2024-11-16

 

TROTACONVENTOS Y CELESTINA NUEVA VISIÓN SOBRE EL ARCIPRESTE DE HITA


Pasé unos días en el balneario de Trillo y volví a ser seducido por esta provincia que es centro mágico de la península, en su modestia, en su silencio, en las vegas, los pantanos y andurriales que guardan la huella de las pisadas de Cela, del Cid y del Arcipreste de Hita. Hace muchos años fui con mi padre a los toros de Brihuega. 

Al cabo del medio siglo el paisaje y el paisanaje resultan y reconocibles, pero en las paredes de las posadas hoy convertidas en hoteles y albergues de fin de semana creí ver aletear los fantasmas de Trotaconventos, escuchar la risa loca de Celestina. A la paz de Dios.

 Aquí todo el mundo habla de Cervantes, un mito para ser alabado sin ser leído por los que gustan poco de la lectura.

 Pero se olvidan de Quevedo, del Lazarillo, del Buscón, del Guzmán de Alfarache o de Vicente Espinel.

 El arcipreste de Hita constituye ya de por sí en las literaturas que son literaturas de caminos, de andar y ver como cronista de un tiempo de cambio entre la edad media y la moderna, una época similar a la actual engullida por la tecnología. 

El libro del Buen Amor se escribe cuando en Europa estalla el morbo de la peste negra que acabó con más de la mitad de la población europea y en pleno auge del cisma de occidente. 

Nunca conoció un tiempo mejor la iglesia católica: la cruz triunfante supo vivir con el Candelabro y la Media Luna. Moral laxa, pero la fe, acérrima. Tres culturas.

 Las catedrales góticas dan sombra a la aljama hebrea y al alfoz de la morería. Los clérigos se lo pasaban bien. 

Hita pueblo grande contaba con un presbiterio de una treintena de sacerdotes y un arcipreste siempre era toda una autoridad casi similar a la del obispo. Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, debió de ser de origen converso dados sus fuertes conocimientos bíblicos, pero algo rebelde y díscolo y putañero por demás. 

Se pasaba los breves pontificios que llegaban de Aviñón por la taleguilla. Su obispo, el primado de Toledo Gil de Albornoz, le tuvo cinco años a la sombra en la cárcel clerical de Alcalá (por cuyas celdas pasaría también Cisneros tiempo adelante) por algunas cosillas sin demasiada importancia relativas a su absentismo y a sus correrías.








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