2023-05-07

 UNAMUNO SU MEJOR LIBRO RECUERDOS DE NIÑEZ Y MOCEDAD

 

Arriba mi Bilbao que el porvenir es tuyo así termina este opúsculo a mi juicio el mejor libro de Unamuno—29-IX-1864/ 31-XII-1936— donde salen a relucir la fortaleza y la ternura virtudes características del alma vasca. Humor también. El máximo representante de la generación del 98 peor novelista que pensador bucea en sus recuerdos y entusiasma a sus lectores con la narrativa de las experiencias que fueron experiencias infantiles de no pocos españoles hasta hace poco: las fiestas del calendario cristiano y sus correspondientes procesiones y actos litúrgicos, las peleas de chicos, pelamesas, los veraneos, la escuela y las clases sociales colegios de pago y los de balde  callealteros y barrioajeros, (como en el Santander de Pereda o el Avilés de Palacio Valdés) la crueldad de aquellos niños medio salvajes. No extraña pues que el sabio profesor salmantino lamente en alguno de sus libros haber nacido en un país de rencores. Le duele España pero su recordación de aquel Bilbao de fines del siglo XIX le enternece. Es la villa vizcaitarra soterrado tesoro de las Españas a veces mal entendido porque glosando a Tirso “vizcaíno es el hierro corto en palabras y en hechos largo”.

Describe en clave de humor el bombardeo —llevado a cabo por la artillería carlista de Zumalacarregui el día de Inocentes de 1874 el cerco duraría hasta el día de santo Matía  al año siguiente— “nos dieron vacación… algunas mujeres lloraban y ponían velas al Santísimo.

 “En los recónditos  senos de mi conciencia aparece el bombardeo como edad heroica y remotísima y los carlistas como vagas reminiscencias de fósiles, mamuts y mastodontes”. Era don Miguel de familia liberal y se remeje no poco en la ironía hacia los soldados del pretendiente “que yo no vi ninguno” y trae a colación los juegos y charadas infantiles, los cantos de rueda como aquella comba resucitada por Joaquín Díaz en sus reviviscencias del romancero

Allí arribita del río contra raya de Navarra

Ay si contra raya de Navarra

Vivía una santa doncella ay si

Que Catalina se llamaba

Ay sí

Que Catalina se llamaba

Su padre era un perro moro

Ay si

Su madre una renegada

Ay sí

Su madre una renegada

Todos los días de fiesta ay sí

Su padre la castigaba ay sí

Siempre la castigaba

Mandó hacer una rueda ay sí

De cuchillos y navajas

Ay si de cuchillos y navajas

Ay sí de cuchillos y navajas

Unamuno cree que la oralidad apacienta los caminos de la infancia y son estas canciones y juegos los que determinan el nacimiento de la fuente sagrada que brota de los hontanares de la poesía lírica. Mambrú se fue a la guerra no es otro que el duque de Malborough y matarile una versión de la canción popular francesa j´´ ai un beau chateau. Se detectan las inclinaciones filológicas de aquel niño bilbaíno que cuenta cómo la clase estallaba en risas cuando alguien soltaba un pedo. Ay que se me escapó.

Lo coprológico es uno de los factores cómicos que caracterizan la niñez. Quien se ha peído que huele a tocino quien se ha cagao que huele a bacalao tú por tú que has sido tú. ¿Quién se fue de bastos? Yo no. Don Floriano, ha sido este niño. Silencio. No, no, ya está seco.

Rememora las primorosas lecturas del “Juanito” principal libro de texto de aquellas generaciones. Los diálogos que inserta son encantadores, no exentos algunos de ellos de las concordancias vizcaínas. Tú roncas. ¿Roncas yo? ‘¡Si te doy uno…! anda chápale a ese, mójale la oreja, pégale un puñetazo en los hocicos. Conversas que a mí tambien me recuerdan mi infancia en Segovia que no fue muy diferente a la del escritor que nació al pie de las Siete Calles. Te ha podido, Guille. Y hago mía esta sentencia: “recuerdo un amigo mío de colegio que cuando uno le sacudía contaba los golpes y él habría de darle uno más para quedar encima. Llegaban los parragorris o mascaras de Carnaval y sobre los pasos aparecían las calvas cabezas de los apóstoles barbudos y la sañuda mirada de los sayones, el chistolari iba delante de la procesión y cerrando carrera los músicos de la banda municipal muy orondo el que tocaba el bombo y casi famélico el que hacía sonar los platillos del tintinábulo. Tachin tachán.

Saltan a la prosa personajes como Antón el de los Cantares que era amigo de la familia o del bardo Iparraguirre, arlote o versolari o el propio Zuloaga conocido de su padre quien hablaba del Greco con cierto desdén. El pintor de Eibar decía que en su cuadro de la Trinidad le puso al Padre Eterno la mitra del revés. Años adelante, dicho recelo no sería óbice para  que Domenicos Theoteocpulos influyera en la trayectoria mistico realista de Zuloaga, el vasco que vio el alma castellana en los paisajes de Segovia.

La castidad del autor de “Sentimiento Trágico de la Vida” —fue un hombre de una sola mujer jamás se fue de picos pardos no bebía ni fumaba— tiene una explicación: haber sido muy devoto miembro de las Congregaciones Marianas… “el día más solemne para los congregantes era el de San Luis Gonzaga. El párroco de Santiago señor Ibarbuengoitia nos llamó ovejas no sé cuantas veces y nos habló de “pastos espirituales, sencillas y antiguas metáforas que debió haber tomado de un libro viejo”. Cuenta por último sus paseos al borde la ría del Nervión, se entusiasma ante el paisaje de la ciudad vista desde el miradero de Archanda.

¡Aivá! Su primer encuentro con la muerte. Un compañero de pupitre un tal Castañeda murió en la flor de la edad diz que por fumar y porque “no paraba de darle al vicio solitario”. 

El entierro de Castañeda le impresionó a don Miguel de tal forma al colegial que de siempre aborreció el tabaco, y la fornicación le pareció algo abominable.

Se distinguen los vascongados, los vascongados distinguen, por la vergonzosidad, dice. Ellos son capaces descubrir y conquistar un continente, de jugarse la vida en cualquier peligro, pero delante de una mujer o hablando en publico les veréis aturullarse… el aldeano vasco como habla mal castellano teme que se burlen de él los que le oyen y por eso se vuelve taciturno. Este encogimiento tambien se percibe cuando habla su propia lengua por lo cual debe ser alguna otra razón más secreta que lo explique, y no conviene echarle la culpa a los castellanos de su reserva.

Cuenta los agobios y baticores con el latín y sus tediosas tardes de estudio al pie del Raimundo de Miguel, tortura de generaciones de españoles. El diccionario más famoso de la lengua del Lacio era un calepino arduo, premioso, y sin “santos” en cuyas páginas nos quemábamos los ojos, lidiando con el hipérbaton de las catilinarias. Aprendimos en él cosas que entonces considerábamos inútiles pero que a lo largo de los días nos hemos dado cuenta de que sirvieron para mucho. Al menos para moldearnos el alma, y lo que se nos representaba entonces banal emprio, a la larga brindó provechoso usufructo. 

 

 

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