Reflexiones de octubre
Adiós montañas adiós
fuentes
Adiós ríos
Adiós corrientes
Vivid sin mi siglos
prolongados (Garcilaso de la Vega )
El rabino Capdevila, encendió una
vela en el candelabro de plata de la Tradición. Se iluminó toda la sinagoga,
relucían las lámparas del Menorah y allá un rincón un sacristán rezaba por los
bajo junto a los rollos de la ley que transportaba sobre los lomos un
acompañante muy fornido. Los dos marcaban el paso litúrgico con unción. En
seguida de llegar a Arevalo para visitar la casa de sus mayores (traía en un
estuche la mohosa llave que guardaban como un tesoro desde 1492, primero en
Rodas, luego Esmirna y Constantinopla, luego Amberes y después el abuelo se
embarcó hasta New York) y visitar el viejo cenáculo tuvo la sensación de haber
vivido aquella escena de otros pascuas y otros passover repetidos durante
siglos. Siempre andaba a vueltas con el concepto de vaso de elegido y erraban
por la tierra como una maldición. No había encontrado el descendiente de judíos
castellanos que luego trocarían el nombre de Arevalillo por el de Capdevila, que sonaba más catalán pues
así lo quiso un antepasado que moró varios años en el call de Gerona. Por un
ventano penetraba la algarabía de los tordos reunidos en concilio junto a la
cornisa y la luz tajante de aquella mañana otoñal limpia y reluciente. Las viñas
habían rendido su sazón. Él estaba acá, aparte de por los motivos sentimentales
ya apuntados, por un negocio; iba a comprar vino incontaminado para las
celebraciones del Purim. No lo hay a tal respecto como el que se pisa en los
lagares de Rueda. Fue a por vino y quebró el cántaro en el camino esto es que
durante degustación del mosto un cosechero inicuo lo emborrachó con mala idea. “Vamos
a ver si resiste una cántara este viejo judío”. Y Al amor del traguillo vaso va
y vaso bien brindis salud y de hoy en un año y que tú que lo veas perdió la
voluntad y un poco la razón. Duro que te pego, brindis al sol. Aquel morapio
añejo pegaba mucho más que la cerveza que servían en Manhattan pura química. Se
bebió casi una azumbre en la buena compañía del sacristán de la sinagoga y al día
siguiente ninguna resaca. Al contrario, gozó durante la noche cuando la noble
villa de Arevalo estaba a su mejor dormir de de consuelos espirituales, proyecciones
al pasado y al futuro, movimientos de telequinesia que casi le hicieron
levitar. Hasta se le apareció un Ecce Homo en plena noche a aquel Justo de
Israel,
Este tipo de extrañas visiones en
los que se conjugaba al socaire de sus pensamientos y al aleteo imparable de su
divagar –ese ir y venir de la imaginación la loca de la casa que iba y venía
sin detenerse en un punto concreto pero que servía para retroceder siglos y
encontrarse con personajes que habían plisado aquellas baldas y habían expuesto
los jueves sus tenderetes en el mercado chico o, en contrario, avanzar hacia lo
venidero y ansí se presentaban los judíos del mañana enfundados en sus
antiparras luciendo a la espalda filacterias de hierro y paños de oración con
fuselaje antinuclear con el que sucumbieron al segundo holocausto, la tercera
salida de la tierra prometida el nuevo maná, bastaban unas píldoras para no
tener que alimentarse o ir al baño. Para vivir largo hay que comer menos y
cagar poquito No obstante, aquello no debía de ser normal (algunos de los más
viejos temían la segunda venida y se abstenían de pronunciar el nombre
impronunciable y maldito) y la posibilidad de volar como Icaro, leer los
pensamientos y comunicarse con Oceanía. Bastaba con apretar un botón. Les
crecieron alas en el sobaco a los elegidos. Vino otra vez a Israel la tentación
de Luzbel el ángel hermoso que recorría las estrellas envanecido de su poder e
instando a los nueve coros celestiales a la rebelión:
—No serviré. Soy
más que dios. Lucho contra él.
—Quis Sicut
deus- gritó entonces Miguel.
Se entabló entonces una batalla
que duraría cien mil años. Al fin se alzó Miguel con la palma de la victoria y Luzbel
el más hermoso y poderoso de los Coros sucumbió al poder de la espada
miguelina. Huyó con toda su hueste a los infiernos. De manera que su séquito de
ángeles bellos se transformaron en demonios perdieron todos las alas y les
crecieron cuernos en la frente, gibas en los otrora bellos torsos y se
volvieron zambos y bisojos. Unos pocos empezaron a hablar catalán.
Por lo demás en Arevalo se
escuchaban los cantos de siempre. Una muchacha asomada a su ajimez recitaba el
canto del rey Nimrod cuando el rey Nimrod al campo salía y al mirar al cielo
columbró en la estrellería un lucero que le habló del que había de nacer etc.,.
Un poco más allá en el bar Luisa
la biznieta de Emilio Romero, bautizado con el pomposo nombre de “Desidée”, que
quedaba muy francés y tan bonico, un tratante de ganado de la Morata que acudía a la plaza del
arrabal cada martes enviaba un mensaje por guasap. Las radios encendidas
anunciaban una matanza que había ocurrido en la plaza de Cataluña. Habían
llegado los tanques siguiendo la ruta de la caballería del Conde Duque todo
igual que hace cuatrocientos años, lo mismo que hace un cuarto de siglo. Y había
fusilamientos y en el call de Gerona entonaban un kadish por los fallecidos
pero la vida seguía al igual que tantos años distantes y cercanos en el
presente lo pasado y lo porvenir. Nuestra jodía naturaleza no cambia. Aquí todos
somos judíos. No había trabajo y el personal se alineaba en la plaza mano sobre
mano en espera de la llegada de Nostramo. Por la
A 6 pasada la vaguada del Arevalillo pasaban los Volkswagen y
los MBV a toda velocidad. Dos camioneros franceses había parado en la zona de
descanso y una vieja exoneraba su vejiga al pie de un pino.
—No se preocupe vuesa merced,
cague y mee tranquila y haga lo que sea menester. Ahí no la ve nadie.
Estaba la dama muy apurada venía
sintiendo el trance desde Villalpando ay que me lo hago.
—
¿Usted cree que va a estallar la guerra?
—
Pues no lo sé.
—Ahora mismito venía de la sinagoga y al
salir me encontré con dos moros que me miraron mal porque no iba velada. A
nosotras nos gusta ir a cara descubierta. Gastamos solamente pelucas de humildad
y no adobamos el rostro con afeites y maquillajes como esas cristianas que
parecen putas.
—Si hay guerra pronto vendrá el
juicio final y todos preparados para acudir a la trompeta del ángel que nos
convoca como es ley ala, todos juntos valle de Josafat. Los malos se torrarán
en las calderas de Pedro Botero.
El rabino Capdevila en absoluto
se mostraba preocupado por tal extremo, sólo que le dolían un poco las muelas.
—Este diente lleva unos días dándole
la tabarra
Y Esther la Gorda que era la mujer de uno al que
llamaban Correviernes le recomendó al doctor de la ley que se metiese un canto
de río en el bolso de la chaqueta y recitase con más fervor que nunca la
“shemá”. A los dolores hay que plantarles cara no haciéndoles caso. Hermano
bebe que la vida es breve.
El librero que venía desde
Madrid, Crisostomo Cuja, alias el
Enagüillas—había estado en la cárcel siete años por un crimen que no cometió—se
emborrachaba haciendo el recorrido libando y haciendo visita a los monumentos
tabernarios del Barrio Húmedo un martes si y otro no pues decía el Cuja que al
vino hay que ir con tiento no derramarás sangres pero te empaparás en días
alternativos. Unos martes las cogía lloronas y otras de sus curdas tenían un
carácter eminentemente político. Se ponía en el cancel de la iglesia de Santo
Domingo y entonaba una Salve a la Virgen
de las Angustias o rompía con su voz cascada a cantar canciones de la guerra de
la independencia a voz en cuello. A Ismael Capdevila estas salidas de tono le
daban mucha lastima y se alejaba por las callejuelas de la aljama, estrechas y
cuajadas de oscuridad meneando tristemente la cabeza:
—Que malo es el mosto pero es
mucho peor cuando la coges de cervezas- te queda como un martillo en la cabeza
—Vaya usted por la sombra, señor
rabí.
El sastre Genaro le estaba dando
los buenos días
No hay comentarios:
Publicar un comentario