2023-06-07

 COMILLENSIS

 

 

II PARTE DEL "seminario vacío"

 



Corentino Pruvia cuando subió la Cardosa por vez primera desconocía de las dulzuras, orduras y desazón del amor, no probaba el café, tampoco el vino sólo cuando el abuelo Toribio para curarle la calentura o un catarro le daba un traguillo de clarete – ya verás cómo se te pasa-, era un ingenuo pues toda su vida acostumbró a ir por lo legal y no tenía la más mínima idea del mal, sólo cuando en el cole los salvajes niños de su seminario le llamaban meona y empollón que fue cuando sus padre decidieron enviarlo a un centro de postín, un seminario donde no estaba ya la fábrica de curas sino de obispos, de cardenales y prelados domésticos del Vicario de Xto porque el chico era listo y además al señor Sotero, que así se llamaba su genitor, le habían dicho que a Comillas iba la crema de la crema, los más espabilados de todas las diócesis, los niños bien hijos de casa rica, los vascos por ejemplo, que todos aquellos potentados de la banca, de la siderurgia, armadores de barcos e industriales que se dedicaban a la importación/exportación. Grandes fortunas se labraron en la posguerra a favor de las provincias de Vasconia que pronto pegaron el estirón económico. El dictador se volcó con ellas lo mismo que con Cataluña en detrimento de Castilla y de Andalucía que quedaron irredentas. Los magnates vizcaínos del hierro y el acero eran muy católicos pero también muy separatistas y miraban a los de otras regiones por encima del hombro. Por eso se llevaban bien con los jesuitas. No le dieron beca aunque sus padres eran pobres y para mandarlo al seminario aquel de campanillas hubieron de enajenar una parte de la hijuela. Vendieron una tierra por tres mil pesetas de las de entonces.

Era una mañana plomiza de fin de verano. Olía a mar y olía a heno, dos olores bien distintos de los que estaba acostumbrado el adolescente. Corentino por primera vez veía la mar. Habían tomado el correo de Santander en Segovia la noche antes y el convoy no rindió destino hasta las ocho de la mañana en Reinosa. De aquel trayecto en el correo se acordaría toda la vida. El grupo de alumnos comillenses que se subió en Valladolid y entre los que estaba un chico bien parecido y con lentes que convertido en cura habría de dar bastante que hablar como sacerdote obrero. Era Enrique Bermudez de Castro. Estaban allí despidiendolo su padre con el uniforme de coronel de aviación que mandaba el regimiento de Villanubla y toda su familia. Enrique tenía un porte distinguido y dos hermanas guapísimas. Otro de los que iban para Comillas: Antonio Pelayo al que algunos llamarían santa Inés por lo guapo (dicen que aquella mártir romana, Inés Inesita Inés, ábreme la puerta que te vengo a ver era toda una beldad y así la pintaban los retratos) hasta el punto de que de aquel efebo hoy corresponsal de Antena 3 en el Vaticano se enamoraron quiero pensar que platónicamente un prefecto y dos maestrillos. El pinciano tenía los ojos azules, era rubio como un san Luis y tartamudeaba tal que así con su voz de niña. Esos donaires en un mundo de clausura, unisexual, de ambientes cerrados cuando las células estallaban por el torrente de la sangre, conducirían a la andrógena inclinación fatídica. Contra estas derramas delictuosas luchaban con todas sus fuerzas los prefectos encasillándolas bajo el nombre de “amistades particulares”, ojo, no tocar, peligro de muerte, no meterse las manos debajo del pijama ni siquiera por los bolsillos, que corra el aire.

En Venta de Baños se incorporaron los de Palencia y los de Zamora que eran uns buena peña. Al correr de los años todos aquellos chicos integrantes de la alegre muchacha ocuparían puestos relevantes en la política, el periodismo, la barra judicial, la obstreticia y la cirugía, el periodismo, el comercio y la empresa, la curia, la milicia e incluso el mundo del crimen. De Palencia eran Carrión, Castrillo, Jesús Abad y otros chavalotes cuyo rostro se perdía en la memoria de Corentino que trasuntaba tales hechos casi medio siglo más tarde. El compartimento iba lleno. Era la primera vez que montaba en un largo recorrido. Se le quedaron grabadas las conversaciones de aquellos chicos. Los nuevos, timidos y retraídos con los pantalones bombachos atados al calcetín con una cinta y las camisas recién estrenadas, los de segundo y los de otros cursos superiores muy alegres y confidentes de sí mismos.

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