PEPITA JIMENEZ VALERA FUE EMBAJADOR EN PETROGRADO
Leo
a Juan Valera recios calores del veranillo de san Miguel. Pepita Jiménez era
un libro prohibido en aquellos seminarios de los cincuenta del pasado siglo. Si
decían que estaban “pensándoselo” es que habían rociado su espíritu de la
doctrina de este libro librepensador. Es un tratado de psicología algo
melifluo.
Entre
tarros de miel don Juan Valera vierte cuartillos de ponzoña de forma
subrepticia, oculta. Paralipómenos. El amor divino se enfrenta al amor humano.
Un joven seminarista a punto de recibir las órdenes mayores durante unas
vacaciones conoce a Pepita a la que pretende su padre, a quien va a quitar
la novia. Viudita rica que con un ojo llora y con el otro repica. Paseos a
caballo, merendolas en el campo, el juego del tresillo y el roce de las piernas
de Pepita con las del aspirante al sacerdocio que se quería ir a África o a la
India a convertir negritos y pasa lo que tiene que pasar.
Don
Luis y Pepita hacen cacharritos. No podía ser de otra manera. A los veintidós
años un hombre es un torrente de hormonas.
No
conoce la vida y mucho menos a las mujeres que son harto complicadas.
Veladamente
Valera denuncia uno de los males de la
iglesia latina en su prospecto de producir maricas y homosexuales con un lirio
en las manos o verracos, garañones, depredadores sexuales.
Es
el caso de ese cura malacitano que se
pasaba por la piedra a sus feligresas previamente de dormirlas administrándolas
un brebaje.
Ahora
bien, los que intentan convertir a la SRI en una cuestión de bragueta son unos
tarados mentales.
La
iglesia triunfó en España pese a estas minucias y para demostrarlo ahí están
elevándose en cada pueblo esas torres de las humildes espadañas o las agujas
atravesando el cielo de las catedrales medievales, esas ermitas, esos
humilladeros esparcidos por media Europa, esos monasterios de acogida al
peregrino esas universidades. Todas esas obras de arte.
Todas
esas sinfonías y polifonías. El esplendor de su liturgia. En la labor educadora
la iglesia es imbatible. Nos enseñó a rezar y a pensar a muchos de nosotros. En
mis libros yo hablo de una iglesia esotérica; lo místico, lo de adentro y otra
iglesia exotérica la cáscara, lo de afuera: cánones, obispos, sínodos,
política, encíclicas, visitas
pastorales, happenings como el del Día de la Juventud, concilios.
Detrás
de todo ello esto se esconde (paralipómenos) maraña muy complicada e
inextricable la cara de Xto.
¿Qué tendrá que ver ello con ese párroco
salido que le toque la pilila al monaguillo o al arcipreste que se acuesta con
una de las Hijas de María?
El
volteriano Valera ataca a los curas por su flanco más débil y cuenta con muchos
seguidores, más de un siglo después de su muerte.
A
punto de celebrarse el bicentenario del autor egabrense 1824-1905 merece la
pena consignarse algo importante. Que el desastroso reinado de los borbones
Fernando VII, Isabel II, María Cristina, Alfonso XII y Alfonso XIII no fue
óbice para que la literatura española viviese un nuevo siglo de Oro: Mesonero
Romanos, Galdós, Pereda, Bécquer, Clarín, Fernán Caballero, Espronceda,
Menéndez y Pelayo que remata en los del 98.
Valera
escribía unas novelas lineales, optimistas, donde todo acaba bien y tutti contenti . Este es el caso de don
Luis que se casa con Pepita y viven felices y comieron perdices.
No
es un genio. SÓLO UN INGENIO pero todo el aseo de su prosa contrasta con la
vida de su juventud. Asiduo visitante de los burdeles de Madrid junto a su
amigo M. Pelayo y como embajador en la corte de los zares tuvo no pocos líos
con marquesas y duquesas rusas pero apenas queda nada de su gestión como
agregado del plenipotenciario del gobierno de Madrid ante la corte de Nicolás
I. Tiempo adelante se desplazó como representante de Isabel II Washington. Y a
orillas del Potomac se lo pasó tan bien como en las del Lena.
Se cuenta que tuvo una amante estadounidense a
la cual abandonó y ésta, despechada, se suicidó. Sus cartas a M. Pelayo que
también era buen peje se hallan plagadas de anécdotas sobre lances sexuales y
conspicuas visitadoras. ¿Era el egabrense un sátiro, un calavera? En sus
escritos ponderados y eutrapélicos no se aprecia atingencia en el sentido de sus
aficiones donjuanescas. Murió ciego en Madrid y a lo que parece nunca cesó en
su afición al sexo y al trato torpe con visitadoras. Se había paseado por los
mejores burdeles de España y del extranjero. Parece ser que las que más le
agradaban eran las mulatas portuguesas. Amigo del general Serrano, también fue
embajador en Lisboa.
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