2022-12-28

 

OVETENSE  2010 enero

 

Viernes, 08 de enero de 2010

 T

Año estrenamos con atisbos de capicúa. Y esta madrugada empezaban las lunas fuertes de enero con temporales y los chicos de la tele como no encuentran noticia más interesante que llevarse a la pantalla informan del frío que hace. En Pajares con cadena. Alto los Leones nevado. El Padornelo, cerrado. Teruel quince bajo cero. Uno recuerda el parte que escuchábamos allá por los cincuenta y aquel calendario de 1952 que le regalaron a papá y que venía una chica topolino subida a un descapotable. Abríguense. Esa es la noticia de hoy, uy que frío. Mientras tanto, traileres de guajes haciendo muñecos de nieve o virándose bolas. No hay clase. Algún que otro carrerista pedestre que desafía a las inclemencias del meteoro haciendo futin por la Concha de San Sebastián o un sexagenario audaz que se baña en pleno invierno. Uy que frío. Esa es la noticia. Normalidad democrática de la sangre municipal y espesa. Luego hablaban de sequías hasta hace poco. Los viejos del lugar no recordaban un invierno más crudo. Año de nieves año de bienes. Cantaba la lechuza abajo en el robledal junto a la carretera, augurio del mal tiempo reinante. Y el grito del pájaro de la Sabiduría que en nada se parece al voznar de los cuervos me hizo levantarme, rezar mis preces, calentar café, encender una pipa, darle gracias a Dios por estar en vida. La curuxia me enviaba recado de escribir y es como si te encargaran de que empezaras un viaje cuando te sientas a escribir una novela o lo que salga para ahormar tus pensamientos que arrebujas con tus precariedades y ahí nace un sueño. A medida que se acerca el livor de la madrugada el canto de la  como la llaman por acá se hace más tenue. El autillo busca la querencia de las enramadas de laurel. Me hace sentir dichoso no sé por qué entre el primer café y los últimos alfajores de la pasada navidad. Dichoso de vivir y telegrafiar mi mensajes al papel. Sagrado Corazón en vos confío. Y cada mochuelo a su olivo. Vamonos pa Oviedo. Castillos en el aire. Busco las plaza fuertes de la idea que se fraguaron, muros altos del empeño, almenas guarecidas de centinelas que recitan consignas en forma de palabras, dejando a un lado la impulsividad cibernética que se lo lleva la escorrentía de la curiosidad puntual, el esnobismo virtual que don Candongo se lo pasa por el forro y nos envía sus esculcas, los zaguanetes y los perros de presa. Así que ningún día sin una línea. Pauto mi alma y sométola  a la disciplina del escriba al que se le ocurre muchas cosas cuando está en la cama (las ideas geniales suelen venirle al artista en la piltra); pero me levanto y volaron las musas a otra parte. Para coger el hilo tiene que cargar la pipa. Humo y literatura es la fija. Le pasaba a un atamán de cosacos, según leí en Gogol, ese libro de cabecera de todos los grandes novelistas, Tarás Vulva, que acabó queriendo más a su cachimba que a la propia mujer de uno. Así yo, cuando todos me hayan abandonado, yo seguiré contando con la fidelidad de mi pipa. El narguile ayuda al recogimiento, a encerrarse en el aprisco interior y ahí nos las den todas. No se le ocurre al escriba ni un miserable adjetivo y menos una metáfora feliz pero este oficio es cosa misteriosa que se relaciona con las epifanías ocultas en subconsciente las cuales de pronto se manifiestan y hay que hincarse de rodillas en la adoración mágica de los Reyes Magos como aquel mural que había en la entrada de nuestra iglesia conciliar. Ha empezado el ciclo pascual navideño que consta de cinco semanas. En las viejas catedrales españolas el primero de enero con motivo de la circuncisión del Salvador misa y sermón de campanillas. El día siete, san Julián patrono de Ferrol, se abrían las velaciones; el noveno se conmemoraba en la ovetense las santas reliquias de san Marcelino san Julián y santa Lucrecia san Eulogio y santa Basilia depositadas en la quiroteca de la cámara santa. El decimoséptimo se hacía conmemoración de san Antón abogado contra el fuego y los malos espíritus que se apoderaban de los animales. Se veía llegar ese día camino de Oviedo a todas las vacas paridas con sus respectivos jatos, a los acemileros con sus recuas y a los carreteros con las yuntas de bueyes. Tráiganlos a bendecir. También llevaban a la iglesia mayor a los pavos reales y algún gallo de la quintana, pero las gallinas quedaban en casa abrigaditas en sus nidales para que pusieran el huevo. Por san Antón la gallina pon y hasta su día pascuas son y por san Antón la gallina pon, dichos y retruécanos de la antigua sabiduría popular que sabía mirar para el cielo y para la meteorología porque puede que detrás de un nube pródiga en aguas y nieves se esconda el ojo de Ra que todo lo ve parpado inmóvil que vigila desde sus pestañas todo el movimiento universal. Se desmontaban los belenes y empezaban los trisagios y el triduo solemne, tan español de las Cuarenta Horas. Para el siguiente día contábamos con la intercesión de santa Margarita, san Volusiano y santa Prisca no tan arisca como su propio nombre indica pues yo conozco a una de ese nombre que es un pedazo de pan, abogados todos ellos contra las fiebres tercianas. Eran estos mártires muy santos de la devoción de los soldados y mareantes. En la catedral de Segovia cohermana de la ovetense tenían altar y relicario.  A san Fabián y a san Sebastián los efebos de Cristo se les conmemoraban en las diócesis españolas, siguiendo una vieja costumbre hispano visigótica, por todo lo alto. A Sebastián el desnudo que se le representaba en cueros e imberbe atado a un poste donde le pasaron por las armas los compañeros legionarios de su corte al no querer renunciar a Cristo se le dispensó un culto muy especial en los cuarteles. Era el patrón de los arqueros. A los dos días venía san Ildefonso de Toledo- entrañable escena que pintara Goya en la sacristía de Guadalupe- al que la Virgen bajó del cielo para colocarle la casulla en premio a los merecimientos de las que se hizo acreedor por escribir tan bien y tan a gusto sobre las calidades intercesoras de Señora tan augusta. Era el día del rey y una costumbre de muchos siglos atrás en las catedrales hispanas determinaba que se pronunciara el sermón de la Virgen. El 24 tenía lugar la primera romería del año en honor de san Timoteo fiestas en Luarca y en las tres fechas subsiguientes en tirocinios, seminarios y noviciados también se honraba por todo lo alto al patrón de la retórica, san Juan Crisóstomo. Los latinos acostumbraban a empollarse un discurso en griego que pudiera ser alguna de las filípicas de Demóstenes y se lo espetaban a sus compañeros desde lo alto del púlpito del refectorio. Entre el ruido de los vasos y el ir y venir de las fuentes de la sopa sonaban magistrales aquellos kai panta, los ge, o los aoristos del verbo λυώ en el que todos nos hacíamos un lío sobre todo al conjugar los aoristos de aquel verbo que significa atar  que aprendíamos cantando o usando artilugios mnemotécnicos en los primeros años de gramática. Fue una tradición impuesta por los jesuitas en sus centros de formación. Las académicas celebraciones en honor del obispo bizantino conocido bajo el nombre del Boca de Oro era una fragua de elocuencia y semillero de futuros predicadores. Y el mes de Jano o Januario terminaba en Roma con las saturnales y en Zaragoza con San Valero Ventolera abogado contra el reuma. Ha cesado en su canto la lechuza. Estuvo berreando toda la noche. Es que va a cambiar el tiempo. Abre la aurora por las nevadas techumbres de la sierra del Viento. La Rondiella muestra su testuz helada como un cáliz blanco. Yo me apresto a escribir y a recordar otras epifanías. Vuelvo a calentarme otro café y regreso a bordo del tapiz de Aladino a la plaza de la Escalandera a la cual yo llegué una madrugada del año 68 al volante de mi seiscientos recién comprado. Iba de vacaciones pero quería visitar a la Dama de mis pensamientos. Era la Regenta. Una mujer que no vivía más que en la imaginación de su creador de la misma forma que don Quijote es un ente de razón que puso en planta Cervantes. Y en Argamasilla de Alba san Quirico y santa Julita. Mientras yo sigo dándole a la rueda de mis epifanías. Las dulcineas no existen en la vida real y, si existen, salen respondonas. Así que, Tony, everything is in your head, que diría un amigo inglés. Los idealistas, los soñadores, por eso, vamos de culo. Todo está en tu cabeza y en los poderes de tu mente traicionera pero me va a venir bien todo este relajo. Suspende tu juicio, avizora en tu pensamiento, revuelve en tus baúles místicos y no quedará títere con cabeza

 Melchor era calvo, Gaspar sonreía benigno y la Virgen, humilde, de rodillas, presentaba al Niño reclinado sobre un pesebre irradiando luz rubia que ilumina las tinieblas del mundo como un presente. A un lado, apartado, secreto y algo putativo, se presentaba san José el rostro en penumbra y la vara florida se escondía el bueno de san José, viejo y calvo lo plasma la piadosa iconografía,  personaje secundario poco histórico, porque su nombre apenas si aparece un par de ocasiones en los evangeliarios y histérico pero sin cuyo concurso no fue posible tampoco el misterio de la redención, su castidad como aditamento a la virginidad de su mujer. Es uno de los arcanos insondables que encierra nuestra teología. El cuadro olía a incienso, pero a heno y a cuya y a una pobreza profunda, la mula acostada olisqueaba la paja y el buey de rodillas rumiaba dulces pensamientos a eso de la medianoche, al cantar el gallo blanco, al cantar el gallo negro –estas dos criaturas debían de andar encaramados en algún bardal aledaño al establo donde se consumó el nacimiento de las cosas que cambiaron el mundo, verdad irrevocable que ahora los impíos porque volvieron a la tierra los sanedrines y esos odiosos precipuos amantes de la letra muerta que gritan desde lo profundo de sus almas negras: fuera con él, es un impostor, cruficale… a vuestro rey ¿queréis que crucifique?, pregunta el pretor a los judíos y estos a su interpelación consular respondían a voz en grito no tenemos a otro dios que al dinero y a Moloq. La gente desde entonces inunda los grandes almacenes para comprar los regalos y se pone algo borde y sentimental todas las navidades. No honra padre y madre, han quemado los libros antiguos y sólo venera a los dioses materiales, relegando a la lista de los viejos usos el dicho de fe es creer lo que no vimos.

En aquel cuadro por lo demás se intuía casi se adivinaba la lumbre del oro y perfumando la escena el vaho de la mirra de propiedades curativas. El dios al que adoramos era un perdedor, nació en un establo y murió en una cruz coronado de una regia corona de espinas  cuyas púas de carbunclo abrían troneras de sangre y de escarnio en el hueso occipital, frente y sienes heridas. Decorados del trasfondo de tan teatral representación y que reforzaban el poder simbólico de nuestros días de epifanía era una pared a media construir, aun se ven las adarajas imperfectas entre la lira de los cuernos del buey y las orejas picudas del mulo arrodillados ante el divino infante como los magos. La escena transpiraba serenidad y una beatitud como fuera del mundo.

 No sé lo que sería de aquel mural de mi adolescencia. En posteriores visitas al alma mater ya no estaba colgado sobre la puerta del crucero. El seminario quedó vacío, se cerraron todas las puertas, arrumbaron los altares, astillaron las tallas de santos venerables y con los bancos, las sillas, los pupitres los reclinatorios donde estudiábamos o las camas donde dormían los sopistas hicieron una gran montonera. Eso ya no se da, no interesa. Los jesuitas vendieron al peso las bibliotecas con innumeros tesoros escondidos. Se produjo con las bendiciones episcopales y de la propia curia que adolecía de una especie de resquemor, un cargo de conciencia y cierta vergüenza de su pasado, un auto de fe pero al revés. Quemaron las naves los curas que hablaban poco de Jesucristo y mucho de ser solidarios, se instauró una religión nueva la del Holocausto. El que hizo la ley hizo la trampa, cundieron las perversiones, los abrenuncio, la general apostasía. Aconteció entonces el síndrome de la iglesia desierta. Ay de ti Jerusalén que matas a los profetas. Pero la desolación exterior de los templos abandonados no fue tan extrema como la desorientación de una grey a merced de los perros de presa y de los lobos de rapiña. Hubo santos que fueron al infierno y canonizaron a san Wojtyla. Así estaban las cosas cuando yo siguiendo la ruta de los antiguos cristianos cordobeses dirigí mis pasos allende los montes Herbosos, recé a la Virgen de Arbás y alcancé a divisar las torres de Vetusta cuando ya se despedía el sol de enero por los cerros del Naranco. Yo era un prófugo. Es lo que siempre he sido en la vida un evadido que trata de burlar el yugo de las reglas convencionales. Era una bella víspera de Reyes y yo pensaba en aquel cuadro del viejo seminario tantas veces contemplado. Su recuerdo ahora que ya ha desaparecido evoca aun en mis añoranzas de epifanías.

 

Cabalgata

Si la SIC catedral segoviense fue el epicentro espiritual de mis días primeros la de Oviedo protege con su sombra la edad provecta. Los niños esperaban expectantes a sendas aceras de la calle Uría el paso de la cabalgata que suele constituir el plato fuerte de las festividades navideñas en la capital del principado. Regresar a Oviedo es reencontrarme conmigo. Me hago una foto digital al lado de doña Ana de Ozores. Por allí debe de andar haldeando don Fermín de Pas sotanas de cachemir mientras Ripamilán canturrea en el coro. Domine labia mea aperies. Ya empiezan las vísperas. Hoy rezo a san Clarín. Yo estuve enamorado de su Regenta. Habité gracias a la mágica de su pluma en un lugar del amor. Fui a jugar a la brisca con el cura de Vericueto, estuve solo, soñé tener un hijo como el suyo en el que describe en Su Único Hijo, fui delantero de diligencia con aquel golfillo entrañable por nombre Pipá que fue compañero de rondas  mías- los prófugos, los evadidos de la justicia nos solemos acoger al calorcillo de las tascas o a los braseros fríos de los lupanares-por las tabernas del concejo. Cuentos morales, humor y perdón, compasión de Cristo que nunca fue óbice para que don Leopoldo me enseñase a chascar la tralla con vehemencia en mis artículos contra los intrusos dentro del Helicón de las Musas y toda esa gente que escribe regüeldos literarios y mejor que se dedicase a oficios de mayor provecho como la fontanería. Él era el amo y no ese al que llaman la Novia de Reverte. La pluma de este ovetense manejada como la cuerda de un violín me abrió mundos de belleza. Sí yo he sido el novio de la Regenta. Le juré amor eterno de caballero andante en el altar de la poesía- ya no sirve para nada, no lo digas, se van a reír de ti, te copian y te envidia, porque en el internete al cual tú estuviste encadenado llevándote todas las broncas de tu mujer, realizaste un verdadero tour de force, demostrando las posibilidades y alternativas de las que es capaz un escritor esmerado, trabajador y con un pundonor alto aunque tus lectores blasfemaban de esa maldita manía tuya de ir a la caza y procura de la excelencia, velé sus armas. Santa María de los ojos grandes nuestra señora del Sotrondio se me aparece en este atardecer de epifanía, víspera de Reyes y me larga desde la almenara de los recuerdos hoguera no encendida una mirada interrogante. ¿Eres tú el que ha de venir? ¿Eres Melchor, eres Gaspar, eres Baltasar?... yo soy un ser humano encadenado a la libertad.

 

En Valpuesta, en aquel cementerio en ladera, a la sombra de un risco donde los cristianos mozárabes habían levantado una iglesia, dormiría ella el sueño de los justos. Algunas veces Genadio iba a visitar la tumba de Florentina. Rezaba el oficio de difuntos, cantaba el dies irae, preguntaba a los ailantos y eucaliptos que lamían las tapias de aquel cementerio reclinado sobre la falda de un monte apertal por donde se iniciaban los senderos y vericuetos que conducían a las altas cumbres de los montes Ervisos si sabían algo de su amada Florentina y no le daban respuestas. El aire al mover las ramas de los cipreses cinerarios hasta doblegarlos nunca partirlos hacía evoluciones que recordaban signos de interrogación. Aquí yace por tus pecados. Aquí te espera. No me digas. He de ir a Valpuesta. Colocar en su nicho un ramillete de madreselvas. Sin embargo, el hombre del tiempo le recordó que había nieve en los puertos, que los caminos estaban intransitables, que todavía no habían empezado las rebajas.

Florentina no era más que una marca en el aire de aquella moza elegante que yo quise cortejar. La acompañé un par deveces hasta su colegio mayor en la calle Ponzano una residencia de monjas. Fuimos juntros a ver la Historia de una Escalera y un par de veces salimos a bailar. La pasée por Madrid con mi seiscientos recien comprado con el pluriempleo que ganaba y estaba tan nervioso que en la bajada de Rosales el seilla hizo un extraño y a punto estuvimos de hacer un trompo porque las dos ruedas laterales se pintaron en el aire de aquello me acuerdo bien. Uno era muy enamoradizo por aquellas calendas. Escribía cartas de amor a todo lo que volaba. Adolecía de una falsa educación sentimental que pasando por alto que las cuestiones del amor se encierran en dos supuestos clave: la biología y los intereses materiales habida cuenta de que el matrimonio para el derecho romano no es más que un contrato de carácter económico, y obviando la materia convertíamos a nuestras adoradas en puro espíritu. Estas amadas nuestras, aquellas damas de nuestros pensamientos no existían. Eran excrecencias de nuestro culto virgineo o en parte seguramente de que habíamos leído muchos libros de caballería que devanaron nuestro cerebros, los sesos se nos volvieron agua y vendría el efluvio en forma de batacazo.

Nuestras relaciones copmenzaron misteriosamente al cabo de un tiempo de acabar nuestros estudios unoiversitarios  adquiriendo netamente un contexto literario de correspondencia epistolar. Nuestras cartas entre Valpuesta, Berlín, Roma, Paría y otras capitales europeas se intercambiaron vertiginosamente durante dos años. Al cabo de ese período decidimos casarnos en Covadonga. La víspera de los desposorios mi novia me dio calabazas. Pero la culpa no fue suya sino del correo. Había habido una huelga en los ferrocarriles franceses por lo que yo había decidido trasladarme hasta la capital del principado para casarme en Covadonga por todo lo alto. La epístola en la cual Florentina decidía romper relaciones no la pude leer sino al regreso cuando ya vencido y con muchisima resaca, el corazón baldío y supurando por la herida de las traiciones, la leí. En un arranque de furia quemé todos aquellos escritos de mi amada y bien que me pesó puesto que entre otras cosas escribía muy bien y el manojo de despachos en que cambiamos opiniones sobre lo divino y lo humano haciendo planes para el futuro y hubiera sido bagaje suficiente para articular un buen libro. Creo que también me descomedí,  bebí más de la cuenta y agarré el telefono llamandola de todo menos bonita, ya me entienden.

Creo que aquel hecho determinó ciertos daños colaterales en mi personalidad. A consecuencia del despecho salí muy herido y lleno de inseguridades siendo el origen de ciertas prevenciones alateres que derivan en misoginia. No respeté a rey ni a roque, di batidas por los prostíbulos de Pigalle quemando mi salud y alardeando de mis facultades sexuales que a la sazón eran considerables. Al catre me llevé solteras y casadas, niñas y viejas, doncellas y jamonas. Siguiendo las coordenadas del mito donjuanesco, yo a los palaciones subí yo a las cabañas bajé y en todas partes dejé memoria inausta de mí. Bueno no tan inausta porque Florentina cuando vino a verme a Paris, me lo conesaría después, y poco antes de morir a consecuencia de una enermedad terminal, que lo que mejor recordaba de nuestra relación era aquella vez en que yo quise consumar el coito sexual, aunque no había manera. Mi novia se cerraba de piernas con la fuerza de una lapa. Claro que era muy atractiva y bien vestida. Creo que una tía suya había sido modelo de algta costura. Tenía unas medidas perfectas.en su mente prolieraban el horror al sexo y los prejuicios en que fuimos formados por los curas y las monjas aquellas generaciones de chicos y chicas que fuimos a los colegios religiosos en la posguerra. La verdad es que yo me saqué la espina con mi atavica rebeldía a lo largo de mis correrías por las boits de París y de Berlín. Salía de caza muchos sabados noche en ese perpetum movile narcisito de cherchez lña femme y la verdad es que no se busca a la mujer, uno se está buscando a sí mismo para dar cuenta de sus apetitos inconesables. Ay si yo hubiese sabido que el amor sec reducía a esa bajeza, al mero acto biologico otro gallo nos cantaría y a lo mejor no te hubieras muerto, Florentina, por lo que voy a declarar acto seguido.

Si ella se cansó de mi dando calabazas, dejandome a la puerta de la iglesia y lo peor de todo es que a la chica le gustaba un cura que actuaba de correveidile-fue creo lo que más me humilló ser postergado a cambio de uno de esos curas meticones y amigos de la familia del coro al caño y husmeando cual perrillos falderos en lo derredores de las señoras- yo nunca me cansé de Oviedo, la ciudad troncal de mis mayores. De ella salieron mis antepasados vaqueiros y a ella regresamos los sucesores. El mito del eterno retornos. Vetusta ejerció sobre mí un influjo mágico desde niño. Por una de esas atracciones misteriosas que seguramente hayan de ver algo con la teoría de la reencarnación. El toro en su querencia siempre busca burladeros. Cierto que la devoción a la Virgen me salvó de aquel mal paso que no sé ni como salí vivo porque sucedieron en la noche triste una serie de sucesos que no vienen al caso de poner en este papel blanco sobre negro pero que se enciuentran en un rincón muy escondido de mi pensamiento. El rubor y en cierto el modo mi arrepentimiento me vedan traerlos a colación. He pensado que Florentina no existía. Era un ente de razón y lka vividura de aquella noche del 74 no era más que una pesadilla empapada de alcohol y lllena de delirios del delirium tremens. La puerta verde de aquella celda. La pistola negra de aquel policía que me apuntaba- era un Astra 34- vamos tú, andando pa la trena. Yo nada fice. Eso al qiue se los tienes que contar es al juez no a mí. ¿diste un escandalo? Si.  Después no se lo que pasó pero aun llevo en mi cuerpo el frio de aquella mazmorra. De pronto se abrió la puerta y apareció una gran señora vestida de un blanco manto y una corona de oro. Llevaba al pecho un imperdible de rubí

 

  

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