2015-10-19

LA REVOLUCION RUSA FUE UNA CONSPIRACIÓN JUDIA


REGISTRO CHEKISTA EN LA RECTORAL. PETROGRADO 1919 DE LA NOVELA “MAÑANA POR LA MAÑANA” AUTOR LEV URVANEV

 

La culpa que nos aflige y esa turbas que recorren Europa evadidos de las guerras que ha desatado Israel me ha abierto los ojos ante la cruda realidad del mundo en este otoño de 2015 cuando unas multitud de desahuciados de sus tierras y sus negocios regresan a Europa en lo que parece ser un tiempo de cruzadas a contramano, no para rescatar los santos lugares sino para proclamar un estado apartida, no al grito de “Dios lo quiere” sino abajo las fronteras y viva la democracia.

Vienen, vienen, presidente. Pero ¿donde está Pedro Ermitaño? Los ismaelitas están perpetrando una cruzada contra Europa al revés

—Dando gritos de Alá es grande – en tono de desafío.

Sin embargo, en nuestra nueva embestida contra las cristiandades Rusia vuelve a ser un problema como lo fue en los turbios años de la revolución bolchevique.

El texto de un gran novelista ruso, oficial de la guardia, incardinado en el prestigioso regimiento Preobrayenski, León Urvanev, sirva para recordar y precavernos.

El crimen nunca paga. El mal fue entonces derrotado y lo volverá a ser tiempo adelante:

 

 

 

“había seis hombres y un oficial. A su lado estaba un joven judío con un extraño uniforme, armado de revolver. Tenía el pelo rizado, los cabellos encarnados, los labios gruesos y la nariz aguileña. Pese a su corta estatura nos miró a todos de arriba abajo con aire altivo:

-          Empezad por esa habitación- dijo el comisario judío, indicando el lugar donde el padre Alexis, el padre Cirilo su mujer, el diácono y yo tomábamos el té.

-          ¿Tú quien eres?

-          Soy el arcediano de la catedral de san Nicolás de los Marinos

-          A ver los documentos.

-          Están en mi mesa

-          Tienes la obligación de llevarlos encima

-          Y tú ¿quién eres?- dijo el oficial dirigiéndose a mí.

Saqué los papeles del salvoconducto que me había entregado el comisario cuando me contrataron para tocar en un baile de los revolucionarios

-          No es suficiente. ¿El permiso de trabajo?

-          No me lo dieron aún

Empezaron por mirar en las cómodas. Una miliciana con una gorra en punta que cargaba con un fusil atado con una cuerda. Sacó de las cajoneras ropa de mujer que había dentro y las tiró por el suelo.

   -¿Cómo tienes aquí esta ropa de mujer?

-          Pertenecía a mi difunta esposa- repuso el diácono.

El judío tiró todo el armario y lo lanzó al soldado rojo

-          ¿Dónde guardáis el dinero?

-          No tengo dinero

-          A otro perro con ese hueso. Es increíble- se reía el hebreo- ¡qué de dinero tenían los popes rusos! Bien comidos bien bebidos y bien servidos. ¿Quién no ha oído hablar de la gran barriga de los curas?

Se echó a reír. También rieron los soldados. El oficial conservó la serenidad.

-          Muy presumida era tu mujer. Esta ropa es muy fina y de ganchillo. Toma. Soy un hombre de buen corazón. Te la regalo.

El chequista judío tiró la braga hacia el diácono pero éste no se movió. Yo me agaché para recogerla y la doblé cuidadosamente. El judío buscaba cada vez con más afán. Sacó los cajones de la mesilla, abrió las cajas, miró todos los sobres. Después exclamó:

-          Oigan lo que tengo que decir. ¿Qué han hecho los popes con los tesoros de las iglesias? Las joyas los brillantes las cruces de oro? Todo lo han robado. Vendieron una parte y ocultaron la otra.

-          Eso no ha sucedido nunca ni sucederá jamás- dijo en voz baja el padre Cirilo.

-          Pues yo te digo que sí.

A continuación los soldados instigados por el judío comenzaron a hundir las bayonetas en las butacas. Rompían la tela con una ferocidad que recordaba el ensañamiento con sus presas de las bestias feroces.

-Miren, este cura tiene oculto un retrato del zar. Podemos detenerlo sólo por esto.

El oficial cogió el retrato con parsimonia y lentamente lo rompió en pedacitos. Los reunió en la palma de la mano y los esparció por el pavimento. El judío subió sobre una escalera y descolgó una imagen del Redentor.

-          Déjala, no profanes las cosas santas.

-          Sí, sí, seguro que has ocultado tu caja fuerte detrás del icono. Aquí está el tesoro.

El judío abrió la credencia y rodó por el suelo una moneda de oro.

   -Es la moneda que nos regaló el metropolita Paladio, cuando nació nuestro hijo- murmuró humildemente el padre diácono.

El judío con ira clavó su puñal sobre la imagen y nosotros empezamos a llorar.

El registro se prolongó hasta entrada la noche. Apartaron del montón para llevárselas alguna ropa blanca, las casullas y tres cucharillas de plata. Un oficial, un judío, una chica de la calle que se había dedicado a la prostitución, estaban obrando, así lo creían ellos, al servicio de una buena causa. No comprendían lo lejos que estaban de la idea de lo que era un hombre. Ellos eran la escoria humana. Luego supimos que los chequistas habían venido alertados por la delación de la mujer de uno de los sacristanes. Los judas en la iglesia de Dios nunca faltarán hasta el final de los tiempos. Se llevaron a los tres sacerdotes y de ellos nunca volvimos a saber más”

 

Lev Urvanev


“Mañana por la Mañana”

Barcelona Destino 1942, 350 pp

Capitulo V

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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