2023-08-27

 MILAGRO EN AGOSTO


Saliste del cuchitril y atravesando el pasillo largo atestado de libros y maletas ganaste la puerta metálica de las calle. Era verano. Maduraron las uvas pintas adelantándose a otros años, uy que calor cortaste un racimo y se los diste a unos refugiados sirios que acababan de llegar en la patera. Salam malikun Alá es grande. La hojarasca que caía de los arces anunciaba la proximidad del otoño. Una luz tibia y benigna atravesaba el montante. Si encendías, los mensajeros se regodeaban en explicaciones sobre la ola de calor. En Orense se asaban los pavos y el agua de las burgas, exultante, saltaba a la superficie con furor a temperaturas inhabituales. Los gongorismos de Saturno se hacían sentir en forma de terremotos, regoldaban los volcanes, en otras partes del planeta llovía de manera salvaje. En Ecija asaban los huevos en las calzadas, uy qué calor. Los agoreros y arúspices se ponían las botas hablando con ominoso deleite del fin del mundo a costa de las intercadencias del cambio climático. Una mano diablo pegaba tea a los bosques y ardían los arbustos de las montañas Rocosas. A los de la Guardia Montada del Canadá los habían convertido en bomberos. Los descabalgaron del caballo y les dieron la manga niega universal, la cual apagaba los bosques calcinados pero nada servía para mitigar el fuego de las conciencias:

-¿Para qué escribes?

-Para dejar de fumar.

-Lo entiendo. Ya da igual so que arre. Eres un grafómano. No llegaste a nada. No te conoce ni perry.

-Pero me conozco yo. Mi vida fue un perpetuo gnosce te ipsum, una perpetua búsqueda de la excelencia.

-¿Y de qué te sirve.

Yo era en realidad una figurilla en el paisaje. Estaba destinado a aquel dintorno desde toda la eternidad. Vine a vivir a las riberas plateadas del Aulencia donde crecían los ailantos plateados bajo la vigilancia de las almenas del castillo de Villafranca. Aquellas barrancas fueron el sudario polvoriento de muchos soldaditos que cayeron al intentar cruzarlo en la batalla de Brunete. Escuché cantar el himno de Santa Bárbara al son de los estampidos de los cañones del Quince y Medio. Un páter aragonés cantaba el gorigori a unos requetés de la Sexta Batería. Vinieron los familiares de las victimas, colocaron los féretros sobre las bacas para ir a enterrarlos a Navarra. Según me dijeron, todos eran bisoños, de la quinta del chupete, nada sabían de armas, le dieron un fusil y unos correajes y tira palante. Cayeron como chinche. La primera oleada fue un picadero de carne. Yo sentía la presencia de aquellos muchachos que perecieron en la gran ofensiva de la toma de Madrid y a veces del alguarín al lado del jardín central se soltaban efluvios de fuego fatuo. Yo les cantaba y les decía la misa de difuntos, pero un vecino ambicioso quiso arrebatarme aquella parcela de terreno y yo me puse como una fiera defendiendo a los caídos bajo mi tutela. Cuando bebía más de la cuenta salía al jardín y cantaba el himno de la infantería para dar en los morros a aquel ladrón. Allí murieron muchos legionarios, tiradores de Sidi Ifni y parte de la infantería del Quinto Regimiento. Memoria Eterna. Los moritos de la mehala arreaban por la cuesta de las mochas, fusil en ristre, zapatillas y zahones en busca del paraíso de Alá. Tú lo sabes que comieron las uvas de la ira, Arije. Todo eso ocurrió hace ochenta y siete años, pasaron muchos plenilunios y ahora las uvas de la parra de tu jardín ofrecía entre zarcillos y pámpanos generosos que crecieron sobre los huesos de los Caídos y sangre derramada los racimos del perdón. Había que llevarlos al lagar del olvido y pisarlos para que fluyera el mosto del perdón y la reconciliación. Pero doña Napias la meiga gallega, la Cajera, el Tullido y la Archivera no querían la paz. Se decantaban por la guerra. Corría por el país un viento de ira y de desquite feminoide que helaba la sangre y socarraba los colgajos de aquella parra maternal que tu plantaste cuando llegaste a vivir en la urbanización


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