ÉL ERA ANARQUISTA Y YO
FALANGISTA DE IZQUIERDAS
SE NOS HA MUERTO ALFONSO
No me considero un tipo duro, soy
terne de pelar, es difícil que llore pero esta mañana de Santa Agueda cuando
las mujeres mandan en Zamarramala me llamó Pepe Barcena, relaciones públicas
del Café Gijón, elegante pincerna, buen escritor y copero mayor de nuestras libaciones
eucarísticas [dice de él Umbral que Pepe con su melenita corta, su
servicialidad y su sonrisa le cae bien a las señoras, y muy buen dicho además]
para darme la noticia de que había fallecido Alfonso González Pintor El Cerillas, del Café Gijón, una institución
en la vida literaria, política y periodística madrileña de la Transición,
se me saltaron las lágrimas por teléfono. Lloré de dolor. Tenía sólo 72 años y
daba aspecto de sempiterno joven. Su sepelio fue tan humilde y servicial como
su vida entera. Creo que no sólo se nos ha muerto un hombre se ha acabado toda
una época
Este humilde menestral, en apariencia,
pero una alma grande y un corazón que no le cabía en el pecho, él ponía una
gota de almíbar donde todo es hiel y acibar con una de sus humoradas, (¿me
escuchas, tú me escuahs? ¿Me quieres? Claro que sí, Alfonsito, no faltaría más.
Pero ¿tú me escuchas? No me escuchas, y así arreglábamos el mundo, dale que te
pego) munificente en los sablazos que jamás se le olvidaba reclamar por cierto,
magnificente en el servir sin ser servil y quedar señor incluso con cabrones
que no se lo merecían, pero, en fín corramos un tupido velo, era amigo mío.
Como de tanta y tanta gente.
No creo que tuviera enemigos y este
justo de Israel que no iba jamás a misa y que a lo mejor no creía en dios pero
éste sí que creía en él, Alfonsito, majo traeme un farias y un paquete de
chester, eso está hecho a mandar; me echó más de un capote, y me empujó
hacia el burladero del Gijón, tan tolerante de moros como de judíos que el Gran
Café fue siempre el gran cantadero de urogallos desde donde se han orquestado
conjuras sabidas por todo el mundo y catasta escaparate con veladores y espejos
donde el todo Madrid iba a sentarse a hacer el despeje plaza aunque uno
no llevaba por ejemplo a una novia que nos las acababa quitando Manolo el
Guapo y poco nos importaba que el Loco nos pidiera para un café, oye ¿me dejas
quince pesetas? Ten, ya digo; era un santo de Israel sin adscripciones
sionistas y él que era el Fúcar de todos nosotros odiaba –bueno lo de odiar es
un decir porque no creo que en el corazón de Alfonso González Pintor se
albergara una micra de odio- miraba con malos ojos al gran capital. Su padre un
minero palentino lo pasó mal y anduvo en prisiones pero no creo que sea verdad
lo que dice el Tuercebotas siempre
barriendo para casa que lo fusilaran los nacionales, eso sí me contó una
historia enternecedora de su madre y él a lomos de un burro huyendo por los
puertos camino de Santander, pedían limosna por los pueblos para sacar de
comer. Refugiados. Todos somos refugiados y supervivientes de algo. Y si no
hubiera habido ese burladero detrás de la barra que él enfilaba con sus ojos
cansados y llenos de sabiduría de hombre de vuelta de todo que ve pasar la vida
alzado sobre la humilde tajuela de cerillero que más parecía un trono pues
todos los guiriguis nada más que lo diquelaban se quedaban con su estampa
hidalga y decían aquí tiene su sede un caballero español a mí me hubiera
pillado el toro. Y a otros mucho como yo.
En tiempos de tribulación no hacer
mudanza recomendaba Iñigo. Yo me fui para el café Gijón cuando venían mal
dadas. Allí estaba Alfonso. Siempre te daba las buenas tardes pero si te notaba
de mal humor hacía que no te veía. Hizo la mili en Caballería y fue mozo de
espuelas con el Rey, al que llamaba mi Rey o mi Capitán Borbón. Hasta supo
alguna anécdota [el nieto de Alfonso XIII era putañero y le gustaba sofaldar
criadas y andar en juergas como a todos los monarcas de esa casa que siempre
tuvieron fama de golfos] de faldas que no quería contar pues, archivo de la
cortesía, era también paradigma de la discreción. Jamás le escuché hablar mal
de nadie ni decir nada que pudiera ofender aunque a veces era especialista en
chistes malos, en retruecanos y acertijos. Hacía como que dormía y que no
escuchaba pero se enteraba de todo lo que decían los de la mesa tras su
banqueta que era la de los tertulianos como Manolo Vicent el que decía aquí hay
que venir lloraos ¿y con caspa no, Manolo? Tampoco, de Álvaro de Luna, Tito el de
“Cuéntame” y otros. Alguna vez se tomaba la licencia de intervenir en la
conversación con la anuencia de todos aunque los de esa mesa eran un poco
repugnantes y a mí en más de una ocasión me mandaron a tomar por culo pues yo
nunca me callo ni escondo mis pareceres.
Él hizo de este bar un asilo de la
inteligencia vencida que se ve cercada como una isla en la vulgaridad ambiente.
Habitual de los bancos forrados de terciopelo como los de los Comunes y de sus
sillas pasadas de moda he engordado tantos kilos que ya no me cabía el
culo en estas sillerías del coro del cabildo de librepensador. Y allí estaba
él. Siempre igual erecto pues se sentaba tieso para corregir su espalda
malhadada por un accidente en la mina y quien lo iba a decir otro absurdo accidente
de automóvil sería la causa definitiva de su cita con las parcas.
Se me ha muerto un amigo. Yo le debía
muchos favores. A mí me parece que era el alma de este lugar con alma, el
último café de Madrid de toda aquella saga “La Fontana de Oro”, el “Lyon”, “Pombo”
el “Bilis club” al que no faltaba Clarín en sus visitas a Madrid desde
Oviedo. “Fornos”. “Llhardy”. Todo un florilegio de vida social y
literaria llamado al finiquito. Alfonso era el último mohicano y su
desaparición física ha coincidido con la implantación de la Ley antitabaco de
la ministra esa, con cara de gobernante inglesa empeñada en hacernos a los
españoles vivir más sanos pero con peor mala leche pues allá van leyes do
quieren reyes esto es los que tienen el BOE de sartén y de mango. Precisamente
los que el bueno de Alfonso creía que eran los suyos. ¡Qué desilusión! Seguro
que la palmamos antes.
Aquí siempre tiene que haber algún
guerrocivilista. Hay que hacer la guerra a algo o alguien. Viejos resabios del
atavismo ibero ese que pinta Mingote con un garrote y en taparrabos
hacioendonos señas. Oye tú pasa para aquí dentro. Que te voy a dar la cena.
Es el placer de prohibir. A joderse.
Antes donde había más de cuatro que cada uno saque su tabaco. Y más de cinco
que cada uno se fume el pijo. Ya no. No nos moriremos de cancer de pulmón o de
un infarto. Pero a lo mejor un picajoso prurito anal se nos lleva por delante.
Descuide, ministra, que aquí nadie va a quedar para simiente. Y si no es del
bazo será del espinazo. Empezando por usted que farda incluso de hacer gimnasia
en el despacho. Mens sana in corpore sano. Pero si nos falla la mente a
ver qué hacemos con tanto cuerpo cachas pero embrutecido. Veo a los
pensionistas solitarios y deprimidos haciendo pedestrismo por el barrio y
pienso que mejor estaban echando un tute o en la cantina. A lo mejor estaban
menos decontentadizos y habría mucho menos violencia de género.
Bueno lo del pito del después no nos lo
quitó aun. Todo se andará. Que ya nos quitan el cigarrillo como después nos
quitarán la siesta. Aunque todo seguirá igual. Hemos salido del no te
jode para entrar en el nos ha jodido. Son los perros con los mismos collares.
Ahora parece que ladran luego mejor cabalgamos. Buscábamos la celebridad y
hemos acabado derrotados anónimos. Estamos seguros de ganar victorias después
de muertos.
La pragmática sanción que convierte a la
venganza de los indios y sus usuarios en un atajo de apestados creo que va
contra el talante y el talento del hombre hispano (aquí con el cigarrilo o el
veguero entre los labios se ha hecho el amor, la guerra, la postguerra, se
sellaron amistades y enemistades, se escribieron cartas a la novia, instancias
y ultimatums) otrora hubiera provocado un motín, una revuelta popular como la
de Esquilache. ¡Cualquiera le recorta las alas del chambergo o los vuelos de un
manteo a un español ¡ Hoy el personal se ha vuelto como muy light.
Pastueño, acomodaticio. Somos acémilas uncidas a la noria del ir tirando. Ya no
quedan españoles como los de antes.
Alfonso era uno de ellos. Había mañanas
que le veía coger el 27 o el 45 en Atocha. Era un castizo vallecano y creo que
del Rayo. Primero iba al estanco y cargaba con bolsas su tenderete, su
chisconcillo, villano en su rincón desde donde veía pasar la vida sin cortejar
jamas a la codicia o a la ambición, un secretaire muy coqueto con infulas de
bargueño de madera noble. Siempre que se iba cerraba con llave la gabeta. En
los alambres pendían billetes de lotería, postales, mecheros, chiclés. Condones
no pero alguna vez se los pidió algún cliente en apuros y ese no era Manolo el
Guapo que siempre llevaba consigo cajas por un por si acaso.
Era toda una estampa del ayer. Y con él
ha pasado una era. Se nos ha muerto nuestro tiempo. Una vividura. Alfonso
descansa en paz dondequiera que estés. Al volver del tanatorio de la M30 y de
abrazar a su viuda y deudos, una hija y un chico que es clavadito a él, y que
vive en Londres, enfilé los carriles de la A6 mi alma esponjada de tristeza
tras el adios para siempre al amigo pero llena de paz. Era la paz que siempre
transmitía él.
05/02/06