2016-11-22

del diario de león GIBRALTAR GARIDA DE LAS MAFIAS

Creo que conozco bien y a pie de obra la singularidad del estrecho de Gibraltar, de Ceuta y de las franjas que separan ese segmento del norte de África con la Península Ibérica, que es tanto como decir dos universos opuestos a 14 kilómetros de distancia, donde el Mediterráneo y el Atlántico se arremolinan violentamente en una de las vías tradicionales de navegación más importantes y agitadas del mundo.
No hace mucho, cuatro presuntos narcos murieron en aguas de Algeciras después de estrellarse su lancha planeadora, que volaba sobre las olas a 40 nudos, con la patrullera del Servicio de Vigilancia Aduanera que les perseguía en una operación contra el tráfico de drogas.
La lucha constante entre los cuerpos policiales y los narcos en el estrecho viene de largo y no parece tener fin. Las bandas del hachís cargan sin aprietos los fardos en las costas de Marruecos y, apenas una hora después, multiplican por cien sus ganancias deplorables en el litoral español. El dinero fácil, el paro endémico, la adrenalina y el hecho de que para mucha población de la zona el «comercio» de este tipo de droga no esté mal visto, acomodan buena parte de la sociología del lugar.
Desde hace siglos el estrecho de Gibraltar es una tumba silenciosa para miles de personas y naves. Naufragios legendarios, pateras repletas de infortunados «sin papeles» que se van a pique o furtivos al margen de la ley descansan en el fondo del mar como un cruel impuesto a la osadía, ya sea legal o reprobable. El peso histórico del estrecho de Gibraltar queda acreditado como uno de los tránsitos marítimos más intensos del Planeta y, por ende, con mayores probabilidades de transgresiones y criminalidad: contrabando de mercancías, narcotráfico (incluida cocaína y heroína), o mafias de inmigración irregular son las más visibles pese de su clandestinidad.
El valor geopolítico del estrecho es otro elemento cardinal. Ceuta, y Melilla algo más lejana, suponen como cabezas de puente entre dos continentes un obligado esfuerzo de seguridad para nuestro país como frontera exterior del espacio Schengen de libre circulación.
La inquietante situación del Magreb y del Sahel tampoco ayuda a dar estabilidad a la zona ante la amenaza yihadista que pende sobre Europa, y en particular sobre la Península Ibérica, a la que los terroristas han rebautizado como Al-Ándalus con indudable propósito patibulario.
Es evidente que si aparecen hábitats, circunstancias o sinergias que el crimen organizado transnacional pueda aprovechar para asentarse y conquistar un territorio lo hará tarde o temprano. La situación geoestratégica del estrecho y su entorno es de manual de cualquier academia policial o militar. Súmese además la trascendencia del peñón de Gibraltar como colonia-santuario fiscal y el consiguiente efecto llamada que los clanes explotan en su beneficio.
De los estudios y la propia estadística se desprende que en la actualidad el tráfico de hachís y de pateras acarreando inmigrantes irregulares hacinados como ganado por los negreros son las actividades ilícitas que se llevan la palma en aguas del estrecho.
Marruecos es el primer país productor de cannabis cuyo consumo se concentra fundamentalmente en Europa. España, por razones de proximidad, es una de las principales puertas de acceso de la mercancía que luego se distribuye en el espacio Schengen sin fronteras interiores.
Las narcomafias solo tienen que cruzar los 14 kilómetros del estrecho de Gibraltar para colocarla e iniciar su venta en el mercado demandante.
Con todo, las fuerzas policiales españolas vienen incautando el ochenta por ciento del hachís que entra en la Unión Europea, lo que da una idea del volumen del negocio y de la operatividad de los agentes.
En cuanto al tráfico de personas, el Mediterráneo es el escenario de operaciones idóneo para que las redes criminales los muevan de continente, sorteando la vigilancia ribereña o el patrullaje marítimo. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, más de 10.000 migrantes han perdido la vida desde 2014. Una gran parte de esa horrible cifra le toca directamente al sector del estrecho de Gibraltar.
El avance de la delincuencia internacional, ahora llamada crimen organizado transnacional, es una realidad consustancial a la globalización, pese al empeño de las autoridades por combatirla. El estrecho de Gibraltar nos ha supuesto históricamente, para bien o para mal, una responsabilidad añadida que no poseen otros territorios de la Unión Europea. Merced a ello, si la UE quiere una franja segura con África que decline el «crimen sin fronteras» en sus diversas modalidades, deberá volcarse sin pausa y sin ambigüedades retóricas asumiendo riesgos legítimos. No existen más posibilidades factibles de momento. Nunca un trance sin otro se ha vencido. Dentro del escrupuloso respeto a la ley y al Estado de Derecho, por supuesto. Así están las cosas en verdad.

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