualitario ni la razón utópica [a través de la maldad nunca podremos acceder al bien] sino en el logro de las promesas evangélicas, o “ xαiρωσ”. Cristo es el alfa y la omega. El principio y fin de todas las cosas. A este devenir histórico en virtud del cual la hora presente se transfunde en tiempo futura, el punto de encuentro del presente con la eternidad, lo llama el alemán Tillich “ kairos”, aplicando a este predicado la teoría que conocen los padres de la Iglesia Griega con el nombre de “schiliasmos” (un tiempo nuevo de redención y de misericordia que se alza a nuestro alcance). Por desgracia, los comunistas no creen en más que en la materia. Un punto en el que concuerdan con el capitalismo. Materialismo dialéctico y materialismo consumista o capitalismo salvaje forman yugo perfecto para uncir a la humanidad entera y crear una generación de esclavos. Sin embargo, los planteamientos de la Revelación se mueven en perfiles antípodas. Cristo trazó las lineas cruciales o cimientos del mundo futuro sobre el plano de la eternidad, de su rango o dignidad, deiforme. Mucho cuesta admitir este planteamiento, ante la ingente masificación de las costumbres, el poder y la fuerza del número, o la anulación tecnológica, el tedio, la vulgaridad y a esa cura de caballo de hedonismo al que se ve sometido el hombre del siglo XXI. Se ha hecho muy difícil ser cristiano. Sin embargo, por la naturaleza de la gracia y por el bautismo, el ser humano se encuentra llamado a muy altos destinos.
En la otra vertiente, se ve que el determinismo, la lucha de clases, o la masificación de la vida social obra a los efectos de una cáscara de huevo vacía. Marx se equivocó, acaso de mala fe, pero, porque propaló una mentira, aparentemente atractiva aunque cargada de un odio satánico, el mundo tendrá que pagar la culpa de sus excesos mentales durante bastante tiempo. Relativizó al hombre. Marx dijo que no hay verdades absolutas. La única verdad absoluta es que no hay absolutos en esta vida. Era la voz de su amo. Pretextando favorecer a los pobres, a quien en verdad servía este judío alemán era a la causa del supercapitalismo. Lanzó las masas a la calle y del enfrentamiento de nazismo y comunismo el sistema que saldría fortalecido sería precisamente el que él intentaba socavar. Solamente una mente diabólica podría desempeñarse y evolucionar con tanta perfidia. Pese a la sesuda seriedad alemana “ Das Kapital” con su sintaxis invertebrada y enojosa tiene algo de libro humorístico. Su autor, consciente de que estaba tomando el pelo no sólo a los lectores sino a media humanidad, produjo un libro indigesto. Hoy su teoría ha arraigado muy particularmente en el mundo de la comunicación y entre las feministas. La lucha de clases reducida a la mínima expresión se ha convertido en guerra de sexos. Se han conflagrado los hogares. Los hijos se rebelan contra los padres y las esposas maltratan groseramente a los maridos. El lenguaje del amor y del perdón, como recomendaba Marx para llegar a la utopía, se ha convertido en odio, competitividad, garra, ley y supervivencia del más fuerte. Si el protegido de los Rothschild se proponía conseguir que esto ardiese, se ha salido con la suya. Paradójicamente el mejor barbecho a sus teorías no ha sido ni Inglaterra ni Rusia, donde mayor calado tiene sus proyecciones endemoniadas es en Estado Unidos, que de una manera macabra, y de rebote, está tocando con la punta de los dedos esa sociedad igualitaria de lucha de clases, perfectamente controlada por un estado que se ha hecho con el control, dejando pálidas las previsiones de Huxley y de Orwell. En el país más capitalista del mundo se encuentra el temible Animal Farm[1] entrevisto por los utopistas. ¡ Simplemente, cómico! Una broma pesada es la que nos ha gastado este apóstol de las barbas fluviales.
Debajo del magno tinglado, como cuando Einstein sacaba la lengua, haciendo burla a las leyes gravitatorias diciendo que el mundo es curvo, resuena la carcajadas hueca de Israel. El mundo se tomaría demasiado en serie las propuestas del pensionista de la gran Banca. El había cumplido la consigna que le dieron sus jefes a rajatabla. Querían que inventase una vacuna contra el escorbuto y el hambre. Los plutócratas, tratando de pasar por altruistas, querían repartir algunas migajas, para, de esa forma, prevalecer, adquiriendo visos de respetabilidad. Es la filosofía en que se fundamenta todo ese gran tinglado de las Oenegés, el que van de comparsas, desde el Vaticano hasta la última enfermera de Móstoles que hace las maletas para el Congo, y se expone a que la violen, a adquirir el tifus exantemático y la malaria, pasando por Mendiduce, que de cooperante ha pasado a ser escritor de relumbre galardonado con el Planeta. Su piedra de toque es la mala conciencia y la reflexión sobre la existencia de la injusticia en el mundo, generada por los gnomos de Zurich o los fakires de Wall Street.
Lo que se saca de la manga es un híbrido sistema filosófico a la larga servirá para ensanchar la clientela de los fabricantes de navajas, los consorcios armamentísticos y los que siempre se han lucrado con el negocio sustentado por la agresividad humana. Parias de la tierra, uníos. Alzaos para combatir. Marx se inventa una retórica y está retórica parece calcada de las constituciones ignacianas, porque el insigne, al igual que el padre de los jesuitas en que el fin justicia los medios para alcanzar la utopía. Mas, ¿ cómo es posible - reflexiona Berdiaeff- que de las tinieblas se alcance la luz? Se salta la valla de los principios de la Física, que atribuye a todo principio una causa. ¿ La fraternidad universal, la equidad y armonía habrán de nacer de la envidia, el odio, el enfrentamiento, la venganza? Como todo judío, Marx es pesimista, misántropo y enemigo de la condición humana, pero parece ser que con este silogismo cornuto el terco filosofo alemán recabó ganancias. Vino a escarbar en la antigua creencia de que la violencia es la partera. Es un dicho que está en el Talmud, pero pasando por alto la existencia de una Trinidad bondadoso y vivificante. Hay un apotegma inglés indefectible: How two wrongs can make a right ?[2]
Calca, asimismo, en sus teorías los postulados de los que hizo lema la norma jesuitina en su especulación sobre las dos banderas o los dos señores a los que se aplica la solución salomónica del todo en tanto en cuanto, preconizando de paso la depauperación progresiva del proletariado, (“ Verelendungstheorie”). Pero bajo la máscara de gran revolucionario se esconde un demagogo. Marx era un tapado, que, servil a las consignas propaladas por sus amos, no hace sino prevenir la ciudadela y dotarla de defensas convincentes para el cerco que se aproximaba. Se lanzó a defender el “ statu quo 2 por la vía contraria. En resumidas cuentas, protege a solapadamente a la que aparentemente intenta impugnar,
¿ En que cabeza cabe que, a partir de un estado de necesidad pueda alcanzarse un estado de libertad? Axiológicamente, esa norma contraviene los procedimientos racionales. El relativismo marxista obliga a anteponer los intereses de clase, aunque ésta sea clase trabajadora, a los intereses del individuo. Este es un rasgo del que participa la psicológica católica y en parte el funesto sentido de las relaciones del hombre con Dios que impuso la Contrarreforma, la cual en muchos casos bebe mas en las fuentes de la Cabala y en el pensamiento judío que en el Evangelio.
¿ Trabaja sobre el principio de la unión de contrarios? ¿ Es hacedero descubrir la libertad a partir del estado de necesidad? Axiológicamente esa norma contraviene los métodos de la razón, pero toda la tramoya ideológica del prócer libertario está montada sobre un silogismo cornuto. Su relativismo le obliga a antecoger o triar los intereses de clase, aunque sean los de la clase trabajadora, a los del individuo. Justo lo contrario de lo que predicó Cristo y de la doctrina que profesa un cierto catolicismo para el cual lo más importante es preservar la armadura, la cercha del arco ojival, que funcione el papado y los privilegios de casta. Buscan la masa global. Este es un rasgo muy característica de la fría espiritualidad jesuitina, responsable de tanta fraseología vacua, sucedánea de una santidad difusa y como emasculada.
Hemos escuchado la frase muchas veces: Extra ecclesiam nulla salus... Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo... etc.[3] es invocado como máximas exclusivas de una verdad y de una primacía en propiedad para salvaguardar las miras particulares de un grupo eclesiástico, que forma parte de la Iglesia, pero que no es toda la Iglesia. Berdiaeff, por ende, entra a saco contra el cesaropapismo, pero sin apartarse ni un ápice de las convicciones propiciadas por su fe ortodoxa. Es un defensor del carisma del espíritu y un profeta del triunfo de la cruz. Para él la Iglesia, depositaria del acervo común, de la herencia indivisa de la Tradición y de la norma apostólica, que nunca estuvo sometida al escrutinio de la Inquisición, ni se vio implicada en las habituales guerras de religión medievales, encara la legitimidad y la continuidad.
No vayamos a creer a Berdiaeff un retrogrado. Piensa como un ruso ortodoxo. Sus clarividencias son mesiánicas. Se mueve a caballo entre la tradición del misticismo ruso, para el que una mejora de la condición humana sólo puede llegar a partir de una renovación espiritual, intimista, libre, autentica, nunca basada en las mentiras o las medias verdades oficiales u oficialistas. El progreso tecnología y los inventos han estar en función del hombre, y no al revés. Si éstos sirven para acrecentar el entendimiento y hacer la vida más tolerable entre los hombres, ¡ en buena hora! De lo contrario, sólo servirán para un momento programado de la esclavitud. Serán un factor alienante de la condición humana:
La transmutación del trabajo en mercancía, la transformación del hombre en objeto; el egoísmo de la competencia implacable debe ser ajeno a la conciencia cristiana.
Es lo mismo que opinaba Tarás Buba, el Cid ucraniano, que se lanzó a los caminos de la estepa rusa a ganar el pan en lucha contra el tártaro y el polaco. El piadoso y sencillo, a la par de valiente, atamán tendría que presenciar la horrible escena del ajusticiamiento de uno de sus hijos en la plaza pública de Varsovia en un auto de fe a cargo del cerril gutman de Varsovia, muy católico, muy apostólico y muy romano, pero terriblemente sectario y fanático. Gogol pone el dedo en la llaga cuando descubre que las diferencias entre la Ortodoxia griega y el catolicismo romano son insalvables. No se puede luchar contra la soberbia y los perjuicios de los que se cree en posesión de la verdad, y mira al resto de los mortales por encima del hombro. Es como acocear el aguijón.
Las lágrimas de Tarás ante el cadáver de su primogénito ajusticiado fueron vertidas no sólo por un mártir de la ortodoxia, sino también quiso que su llanto sirviera de bálsamo a las heridas causadas en el Cuerpo Místico por los enconos, las mezquindades, los perjuicios humanos, con esa mala costumbre a hacer bandera de lo más sagrado para salir en defensa de intereses espurios.
Nos topamos aquí otra vez con la idea del mal, que es una constante en los pensadores eslavos: ¿ por qué se encarama a lo alto de los pináculos de la fortuna y brilla con luz propia en los faros del gran mundo, mientras los limpios de corazón, pero emotivos, pueblan las cárceles y los pabellones de la muerte?, ¿ por qué la virtud parece condenada a estar en capilla?
A criterio suyo, los hombres se dividen en dos categorías: la de aquellos que son capaces de crear, y la de los gregarios. Una mayoría aplastante ahoga dentro de sí toda su capacidad creadora para no vivir más que hacia adefuera. Son los hombres sarcinos , según san Pablo, los que se administran de acuerdo con los principios de la prudencia de la carne. Estas ingentes conglomeraciones de seres humanos v han dado lugar a un tipo de ser amorfo, lleno de convencionalismos. La burguesía no cree sino en aquello que tiene delante de los ojos, o lo que le resulta palpable. Y esta grey burguesa suele vivir aplastada bajo el yugo de la mediocridad. Berdieaeff insiste en que la religión no es el opio del pueblo, sino el único camino para satisfacer sus anhelos de libertad y de trascendencia.
Por desgracias, concluye, también la religión ha caído en manos de los leguleyos. Es víctima de los intereses de partido y vive sujeta a los impostores que, so capa de predicar a Cristo, han vuelto a clavarlo en una cruz.
Llega por ese camino a dar la razón a Lutero que veía en el papado una anticristo. Al molde de la prevaricación suprema. No obstante, si sus condenas y descalificaciones a los usurpadores del mensaje evangélico parecen a veces algo duras, su esperanza, sin embargo, en el futuro de la Iglesia - entendida no como jerarquía roana - no puede ser más esperanzado. El Cristo ortodoxo es un Cristo obrero, que vive del trabajo y del sudor de sus manos: el hijo del carpintero, el impugnador de todo fariseísmo. Es el Señor de los pobres. Se mezcla con la gente. Nada de montanismo. Sus elegidos provienen de los grados ínfimos de la escala. Cristo no ha de pertenecer nunca a una “elite”. Es el redentor cósmico. Lo que sucede es que muchos han tratado de apropiárselo en todo este tiempo. La Iglesia verdadera pertenece a los santos, a los que dan testimonios, baluarte invisible de la fe, torres de reparación. Es la legión inmensa de los elegidos innominados.
Está claro que su reino no era de este mundo. Por eso fue tan sañudamente perseguido por las fuerzas seculares, porque mostró una divina resistencia a moldarse a sus deseos. Huyó al desierto cuando le fueron prometidas congruas, cargos, que trataban de acreditarla de la fama de los grandes profetas de Israel. Renunció a los honores e increpó al diablo, cuando éste le pidió que se arrojase de lo alto del pináculo del templo. La grandeza de Cristo es interior y, en su mayor parte vida oculta. En esta vena oculta han sabido recalar todos los místicos. Pero también hay rebelión contra los poderes fácticos, renuncia, desdén a la vana gloria. Humildad de Dios.
No quedará completamente realizado el mundo futuro en este erial. Cristo expresó sus reticencias ante aquellos que querían investirlo de una realeza material. Se muestra escéptico, consciente de lo difícil tarea de los apóstoles, a los que previene de las dificultades, de tener que remar siempre contra corriente, contra el Príncipe del mundo. Reta a Satanás a un combate sin fin hasta los últimos tiempos. Pero el tenor de tal lucha es del todo esotérico. No quiso prosternarse ante él, ni besarle las posaderas, como han hecho algunos de los que se dicen sus vicarios - Wojtyla cuando arrecia todavía la tormenta del asunto Lewinski no ha dudado después de darse un baño de multitudes en ese país misterioso y maldito que es Mexico, donde se ha derramado mucho más sangre de cristianos que en las nueve persecuciones de los emperadores romanos, para así aplacar su ego de “ papa sol “ de todos los pontificados, de ir a estrechar la mano del fornicario Clinton[4]. Al acercarse la consumación de los siglos - nos lo advierte el Salvador- la fe se entibiará, vendrán falsos profetas a apacentar la grey; como consecuencia de estas artimañas, se enfriará la caridad entre los hombres. Habrá que volver a preguntarse si no será 3esto lo que está pasando.
Parece que los demonios de la confusión histórica han hecho acto de presencia. El que se dice su legado se ha unido a la hueste de quienes le persiguen. La contemporización de la Iglesia con las fuerzas operativas del anticristo, radicadas en la Sinagoga, que se ha operado durante este pontificado, pone a la Iglesia en un clima parecido y enrarecido, de dos obediencias como el acontecido con Clemente V, responsable del Cisma de Occidente, con el traslado de la corte pontificia a Aviñón en 1307, y que estuvo enteramente sumiso a los caprichos de Felipe el Hermoso, uno de cuyas primeros actos de gobierno fue suprimir a los templarios y quemar a su maestree, Jackes de Molay, en la cárcel del Temple[5].
Ahora ¿ no habrá hecho dejación de sus poderes, en su capacidad de pastor del rebaño para adoptar una bandera de conveniencia y cómoda para los intereses del amo del mundo, pero no conforme a las estipulaciones del Maestro de Justicia? ¿ Yéndose a Mexico no estará intentando este senil prelado quemar las naves como cortés? A la Iglesia jerárquica le queda poco porvenir, por más que esos asesores de imagen que rodean a Wojtyla, en su mayor parte españoles y del Opus, Navarro Valls y A. Gómez Fuentes. ¿Están maquillándolo a la perfección para copar las primeras planas de los periódicos y captar unos espacios halagüeños en la hora punta televisiva? Un vicario de Jesús no tiene por que está sometido a esa manipulación informativa que no tiene fin.
Venía de la llamada iglesia del silencio y ninguno de los sucesores de San Pedro ha tenido la habilidad de meter tanta bulla como este polaco. Compite en la pugna por el “ prime time” con los escándalos de la Lewinski y Clinton, los bombardeos de Bagdad, los rebuznos de Arzalluz, etc. ¿ Es esta la verdadera tarea de un pontífice echado de manos a boca en los brazos de la publicidad y de los asesores de imagen? El ciclón de Cracovia todo lo arrasa, pero es un viento que pasa pronto, una lluvia que no cala. Un golpe de efecto publicitario.
Razón llevaba Tarás Bulba al hablar mal de los polacos. La devanadera de la historia se perfila impenetrable en sus circunvoluciones y raptos. Sin embargo, en el fiel de la balanza del cielo la aguja se empina hacia arriba. Las sentencias de Berdiaeff ofrecen lucidez profética, descubriendo el autentico rostro que está detrás de la máscara. Marx y Engels se constituyeron en los peones de brega de una dominación del mundo programada desde Londres, desde Francfort, y, posteriormente, desde Wall St., Y al albur, últimamente se ha unido el Vaticano. En el crepúsculo del siglo XX ha habido dos años clave: 1989, con la capitulación de la URSS, servida en bandeja, como un rey chico cualquiera, por M. Gorbachov ante George Bush y 1992, un año mucho más terrible, porque la Iglesia de Cristo, presionada por el clan judío, cedió a la presión. Todavía recuerdo a aquel grupo de zionistas desplegando en la plaza de San Pedro la bandera con la estrella davídica y proclamando la victoria de Israel o a aquel grupo de exaltados activistas anti castristas cubanos que, estando Juan Pablo II en Covalonga, le increparon con insultos acusándole de haber sido miembro de la KGB. Queda aun por esclarecer el atentado sufrido por Alí Agca. Personalidad misteriosa. ¿ Iba realmente a matar al papa? ¿ Disparó con balas de fogueo? ¿ Fue un aviso de que la próxima vez se actuaría más de firme? En cualquier caso, hay que contar el escándalo de las finanzas de San Pedro y un cambio de rumbo, una perdida de la clásica imparcialidad de la Sede Apostólica a partir de esa fecha.
Esta postura de doblez ante el chantaje del poderoso está en contrasta con la dignidad del primado ortodoxo de Constantinopla o la del patriarcado de Moscú. En la silla de San Andrés y en la de Cirilo y Metodio el servicio a Cristo se interpreta de otra manera menos servil. Un papa muy político puede acabar convirtiéndose en un lacayo de los intereses creados. Gogol ya lo advirtió en esa deliciosa novela, cargada de ternura y sufrimiento que fue “ Tarás Bulba “, que murió mártir del fanatismo polaco y de los monederos falsos de la casa de Levy que lo exprimieron el jugo. El viejo Tarás vivió para la estepa. Amaba el aire y los horizontes sin confín. Murió al querer ir a rescatar la pipa que se le había olvidado. Un buen cosaco siempre fuma. Vive para la sentnia y para la defensa de sus semejantes. No es nada egoísta. Fuma y bebe pero, con sus defectos y pecados, siempre estará dispuesto a morir por el Cristo ortodoxo, por la salvaguardia de una civilización, hoy tan en entredicho. Sobre Europa se baten los tártaros. Mandan mucho los polacos y por si fuera poco los judíos son amos de la bolsa. Me he acercado con estremecimiento acongojado a las deliciosas paginas de este libreto. Alta y sublime literatura como la de la “ Iliada”.
Fin
EN LA CANASTA
(Ensayos sobre literatura carcelaria)
Por M. SACRAMENIA ARTEDO
- se prohíbe la reproducción
MI SACERDOCIO
Aquella puerta verde de nuestra casa en Valdevilla se abriría para no cerrarse nunca más. Cayeron los cañizos de la techumbre del sobrado. Los gitanos arramplaron con las cañerías y la cocina de hierro de la cocina a cuyo amor de lumbre pasamos las veladas del invierno. Venían los hijos de Froilán el maestro y de Micaela, su mujer, que era algo pariente de mi madre a merendar. Mi madre hacía tortillas de patatas y soplillos. Se extendían los vuelos de la mesa grande y allí había un hueco para todos. En aquellos años primeros de mi vida yo creía que el mundo era recto, depositario del bien y de la belleza. Por el puente de Valdevilla no había pasado aun el carro de la muerte y del dolor. A mí me fascinaban mis primos los hijos de Froilán. Uno de ellos me hablaba en aquellas interminables de holgorio de la vida sacerdotal, pues era seminarista y me convenció de la idea de hacerme sacerdote. Por aquellas fechas jugábamos a decir misa cantada. Desde entonces no he sido capaz nunca de desprenderme de la fascinación del latín. Pero también me fascinaba aquel aparato de radio que había en un rincón de la cocina vestido con unos faldones y aparejado de forma muy coquetona. Con los encajes y cortinillas asemejaba a un tabernáculo misterioso. Era el sagrario de las ondas hercianas. La voz iba y venía como por arte de magia, como consecuencia de una mezcolanza de imanes, tubos catódicos, condensadores y lámparas una fascinación fundamental. Desde el rincón de la cocina yo era capaz, mediante un giro de la rueda del dial, de moverme hacia los anchurosos mundos de lo irreal.
Escuchábamos Radio España Independiente, las charlas del P. Venancio Marcos por Radio Nacional y el carrusel deportivo. El aparato de radio era casi lo único que echaba yo de menos de la vida seglar durante mis años de seminario. Solamente el rector y los superiores tenían un aparato, que se encendía exclusivamente los domingos para escuchar a través de Radio Vaticano el Ángelus del Papa. El invento de Marconi me parecía algo mágico. Mientras yo bregaba con Platón y Cicerón durante los cinco años de Humanidades, y con la Historia de la Iglesia y con Aristóteles durante los tres de filosofía y me transformé en un ser diferente después de estudiar a Sto. Tomás - el mundo ya dejó de ser el mismo después de entrar en contacto con el Doctor Angélico - a lo largo de teologado, aquella radio seguía funcionando. Cuando seas cura, te den una parroquia, no te será lícito dormir con una mujer, pero podrás siempre tener una radio. Las hay a barrisco en las casas curato. No podrás conocer las caricias de la hembra, ni oler su carne, ni acariciar su piel. El diablo me tentaba con el pensamiento de que la vida no es vida sin el conocimiento carnal. No es bueno que el hombre esté solo. El día que ingresé vino a casa un maletero con gorra de plato. Manejaba una carretilla muy larga en la cual cupieron el baúl, las mantas, el colchón y todas las humildes pertenencias. ¿Te vas? Sí. Me voy para no volver más al mundo. Quiero ser cura. Me ha entrado la vocación. Eso es imposible. ¿ Cómo imposible? Algún día lo sabrás. Ahora eres muy pequeño, tienes tan solo once años. El mismo maletero, un poco más viejo y cansado sobre la esteva de la carretilla, fue el que hizo la conducción de mis libros y de todo mi ajuar hacia la estación de los coches de líneas. Habían pasado doce años justos del día de la fecha y yo era un misacantano. Seguía sintiendo ese fervor por la radio. Me fascinaban las misas cantadas que retransmitían desde lugares lejanos, el boato de la liturgia magna, los cánticos en latín, las rutilantes casullas empedradas de oro, todo ese depósito de la fe engalanada que refleja la vida en el paraíso concebida como una perenne eucaristía. Dios me hablaba desde los micrófonos. La voz del serafín sonaba a través de los himnos. Para mí el misterio inefable de la retransmisión sin hilos era un testimonio evidente de que Dios se encontraba en el cosmos. Me acababan de ordenar sacerdote según la orden de Melquisedec. Yo estaba lleno de proyectos y de entusiasmos de apostolado. Acababa de cumplir veintitrés años.
- Bueno, señor cura
No hay comentarios:
Publicar un comentario