2024-01-06

 

PAULO IV 1476- 1559 LOS MARRANOS Y LOS JESUITAS. FUNDÓ LA INQUISICIÓN ROMANA Y EL ÍNDICE DE LIBROS PROHIBIDOS. ODIABA A LOS ESPAÑOLES

Mi fe salió indemne, incluso robustecida, al escudriñar los misterios de la historia eclesiástica. Uno de ellos es la relación del papa Paulo IV con san Ignacio de Loyola al que tachaba de “marrano” presuntuoso e indómito. Este papa se opuso al establecimiento en Roma y a la aprobación de los estatutos de la Compañía de Jesús. 

A principios del siglo XVI Roma se vio inundada de conversos españoles, obispos, abades, fundadores de nuevas órdenes religiosas y también  de prostitutas, como no, pues ya lo hemos visto al leer esa novela satírica indeclinable de Delicado Baeza que denuncia las corrupciones de la Roma “putana” durante el pontificado de León X.

 Los jesuitas ayudados por los dineros de los mercaderes de Flandes que patrocinaron a la Compañía (Teresa e Ignacio en el mismo barco, no se necesitaban ejecutorias de hidalguía para profesar en ambas órdenes, es más los jesuitas abolieron el coro y desdeñaban el hábito) tramaron contra el papa Caraffa, incluso se dice que pudieron envenenarlo, el fin justifica los medios según el antiguo soldado vasco con fama de santo pero que para Paulo IV no era tan santo, y un ojo en el cielo y otro en el suelo y todo en tanto en cuanto.

Tal relativismo jesuítico  antievangélico conducirá al instituto ignaciano,  a toda clase de perversidades y a ser una iglesia dentro de la iglesia.

De origen español, no se consideraban españoles, eran marranos, GLOBALISTAS. No participaron en la evangelización de América sólo crearon algunas encartaciones independientes verdaderas republicas comunistas en el Paraguay. Temibles lo eran.

Transformaron la iglesia católica a su manera y la luz de Trento se oscurece con las tinieblas de la apostasía, del poder por el poder. 

La SRI nada se parecería en adelante a la del medievo.

En una visita a Roma fui a visitar la tumba de Paulo IV y leí un epitafio en letras negras inquietante:

“hic jacet Caraffa supernis invisus et imis

Stix animam

Tellus pútrido cadáver habet

Lo que quiere decir aquí yace Caraffa que desagradó al cielo y a los infiernos

Su alma se sumió en la laguna Estigia

Y su cuerpo es este cadáver putrefacto

Se comprende el odio que le profesaron los cristianos nuevos a este pontífice. Había cerrado todas las sinagogas de Roma, fundó el gueto y obligó a los hebreos a llevar bordada en el pecho una estrella amarilla.

No es casual que viviera bajo la amenaza del clister y la triaca envenenada, consumada por fin, muriendo víctima de lo que parece ser una conspiración organizada por los llamados guardias de corps al servicio de la iglesia, esto es los jesuitas. Contaba 96 años.

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