busco la Verdad, el Bien, la BELLEZA, la buena literatura y el gran periodismo que se hizo en España lejos de la plebeyez y el mal gusto aunque nada de lo humano mes ajeno
busco la Verdad, el Bien, la BELLEZA, la buena literatura y el gran periodismo que se hizo en España lejos de la plebeyez y el mal gusto aunque nada de lo humano mes ajeno
busco la Verdad, el Bien, la BELLEZA, la buena literatura y el gran periodismo que se hizo en España lejos de la plebeyez y el mal gusto aunque nada de lo humano mes ajeno
La medicina familiar, orgullo de Cuba, es honrada en Cienfuegos
El Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, envió «un fuerte abrazo» a los médicos y enfermeras «que están en los barrios, que siempre tienen abiertos sus consultorios para atender a los vecinos»
El 4 de enero de 1984 fue inaugurado el Programa del Médico y Enfermera de la Familia, valiosa idea de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz de crear un médico diferente y un especialista nuevo, con la finalidad de alcanzar nuevos niveles de salud y satisfacción de la población.
Ante la conmemoración de la fecha el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, envió «un fuerte abrazo» a los médicos y enfermeras «que están en los barrios, que siempre tienen abiertos sus consultorios para atender a los vecinos» como parte de uno de los programas más humanos y decisivos creados por Fidel.
En virtud de sus resultados integrales en dicho frente asistencial, Cienfuegos fue sede del acto nacional por el aniversario 39 de la denominada Medicina Familiar, encuentro celebrado en la policlínica universitaria Serafín Ruiz de Zárate.
El viceministro de Salud Pública, Dr. Reinol Delfín García Moreira, reconoció en el acto nacional que la provincia de Cienfuegos muestra indicadores favorables en el Programa de Atención Materno Infantil, con una tasa de mortalidad de 4,3 por cada mil nacidos vivos, y la no ocurrencia de muertes maternas.
También descuella el quehacer integral de médicos y enfermeros de la familia, en una red de instituciones asistenciales familiares remozada, con un cuadro profesional marcado por su estabilidad.
Cual se remarcó, equidad, igualdad y solidaridad humana continúan entre los preceptos fundacionales de la preclara idea de Fidel Castro de la medicina familiar, cuyo aniversario se conmemoró con la asistencia de la miembro del Comité Central y primera secretaria del Partido en la provincia, Marydé Fernández López.
Como la fecha coincide con el Día del Higienista-Epidemiólogo Cubano (en homenaje al natalicio del eminente salubrista doctor Juan Guiteras Gener, quien en 1906 describió los primeros casos de dengue en nuestro país), la Asamblea Municipal del Poder Popular confirió el Escudo de la Ciudad de Cienfuegos al doctor Francisco Durán García, símbolo cubano del enfrentamiento a la COVID-19, una epidemia que puso a prueba el modelo de la medicina familiar.
alcancé el sueño de mi vida: ser corresponsal de prensa en
Londres
corresponsal en londres
EL CORRESPONSAL
Por ANTONIO PARRA GALINDO
Entonces interrogué al viento pero cambiaron de repente las auras y Eolo no
supo darme respuesta. Sólo tenía un nombre y una dirección temblando en un
papel con un aviso que decía dónde vas alma de dios estás tonto o qué y
muchísimos recuerdos y remordimientos. Iba a la búsqueda del arca perdida.
Habían transcurrido muchos inviernos y pasado ciclos. Se acabó el tiempo de
Thatcher. Wilson y Callaghan los héroes de las crónicas que le dieron de comer
reposaban en uno de los cementerios ingleses donde la muerte carece casi estar
desprovista del sentido trágico. A Douglas Hume al que consiguió entrevistar en
los Comunes con Gibraltar como telón de fondo recibió sepultura en una
camposanto escocés de donde provenía su aristócrata familia. Y mr Yew y su
esposa eran dos viejecitos residentes en Epping Forest. Se negaron a recibirlo
durmió varias noches al relente con los vagabundos al pie de una cruz de los caídos
donde Inglaterra lloraba a sus muertos y él vino a llorar y añorar su pasado.
Se había portado mal. Tenía que pagar una deuda antes del castigo. Vino a los suyos,
pero los suyos no lo recibieron. Fue su noche triste llorando al pie de aquella
cruz de héroes anónimos. Hacía tanto frío que casi se arrice. Cerca de la
comisaría encontró un portal donde se refugió a pasar la noche. Era una tienda
de electrodomésticos. A su lado un ex militar son techo se lamentaba de su mala
suerte. “Something went wrong very wrong from the beginning”. La mujer
le había echado de casa y lo dejó por otro, le escupió a la cara le puso los
cuernos, se fue con otro. Al día siguiente tuvo que ir a las duchas de un baño
público. Le picaba todo el cuerpo. El vagabundo había infectado de ladillas o
dios sabe qué malditas enfermedades todo el portal. También notó una
inflamación en los testículos. Cosa increíble, el hombre no había salido de su
cuchitril, entre cartones para guarecerse de la intemperie, en toda la noche
mientras se lamentaba de su mala suerte de las infidelidades de su esposa y no
pudo existir ninguna exposición sexual a menos que las ladillas vuelen o que
las purgaciones se propaguen vía anemófila era como tener cucarachas por todo
el cuerpo. Le daban sudores. Pronto se dio cuenta de que aquel incidente
formaba parte del castigo que tenía merecido. Muy bajo has caído Remigio
Bermejo. Tú el corresponsal que te veas en esta situación. Es como cuando
preguntas por una calle a una señora que no es de la ciudad en la que tú te
pierdes. Entonces se dio cuenta que pertenecía a aquel país que pensaba en
inglés. Le ardía la mente barbotando recuerdos. Estaba sangrando por la herida.
En aquel viaje de navidad del 86 empezó a merecer el castigo que le reservaban
los dioses a su malfetría. Volvió a subirse al avión contemplaba el tiempo
inmóvil y … New years Eve
1986
I just had been searching for the whereabouts of my daughter Helen for sixteen
years. That was a pin in my heart and it hurt. Silly of me all that time
wondering and thinking and being restless. When I boarded that plain in Barajas
only had an address in Epping obtaining though a letter from a relative in the
Telegraph a year before or so. The Bolton’s were a close knitted family, had a
kind of allegiance stemming from their old clans. They were mixture of Welsh
and Irish. I took a plane with a meagre sum of a few pesetas ignoring that the
standard of living has gone up, too.
Thoughtfulness had been one of my defects, but, full of courage of
determination, I felt like an Spanish conquistador when boarding that Jumbo
full of madrilène’s going, as usual for the Christmas shopping Oxford Street
like in the good old days and English Nationals from mixed families.
The woman next to me was a teacher in Torrelodones and I think she was going
through a bad patch on her marriage coming back to mother I suppose. Innocent
and careless as I always used to be and thinking that everybody is cheerful and
in a good mood – in my youth I read a lot the Godspell and thought that
the true life had to be the perfection Jesus taught in his parables thus I
became an utopian a dreamer and also naïf or rather a practitioner of panphilia
(in the Greek meaning of the word) and that believe or philia turned to phobia
when I grew older but I cant get rid of those spells of good expectations and
believes in mankind, they sometimes appear when I feel in good mood. With that
attitude you are bound to disaster, Hilario. You build walls without
countermark. Houses of sand but the Lord forgives you, idiot
I also thought and was mistaken that planes going to Heathrow were like those
friendly trains I took when I was living in Doncaster where everybody talked to
each other offered cigarettes and partook sandwiches with cups of tea from the
thermos apart of confess to strangers the sins of your life. So here you are
again sitting in a plane that is taking you to Perfide Albion. I always liked
impossible things; perhaps was the reason of my infatuation with that country.
In the University took Anglo-Saxon for speciality and dreamed of that paradise
of robin hood´s wood, full of bishops, courtiers, minstrels, castle, the lady
leaning out of the window, Romeo and Juliet, Shakespeare, the chants of the
Beowulf, English tea, Alec Guinness, London fog, the shoes of a bobby, Alf
Garnett, the carry on films, pints of bitter, rides in the double-decker bus,
travel with my aunt, squalid living in digs, the smokes of a pipe, Anglican
priest and sextons extinguishing candles in old cold churches neither cibary
nor remonstrance no images nor saints no rosaries the cult of the Lady
finished, Our Lady´s chapel closed for good. Henry the Eight and Anna Bolena.
Cranmer archbishop and Thomas More. I had confusing idea of all that. May be my
perception was misgiven. Bur I always was the odd man out. I liked things my
way. Larry, you are going to be dashed to pieces .
No England was much less convivial. The good old days of the post-war year the
swing sixties and the could
New Year’s Eve 1986
I just had been searching for the whereabouts of my daughter Helen for sixteen
years. That was a pin in my heart and it hurt. Silly of me all that time wondering
and thinking and being restless. When I boarded that plain in Barajas only had
an address in Epping obtaining though a letter from a relative in the Telegraph
a year before or so. The Bolton’s were a close knitted family, had a kind of
allegiance stemming from their old clans. They were mixture of Welsh and Irish.
I took a plane with a meagre sum of a few pesetas ignoring that the standard of
living has gone up, too.
Thoughtfulness had been one of my defects, but, full of courage of
determination, I felt like an Spanish conquistador when boarding that Jumbo
full of madrilènes going, as usual for the Christmas shopping Oxford Street
like in the good old days and English Nationals from mixed families.
The woman next to me was a teacher in Torrelodones and I think she was going
through a bad patch on her marriage coming back to mother I suppose. Innocent
and careless as I always used to be and thinking that everybody is cheerful and
in a good mood – in my youth I read a lot the Gospel and thought that the
true life had to be the perfection Jesus taught in his parables thus I became
an utopian a dreamer and also naïf or rather a practitioner of panphilia (in
the Greek meaning of the word) and that believe or philia turned to phobia when
I grew older but I cant get rid of those spells of good expectations and
believes in mankind, they sometimes appear when I feel in good mood. With that
attitude you are bound to disaster, Hilario. You build walls withot
countermark. Houses of sand but the Lord forgives you, idiot
I also thought and was mistaken that planes going to Heathrow were like those
friendly trains I took when I was living in Doncaster where everybody talked to
each other offered cigarettes and partook sandwiches with cups of tea from the
thermos apart of confess to strangers the sins of your life. So here you are
again sitting in a plane that is taking you to Perfidy of Albion. I always
liked impossible things; perhaps was the reason of my infatuation with that
country. In the University took Anglo-Saxon for speciality and dreamed of that
paradise of robin hood´s wood, full of bishops, courtiers, minstrels, castle,
the lady leaning out of the window, Romeo and Juliet, Shakespeare, the chants
of the Beowulf, English tea, Alec Guinness, London fog, the shoes of a bobby,
Alf Garnett, the carry on films, pints of bitter, rides in the double-decker
bus, travel with my aunt, squalid living in digs, the smokes of a pipe,
Anglican priest and sextons extinguishing candles in old cold churches neither
ciborium nor remonstrance no images nor saints no rosaries the cult of the Lady
finished, Our Lady´s chapel closed for good. Henry the Eight and Anna Bolena.
Cranmer and Thomas More. I had confusing idea of all that. May be my perception
was misgiven. Bur I always was the odd man out. I liked things my way. Larry,
you are going to be dashed to pieces. Now England was much less convivial. The
good old days of the post war year the swinging sixties and the couldn’t
carless seventies had given way to the iron days of the Iron Lady the
flogging of the TUC and the mind of the I am alright Jack. More individualistic
and rich mouths became more reserved.
I did not try to chat the bird but I explained to the woman that I was going to
England trying to meet my estranged family. Oh God perhaps she was in the same
boat. Her marriage was falling to pieces like mine was years ago and I could
not recover from the psychological impact on me. I gathered she hated the
Spaniards. She talked to me in Spanish but when the plane reached the English
aerial dominion she shifted to her mother tongue and became derogatory
and incriminating almost rude.
“Oh dear. Tony, you always get yourself into trouble. Better you should have
kept your mind shut”.
We went into an aerial bump and the whole plane started to shake. Bad omen. We
landed in Gatwick with nearly an hour delay. The schedule was a Heathrow
landing but three was something wrong with one of the engines or the wings the
pilot did not explain and the crew were also a bit shaky. It was a freezing
day. Took one of my expensive cigars and started to puff in the middle of the
arrivals area. People looked at me startled as if I were a Martian or
something.
“People don’t smoke tobacco nowadays in this country. Only cannabis”
“Oh dear Larry you always landed into trouble. Su said that you always land in
your feet –it was one her favourite ready made phrases evaluating me-. But elle
etait trompé. I have been an unlucky sod most of my days but it serves me right
for moaning all the time as if I were Jeremiah. Never explain never complain,
the old adage goes. We live in a classless society and, since childhood, the
Spaniards of our generation believed in rank, hierarchy, suffered from piles,
insecurity complexes and guilt and were under the rod of confessor-maniac. We
had no principles, only those of the Catholic Church. An those big words and
ready made speeches deliver to our under conscience in remorse, oh you dirty
rascal, you have wet dreams and scatology by degrees. We believed in rank,
hierarchy, principles, those big words and ready made speeches delivered to our
subconscious in long academic evenings of tedium only to fodder our indomitable
ego.
Needless to say, excited as I was in that winter morning [December brings with
the dew of the cold night melancholy of the years past] in 1986 a year after
than we moved house and went to live outside Madrid before the flood of
immigrants in our capital and I felt on top of the world. At last travel as in
the good old days. I have become a no person since Franco died. But now I was
roaming the spaces holding tight in my pocket that letter in which a Heagerty,
senile, with bending and not so firm scripture, gave the address of the Hughs.
Pie and the sky around the world was mine. Trouble with you matey is that you
have watched many a film and through that you lost contact with the real world.
The image of Britannia o Baodicea ruling the waves represented to me. I was the
lord and master of my destiny. I saw looking below the big waves like tiny
spots of froth and the Ocean a big mass of dark blue magma, the morass where
our fight begins. The vertical pond. The horizontal flatness portraying the
idea of infinitum. It must be cold down there. There I was riding the storm.
Very excited
Cannot carless seventies had given way to the iron days of the Iron Lady the
flogging of the TUC and the mind of the I am alright Jack. More individualistic
and rich mouths became more reserved.
I did not try to chat the bird but I explained to the woman that I was going to
England trying to meet my estranged family. Oh God perhaps she was in the same
boat. Her marriage was falling to pieces like mine was years ago and I could
not recover from the psychological impact on me. I gathered she hated the
Spaniards. She talked to me in Spanish but when the plane reached the English
aerial dominion she shifted to her mother tongue and became derogatory and
incriminating almost rude.
“Oh dear. Tony you always get yourself into trouble. Better you should have
kept your mind shut”.
We went into an aerial bump and the whole plane started to shake. Bad omen. We
landed in Gatwick with nearly an hour delay. The schedule was a Heathrow
landing but three was something wrong with one of the engines or the wings the
pilot did not explain and the crew were also a bit shaky. It was a freezing
day. Took one of my expensive cigars and started to puff in the middle of the
arrivals area. People looked at me startled as if I were a Martian or
something.
“People don’t smoke tobacco nowadays in this country. Only cannabis”
“Oh dear Larry you always landed into trouble. Su said that you always land in
your feet –it was one her favourite ready made phrases evaluating me-.
But elle etait trompé. I have been an unlucky sod most of my days but it serves
me right for moaning all the time as if I were Jeremiah. Never explain never
complain, the old adage goes. We live in a classless society and, since
childhood, the Spaniards of our generation believed in rank, hierarchy,
suffered from piles, insecurity complexes and guilt and were under the rod of
confessor-maniac. We had no principles, only those of the Catholic Church.
Those big words and ready made speeches deliver to our under conscience in
remorse, oh you dirty rascal, you have wet dreams and scatology by degrees. We
believed in rank, hierarchy, principles, those big words and ready made
speeches delivered to our subconscious in long academic evenings of tedium only
to fodder our indomitable ego.
Needless to say, excited as I was in that winter morning [December brings with
the dew of the cold night melancholy of the years past] in 1986 a year after
than we moved house and went to live outside Madrid before the flood of
immigrants in our capital and I felt on top of the world. At last travel as in
the good old days. I have become a no person since Franco died. But now I was
roaming the spaces holding tight in my pocket that letter in which a Heagerty,
senile, with bending and not so firm scripture, gave the address of the Hughs.
Pie and the sky around the world was mine. Trouble with you matey is that you
have watched many a film and through that you lost contact with the real world.
The image of Britannia o Baodicea ruling the waves represented to me. I was the
lord and master of my destiny. I saw looking below the big waves like tiny
spots of froth and the Ocean a big mass of dark blue magma, the morass where
our fight begins. The vertical pond. The horizontal flatness portraying the
idea of infinitum. It must be cold down there. There I was riding the storm.
Very excited that was but let us say goodbye to all that
-No soy de aquí. He venido a la función.
-Está bien. Todos somos forasteros, pero yo busco el domicilio de mi ex.
-¿Qué fue de ella?
-Es un fantasma.
-Ah qué la vida pasa, señor, y nosotros no sabemos nada, fluye y nos desconoce.
Fíjese en los letreros y a lo mejor tiene suerte. Bon voyage.
Allí las grandes verdades de mi vida se me hicieron patentes. En el ochenta y
seis fui a buscarla. Compré un ramillete de rosas en un florista. Hay que ver
como mudan los tiempos. Falto de Inglaterra doce años y parece que han mudado
hasta el lugar de las casas. No es aquí. Busque la ruta.
Llamé a una puerta y salió a recibirme un individuo en bata floreada en la
diestra sujetando del ronzal a un perro de ataque y en la otra escondida en el
bolsillo una pistola. Había pensado que yo era un ladrón.
-Sorry. Me he equivocado de puerta. ¿No me darán otra oportunidad?
-Get out.
Me fui por donde había venido. Parzena no daba señales de vida y el taxista
judío, un buen samaritano de aquellas navidades negras, movía la cabeza,
asustado, y decía para sus adentros “he is a bit nuts, you know”. Siempre me
aturullo. No tengo el menor sentido del ridículo.
AQUELLOS AÑOS DE LA ESCUELA DE PERIODISMO DE LA IGLESIA
La recepción de una carta con membrete oficial del Ministerio de Educación de
Gran Bretaña una mañana calurosa de junio fue la noticia más hermosa de aquel
verano del 66, mucho más que la victoria del once británico, en una apasionante
final contra Alemania de la Copa del Mundo, o la derrota de Cooper a manos de
Cassius Clay quien aun no se había convertido al Islam y no se llamaba Mohamed
Ali, cuando los Beatles eran la locura de la juventud y dieron un concierto en
la plaza las Ventas. Unos decían que les hacía falta a los del quinteto de
Liverpool un buen corte de pelo a navaja. Sería un verano de músicas sonando en
las emisoras populares la Inter y Radio Madrid en los patios de vecindad. Por
las ventanas de los cuartos emanaban las canciones de los melenudos mezclándose
con las exhalaciones de las fritangas de tortilla y pimientos frisos. Los
domingos había que ponerse el traje nuevo tras del aseo en las pilas de lavar,
mira cuanta roña llevas pegada a los calcaños, so cochino. Así olía cuando te
apretujabas en el metro contra el culo de alguna jamona en el metro. Las aguas
bajaban fétidas por los bajos de la estación de Tribunal. Lo que no mata
engorda. Teníamos salud y ganas de reír con los gags del Zorro aquel genio
argentino que la había tomado con los talaveranos.
Las tiernas muchachitas en flor se desplomaban histéricas cuando el conjunto
apareció sobre el escenario una atardecida de agosto para actuar en la Plaza de
las Ventas. Se puso el cartel de entradas agotadas y los grises tuvieron que
emplearse a fondo con la porra para mantener a raya a las histéricas que se
desmelenaban a los pies de los caballos. Qué noche la de aquel día. A mí me
gusta Paúl, a mí Ringo. ¿Y a ti? Todos. Son guapísimos. John Lennon tenía un
aire de guru y se expresaba en un inglés con acento del Norte que las volvía
locas. La vida era un gran baile. Silvie Vartan y John y Holliday pour aller
dancer eran el rey y la reina del microsurco en el idioma de Moliere, los más
bellos del baile. Si sa va pas on fait y aller. El inglés estaba desbancando en
sus preferencia a las tribus urbanas pero a mí me gustaba Aznavour y Brassens.
Empezaba la gran movida. Era la hora del cambio pero a qué ton cambiar si en
aquel Madrid con veinte años y treinta duros de huelga en el bolsillo los
domingos se vivía tan bien. We never had it so good, nunca lo tuvimos tan a
huevo, que dijo Harold Mac Millan y con Franco estábamos tan ricamente.
Hubo un golpe de estado en Argentina. Onganía entró con los tanques en la Casa
Rosada. Los del diario hablado se pusieron muy nerviosos con aquel flash de Upi
menos mal que él únicamente trabajaba en la sección de Deportes y aquellas
trascendencias del revuelto cotarro no le afectaban. El redactor jefe don
Francisco Garrote, un falangista rechoncho bajito que fumaba cigarros interminables
aquel día se puso la camisa azul para dar el parte. As todas horas estaba
llamando a don Camilo Alonso Vega, ministro de gobernación. Hilo directo con el
Pardo teléfonos, por aquello del efecto llamada, echaban humo. A cuadrarse.
Descanso. Las tropas estaban acuarteladas en Campamento y todo el mundo
guardaba un silencio angustioso en la redacción de RN. Arozamena el querido
Joaquín Arozamena tartajeaba más de lo habitual. Por poco nos puso el señor
Garrote, que pese a su apellido era un gaditano muy buena persona había sido
ayudante del general Varela en Brunete y contaba chistes verdes como ninguno,
firmes a los redactores. “Este ahora ya verás lo que digo nos va a poner a
cantar el cara al sol”•. Tampoco fue necesario aquel gesto. Estábanse celebrando
los XXV años de paz y no iba a ser cosa de que volvieran los rojos. Pero
nosotros pasábamos o empezábamos a pasar de política. Queríamos vivir. La mayor
parte de los redactores eran rebotados seminaristas que se habían matriculado
en Filosofía y Letras o en Periodismo y arrastraban algún trauma y bastantes
complejos a causa de lo que algunos denominaban la colgadura de los hábitos y
otros la gran decisión de su vida que les indujo a dejar de ir a misa los
domingos, ya habían escuchado bastantes en el seminario y se adhirieron a la
cultura laica o se afiliaron al PC como fue el caso de Jesús Torbado aquel
leonés de Gordaliza del Pino que fue compañero de estudios en la escuela de
periodismo autor de una enorme y ancha novela un caso de precocidad y genialidad
literaria que nos definió a los de la generación del 68: “Las Corrupciones”.
Moreno con el pelo rizado algo cargado de hombros, mirada muy viva y penetrante
algo cansada. Muy enamorado por aquel entonces de la novia que había de ser su
mujer y creo que para toda la vida aunque sus libros estén descatalogados y su
personalidad un tanto missing después de haber dado a la imprenta grandes
libros sobre peregrinos y caídas del caballo, era un especialista como Lutero
en la epístolas de san Pablo, Jesús hablaba poco y observaba mucho. Había
estado en un noviciado de los dominicos y, a punto de cantar misa, optó por la
vida civil. Lo suyo tenía bastante mérito. Venía a clase con los dedos tiznados
de yeso, abiertas por el cemento pues arrimaba material en una obra de las
afueras como peón albañil. Un caso parecido al de José Luis Gutiérrez al que
apodaban el Lobo otro de León que sería brillante corresponsal y director de
periódicos y revistas de la transición. Era muy amigo de Pepe Oneto otro
simpático andaluz, un tipo muy fino de los que ven crecer la hierba y se dejó
crecer ese flequillo que le pinga ahora ante las cámaras y antes no tenía. Le
copió la idea y el flequillo a nuestro profesor de inglés que también se
hacía un egregio recorrido por la calva tiñéndose de rubio.
También falleció hace un bienio en extrañas circunstancias. De aquellos viejos
colegas en la época del cambio dos que yo se sepa se suicidaron, otros
desaparecieron en el exilio interior, se dieron al alcohol o la droga, o se
conformaron con la nueva situación de proscritos porque la democracia nos talló
a todos por un mismo rasero sois unos nazis unos fascistas, no os adheristeis
al pensamiento único. Nuestros hermanos nos echaron de casa cosa habitual en
una España tan dada a los despilfarros cainitas. Padecimos el síndrome de la
guerra que ellos perdieron pero que luego ganaron cuando vinieron pidiendo paso
los mandiles y triángulos, pero otros medraron los más afortunados y subieron
como la espuma adornados en el olimpo mediático con la corona de laurel y los
dineros.
Se vino el Lobo a Madrid desde Vizcaya donde aprendió el oficio de fresador.
Con las prisas no le vagaba para cambiarse de ropa y quitarse el mono para
asistir a las clases de inglés mr. Peter Miles
Sus manos encallecidas eran un orgullo para todos nosotros y él se las miraba
llenas de callos, orgulloso como buen leonés. Su semblanza podía cotejarse por
lo bien bragado con la de un anarquista. No en vano provenía de la tierra de
Buenaventura Durruti,.
Miles un tipo extraño que por entonces se escondía en el armario, misterioso
personaje, que no era inglés sino polaco pero que hablaba un inglés con acento
de los barrios de Londres, con sus americanas cobalto que hacían aguas,
hombreadas para realzar el busto, el perfil de cachas y corcho en los tacones
al objeto de alzar unos codos de estatura. Siempre con pajarita o bow tie. Sus
clases en lugar de lecciones de inglés parecían actuaciones festivaleras, se
movía por la tarima con mucho garbo y mandaba sentar en los primeros bancos a
los más guapos.
Sus clases interesantes eran todo un show de gestos, era nuestro ídolo. Buen
comunicador nos entusiasmó con la lengua inglesa y con aquel país que sedujo a
la juventud española de los 60 estábamos acomplejados por no parlarlo fluido.
Era la estrella de la escuela de Periodismo de la Iglesia. Pobre Peter Miles;
cuando cerraron la escuela de periodismo quedó sin empleo, fue abandonado por
su novio y se abrió las venas en la bañera. No aguardó a conocer los tiempos
del esplendor del arco iris. No se atrevió a salir del armario.
Rafael de Salazar, Nicolás González Ruiz, Bartolomé Mostaza, Antonio Ortiz
Muñoz y Alejandro Fernández Pombo, un bondadoso manchego de la escuela del
“Debate”, formaban un experto e ilustre tándem en el cuadro de profesores.
Entre clase y clases leyendo su breviario veíamos pasear por el patinillo
reducto de una pequeña huerta en las dependencias a un cura alto y delgado que
lucía sotanas impecables de cachemir —detalle nada desdeñable y corajudo pues
los aires renovadores postconciliares habían barrido del mapa los alzacuellos y
manteos y los curas iban de traje aunque en nuestro curso el P. Abel Hernández
y Pepe Freixenet uno de Murcia no se la habían quitado aún pero sí el P. Urciti
un navarro muy simpático que venía de una conocida familia carlista— era el
director. Olvidé su nombre pero creo que llegó a obispo y formó parte a
regañadientes como un elefante en la cacharrería de la Conferencia Episcopal o
poderoso sindicato de obispos que siguen mandando tanto en España. Juan Roldán
otro ex seminarista malagueño discípulos del lectoral de la catedral malacitana
el P. Ruiz, se ganaba la vida como profesor de latín en un colegio mayor.
Roldán, un muchacho agradable rubiales bien parecido y de un estilo muy
norteamericano ocuparía las corresponsalías de Efe en Londres época Fraga y en
Washington durante la transición, sería director de la Asociación de la
Prensa y se casaría con otra colega Encarnación Valenzuela que no era guapa
pero demostró ser mujer de mucho tronío. Curri. ¿Dónde curra ahora Curri? Juan
acaba de fallecer este julio de 2015 no sé si de melancolía o de asco a los 72
años. Él era un periodista de los pies a la cabeza y no ha sobrevivido a las
purgas que orquestaron contra nosotros los de la vieja ola los nuevos
instalados en ese periodismo baladí de las tertulias que se pronuncian ex
cáthedra a todas horas con un gesto solemne y aires de gángster. Forman
parte de un circuito cerrado una mafia en la que no dejan entrar a nadie.
Closed shop, numerus claussus, compañero; el que venga atrás que arree. Son los
grandes acaparadores de esta democracia llena de resabios dictatoriales. Son
los vigilantes de la playa los comisarios del sistema siempre guardando la
línea y a la que salta, parecen haber pegado un brinco a nuestra actualidad, a
la que miran, remiran, comentan y hasta soban explotando el morbo con gesto
algo despectivo y canalla pues no les duele la patria. España se las
refanfinflar. Sólo les importa el dinero. El que más gana (se embolsó
cerca de cuarenta mil euros del ala el año pasado, lo colocó en la tele pública
ese espantapájaros que habitó en la Moncloa durante un lustro siniestro y al
que llaman ZP (pasen y coman los de León y a llenarse los bolsillos), un tal
Maraña, el hermanísimo de un canalla que amargó mi existencia en Nueva York y
dijo en una conferencia de Prensa en la ONU oficiada por Felipe González que
había que acabar con la Prensa del Movimiento. Jugaban al viejo juego del
robaterrenos quítate tú que me pongo yo y donde no hay harina todo es mohína y
así se hicieron amos de la TV pública y vendieron los periódicos de la Cadena a
los ingleses. Se produjo una auténtica involución de las rotativas. Algunos de
ellos, sólo unos pocos porque los estudiantes de periodismo lo tienen crudo para
obtener un puesto de trabajo y si lo logran les pagan miserias de becarios.
Encontraron en su remunerativo, milagros de la publicidad, blablablá una
fórmula de enriquecimiento.
El encono la envidia la emulación y el odio constituyeron los peldaños de la escalera
por donde subieron para alzarse con el santo y la limosna estos trepas. La
corrupción imperante les brindó la oportunidad de su existencia dentro de un
oficio noble aunque menesteroso como fue el de juntar palabras en España. A
fuerza de adular a los políticos con sus torrenciales parrafadas y sus
conclusiones de pata de banco, al objeto de enajenar o cabrear al lector o al
telespectador. Es una literatura hablada no de información ni de educación
elemental sino de provocación. Ganan con esto millonadas. Y ahí está para
muestra valga un botón Alfonso Rojo el “exsísimo” o ex maridísimo de la
Anaconda. Que después de echarlo de su tálamo hay que ver lo bien que lo
colocó.
Este viejo oficio por aquellos días abundaba en epígonos notables como David
Cubedo [la voz carismática la locución de terciopelo del “parte” de las tres de
la tarde], Fernández de Asís, Pedro de Lorenzo, Álvaro de la Iglesia, Torcuato
Luca de Tena, Tomás Salvador, Félix Ortega todos los cuales murieron pobres. O
el mismo Juan Roldán que se nos acaba de marchar.
Voluntariosa y con buenos contactos, la Valenzuela hija de un general laureado
según creo, se ha convertido en la musa del PP habitual de las tertulias de la
tele. Estábamos angustiados y confusos dentro de nuestros traumas y el cascarón
de un pasado del que había que salir para enfrentarse a la modernidad. Ésta
estaba hecha de canciones y de apuntes y de papeletas de exámenes. Dentro de lo
que cabe, nunca como entonces había sido Bermejo tan feliz. Los de la Eta no
habían aparecido, los curas seguían llevando sotana y se decían misas en latín
pese a las admoniciones renovadoras del concilio. Se podía ir a esquiar a
Navacerrada los fines de semana del invierno o bañarse gratis en el charco del
obrero como llamaban al parque sindical.
Leyó la carta cincuenta veces y se compró un pequeño diccionario de bolsillo el
Collins para traducir las palabras que no entendía. El comunicado le informaba
que le había sido concedido un puesto como profesor asistente en la ciudad de
Hull como ayudante del catedrático de lengua castellana en dos colegios: El
colegio Marista y un instituto de segunda enseñanza el Kingston upon Hull.
Informó a sus parientes amigos de irse a Inglaterra el próximo curso. Muchos
vituperaron su decisión:
—Tú estás tonto. Has conseguido un puesto fijo en radio Nacional y ahora haces
la tontería de largarte a un pueblo de una lejana provincia a pasar hambre.
Bermejo estaba tan embebido con la idea de aprender la lengua de Shakespeare
que puso oídos de mercader a tan sabios consejos. El mecanismo de la utopía
volvió a vagar por sus meninges atolondradas. Le estaban vendiendo la burra mal
capada. Era la decisión más importante de su vida pero Bermejo le dio la
ventolera y (entonces pensaba así hoy no) se puso el mundo por montera, tiraba
la casa por la ventana. Claro que le habían enseñado desde pequeñito a
renunciar al mundo sus pompas y vanidades. Es la idea que gira en torno al
libro de cabecera “Las imitación de Cristo y menoscabo del mundo” de Tomás de
Kempis tantas veces manoseado y leído a lo largo de su adolescencia. Un lector
subido a un púlpito declamaba sus capítulos a la hora del desayuno durante sus
años de seminaria.
—Te comportas como un gilipollas, Remigio— fue la sentencia de su hermano Xanti
el que siempre estaba calculando sus pasos.
Le contestó él con el título de una película de Bing Crosby que echaban por
aquellos días en el Cine Cristal de Cuatro Caminos:
—Siguiendo mi camino.
A lo mejor estaba en un yerro pero interiormente sentía que al renunciar al
trabajo en la radio estaba respondiendo a una poderosa llamada. Su vida en
adelante estaría entretejida de renuncios de grandes triunfos y grandes
fracasos. El destino suele ser inexorable. Todo está escrito. Hasta el número
de los pelos están contados en nuestra cabeza. Al menos, es lo que se dice y yo
no me desdigo de nada ni renuncio a nada, seguiré en mis trece. No vendo mi
pluma ni la vendí a nadie que es baluarte de libertad. No tengo vocación de
mercenario. Con ojos arrasados de nostalgia contemplaba el paso sigiloso de los
días de aquel largo y cálido verano cuando estaba a punto de dar un paso
decisivo. Quería vivir de la pluma encumbrarse ser famoso y no sabía que eso se
quedaba para Vargas llosa. Desconocía el ingenuo estudiante en que jardín se
metía cuantas celadas ocultas e en tan pajarera decisión.
EN LA PATRIA DE ROBINSON CRUSOE
Hull era una ciudad del norte inglés destartalada, industrial, con pocos
horizontes cuando yo la conocí, a la vera del Humber y mirando para el océano.
Los arrabales de la bocana de un puerto con mucho abrigo que los prácticos
conocían bien desde los navegantes ingleses hasta los submarinos del almirante
Canaris, debieron de inspirar a T.S Elliot su Wasteland. En el año 66 todavía
algunos hangares y edificios del malecón mostraban las dentelladas y zarpazos
de la Luftwaffe. Aquellos farallones ahumados eran reliquias de antiguos
bombardeos, tarjetas de visita que dejaron los alemanes a lo largo de la
batalla de Inglaterra. Hull, sin embargo, tuvo siempre algo de ciudad germánica
y anseática emparentada con Hamburgo y con Copenhague al otro lado del Mar del
Norte en la ruta del comercio del que se aprovechó el mundo luterano del oro
que trajeron los españoles del nuevo mundo. Tenían fama sus dársenas de ser una
de las zonas más peligrosas y sucias del planeta. Allí dirigí yo mis pasos en
el otoño del 66 con mis veintidós años, recién acabados los estudios de
Filología Inglesa y de la carrera de Periodismo, con ganas de comerme el mundo.
Quería ser escritor. Recuerdo que cuando me giraron el primer dinero de la beca
compré una máquina de escribir sin eñes a un chamarilero de la calle Beverley,
especialista en antigüedades, que tenía a la puerta una pieza de artillería del
once de la Guerra de los Boers. Tuve que tirarla. También merqué una guitarra
que tampoco funcionaba o a lo mejor es que yo he nacido para guitarrista. A lo
largo de mi vida dactilógrafa y de fascinación por las veinticuatro redondas
blancas he aborrecido tanto las máquinas de escribir como las cachimbas. Como instrumentos
de utilización personal: Usar y tirar, pues en esta vida todo tiene un límite.
Tal vez fumar y escribir sean actos tan compulsivos como correlativos. Las
circunvalaciones del humo del tabaco guardan un misterioso parentesco con
las pesquisas que conducen al hallazgo de la frase exacta y la palabra rotunda.
La pipa, la estilográfica y la maquina de escribir son adminículos
adherentes a la profesión de escritor, entonces fumar iba como en el oficio,
ahora ya no se fuma, se sueña menos y las cosas salen peor. no han de ser
prestadas nunca a nadie al igual que la mujer. Cierto. Pero algunas
aburren y otras cansan. ¿Todos los días, potaje? Pues sí de vez en cuando
habrá que darse un paseo por las instituciones.
—El hombre es animal de costumbres.
—También es verdad. Lejos de mi “Olivetti” soy un hombre al agua. Me planto al
ordenador y no me sale palabra. Yo tengo que sentir el ruido del teclado que
ametralla el papel. Sin la pulsión de un contrincante la inspiración no acude.
En España por lo que dijo don Miguel de contra esto y aquello, siempre estamos
escribiendo contra alguien. La vida del escritor semeja a la del púgil. Nulla
dies sine línea pudiera traducirse como ningún día sin pelea. Escribid
malditos, que escribir es una maldición, haced la guerra contra vosotros mismos
y vuestro propio subconsciente. Por eso en esta tarea de sufridores abundan con
frecuencia los matasietes. A Valle Inclán le dejaron una mano inútil en una
trifulca de colegas. Fue por una discusión tonta con un correligionario
de Granada, que se llamaba Manuel Bueno. También carlista. y que de bueno debía
de tener bastante poco, por lo menos el día que sacó el estilete contra
don Ramón, el de las “barbas de chivo”. Pushkin murió en un duelo y yo vi una
vez a un cofrade en Londres por quítame allá esa crónica arrimarle un botellazo
al pobre corresponsal de “Rodena Fichas” que ya llevaba en el cuerpo media de
Johny Walker. Menos mal que le sujetamos entre otro y yo que si no lo
esguardamilla. Hombre a un borracho jamás se le pega. Tampoco es para ponerse
así, pero este oficio es la bimba. Ahora aquel matasiete está muy instalado y
en la pomada en la Prensa del Meneo. Le supo bailar el agua a don Walamboso el
Tramposo, como antes se lo bailó a otros. Abundan los espadachines en
esta noble profesión trufada de canallas, donde la vida es un desafío. La pluma
sin la espada no es más que una punta de hojalata, ha de estar prevenida del
asta del poder y la fuerza, y somos gente de sangre caliente. Quevedo, por
ejemplo, manejaba con tanta soltura el idioma como el florete.
De cachimbas, estilográficas y bolis tuve cantidad, casi un harén, las reputé
como mis mejores amantes; nunca te abandonan. Mecanográficas, una colección.
Hasta que llegaron los ordenadores. El teclado de una máquina de escribir es
singular como el alma de una mujer. Todas son diferentes y todas acaban
cansándote. Como me cansaba mi propia escritura. A la noche, despeado por el
trajín de emborronar papel y de pufar humo a través de mi cachimba favorita me
formulaba la pregunta que suelen hacerse casi todos los literatos: ¿Esto para
qué? ¿A quien interesarían estas paridas? O compras culo o vendes pantalón,
Julito. Sobran autores y nos faltan lectores. Sois todo un atajo de
presuntuosos, unos autistas. Sí, sí, pero yo no sabría hacer otra cosa,
cofrade.
Empiezan entusiasmándote ese naguile que compras con entusiasmo en el Corte
Inglés una tarde que te sientes animoso y con ganas de comerte el mundo. Luego
las aborreces. Amores de quita y pon. Las teclas echaban humo. El hombre tiene
que vencer a la máquina pero también las maquinas de escribir dan de sí todo lo
que tienen que dar, se agotan, se extenúan y dejan de ser, machacados los
tipos, fuente de inspiración. Ya no sirven para nada. Cuando dejan de cantar
las veinticuatro redondas blancas es como si muriera un ruiseñor. Las pipas
quemadas saben mal. Y son como las horas de los relojes Omnes caedunt, última
necat (todas hieren, la última mata).
Hacia Hull dirigí mis pasos al final de aquel verano del 66 cuando Inglaterra
le robó el mundial a Argentina en Wembley por culpa de los árbitros que
barrieron para casa pero allí estuvieron los goles de Bobby Charlton y los
saltos desdentados de Nobby Stiles. Se cumplían tres siglos del gran incendio
de Londres y otros tres de la profecía proferida de Milton de que se iba a
acabar el mundo. Lo había vaticinado en 1666. Vaya una fecha, guarismo del
“anosmia” apocalíptico. Pero a mí nunca se me pasó por la mente de que el año
del 6 fuese un signo maldito. Estaba contento y feliz inaugurando mi vida en
libertad. El mundo seguía girando sobre el ecuador y el sol amanecía a cada
aurora.
Yo quería aprender inglés y creo que lo aprendí demasiado bien hasta el punto
de que hoy, por lo fácil, es un idioma que me aburre. Es un idioma muy práctico
donde valen poco las tahurerías ni las mariconadas. En buena prosa el inglés es
un lenguaje hecho para hombres, un lenguaje macho. Algunos dicen que parece que
escribo en inglés, un idioma muy suple y contractivo en el que caben toda
suerte de combinaciones, pero sigo pensando en español. La primera máquina de
escribir de segunda mano que compré en la ciudad donde nació el padre de
Robinsón Crusoe, Daniel Defoe, y me inicié en los estudios de Franz Kafka,
carecía de eñes. Una terrible merma y fatal augurio. Soy hombre de eñes. Podré
escribir en la lengua de Shakespeare correctamente pero en mis anglofilias
nunca cometeré la tontería de renunciar a mi estirpe. Ese es un síndrome en la
cultura española actual. Se escribe en español pero se piensa en la lengua del
imperio. Para confirmar tales supuestos me remito al mundo de los best sellers,
al lenguaje, a los giros, al contoneo alto coturno de las tops por la canasta,
a la forma de pensar de la gente, a los hijos de don Quirite Marugán, todos en
nómina, buenos chicos que no crean problemas a la Mano Oculta y al Ojo que todo
lo ve. Sus displicencias caben en la Red. El Internet desconfía de las
genialidades y machaca a los que se salen de la fila. El que se mueva no sale
en la foto. Dominan el sector de la publicidad y de la imagen en sus manos,
sólo es noticia, sólo es novela, lo que a ellos les apetece.
Perfectos “hacedores de reyes”, a capricho designan escritores y nombran y
derriban gobiernos a dedo. El arte se supedita a un lanzamiento
mercurial, a ciertas sutilidades, manipulaciones y trampantojos. Es la política
del doble lenguaje, el doble juego. Turbios manejos de trastienda que permite
que en nombre de la libertad se cometan toda suerte de torpezas y tiranías. A
mí, que soy transparente, me ocurre todo lo contrario. Escribiendo en inglés
siempre me saldrá el hombre de Segovia en la papela y asomarán entre líneas la
oreja mis campesinos orígenes.
Esta transposición es un caldo de cultivo para la mediocridad imperante. Han
traído sus propios chistes. Hablan de humor, pero les falta ángel. Muy serios y
concienzudos volviéronse los lustros y las décadas desde que vino a reinar por
la gracia de Dios o por oscuros designios del poder en la sombra Su Majestad
Oriol V El de los Pufos. Manejan el insulto que no veas y parecen haber
inventado a una rama de la literatura que debería llamarse octoscania pues han
institucionalizado la blasfemia. Se escucha por doquier el grito de la torre de
Babel, queremos llegar tan alto que podamos codearnos con los dioses. Tampoco
es como para pedirle peras al olmo. El hombre en Londres del “Eco
Guanche” hoy un señor con vara alta, amo de la baila de los publicistas,
pero que hace cuarenta años lampaba e iba por Fleet Street con una gran bolsa
negra y le llamaban el “polisario” porque su señorito era aquel independista
por nombre Cubillo que quería devolver a los moros las Islas Afortunadas, en
las instituciones (échale guindas al canario) hoy se queja del insulto como
arma arrojadiza pero ellos pasaron el rodillo y nos difamaron y
escarnecieron a modo y todo lo que quisieron. Vivimos entre la queja, la
desilusión y el asco, como extranjeros en nuestro país e incluso en nuestro
idioma, soñando en la pensión de la jubilación y andando un poco a la
agachadiza. Mirando bien las cosas, casi es un honor permanecer inédito,
intonso y casi virgen y mártir de los tórculos con los tiempos que corren.
Tampoco creí nunca en eso de los premios literarios ni en los comités de
lectura. Tomemos el caso de un importante magnate en el mundo de la edición
española de cuyo nombre no quiero acordarme. El un isleño que llegó a Londres
lleno de odio hacia los peninsulares no sé por qué y al que veíamos andar
siempre por Oxford street portando una cartera negra de cuero. En esa cartera
no sabemos qué llevaba si un Kalashnikov, una máquina de retratar o una
enjalma, dadas sus procedencias no sé si guanches o árabes aunque siempre sí un
poco nómadas del sujeto que nos situó al pie del volcán con su voz aguda y su
habla de eunuco. Hoy es otro instalado. Le llamábamos el polisario pues era muy
de izquierda pero a Montesinos le bailaba el agua. Con ser don Gaspar tan
de derechas. Las izquierdas se la metieron doblada que fíate y no corras
Pues bien, que semejante tuercebotas, aquel palmero-sube-a-la palma, aquel
arribista de la perilla negra y cabruna, y que tiene una vocecita de eunuco -es
hoy un señor que manda mucho en el mundo de las letras, está asomado a la
ventana todo un jaque de los mandamases de la pirámide informativa y de la
literaria- te rechace los manuscritos, uno por uno, lejos de ser un baldón, es
un timbre de gloria. Cosas veredes dijo Agrajes. ¿Y ese don Anacleto, gran
preboste de los paneles de lectura?
— Que se lo lleve el diantre.
—¿Con acento grave y diacrítico en catalán? En castellano no se usa.
—Ya pero vivimos bajo la férula de lo cursi.
En aquella ciudad, Hull, con nombre de casco de barco, y asaz descuadernada,
compré mi primera máquina de escribir y conocí el amor que pasa por la vida del
hombre como un soplo, como una sombra. “Sicut nubes, velut umbra, ut naves”,
que diría el clásico. Es talismán efímero. Su destino va íntimamente unido al
de la literatura. El amor y el tiempo son algo que el hombre es incapaz de asir
¿Qué fue de aquella mujer de cabellos dorados y de mirada de madona, el rostro
perfecto como un camafeo, piel blanca adornada de efélides? ¿Qué sombras ahora
la escoltan, qué nubes la contemplan en qué barco viaja y con qué rumbo? Sólo
puedo responder a esta interrogante con un poema que Chesterton dedicara a la
Virgen. Lady, Lady. Altos muros del Endsleigh College que ella habitaba y
que yo escalaba, cual Romeo empecinado, han sido derribados. Sólo siguen tiesos
en el paisaje de la memoria. En la vida real son farallones, lienzos de adarve
de la muralla del olvido, almenas desdentadas, paredes a las que injuria el
verdín cubriéndolas de parietarias y madreselvas. Precisamente en un lugar tan
a trasmano y donde Mahoma perdió las pantuflas iba a transcurrir uno de los
años más importantes y traumáticos de mi existencia. En mí se produjo un
verdadero despertar. Los propios ingleses hacían befa de este lugar habitado
por las gentes más rudas del rudo Yorkshire y que parecían hablar a voces como
animales en un dialecto que se derivaba del vikingo y emparentaba con el norso.
Eboracum (York) con su catedral y sus baños romanos estaban cerca. Pero a mí
siempre me fascinó Whitby por sus ascendencias danesas. Hubo allá una
cristiandad procedente de la estirpe celta evangelizada por st. Columbano, base
del monaquismo occidental del cual llegaría a tener un conocimiento más
profundo merced a los legendarios de fr. Justo Pérez de Urbel que describe esta
zona mítica con emoción y belleza en sus calendarios. Los inhóspitos pagos del
yermo Yorkshire fueron sede de una de las más importantes tebaidas. Los
monasterios formaban un verdadero anillo de oro en torno a la capital,
York. Allí nació santa Helena madre de Constantino la emperatriz que
desenterró las cruz del Golgotha y el mundo a partir de entonces el mundo
empezó a girar de forma diferente aunque hoy puede que el curso de ese ciclo
esté llegando al tramo final. Eran estos cenobios centros de oración pero
también baluartes contra las invasiones de normandos y de escoceses. Para
defenderse del acoso de los belicosos “picti” ya los romanos habían levantado
la Muralla de Adriano, en el condado un poco más arriba, el de Northumberland.
En compañía de mi amiga Nicole, aquella francesa de los cabellos de oro y a
bordo de un mini hicimos a lo largo y lo ancho de esta tierra amor y geografía
visitando las ruinas de los viejos conventos demolidos durante las guerras de
religión y las consecutivas desamortizaciones. En nombre de Dios y con la
Biblia en ristre los puritanos de Cromwell acabaron con todo. Desde entonces
siempre tomo mis precauciones ante el Libro Sagrado prevenido por lo que decía
san Agustín que no es lícito basarse en la letra desnuda de ambos Testamento
sin un mínimo de bagaje iniciativo. Hasta hace poco en todos los hoteles del
ámbito anglosajón siempre había una y a mí me inspiraba cierto temor al pensar
en las barbaridades que cometieron los protestantes. Ninguno de estos textos
supera a la Vulgata con todo lo que diga don Críspulo Caspón y sus luteranos al
respecto. Perdimos demasiados hombres en defensa del papa y de la verdadera fe
en tiempos de la Contrarreforma como cambiar ahora de camisa. No somos
culebras. Esta zona del arzobispado de York fue una de las más refractarias a
renunciar a la tradición romana. En fin, por aquel tiempo en la radio del coche
sonaba la música de los Beatles y el incansable hit parade que emita
veinticuatro horas al día una radio pirata instalada en un barco surto en la
Bahía de Scarborough. Se llamaba Radio 707 y su pinchadiscos se llamaba Tony
Blackburn junto con Jimmy Savile quien luego a pesar de su aspecto avuncular,
padrino de todas las quinceañeras, el puro en la boca y casaca de lentejuelas
melena blanca y teñida, y recomendaba a los conductores briotanicos que se
abrocharan el cinturón “clic clac every trip” resultó un violador en serie, a
todas las fans se las pasaba por la piedra. Tenía nombre de película y su
principal pinchadiscos era Tony Blackburn. Lo conocían todas las quinceañeras
del Reino Unido. Dos canciones muy pegadizas y que aprendí de coro me traen
memorias de aquel invierno: Laying in the sunny afternoon” de los Kinks o The
Mamas and the Papas, Demi Roussos, etc. y No milk today, cose my love is far
away. Hoy no dejes botellas – se pedía al lechero- en el alfeizar pues mi amor
está lejos. Sin embargo, la letra de aquella canción no era para mí. Mi amor no
estaba lejos sino cercas. En los labios de Nicole, toda la cerveza de la Old
Merry England y el vino de la Dulce Francia me bebí. Tenía un cuerpo de diosa
pagana y unos ojos de dulce y claro esplendor y largo mirar. Aquella mujer se
cruzó por mis horizontes como un viento de tragedia y libertad. Amor que pasa
una sola vez y te deja marcado. Los vientos del 68 soplaban a modo. Lo decía
otra canción de Joan Báez, Flying in the wind. Íbamos al volante del viejo buga
por los derroteros de los Yorkshire Moors, mundo onírico de veleidades y de
sentimientos bajo controlada que contaran y cantaran las Hermanas Brontë.
Paisaje sin árboles. Los barcos fueron talados para prevenir la escuadra. Por
el invierno hace un frío que pelaba. El cierzo soplaba con ganas por aquellas
desoladas parameras. Té y simpatía. Marchábamos a toda velocidad, sentados a la
trasera del viento. Nicole, ¿qué ha sido de ti? Seguramente serás una viuda
rica que con un ojo llora y otro repica o la barragana de un canónigo de Reims.
En los pueblecitos olvidados de paredes blancas y techumbres de bálago tal como
pallozas en plena campiña inglesa siempre había una vieja taberna con mucha
historia. En las de York bebían Guy el Conspirador con sus comilitones a sueldo
del rey de España, en las de Grimsby los bucaneros de Sir Francis. El mundo
yacía a nuestros pies. Íbamos a ser perennemente jóvenes y bailábamos el Twist
en bailongos de altavoces psicodélicos y focos foboscópicos. Noticias en la BBC
a las cinco y a silbar por la vía. Blowing in the wind but we couldn´t care less. Había que apurar el cáliz de la felicidad de la vida hasta las
heces. El viento del norte se llevó nuestra juventud camino de las estrellas y
¿qué fue de aquellos besos? Andan todos rodando por las estrellas. El amor es
la fuerza que mueve el universo. El odio lo para y aquellos tiempos eran los
tiempos de la flor al ritmo de canciones que aconsejan hacer el amor y no la
guerra. No había necesidad de emprenderla a martillazos contra la estatua de un
general subido a un caballo de bronce. ¿Cómo es posible que ahora la enredadera
del odio trepe por las paredes de nuestras casas? ¡Tanta inquina, tanta vesania
cuando creíamos haber alcanzado el nirvana de la reconciliación! Se me apareció
la belleza en Hull aquella ciudad destartalada. Entre el hollín y el carbón y
el beso gris de la lluvia sonó mi hora cero. Nunca fui tan feliz como aquel año
en la patria de Robinsón Crusoe. Desde aquélla he venido practicando una suerte
de robinsonismo intelectual. Me gusta la insularidad. Yo solo en mi isla y que
me dejen en paz.
Había comenzado 1967 bajo buenos auspicios aunque la Nochevieja no fue tan
entrañable como la nochebuena. La pasó en su chiscón aquejado de melancolías
ausencia. Rose estaba de vacaciones en Hornchurch y no regresaría hasta el 13
de enero cuando comenzaba en el collage el segundo trimestre que los ingleses,
ateniéndose a una vieja tradición escolástica que dividía los doce meses en
“quarters”: Michael Mass o Martinmass, Chrismas, Lent, Easter y Petermass,
llaman cuaresma. Literalmente la misa de san Miguel 30 de septiembre, la misa
de san Martín 11 de noviembre, cuando se pagaban las rentas. La misa de Cristo
en nochebuena, Pascua de Resurrección y la misa de san Pedro al empezar la recolección
de la mies en las tareas agrícolas. Estas reminiscencias de la división del
tiempo y de las labores del campo reflejan la fuerte imbricación de los
cristianismos en las Islas. England, tierra de ángeles, desde las predicaciones
de san Agustín de Cantorbery hasta la desacralización de los monasterios. Hasta
1535 y la dichosa bula del papa Paulo III excomulgando a enrique VIII por haber
repudiado a su legitima Catalina de Aragón para casarse con ana bolena Ana de
los mil días. Pocos años antes Roma había concedido al rey de Inglaterra el
título de “defensor de la Fe”. La cólera del monarca no se hizo esperar.
Enrique en Hampton court hizo pedazos ante su corte el rescripto papal. Mandó
quemar mil monasterios, secularizó diez mil templos donde el oficio divino y el
misal romano fue sustituido por el Common Prayer Book, fueron destruidas las
imágenes de los santos, dio la vuelta a los altares, degolló a dos cardenales,
hizo cuartos a dos arzobispos, trece obispos y encarceló a diez abades y cerca
de ochocientos curas regulares. El odio regio iba dirigido primordialmente
contra los frailes. El pueblo continuó siendo básicamente cristiano tras la
reforma excepto algunos jerarcas como el cardenal Fisher que al igual que el
Dique de Lerma acusado de asesinato y de corrupción “se vistió de colorado para
no morir ahorcado”. En los cambios de época cuando rueda hacia otra cara
diversa la rueda de la fortuna el cambio de casaca se hace indispensable pues
no todos somos aspirantes a la corona del martirio. Remigio Bermejo en aquel
tiempo se alegró de haber aterrizado en una región como el West Riding del
Yorkshire donde todavía pervivía una fuerte tradición católica. Hull era la
patria no sólo de Daniel de Foe el solitario de la colina sino también de Guy
Fawkes el agente de los españoles que quiso volar el parlamento en la denostada
conjuración de la pólvora una desapacible noche de noviembre de 1605. Tales
cuestiones son asuntos de la historia que poco han de ver con el día a día del
hombre común. A lo largo de su existencia y al contacto con muchos anglicanos
gente de bien y con metodistas se dio cuenta de que en esta intransigencia
antipapista los ingleses llevaban parte de razón porque la corte de san Juan de
Letrán en cuya defensa pelearon y murieron tantos españoles era un nido de
corrupciones, gatuperios, prácticas simoniacas y enjuagues que tienen poco que
ver con el evangelio y la doctrina que predicó Nuestro Señor. Inglaterra la Old
Merry England conformaba la idea que él tuvo desde la adolescencia de un mundo
feliz. Fue su gran amor.
Habían quedado para salir el sábado siguiente de su llegada. Aquel interregno
de días y de horas vacías se le hizo interminable. Soñaba con la imagen de su
amada. La acariciaba preguntándose hacia qué parte le llevaría aquella pasión
descomedida hacia aquella inglesa de origen irlandés: Rosalía Heagerty.
Ayunó más que un anacoreta de la tebaida. Quería prepararse para la gran pascua
de una nueva vida. Se dejó crecer la barba y empezó fijarse de sus apariencias
antes desaliñadas. Mirándose al espejo, se encontraba guapo. Su rostro cobró
una cierta hermosura lumínica que nació del interior. Esa luz misteriosa que
hace a los místicos entrar en trance y hermosea a los enamorados. Milagros del
amor pues no era más que un vagabundo literarios en tierra extranjera. Hizo
muchísimo frío aquel invierno. Neptuno destapó las cajas de guerra y las furias
eólicas. Sopló viento del norte. En su vida había pasado tanto frío ni vio
tanta nieve caer. Se helaron hasta los gnomos del jardín del jardín de su
patrona polaca. La prensa daba cuenta de los estragos que causaron a la cabaña
nacional los hielos. En Escocia cayeron dos metros de nieve. Las viejecitas
morían ateridas por la hipotermia en sus viviendas sin calefacción. Algunos
diputados de la Cámara de los Comunes pidieron que fuesen declaradas zonas
catastróficas algunos condados del reino Unido. Los medios audiovisuales
lanzaban sólo una consigna: “keep warm”. Remigio Bermejo pese a la baja
temperatura exterior nunca había sentido tanto calor en su alma. En Pearson
Park los chicos del barrio se calentaban a bolazo limpio o construían muñecos
de nieve a los que colocaban una gorra en la cabeza y le arropaban el cuello
con una bufanda. Las inquietas ardillas hacían cabriolas por entre las ramas de
los robles fantasmales. Durante estos paseos por entre el césped y los setos
cubiertos del primer parque de Hull se hacía preguntas sobre sí mismos y sobre
su pasado. ¿Era amor o vértigo lo que sentía? Oyó una voz que le dijo:
—No pienses tanto en ella, que se lo estará pasando a lo grande con su amigo
David que tiene un descapotable y la paseará por todo Londres en su Ferrari. No
te guardará ausencias
Semejante interrogante se le cavaba en el corazón como una daga de celos y
remordimientos. De regreso a su room del numero 69 de Pearson Park la
inquietante pregunta le martirizó toda la noche. Afuera nevaba. Había cesado el
viento y densos copos de nieve se columpiaban cono caricias besando los
cristales de la ventana como mansas caricias o mensajes de su amada que le
animaba a no tener miedo ni a desbaratar aquel primer
amor.
Hizo mucho frío el invierno del 66 al cabo de un tórrido verano y un otoño
pluvial. Vino san Andrés la nueve en los pies que ya sólo celebraba en Escocia
pero otra manera; sin misas con el juego del tiro a la maroma. Estábamos a
medio trimestre del Michaelmass cuando los estudiantes de Oxford celebraban los
comedios del lectoral. En la torre de Fairfax el papamoscas seguía devorando
las horas y los carillones de las iglesias dingdong celebraban el transcurso de
los días de los meses de los siglos. Inglaterra inamovible tiene un aire eterno
inamovible. Las pisadas de los días se perciben en aquel país con mayor lentitud
que en otras latitudes. Los campanarios entonaban el salmo del “tempus fugit,
omnes caedunt, última necat”. En su inconsciencia nuestro estudiante de
periodismo no quería saber nada ni de la muerte o la vejez. Ya le habían
machacado bastante las meninges en su adolescencia aquellos jesuitas tan
poseidos de sí mismo que daban las tandas de ejercicios espirituales
empapándoles el alma de congojas y de novísimos. Por otra parte torrarse en el
infierno no hubiera estado del todo y pensarlo era una delicia en aquel frígido
invierno, el más riguroso en décadas a decir de los más antiguos del lugar. Se
habían helado algunos robles de Pearson Park. La nieve hizo caer los tejados de
algunos edificios del sector portuario ya machacados de antemano por los
bombardeos de los V2. el viento del norte se encargaba de todo lo demás.
oscuridad se iba la luz celliscas tempestades. Las viejecitas se quedaban
tiesas al brasero, de hipotermia, y los bomberos las sacaban congeladas de sus
casas de planta baja con parterre y minúsculo jardín. “Keep warm” que
radiaban los partes de la BBC. En su vida había pasado tanto frio Remigio
Bermejo
“La vida del hombre en su rápido por la existencia es un azaroso peregrinar -
recordaba san Paulino el monje al rey de Northumberland- semeja al vuelo
azorado de un gorrión que se extravía del bando y va a dar a un hall entre
cuyos machones se encarama buscando refugio; al cabo de unos cuantos revoloteos
angustiosos encuentra de nuevo la salida y desaparece para no volver más”.
Con esta parábola consiguió que el monarca, que era refractario a aceptar el
cristianismo, recapitulase y accediera a las aguas del bautismo. Se bautizó
Edwin con toda su corte la noche de Navidad. Los bancales del río Ouse hicieron
las veces de río Jordán y al obispo y a todos los misioneros enviados desde
Roma se les cansaba la mano de derramar sobre las rudas testas de aquellos
anglosajones las aguas de salvación. Así empezó el cristianismo en Inglaterra,
en Eboracum, la madre de todas las iglesias de las islas británicas. Evora
Magna, la Roma del norte, una visión mística de la ciudad de Dios, vaciada en
el marfil de la historia, túmulo celestial en medio de un paisaje de cañadas al
amor de las tierras planas de uno de los condados con más personalidad de
Inglaterra.
La leyenda piadosa, luego transformada y sujeta a múltiples versiones y
conclusiones, la vamos a encontrar esparcida por códices y cartularios durante
la alta edad media. Todos hemos oído contar durante los días de retiro o los
ejercicios espirituales de nuestra adolescencia el apólogo de aquel monje que
salió a pasear por la huerta de su convento. En dudas su ánimo hesitaba sobre
la literalidad del texto que acababa de cantar a Maitines en el coro: “un día
de Dios semeja a un soplo del hombre”. Pero el buen religioso se aceptaba a
aceptar tal versión. Un día es un día. Lo mismo aquí en las antípodas,
conjeturaba para su cogolla el tonsurado. No puede ser y dícese que por sus
escrúpulos el Señor lo probó. Cuando regresó a su celda no reconocía las tapias
de su monasterio, había cambiado el diseño arquitectónico, ni los árboles ni
los hombres eran los mismo; había otra torre y otro abad, ni el hábito ni la
forma de hablar que apenas entendía le parecieron igual. Y es que habían pasado
mil años. Dicen que la fuga de las horas con los estragos que causa sirve a
Dios de correctivo para punir la vanidad humana. Escuchase el lento caminar de
las pisadas de los días de los años de las décadas de los siglos.
El resto de sus días aquel fraile estuvo llorando su falta. Dios le había
abierto los ojos y como Tomás pudo meter el dedo en la llaga del costado y
creyó, dejó de ser perezoso y renitente en el cumplimiento de la Regla y fue
más piadoso y caritativo con los hermanos. Un día de Dios no semeja en nada al
que nosotros tasamos con nuestros propios cálculos. ¿Cómo poner al mismo nivel
la habilidad humana con la sabiduría infinita? Velay: éste es uno de los
misterios de lo que llaman los teólogos economía de la salvación y es que los
designios divinos son inescrutables. Las ruinas dilapidadas de los monumentos
cistercienses, que a lo largo de mi vida tanto encalabrinaron mi curiosidad, me
sirvieron de receta para acallar mi desazón. Yo estuve siempre encadenado a la
forma de vida contemplativa que fundara san Bernardo. Acaso mi pobre yo no sea
más que una reencarnación de uno de sus frailes blancos que purga las faltas
cometidas por inadvertencia o desidia a la observancia claustral y ando por el
mundo añorando aquel tiempo en medio de cánticos a la Virgen y antífonas del antiguo
misal. Todo York y sus valles resulta un tributo al espíritu cisterciense. Los
hados me llevaron hasta sus muros blancos.
Era un viaje de ida y vuelta el que realizaba desde Sacramenia a Eboracum .
Tortuoso trayecto vital.
Pero no era en busca de un hábito ni de un capelo sino detrás de una mujer
cuyos ojos iluminaron mis sueños de vivir un amor indestructible.
Sólo os salvará la belleza, dijo Dostoievski, pero la belleza es inasible
De este modo se inicia la andadura de la nación inglesa que se mantuvo acérrima
e incólume en la fe de Xto aun en medio de los embates de la Reforma y de la
Disolución Monástica hasta bien entrado el siglo XIX donde merced a las
intrigas de Benjamín Disraeli se va a convertir en emporio de otra civilización
pero ya no bajo el signo de Jesús sino en los brazos del templo masónico y la
sinagoga. El York de la Disolución Cenobítica, el de Taulero o el Inconformista
del metodismo de Wesley o el de la capilla fundamentada en la Biblia a palo
seco nada tiene que ver al respecto. El mío cantaba en latín a capela sin
órganos clamorosos. Los himnos del “Prayer Book” con su triunfal estruendo
militante me dicen poco. Mi añoranza es por la ciudad de los ciento treinta
campanarios. Con sus cuarenta y dos parroquias y sus setenta y tantos
conventos. Albergo mi esperanza de que algún día vuelva a renacer, cuando el
arzobispo Hutton que duerme el sueño de los justos en una de las capillas de la
pérgola con un libro caído de bruces sobre su barriga de mármol despierte de su
modorra. O cuando esa estatua de la diosa Higia que exorna el altar de la
Señora con una urna cineraria en la mano ceda el puesto usurpado a la Madre de
Dios cuya talla fue destruida por otro dignatario de la reforma, monseñor
Holgate, sólo para complacer la clastomanía de un Tudor. Silencio. Adentrémonos
en el templo de Volutia
Fue un milagro la conversión de los contumaces “picti” . La catedral de York es
piedra angular de una iglesia que se codeó en prosapia con Roma y Bizancio, con
Avila, Tarragona, Hispalis, Toledo o Tours. En el Eboracum o York romano nació
Constantino emperador. Su madre Santa Elena, a la que la iglesia universal debe
la invención de la santa cruz, el culto a las reliquias y la liturgia a la
Majestad, era una bella eboracense, hija de un centurión romano que vivió una
villa o quinta en una localidad que se denomina Wilberfoss y en la cual tuve la
dicha de residir nueve meses de luna de miel y también luna de hiel porque ya
en mi juventud empecé a probar las dulzuras y acedas de esta religión que pone
como condición sine qua el dolor, el sacrificio, la abnegación.
York se alza en los montes del recuerdo para mí como pináculo excelso coronado
de alas de ángeles. A veces escucho entre el rumor de sus campanas el himno de
las letanías entonada por los coros durante toda la eternidad. Santo. Santo.
Santo…Dominus Deus Sabaoth. De aquellos impresionantes y privilegiados
comienzos estriba la grandeza y el atractivo de esta urbe a la que llegan todos
los años multitud de turistas y de peregrinos: la Jerusalén de Occidente. Todos
los jerarcas que recibieron el palium en esta sede primada eran considerados
como patriarcas de todas las Inglaterras, mientras que el arzobispo de
Cantorbery es primado de Inglaterra solamente.
Una fuerza incoercible me atrajo un día hasta sus muros y al socaire de sus
murallas de arcilla blanca iluminadas en la noche como si fueran el fuerte
crenelado exhibiendo las almenas de la Ciudad de Dios me arropo. El rumbo de mi
estrella marcaba el septentrión. Viajamos hacia el punto de origen, la casa de
Helen la bella y el fulgor de la cruz de Constantino en Puente Milvio. In hoc
signo vinces. Este es un lugar como para vivir la esencia del amor que es la
fuerza de la institución creada por Jesús. Hay una conexión insondable entre
esta ciudad y los santos lugares.
La madre de Constantino mandó construir más de mil templos en Tierra Santa para
conmemorar alguna circunstancia bíblica de interés o algún paso de la vida y
pasión de Jesús Nazareno.
El nombre de Helen resplandece en los anales de la religión y, si bien muchos
de aquellos templos mandados labrar por ella están arruinados y perdidos, o
convertidos en caballerizas o en mezquitas por los sarracenos, quedan sus
piedras alzándose en testimonio de una fe muy vieja. Ella puso en marcha en Europa
la búsqueda de la ciudad de Dios, la añoranza de Jerusalén y que trascendió al
mundo caballeresco de las cruzadas
Toda mi existencia estuvo relacionada con “Helen”. La victoria de Puente Milvio
es mi batalla. El nombre de Helen da vueltas al laberinto de toda mi vida. York
aparece así ante la vista igual que un sueño. Es un sueño en el bosque
encantado de piedra. Ápice del gótico florido o estilo perpendicular hijo del
arte normando. Te emborrachas de cresterías al llegar. Su perfil tiene algo de
la cerveza robusta que sirven en Whitmawhatmogate donde se encuentra la tasca
más vieja del país. En la barra un publicano que se dirige a la clientela con
aires de caballo percherón. “I am a Yorkshire man”.
Es una casa minúscula como la de los cuentos del pís del irás y no volverás;
con su hastial que se abomba y se derrenga, convexo, como si sus robustos
estribos pintados de negro, atlantes de roble que sostienen los pisos
asimétricos y salientes de un equilibrio difícil pero cuya estabilidad desafía
a la acción de los años, no pudiesen más. Dicen que en este tugurio fumaba Guy
Fawkes, un nativo ilustre, y fumaba su pipa mientras tramaba un complot para
subvertir la monarquía.¿Es lícito matar al tirano? Los jesuitas decían que sí y
los anglicanos decían que no. Al cabo de siete pintas un martes de septiembre
tomó la decisión de pegarle fuego al parlamento. Para hacer saltar al orgullo
inglés. Guy era el epítome del eboraco, pero todos se reían de mí cuando lo
mencionaba, me trataban de iluso.
—Entra en la burbuja de los ensueños.
—Llego al país de irás y no volverás. A la Inglaterra de los encantamientos
morada de Merlín.
—Tú no eres don Quijote.
—Esta ciudad tiene un alma señora y señera.
—Sí, es un castillo de marfil. Por cada una de sus siete puertas solo se deja
paso a los privilegiados. A los poetas, a los profetas. A todos los que en este
mundo han sido.
Todo aquí está relacionado con la belleza en verdad os digo, sus torres y los
paneles de las ventanas geminadas rinden culto al dios de la armonía. Es como
entrar en un templo sagrado de noche y de pronto las flamas inundan los
hacheros, se hace candela y todos son lucernas. La ciudad es el escenario
idóneo para un auto sacramental como aquellos que estuvieron celebrándose
durante los normandos en la “Fête Dieu” . Todo parece dispuesto como para
empezar el rito de misa pontifical. Un eco de antífonas invade las calles.
Quedan las codas de los himnos de resurrección. Sí, York es la ciudad de la
resurrección. Su escolanía así como la escuela catedralicia adjunta es una de
las más antiguas de la cristiandad. Apellidos augustos ocuparon su silla
arzobispal y ciñeron su palio de lana virgen con seis cruces negras desde san
Egberto que fue el primer metropolita hasta el actual Duncan. Muchos de ellos
fueron elevados luego a la silla de Cantorbery como Walter de Gray; Bowet que
ocupó el cargo entre 1497 y 1523 y cuya estatua funeraria sedente con un libro
abierto en las manos embebido el personaje en la lectura hace pensar al doncel
de Sigüenza. Hay que distinguir esta estatua yacente del lector ávido y
aplicado de la del lector displicente y amodorrado como es el caso del
arzobispo Hutton que arrebujado en su capa pluvial parece echarse la siesta.
San Guillermo, patrono de la ciudad, que fue canonizado pese a la recia disputa
que tuvo con san Bernardo de Claraval por cuestiones prelaticias. Murió en olor
de santidad y sus despojos, expuestos a la veneración del pueblo durante una
semana, exhalaban un ungüento odorífero que curaba las enfermedades y hacía
otros milagros. Subió a los altares por aclamación popular en 1153.
Luego habría que citar a san Cuthberto, a san Alberto templario en su día
promovido a la mitra de Jerusalén y fundador de la orden Carmelo , así como san
Juan de Beverley. Otros no tuvieron final tan recomendable ni murieron con la
aureola en la mano. Fueron obispos armados en frontera justicieros o rebeldes,
señores de la guerra, según una expresión que está muy de moda por las fechas
corrientes, durante la guerra de las dos rosas. Un tal Aldred en 1069 fue
descuartizado a instancias de Guillermo el Emperador por oponerse el obispo de
canon irlandés a aceptar el rito romano que trajeron los normandos. A Richard
le Scrope, titular de la mitra yorquina lo mandó asesinar Enrique IV
Plantagenet en 1405 muriendo el prelado al pie del altar lo mismo que santo
Tomás Beckett, aunque su fama martirial no cundiera tanto por el país. Pero tal
silencio evidencia el clima de recelo y de suspicacia que tuvo sumidos a la
cristiandad la lucha por la preponderancia entre trono y altar.
Tomás Wolsey, el legado pontificio que había comunicado al rey de Inglaterra la
bula papal en virtud del cual se proclamaba a la corona como defensora de la
fe, recibió en pago de su solicitud una mazmorra en una oscura prisión
eclesiástica de Leicester y después la visita del verdugo. Murió Wolsey
decapitado en abril de 1530. Había criticado la conducta sexual de Enrique
VIII, harto estragada como es sabido de todos.
Tales intercadencias en el padrón de preconizados arzobispos hace pensar en la
variedad y muchas formas de la iglesia instituida por Jesús. Y a estas alturas
muchos de nosotros seguimos en la inopia. ¿Para que vale un arzobispo? ¿Y ese
señor de la gran barriga adscrito a la conferencia episcopal quién es?
Estaba escrito que el ser humano sea hijo de sus pecados.
el báculo de Eboraum pudo haber sido empuñado en manos indinas de la
misma forma que el cayado romano y el anillo del pescador se ciñeron a dedos
ensangrentados o simoníacos o tiránicos. Sólo tú eres santo, Señor Sólo tú
altísimo.
A la vista de las impresionantes torres cuadradas de la catedral sentí deseos
de arrodillarme y de rezar el yo pecador. No hay por qué escandalizarse. De
todo hay en la viña del amo. Buenos, malos, regulares, medianos y excelentes.
Peccávimus, sí.
Los hombres vienen y mal como las olas pero sólo tú permaneces. Somos
contingentes y aleatorios como el gorrión que vio posarse san Paulino sobre su
alero de su monasterio. De pronto desaparece para no volver más. Volaverunt
. Ya no son. Pero la grey sigue su marcha camino de no sabe bien de
donde. ¿Hacia las
praderas celestes? It is the long march of everyman . Hay rangos y jerarquías individuas pero dentro del
conjunto o ámbito de lo total brota la calidad singular de personas únicas e
irrepetibles amadas de Dios desde toda la eternidad. Y de esa invitación a lo
total, a lo inalcanzable, nace esa maravillosa utopía que alberga el
cristianismo en sus entrañas, encina de Jetsé de la cual brotan muchas ramas,
el árbol que vio Habacuc en sus sueños que junta lo negro en lo blanco, lo
grande con lo pequeño y reúne en una misma dirección a los cuatro puntos
cardinales, coordina las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos.
En la cúspide, el Pantocrátor bendiciendo a su rebaño con los dos dedos
desplegados en gesto de majestad solemne. El poder taumatúrgico.
El arte gótico no es más que un Abraxas, un campo de símbolos que abre las
credencias de un portal con vistas a un paisaje de coros y armonías donde el
dolor y la muerte no tendrán ya vigor ni cabimiento.
Los briosos rosetones y ventaneros - en la nave del transepto- se abre un
inmenso óculo global que abarca el espacio de una cancha de tenis todo él de
cristal de grisalla. Los maestros de la catedral de York muestran una pericia
singular en teñir de colores mortecinos el cristal, de la misma forma que el
azul resalta en Chartres o León es la cumbre de otro tipo de policromía más
abrasadora. Y esta combinación de matices abre perspectivas inefables. Colores
que pueden decirse sólo del alma.
Los británicos con el sentido práctico que dan a su piedad, la celebre
“anglicana pietas”, algo que sigue llamando la atención cuando atraviesas el
cancel de cualquier templo de las Islas, la gente reza con grave recogimiento,
lo hacen todo a su manera y por eso su religión es tan nacionalista. Hicieron
la revolución religiosa de Lutero imprimiéndola un sello autóctono sin
desceñirse de la majestad litúrgica. Quitaron muchos santos de sus altares
ciertamente pero conservaron lo esencial del rito romano que se convierte en el
Common Prayer Book y los cabildos catedralicios fueron rigurosos en la guarda
de sus prebendas y derechos adquiridos. Por eso entre los anglicanos sigue
habiendo canónigos, precentores, sacristanes, deanes, archidiáconos, lectores,
magistrales, limosneros, ecónomos, el capiscol, los pertigueros y archidiáconos
o arcedianos. La iglesia se jerarquiza en estamentos El esplendor litúrgico
trató de ser salvado cambiando el latín por el inglés y sustituyendo la
plegaria pro papa por la de pro Regina, o pro Rege. El tesoro catedralicio
excepto las tecas con los huesos santos no sufrió grandes desperfectos.
Siguieron guardadas en los cajones capas pluviales y las dalmáticas de fimbrias
de oro macizo, los pectorales de plata con gemas de rubíes, los acetres y los
hisopos. Ya se encargaron de esto los tesoreros de ponerlos a buen recaudo
cuando la chusma asaltó los templos. Asimismo, la reluctancia que siempre hubo
en esta sede a aceptar la primacía canturiense inclinó a York de parte de Roma
durante el grave litigio de la contrarreforma y en la zona pervivió incluso
durante lo más crudo de las persecuciones de Isabel de Inglaterra y de Cromwell
un importante núcleo católico renuente a abrazar el anglicanismo y de ese grupo
de católicos nació Guy Fawkes el conspirador de la Pólvora que intentó volar el
Parlamento, una despacible noche de noviembre de 1605 con todos los lores y el
rey Jacobo I dentro. Se acusó a los españoles de la intentona golpista pero
puede ser que Fawkes fuera tan solo un terrorista suelto. De este atentado
surgió en el país una corriente de hispanofobia y se incrementó la persecución
anticatólica. El monarca británico se encontraba muy resentido contra los
jesuitas. Uno de ellos el padre Francisco Suárez, al que se atribuye ser el primer
jurista que lanza al mundo la teoría de los Derechos Humanos, había publicado
la Defensio fidei catholicae contra anglicanae sectae auctores. En el opúsculo
dice este portugués profesor de la universidad de Salamanca que el poder dimana
de Dios pero que reside en el pueblo. En caso de perversión o de corrupción por
parte de la monarquía es lícito el tiranicidio. El libro causó furor en la
sociedad inglesa, los teólogos de Oxford al contraataque denunciaron esta
“procacidad papista” y las relaciones entre la corona británica y la castellana
un tanto mejoradas después del vendaval histórico que supusieron los reinados
de Enrique VIII, de Isabel I y de María Estuardo, volvieron a enturbiarse. El
oficio divino guarda por lo tanto el rancio sabor de antaño. Incluso algunas
costumbres a las que ha renunciado el rito romano tras la puesta al día de las
normas del Vaticano II la sede de York las guarda como el besar la epacta al
final, la bendición con dos dedos, el deseo de paz que se hace con el portapaz.
Incensaciones y responsos casi son idénticos que en Segovia o en Toledo.
York sigue fiel a su primer compromiso y es católica a no poder más. Hay una
tradición de maestros de capilla que se mantuvo incólume prácticamente desde el
siglo ocho. Los primeros cristianos supieron a través de Constantino que la fe
ha de entrar por el oído. Es pálpito del corazón más que raciocinio. Aquella
tarde de otoño del 69 cuando llegué a las puertas de York me pareció tener como
una visión. El paisaje que contemplaba me estaba acercando a todo aquello en lo
cual soñé desde niño y de lo que guardaba una esperanza remota de que de alguna
forma se materializase en mi existencia. Estas corazonadas nunca fallan. La mía
se cumplió de alguna forma aunque mis imperfecciones y fallos determinaron que
no fueran acreedor de todo aquel designio. Algo en mí no estuvo a la altura.
¡Pobre pecador! Tampoco supe retener el amor que allí se me daba y de toda esa
culpa habré de dar cuenta un día a mi Criador.
El cristianismo tiene un sentido formal de la belleza del que carece cualquier
otro credo. Es algo que sobrecoge y arrasa y no entronca con los subjetivo y
pietista sino que revierte a lo general, a lo total y eso se convierte al
trepar por los nervios de las bóvedas de las catedrales góticas como estas que
vieron mis ojos a los veinticinco años una tarde de amor al catolicismo. Estos
templos son el árbol y la mejor presea de su universalidad. Venía a empaparme
del rocío de un sabor viejo. El alma se anonada y sumerge y olvidándose de su
presente flota por las riberas del tiempo como tratando de regresar a sus
orígenes más simples. Entonces dejé columpiar todo mi ser sobre el brocal del
pozo de lo inefable. Sentí pues una importante moción mística, volviendo a
nacer. Me suspendí en los brazos del destino acatando su ligadura y sometiendo
mi voluntad a la suya. Evora Magna resplandecía como el altar de la
purificación.
Entré por la puerta del oeste. me sobrecogió aquella solemnidad de la penumbra.
El olor a cera y a rezos pero allí no había viejas sino toda una ristra de
banderas colgando de las pechinas y laudas sepulcrales. La Desamortización
había clavado su huella y la austeridad y acendrada religiosidad del medievo
entraba en alianza con el aspecto patriótico ese sello nacionalista que dan los
británicos a sus relaciones con la divinidad y que heredaran los americanos
hasta el extremo de haber hecho del pendón colchonero de las estrellas y las
barras señuelo de una nueva religión.
El arzobispo Holgate ordenó meter el hacha al altar de la Señora tradicional en
las catedrales europeas donde el culto de hiperdulía tuvo rango descollante y
sustituyó una talla de la Virgen de orden bizantina por una joven semidesnuda
de buenas partes toda ella de alabastro junto a una urna cineraria que
representaba a la mitológica diosa Higia, patrona de la salud. Cuidemos la
higiene, fuente de todo brío.
Allí estaban las metopas y estandartes de muchos regimientos pues York es plaza
fuerte y campamento desde los romanos. Exvotos ganados contra el enemigo y
muchas “Union Jack” en sustitución del petaso, o gorro de camino color grana y
anchas alas de los obispos y arzobispos que cuelgan del techo en otras
catedrales como Toledo. Una placa conmemorativa rememoraba la gesta de un hijo
de la ciudad el capitán Oldfield muerto en combate en la ciudad de Kandahar
cuando todo su destacamento fue copado por los afganos. Esta tumba me parece a
mí que está hoy muy de actualidad cuando la que está cayendo sobre aquel fiero
país de afganos donde los federales buscan la cabeza de Ben Laden y lo quieren
vivo o muerto. Acaso los soldados británicos que han vuelto allí a pelear este
2002 estén tratando de vengar la muerte de su camarada.Un paseo por la pérgola
nos llevará a conclusiones interesantes. Siempre desde que era niño he sentido
inclinación por descifrar los epígrafes de las laudas sepulcrales en los nichos
catedralicios o en otros enterramientos eclesiásticos porque allí se percibe la
vanidad de las cosas del mundo. Por dentro la carne se momifica y los huesos se
vuelven polvo y por fuera queda el arte estampado en las hieráticas figuras de
mármol o jaspe. Algunos están tumbados. Otros hacen que rezan. Otros parecen
que se han echado un ratito a dar una cabezada mientras suena la trompeta del
juicio final que congregue a los mortales al Valle tras el Torrente Cedrón en
las afueras de Jerusalén en las estribaciones del monte Olivete donde Cristo
subió a los cielos.
Un arzobispo carilleno y aspecto sonriente parece que duerme la siesta. En sus
rasgos aprecié atisbos de mí cuando fuese viejo. El escultor debía de conocer
sus costumbres y nos advierte que debió de ser lector contumaz; un libro medio
abierto yace sobre la casulla debajo de la cual abulta la barriga. Le gustaba
vivir bien, los buenos libros, la buena cerveza, bufar su pipa con labores que
trajeran de América los galeones piratas de sir Walter Raleigh. Al lado los
símbolos de su dignidad episcopal: la mitra, el palio y los guantes con una
cruz guarida de diamantes. Doy en pensar que estas riquezas han de llamar a los
ladrones y no voy descaminado en mis conjeturas puesto que hasta poco antes de
la guerra cerradas las puertas de la basílica había una ronda de cinco serenos
que recorrían las dependencias del templo con perros amaestrados para disuadir
a los amigos de lo ajeno. Lo que no fue óbice para que por alguna puerta
excusada o por sus vidrieras se colaran estas visitas desagradables. Una noche
de 1829 un tal Martín saltó y pegó fuego a la sacristía al tiempo que llamaba
cerdos a los canónigos, les acusaba de cobrar las rentas y de comer tocino. Por
culpa de este loco gran parte de aquella impresionante obra muerta se perdió.
Ardieron las techumbres artesonadas de madera y se fundieron las vidrieras de
tan primorosa hechura.
York es lugar con buena castrametación y todo habla de que es plaza fuerte
apercibida al combate pero el castillo inexpugnable puede ser asaltado desde
dentro. Pululan los caballos de Troya y los demonios interiores contra los
cuales nada puede hacer el alcaide de modo que desde aquel “arsonista” dicen
los ingleses: “The city of York, lollipops and lunatics” y también de maestros
diría porque allí se forman buena parte de los profesores que imparten clases
en esta preponderante nación.
Los ingleses pueden resultar acérrimamente insulares, muy pagados de sí mismos
y rematan algunas veces en sanguinarios por la defensa de sus usos y
costumbres. A lo que nosotros conocemos como contrarreforma tildan ellos de
Disolución de Monasterios. El cierre de todos los conventos fue implementado
por Enrique VIII. En algunos casos puede que el monarca llevase razón habida
cuenta de la laxa disciplina y la moral disoluta de estos centros que se habían
relajado lo suyo pero la circunstancia que determina esta sanción es la codicia
de las tierras e inmuebles de las ordenes de clausura. El oro de los templos.
La seda y la plata labrada de los ornamentos religiosos. Lutero había llevado a
cabo el primer intento de reforma agraria en Europa. Cuando vio que la furia de
los campesinos envalentonados por la rapiña y sed de riquezas quería ir
demasiado lejos ya era tarde.
Y un poco de eso les pasó a los británicos. Amaban su iglesia como símbolo de
poder y de regalía, sus símbolos y el esplendor y la pompa de la liturgia
romana pero al introducir la lengua vernácula en sustitución del latín se
dieron cuenta que el esquilmo y el saqueo de los bienes eclesiásticos del que
sólo los nobles y los judíos salieron gananciosos había minado la autoridad
regia aparte de haber empobrecido el esplendor de la casa de Dios. Por eso hubo
un intento de frenada. Que los prebostes siguen luciendo sus ternos de gala y
capas pluviales durante las fiestas de pascua. Que no se suprima el canon de la
misa. Gracias a esta actitud los cabildos de las catedrales no desaparecieron.
En ese sentido la silla de York sacó partido de su oposición a Cantorbery para
guardar el acerbo recibido durante casi mil años de romanización y en la ciudad
todavía fermento esa espiritualidad católica genuina e inconfundible. Pero la
historia está trufada de desencuentros y de malentendidos y los que la escriben
ponen a veces pizca de aviesa intención. Por ejemplo, Enrique VIII fue un rey
con muchos defectos pero también con bastantes virtudes. Es el tirano que envía
a sus repudiadas y validos sospechosos, no importa fueran eclesiásticos de
rango o nombrados escritores como Tomás Moro, al cadalso pero el poeta capaz de
componer madrigales tan bellísimos como la “Feria de Scabouriugh” y fue tan
devoto en sus años mozos que mereció que el papa Alejandro VI le confiriera el
título de “defensor de la Fe”, un privilegio que les fue negado a otros reyes
católicos mucho más eximios como pudiera ser el emperador o el rey de Francia.
Tales preseas no fueron óbice para evitar que fuese enviado a la Torre Robert
Wolsey, el que fuera cardenal, legado apostólico y arzobispo de York. A la par
los pirómanos del monarca pegaron fuego al anillo de oro de más de setenta
monasterios que apretaban sus murallas en círculo de defensa tanto estratégica
como espiritual. Quedaron arruinadas las abadías cistercienses de Santa María
del Vado a orillas del Ouse y su hermana gemela de Rievaux, que tiene un
apellido riente pues san Bernardo emplaza sus conventos en lugares muy buscados
donde la naturaleza luciese sus mejores y escondidas galas y fuese en general
un canto a la vida y a la fecundidad.
Esta fue fundada por el propio Claraval en 1131 y al poco surge la Abadía de
Byland. Más al norte fueron pasto de las llamas el priorato de san Agustín
(Austin) y el famoso convento de Whitby que se alzaba en la cúspide de un
eminente acantilado desafiando a las galernas del Mar del Norte. Éste era uno
de los primeros cenobios fundados según la regla de santo Colombo o rito
irlandés. Contaba con una comunidad mixta de cerca de más de mil pupilos. En
sus claustros profesaron Alcuino de York y Beda el Venerable los dos exegetas
más importantes de la espiritual con que cuenta la iglesia del alto medievo.
Había padecido el saqueo de los vikingos en el siglo X y estaba en manos de los
frailes negros o benedictinos al sobrevenir la exclaustración del primado
Cramer. Pese al cambio que supuso el cisma de Inglaterra éste no ha de
interpretarse como una quiebra de la trayectoria sino un acicate a la búsqueda
de nuevas rutas y otros encuentros en la obra de la evangelización por encima
de las diferencias culturales y de la fuerte idiosincrasia isleña, remisa a
acatar el yugo extranjero. Los escándalos y malos ejemplos que dieron los papas
denunciados por Lutero fueron un pretexto que no una razón justa a la
revolución.
La furia de Lutero clavando sus noventa tesis sobre las puertas nieladas de la
catedral de Wittemberg revelan el acto de un loco pero sus pretensiones eran
del todo cuerdas porque decía verdades de a puño. Sin embargo, los anglicanos
siguieron al agustino alemán sólo a medias. Hay un esfuerzo por salvar los
muebles y guardar lo que tenía de bello y carismático la liturgia pontifical y
ese esfuerzo se aprecia en los vitrales y en los muros perpendiculares que
parecen que caen a plomo desde lo alto o se alzan a los cielos en una apoteosis
de armonía de la minster eborense.
Hecho un burujo en la carretera de Beverley
Al regresar del trabajo, se acurrucaba en el sillón orejero, hecho un burujo al
amor de la escasa lumbre, una estufa eléctrica de barra única que escaldaba las
piernas mientras el resto del cuerpo se arrecía. El artilugio funcionaba
mediante contador con una ranura en la que había que echar una moneda. Una hora
de calefacción valía una hora. Vida moderna. Escasas eran las viviendas con
calefacción central. Ello forma parte de la obsesión inglesa por el aire fresco
y la ventilación. Creen hallarse en los trópicos y viven por encima del
paralelo cuarenta. Sin la acción beneficiosa de la corriente del golfo la
Pérfida Albión sería Alaska o Siberia pero ellos duro que te pego con el fresh
air qué manías. Britania rule the waves dios saleve a la reina En los curso de
aquellos inviernos crudérrimos como fuel el del 67 cuando Remigio Bermejo
conoció el amor por primera vez, las viejecitas victorianas morían de hipotermia
con una sonrisa a flor de labios con una taza de té en las manos entonando god
safe the queen a la que se mecían en una hamaca adornado en su respaldo con los
colores del estandarte del pabellón de proa que lucían todas las naves de la
escuadra (la union jack la llevan las inglesas hasta en las bragas) y dando
gracias al altísimo por haber nacido súbditas de su majestad. Et ita sic
obdurmierunt in domino a edad provecta porque aquellos viudas como decía Roger
they carry on fore ever, y la palmaban nonagenarias. Esta conformidad y este
heroísmo patriotico forma parte de una santidad laica que observé en mis años
ingleses y que dejaron perplejo a Remigio Bermejo nada más desembarcar en Dover
es cuestión de admirar y a tener en cuenta por los españoles tan negados para
defender a su patria.
Nos calentábamos con máquinas tragaperras. No había entrado Inglaterra en el
Mercado común. La vida se gobernaba por el sistema métrico decimal. Los isleños
seguían haciendo las cosas a su manera: conducir por la izquierda pesar en
onzas medir en pulgadas y batir moneda con efigie de su graciosa majestad en
troqueles muy raros. Una libra por aquello de en Sevilla y en Linares veinte
mulas son diez pares constaba de doce, seis peniques eran media corona, un
chelín doce. Al chelín la moneda más querida por el pueblo toda de plata lo
llamaban Bob seis peniques sixpence o tanner en níquel y al de tres zrapens de
cobre como los peniques que eran una monedas enormes. Cuanto más pequeño el
vellón más valor.
Se hacía él un lío con las complicaciones de la valuta fraccionaria venerada
por todos en un altar verde, in god we trust y una vez que se empleó de
camarero en un pub lo echaron por dar vueltos equivocados al cliente. Él era un
hombre diez y el doce no le entraba en la mollera, además nunca se le dieron
bien las cuentas. Mira por el penique que las libras se cuidan solas decían los
tenderos. Inglaterra se vanagloriaba de ser una nación de tenderos que
acariciando el penique y con muchas horas detrás del mostrador alzaba grandes fortunas.
Para los estudiantes que vivían en cuartos con derecho a cocina una hucha
repleta se chelines se convertía en el tesoro de Ali Babá porque alimentaba la
caldera del amor y caldeaba los miembros ateridos. Más de una vez a Remigio
Bermejo le ocurrió que se apagaba el gas o se iba la luz por falta de paga en
las situaciones más comprometidas estando en pleno ajetreo con una visita
femenina. Ni tan cerca que te chamuscas ni tan lejos que te congelas. Amar en
tiempos de guerra, lidiar con la frigidez de algunas o el ardor excesivos de
toriondas mesalinas cuando encontrarás el término medio chaval y lo peor
aquellos contadores de gasómetro que se apagaban en lo más interesante de la
película. Había que levantarse en plena faena a hurgar los bolsillos del pantalón
y acabar pidiendo prestado a su adorada un triste Bob pero las muchachas del
Endsleigh eran vírgenes prudentes y blancas y también estaban sin blanca.
Así se acababa la fiesta. Enfriados los dos, no era recomendable pasar a
mayores. Los romeos de ocasión hacían el ridículo y las dulcineas de una noche
se volvían a sus casas desconsoladas. Look after the pennies cause pounds look after
themselves. Siempre serás un pobretón. Exhausto
el portamonedas porque la beca nunca llegaba en aquel país sin amigos ni
alcanzaba para tirar hasta fin de mes, sin chelines, sin tanners sin
guineas y medias coronas no se iba a ninguna parte. No llegarás nunca a nada en
la vida. Eres una calamidad. Pero el ayuno le vino bien para perder algunos
kilos aunque le sumía en las profundidades de una sima llena de oscuridades y
melancolía. Cuando se iba la luz que funcionaba por aquel sistema ideado por
los malditos caseros, unos usureros, tampoco podía leer a Somerset Maughan su
novelista favorito cuyos libros devoró aquel invierno. Su “Condición humana” le
hizo ver la existencia de una forma pesimista. Mildred egoista y casquivana,
mordaz y despectiva, se traía un aire con Rosalía y Philip el estudiante de
obstetricia del pie equino que renqueaba por todo Londres detrás de un sueño
ideal encarnado en una mujer cruel era un espejo en el que se miraba el pobre
estudiante de periodismo español. Los cancerberos del amor cerraban las
puertas. Por muchas voces que deis por muchos golpes de aldaba que pegues nadie
abrirá. Cilla Black se ha ido al lugar de irás y no volverás. Fue un mito de
los años 60, Liverpool la caverna, tatá luv. Ya empezaban a desfilar. Días
antes murió su amigo Juan Roldán un malagueño elegante que recordaba a Kennedy.
Remigio Bermejo era un cojo psicológico, habiotante de las cavernas sicodélicas
que había asimilado bien el principio haz el amor nunca la guerra, condenado a
un desequilibrio letal de por vida. ¿Por qué se le meterían aquellas cosas en
la cabeza? No, Rosalía, la que vivía en los Jardines de Evelyn, y en el olimpo
de sus pensamientos, no podría ser una cualquiera. Deja de pensar tanto en esa
tía, te hace daño. Es un mal. Pero él seguía acariciando su sueños de volver a
verlo. Le había dado una cita para después de las vacaciones de navidad.
El hambre lo combatía ingiriendo rebanadas de pan mojadas en té. Se hizo adicto
a esta infusión. Lo del té de las Cinco no era ninguna tontería. Mitiga la sed
disminuye las ganas de comer y fomenta la sociabilidad y la charla
intrascendente a la cual eran tan aficionados los ingleses. Hablar del tiempo o
entregarse a la cháchara del gossip mucho mejor que de religión o de política.
Otra manera de engañar el estómago: los cigarrillos. Cada tres días bajaba al
tabaquero pues en Inglaterra no había estanco sino “el tobacconist” y comparaba
un paqueta de diez. Los cigarrillos eran mínimos y tenían que durarle hasta el
fin de semana. El humo le ayudaba a soportar la soledad la humedad la hediondez
y las bajas temperaturas. Haber estudiado dos carreras para acabar acostarse la
mayor parte de los días sin cenar y encima tener que aguantar a unos alumnos
que le echaban en cara haberse venido allí porque en su país no hay trabajo
Spain is a poor country ruled by the Inquisition, ruled by a dictator la Armada
Invencible la dictadura de Franco y otros muchos prejuicios y tópicos que
alentaban en la Pérfida Albión desde el tiempo inmemorial. Que3 se vayan a
tomar por el culo. Yo a lo mío.
Oil.. aceite que asco… las invectivas provenientes de unos chicos que sólo
comían caliente algún que otro domingo pero sus padres cuando veraneaban en la
Costa regresaban colorados como cangrejos después de haberse puesto ciegos de
sangría y de vino… los españoles son vagos no pelan un palo al agua… siesta.
Imposible convencerlos de que les habían lavado las meninges con el agua de
fregar leyendas negras. No sir in Spain no freedom. Guardia Civil. Ya se sabe
pero sus alumnos contaban los dias que faltaban para embarcarse en algún vuelo
charter packed holidays destino Levante.
La venganza de los indios sería estigma de esclavitud para Bermejo que no era
capaz de escribir sin echar humo. Pasados los años y examinados los papeles de
su acervo literario tanto escribir para qué mensajes en la botella grafomanía
inane no hay lectores nadie quiere saber nada se daba conciencia de haber sido
atropellado por las ingratas musas el canto de sirena que le condujo a las
sirtes de su naufragio vital. Juntar palabras era un furor que le impelía a
sentarse cada mañana ante el chibalete de su maquina de escribir experimentando
la tortura de la página en blanco. De alguna manera tenía que arrancar, mitigar
aquel impulso, para sofrenar aquel vértigo y los remedios eran las hojas de
tabaco. Ser escritor puede convertirse en una condena de los dioses que le
obligaban a limpiar las cuadras de Alfeo y vaciar las aguas negras de la laguna
Estigia. La literatura vanidad de vanidades es una adición como la morfina.
Cada articulo cada ensayo cada novela era un sahumerio que, apagado, estaba
destinado al rincón del olvido de tantas carpetas. De modo que tuvo por cierto
que el tabaco se convertía en el buen cirineo que le ayudaba a portar la cruz
de sus fracasos mecanografiados en un papel. La tortura se prolongó durante más
de medio siglo. La pipa en la que se refugió después de abandonar el vicio de
los puros y del cigarrillo fue leal compañera de su soledad. Era un novio de la
muerte transfigurada en poesía. Legiuonario de la pluma combatiendo por las
causas perdidas al modo de don Quijote. Empezaba a escribir una novela y abandonaba
el trabajo al tercer o cuarto capítulo. Faltaba quórum a nadie pudieran
interesarle sus paridas. Además, se repetía más que el ajo, y sus escritos
estaban plagados no sólo de errores sintácticos y ortográficos sino de
tautologías y de cornudos silogismos.
El fantasma aquel mr Inner Drive ya está el conde Kelly cabalgando un caballo
blanco, cota de malla con su casco su rodela y la adarga parece el logotipo del
Daily Express caballero prevenido en frontera, que ya le visitaba cuando se
compró su primera maquina de escribir en su casa a pupilo de Pearson
Park le aconsejaba a olvidarse de tonterías. Primum vivere deinde
philosophare. El fantasma era un tipo muy listo que sabía latín en cuyo idioma
le amonestaba. Se estaba quedando en los huesos por no comer más que galletas
mojadas en te un poco de pan y a veces alubias en lata que sabían a rayos. Sin
embargo nunca se había sentido tan feliz como en aquel gélido invierno del 67.
Los gnomos del jardín de la patrona amanecían con carámbanos en los bigotes y
la nieve empolvaba sus cejas y ponía de color blanco la punta de sus gorros
frigios. Uno de aquellos enanitos le daba voces: “Eh tú estudiante que haces
ahí leyendo a Kafka, sal a bailar, vete a las tabernas, ligate a una de esas
mozas minifalderas que salen a la pista”, malas recomendaciones. No había
aprendido la danza del twist. Almas frías corazón caliente ya te digo. Remigio
Bermejo en aquel invierno infernal se enamoró perdidamente y para toda la vida.
Su corazón era como una caldera en la que hervía el fuego de su pasión por
Rosalín Hagerty. Pero ella se había marchado de vacaciones de midterm a
Londres. Quien sabe si volvería.
Hecho un burujo en la carretera de Beverley
Al regresar del trabajo, se acurrucaba en el sillón orejero, hecho un burujo al
amor de la escasa lumbre, una estufa eléctrica de barra única que escaldaba las
piernas mientras el resto del cuerpo se arrecía. El artilugio funcionaba
mediante contador con una ranura en la que había que echar una moneda. Una hora
de calefacción valía una hora. Escasas eran las viviendas con calefacción
central. Nos calentábamos con máquinas tragaperras. No había entrado Inglaterra
en el sistema métrico decimal. Los isleños seguían haciendo las cosas a su
manera: conducir por la izquierda pesar en onzas medir en pulgadas y batir
moneda con efigie de la reina. Una libra constaba de doce chelines seis
peniques eran una corona un chelín doce peniques que se fraccionaban en seis
peniques y tres peniques. Al chelín la moneda más querida por el pueblo toda de
plata lo llamaban Bob seis peniques sixpnce o tanner en níquel y al de tres
zrapens de cobre como los peniques que eran una monedas enormes. Mira por el
penique que las libras se cuidan solas decían los tenderos. Inglaterra se
vanagloriaba de ser una nación de tenderos que acariciando el penique y con
muchas horas detrás del mostrador alzaban grandes fortunas. Para los
estudiantes que vivían en cuartos con derecho a cocina una hucha repleta se
chelines se convertía en el tesoro de Ali Babá porque alimentaba la caldera del
amor y caldeaba los miembros ateridos. Más de una vez a Remigio Bermejo le
ocurrió que se apagaba el gas o se iba la luz por falta de paga en las
situaciones más embarazosas estando en pleno ajetreo con una visita femenina.
Había que levantarse a hurgar los bolsillos del pantalón y acabar pidiendo
prestado a su adorada un triste Bob pero las muchachas del Endsleigh estaban
sin blanca y se acababa la fiesta. Enfriados los dos, no era recomendable pasar
a mayores. Los romeos de ocasión hacían el ridículo y las dulcineas de una
noche se volvían a sus casas desconsoladas. Look after the pennies cause pounds look
after themselves. Siempre serás un pobretón. Exhausto
el portamonedas porque la beca nunca le daba para llegar a fin de mes, sin chelines,
sin tanners sin guineas y medias coronas no se iba a ninguna parte. No llegarás
nunca a nada en la vida. Pero el ayuno le vino bien para perder algunos kilos
aunque le sumía en las profundidades de una sima llena de oscuridades y
melancolía. Cuando se iba la luz que funcionaba por aquel sistema ideado por
los malditos caseros unos usureros tampoco podía leer a Somerset Maughan su
novelista favorito cuyos libros devoró aquel invierno. Su “Condición humana” le
hizo ver la existencia de una forma pesimista. Mildred egoista y casquivana,
mordaz y despectiva, se traía un aire con Rosalía y Philip Aquel estudiante de
obstetricia del pie equino que renqueaba por todo Londres detrás de un sueño
ideal encarnado en una mujer cruel era un espejo en el que se miraba el pobre
estudiante de periodismo español. Remigio Bermejo era un cojo psicológico
condenado a un desequilibrio letal de por vida. ¿Por qué se le meterían
aquellas cosas en la cabeza? No, Rosalía, la que vivía en lños Jardines de
Evelyn, y en el olimpo de sus pensamientos, no podría ser una cualquiera.
El hambre lo combatía ingiriendo rebanadas de pan mojadas en té. Se hizo adicto
a esta infusión. Lo del té de las Cinco no era ninguna tontería. Mitiga la sed
disminuye las ganas de comer y fomenta la sociabilidad y la charla
intrascendente a la cual eran tan aficionados los ingleses. Hablar del tiempo o
entregarse a la cháchara del gossip mucho mejor que de religión o de política.
Otra manera de engañar el estómago los cigarrillos. Cada tres días bajaba al
tabaquero pues en Inglaterra no había estanques sino “el tobacconist” y
comparaba un paqueta de diez. Los cigarrillos eran mínimos y tenían que durarle
hasta el fin de semanado. El humo le ayudaba a soportar la soledad la humedad
la hediondez y las bajas temperaturas. Haber estudiado dos carreras para acabar
acostarse la mayor parte de los días sin cenar y encima tener que aguantar a
unos alumnos que le echaban en cara haberse venido allí porque en su pais no
hay trabajo Spain is a poor country ruled by the Inquisition la Armada
Invencible la dictadura de Franco y otros muchos preejuicios y tópicos que
alentaban en la Pérfida albión desde el tiempo inmemorial. Oil.. aceite que
asco las invectivas provenientes de unos chicos que sólo comían caliente algun que
otro domingo pero sus padres cuando veraneban en la Costa regresaban colorados
como cangrejos después de haberse puesto ciegos de sangría y de vino los
españoles son vagos no pelan un poalo al agua… siesta. Imposible convencerlos
de que les habían lavado las meninges con el agua de fregar leyendas negras. No
sir in spain no freedom. Guardia Civil. Ya se sabe pero sus alumnos contaban
los dias que faltaban para embarcarse en algún vuelo charter packed holidays
destino Levante. La venganza de los indios sería estigma de esclavitud para
Bermejo que no era capaz de escribir sin echar humo. Pasados los años y
examinados los papeles de su acervo literario tanto escribir para qué mensajes
en la botella grafomanía inane no hay lectores nadie quiere saber nada se daba
conciencia de haber sido atropellado por las ingratas musas el canto de sirena
que le condujo a las sirtes de su naufragio vital. Juntar palabras era un furor
que le impelía a sentarse cada mañana ante el chibalete de su maquina de
escribir experimentando la tortura de la página en blanco. De alguna manera
tenía que arrancar para sofrenar aquel vértigo y los rfemedios eran las hoijas
de tabaco. Ser escritor puede convertirse en una condena de los dioses que le
obligaban a limpiar las cuadras de Alfeo y vacias las aguas negras de la laguna
Estigia. La literatura vanidad de vanidades es una adición como la morfina.
Cada articulo cada ensayo cada novela era un sahumerio que, apagado, estaba
destinado al rincón del olvido de tantas carpetas. De modo que tuvo por cierto
que el tabaco se convertía en el buen cirineo que le ayudaba a portar la cruz
de sus fracasos mecanografiados en un papel. La tortura se prolongó durante más
de medio siglo. La pipa en la que se refugió después de abandonar el vicio de
los puros y del cigarroillo fue leal compañera de su soledad. Empezaba a
escribir una novela y abandonaba el trabajo al tercer o cuarto capítulo.
Faltaba quórum a nadie pudieran interesarle sus poaridas además se repetía y
sus escritos estaban plagados no sólo de errores sintacticos y ortográficos
sino de tautologías y de cornudos silogismos. El fantasma aquel mr Inner Drive
que ya le visitaba cuando se compró su `primera maquina de escribir en su casa
a pupilo de Pearson Drive le aconsejaba a olvidarse de tonterías. Primum vivere
deinde philosop`hare. El fantasma era un tipo muy listo que sabía latín en cuyo
idioma le amonestaba. Se estaba quedando en los huesos por no comer más que
galletas mojadas en te un poco de pan y a veces judias en lata que sabían
dulzonas. Sin embargo nunca se había sentido tan feliz como en aquel gélido
invierno del 67. los gnomos del jardoin de la patrona amanecían con carámbanos
en los bigotes y la nieve empolvaba sus cejas y ponía de color blanco la punta
de sus gorros frigios. Uno de aquellos enanitos le daba voces: “Eh tú
estudiante que haces ahí leyendo a Kafka, sal a bailar, vete a las tabernas,
ligate a una de esas inglesas en minifaldas que salen a la pista”, malas
recomendaciones. No había aprendido la danza del twist. Almas frías corazon
caliente. Remigio Bermejo en aquel invierno infernal se enamoró perdidamente y
para toda la vida. Su corazón era como una caldera en lka que hervía el fuego
de su pasión por Rosalín Hagerty. Pero ella se había marchado de vacaciones de
midterm a Londres. Pronto volvería.
Tuve años adelante, en mi segunda venida a Londres, un casero judío que se
llamaba Frederick Weil que venía de Alemania y era un superviviente de
Auschwitz. Era un judío ortodoxo que me hacía lavarme no sé cuantas veces cada
vez que le iba a pagar la renta y se enfurecía cuando subía a mi novia a la
habitación. Pues era muy ortodoxo y muy buena persona. Miraba al mundo con esa
típica castidad judía obsesionada por la limpieza del cuerpo y por la del alma.
Sin embargo, en punto a dineros no se casaba con nadie. Todavía estoy
recordando la sobrecarga de ternura y afectación con que pronunciaba la palabra
“property”.En aquella pensión regentada por el exilado me familiaricé con
Kafka al que empecé a leer para aprender un poco de alemán. Me acabó
enganchando. En su Metamorfosis veo yo retratado una semblanza del mundo
actual. Esta sociedad que nos aliena y nos domina. Al final todos acabaremos
convirtiéndonos en cucarachas. La vida viene del huevo. La muerte no sé. Sin
embargo, la obra del judío de Praga, lo mismo que me contaba Mr Weil, sobre su
experiencia en los campos de exterminio (“los peores enemigos no eran los
guardianes alemanes sino los de tu propia raza que te delataban y trabajaban
para el espionaje nazi”) fue toda una propedéutica. Eso está pasando ahora
mismo. San Franz fue un escritor químicamente puro que escribía sólo para el
cajón. Sus manuscritos se salvaron de la hoguera gracias a su albacea Max Brod.
No todos los escritores tendrán esa suerte. Para mí Kafka es una especie
de santo laico o de profeta, heraldo del tiempo que se acerca. Su
“Metamorfosis” lo mismo que “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxley es
una utopía en que se narran las aspiraciones y fracasos del hombre gregario del
mañana. Sus libros son una semblanza del “homo domesticus”, sometido a su
mujer, bajo la bota del jefe en el trabajo, subyugado y contrito al que de vez
en cuando le duelen los colmillos o que siente cierto malestar en la barriga.
No será nada. Ya se me pasará. Me he visto muchas veces a mi mismo reflejado en
la persona de Gregorio Samsa. Igual que a él me gusta la carpintería y el
bricolaje, hacer crucigramas, dar cuerda al reloj de pared los fines de semana.
Me pesa la incertidumbre. Me aburre la política con sus afanes inanes. Por
la metamorfosis o el embrutecimiento del presente me puedo convertir en gusano
– vermis sum et non homo- del mañana. Franz Kafka da vuelta a los textos de
Isaías. Sus libros constituyen una especie de evangelio al revés. El jefe
siempre es el jefe. Tiene siempre razón. Me levanto todas las mañanas para ir a
la oficina y al mediodía acabo derrengado en el sillón. Soy pasto de
habladurías y víctima de confidencias de vecinos y compañeros. Veo que al mundo
lo rige una mano invisible y sacrílega. Vivimos en ascuas, vamos por la vida
pisando lumbre pero a nosotros lo que nos importa es nuestra propia
tranquilidad. Nos hemos vuelto egoístas. Los periódicos nos dan las mismas
noticias. Es el mismo rollo de siempre monocorde, monotemático, no hay salida,
ahora ya no te me escapas. Estamos sometidos a un perpetuo lavado de cerebro en
que se entreveran el alucine y el acojone Para matar el gusanillo vamos camino
de la nevera. Pero no tenemos hambre, sólo angustia y tal vez hastío. Por mucho
que nos afanemos nunca saldremos del círculo vicioso. Eso es el gueto. Estamos
acorralados y un poco perdidos. Esta metamorfosis que nada tiene que ver con el
hilomorfismo platónico que dignificó y dio trascendencia a la vida humana (el
judío de Praga nos baja un poco los humos de la filosofía griega), su obra es
como el descenso de un pedestal que anticipa los desmanes de la II GM; es una
parábola actualidad, un thriller de la modernidad, una novela sin solución, una
“morality” del anodino anonimato del hombre del siglo XXI. Hoy te echas a
dormir persona y mañana de te levantas cucaracha.
—Eso le pasaba a Kafka por ser un pobre diablo.
—Un mal bicho que tuvo la suerte de encontrarse con un sponsor, el rico
judío, Max Brod que le publicó todos sus textos, no todos os encontrareis ese
mecenas, máxima si escribís contra el gobierno. Os echarán los perros de la
inquisición. En el fondo Kafka entre su hemotisis y las visitas al balneario y
sus delicuescencias masturbatorias mentales tenía alma de inquisidor.
— No todos podemos vivir en la plaza. Pero el símil me gusta. San Franz Kafka
encarna la idea de san Jorge que vence al dragón. Ganó las batallas después de
muerto. Es la imagen del vencedor vencido, del fracasado que triunfó. De todas
las formas toda la obra de este escritor checo que escribía una alemán pasable
la cambiaría por una noche con Nicole. El arte no es más que un pálido
reflejo de la vida. Primum vivere, deinde philosophare.
—Pues sí. Por eso se acuerda usted con tanto fervor del tiempo de vino y
rosas.
— Ars longa, vita brevis.
—Cierto, el arte y el recuerdo son nuestro consuelo. Pero a Hull la
ciudad desvencijada volvería mañana mismo. Allí dejé algo de mi sangre y en
Wilberfoss fue donde nació mi hija, nuestra hija y allí construimos nuestro
nido de amor.
—No me venga con romanticismos. No se ponga sentimental. Aparte tales chorradas
y abandone su campana de cristal. Sí, volvamos a la cruel realidad. Al anodino
san Franz. No importa que sea un autor sobrevalorado. El fin es el medio, no el
mensaje. Aquí lo que vale es la imagen. Aparentar. Vivimos y nos fiamos de las
apariencias.
Esas a veces engañan. Cierto pero que nos quiten lo bailado.
Capítulo I
DESCENSO A LA HURA
Cuando regresó a la hura Remigio Bermejo sabía cual era su destino: vida de
topo y un tragaluz pero, feliz y contento, estaba orgulloso de su vida porque
profesionalmente, gracias a un milagro, tuvo la suerte de haber alcanzado la
meta en su vida fabulosa de literatura, vino, periodismo, buscaba las sendas
borradas a través de su globo de papel, rimeros de textos mecanografiados,
manuscritos y, cuando Guillermito Puertas ese genio mesiánico como buen judío,
al ordenador porque un ordenador personal viene a ser el paraíso de los que
sueñan y galeotes de la escritura redactan uncidos al banco del cía y cía de la
galera bajo la mirada del comiere y el rebenque del esparavel. Delantero de
diligencia o curulero de proa él bogó sin parar por los océanos inmensos de la
literatura. Se sentía un elegido de los dioses a redropelo de émulos y
calumniador. La libertad fue su aguja de marear incautos y envidiosos… que se
jodan. Remigio Bermejo periodista sin redención hizo lo que le vino en gana,
escribía sin cortapisas. A la hura de Roland Gardens subsidio un rascacielos de
Manhattan y al cabo de muchos dimes y diretes porque, ya setentón, no se le
había acabado la mecha, el bunker de Brunete. Ráfagas de ametralladora
iluminaban la llanura de campas de Villafranca con encinares, espartales y
tierras de labor a la sombra de un castillo del siglo XIV donde dicen que nació
el pirata Barbarroja. Durante la guerra del 36 aquella fortaleza en lo alto de
un mogote cambió de manos varias veces pero allí resistieron los tiradores del
Rif la embestida del ejército de maniobra. La historia se repite. Todo como en
la reconquista. El castillo del Aulencia fue el campo de Agramante de moros y
cristianos. Ahora sus piedras que miraban desoladas hacia la dehesa boyal y las
caballerizas donde cazaba el rey Enrique IV llorando la ausencia de tiempos
mejores. Remigio Bermejo se sentía heredero de aquellos esforzados caballeros
contendientes prevenidos en frontera los aportillados de Sacramenia que
empujaron a los musulmanes de tierra Madrid. Él tuvo más suerte que todos
aquellos que cayeron en el perpetuo batallar. Seguía siendo un tipo peligroso
cerca de un teclado de máquina de escribir. La historia es una batalla perpetua
una eterna conspiración. Después de tiempos vienen tiempos cantaba el romancero
y él era un juglar que lanzaba al aire sus proclamas y pliegos de cordel porque
bebía en el hontanar de la buena información y por sus manos pasaron datos que
otros desdeñaban o no sabían. La información es poder. Cuando se convierte en
propaganda no cabe otro remedio al que tenga buen pulso que desenvainar la
espada.
Se había estado dando un paseo por la historia de Inglaterra. Tuvo ciertas
aprehensiones de machacar en hierro frío, quiero y no puedo. Escuchaba voces
interiores que aludían a la vanidad elusiva de sus compulsivos afanes.
Nora nunca escribiría. No la volvería a ver. La buscaría por todo
Londres. Recorrió sus barrios alargadas de planta baja que se alineaban a lo
largo de avenidas sin confín, como Chicago o Buenos Aires. Bebió en su
literatura. Leyó a insignes novelistas plomizos como Chesterton, las Brontë,
George Elliot, la Austen quien en su Abadía de Northanger predirijo el destino
de nuestro personaje: Bermejo iría a parar a las parameras del condado más al
norte. Descubrió los tesoros que acumula en su obra blasfema pero genial George
Barrow y tuvo por padre e inspirador de su literatura a Eric Blair. Iría por la
vida buscando posada embutido en su gabardina blanca y el bombín oscuro
londinense. El hijosdalgo castellano quiero ser un gentleman aunque le faltaba
un poco de flema y se sobraba espíritu de rebelión por todas partes porque era
un tipo difícil y nada acomodaticios.
La buscaría por todo el mundo. Toda una vida. Estaba amando a una mujer que no
existía que vivió en su imaginación donde representaba El Dorado del Amor que
nadie alcanzaba. Inglaterra era etérea e inasible. Su reloj, por otra parte,
debido a sus románticos prejuicios, se había parado en el tiempo de los Tudor.
La vida seguía. Aspiraba a la utopía, tan engañosa y escurridiza que se le
escapaba de las manos cuando estaba a punto de atraparla. Plagado de
contradicciones, albergaba dentro de sí un Kant en su afán de lo bello, lo
sublime y lo útil, un Mefistófeles, un místico castellano y un Falstaff comilón
que jamás se saciaba porque el hambre física tampoco era real sino que
representaba el cordial sustitutivo de la inmensidad de Dios, ese dios que
dicen que comemos en la eucaristía, pan de los ángeles y de los sacrificios,
pan de la proposición y de todo lo supositicio. ¿Dios o los dioses? ¿No habría
que escribir en minúsculas la palabra “dios? Al final del camino se había
vuelto más moderado y tolerante al descubrir que el arca santa estaba vacía que
en sepulcro compostelano no estaba enterrado Boanerges el hermano de Juan
predilecto discípulo del Maestro sino un hereje prisciliano el obispo abulense
que quiso compaginar el culto a las deidades romanas con la buena nueva que
esparcieron por el mundo unos pocos judíos helenistas y en el propio evangelio
descubrió contradicciones sinópticas porque todo está como muy resumido y como
traído por los dedos. ¿El papa ejercía como vicario de Jesús o era un
adelantado del reino de Satanás en vuelto en los ropajes de los arúspices y de
los sacerdotes de Júpiter al uso pagano? ¿No era la curia un revoltijo de
monseñores torrezneros y barrigudos calafateados de seda púrpura o armiño,
abatanados de morado o de rojo que hacían pensar en aquella copla que cantaban
en su ciudad los niños en España: “Lucifer tiene muermo, Satanás almorranas y
el diablo ladillas, su mujer se las rapa con las tenacillas”. ¡Vaya usted a
saber! Los años en Inglaterra habían derramado sobre su alma ciertas
prevenciones y bastante escepticismo contra el papismo, pero tampoco su
anglicismo llegó al punto de convertirse en un adorador de la Biblia, ese libro
sagrado que se encontraba en las mesillas de noche de todos los hoteles, porque
en sus páginas se encuentra un revoltijo del fanatismo protestante. Un manual
de hazañas bélicas donde siempre ganan los buenos y elegidos envuelto en esa
nube sicalíptica del alma judía. A despecho de tales reparos acerca de la
escritura, de los frailes y de los pontífices, Inglaterra desde el sufrimiento
y el gozo, le ayudó a recuperar la fe en Jesucristo de castellano viejo en una
época de vertiginosos laicismo.
Las catedrales normandas se habían convertido en salas de concierto. Allí
moraban hombres extraños que se decían ministros y saludaban a la clientela al
final de los servicios estola sobre los hombros roquete hasta por bajo las
rodillas la raya en medio y una sonrisa. Puro formalismo, y ya no entonaban los
canónigos el oficio de vísperas transformado en evening song con los himnos que
mandó establecer Cromwell y cantar puritanamente de pie y en vernácula, por el
odio chauvinista que sentía hacia los papistas que rezaban en latín. Era aquel
anglicanismo una religión a palo seco, no exento de un admirable fervor y
aquellos himnos congregantes sonaban a marchas militares.
—You soldier on .
Los cantorales y los libros becerro sustituidos por un libro de oraciones en
inglés muy sucintos, casi en estilo jesuítico, el “Common Prayer Book”
que desterró los antiguos misales y borró casi todos los nombres del
martirologio desnudando altares y cerrando las capillas de los santos. Suprimir
la devoción a María constituía una de las mermas del anglicanismo, un estilo de
vida que para un anglófilo como él no dejaba de poseer su encanto porque el
catolicismo en las Islas de extracción inglesa era otro tipo de catolicismo
diferente al que él había mamado. El nacionalismo movió la rueda del cisma y ya
no era todo lo mismo. Estaba Remigio abrazado a una noción errónea de las
cosas. El mundo es muy grande y diferente de como a él había recibido en los
años de formación eclesial. Al haber recibido una educación silogística trufada
de dogmas, corolarios, deducciones y conclusiones irreversibles, tuvo que darse
cuenta de que los herejes eran culpables pero el papado tenía también parte de
la culpa. ¡Cuántos trompazos, ¡cuántas retóricas costaladas! Su destino era la
hura. Le condenaron a leer y a leer. “Por ese cabo ya estoy cumplido y ojalá
los costales fueran tales” pensaba. Por otro lado, ¿para qué tantos libros? Te
equivocaste de papel. Aquí el papel no es aquel que tú veneras sino el papel
moneda. Viviría rodeado de liviandad, chabacanería y de ignorancia,
caminando en medio de analfabetos que desconfiaban de la santidad de la
literatura.
Tenía los pies hinchados de caminar la tarde entera subiendo y bajando a los
autobuses que iban al extrarradio. Varias veces se equivocó de línea. El metro
de Londres era un galimatías. Si lo sacaban de la Línea Circular acababa
extraviándose. Y no sería cuestión de regar de piedrecillas en el camino para
regresar a casa como Pulgarcito.
Fue desde Hounslow hasta Mile End. No encontró la casa. Se hallaba en un estado
de enervación. Había fumado harto y el tabaco se le agarraba a la garganta. El
tabaco, no obstante le ayudaba a vivir, lo utilizaba como acicate contra la
indolencia y su postración deprimente. Le parecía que coartaba sus
inseguridades, le daba el empujón, sacándole del pozo de su indecisión y de sus
complejos. Aquellos puritos “panatelas” que compraba al tendero judío de
la esquina espoleaban su inspiración. Dicen que el humo es abogado de las
musas, paliaba sus inseguridades, y era capaz de escribir la crónica. Muchas
tardes sólo hinchaba el perro. Otras daba en la diana de la exclusiva y a
sus rivales que no enemigos de la corresponsalía española en Londres les hacía
mover el culo y exclamar:
― Jodó. El de Los Fasces nos ha pegado un pisotón.
Remigio entonces se fumaba un panatela con satisfacción. Y como en esta vida
donde las dan las toman sucedía lo contrario. Al pronto vomitaba el télex una
bronca de su redactor jefe Julio Merino un excelente profesional del periodismo
de la tierra de Lucano que escribía libros sin parar, un joseantoniano de pro
al que tenía Emilio Romero como hombre de confianza. Ya se sabía que la
redacción del vespertino “Pueblo” donde nació el butanitismo informativo
trabajaba bien el scoop o la exclusiva. Lo que con frecuencia derivaba en una
grillera y las exclusivas podían volverse bofetadas. El gran Emilio Romero le
daba un consejo para hacer frente al furor de la carrera de los cien metros
lisos:
― Déjales que se desahoguen, Julito
Desde muy joven gastaba dentadura postiza lo cual era motivos de su acojinamiento
y aunque los dentistas hoy hacen maravillas siempre odió a aquel sacamuelas que
le extrajo el primer colmillo cuando sólo contaba catorce años. Era un médico
militar la bata blanca impregnada de sangre qué daño cuando le clavó la aguja
en la encía y aquella estrella amarilla de cinco puntas ostentando su
graduación de comandante sobre la escarcela cuadrada de color rojo. Sus maneras
eran las de cirujano de la Legión o un veterinario del Regimiento de Caballería
del Villaviciosa XIV. Trataba a sus pacientes como los acemileros a sus mulos.
Las panatelas aquellos puritos suaves pero que escocían la garganta que
adquiría en la tienda de Mr. Simons en la tienda de la esquina de Fulham Road
frente al cine Odeón paliaba sus complejos y le infundía una cierta euforia
para escribir la crónica. Había sido condenado a la maldición del humo y eso en
cierto modo no dejaba de ser una bendición. Clodoaldo Montarelo aquel cachorro
de SP al que llamaban el “Niño”-no le había cerrado la barba cuando entró en la
redacción a los 17 años- fue la única voz que se alzó en contra del ukase de ZP
que prohibía fumar dentro de los edificios en _España. Causa perdida pero la
arbitrariedad de todos aquellos que demonizan a la venganza de los indios como
el principal causante de las muertes en Europa bien merecía que Ramón quebrase
una lanza a favor de la tolerancia de los intolerantes que obvian la
contaminación atmosférica el humo de los tubos de escape los aditivos de la
comida basura que nos envenenan, la pornografía y el hedonismo, semblante
impasible del pensamiento único y otros trágalas con que se confabula el nuevo
fascismo a lo demócrata. Los enojos y ese sin vivir en mí que se despeña por
los telediarios y las tertulias son la causa de la multitud de suicidios de los
que hablan los diarios y son incentivos del infarto y del cáncer en mayor grado
que el daño que puedan causar las hojas del tabaco. Un ataque al corazón se
llevó a aquel redactor rebelde que alzaba el puño cerrado cuando aun
saludábamos a la romana y acabábamos de llegar e los fuegos de campamento,, de
mofletudo rostro de niño que era Clodoaldo Montarelo acabaría con su vida.
Bienaventurados los limpios de corazón porque entre vedijas de tabaco verán con
ojos puros la llegada de la utopía y en una nube subirán al cielo. Aquella
Inglaterra una tarde de primavera de 1973 poco tenía que ver con aquella otra
de las descripciones que impartía Jack Tressey White en sus clases maravillosa
de inglés que eran verdaderas lecciones magistrales tuvieran poco que ver, ya
digo, con la que él describía entusiasmando al alumnado y Remigio Bermejo
comprobó, gozó y sufrió en sus carnes. A Mr. White lo dimos tierra una tarde de
san Antón del año 92. Fue mi mejor profesor de inglés
Al descender por las escaleras de su habitáculo del sótano que habitaba volvió
a ver a los espectros que bajaban y subían por el husillo al igual que las
brujas de Puente Perín encaramadas al puente de Fuensaldaña donde les vio el
cheposo, les pidió que le quitaran la chepa y regresó al pueblo derecho como un
huso pero un compañero de fatigas que padecía desvío de columna no tuvo esa
suerte y regresó a Funsaldaña con dos jorobas, fue por lana y vino trasquilado.
Las brujas del puente se enfadaron mucho porque les interrumpía la tenida con
sus requisitorias, no acertó a formular como corresponde el abracadabra el
número siete:
―Lunes y martes miércoles tres jueves y viernes sábado seis.
―Y domingo vale― exclamó el tullido
―¿Eh? Pero qué dices, hombre, ¿qué dices?, gritó la saludadora maesa.
―Lo que dijo que dijese mi amigo a quien librasteis del mal.
―Pues la chepa del otro ponérsela a ese. Anda con dios que en este puente no se
te ha perdido nada.
―Paciencia, resignación, no todos podemos vivir en la plaza ni yo he tenido la
misma suerte― dijo el pobre jorobado que volvió para su casa con las orejas
gachas.
¿El conde Kelly? Éste era un monje templario que había participado en las
Cruzadas. Algunas noches lo sentía trastear en la cocina cantando canciones en
griego y en latín. Llevaba en la cabeza un casco de acero y una cota de malla.
A la espalda una cruz roja. Tintineaban sus espuelas de oro al pasar por las
habitaciones. Le sonreía y sus ojos azules parecían contar historias inefables
de la toma de Jerusalén como compañero de Lancelote del Lago Godofredo de
Bouillon y los freires de la orden teutónica. Los fantasmas forman parte de la
existencia esotérica de los castillos escoceses y de muchas casas inglesas.
Nunca llegó a oír su voz sólo sus gestos, era un mudo fantasma. Remigio, qué
cosas te pasan, mucho tienes en la cabeza y no paras de darle al magín. Tal vez
hayas leído infinidad de libros de caballería. Eres muy noble pero un
gilipollas y no es recomendable ir con la verdad por delante en esta vida.
Pegas palos de ciego te estrellas contra un frontón invisible no hay red a tus
pies pero eres el espejo de la estupidez y de la mansedumbre. Tú eres tu mismo
rival “you are your own enemy” se lo había dicho la Susi, una de sus amantes.
“Telarañas en la cabeza. Sí, muchas telarás en la cabeza. La Susi era una de
sus amantes. No se podía comparar con Nora, ni con Diana Percival aquella judía
irania era fuego en la cama. Diana Percival vivía en Golden Green y había
nacido en Persia y Remigio Bermejo moro celoso en parte la despreciaba porque
años atrás había tenido amoríos con un santanderino fruto de cuya relación fue
Ximena. Y en Santander en un hotel cerca del Piquío tú fuiste hecha,
Olquinjelen, mi Alcuina del alma, como llamaba él a si hija a la que bautizó
con el nombre de Alquín Helén en honor al venerable polígrafo de York escriba
de la corte de Carlomagno que se carteaba con el Beato de Liébana también monje
hispano visigodo. Ambos lucharon contra la herejía de Elipando de Toledo. Allí
yo te engendré. No digas eso. Tienes demasiadas cosas en la cabeza. A Bermejo
le dolían los recuerdos de pensar en aquel tiempo que se fue. Asesinaste a
Cupido de un botellazo, cerraste la puerta al amor. Por otra la hura de South
Kensington era su jardín de las Hespérides su refugio y madriguera. La casamata
intelectual formaba parte del lote que le había sido encomendado por el Creador
y él lo asumía. La guerra hay que hacerla siempre desde un parapeto. Hay que
tener las espaldas cubiertas. Lo malo es el fuego amigo.
—No eres más que un esperpento. Soñabas en amores con una virgen que te diera
de mamar cerveza negra en el pub. Tu vida han sido tabernas, francachelas y
vino. Tus manos están vacías. Hiciste mucho mal. Tiraste por la borda tu
futuro.
Quedó amostazado en su refugio. Todo estaba en orden. En el espejo de las
cornucopias ya no se reflejaba el rostro amable de su otro inquilino el
fantasma invisible, caballero de la Tabla Redonda. El sofá de cómodos brazos
donde tanto le gustaba leer el Times mientras se fumaba su pipa le aguardaba
solícito pero notaba una presencia. Allí acababa de haberse sentado alguien.
Tal vez sólo fueran quizá tan solo exhumaciones de su mente en ebullición.
Tenía que echar balones fuera, disculparse. En cambio el dolor de atrición le
resultaba difícil.
—Vamos a ver; tú la mataste, tú fuiste el asesino. No tienes derecho a
quejarte, atente a las consecuencias.
―¿A quien?
―A Nora
―Creo que vive ahora en Epping Forest.
―Su muerte no fue física sino virtual. Estrangulaste el amor.
―Pero ella curó del cáncer de tiroides. Los bultos desaparecieron, se la
hincharon los párpados. Creo que fue un milagro de santa Teresa del Niño Jesús.
Que bien fui yo a peregrinar a Bretaña pidiendo su curación y ofreciendo mi
propia vida. Gracias a la “pequeña flor” Nora se salvó.
―Esa es suposición tuyas. Ni Rosalín ni Alquín ya creen en Dios.
―Rosalín me mandó el retrato de nuestra hija cuando hizo la primera
comunión
El Numen le decía que había matado a Rosalín pero el uxoricidio ocurrió de
manera entendida o supositicia. Homicidio en efigie sin muerte real como quemaban
a los herejes fallecidos exhumando sus restos en la época medieval. Ella fue la
victima de todo aquel afán destructivo intolerante celoso católico feo y
sentimental de tu inadecuada formación. El egotismo jesuítico pudo
transformarte en asesino.
―No digas eso, maldito gusanillo de la conciencia. ¡A qué me atormentas a todas
horas con remordimientos!
—La vida no es un tema de buenos y malos o de estratificaciones jerárquicas
sino de intermediarios. No estabas en tus cabales. Eras el pasagonzalo, el go-between,
un golpe de atención en la nariz o un tirón de orejas. Te comportaste
como un terrorista del amor.
—Creo que te equivocas. No estamos en una jerarquía sino en una anarquía
y acá el que más chifla, capador.
—Eres un iluso, no vales nada. Por eso te desesperaste entregándote al alcohol
porque tu fe no era firme.
El aguijón de su conciencia a través de estos denuestos o soliloquios entre su
mente y el Numen lo lancinaba de reproches. Tardaría bastante en comprenderlos.
En menudo lío se metió por actuar de manera irresponsable. La bajada a su hura
tan confortable refugio le parecía un descenso a los infiernos y estuvo a punto
de huir. Tenía el alma incendiada. Hubiera podido inmolarse a lo bonzo.
Capítulo II
Vi volando, cuando me disfracé de Diablo Cojuelo y trabé contubernio con don
Cleofás y sus infernales potestades por los tejados de la urbe global madrileña
que nada tiene que ver con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados
y las tapadas las callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como
en las comedias de capa y espada de los tiempos de Maricastaña y picarescos
pues no hay tiempo ni espacio para los espíritus puros y los cuerpos gloriosos
y transparentes. El hombre está destinado a ser ángel. Serán como música y yo
soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones suposiciones altercados
cárceles denuncias grescas insultos postergaciones y pretericiones de Bermejo
que sin haber llegado a nada en la vida a sus setenta abriles cumplidos se
sentía un hombre realizado que podía mirar a su pasado con nostalgia pero sin
ira. Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas
magnetofonías y un ventanuco que daba al jardín central desde donde se
escuchaba el murmullo hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo las
voces de los niños y las carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en
la piscina. En su apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del
noroeste de la provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el
bordón del peregrino. Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más
que un peregrino siempre en danza. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a
las novedades pues no era misoneísta y le gustaba la vida y el progreso, la
llegada de Internet supuso una revolución sociológica y psicológica porque el
mundo se había convertido en un patio de luces pueblerino informativamente casi
como un tebeo de hazañas bélicas como aquellos tebeos que el compraba a
veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana, con el
constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo constante
de los informativos. Surgió Podemos. Yes we can. Las nuevas generaciones ansias
de pisar moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la
puerta sin decir “se puede”. El título del nuevo movimiento se lo debía de
haber puesto el enemigo como una consigna de agitación social y los instalados
estaban que no les llegaba la camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio.
Un poco como en los tiempos del Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del
bote siempre los mismos. Gracias a la Red las gentes están mejor comunicadas
pero son menos comunicativos y el ordenador era una nueva adición como la buena
mesa el vino bueno y el fumeteo de su cachimba. Cosaco de la literatura que
siempre había escotero y por su cuenta por los caminos podía pasarse sin comer
ni beber pero nunca sin su pipa. La maldición de la nicotina constituía un
incordio para Remigio Bermejo. Quería más a su pipa que a su mujer. Era un
hombre de la estepa y quería arrear sus corceles de la imaginación con el
látigo encendido de su pluma como los personajes de las novelas de Gogol. No
era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con ruedas de molino, a
pasar por el aro. Así le iba. Semejante actitud le deparó no pocos
contratiempos. “If you think you have problems” era un programa de la BBC
que él escuchaba en su transistor gris marca Fidelity adquirido con las
primeras libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas
llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de
aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas
páginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el
paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela
hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control.
¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre
bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía
hambres caninas, cientos de palabras. Estampaba sus remordimientos e
inquietudes contra el muro dactilógrafo de su teclado, testigos únicos de su
furor las veintiocho redondas blancas. Cuanto más él gritaba, el mundo más
callaba. Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de
su dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente
de las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba
por la excelencia. Plus ultra, sursum corda. No seáis cutres pero nadaba en un
mar de vulgaridades de anonimatos y gentes anodinas. Desdeñaba la chapuza y sus
entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no eran más que pujos de sus
reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí, pero ¿donde se encuentra
dios? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía un santo desde la hornacina, era
Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al verle tan
desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios y otra al
diablo.
—Eso es del Talmud, padre mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS.
Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más
alto en los cielos que se te han preparado en el paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las
que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del
piso. Su mujer se ha fugado. Me topo con la infelicidad de los alcohólicos, la
desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los enfermos. Los
humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala
desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a
la esfinge y ésta callaba. La mente humana es incapaz de penetrar en los
designios de tal arcano que forma parte del misterio de la vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz
celestial. Era san Ignacio otra vez.
La red había hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó
en oficio y ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de
los que le envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su
fe pero desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas
incultos de misa y olla mi olla mi misa y mi Mariluisa, sangraba por la herida
de su arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él
pertenecería a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble
del pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo
para Jesús salvador de los hombres. Sería modelado en el crisol de un cierto
mesianismo. Las dos banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu
alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda
de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas
de los báculos y pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante
siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo
de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido
existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona
española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y
el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero como había recabado órdenes menores
y mayores y no era un simple cucarro sus aficiones a la especulación teológica
perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en
las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos rezaba el
oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. Todo volverá. No
perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un
sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que
vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y
estaba listo para el día que dios lo llamase.
El 18 de abril de 1963 amaneció tranquilo, puso la cadena Ser, Radio Madrid,
Unión Radio cuando la república, la de los rojos, y allá estaba la voz de
fumador empedernido del bendito padre Sopeña con sus comentarios
religiosos antes de las noticias. Como era domingo se fue a misa a la Ciudad
Universitaria a la campilla de Santo Tomás. Estaba abarrotada de estudiantes.
Iba algunos domingos pero él prefería los capuchinos de Bravo Murillo, al lado
del Cine Europa donde habló una vez José Antonio, porque allí se honraba un
santo de la veneración de nuestro protagonista: el taumaturgo de Padua. Iba a
cantarle los pajaritos y predicaba a los peces y a las avutardas que le
quisieran oír. En cuanto a la SER era la emisora más popular y castiza de aquel
Madrid que transmitía el “Larguero” de Joaquín Marco, los caballitos de
Quilache y los programas de “Lo que nunca muere” y “Matilde, Perico y
Periquín”. Era la radio de los viejos republicanos, no lo sabía. A él le
gustaba porque Remigio siempre fue de ideas un tanto comuneras. Le gustaba ir a
su aire y Radio Madrid, la otra cara de la moneda de Radio Nacional donde
campeaba las tardes de domingo la voz también algo estropajosa del P. Venancio
Marcos con sus consultorios morales (azul) era el cenáculo rojos de aquel
abate de aires un tanto volteriano buen músico confesor de manga ancha pues
decía que era vocación tardía conocía el mundo y era muy comprensible con lo
del sexto mandamiento que traía a los jóvenes de aquel entonces de cabeza.
Hasta decían que dejó a la novia una tal María Luisa para casarse pero a don
Federico que era ya talludito porque había hecho la guerra con la república le
entró una crisis y se metió al seminario de victoria. Mi mesa mi misa y mi
María Luisa, no te digo. Esta –es una historia bastante curiosa- se casó pero
le guardaba una cierta ausencia platónica y hablaba por teléfono con ella todas
las noches en largas conferencias. Cuando le hicieron director del Museo del
Prado iba de paisano pero por lo general no se quitó la sotana que siempre en
España fue un símbolo de poder. Tenía buenas aldabas enchufe con el papa
Montini que le hizo prelado domestico cuando dirigía el colegio español de
Roma. Había que estar al santo y a la limosna.. El cura progre de color rojo
debió de padecer un terrible desencanto cuando llegaron los suyos o los que
creía que eran los suyos. Javier Solana le mandó el motorista con un brocárdico
lapidario (su vida estaba llena de sentencias y refranes, axiomas que no
servían para nada) que se hizo famoso “señor cura, ¿aún cree usted en dios?”.
Amigo del sobrino de Azaña, Rivas Cherif cuando la republica y luego del
príncipe, creía Sopeña estar situado cuando llegara la hora de la muerte del
dictador mas ni por esas. Las expectativas de los viejos republicanos quedaron
en nada. Llegaron los socialistas del pacto de Solesmes fumando tabaco rubio
puro sabor americano y pasaron el rodillo. Les sentaron las costuras a los
históricos, El enemigo, paradójicamente, al cual Sopeña habían combatido con
las armas en la mano los perdonó y hasta les enchufó en la administración pero
los psoatas hicieron mangas y capirotes de semejante ponderación cuando Felipe
González alias El Gran Filipo rompió con la vieja guardia. Puños cerrados pero
eran capitalistas. Los alemanes pagaban a aquellos capitalistas disfrazados de
revolucionarios. Eran socialistas pasados por la túrmix de la embajada
norteamericana. La historia de España es una perpetua conspiración. Formó
círculo – aquí estamos siempre en las mismas y los que mandan son todos
iguales, la casta poderosa de las cien familias- con Aranguren al que llaman
Amarguren un profesor de Ética feo como el demonio quien le suspendió en la
cátedra de Filosofía y tuvo que repetir aunque era del mismo curso y amigo de
su hija, con Laín, con Dionisio Ridruejo el ex divisionario de la Azul que se
hizo socialdemócrata y el gran Laín Entralgo. ¡Ah cuando vengan los míos! fue
el grito y todo quedaría en agua de borrajas. Mas, cuando los nuestros
llegaron, pasaron de largo, como en “Bienvenido mr. Marshall.
Las misas del P. Sopeña y Jesús Aguirre eran contestatarias. Empezaba el rollo
de los cristianos de base. Cambiar todo para que todo siga lo mismo. Se aburría
porque para él la misa tiene que comportar la magia de la eucaristía y los
modos eran zafios y personeros. Era una misa cantada en lengua vernácula. Este
aborrecimiento del latín a Remigio Bermejo le resultaba sospechoso. Sopeña
oficiaba de preste asistido por el padre Jesús Aguirre de diácono y el padre
Abel de subdiácono. En la homilía se habló del cambio. Aquello era una
romería y el estado mayor desde donde se lanzaban consignas para la lucha
estudiantil. Del templo salían algunos energúmenos derechos a tirar piedras a
los grises. Luego venían las carreras, las reivindicaciones, la agitación
propagandista. Algunos de aquellos sacerdotes se decían marxistas.
A la salida se encontró con el padre Abel al que conocía de Comillas.
— ¿Tú por aquí?
— Pues sí
—Te creía muy lejos. ¿No te ibas a ir a misiones, Remigio?
—No me probaba.
El padre Abel, excelente poeta, eximio periodista que escribiría en “YA” era un
soriano muy seco, pero buena persona que también fumaba tabaco negro y tenía la
voz tomada. Se olía la tostada. Los curas se hacían socialistas y luego pasó lo
que pasó. A Sopeña lo destituyó precisamente uno de aquellos cachorrillos
de la militancia de base quienes por entonces no habían dejado de ir los
domingos a misa, y en la Universitaria por supuesto. Cuando se hicieron grandes
se transformaron en tigres de Bengala, cría cuervos, oye tú. Pero ustedes los
curas ¿todavía creen en dios? le escribió en una nota que le llegó con el cese
del motorista. Vaya pregunta. El padre Sopeña según cuentan se quedó de un
aire, nunca sospechaba que aquel jovencito barbitaheño sobrino de don Salvador
de Madariaga andando el tiempo se convertiría en el ideólogo del gobierno del
Gran Filipo y posteriormente el jefe de los guardias de la OTAN acabando en el
“carnicero de Belgrado”. Joder con los psoatas.¡Qué dureza! Claro que de raza
le venía al galgo, la proclamación de Madariaga como doctor honoris causa por
Oxford sería uno de sus primeros reportajes. Lo fotografió en los claustros y
bajo la torre del reloj de Fairfaix. Era un viejecito con lentes de montura de
plata la nariz acaballada y de mala leche, la toga algo remendada y una bufanda
negra que le curaba el catarro, y el chambergo doctoral que era más grande que
su persona pues era muy bajito y su mujer que le tiraba de la sotana para que
no hablara con españoles franquistas. Era proverbial el odio hacia Francisco
Franco de este historiador masonería escocesa grado 33. Le habían
encumbrado tan alto que el personaje en aquella vis a vis en la tarde de otoño
del 72 le pareció algo ridículo aquel sabihondo tan chiquitín. Dentro de la
universidad de Oxford debía de ser uno más y no se le daba tanta
importancia como entre los hispanos. Dios te libre de los liberales. A Voltaire
también lo mandaron a la guillotina sus propios discípulos. Estas historias se
sabe cómo empiezan. Nunca como terminan. Dejémonos de aparcerías y de
chismorreo baratos. Hay que enjalbegar el alma perdonando a nuestros enemigos y
eso cuesta
—No hay que hablar con herejes y engañadores. Tú a lo tuyo, sigue tu camino y
no mires para atrás—había vuelto a escuchar la voz del Numen.
La tarde era plácida. Luscinia el ruiseñor del véspero trinaba su canción
eterna en la copa de una Acacia en la Plaza de Santa María Micaela. Él estaba
en su cuarto del sexto piso de la calle presidente Carmona preparando un
parcial de historia, consultando los apuntes garabateados con letra nerviosa
durante el primer trimestre en los bancos de un aula de la Facultad de
Filosofía y Letras. Había sido un día tranquilo. Había visto a Adelita
Valdepielagos. Hoy me ha mirado. Hoy creo en Dios. Su presencia había llenado
el aula de perfume, usaba una colonia única especial, y de sonrisa. Se quedó
embobado y casi pierde los apuntes y los papeles. La amaba en secreto en un
amor platónico a distancia. Pero ya se ponía el sol. Luscinia dejó de cantar en
la cima de la acacia. Él no era más que un estudiante pobre hijo de un militar
de baja graduación que escuchaba al padre Sopeña en los minutos religiosos
antes de las noticias de las ocho en la Ser, tomaba apuntes y daba clases
particulares de latín para ayudar en casa. Le encantaba escribir en el ir
y venir de su pluma en viajes en autobús a ninguna parte. Te montas en el
F en la glorieta de Cuatro Caminos te apretujas contra las carnes de una monja
de primero de Comunes y bajas en la última parada con los libros bajo el brazo.
Tomaba apuntes de la historia de España, de geografía – el profesor Conejo un
asturiano muy simpático como aquel año se jubilaba dio aprobado general- de la
prosodia latina, de las epístolas de san Pablo o de san Juan Crisóstomo al
dictado de la clases de los profesores. Todo aquel humanismo ¿para qué? Para
nada. Todos aquellos tomos formarían parte del rátigo amontonado en las casetas
de Moyano, caladero de inservibles y fracasados pero quien escribe nunca
fracasa. Es un acto heroico la escritura. Remigio amaba la vida y la estampaba
en aquellos cuadernos verdes de apuntaciones donde entre col y col florecía una
lechuga: un poema de amor a sus adelas y de sus marías. Las mañanitas de abril
eran dulces de dormir. Su madre le preparaba el café de puchero con una tostada
o una torrija antes de ir a clase.
—A ver si no te dejas nada que eres un zaleo.
Los domingos se quedaba en la cama hasta las tantas escuchando Radio Madrid en
aquel viejo receptor que habían comprado a plazos en Segovia a un cura que
entendía de electrónica y daba matemáticas en el seminario: don Víctor villa.
El aparato como en un trono y con faldillas como si fuera un sagrario presidía
la salita. La escucha tenía un nosequé de acto de fe porque por los altavoces
salía la retransmisión de la santa misa para los enfermos o las charlas del P.
Venancio Marcos o las conferencias del P. Sopeña talante más liberal y cercano
voz un poco afónica. Ondas hertzianas misteriosas que permitían el tránsito de
la voz desde puntos lejanos y desconocidos el ojo mágico de Marconi. Vivimos en
un mundo maravilloso ¿por qué idolatrar el pasado, aborrecer el presente y
despreciar el porvenir? Los vientos de cambio trajeron la lavadora el hornillo
de gas y la manta eléctrica. De estas nuevas realidades nada se decía en los librotes
que machacaba y subrayaba en la facultad. Como si nuestros dioses tutelares
impidiendo ver su cara oculta velaban al hombre de la calle lo que se les venía
encima. Su madre tenía encendida la radio todo el día. Con el calentamiento
alguna lámpara se fundía y había que encargar repuestos a Alemania. A ella le
gustaba la Intercontinental cuya sintonía un golpe de gong (tin tonk) de esta
estación cuyo sonido a Remigio le recordaban el tinto de verano y las tardes
interminables en la piscina del Parque Sindical o de la de Santiago apóstol
sita en la calle de Méjico. En Santiago Apóstol no dejaban entrar señoritas en
bikini, en el parque sindical o charco del obrero sí. Eran más mesocráticos. La
radio era el invento mágico de Marilyn hasta que llegó la televisión el
ordenador, el guasap la tableta mágica y el teléfono de bolsillo. Todo se lo
debemos a Marconi el inventor de las ondas sonoras-
—Ding dong, aquí Madrid, radio Intercontinental, Madrid. Son las cuatro en
punto de la tarde.
Voz sudorosa veranos en la piscina era dulce y a veces cansino andar por Cuatro
Caminos o Gran Vía, a la sazón Avenida de José Antonio, que olía a sobacos y a
melones a carne joven. Alguna vez pasaba por la calle Espronceda o por Modesto
Lafuente entraba a hacer una visita al Santísimo en Iglesia que era un templo
largo y oscuro, polvo junto a la verja, pedigüeños en el cancel. Hasta allá
llegaba el olor a fritanga de los bares que expendían una de calamares. Es
tarde de domingo y yo no tengo amor ¿Quién me va a querer a mí? Ya vendrá
alguna, siempre habrá alguna. El hambre física mitigaba con bocatas de
tortilla pero la sexual era otra cosa una obsesión de aquellos veranos
tórridos… ve a bailar a las Palmeras de Quevedo allí a lo mejor encuentras
ligue. Hacía la ronda por la pista se ajustaba la chaqueta y pronunciaba con
voz alquitarada lo de señorita baila y en el baile de las chachas medraba la
desconfianza y la expectativa, te palpaban las manos si no las tenías callosas
no colmabas la medida y recibía infinidad de calabazas y plantones de las
criadas de servir. No eres un bailón tampoco un guaperas te domina un aire
petulante hay que concretar y tú andas por las ramas, hijo.
—¿Baila usted señorita?
—Estoy ocupada. Ahora no.
O en todo caso le decían que al otro pero esa segunda pieza nunca llegaba a
colmo o algún listo se le adelantaba. Eso de ir a los bailongos (él no llegó a
conocer la “Bombilla” ni los buenos tiempos del “Pasapoga”) era como salir de
caza. Nunca sabías lo que te ibas a encontrar. En aquellas mozas recién venidas
del pueblo se detectaba un ambiente de desconfianza y de sospecha. Odió de por
vida los bailes de salón. Pero su primo Agustín que se ganaba la vida cuando
vino de una aldea de Segovia haciendo portes en su motocarro marca Trimak
a ese se le daban bien las hembras y no era tan alto como Remigio pero
encontraba el punto conocía las reglas del ligue. Siempre quedaba con alguna
para el jueves o para el domingo. Dingdong: la sintonía de Modesto Lafuente. La
Inter de Ruede la Bola y de Salto a la Fama de Uribarri y de Carlos echenique.
Tórrido verano fue el del 63 y más los del año siguiente cuando él contaba tan
solo 19 primaveras y vivía dominado por los apuntes los escrúpulos de los
pecados impuros. Siempre lo mismo. Las hormonas en ebullición no podía contener
aquel torrente. La cabeza a pájaros y el corazón lleno de inseguridades y de
telarañas. No me quieren las chicas ¿Qué tendré yo? Seré un anormal. Modesto
Lafuente 37 grados a la sombra y en el Parque Sindical a algunas bañistas se
les veía “todo”. Desde el borde un batallón de mirones las veían nadar haciendo
evoluciones a mariposa o braza en las aguas llenas de cloro del charco del
obrero. Las de la Piscina del Apóstol eran más modestas traje de baño antiguo y
había segregación. Los chicos se zambullían en una pileta y las chicas en otro.
Hambre sexual. ¿Quién será la que me quiera a mí? Era su disco preferido en la
tanda de peticiones del oyente. Para mi novio que está en Sidi Ifni con todo
cariño y para mi abuelita que últimamente tiene mucha tos para que se reponga.
Marconi trajo la rebelión de las masas. La humanidad viviría desde entonces
rodeada de aparatos y de conexiones. La Ser era un poco menos chabacana y las
charlas de don Federico Sopeña, puesto que tiraba con bala, había asumido el Zeitgeist
y sabía qué rumbo marcaba la rosa de los vientos de la historia, llegaban al
alma de los jóvenes. Era un tiempo de confesiones y confesionarios,
procesiones y partidos de futbol: Puskas, Kopa, Diestefano y Gento; Abelardo y
las palomitas de Pazos el portero del Atlético de Madrid pero quien será la que
me quiera a mí. Solo, siempre solo. Eres un lobo solitario. Vogglio una donna
gritaba desesperado de amor el loco de la colina en una película italiana que
se subió a un árbol en la mayor de las desesperación, mandaron a una hermanita
de caridad pequeña y coja y con la toca como un avión y el loco parece que se
calmó. Hay que ver lo bueno que estaba la Sofía Loren. La sesión de tarde en el
cine Montija el Cristal o a veces del Europa programas dobles eran las vísperas
vaporosas; se escuchaban suspiros jadeos y besos que estallaban en la oscuridad
de tarde en tarde una bofetada…oiga pero usté que se ha creído. Padre me acuso
de haber besado a mi novio en el cine ¿quedaré encinta? Las consultas al padre Venancio
Marcos tampoco tenían desperdicio siempre más de los mismo… eso depende tú
veras ¿ustedes vieron la película? Ni nos enteramos reverendo padre… es un
pecado gordísimo, su novio no pudo parar a tiempo y por las trazas poco la
respetaba. Claro; haz lo que yo predico y no hagas lo que yo hago aquellos dos
curas del consultorio sentimental de las tardes al pie de la radio en los
largos domingos del nacional catolicismo eran dos puntos filipinos. El uno
murió en el tajo como dicen los ingleses lo encontraron pajarito en un 1500 y a
su acompañante y Sopeña vocación tardía llamaba todas las noches a su ex
novia que se llamaba María Luisa. No colgó los hábitos pero Solana un matacuras
lo echó del museo del Prado. Palabras contra el muro, utópicas reseñas, confrontaciones
y alternancias. El celibato viene a ser un poco la leyenda urbana de las diez
mil vírgenes. ¿Hay diez mil vírgenes? Habrá que ser santos. Pero ¿tantos? Yo no
he visto en la calle a ninguno. Sólo los encuentro subidos a la hornacina
estatuas con la cabeza de medio lado con roquete almidonado, meliflua
sonrisa de escayola, el rostro arrebolado de coloretes y los ojos vacíos
queriendo transmitir un mohín bondadoso. Tongo. Aquí hay tongo. Que pasen los
del padre Federico. Nos sentábamos en la capilla de san Miguel de la
Universitaria. Misas que no eran misas. Eran mítines. A Remigio Bermejo le
aburría aquel rollo de las misas postconciliares. Faltaba la magia el misterio.
Dejó de ir a misa pero nunca aborreció la santa costumbre de rezar por las
noches el Jesusito de mi vida ni las tres avemarías y el porlá. oraciones que
aprendió de la boca de su madre. Renunció al examen de conciencia a los puntos
de la meditación del siguiente día y de la composición de lugar como es
tradicional en el tirocinio jesuítico. Siempre hay que pensar en la muerte.
Este día puede ser el último. Quiso ser jesuita pero no le probaba. Le hubiera
gustado ser misionero en la URSS y su preparador espiritual lo entrenaba para
ir al Rusicum el colegio que tiene la Compañía al lado de la casa del Gesú.
Pero no le probaba. Tampoco era apto. Iría por la vida arrastrando y soltando
lastres de acuerdo con la disciplina ignaciana de las dos coronas la
ambivalencia de las dos miradas una en el cielo y otra en el suelo. Sería manso
y rebelde, dulce y arisco, compasivo y cruel. Los padres le habían cortado un
traje a la medida que le vendría grande. Ser contemplativo y activo resulta una
meta poco al alcance de su indolencia y pasividad connaturales. Había que
hacerse violencia contra uno mismo para entrar por la puerta estrecha,
colocarse de braguero un cilicio de pinchos y de ceñidor un atillo de orillo
para magullar sus cuadriles, dominar el caballo de las pasiones, meter en brida
la mente llevar siempre los ojos bajos la mejor guerra que puede el hombre
ganar es aquella que nos hacemos a nosotros mismos. Iñigo de Loyola, eres un
Hércules divino, pero no puedo seguir tus pasos. Me flaquean las fuerzas. Las
dos banderas el desprecio de las cosas del mundo y el tanto en cuanto fueron normativas
que no impidieron a la compañía ser una de las empresas coloniales más
opulentas del mundo sobre todo en Brasil y en Paraguay. Quisieron ir a su aire.
Desobedecían a los obispos. Eran diferentes. Los guardias de corps del
pontífice, los pretorianos espirituales del papado. Mucho poder que
consiguieron predicando precisamente la bajeza y el abatimiento. Todo un
contraste. Pura contradicción a lo divino. No es un instituto retrogrado, sin
embargo. Papa negro, Papa blanco..
Vi volando por los tejados de la urbe global madrileña que nada tiene que ver
con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados y las tapadas las
callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como en las comedias de
capa y espada de los tiempos de Maricastaña. También por los tejados de la
capital de España pululaban fantasmas. El hombre está destinado a ser ángel.
Serán como música y yo soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones
suposiciones, altercados, cárceles, denuncias grescas, insultos, postergaciones
y pretericiones, maguer Bermejo, sin haber llegado a nada en la vida, a
sus setenta abriles cumplidos se sentía un hombre realizado que podía mirar a
su pasado con nostalgia pero sin ira. Un triunfador. Había conseguido
hacer lo que le diera la gana, había vivido a su aire en el más puro estilo
anarquista.
Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas magnetofonías y
un ventanuco que daba al jardín central desde donde se escuchaba el murmullo
hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo, las voces de los niños y las
carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en la piscina. En su
apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del noroeste de la
provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el bordón del peregrino.
Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más que un peregrino siempre
en danza. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a las novedades, pues no
era misoneísta, y le gustaba la vida y el progreso, la llegada de Internet
supuso una revolución sociológica y psicológica. El mundo se había
convertido en un patio de luces pueblerino informativamente hablando para que
nos entendamos, casi como un tebeo de hazañas bélicas como aquellos comics que
el compraba a veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana,
con el constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo
constante de los informativos: degüellos de cristianos en Siria e Iraq, las
guerras del Golfo y las de Ucrania y miles de inmigrantes rumbo a Sicilia o
bojando el estrecho, naufragios, desfalcos. El ex presidente del FMI Rodrigo
Rato y es presidente del gobierno por no querer hacer partija con el poder
oculto fue procesado y encarcelado y en toda esta metodología de la
cristofobia se ocultaban los dedos inasibles de la Bestia. Muchos pensábamos
que era la hora de las tinieblas. Que llegaba el anticristo.
Surgió Podemos. Possumus. Como una serpiente de verano por arte de
encantamiento y se nos atragantaron las historias de uxoricidios parricidios y
embelecos. Nos querían engordar con la violencia. Rusia tendría que
desaparecer, España debería de esfumarse. Así lo habían decretado los sumos
sacerdotes del sanedrín Yes we can. Las nuevas generaciones con ansias de pisar
moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la puerta sin
decir “se puede”. El título del nuevo movimiento se lo debía de haber puesto el
enemigo como una consigna de agitación social y los instalados sobre todo
los de Turégano, que por tener muy grande la cabeza y pesado el paso, no podían
acomodarse al tiempo de los nuevos tiempos, y estaban que no les llegaba la
camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio. Un poco como en los años del
Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del bote siempre los mismos. Gracias
a la Red las gentes están mejor comunicadas pero son menos comunicativos y el
ordenador era una nueva adición como la buena mesa el vino bueno y el fumeteo
de su cachimba. Cosaco de la literatura que siempre había escotero y por su
cuenta por los caminos podía pasarse sin comer ni beber pero nunca sin su pipa.
La maldición de la nicotina constituía un incordio para Remigio Bermejo. Quería
más a su pipa que a su mujer. Era un hombre de la estepa y quería arrear sus
corceles de la imaginación con el látigo encendido de su pluma a través de la
taiga salvaje. No era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con
ruedas de molino, a pasar por el aro. Semejante actitud le deparó no pocos
contratiempos. “If you think you have problems” era un programa de la BBC que
él escuchaba en su transistor gris el Fidelity adquirido con las primeras
libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas
llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de
aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas
páginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el
paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela
hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control.
¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre
bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía
hambres caninas, cientos de páginas. Estampaba sus remordimientos e inquietudes
contra el muro dactilógrafo de su teclado, testigos únicos de su furor las
veintiocho redondas blancas. Cuanto más gritaba él, el mundo más callaba.
Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de su
dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente de
las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba
por la excelencia. Plus ultra, sursum corda. No seáis cutres. ¿Adónde vamos a
parar? La población en general hizo la del avestruz y se metió en su concha,
mientras él nadaba en un mar de vulgaridades de anonimatos y gentes anodinas.
Desdeñaba la chapuza y sus entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no
eran más que pujos de sus reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí,
pero donde se encuentra él? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía el santo fundados desde la
hornacina; era Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al
verle tan desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios
y otra al diablo, según nos recomendaba Su Reverencia.
—Eso es del Talmud, hijo mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS.
Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más
alto en los cielos que se te han preparado en el paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las
que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del
piso. Su mujer se ha fugado. Entre las huestes del botellón se ha instalado el
fornicio y la droga. Han machacado a la juventud. Me topo con la infelicidad de
los alcohólicos, la desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los
enfermos. Los humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala
desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a
la esfinge y tales respuestas las puede dar dios. La mente humana es incapaz de
penetrar en los designios de tal arcano que forma parte del misterio de la
vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se te abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz
celestial del divino mílite que cambió la espada de los Tercios por la raída
sotana y el fajín negro, y al rey temporal por el rey eternal. La red había
hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó en oficio y
ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de los que le
envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su fe pero
desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas incultos de
misa y olla mi olla mi misa y mi Mariluisa, sangraba por la herida de su
arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él pertenecería
a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble del
pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo para
Jesús salvador de los hombres. Un cierto mesianismo nunca vendría mal. Las dos
banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda
de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas
de los báculos y pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante
siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo
de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido
existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona
española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y
el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero, como había recabado órdenes menores
y mayores y no era un simple cucarro, sus aficiones a la especulación teológica
perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en
las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos, rezaba el
oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. Todo volverá. No
perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un
sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que
vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y
estaba listo para el día que dios lo llamase.
El 18 de abril de de 1963 amaneció tranquilo puso la cadena Ser, Radio Madrid,
Unión Radio cuando la república, y allá estaba la voz de fumador empedernido
del bendito padre Sopeña con sus comentarios religiosos antes de las
noticias. Tres minutos de charla o meditación matinal. Como era domingo se fue
a misa a la Ciudad Universitaria a la capilla de Santo Tomás. Estaba abarrotada
de estudiantes. Iba algunos domingos pero él prefería los capuchinos de Bravo
Murillo, al lado del Cine Europa donde habló una vez José Antonio, porque allí
se honraba un santo de la veneración de nuestro protagonista: el taumaturgo de
Padua. Iba a cantarle los pajaritos al ingenuo franciscano que predicaba a los
peces y a las avutardas que le quisieran oír. Era un glorioso caso de
taumaturgia como el de santa Teresita del Niño Jesús. Ambos siervos de Dios
demuestran la primacía de la fe católica sobre las demás religiones superando
las contrariedades y contradicciones del clero y los malos ejemplos de muchos
frailes obispos e incluso algunos papas. Como decía aquel judío que se bautizó
al llegar a Roma al comprobar las corrupciones de la corte pontificia y los
dineros de san Pedro el hecho de que una institución como ésta haya perdurado
veinte siglos demuestra que esta religión es la verdadera. Si miracula
negaveris legem destruxeris .
Era la emisora más popular y castiza de aquel Madrid que transmitía el
“Larguero” de Joaquín Marco, los caballitos de Quilache y los programas de “Lo
que nunca muere” y “Matilde, Perico y Periquín”. Era la radio de los viejos
republicanos, no lo sabía. A él le gustaba porque Remigio siempre fue de ideas
un tanto comuneras. Le gustaba ir a su aire y Radio Madrid, la otra cara de la
moneda de Radio Nacional donde campeaba las tardes de domingo la voz también
algo estropajosa del P. Venancio Marcos con sus consultorios morales (azul) era
el cenáculo rojos de aquel abate de aires un tanto volteriano buen músico
confesor de manga ancha pues decía que era vocación tardía conocía el mundo y
era muy comprensible con lo del sexto mandamiento que traía a los jóvenes de
aquel entonces de cabeza. Hasta decían que dejó a la novia una tal María Luisa
para casarse pero a don Federico que era ya talludito porque había hecha la
guerra con la república le entró una crisis y se metió al seminario de
victoria. Mi mesa mi misa y mi María Luisa, no te digo. Esta –es una historia
bastante curiosa- se casó pero le guardaba una cierta ausencia platónica y
hablaba por teléfono con ella todas las noches en largas conferencias. Cuando
le hicieron director del Museo del Prado iba de paisano pero por lo general no
se quitó la sotana que siempre en España fue un símbolo de poder. Tenía buenas
aldabas enchufe con el papa Montini que le hizo prelado domestico cuando
dirigía el colegio español de Roma. Había que estar al santo y a la limosna. La
iglesia católica siempre ha sido poder. A Remigio le parecía un tipo sospechoso
de los que se sitúan debajo del árbol que dé mejor sombra. El cura progre de
color rojo debió de padecer un terrible desencanto cuando llegaron los suyos o
los que creía que eran los suyos. Javier Solana le mandó el motorista con un
brocárdico lapidario (su vida estaba llena de sentencias y refranes, axiomas
que no servían para nada) que se hizo famoso “señor cura, ¿aún cree usted en
dios?”. Amigo del sobrino de Azaña Rivas Cherif cuando la republica y luego del
príncipe, creía Sopeña estar situado cuando llegara la hora de la muerte del
dictador mas ni por esas. Las expectativas de los viejos republicanos quedaron
en nada. El enemigo al que habían combatido con las armas en la mano los
perdonó y hasta les enchufó en la administración pero los psoatas hicieron
mangas y capirotes de semejante ponderación cuando Felipe González alias El
Gran Filipo rompió con la vieja guardia en Solesmes. Eran socialistas pasados
por la túrmix de la embajada norteamericana. La historia de España es una
perpetua conspiración Formó círculo – aquí estamos siempre en las mismas y los
que mandan son todos iguales, la casta poderosa de las cien familias- con
Aranguren al que llaman Amarguren un profesor de Ética feo como el demonio
quien le suspendió en la cátedra de Filosofía y tuvo que repetir aunque era del
mismo curso y amigo de su hija, con Laín, con Dionisio Ridruejo el divisionario
de la Azul que se hizo socialdemócrata y el gran Laín Entralgo. Ah cuando
vengan los míos fue el grito y todo quedaría en agua de borrajas.
Las misas del P. Sopeña y Jesús Aguirre eran contestatarias. Empezaba el rollo
de los cristianos de base. Cambiar todo para que todo siga lo mismo. Se aburría
porque para él la misa tiene que comportar la magia de la eucaristía y los
modos eran zafios y personeros. Era una misa cantada en lengua vernácula. Este
aborrecimiento del latín a Remigio Bermejo le resultaba sospechoso. Sopeña
oficiaba de preste asistido por el padre Jesús Aguirre de diácono y el padre
Abel de subdiácono. En la homilía se habló de política del cambio. Aquello era
una romería y el estado mayor desde donde se lanzaban consignas para la lucha
estudiantil. Del templo salían algunos energúmenos derechos a tirar piedras a
los grises. Luego venían las carreras, las reivindicaciones, la agitación
propagandista. Algunos de aquellos sacerdotes se decían marxistas.
A la salida se encontró con el padre Abel al que conocía de Comillas.
—¿Tú por aquí?
—Pues sí.
—Te creía muy lejos. ¿No te ibas a ir a misiones, Remigio?
—No me probaba.
El padre Abel, excelente poeta, eximio periodista que escribiría en “YA” era un
soriano muy seco, pero buena persona que también fumaba tabaco negro y tenía la
voz tomada. Se olía la tostada. Los curas se hacían socialistas y luego pasó lo
que pasó. A Sopeña lo destituyó precisamente uno de aquellos cachorrillos
de la militancia de base quienes por entonces no habían dejado de ir los domingos
a misa, y en la Universitaria por supuesto. Cuando se hicieron grandes se
transformaron en tigres de Bengala, cría cuervos. Pero ustedes los curas
todavía creen en dios, le escribió en una nota que le llegó con el cese del
motorista. El padre Sopeña según cuentan se quedó de un aire, nunca sospechaba
que aquel jovencito barbitaheño sobrino de don Salvador de Madariaga andando el
tiempo se convertiría en el ideólogo del gobierno del Gran Filipo y
posteriormente el jefe de los guardias de la Otan acabando en el “carnicero de
Belgrado”. Joder con los psoatas.¡Qué dureza! Claro que de raza le venía al
galgo, la proclamación de Madariaga como doctor honoris causa por Oxford sería
uno de sus primeros reportajes. Lo fotografió en los claustros y bajo la torre del
reloj de Fairfaix. Era un viejecito con lentes de montura de plata la nariz
acaballada, la toga algo remendada y una bufanda negra que le curaba el
catarro, y el chambergo doctoral que era más grande que su persona pues era muy
bajito y su mujer que le tiraba de la sotana para que no hablara con españoles
franquistas. Era proverbial el odio hacia Francisco Franco de este autor
historiador. Le habían encumbrado tan alto que el personaje en aquella vis a
vis en la tarde de otoño del 72 le pareció algo ridículo. Dentro de la
universidad famosa de Oxford debía de ser uno más y no se le daba tanta
importancia como entre los hispanos. Dios te libre de los liberales. A Voltaire
también lo mandaron a la guillotina sus propios discípulos. Estas historias se
sabe cómo empiezan, nunca como terminan.
Dejémonos de aparcerías y de chismorreo baratos. Hay que enjalbegar el alma
perdonando a nuestros enemigos y eso cuesta
—No hay que hablar con herejes y empanadores. Tú a lo tuyo, sigue tu camino y
no mires para atrás—había vuelto a escuchar la voz del Numen.
La tarde era plácida. Luscinia el ruiseñor del véspero trinaba su canción
eterna en la copa de una Acacia en la Plaza de Santa María Micaela. Él estaba
en su cuarto del sexto piso de la calle presidente Carmona preparando un
parcial de historia, consultando los apuntes garabateados con letra nerviosa
durante el primer trimestre en los bancos de un aula de la Facultad de
Filosofía y Letras. Había sido un día tranquilo. Había visto a Marta. Su
presencia había llenado la clase de perfume, usaba una colonia única especial,
y de sonrisa. Se quedó embobado y casi pierde los apuntes y los papeles. La
amaba en secreto en un amor platónico a distancia. Pero ya se ponía el sol.
Luscinia dejó de cantar en la cima de la acacia. Él no era más que un
estudiante pobre hijo de un militar de baja graduación que escuchaba al padre
Sopeña en los minutos religiosos antes de las noticias de las ocho en la Ser,
tomaba apuntes y daba clases particulares de latín para ayudar en casa.
Clodoaldo Montarelo
Falleció domingo, 22 de marzo de 2015 de un infarto, se fue a Canarias con los
del Inserso recién jubilado cuando uno se jubila se siente uno casi un
misacantano libre para hacer lo que quieras con la absoluta en el
bolsillo te sientes como un guripa con el licenciamiento y te vas con los
viejos a gozar de los momios de los del Inserso sol playa y hotel buffet tres
comidas vino a las comidas y por las noches karaoke los viejos pasodobles de
Manolo Escobar ahí nos las den todas que bien vivimos que bien estamos de nada
nos podemos quejar. Las amorosas señoras en estas sesiones de baile,
confortables y multitudinarias; no sé por qué le gusta tanto la danza a las
españoles ya talluditas y provectas quizás porque les recuerde los bailongos de
su juventud cuando se hincharon de dar calabazas y buscar un chico guapo
bueno y trabajador. Bailes en línea. La pieza que más le gustaba a Remigio
Bermejo corresponsal en Londres en Washington cientos de artículos escribidor
incombustible era la del gallo que echa el polvete y luego se sacude las
plumas. Disfrutaba de una alegre y joven senectud. Tenía todo el día para hacer
lo que le diera la gana fuera de los horarios los jefes las intrigas y los
rumores de los trepas los jóvenes que venían a pedir trabajo y no había y
prometían hacerse del bando de Podemos. ¿Qué será lo que tiene el gallo viejo?
Al gallo viejo le gustan las pollitas pero con frecuencia salen desplumados
como el de Morón en ese negocio. A la vejez viruelas. Y a las gallinas viejas
que ya no cloquean al revés: se privan con los mastos de brillantes plumas
multicolores buena cresta roja papada y ojos encendidos casi eléctricos. Pero a
veces llega Paco con la rebaja y sucede que a los vacacionistas les da un yuyo.
Un infarto fulminante. Clodo encontró en Canarias la muerte súbita otro que se
iba para no volver más y mira que era el miembro más joven de la redacción.
Remigio Bermejo aquella mañana de marzo que supo la triste noticia recordaba
con nostalgia los viejos tiempos de la redacción de la calle Urquijo y de la
calle Santiago Cordero sedes respectivas de la revista y del periódico SP donde
aquel falangista algo pirado pero que escribía como los ángeles y era el
hombres más bueno y generoso que había conocido Remigio Bermejo (en esta
profesión canallesca ya no hay tipos elegantes verdaderos caballeros como era
él) a lo largo de su dilatada trayectoria. A Clodoaldo Montarelo no lo trató y
lo conocía de vista. Le llamaban el “niño” porque entró a trabajar cuando aun
no le había cerrado la barba algo lampiño y con unas poderosas narices de
pinzas de tender la ropa buena pelambrera y ojos de miel. Todos decían que era
una buena persona aunque algo rojete. Poco importan las ideas alturas. Le dio
por el rock y por el teatro. Desde su hura de Brunete Bermejo tan voluntarioso
y documentado él con la jubilación se le había puesto cara de juez y pesaba en
la balanza de la justicia sus buenas obras y escribía poniendo los pecados
cometidos en el platillo de la izquierda y en el de la derecha las virtudes y los
buenos actos la mano tendida al prójimo pues a muchos ayudó sin que se lo
agradecieran o los días de lucidez y de gracia que era una casamata que había
pertenecido al ejercito republicano y que estaba en el jardín de la caja daba
atrás a la manivela del tiempo. Por la tronera rectangular se veían los alcores
de Majadahonda paisaje de encinas que él amaba tanto y donde yacían sepultados
miles de combatientes que encontraron la muerte en la Batalla de la Sed
aquellas mortíferas tres semanas de julio de 1937, habiendo colocado su
inseparable máquina de escribir y su cachimba cerca del ojos de buey de la
aspillera. Había noches que escuchaba los gritos fantasmales de los que
perecieron en el fragor del combate. Todos habían olvido pero él recordaba a
Clodoaldo Montarelo con su cara mofletuda y aniñada de guripa del Quinto
Regimiento para quien la maquina de escribir era una ametralladora Hotchkins
servidor de pieza de una revolución de terciopelo. Que entren los del 68 e
inundaron Madrid con sus castañuelas 70 y la movida de Malasaña. Había que
estar al loro. Ramón el niño de aquella redacción fervorosamente ingenua y
juvenil formaba parte de una cuadrilla de redactores insignes. Herrero, Miguel
Ángel Gózalo primo de mi amigo Santo, Félix Ortega el mejor corresponsal que
tuvo la prensa española en Washington, Andrés Kramer, los hermanos Rioboo, Juan
Carlos Perreta, Luis Gaziño, Botín y aquel padre jesuita que confeccionaba el
periódico y luego colgó la sotana, Artero. Dulce y su hermana, Cristóbal Páez
el papá de otro Cristóbal Páez implicado en los dineros de Barcena y hombre del
PP, Calvino y otros. La mayor parte eran de izquierda. Les abrió la puerta del
periodismo un falangista revolucionario ex divisionario de la Azul al que se le
congeló un pie en Novgorod. Ese generosidad y entrega ese fiarse de los jóvenes
son virtudes que hoy no se encuentran. Porque volvemos al circuito cerrado
“closed shop” y al circulo de tiza los tataranietos de Mendizabal los que se
quedaron con las fincas de los frailes y amortizaron los conventos liberales
para su bolsillo pero conservadores y muy de derechas gente de dinero. Que
pasen los del padre Sopeña y se queden los otros afuera. ¿Por qué? No están en
la nómina de las cien familias. Montarelo en el día de su muerte evoca para mí
tiempos terribles pero también gloriosos porque no es tarea fácil trepar por la
cucaña de una profesión hoy enrarecida y dificilísima aunque tanta gente quiera
ser escritor y periodista y ocupar cacho en la rampa. Clodaaldo Montarelo era
un freelance que iba por el mundo con su ametralladora montada y a cara
descubierta se ponía cuando se le hinchaban las poderosas narices el mundo por
montera. Le cupo la suerte de vivir por libre. Ahora ese mundo se acabó. Tuvo
el coraje de decir lo que muchos sentían pero no se atrevieron ni a discutirlo
sobre esperanza Aguirre esa chica de las bragas de oro, la hija del ganadero,
que a mí me mandó al paro y como ministra de Educación introdujo el inglés en
los parvularios en detrimento del castellano. Por eso hoy muchos chicos no
saben ni hablar ni escribir español. Pertenecen a la órbita de la generación
Nini, pero son los pijoflautas los hijos de los señoritos que buscan con el de
la coleta un lugar al sol. No hay trabajadores con las manos manchadas de
grasa. Algunos exhiben plumas de pavo real y van por las empresas exhibiendo
sus masteres y hablando un inglés pasable que no les vale para nada si tienen
que emigrar a Alemania que es donde hay curro. Otra metedura de pata de la
chica de las bragas de oro. Estaría mejor de corista en el Martín que haciendo
la carrera política. No compartía Remigio Bermejo algunos puntos de vista del
Niño de SP pero siempre admiró su intrepidez. Creo que era hijo de un pescadero
de la calle del Pez que estudió en los maristas de Segovia, una ciudad que le
subyugó, entró en él y se fue a vivir cerca de la alhóndiga. Desde allí seguía
con sus colaboraciones en la SER y lanzaba sus panfletos. Bermejo aquella
mañana de marzo sentado en su casamata de Brunete el viejo bunker republicano
construido por los zapadores del general Pozas y que ahora una caseta en
su jardín donde él encontraba asilo para darle a la cometa de sus recuerdos
sentado en un banco de cemento mientras esperaba la visita de las musas sentía
la tristeza y el orgullo de quien ha visto pasar el desfile de una época. Era
preciso dar testimonio.
― Siéntate a la ametralladora, Remigio
― Apunten, disparen, fuego
― ¿Pero qué hacéis?
― Estamos fusilando a una época pero tras de tiempos vienen tiempos, claro
está.
Remigio Bermejo el 23 de marzo 2015 desde su conejera de Brunete veía
caer la mansa lluvia sobre las tierras grises. Era un húmedo cendal de ceniza y
veía su pasado envuelto en las sedas de nube que descargaban promesas de
fecundidad y de futuro. El agua al caer levantaba murmullos que eran besos y
dirges. Pensaba que tal vez había sido víctima de una mala educación
sentimental. Lo habían equivocado sus padres maestros con lecturas espirituales
jaculatorias martillos de conciencia. Le habían robado la infancia. Su adolescencia
consistió en una pesadilla pero tenía que revivir sus antiguos pasos ejercicio
fútil casi masturbatorio. No te atormentes pero es mejor así. Pon blanco sobre
negro lo que se te ocurra y “bugger expenses” . Nadie te lee. Nadie te escucha.
Él había matado a Rosalyn. El uxoricidio había sido un crimen virtual en
efigie. Aquella hermosa mujer fue la victima de su afán destructivo. Todo lo
jodes, guapo. Te persigue la cigua. Debieras hacerte una limpieza con agua
bendita. No quiero exorcismos. Para eso está el padre Perea ese alojero de
rostro diabólico que escribe cosas muy raras en sus posts y debe de ser un poco
marica. Tú fuiste el resultado de tu pésima educación pero yo no quiero
conjuros ni exorcismos. No es bueno creer en agüeros ni siquiera sentir aprensiones
siniestras cuando te cruzas por la calle con un gato negro o se te viene encima
una escalera. No es bueno pasar por debajo de una escalera. Clastomanía
deletrea y cura de odio esa era la norma de su escritura. Esta lucha no es
cuestión de buenos y malos sino de los dos frentes a la vez. En tus tiempos los
preparadores místicos aquellos staretz con el cuello de medio lado aspirantes a
una hornacina eran verdaderos terroristas mentales, sádicos, impostores. La
vida no es jerárquica sino anárquica. Nada está planeado ni se ajusta a un
diseño en este totum revolutum. Tú no vales para nada. Eres un iluso. El
aguijón de la conciencia lancinaba el alma de Remigio Bermejo con recuerdos
dolorosos. No entendía lo de Rosalyn el hada que se esfumó. Baja a los infiernos
revuélcate en el fuego de las calderas de Pedro Botero. Ya he descendido al
aveno de mi hura. Hura e ira dos palabras que se confunden. Vinieron los
flagelantes y a rebencazos se magullaban las espaldas que se llenaron de
sangre. Ignis fuego. El bajo de Roland Gardens en el SW/ barrio elegante de
South Kensington. Sintió la presencia del Numen que se paseaba por el comedor
con pasos alígeros de caballero templario. El conde Kelly fue el inquilino que
vivió en la hura de la liebre periodística.
― ¿No se me perdonará? ¿Me daréis otra oportunidad?
― Depende de ti. Aplacaremos tu sed. Tienes el corazón incendiado. En tu cabeza
duermen boca abajo los murciélagos.
― Ya. Me hablas de la reconversión. Reconvertirse o morir. No se puede combatir
al sistema con sus propias armas. Has de elegir otro campo. Y lo tuyo es la
elusividad: escaparte por la tangente. No busques a la mujer fuerte. Ese afán
echó a perder tu existencia.
Yo sabía que Rosalyn vivía en Hornchurch. Essex. Se cambió de residencia colocó
el teléfono en la lista secreta de la telefónica y desapareció. No quería
seguir aquella traumática relación. Era como si hubiera muerto para él. Remigio
Bermejo no se conformaba con aquella huida.
― Déjalo estar. No es más que una obsesión.
― Una obsesión que me vivifica
La hura de Roland Gardens y la hura de Brunete su destino de topo jugaban al
escondite por los rincones de su memoria. Pero escribir aquella novela no era
un juego de niños. Dolían bastante algunas cosas. La hura de South
Kensington con sus noches blancas con los parlamentos del fantasma y la cuba
del télex que tamborileaba párrafos en aquella cilla o bodega que él llamaba la
caverna de Liverpool. Allí bailaban los Beatles los ritmos de “Michelle ma
Belle” y “Yesterday”. Vino un tiempo divino en el cual para estar a bien con
dios no había que ir a misa sólo entregarse sin reservas ni dispendios al
mandamiento del amor. Fue Korín la australiana que vivía en Earls Court y una
de sus visitadoras la que le abrió las templas del santuario el sancta sanctorum
algo que no revelaría a nadie. Alto secreto. Los padres jesuitas se habían
convertido en gnomos lascivos enanitos que sonreían macabros junto a la gruta
del jardín privado de la duquesa de Avispón. La dulce y elegante señora que
vivía arriba atiborrándose de gin and tonics y suspirando por el hijo aviador
al que mataron en Dresde el último día de la guerra. Con la ametralladora de su
teletipo antediluviano artilugio de la era de la robótica él consumía cigarros
puros para convocar la inspiración. Puff puff una cláusula… puff… puff otra. Es
que sin fumar no me concentro. La maquina echaba humo. Metía un ruido infernal.
Los muertos de aquella caverna donde vivieron tantas buenas gentes durante la
era imperial alzaban la cresta. El sonido de la máquina de escribir era todo un
reclamo de atención para que los dioses volviesen la cara. A uno de los nichos
de la antigua bodega. La condesa Avispón guardaba en aquella habitación sin
vanos el mejor vino y el mejor champán francés. Se alzaban como mariposas sorprendidas
los espectros y puede que de vivir en la hura se le quedase de por vida aquella
inclinación al tintorro. El conde Kelly trajo de Tierra Santa el
mejor vega Sicilia y le dijo:
― Hermano bebe, Vita est brevis
Los dos se arrollidaron y profirieron a dúo las estrofas de la Salve a la
Virgen María que cantaban los reitres templarios antes de ponerse al frente de
sus mesnadas para cortar cabezas de sarracenos. Una ranura en la parte
izquierda de aquella maquina de escribir que era el teletipo escupan una cinta
blanca taladrada de puntitos. Él no comprendía el lenguaje de la perforadora,
le parecía misterioso y procaz pero las frases de su mensaje eran traducidos en
Madrid al minuto y allí el jefe de teletipos un tal Tomas Cerro los distribuía
por toda la cadena. Su ametralladora disparaba en lugar de balas frases
entradillas y titulares de vez en cuando alguna entrevista como con la concedió
Sir Alec Douglas Hume en la Cámara de los Lores. La controversia sobre
Gibraltar también sería un tema recurrente. Borracho de periodismo y en la
cresta de la ola (todos los estudiantes de las facultades de periodismo se
hubieran dejado cortar un brazo por conseguir un puesto como el suyo y eso le
acojonaba) desde el salpicadero de aquel automóvil o nave espacial que viajaba
por el mundo sin moverse desde la bodega de la casa de la Duquesa de Avispón en
el 41 de los Jardines de Rolando pegaba brincos la noticia, surgían como gamos,
titulares. Su aspiración era por el momento copar las primeras páginas de los
periódicos de provincias y que en el Fasces uno de los mejores rotativos en
hueco que hubiera el periodismo español a lo largo de sus cerca de dos siglos y
medio de historia se hicieran cruces y dijera el redactor jefe:
― Bermejo. Hay que ver lo bien que escribe este chico. Lo audaz que es.
Los diarios de la competencia con esa mala uva que caracteriza a los herederos
de los godos todos desde entonces padecemos del dichoso morbo visigótico
apostillarían:
― Es un fascista. Sabe mucho y lo que no lo sabe se lo inventa.
Apud nos existe la funesta costumbre de mentar siempre a la madre del
contrincante. Miquelarena qué país. Sus rivales de corresponsalía se morían de
envidia por saber hablar bien el inglés lo cual se convertirán en un trauma
para Bermejo. Pero éste pisaba fuerte. Emilio Romero y sus muchachos le habían
enseñado la técnica del “pisotón” (cucharón) y él la practicaba con frecuencia
levantando ampollas entre los fariseos y saduceos del sanedrín londinense que
venía a ser una especie de tribunal de cuentas del periodismo. No te acerques a
ellos. Tienen la cara pintada de verde y el verde dicen ser el color de la
envidia.
Todas las tentativas de contacto con su ex resultaron fallidas. Tampoco sabía
nada de su niña. Únicamente una tarde que nevaba tomó el metro y en hora y
media se presentó en Hornchurch. Rondó la calle donde vivía Rosalyn con sus
padres peinó todo el perímetro. Y nada. En cambio, en la intersección entre
Romford Road y Harrow Drive acertó a ver un Ford Cortina metalizado. En la
trasera viajaba su hija. Olquínjelén tendría como dos años y saltaba en los
asientos. Llevaba una faldita escocesa y su pelo era rojizo como el de Bermejo
cuando era crío (bien hacía honor a su apellido) y el de su padre al que
llamaban en el pueblo el “pinto”. Esta visión fugaz fue la última que retuvo
Olguín. Ya no la volvería a ver más. Había pasado casi medio siglo pero él la
veía evolucionar entre los asientos del Ford cortina y subirse a los columpios
de la misma manera que ahora cuando llevaba a sus nietas al parque de Brunete
las contemplaba. Mucho padeció por este motivo y quizá la decepción seria el
desencadenante de su entrega a Erifos pero el hijo de Cronos no lo venció en su
pugna el periodista ex seminarista y el jesuita salió airoso contra tártagos y
furores. Quiso ser un pescador de almas y se convirtió en un guaperas
provocador irresistible a las inglesas cual Casanova. Vagabundeaba en sus
noches incombustibles por los lugares de alterne: la Valbone, Picadilly y los
garitos de Holborn al pie de la gran torre de Comunicaciones del Post Office.
Fueron muy fríos y ahítos de cerveza y desesperación aquellos inviernos. Sentía
la atracción del abismo el caminar al borde del abismo percibir el centelleo
mórbido del filo de la navaja. Estaba desafiando a los dioses pese a esa
cremnofobia o pavidez de las alturas que fue uno de sus lastres y mermas
infantiles. En las excursiones los superiores le privaban de subir a las
montañas. Tampoco eran las escaleras herramientas de su devoción. Sin embargo,
desafió a los dioses, saltó sobre la pértiga. Salió airoso. Vivía y había
quedado para contarlo a los 71 años. Sus enemigos se esfumaron como la niebla
de marzo. Había vencido al vértigo. Los del Olimpo castigaron su osadía de
robar el fuego sagrado con el exilio interior.
― Y eso, ¡qué más tiene! Tú sigue escribiendo rellenando papel y pásaselo por
los bigotes y que pidan árnica.
Capitulo II
VENTOLERA DE HURACÁN. LLEGA EL EMBAJADOR
Las nubes se habían aborregado como de costumbre para dar acolada al embajador,
poblado el ambiente grises panza de burro: el clásico puré de guisantes de las
plomizas amanecidas londinenses. Era una mañana de noviembre de 1973; a él, con
todo y eso, le gustaba aquel color del firmamento inglés con su silencio de
lluvia, le permitía reconcentrarse, ir al encuentro de sí mismo y acogerse en
esa intimidad que los británicos llaman “coziness” (palabra intraducible algo
así como calor de hogar o el equivalente del “gemutlichkeit” alemán).
Paradójicamente en aquella ciudad se había transformado en un extrovertido. Las
nieblas de Londres coadyuvaron a lograr una fuerte vida interior en medio de
las turbulencias juveniles. El hervor de la sangre pujaba, pero ahora yo soy
más yo. Oh lucky man, eres un tío con suerte. Remigio Bermejo se daba con un canto
en los dientes. Nunca se lo había pasado tan en grande ni conocido tantas
mujeres como las que encontraba noches de aventuras locas en bailongos de la
movida como el “Empire” o la “Valbone”. Mary Quant había rebajado la falda a
las inglesas descubriendo sus hermosas piernas. Las bibliotecas fueron
suplantadas por las discotecas, donde bailábamos suelto y “agarrao” hasta la
madrugada y los jueves por la tarde radiaban por la BBC los noventa principales
con Jimmy Savile aquel guru de las melenas blancas el habano en la boca casacas
de lentejuelas y cuyo sonido de imitación era un rebuzno, un tipo muy solidario
que donaba parte de sus ganancias a los hospitales de Leeds y luego resultó un
asno de la lujuria pues aprovechaba estas visitas hospitalarias para violar a
niñas de diez años a punto de ser operadas de apendicitis. Londres era una
fiesta y los ingleses vendían al mundo su m mercancía a gogó. La represión
victoriana sería desbancada y los cuatro magníficos de Liverpool ponían música
de Rock a un tiempo diferente al anterior, en las postrimerías de la guerra
fría. Moraba en Downing Street un viejo caballero de porte gentil que había
descubierto para los ingleses la sociedad del bienestar motorizando el país con
aquellos elegantes Austin Morris luego vendría el mini y las vacaciones en
Costa del Sol, pleno empleo, se acabaron las cartillas de racionamiento que
duraron en las Islas hasta el año 59. El escándalo Profumo acabó con el
gobierno de aquel superhombre de la política que se llamaba Haroldo y había llegado
a la política desde los negocios de la edición la poderosa casa de
publicaciones MacMillan. Aquel mundo de ensueños se vino abajo por culpa de una
pelirroja Cristina Keeller que volvió loco al Ministro de la Guerra John
Profumo al tiempo que se acostaba con el embajador soviético un tal Ivanov.
Total orgías en la embajada de la Urss baños desnudos en la piscina y los
podencos del M15 y del KGB armando el cisco. “You never had it so good” (nunca
lo tuvisteis tan a huevo) dijo el premier dimisionario al resignar su cargo en
los Comunes. La frase de Super-Mac se acuñó como el salvoconducto de un tiempo
de libertad. El mundo quería vivir cambiando cañones por mantequilla, olvidar
la bomba atómica, dar por terminada una época bailando el can-can en las cavas
existencialistas de la orilla izquierda del Sena y leer a Sartre y a Camus.
Habían subido a la pasarela las gogogirls. Pero nos estaban vendiendo el viento
en cápsulas. Aquello era una engañifa
El joven corresponsal del diario “El Yugo y las Fasces”, como hombre de su
tiempo, daba gracias al Altísimo por haberle permitido testificar para
sus lectores aquel paso de la hoja del libro de crónicas. Todo iba a ser de
otra manera. “Recedant vetera, nova sint omnia: corda voces et opera”
(sobreseído el tiempo viejo, sean nuevas las cosas, los corazones las obras y
las acciones); Virgilio nuca falla y al corresponsal veterano latinista le
gustaba con frecuencia consultar sus clásicos. Se acordó de la frase mientras
conducía su automóvil. El cambio, con todo y eso, sería relativo y no tan
dichoso como profetizaban los optimistas. Estábamos en los pródromos donde el
cambio tecnológico mandaría al paro a millones de seres. Íbamos a ser más
felices con el cambio, el desarrollo, el aggiornamiento del que hablaban los
curas sin parar. Y de remate nos quedaríamos sin curro. Tendríamos que escribir
gratis y vivir controlados y acogotados bajo las garras de un estado
macrocéfalo y global. Lo digital en vez de los analógico y por el este y por el
sur volvería a alzar su cimitarra con nuevas yihads y yillahs, invasiones y
otras lilailas del Islam con las que el nazi sionismo nos amarga la vida
a los cristianos. Al Manssur cabalgaba hacia Europa en su caballo blanco y el
del apóstol no aparecía por ninguna parte. No había cojones. Cundiría el
desencanto y el miedo. Estaríamos todos al cabo de la calle amarrados en blanca
por los nuevos aparatos de detección. En la era de la comunicación surgiría
paradójicamente el fantasma de la incomunicación. Dejaríamos de ser personas humanas
para convertirnos en contribuyentes y ciudadanos. Una época de confusión,
encanallamiento y embrutecimiento se acercaba. Quizá, una nueva edad media.
Remigio Bermejo, un entusiasta de Eric Blair y lector de sus novelas desde
hacía tiempo escuchaba ya rugir la marabunta orwellina en un mundo feliz y
anodino a lo Aldous Huxley aunque por aquellos días 1984 quedara todavía un
poco lejos. El gran trauma acontecería en 1989. George Orwell sólo se equivocó
en un lustro. El joven reportero escuchaba voces y aquella mañana gris cantó la
Sibila una copla obscena pero que a él le causaba risa y también miedo:
Aquí, aquí
Quiquiriquí
Gibraltar me lo dejen a mí
Con el nabo no
Con la verga sí
Aquí aquí
Quiquiriquí
Gibraltar déjeseme a mí. Menudos humos traía el embajador… venía a pedirle
Gibraltar a los británicos. ¿Pondrían oídos de tratante, como siempre o esta
vez sí? ¿Nos devolverían la Roca Calpense que detentaban mediante argucias y
expolios desde 1714? Quiquiriquí. A Jimmy Savile el disk jockey del “Top of the
Pops” que Roger traducía “top of the cocks” – emisión vespertina de
los jueves- le enterraron con honores militares en Leeds el año 2010 pero
cuando se supo que era un pederasta peligroso con sus casacas de lamé y
pareciendo ante las cámara rodeada de chavalas y fumándose un puro, entregado a
las obras de beneficencia y promotor de campañas a favor del cinturón de
seguridad en el automóvil con un titular que se hizo famoso en los 70 “clack
click every trip” y el rebuzno de aviso (uuuuuu) cuando se descubrió el
fardel y se supo que no era un benefactor de la infancia sino un asaltacunas
repugnante, desenterraron su sepultura le arrancaron las medallas y esparcieron
sus huesos. Menudos son los brits para casos como el de aquel rutilante
presentador afamado y rodeado de “odaliscas fanáticas que les seguían a todas
partes” de perversión sexual. Aquel fulano no era un “yorkshireman” sino
el mismísimo diablo disfrazado de Barbazul.
La mayor parte de las inglesas con las que ligaba en los bailongos el
corresponsal eran rubias de bote con la piel nacarada y se expresaban en esa
jerga castiza de los barrios, que no es de buen tono, cuando se alterna en
sociedad. La liberación de la mujer empezó por la eliminación de los
tabúes sexuales. Después, cuando destruyeron clavándoles el aguijón a los
zánganos de sus colmenas y caparon al palomo, el mundo se alobaba, pero tampoco
mucho. Había que seguir la fuerza de la manada. Las mujeres probaron las
primeras la fruta del árbol prohibido, querían ser como dios. Sonó el estampido
de la lucha de géneros, los hogares se incendiaron y el tálamo conyugal se
transformó en lecho de Procusto. El embajador traía, sin saberlo, cambios
sociales en la maleta. La hoja de ruta del Gran Diseño. Íbamos a empezar el
viaje hacia un mundo feliz sin jefes sin potestades patriarcales en el zurrón
con el culo al aire y los pechos al viento como las “Fem” que se despelotaban
ante el sagrario del Santísimo e interrumpían las liturgias solemnes.
Dios no existe. Todo está permitido. Equilicuatro. Todo es posible. En
España cuarenta años después todos los días mataban a una los maridos locos por
el celo o por los miedos a perder sus, quedando por los suelos la prerrogativa
del paterfamilias. La parte por el todo. El todo era la cultura pop y tú no eras
más que un currito.
Él vivía bien en su buhardilla de soltero. Winston Place era el aseladero y el
picadero. Los cuernos se iban solos con el soplo de un mal pensamiento. Cuando
se cansan de portar la cuerna el ciervo se refocila en el escodadero. Allí
dentro escucha sonar la trompa del cazador y ni caso. Él está fuera y yo estoy
dentro. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías ande yo caliente
ríase la gente. Se estaba, sin embargo, cerrando el círculo.
Los ingleses tienen un oído exquisito para eso de las jergas. Nada más abrir el
pico, te catalogan, saben ellos de donde eres, por donde vives, a quien votas,
con quien andas y, si tu locución suena barriobajera, tu filiación se
engloba dentro del marco del escaso decoro. Entrabas en el círculo de los de
abajo y te condenan a ser siervo de la gleba. Los de arriba constituían la
casta privilegiada. La fonética entre los ingleses establece las barreras
sociales y los divide en compartimentos estancos y la cosa funciona así fue
siempre. Sólo necesitaban para medrar, ora gozar de buenas conexiones o
reeducarse a lo “May fair lady” y nada de palabras de cuatro letras, ni bloodis
ni fucks” y “never explain never complain” “I am alright, Jack” “keep a chip on
your shoulder, mate. Si aciertas a pronunciar las vocales largas y hacer la
sílaba redondas de un trabalenguas: “the rain in Spain falls mainly in the
plain”, es que fuiste a Oxford o Cambridge, ya puedes llevar a tu novia a las
carreras para que luzcan palmito pamelas en Ascott, si metes en tu prosodia la
gama de vocales cortas y largas que caracterizan a la fonética del idioma
inglés, conseguirás codearte con la crema de la alta sociedad que asiste a esos
eventos con traje de chaqueta y ridículos chapeos. Té y simpatía, coziness qué
cojones. Viva la diferencia y oyes Honorato apaguemos la tele un rato. A lo
mejor un día Remigio Bermejo sería un invitado más a Buckingham Palace para
tomar el té con la reina. Todo se andará. Por soñar que no quede pero cuidado,
Remigio, con esa fascinación “British” que atenazaba por dichas calendas a los
occidentales, se sentía ya un poco súbdito de Su Graciosa Majestad; a la gente
de su generación les entró la decimotercera crisis nerviosa con eso de aprender
la lengua de Shakespeare. Él lo había conseguido. Por eso le nombraron
corresponsal en Londres de su agencia. Por más que no sea oro todo lo que
reluce: Hitler era un apasionado anglófilo, era un forofo de las carreras de
caballos, amaba a los animales; en menoscabo de los seres humanos prefería a
sus perros lobos, el buen tono de las conversaciones intrascendentes donde se
prohíbe hablar de religión o política, se pifiaba por el té de las cinco y
acabó bombardeando la City con sus estucas el muy mamón, llevado por su
anglofilia, que derivó a rabia y remata en complejo de inferioridad pues amor y
odio son términos colindantes.
Hubiera deseado haber nacido inglés pero vino al mundo en una ciudad de
Castilla la Vieja. No era precisamente el fuerte del Führer el “understament”
la ironía y las frases de doble sentido y acabó pegando voces el muy gritón en
sus discursos apocalípticos ante las multitudes de Nuremberg. No sabía el pobre
cabo austriaco que los ingleses son leche de cabra, no mezclan con nada, van a
su aire y sienten un patriotismo profundo pero muy diferente al pueblo
alemán, que no se plasma en ideologías sino en la tradición y cosas practicas
tomando siempre la barra del puerto seguro del “sentido común”. Que su
pragmatismo carece de leyes, pudiendo en su acomodo, según cada caso, acabar en
brutalidad. Un imperio no se construye con una lluvia de rosas sino a
cañonazos, a fuerza de azotes y de invocar el derecho de pernada y de despojo.
Saben mirar a las demás naciones por encima del hombro que es lo que significa
la frase de tener una astilla cerca de la oreja. En todo, diferentes; desde
conducir por la izquierda hasta carecer de constitución escrita, así como una
justicia impecable y un parlamento donde en la Cámara de los Lores se
tiraban pedos sin componer el gesto, sin que el Speaker les llamase al orden
por falta de decoro. Manejan fórmula secreta para reírse de sí mismos y pedir
perdón a todas horas. Oh I am sorry… awfully sorry. Y ventosidad va y
ventosidad viene. Yo conocía a uno que se iba peyendo por la acera Kings Road
exhibiendo una Union Jack y pidiendo perdón a los viandantes el muy guarro. Oh
sorry, I am sorry. Es la palabra que más se escuchaba por aquel entonces en
cuanto desembarcabas en Dover. La vida londinense era romántica equidistante e
incitaba a la melancolía, no embargante el peculiar sentido del humor de
aquellas islas.
En el trayecto desde South Ken hasta el aeropuerto de Heathrow a los mandos de
su mini color guinda iba volando por la Talgarth Road Remigio Bermejo con la
aparatosidad de un español en la corte del Rey Arturo. Había que darse
aires. Se sentía el rey del Mambo Aquel pequeño utilitario lo quería el joven
más que a la niña de sus ojos. Le salvó la vida en varias ocasiones una noche
que se quedó dormido en las inacabables rectas de las landas francesas desde
Paris a Hendaya y en otra ocasión, que se le vino encima un autobús escolar que
habiendo derrapado inundó la calzada, salvó por chiripa. El mini-cupe, que
había inventado un griego de la Casa Morris, era un coche versátil, todo
un proyectil en carretera, y maniobrero igual que las naves de Francis Drake
que echaron a pique los inmensos galeones altos de castillo y bien artillados
pero con escasa maniobra de la Invencible. No mandó Felipe II a luchar contra
los elementos pero las naves inglesas eran mejores. Inglaterra siempre
gana porque practica una política práctica, carece de amigos, sólo tiene
intereses.
Aunque de escasa alzada, en aquel utilitario cabía mucho y pasaron muchas
cosas. Lo había comprado de segunda mano en Hull por quinientas esterlinas. En
la trasera viajaba dormidita su niña Olquínjelén cuando bajaban los fines de
semana desde Doncaster a Hornchurch a ver a los abuelos y, pese a sus reducidas
dimensiones, el habitáculo era cómodo, el salpicadero, de lujo, y fácil de
aparcar; con un portamaletas que era todo el baúl de la abuela. Un joven
español de la generación del 68 cuando se echa coche al menos era lo que
se pensaba en tal época se sentía como un triunfador en la vida. Remigio estaba
tan orgulloso de su mini como del ”seilla” que compró por navidades del año en
que empezó el gran despegue económico que trajo don Laureano López Rodó, aquel
catalán universal de feliz memoria con la primera paga extraordinaria, cuando
empezó a trabajar en el Diario Novedades.
Aquella mañana venía don Gaspar Montesinos destinado a la embajada en la
corte de San Jaime. No se sabía si aquel honroso cargo, ocupado por
predecesores tan insignes como Pérez de Ayala o el marqués de Gondomar,
había sido una promoción o un destierro. En el siglo XVI la legación hispana
equivalía por su importancia a lo que es hoy la embajada norteamericana en
Madrid. Era un centro de poder visitado por gentes de viso en aquella
época. Como fray Bartolomé de las Casas y el obispo Carranza, que vinieron en
el sequito de Felipe II cuando marchó a Inglaterra a casarse con María
Estuardo. En contra la opinión generalizada entre sus colegas que decían que el
eminente profesor de Lugo al que homenajeaban como el próximo presidente de
gobierno, él creía que el ascenso era una trampa. Sus suposiciones que luego se
confirmaron como ciertas en aquel momento iban a redropelo y contra la creencia
de todas aquellas plumas galanas. Bermejo sabía leer los labios y el
pensamiento intrigante y complicado de los británicos que, gracias a su
prestigio, tuvieron siempre vara alta en la política internacional y en la
española por ese papanatismo ingenuo que nos hace menoscabar lo propio
halagando todo lo extranjero, a lo largo de los siglos. Después de lo de la
Armada Invencible encontraron su desquite en las guerras peninsulares y más
tarde con el aluvión de emigrados, tanto absolutistas como liberales. El
alzamiento del 36 se debió a la mano experta de los agentes del FO que
secundaron el vuelo del Dragon Rapid secundando a Franco y al gobierno de la Republica.
Jugando a dos cartas, pues sabían hacer a pelo y a pluma, Inglaterra
quedaba siempre encima y victoriosa, muñidora de enredos “guerra-mongueras”.
Esta es táctica aprendida en la sabiduría del Talmud. Ahora en aquella corte se
cocía la “transición”. Tiempo de platajuntas de tirios y troyanos, venía el
consenso y el disenso. La embajada española se había transformado en objetivo
de peregrinación, todos al santo y a la limosna. Estaban hartos de franquismo
de la verticalidad azul y en Londres ya se cocían los caldos de la nueva sopa
de letras y de las vociferantes platajuntas... aquel ir y venir de mamoncetes y
masonzotes pescadores a río revuelto, gente itinerante que venían a preguntar
sobre “qué hay de lo mío”. En suma, el río revuelto significaba el cultivo de
prósperos negocios.
Ocurría tal ajetreo en todas las revoluciones, vicalvaradas, asonadas,
cesantías, pronunciamientos y proclamas del tormentoso siglo
decimonónico. El exilio londinense fue muy nutrido cuando lo de Fernando VII:
Blanco White, Quintana, Espartero, Lista, etc., la nómina de expatriados era
tan triste como larga. Ganaban en estas trifulcas entre liberales y
absolutistas, izquierdas y derechas, rojos y azules, siempre los mismos y
perdían los de siempre, los que se jugaban el tipo, los exaltados, los
guerrilleros, los “patriotas” dando la cara que no les había entrado en la
mollera aquella recomendación del Libro de la Sabiduría: “A la guerra marcha el
último para que vuelvas el primero”. Al cura Merino héroe de la guerra de la Independencia
lo dieron garrote vil por haber intentado matar a tiros a Isabel II en
las Eras del Mico cerca de la plaza de Bilbao de Madrid al igual que a Juan
Martín que lo agarrotaron en Roa. Se alzarán con el santo y la limosna los
Mendizábal, los Isturiz, O´Donell. Ganan los que están al cabo de la calle
después de la revuelta. Con el cambio político, pensaban los pragmáticos
ingleses, estaríamos más entretenidos y estos incultos nos dejarían de
dar la lata con el tema de Gibraltar. Los españoles indotados para las
lenguas tendrían que aprender inglés de grado a la fuerza. Oh Britannia rule
the waves ¡Que dolce trágala! Doña Nadia Torrubia tan castiza y tan retrechera
ella fumándose un purito, y tan rubia, aunque sólo fuera de bote impuso
la enseñanza de este idioma en el parvulario. Cuando era flecha en los fuegos
de campamento Remigio en medio de la exaltación patriota se cantaba lo de
“Gibraltar español” y a los catalanes se les conminaba hablar la lengua del
imperio y había carteles por todas las partes incluso en los retretes con
taxativas consignas como “no habléis inglés, es el idioma del enemigo”. En el
colegio se daba alemán y francés. Cuando Hitler perdió la guerra, quedó como
ama del campo educativo la lengua de Moliere. Imposible pronunciar aquella ü.
Yo tenía un profesor que para expeler el sonido que cuadraba nos metía
los dedazos en la lengua; mas, ni por esas. Era un canónigo. ¿Se acabaría el
complejo de inferioridad de los españoles con respecto a la Pérfida Albión?. La
Roca calpense es como una sombra siniestra alzando su cresta, aureolada de
niebla, vigilante sobre el rabo de la Piel de Toro, es el periscopio de un
submarino de piedra que coarta la independencia de la nación. Es una profecía
escrita sobre le testamento de la Reina Católica. Hasta que no regrese a
nuestras manos nunca seremos libres. Este concepto del que estaba convencido le
costaría más de un disgusto y muchos reproches,
El Nueva York Times a través de su corresponsal Mateos decía que don Gaspar era
todo un intelecto, un sabio profesor y ministro de Información pero que
profesaba un estilo rudo de sargento mayor, toda una eminencia intelectual; era
un empollón pues se sabía el Quijote y el Código Civil de memoria.
Hablaba mucho atropellando frases, tenía que limar esas asperezas,
evolucionando a planteamientos más circunspectos y sibilinos, según el
corresponsal neoyorquino. Era todo una mente privilegiada, un memorión pero
poco creativo. Las fuerzas ocultas, y él sin saberlo, a base de darle coba, le
estaban segando la hierba bajo los pies. Kissinger fue el gran muñidor de la
nueva situación española. Para él nuestro eminente legado en la corte de
San Jaime jugaba pocas bazas, por representar la continuidad dentro de la
apertura del antiguo régimen, y el país necesitaba un cambio una revolución
transversal que no la conociese ni la madre que la parió. Teníamos que regresar
al parlamentarismo decimonónico para que mandasen los tíos del dinero… siempre
los mismos, no te digo mira tú.
El corresponsal de Las Fasces pronto adquirió de fama por su
extravagancia; ideológicamente se resistía a convertirse en borrego del redil.
Y no se equivocaba, con todo y eso, en su diagnosis. El embajador era aclamado
en triunfo por la corte de aduladores. Los del “Rodena”, “Fichas y Fechas”,
“Cetro y Corona” “Avanzada” etc. e incluso Dulcidio Tarna del que se decía ser
militante del comunismo, habiendo profesado con los hábitos como fraile de san
Vicente Paúl, le hacían el rendibú, cuando otros le hacían la petaca. ¡Pobre
don Gaspar Montesinos nuevo embajador en Londres que venía a destituir al Duque
de Alba! Era una excelente persona pese a sus fragorosos exabruptos. Al
fin y a la postre “ni don Juan ni don Manuel que se me jodió el cordel”. Tenía
buen corazón pero le fallaba un poco el pronto; dentro de su estilo de
intemperancias y brusquedades se ocultaba un alma tierna de español hecho a sí
mismo, así como un estilo austero y laborioso de hijo de emigrantes gallegos
pleno de nobleza honradez y buena crianza. El elegante edificio, sede de la
embajada, de estilo georgiano dentro del estilóbato de Belgravia Square se
convirtió en la corte de los milagros, punto de recalada de arribistas y de
logreros todos a la que salta y con un proyecto de futuro en el morral. Qué hay
de lo mío. Cambiaba la guardia y ya no es que se fuesen los de Arrese y
entrasen los de Solís como se decía durante las crisis ministeriales cuando la
Oprobiosa, sino que el Régimen entero iba a hacer haraquiri y todos a tomar por
culo. Don Gaspar Montesinos, haciendo honor a su hospitalidad galaica, invitaba
a sus comensales a queimadas. Dentro de la sede diplomática se escuchaba el
canto de muñeiras, todos templábamos y tocábamos gaitas pero el himno que se
interpretaba no era una alegre tonada de las romerías de san Benitiño, sino un
verdadero réquiem. Fue el eminente jurisconsulto y profesor el resultado del
mesocrático principio impuesto por el franquismo de la igualdad de
oportunidades. Sólo llegó a ser jefe de la “leal oposición” como él la llamaba
echando mano de un anglicismo abroncado por los rojos “la calle es mía” cuando
fue en aquel tiempo difícil del gabinete de Sisenando Mantecas, ministro de la
gobernación y por los azules que le acusaban de vendepatrias y traidor. Sabía
yo que se le venía encima una temporada muy dura. Antonio Izquierdo el director
del diario falangista y abanderado de los inmovilistas del bunker se había
enredado en una controversia con el ex ministro de Información. El
edificio de la Castellana 142 era un baluarte o un blocao retrogrado. Tesifonte
Candás digamos don Torcuato, el Rey y Agapito Arévalo digamos Adolfo Suárez
estaban preparando la jugada en la cual el eminente, ex ministro de Información
y autor de la Ley de Prensa que inició los pasos del aperturismo, se tiraría de
la terna. Le echaban en cara lo de la censura pero para censura la que
hay ahora, queridos mío. ¡ Pobre don Gaspar: Castilla hace los hombres y los
deshace aunque no sean castellanos sino gallegos! Tesifonte Candás era un
melifluo gijonés que tomaba sidra a las comidas, nunca vino. La sidra ablanda
el carácter. Es algo borracha pero menos bronca y más cantarina que el áspero
tintorro. La llaman la bebida olímpica que tomaban los dioses como ambrosía
para vivir eternamente. Lo malo de las espichas era la resaca del día siguiente.
Dicen que aclara la vista y don Tesifonte, supremo jurista y profesor de
Derecho, uno de los mejores junto con el granadino don Adelino Trijueque,
lector de Maquiavelo, tenía mucha vista y bastante mano izquierda. En su
calidad de preceptor del Heredero junto con aquel gran medievalista catalán,
Martín Riquer, quien sabía mucho latín, descabalgaron a Montesinos de la terna.
Los españoles se inclinaron por la mantequilla en menoscabo del jamón serrano y
el pote de grelos. Era el nuevo espíritu del 12 de febrero. La cosa estaba que
echaba chispas y él sin enterarse. No pudo el príncipe contar con mejores
arrimos. Sus ayos fueron entresacados de entre lo mejorcito de la docencia
universitaria. La crême de la crême. Una pena que el Heredero que entró a reinar
con el nombre de Oriol V (por aquel dicho taurino de que no hay quinto malo)
bajo la formula del rey reina y no gobierna pero mangonea y borbonea que tú no
veas que saliera tan golfo. Se dedicó a cazar elefantes en Botsuana, a sus
motos y a sus salidas de palacio de incógnito. Tal vez imbuido de los
principios cardinales de la monarquía española desde los godos que es procrear
y expulsar demonios. Caros les salieron a los curritos de abajo sus exorcismos
y éste no vino a echar demonios sino a meternos más en casa. El ejercicio de
poder y sus amistades con los banqueros catalanes lo convirtieron en uno de los
hombres más ricos de la tierra. Se aforó y abdicó. Nadie pudo pedirle cuentas.
Con notable diferencia de los monarcas franceses, cuya virtud, de acuerdo con
una vieja tradición, se centra en curar almorranas. Esto teniendo en cuenta al
cristianismo rey galo le fue mucho mejor o peor que Su Majestad Católica. Unos
vivieron en el palacio de Bois y otros en el alcázar madrileño aunque tampoco
habría que perder de vista a los Tudor. Un pontífice español Alejandro VI, un
Borja, que se lo montaba muy bien en el palacio de San Juan de Letrán, concedió
a Enrique VIII el título de Defensor de la Fe y la orden de la Jarretera que
llevan siempre sobre el cetro los monarcas de Inglaterra. Buckingham, la
Bastilla, el palacio de Carlos V en Toledo tres dinastías cristianas que se
pasaron los siglos haciéndose la guerra unos a otros. Tampoco se comprenden
pero deben de ser cosas de los intereses y de la política un arma de futuro.
Esta escopeta por lo visto la carga siempre el diablo. Por ende, de esta rancia
rivalidad histórica Londres-Madrid- París se pueden hacer bastantes cábalas y
extraer algunas conclusiones. Mientras la monarquía gala feneció en la
guillotina, la mayor parte de nuestros reyes murieron en la cama o en el
exilio. Ninguno subió los peldaños del cadalso. ¿Es esto un indicio de
superioridad o una desventaja, Numen? Más preguntas a la esfinge
—Todo se andará. No hagas tantas preguntas a la esfinge, Remigio, que te puedes
convertir en estatua de sal.
—Es una maldita costumbre mía: mirar para atrás.
—El que venga atrás que arree.
Al joven corresponsal le bastaba con saber que el ultimo sucesor de Recaredo
llevaba el camino de convertirse en un nuevo Witiza asediado por el espectro de
don Opas y de don Julián porque lo que juró perjuró. Oriol V por la gracia de
Dios se dedicó a sus motos a sus salidas de incógnito y a la cinegética más
diversa en el más amplio sentido de la palabra. Émulo de Felipe IV el que no
podía parar y hasta llegó a ser galán de monjas y rondar novicias del convento
de san Plácido, a su sucesor se le rindieron mujeres bellísimas como aquella
murciana cuyo marido montó un circo, apetitosa y carnal, mujer muy inteligente,
sandía que no salió badea de los marjales de la huerta del Segura. Tambien hubo
cantantes, marquesas, duquesas, mujeres de rumbo que brillaban en los
escenarios o en las tribunas de la política (se dijo que la retrechera doña
Nadia Torrubia figuró en el padrón de sus adoradas) cupletistas e incluso
tataranietas de Von Bismark. El rey Oriol debió de ser un canciller de hierro
todo un toro bravo en la cama. Fue un monarca constitucional, eso sí, yendo con
pie derecho por el carril de Fernando VI. Vayamos todos y yo el primero por la
senda de la constitución. Gracias, Majestad, por traernos las libertades aunque
anduviera vuesa merced con malas compañías. Tranquilo, Yordi, tranquilo. Su voz
sonó por teléfono la noche de los cuchillos largos. Fue un golpe de opereta
exquisitamente planeado por sus mentores de Supraba. Los súbditos del rey que
rabió no sabían que acabarían siendo más pobres y menos libres en Samarcanda
que dejó de ser el país en que cada uno pudiera hacer lo que le diese la gana,
pensar con su cuenta y tener trabajo, un bien que escaseaba cuando abdicó la
corona a favor de su primogénito. El Caganet que en temporada de esquí
iba a entrevistarse con el monarca en zapatos se le veía en el telesilla
meneando los pinrreles, cuando todos iban en traje de faena para esquí y botas
ferradas,cantaba muy bien el Virolay y que cuando era alférez de la IPS
franquista hacía senderismo y escalaba montañas nevadas por las cumbres
Montserrat, también nos salió rana. Enjuagues, sobornos, estelionatos, pufos,
gatuperios, ese meter mano en la caja en incesante metisaca, que el que mucho
quita y nada pon pronto alcanza el hondón, tuvo en España muchos adeptos. Y
maletines de dinero camino de Andorra y de Suiza. Todo por la patria. Visca
Cataluña y España nos roba, una frase que obtuvo todas las garantías de curso
legal en el rugir de la jauría. El rumor empezó a circular por Barcelona:
España nos roba. ¿No será al revés? La pela es la pela. Madrid les hizo más
concesiones a los catalinos –Jotapedos les permitió a los de la Generalidad
el 20 por ciento de lo recaudado por la hacienda pública, don Alex Jaguarzo un
tio con bigote y don Jovito Tineo que regentaba una cuadra de asturcones,
otro cacique, mejoraron la norma a un 40 por ciento- que ningún otro gobierno
de la esfera occidental hubiese permitido pero aquello resultó una verdadera
cacería una verdadera corte de los milagros en pleno siglo XX. Cualquier otro
estado federal con una policía propia e incluso con un ejército propio como
pretendía don Moreorles, el que nunca estaba conforme, nunca se saciaba, pedía
más. A los catalanes les hizo la boca un fraile. Crecido como estaba por los
muñidores internacionales y los centros de poder estratégico y del dinero
sionista. Remigio Bermejo, ya septuagenario y añorando sus años londinenses,
mirando desconsolado como Quevedo para los muros de la patria suya, se
preguntaba si el conflicto de los Balcanes y el de Ucrania no se repetiría en
la Piel de Toro ¿Quo vadis, Hispania? Cataluña, ¿adonde vas?
Agapito Arévalo un abulense voluntarioso oscuro falangista pero dotado de
cierta audacia y simpatía, y lleno de juventud y buenas intenciones, por más
que el infierno se halle empedrado de buenos propósitos, fue el elegido en
despecho de sus ignorantes detractores. Arévalo era un caballero cabal,
políticamente no demasiado instruido, pero intuitivo y de un gran olfato. Nunca
robó ni utilizó la función pública para forrarse. No como otros que también se
decían del partido único: don Maromo Quintanar, Severiano Mañas, los
hermanos Quiegre y otros grandes epígonos del ámbito de la información,
radiofonistas millonarios el Cantamañas, el Bombas, don Ramiro Enalmagrado y
otros muchos más, todos gente ruin que no pensaba más que en el dinero y se
hicieron millonarios con el consenso. Austero, ático, hético, pues hubo una
época que se alimentaba de café y huevos fritos y ético porque nunca llevó sus
dedos a la caja, simpático, guapo, les caía muy bien a las señoras, lo cual es
muy importante, por su buena percha y su afable sonrisa. Le dejaron solo como a
Romero Robledo y el monarca lo traicionó o mejor dicho lo traicionó. Oriol
Quinto nunca se distinguió por su generosidad, tampoco por su agradecimiento,
con gran disgusto de su paisano Vitorino Moraña la mejor pluma que había en
España por aquellas calendas, haciendo honor a su apellido y a su origen las
Morañas que decía Lope de Vega que daba el mejor trigo de España. Volteriano
algo maquiavélico buen periodista y bien dotado para el bello sexo don Vitorino
figuró entre sus asesores en el tardo franquismo con sus “Cartas al Príncipe” Y
cuando fue coronado el tan deseado príncipe de las libertades y la democracia
no le hizo caso. Don Vitorino se murió de despecho en su piso del barrio de
Salamanca, echando pestes contra los dinastas, él que era tan fino y poseía
aquella labia.
Muchos de los que honramos su memoria acudíamos a O´Donell 24 segundo piso,
llamamos al timbre, abría la criada que nos convidaba a güisqui y nos
presentaba al fantasma del insigne escritor, rehecho y elegante que al andar
echaba la cabeza para atrás, con la displicencia, señorío y
desplante de un gallo de corral, la boca grande, una lengüeta de pelo escaso
como remate a su frente despejada, las gafas grandes pues le gustaban las
tetonas y los lentes poderosas y la boca grande como su risa mefistofélica, que
Vitorino nunca sería un bocazas sino un mecenas de las nuevas remesas de
estudiantes que al periodismo llegaban.
El fantasma de don Vitorino que hablaba pausadamente y mucho recochineo lipendi
como los de Arévalo debía de pensar ya estan aquí otra vez estos, llamaba a su
mayordomo y exclamaba:
—Trae algo de beber y recado de escribir. Déjalos que se desahoguen, Julito.
Inmediatamente se presentaba su redactor jefe de noche, Julio Merino, aquel
insigne cordobés de la patria de Lucano que tenía maneras siempre en la
redacción de sargento de semana y gritaba a voz en grito:
—Venga, ¿está esa pagina?
El confeccionador acudía con el diagrama diseñado de la maqueta de la edición
de mañana y una botella de Johny Walker. Entraban como una exhalación Raul del
Pozo, Jesús Hermida, Cristóbal Paez, Chus Amilibia, y aquel santanderino
que nunca paraba la maquina que escribía de deportes y al que llamaban Kubala,
y una nube de fotógrafos de los que el inmortal Santiso era el edecán (donde ponía
el ojo de su objetivo saltaba un titular) con mirífica sonrisa de adulación “sí
señor, director” y por supuesto Rosana al que seguía cabizbajo y cegatón como
un borrego rezagado Jacinto Antón, especialista en criminales nazis. Déjales
que se desahogue, Julito, que en el infierno descansarán. A última hora y ya a
punto de cerrar la edición entraba casi habiendo perdido el abrigo y el bofe en
el montacargas Julito Camarero que traía una serie de reportajes sobre la
muerte de Gary Chesman en la silla eléctrica.
Nada es lo que parece. Por desgracia vivimos en una era virtual bajo el dominio
de la apariencia. Prepondera el accidente sobre la sustancia y el hecho
consumado sobre la causa real. Nuestras mentes son albergue de esa ficción
supositicia de mensajes subliminales en que se basa la nueva religión de la
propaganda y la publicidad.
—¿No fue siempre así?
—Tal vez sí. Lo que ocurre es que con los medios de masas y la noticia
instantánea la cosa parece más grave.
—No sé yo-replicó Remigio a las explicaciones del Numen- para mí la
noticia es sólo aquello que yo quiera considerar como tal. Sólo puede ocurrir
lo que a mí me dé la gana que pase.
—Es decir que para ti sólo es noticia lo que a ti te salga de los
cojones, Alf. Valiente concepto el que tú tienes de tu deontología profesional.
Te pasas por el forro las interminables lecciones magistrales sobre la pirámide
informativa que impartía en la EP don Bartolomé Mostaza.
—Es el criterio del New York Times y toda su recua de súbditos e imitadores. Lo
del objetivismo es una añagaza. The law is an ass, como arriba va dicho
Bermejo estaba hecho un brazo de mar ante semejantes tejemanejes comineros de
la mentalidad política española, todos se creían el ombligo del mundo, hablaban
y hablaban pero nadie escuchaba. Se estaba preparando un guirigay que pudo
acabar como el rosario de la aurora. Al final, por suerte, la época de las
grandes expectativas se diluyó en un período de consternación y resignación.
Los españoles vivirían de las rentas y dentro de la impotente burbuja de la
queja. Tener trabajo habría de ser un lujo. Las masas universitarias
acabarían en el paro, otros, funcionarios, descornándose a empollar para
sacar una oposición, o, redundantes condenados a comer el pan amargo de
las cesantías, los jóvenes se verían en la necesidad de coger la maleta e irse
a Alemania como hicieron sus abuelos. Vendría después la generación nini y la
cultura del botellón. El único empleo redituable era la política, herencia de
la picaresca, pues a la mayor parte de nuestros tribunos no les guía un afán
redentorista de los males patrios o fines altruistas sino que suben al estrado
por la pela. Había tortas porque era un coto cerrado por el cual solo
podían cazar los mismos. España fue el coto cerrado de las eminencias
grises del tardo franquismo. En la nómina se encabezaba Don Alex Jaguarzo por
otro nombre Bigotitos y su señora doña Caneca, amiga del alma de
doña Nadia Torrubia alias la Castiza. A esta la llamaban la hija del
ganadero, que consideraba al país una finca de su propiedad. Para ella la
democracia era un baño de publicidad. Cuando era ministra de la cosa encargaba
a su jefe de prensa le preparase un dossier contabilizando el minutaje de sus
comparecencias televisivos y que le insertasen en el boletín todos los recortes
de prensa alusivos a ella. Debía de creer doña Expectativa que el parlamento
una tienta. La apodaban la retrechera la que mandaba a los periodistas a tomar
por culo. Con una sonrisa entre tímida y prepotente como perdonando a todo
quisque la vida estaba claro que la ínclita toreaba de salón. El personal
impostaba la voz y se comportaba de una forma poco genuina. El pensamiento
único en desbandada trajo consigo la mimesis, la imitación. Señores y señoras
dedicadas a la cosa pública que parecían cortados por un mismo patrón. Parecían
el resultado de una fecundación en vidrio o el producto de una clonación. Todo
al estilo de los Estados Unidos.
Por último y en el partido de enfrente don Armando Grescas alias Kriege
arco toral del sistema que trajo al mundo don Severiano Mañas, todos los de la
escuela sevillana, que estaban en la Ejecutiva, se expresaban con los mismos
giros retóricos. Para rematar acabamos en el desastre del Cejas
Circunflejas o don Maudillo Jotapedós que por poco nos lleva al barranco del
lobo de la suspensión de pagos. Fue el que entregó los tratos de matar a don
Tancredo dos elecciones derrotado pero yo sigo en el lenguaje político de un
español no existe la palabra dimisión. Yo sigo El colofón o la retahíla o
la rechifla del periodo que se iniciaba aquella gris y voluptuosa mañana del
otoño londinenses de 73 y del que fue testigo de cargo serían los brocárdicos
del librero sevillano que mostraba un interés desmesurado por los atrabiliarios
versos de Antonio Machado:
—A España no la va a conocer ni la madre que la parió.
Todos los procónsules de la Bética no eran ni obreros ni campesinos sino hijos
de militares: los Quiegre se criaron en una colonia de suboficiales siendo su
padre maestro armero. Don Casto Reventadero, de un brigada de infantería. Don
Severiano Mañas, de un alojero montañés que en Sevilla puso una vaquería. Todos
ellos tenían mucha labia y ganas de enriquecerse por más que en su empeño
hubieran de pisar los cadáveres de los históricos del socialismo de Pablo
Iglesias
Si no hubo tiros fue porque Dios no lo quiso o porque asistíamos al crepúsculo
de las ideologías y con tal de tener la nevera llena y el 600 a la puerta con
gasolina para las excursiones al Valle los Caídos, había que dejar de pensar y
vivir aunque dentro de la cultura de la queja pero se impuso el lema de hay que
ir tirando.
Apasionado de la historia de los pueblos y de la literatura, Remigio era de los
que pensaba profundo y en alta voz haciendo suya la máxima de los puritanos de
Milton “think highly and live thriftly” . Actitud proteica le ocasionó no poso
berrinches Verdaderamente estaba angustiado. Acababa de obtener un puesto de
prestigio muy goloso entre los que acababan la carrera de periodismo y eso le
creaba un cierto grado de angustia y de miedo. Sería bueno haber nacido inglés,
tener un empleo menos preocupante y residir en un adosado con un bohío rustico
en Cornualles para ir algún fin de semana y dejarse de preocupaciones,
empaparse de la magnifica televisión pionera de la BBC cuando el gran David Frost
era un oráculo y los programas cómicos y un tanto blasfemos de Alf Garnett (
este diciembre navidades suprimidas… y eso? Pues sencillamente la Virgen
María toma la píldora) hacían reír a todos los habitantes de las Islas que se
atiborraban de elegantes seriales, muy bien hechos y sin “overdoing” todo lo
contrario de Cuéntame, una mala imitación de “Coronation Street” y de soap
opera. Soñaba algunas veces en las pomaradas de Kent, escuchar el grito de las
ocas del corral de Cromwell viajar hacia el Oeste a la Compostela inglesa del
Lands End donde los padres peregrinos se embarcaron para el nuevo mundo a bordo
del Mayflower. Soñaba despierto. Como siempre. La libertad era un juego, la
política una futilidad y la literatura una futilidad pero había que arrojar
demonios fuera. Un exorcismo contra viento y marea pero por favor no llaméis ni
a la veedora de Prado Nuevo ni al exorcista de Alcalá. El uno está haciendo la
tesis en Roma y la vidente en los infiernos.
Iba a cumplir los treinta, su pecho era estrecho y las espaldas cargadas anchas
caderas malos dientes pero una salud de hierro sin ser enteriza. Tenía buen
apetito y a todas horas ganas de fumar. Sus ilusiones y esperanza los
garabateaba en cuadernos escolares “jotters” y toda clase de prontuarios. Manías
suyas vivía rodeado de papeles algún día sería un escritor famoso, obtendría el
premio Nadal luego el Nobel; al cucarro que fue lo consagrarían obispo para
recordar la mañana de su clerical tonsura. Dejaba caer el lápiz con anotaciones
al desgaire sobre mil hojas volanderas. Tenía grandes tragaderas buena
sensibilidad y registros muy complicados para percibir el mundo que le rodeaba
para luego huir de él. Se cegaron algunos caminos, fueron abiertos otros ante
él un amor perdido y un pendiente divorcio. Tales contradicciones y mermas las
mitigaba un hecho glorioso: haber sido designado corresponsal en Londres.
Le dio a la manivela de la puerta del conductor que no era automática entonces,
bajó la ventanilla lateral. Los pulmones se le llenaron del perfume de la
campiña inglesa. Su olfato quedó impregnado del aliento primaveral de los
vientos ábregos. Ancha es Castilla y hermosa la rubia Albión con los siete
condados que conforman la faja prestigiosa que rodean el perímetro londinense,
ciudad inmensa. Aquella carretera moría en Cornualles con sus castañares en un
paisaje llano y escueto que desembocaba en los blancos acantilados de Dover. El
verano acababa de morir. Aceleró. La aguja del cuenta kilómetros marcaba 140
km hora. Rugía la carcasa, brincaba aquejado de un parkinson metálico
toda la arboladura del minicooper 850, date prisa. Hurry up. Tienes
que estar en la sala Vip antes de las once.
Linda Barnes era madre de tres hijos de diferentes padres y ahora llevaba el
suyo porque el resultado de aquellas efusiones veraniegas y retozos en la hura
de Roland Gardens no se hizo esperar. El hijo no es mío. Alf, es tuyo y bien
tuyo, no me jorobes. Como le resultaba muy difícil a aquella simpática inglesa
decir su nombre de pila cargado de erres le llamaba Alf un nombre muchos más
fácil y santas pascuas. Linda era una cockney de buen corazón. Alf, ¿me
prestas cinco libras, el sábado te las devuelvo? Tengo que comprarle a
Brian unos pantalones. Siempre se las daba. Por pascua le regaló una de sus primeras
pagas casi enterita y desde entonces era muy amigo de los hijos de su amiga que
empezaron a llamarle “dad”. Aquella moza le daba suerte. Frecuentaba su piso al
otro lado del río en Kenington un barrio lleno de jamaicanos. A Linda no le
gustaban los negros. ¿Por qué no te vienes a casa? No lo permitiría tu patrona
esa viuda que se pasa los días asomada a la ventana de la planta noble del
edificio acompañada de su gato de Ancora vestida de bata de cola y cargada de
whiskey o de gin and tonic. Creo que lo sabes la ginebra con agua de quinina es
la fórmula secreta de la longevidad, medicina de inglesas carcamales. Siguen el
ejemplo de la Reina Madre. They go on for ever. Nunca se les acaba el gas.
Linda tenía un cuerpo de diosa. Una sonrisa picarona y una melena platino.
Cuando se desnudaba recordaba a las esculturas grecorromanas que adornan los
jardines del Louvre o era el vivo retrato de Baodicea guiando un carro tirado
por leones que surcaba el gario de la fortuna en ristre y portando a mano
izquierda el broquel de la castidad y avanzando por el medio del océano. ¡Oh
Britannia rule the waves! Era una mujer que lo había rescatado de su naufragio
sentimental infundiéndole nuevas ganas de vivir de reír de luchar de escribir.
En sus visitas hallaba la ternura que nunca había encontrado entre los suyos.
La conoció en un bailongo del Soho, flechazo a primera vista. Your place, my
place . Recién llegado para hacerse cargo de la corresponsalía que abandonaba
Manolo Adrio que quería volverse a España para cuidar de su padre enfermo de
parkinson y escribir de tenis en el ABC, había alquilado una chambra al rabino
Herr Weil en Winston Place justo detrás de Marble Arch. Cuando subía a pagarle
la renta del mes aquel piadoso judío le hacía lavarse las manos varias veces
antes de entrar a su despacho. Creyó al principio que era un pagano (goim) pero
cuando Bermejo empezó a hablarle de sus ancestros de Medina del Campo la cosa
cambió. Ya no le traía tantas veces la palangana de los pediluvios y las
abluciones caseras y casi lo miraba como un elegido. Empezó a sentir afecto por
aquel pequeño señor que enseñaba debajo del chaleco arropándole los cuadriles
una faja de oración orlada que sonreía dulcemente y se jactaba de haber
sobrevivido a los horrores de Auschwitz. Un pedazo de pan, el hombre más
tolerante del mundo. En lo único que no era tolerante era con el dinero. Con
esas cosas no se juega. Cada poco subía los precios y no perdonaba a los
inquilinos un penique.
Había embotellamientos en la Talgarth Road. Acaban de cantar los mirlos y
doquiera estallaban besos y abrazos de despedida… see you, love… ta… ta. Humeba
la cafetera. Silbaba el calentador de agua. Londres se despertaba. Millones de
personas estarán haciendo lo mismo. Era la “rush hour” y yo estoy aquí
bloqueado en medio de un embotellamiento. Mi mente también anda un poco
bloqueada. Dicen que el embajador trae a todo un gabinete de prensa y habrá
cambios pues es eficaz como el solo. Es un huracán. Entró en el ministerio de
Información y Turismo como un elefante en una cacharrería. La calle es mía,
pachasco. La falta de sosiego matritense contrastaba con aquel reposo rebozado
en puré de guisante y flema londinense. Estos tíos no se asustan por nada. Son
duros como demonios. Por eso tuvieron un imperio. Las madres echaban el primer
cigarrillo mañanero que es que mejor sabe mientras los maridos, camino del
“tubo”, abandonaban el hogar para acudir a la oficina con su paraguas su
cartera y un ejemplar del Times bajo el brazo, el aire impávido de
“conmuteres!. A su vera circulaban camiones chatos los típicos juggernauts
articulados de morro encajado y muchas toneladas guiados por estibadores
y mozos de cuerda y sin teleras. Al volante de estos mastodontes iban mocetones
rubios de mejillas coloradas que recordaban por sus rostros exóticos los
dibujos de Hogarth. Cien años de revolución industrial habían dejado una huella
indeleble tanto en la fisonomía como la moral o la actitud ante la vida. Los
ingleses son la gente más fea del mundo –decía su suegro Graham Cox- y para
demostrárselo le llevaba al mercadillo de Romford que se celebraba los sábados
en la mañana. Por allí pululaban tipos originales y rostros inolvidables que
denotaban la peculiaridad de la raza sajona. Mister Cox el padre de Nora
trabajaba en una oficina de la city para una empresa dedicada a la importación
de madera sueca la teca o teak con que se hacían muebles. Era un señor muy
discreto, de su trabajo no hablaba nunca. De esas serrerías escandinava fue
representante tambien en Estocolmo el escritor Graham Green. Mr Cox su suegro y
el famoso escritor tenían un elegante parecido. Si la obra literaria del autor
de “England made me” no le convenció del todo aunque siempre admiró su
capacidad de trabajo a redropelo de la inspiración (dos mil palabras al día) la
bondad de su suegro quien le perdonó haber cancelado su compromiso matrimonial
con Rosalyn en el último momento por presiones familiares a Remigio que trataré
de desmenuzar aquí, mas sin entender el absurdo y cruel comportamiento del
español, le maravilló.
Inglaterra era un país serio y como Dios manda. En el suyo prevalecía la
picaresca y la chapuza. Con todo y eso, no había renunciado al patriotismo.
España era para Bermejo la nación perfecta y un buen lugar para vivir. No era
un misoneístas, creía en el progreso desde el amor a la religión católica desde
un marco crítico y sin cortapisa para la libertad como valor supremo. Y tan
abstraído guiaba el auto en estas consideraciones que por poco se choca contra
un bolardo de la autovía. Desde la carlinga de un camión lechero asomó la gaita
un forzudo y melenudo chofer rubiales y con las patillas de boca de echa.
Escupió un insulto. “You mother fucker” invectiva a la que contestó el
corresponsal haciendo la peineta seguido de una retahíla de interjecciones del
mismo rigor pronunciado con buen acento y manejando un repertorio copioso y
barriobajero abundante en el idioma del Cisne de Avon. Él nunca se achantaba y
por tanto hizo un alarde de la lexicografía de choque al uso con riesgo de su
pelleja porque el camionero preso de cólera daba muestras de acelerar su
armatoste y engullir al mini entre sus ruedas. Dio un volantazo pisó gas y
escapó. Aquel incidente en la autopista lo tendría siempre como un mal
presagio. Siempre se salvaba por los pelos. Se había columpiado sobre el filo
de la navaja. Notó sobre sus carnes el miedo al abismo pero al fin había un
poder invisible que le sacaba del atolladero y de los líos en que se metía. Tal
hecho representaba una constante en su palmarés. Fuck off. Tanto se había
identificado con la lengua inglesa que a veces algunos amigos le preguntaban si
era irlandés. También pasaba por judío. Había en su habla esa gangosidad
precisión y paladeo de palabras que es común a los hebreos de Golders Green.
Bermejo no era del pueblo elegido aunque seguramente que en pasado castellano
habría algún hijo de Israel al que quemaron en la aljama de Burgos en 1348
cuando los disturbios en aquella ciudad el año de la gran peste. Sus
tatarabuelos tomaron las de Villadiego y se fueron a Peñafiel en los campos ródenos
de las arribes del Duero. Tampoco parecía el clásico fenotipo español,
detestaba el flamenco, no era moreno y con la sorpresa de alguna moza en
algunas noches de concupiscencia al pasarle la mano por la tetilla descubría su
carencia de vello escapular. No era un pecho lobo. Toda una decepción para
aquellas amantes de quita y pon que miraban a España con ideas preconcebidas
del “typical Spanish” y la semanita de juerga en la Costa del Sol. Él provenía
de la mezcla de sangre del mestizaje, hijo de muchas leches y salpicón de razas
al de por junto, ni el mismo en sus contradicciones sabía lo que era, adonde
iba o de qué guindo se había caído.
Cercano el gran aeródromo internacional, los aviones pasaban en vuelo casi
rasante sobre su cabalgadura de hierro. El mini tiraba millas empeñado en
esquivar la furia del viento y el rebufo de los aviones que acometían la
aproximación a la llanura de Onslow espantando a las golondrinas con el ruido
de sus motores. Abierta la caja de los truenos, se lanzaban salvas de honor al
nuevo embajador de España arribando a la corte de san Jaimito. Don Rodrigo era
la furia del futuro el tambor de las libertades. Ran rataplan. A mí Sabino que
me los como. Allá voy traigo en mis maletas las claves del cambio y del
consenso. El General ya no iba a cazar como solía. Se había pegado un tiro en
un dedo y comparecía en las fotos oficiales con la mano vendada rielándole
mucho el pulso a causa del parkinson. Barruntaban el cambio. Subían y bajaban
los correveidiles pululando. Al gobierno le crecían los enanos.
Alfonso Barra vivía en un adosado en el barrio de Onslow. La casa olía a
queroseno pero aquel tufo de incendiara gasolina no impedía las reuniones de
los corresponsales. Wendy, la mujer del eximio periodista el decano de
todos muy hospitalaria y muy estricta en la educación de sus tres chavales y
que había sido azafata de la British Airways les servía té con pasta y una
tarta por su cumpleaños. Aquel hogar en el que se suspiraba por el regreso de
la monarquía era el mentidero oficial la casa de acogida a un estamento que
gozaba de gran prestigio entre la clase periodística: Augusto Assía, Julio
Camba, Pérez de Ayala, Cifuentes y demás. Allí se rifaba el paraguas rojo de
Azorín, se hacían cábalas porque la generosidad de Alfonso y su bella esposa
ofertaba un buen mentidero. Las reuniones, pudiendo concluir en tenidas, habida
cuenta del ambiente de conspiración, resultaban vocingleras y acogedoras. El
espíritu del 12 de febrero trajo un nuevo gobierno y en el
“reshuffle” salió elegido don Fernando Piedras Blancas digase Arias
Navarro prestigioso abogado que había sido juez en Andalucía. Raúl del Pozo,
escritor de garra y que acabaría escribiendo columnas antológicas en El Mundo
hizo este comentario en la linea comunista:
-Ostias ha salido el carnicero de Málaga.
Para Pepe Meléndez el delegado de EFE, un sevillano con mucha gracia y un
cronista taurino al estilo de Diaz Cañabate una pluma galana y un gran
periodista que firmaba como Pepe Hillo se limitó:
-Tenemos la mantequilla Arias que no es precisamente la del Primer Tango en
Paris.
La película que había sido prohibida por la censura en España. Desde Madrid se
flotaban aviones enteros a Londres o al sur de Francia para ver el filme en que
Marlon Brando como compañero de una jovencita algo morenuca, y unas
esplendorosas piernas lo bordaba. Muchos salían decepcionados porque al fin y
al cabo lo de la mantequilla no era para tanto.
Todo se quedaron un poco acojonados pero seguían esperando el advenimiento del
nuevo Mesías El Deseado. Moisés Lozano se presentaba en las reuniones en su
calidad de representante del órgano dinasta “Cetro y Corona” luciendo su
hermosa calva y ojos penetrantes detrás de una montura negra de concha en los
que brillaba la chispa de la inteligencia y la ironía. Embutido en su gabardina
de Marcs & Spencer y su porte distinguido de militar (venía de una familia
castrense de alto rango que se distinguió en la campaña de Marruecos)
Lozano perfilaba crónicas magistrales en el organo monárquico ironizaba sobre
su señorito Juan Tómbolo que le tenía como chico de los recados y se presentaba
cualquier fin de semana a hacer turismo por Londres. Una vez le pidieron un
diafragma anticonceptivo desde Madrid y el paquete no llegó a su destino. Pepe
Meléndez, Pepe Hillo, con su gracejo andaluz comentó:
-No te preocupes, Fonsito, a lo mejor se lo ha puesto la mujer del de Correos.
Meléndez era toda una institución en la pequeña redacción de su agencia
en Bouverie Street, una bocacalle de Fleet Street, rodeada de tabernas en una
famosa la del Cedar en Cheese decían que habían enterrado de pie y mirando para
Jerusalén al doctor Johnson, y declaraba con su peculiar dicción algo tartaja
para el que lo quisiese oír que él hacía el amor todos los días.
-¿Y si un día fallas?
-Al día siguiente echo dos
CONSENSOS, ASENSOS Y PROFECÍAS
Heathrow Airport era como el empalme de Venta de Baños pero a lo bestia. Sin
estufas y sin puertas carreteras, ni puertas de cuarterón, sólo puertas
automáticas que se abrían y cerraban mediante dispositivos de detección, lleno
de circuitos cerrados de los edificios inteligentes, aislados de la atmósfera
exterior, el aeródromo con mayor densidad de tráfico del planeta era algo más
que un punto de encuentro bisectriz y secante de muchas trayectorias vitales
(somos muchos millones en el mundo), nos hemos convertido en un número. Él
vivía obsesionado por la bomba atómica de la demografía. Este sentimiento se
experimenta donde más en un aeropuerto internacional como el de Londres máximo
exponente del anonimato global que devora lágrimas y sonrisas. Sobre grandes
paneles negros se barajaban fichas con la indicación de los vuelos. Los cuales,
al moverse, alzaban un estallido agradable como el cortar de una baraja. Tú
das, tú vienes, tu vas. Que te vaya bonito, goodbye to all that. Se
anunciaba la llegada de los cerebros electrónicos. Con la inteligencia
artificial no habría vuelta de hoja. Un dedo invisible accionaba la palanca de
los tableros-índice en movimiento incesante. Heathrow era el templo de las
lágrimas y de las sonrisas de encuentros y despedidas. Lleno de sordo bullicio
del ajetreo de maletas ¡qué lejos estaba la humanidad del templo de Volutia!
Durante cuatro años frecuentó aquel lugar pues tenía una moza en Oviedo
Adosinda. Y la cortejaba en plan aeronauta cada fin de semana a golpe de jet y
de conferencias telefónicas porque no se había inventado el teléfono celular.
—Conferencia con Bozón. Aquí Londres.
—A ver.
—¿Está Adosinda?
—Marchó.
—Vaya por Dios.
Así salió la cosa. Amor por correspondencia o a través del cable axial
instalado en la profundidad del álveo atlántico abstenerse. Porque para torear
y casarse preciso es arrimarse y el que lejos de su lugar quiere casar o va
engañado o va a engañado. El refranero era muy preciso para esas situaciones.
Bozón la cuenca minera. La telefonista escuchaba aquel absurdo pegar la pava a
cientos de millas de distancia y claro luego Adosinda y su corresponsal cuyas
crónicas aparecían en el diario de la provincia se convirtieron en la comidilla
general pueblo chico infierno grande. El cura que tambien andaba tras la moza
estaba al tanto. No hay quien pueda con ellos. El Vaticano esparce sus redes de
espionaje dicen que las mejores del mundo conocido y los clérigos se enteran de
todo y no sólo a golpe de confesionario.
¿Qué fue de ella? Le dijeron que había muerto de un cáncer de pecho, fue
uno de sus amores en la universidad. Era una muchacha elegante. Venía a clase
con trajes de corte y guantes de cabritilla. Parecía una modelo. La llevó a
bailar un par de veces al rancho criollo en el 600. Hablaba poco desde su
introversión y su belleza de la cuenca minera. Dado su semblante, podría pasar
por la pasiega en traje regional que anunciaba Anís de la Asturiana y aquella
canción que ponían en el descanso de los partidos de fútbol de primera
regional: “Ay, mamá Juana, yo no me siento feliz sin una copita de anís de la
asturiana”. A Remigio, perdido como andaba en estas cosas del amor, le
recordaba a Dulcinea del Toboso una situación en que uno amaba por dos
caballero de la triste figura un desastre absoluto. Aquella relación no tenía
ni pies ni cabeza. El sagaz reportero no sabía que se había enamorado de una
desconocida. Adosinda con su nombre de reina únicamente podía existir dentro de
los predios de su imaginación. Heathrow le recordaba aquel amor absurdo que
intentó sostener a golpes de reactor. Uno y otro se autodestruyeron mutuamente.
Recordarlo le producía una cierta quemazón interior en el que se confundían la
rabia el arrepentimiento y el sonoro que dio en aquella noche toledana o mas
bien ovetense cabe los arces y robles del parque San Francisco testigos de sus
lágrimas en la noche más triste de su vida. ¡Maldito Erifos! Se veía en la sala
de espera aguardando el embarque en la puerta de Iberia leyendo novelas de
Chejov de Clarín y de Graham Green. En uno de aquellos viajes de fin de semana
se leyó “Travels with my aunt”. Aquella novela fue un libro funesto. Adosinda
de buenas a primeras rompió el compromiso matrimonial. Todo acabó como el
rosario que bien lo anunciaba aquel libro “Viajes con mi tía” Por lo visto se
lo pensó bien Adosinda y comprobó que no era Remigio su partido. Un cura amigo
había avisado a la chica que se había casado por la iglesia y aunque el
matrimonio hubiese sido anulado por la Rota aquello pesaba como un estigma. No
hubo boda. Mejor así pero el desaire le dolió intensamente y recordaría durante
toda la su vida aquella noche de septiembre de 1974 en el parque de San
Francisco un locus amoenus de sus ensueños literarios. Por sus sendas que condicen
al ábside del primer convento franciscano fundado por el Pobrecito de Asís
había paseado Ripamilán el chantre de la Regenta y lo frecuentaba algunas
tardes Polifemo aquel militar erguido y tieso siempre acompañado por su mastín
el King. A partir de entonces no volvió a tocar ningún libro de Graham
Green. Su escritura estaba gafada por una fuerza oscura el espiritu de las
tinieblas. Clarín y Palacio Valdés le habían metido muchos pájaros en la cabeza
con su proyección romántica de la existencia. Regresó maltrecho y con el
corazón apuñalado a su hura de Londres a su esconce bajaba, al escodadero, la
guarida de los renos donde se pegan golpes con la cornamenta, se lamen las
heridas y mudan la cuerna. Historias de cuernos. Muy aptas para cornudos son
tales residencias. Asimismo su concepto sobre los curas y la iglesia romana sin
detrimento de su profunda fe se hizo más suspicaz, nada es lo que parece. Por
dentro sin embargo iban las heridas. Adosinda y su cura hicieron la del
escudero de Guadalajara de lo que te dije esta noche a la mañana no hay nada.
Esta es toda la cera que arde en el cirio Convirtió a todo esto su hura
londinense en un picadero. De alguna manera tenía que vengarse de aquellos
estropicios sentimentales. Nada de romanticismos y poemas juglarescos.
Las mujeres carne y agua, un entramado de desagües y de cañerías. A veces el
imbornal se atora y esta congestión se transforma en la raíz de muchos males.
Venus naciendo de la espuma trajo la vida y la muerte al mundo. Rose se
encastilló en su mansión Tudor de Hornchurch. Adelita Valdepielagos sólo quería
casarse y antes de probar el tarro de miel había que pasar por la vicaría,
Adosinda tampoco sabía lo que quería, deshojaba la margarita con aquel
párroco de las montañas. Sólo encontró el amor real en Doris transfigurada en
una nueva diana cazadora. La carne el sexo y el vino.
En los grandes aeropuertos nos vigila el gran hermano y eso que todavía no se
había puesto de moda en GB la instalación de cámaras. Tiempo adelante el
espionaje electrónico se apoderaría de las calles las plazas las oficinas los
hospitales y los templos como antídoto contra el terrorismo. El hombre moderno
es un ser transparente para las autoridades. Entretanto la gente iba y venía.
En los setenta dieron comienzo las grandes migraciones. Acudían a las islas
oleadas de personas de todos los continentes. La rubia Albión empezaba a dejar
de ser aria. A él le traía al pairo aquel mestizaje que aterrorizaba a algunos
plumas de Flete Street sobre todo a los directores del Daily Express, cuyo
icono de identificación era un caballero templario armado de pavés en el que
exhibía una cruz blanca. El amarillismo sensacionalista esparcía la angustia de
vivir con la preocupación de ser arrollado dando origen a la xenofobia que por
otra parte estaba prohibida por la ley. Esa angustia que lejos de preocupar a
las clases dirigentes que vivían encastillados en su burbuja antes bien los
consideraba en su poder por aquello de que el miedo guarda la viña, era el
agobio de las clases populares. Caminamos hacia la aldea global. Inglaterra
desde los vikingos y desde los normandos nunca había sido invadida. Los isleños
contuvieron a los españoles de la Invencible, William Pîtt contuvo a Napoleón y
los alemanes salieron escaldadas en su lucha por el aire con los pilotos de la
RAF.
Al margen de tales consideraciones lo importante es que aquella mañana llegaba
el embajador un hecho que cambiaría su vida y él no acertaba en su nerviosismo
y confusión a dar con la puerta de embarque en aquel inmenso aeródromo. Andaba
un poco perdido como siempre pero rezó un padrenuestro a san Antonio y al
instante dio con la sala. Allí le aguardaba toda la tribu. Los corresponsales
hacían fila o corrillos con los agregados de embajada algunos miembros del FO y
un buen grupo de azafatas y de secretarias. Al verlo llegar Dulcidio Tarna
lanzó un vítor con su voz de sochantre de la catedral de Cuenca porque aunque
se las daba de comunista no acababa de desasirse de su pelo de la dehesa y sus
ocho años de seminario y él le ganaba en dos hasta segundo de Teología órdenes
menores un cucarro para que nos entendamos. Todo un acontecimiento social la
mayor parte de los políticos los abogados y los profesores y maestros la
intelectualidad en suma había cursado estudios eclesiásticos durante la Oprobiosa:
—Hombre, ya está aquí el que faltaba… qué, ¿se te pegaron las sabanas,
Remigio… a saber dónde te metiste la noche pasada
—Me perdí, no encontraba el camino. Esto es inmenso.
Con su porte, mitad actor de cine mitad gañán, Dulcidio era un representante
de la España real un personaje que había aterrizado en la capital británica
desde las páginas de alguna novela picaresca. Su prosa era radiante y se movía
bien en las alturas de los clásicos y entre los albañales de la briba,
conocía el lenguaje de la cárcel y la gacería de los manguis y los troneros.
Pese a su fama de anarco comunista sabría bailarles el agua a los políticos,
les caía bien a las marquesas e incluso circuló por Madrid el bulo de que se
había acostado con la gran duquesa. Amigo de actores y de actrices, se parecía
en lo físico a Paco Rabal. Era el reportero más brillante del vespertino
Vértice, la mano derecha de Victorino Morañas que lo envió primero a Moscú
donde debió de tener líos con el KGB a causa de su adhesión a Santiago Carrillo.
Sus ojos eran socarrones, su sonrisa mórbida y se le reputaba como la mejor
pluma de Madrid el ojito derecho de Morañas y el sucesor de Cela. Mucha
conjunción adversativa. Interminables batallas y controversias. El que venía,
sin embargo, don Gaspar Montesinos era un fin de raza el último de una estirpe
un estadista con sustancia. Los que vendrían detrás todos chicos listos guapos
cuidadores de la imagen y la línea pero cantaros sin agua. Arrollarían las
rubias de bote y los líderes de la ejecutiva y todos muy encantados de haberse
conocido. Otro mundo diferente aguardaba bajo el toque de las apariencias y sin
sustancia. Los aires globales nos volverían a todos más desconfiados. Muy bien
informados pero perfectamente desinformados a expensas de los lavados de
cerebro y la frenética actividad de la propaganda. La literatura española se
reduciría a García Lorca y un poco de Cervantes al que ya nadie leía y la
pintura sólo se llamaba Pablo Picasso. Los vencedores de la guerra civil serían
los malos y los vencidos los buenos. Mudaban las formas, cambiaban las tornas.
Gaspar Montesinos quería convertirse en un premier a la inglesa entregado a su
sueño de restablecer el turno de partidos Canovas Sagasta que tuvo para el país
connotaciones trágicas. Había que volver al escondedero y encovarse y no decir
ni mu porque el rodillo acabaría aplastando la cresta del gallo. Estaban
tocando a misa mayor en la gran catedral de la confusión y el nuevo orden se
denominaba Consenso. Dulcidio Tarna añorando sus tiempos de Moscú y de Lisboa
en Londres el gran donjuán el periodista con fama de play mozo no se comía una
rosca. Decía que aquello era un campo de concentración. Pero allá por los
sesentas una vez que se lo encontró en el Café Cojón de los Cojenes lo encontró
transformado en un buen chico de derechas con loas al Zigotitos y su esposa
doña Caneca. Era un especialista en panegíricos. Citaba a Shakespeare y
lamentaba su merma de no poder escribir en inglés. ¿A qué se debía tal viraje?
… Inconsistencias de la vida española. Asi que Londres un campo de
concentración pues ahora sí que estamos buenos. Vayamos todos y yo el primero
por la senda de la constitución que dijo Fernando VII. Compartía, sin embargo,
Bermejo con su colega y, sin embargo, amigo la retranca seminarista y ese afán
por la elegancia que siempre distinguió al gran reportero de “Vértice” pues en
él todo era vertical desde el sindicato a las chavalas, no debía de entender la
línea curva. Lo suyo eran las grandes rectas.
Fumaron juntos el segundo pitllo negro de la mañana que es el que sabe mal. Los
colegas habían puesto a uno el mote de “mariscal” al representante de “Fasces y
cumbres nevadas” y al otro “Carrozas”. El avión de Iberia venía con retraso.
Niebla sobre el Támesis o acaso de la demora tuvieran la culpa las meigas los
elfos la ondina y culebras que rondan los ríos revueltos de la política. Pero
al fin se presentó el deseado con un aire de prisas la frente despejada y el
pelo corto a lo militar una insinuación de barriga la mirada noble y aires de
mando. Andaba con un ligero balanceo insinuantes de una incipiente artrosis que
acabaría en paso de bamboleo de bergantín con mar rizada de sus tiempos
finales. El embajador orzaba al caminar con el movimiento pendular de un galeón
español. Pobre don Gaspar Montesinos el fundador de aquel partido de derechas
que acabaría en guirigay. Él fue el apóstol del consenso y el asenso rodeado de
una cohorte de pijoflautas y asesores. lo tuvo claro.
—A trabajar, vengo a trabajar- dijo con su voz de comandante
—Os va a poner a todos firmes – dijo el Agregado naval, un general de derechas,
volcando la mirada sobre los periodistas que asistieron contritos y afanosos a
la primera rueda de prensa.
Se escucha el rasguño de los bolis y el rodar de las cintas de las grabadoras de
bolsillas repitiendo una única consigna vengo a trabajar. Vengo a trabajar.
Todos firmes… ar. Les estaba poniendo firmes a unos y a otros a los chicos de
la prensa al cónsul a los agregados laborales y militares, a las secretarias
mini falderas que iban y venían con un aire de expectación en el semblante y a
los topos del M15 que rondaban por allí embutidos en sus gabardinas y
sonotones. Hacía en la sala demasiado calor
Winston place estaba en un bajo de la vivienda estilo rey Jorge del que era
propietario Herr Weil (con qué unción y acento alemán pronunciaba aquel hombre
la palabra “property” y “premises” que tienen un aura sagrada en el idioma
inglés) el casero le sacaba los ojos con una renta altísima más de medio
sueldo. Su rapacidad carecía de mesura pero cuanto lucraba mediante el
ahorro y la usura no lo quería para sí. Mandaba todo lo que ganaba a Jerusalén
pues vivía en la austeridad en el piso de arriba. Aquel superviviente de los
campos suscitaba en él sentimientos encontrados. Al principio le pareció no más
que un ser repugnante, un usurero, pero acabaría encariñándose con mister Weil
casero típico londinense que brujuleaba entre la mística, la observancia de las
leyes Kosher, las visitas a la sinagoga y la guarda de los 666 mandamientos y
la constante lectura del Talmud que debía de saberse de memoria. Mitad hombre
de negocios y mitad místico. En su rostro se reflejaba la correosidad y el afán
de supervivencia de una raza tan odiada y perseguida que acabara dominando el
mundo. Tolerante y fanático. Inamovible en sus principios pero lleno de
dulzura. Casualmente, el joven reportero reparó en un hecho misterioso y es que
en sus andanzas por el mundo siempre encontraba cobijo bajo un techo judío. En
Nueva York también se encontraba, al llegar, perdido, y dio con un casero
hebreo de origen ruso que le proporcionó habitáculo. De fianza le entregó las
diez mil pesetas que llevaba en el bolsillo. Lo engañaron pero no tenía otra
alternativa. Aquellos hombres del kaftán que vestían a lo talar igual que en la
edad media fueron su sino ejerciendo de samaritanos. Conocían los resortes de
la economía y estaban en el secreto de la historia acumulando las ganancias
inmobiliarias. La clave estaba en el control del “real state” y la palabra
“property”, un sustantivo que a su huésped propietario se le iluminaba el
rostro Había que comenzar a despachar las crónicas al día siguiente de su
predecesor Manolo Adrio que se iba a jugar al tenis a Madrid, escribir en ABC y
cuidar de su padre con Alzheimer. Para él el trabajo fue lo primero y procuró
instalarse con rapidez. En aquella pocilga donde se las apañó venciendo la
resistencia del huésped a instalar un teles – Weil sospechaba que su inquilino
era un espía de Franco- estuvo hasta las navidades del 72, le ocurrieron algunas
aventuras y llamó varias veces a su ex ofreciéndole la casa y el trabajo tengo
un empleo podremos empezar una nueva vida ya no somos pobres pero sus intentos
fallidos se medio desesperó e hizo lo que nunca debía hacer atiborrarse de
pintas de cerveza en las tabernas de Picadilly. Compró en Portobello una mesa
de segunda mano y allí colocó una estampa de san Antonio su protector un
diccionario Sopeña el reloj la grapadora, la Olivetti. El gran invento de los
ingenieros italianos, su compañera de fatigas por esos mundos y su cachimba a
la que se agarraba con bocanadas de humo que conjuraban los malos espíritus y
atraían la inspiración. Devoto de aquel franciscano de Padua al que los cromos
pintaban siempre joven y barbilampiño, el cual nunca le había negado y le
sacaba de sus extravíos perdidizos haciéndole volver por la gracia de Dios al
buen camino, pensaba que aquella estampa con el Niño Jesús en brazos será la
mejor contraseña para pasar el rubicón periodístico que acababa de acometer
casi a bragas enjutas aunque quien no se arriesga no pasa la mar. La máquina de
escribir constituía un tótem. Como instrumento de perfección u de sufrimiento
al tener que enfrentarse cada día con aquel panel de las 24 redondas blancas.
“Nulla linea sine linea” la escritura formaba parte de su sino. Fuerza
terrible. Impulso irrefrenable. El archivo de sus escritos se fue pareciendo al
nido de la urraca porque todo lo guardaba sin que después acertara a
encontrarlo. La cosa empezó en Winston Place para seguir ganando proporción en
su hura de Brunete. Montañas de papel, apuntes, textos literarios, guiones de
proyectos abandonados novelas y poemas hojas taladradas y luego amontonabas en
gruesos archivadores de arillas y portafolios. Recortes de periódicos con sus
entrevistas y reportajes. Prontuarios y manuscritos derramados a lo largo de
aquella caligrafía nerviosa y contráctil que únicamente Remigio sería capaz de
entender. Nunca ganó un duro con la escritura pero aquel alijo inédito en buena
parte sería el legado que dejaba a la posterioridad como testimonio de su paso
por la tierra. Confieso que he vivido. Eran testimonio fehaciente de su comezón
literario. Ese afán de búsqueda. El estallido ruidoso de su “Pluma 22” aquel
artilugio mágico que instaló como una diosa sobre la mesa de segunda mano
adquirirá en el mercadillo sería música a sus oídos. Mediante el mismo
ametrallaba sus ideas. Disparaba a todo lo que se mueve. Tú eres un tío muy
peligroso detrás del tablero de una mecanográfica le dijo en cierta ocasión su
amigo Alfredo Somo. El traqueteo de la Olivetti cuando advino el nuevo Mesías
Guillermito Puertas que cambió la faz del mundo analógico a lo digital fue
sustituido por el bisbiseo confidente y silencioso del PC una herramienta de
trabajo que multiplicó por mil la capacidad de trabajo, el mundo entero comenzó
a escribir en la pared mane tzel fares. Esto se acaba. Todos escribían pocos
leían. Todos gritaban nadie escuchaba, se había acelerado la historia. Todo
fluía más rápido. Los inéditos que acumulaba el hombre en los altillos y
armarios de su escondite eran el testimonio de su búsqueda. Odiaba los
convencionalismos y las ideas a priori, pocos dogmas ideas claras nunca fijas
eran parte de su obsesión. Anhelo de un alma libérrima que escudriñaba los
secretos de la existencia. ¿Cómo? Relacionado, colacionando, comparando,
inquiriendo. En esta búsqueda y en su correosidad, en ese no dar nada por
descontado, no hay que rendirse nunca, otros vendrán detrás de ti, se sentía un
hijo de Israel, un elegido. El pueblo hebreo habla siempre en primera persona
del nos colectivo y mayestático sin importarle un ardite el yo individual. Es
la colectividad no el sujeto la que boga la nave de la historia. El todo
predomina sobre la parte lo que viene determinado por una relación estrecha o
vinculo sagrado con la deidad. La Providencia le había dotado de esa
resiliencia característica del Vaso de la elección. El de Arriba los escoge
sólo para el dolor. Tienen que avanzar con la cruz a cuestas aunque su casero
que consideraba al crucificado un impostor y la cruz patente de corso para toda
clase de aberraciones y violencias no entendiera tal extremo. Acaso lo intuía
aceptando con una media sonrisa los reparos de su inquilino al Sacrificio
Ritual en el que ninguno de los dos creía. Lo daba lara raza. Eran unos
excelentes propagandistas, expertos en palabras mayores. Sin embargo, los
campos meterían mucha bulla durante las generaciones siguientes. ¿Demostrarían
que los evangelios eran una impostura y la crónica de la pasión puro teatro,
una historia de buenos y malos trufada de fanatismo? De manera que sobre las
cuartillas blancas derramaba a diario el cáliz de su sangre y de su dolor. Tú
es Vas Electionis. Al remate cuando andaba perdido y se hallaba de bruces sobre
el abismo una mano invisible le libraba de las mismas fauces del dragón. Le
parecía lamentable que aquella incesante labor de redacción periodística y de
creación no hubiera sido reconocida por sus semejantes. Tal vez cuando te
mueras, Remigio. No me vengas con caxagalinas. Tú sigue. Yo sigo. Inasequible
al desaliento. Le parecía reconocer su esconce de Winston Place. Gloucester
Road era un nombre que sonaba familiar a sus oídos. Tal vez hubiera habitado en
una vida anterior. Es el duende de muchas casas inglesas. Un buen fantasma aumenta
el precio de mercado porque allí el espiritismo no se cotiza a la baja. Por los
corredores circulaba un viento frío de melancolía y en los espetones de la
verja de acceso se posaba un pájaro negro graznando con voz desagradable.
¿Presencia inexplicable de algun inquilino condenado por Mercurio santo patrón
del dinero y los negocios a reencarnarse en un cuervo? ¿Era uno de aquellos
vecinos de la inmensa ciudad que las aburridas tardes del sábado leen la Biblia
dan cuerda al reloj y cantan salmos? El mozo madrileño había detectado de
presencias espiritistas en todo el area de Marble Arch. Era el ánima de los
viejos marinos de la escuadra, buhoneros de Kent y un buen grupo de meretrices
que hicieron la carrera por Hyde Park. Los londinenses estan acostumbrados a
estas representaciones imaginarias del más allá. En Londres los muertos viven y
los cementarios bajo la luna se situaban en el perímetro de las iglesias muy
cercas de los lugares de diversión. Los muertos viven adheridos a las piedras
que amaron o a la corteza de los robles que besaron donde dejaron escritos los
nombres de sus adoradas atravesando un círculo con el dardo de Cupido. Podían
escucharse los dirges o cantos fúnebres de las sibilas recordando la peste
negra de 1348 y que diezmó la población a través del susurro de las hojas de
los arces. Un duendecillo posaba sobre el vaso de su pinta cuando cansado por
el trabajo se acercaba a tomar una cerveza a la taberna de la esquina El
Caballo Blanco. El nomo le hacía momos, le sacaba la lengua, se burlaba de
Remigio. ¿Cómo te llamas? Puck. Vengo a decirte que tu hija se encuentra bien.
Ayer la vi cantar con los niños de la guardería. Es algo pelirroja como esa
perilla que tienes tú. ¿Dónde vive? En las conurbaciones del Este. ¿La veré?
Anda dimelo Puck que para eso eres un espíritu puro tienes el don de la
bilocación y la ciencia infusa. La cosa está peliaguda. Fuiste malo. Celoso
desconfiado, crucificaste a Rose. Eres un calderoniano. ¿Entonces? No te
aflijas vive tu vida echa en el olvido tus furores que son tus traumas
personales y vuelcas en la búsqueda de la pequeña Alcuina. No te obsesiones.
Tomatelo con soda y los inventos con gaseosa. Ya sé espiritu lo que me dices.
Tendré que tomar otra copa. No hay más remedio. Sí beber para olvidar y en diciendo
esto Puck se esfumó como si fuera un personaje de un drama de Shakeapeare
esparciendo los latidos fantasmales de una noche de verano a su alrededor. La
niebla se hizo cockney. Las viejas cocheras habían sido reconvertidas a
viviendas unifamiliares donde moraban viejecitas, a la puerta verde de estas
casas se veían tiestos de geranios y macizos de flores en el umbral la
indefectible botella de leche y una copia del Times. Londres era el paraíso
perdido de los vagabundos melancólicos cuya iconoclasia y su rebeldía
temperamental batía el forme de las sendas adoquinadas. No era una ciudad
diseñada en linea recta. El mapa hacía muchas caprichosas parábolas evolventes
y envolventes hasta que llegas al creciente de una plaza triunfal y al
callejear por la ciudad puede sorprenderte lo inefable. Una noche de diciembre
al volver al esconce de Winston Place desde el Caballo Blanco (había tomado
unas cuantas pero no creía estar bebido) le ocurrió un accidente difícil
explicar y que tenía que ver con el ambiente paranormal de los habitáculos de
aquella ciudad. Una rubia de curvas insinuantes la maja desnuda le esperaba y
le sonreía sentado sobre el confidente donde él acosyumbraba a mirar la tele y
leer los periódicos de la mañana. Era una mujer de ojos azules la melena
desbordante sobre los hombros y un gesto displicente e invitatorio como
diciendo ven a mis brazos, querido. Yo sé cuanto has sufrido por esa mujer. Sus
gestos eran los de una diosa que apiadada de los mortales había bajado desde el
olimpo hasta el barrio de Marble Arch. No estaba borracho aunque creía ser
victima de una alucinación. Demasiado café muchas cigarros varios tanques de
cerveza. De pronto, sonó el telefono ring ring y escuchó la voz profunda del
casero que venía como de ultratumba
—¿Hay alguien ahí con usted. Me parece que he visto a alguien. ¿Tiene compañía,
mister Bermejo
—Nadie. Aquí no hay nadie, Herr. Weil.
Pues acabo yo de ver descender por la escalera a una de esas busconas que
azotan Gloucester Rd el día y la noche. No se puede introducir mujeres en su
habitación. Va contra las reflas del establecimiento. No en mis premisas—
recalcó el propietario que se llamaba Porqué en alemán y algunos ingleses le
señalaban con el mote de Mr. Because.
—Quizá fuese un espejismo, una ilusión óptica por su parte, Herr Weil. Esto no
es Alemania. Hitler la espichó. Somos libres en la dulce Inglaterra.
—Pero si yo he visto con mis propios ojos a esa furcia.
—Se habrá colado por las paredes. A lo mejor es un espíritu. ¿Quién cree que
soy yo? Jack el destripador.
La rubia en el sofá se mondaba de risa. Come on darly, five quid for a quicky .
Remigio colgó el telefono tambien muerto de risa. Aquel fantasma hacía bien el
amor. Y no salió caro el asunto… diez libras cinco por el servicio y cinco de
propina. Le quedó el cuerpo como un reloj. Y como vino la rubia desapareció
dama de la noche. Fue de esta forma como conoció a Doris que sería en adelante
la chica de su vida, le barrió la mente de las telarañas del romanticismo de su
mala educación sentimental. Los trasgos londinenses tienen la virtud de los
espíritus puros atravesar paredes endebles de fórmica y cristales esmerilados.
Son las sombras que se acercan en la noche y enjugan el rostro afligido de los
vagabundos como modernas verónicas y la culpa de aquel merodeo la tenían los
caseros con su avaricia en su afán de transformar las habitaciones de las casas
de los señorones victorianos en cubículos rentables. Querían troquelar billetes
demasiado deprisa. Las mercenarias del amor atravesaban las paredes de cartón y
se introducían a través de los umbrales en sombra espectros fantasmales con
cuerpos de mujer que lo hacían de balde siguiendo el ejemplo de santa Nefixa.
Las samaritanas de la hora undécima que enjugaban las lágrimas de los
vagabundos y desesperados en nombre de la caridad y por amor al redentor. Al
día siguiente tuvo la primera agarrada con el huésped:
—La próxima ocasión ponga una tranca en su vivienda, coloque un alamud en los
travesaños y alquile una casa en condiciones.
Herr Weil le llamaba varias veces durante el día dando órdenes por telefono.
Haga esto haga lo otro. Había colocado papelitos en el hall de la entrada
escribiendo notas y avisos que metía con frecuencia por debajo de la puerta de
los inquilinos. Money… money… money. El piadoso rabino se había transformado en
un maniático de la seguridad y de los pagos a tocateja. Un violinista sobre el
tejado en el piso de arriba. Estaba seguro de que lo espiaba auscultando sus
movimientos. Tal vez esta desconfianza era la resultante de su tiempo en los
Campos. Se estableció entre los dos una relación de amor y odio y Remigio se
temía que de continuar en aquel piso muchos días iba a desarrollar el síndrome
de Estocolmo. Auschwitz la Gestapo. Pensaba que el joven extranjero organizaba
bacanales en el cuarto de su propiedad.
—Property. This is my property and those are my premises .
Con qué unción pronunciaba Weil aquellps dos sustantivos que junto con el Tlmud
eran el eje de su existencia. Pero en aquella leonera no había más que papeles,
una maquina de taladrar cintas, sus grapadoras sus libros y el cromo de san
Antonio y la imagen de la patrona de su pueblo. El telex le servía para mandar
sus crónicas a Madrid, los cromos de los santos imágenes ante las cuales se
arrodillaba aquel pobre pecador. La verdad era que la máquina que le puso el
servicio de Correos era un armatoste que casi ocupaba media habitación, metía
un ruido infernal y no es de extrañar que al casero le pareciese un artilugio
diabólico. Era el robot de aquellos tiempos. Vendrían después los ordenadores
silenciosos. En el bajo de Winston Place donde que creía que se escondían
pistolas cruces gamadas y bombas de mano o propaganda antisemita (una tarde
llamó a Scotland Yard para que efectuaran un registro) el sorprendente rabino
sólo pudieron encontrar los polizontes una estatua de la Virgen de Lourdes
fosforescentes y un cristo que le regaló su madre antes de partir. Este
crucifijo debió de aterrizar a Herr Weil. El corresponsal en Londres no creía
en la cultura de la muerte sino en la vida, el amor, en los despampantes senos
de su amiga Doris y otra visitadoras a las que pagaba religiosamente por sus
servicios muy diferente al casero que la buhardilla tenía montado un haren de
esclavas sexuales que le preparaban su comida kosher y le lavaban la ropa. Eran
musulmanes. Las trajo a todas desde Iran. Unas chicas muy guapas que al verte
se escondían o tapaban su rostro con el velo.
Ring ring. Frederick Weil speaking
—¿Qué pasa ahora?
—Estoy preocupado por su seguridad.
—Pues no se preocupe tanto ya soy mayorcito. Además cuento con la protección
del arcángel Miguel baluarte de iglesia y sinagoga.
Al escuchar aquello el rabino prorrumpió en una solemne carcajada. Era evidente
que al casero le divertían las excentricidades y salidas de tono de su inquilino.
OBSESIONES
Eso de los judíos era una de las obsesiones del joven periodista quien en
momentos de peligros aducía como salvaguarda su condición de descendiente de
los elegidos. Por más que Bermejo de judío poco, a no ser el complejo de culpa,
sus fatídicas alucines sobre el sexo por algo tan semita como es la pureza de
la raza saber quien es el padre y que tu mujer haya tenido un rollo con el
lechero y tú en vez de padre seas el padrino que paga el bautizo. Este
sentimiento es tan fuerte como la muerte entre los hijos de Abrahan. ¿Ser hijo
de Abrahan? Para que qué? Valiente blasón. Yo puedo hacer mil hijos de Abrahán
de estas piedras, dijo Jesús una vez y no le creyeron. Su nariz ganchuda y
poderosa pudiera hacerle pasar por tal. Pero su pabellón nasal vasco con
el RH en condiciones o de linajes godos. El que hubiera nacido en un pueblo
morañero cerca de Medina tambien pudiera avalar tal suposición; con todo y eso,
procedía de labradores, gente del campo que consideran que mediante los
estudios y un poco de infustria se puede abandonar la mancera del arado y el
trillo. Le gustaba leer ciertamente y sabía muchísimo desbordadamente y sin
reglas. El muy bribón citaba sus cuestionables antecedentes mosaicos cuando
estaba en peligro. No se trataba sino de un recurso. Quería engañar a una clase
de gente que no se deja engañar y engañan a todos, por su resistencia a los
embates y su capacidad de disimulo. En realidad sentía un profundo despecho
hacia el casero que auscultaba sus entradas y salidas y le exigía por el
alquiler una suma desmesurada. En su trayectoria vital se había encontrado con
muchos ex presidiarios de los KZ. Si tantos habían sobrevivido ¿dónde estaban
los muertos?, se preguntaba. Mediante el control de las prensas y de las
cámaras con las nuevas técnicas de propaganda y de espionaje habían
transformado su holocausto particular en un dogma de fe general. Quien lo
negara iría a la carcel. Tal embeleco le parecía repugnante. Era una idea fija
el afrecho que llevaban los poderosos nazi sionistas al afrecho televisivo al
mundo de la comunicación y de la literatura. Vivía acuciado hasta el empacho y
la fatiga por aquella manía persecutora. Ellos habían conseguido cambiar la
religión cristiana desde arriba infiltrando desde su fondo de reptiles en las covachuelas
vaticanas. De hecho uno de los pasajes que más le había entusiasmado de la
literatura español es aquel del Estebanillo en el cual un gallego huyendo de
galeras engaña a la comunidad sefardita de Rouen diciendo que portaba en su
escarcela el polvo de los huesos santos de tres conversos que habían sido
quemados por la Inquisición. Era una trola gracias a la cual el rabino de Rouen
le da cien ducados para que continue viaje hasta Paris y dice el comentarista:
“muy ufano se sintió Esteban de aquella traza porque pudo engañar a los que
engañan a todo el mundo y no se dejan engañar por nadie”. Todo era un montaje.
El Gran Hacedor es una proyección de la mente humana causante de guerras y de
violencias. Mucha sangre derramada en nombre de la religión. Dios llamese
Jehová o Alá pide sacrificios humanos y oferta sangre a los creyentes en nombre
de la pureza de la fe. Zeus Júpiter Belona no eran sino una manifestación de
Moloch: la dvinidad sanguinaria. Desde luego, admiraba en el pueblo deicida su
tenacidad y su capacidad de supervivencia. Para ellos la historia es una
pertinaz conspiración que no acabaría hasta el regreso de la gran grey a la
tierra de las promesas. Antes de eso pondrían al mundo de rodillas y Europa se
convertiría en una de aquellas esclavas iraníes que le lavaban la ropa al
huésped, le planchaban, le cosían y se la chupaban
—Más de 300 libras por esta pocilga ¿Tú de qué vas, Federico?
Tuvieron una agarrada. El español se desahogó diciendo lo que pensaba de los de
su casta y el otro se puso blanco. Por fin le rebajó veinte talegos y firmaron
una especie de pacto de no agresión. Mucho sabes, Bermejo ¿dónde lo has
aprendido? Más de lo que me han enseñado. Tengo un olfato finísimo para ventear
a los estafadores pero el alma de toda aquella trulla ha sido el chantaje. Con
todo, Remigio se sintió importante casi un mártir por haberlos plantado cara al
salir en defensa del crucificado. Weil se estaba quitando la máscara. Dicen que
el destino del hombre va escrito en las estrellas. Puede que el mío se titulara
escrito en tinta simpática en aquella lóbrega pared húmeda donde aparecían
junto a letras extrañas rostros de seres desconocidos acaso antiguos inquilinos
del chamizo de Winston Place. Él entendía su lenguaje, lo llamaba, por la noche
escuchaba entre ruidos de cadenas sus gemidos. Las fotos de mi niña colgaban de
una alcayata junto a la estampa de san Antonio el cristo y una imagen
fosforescente de Lourdes que le dio su madre antes de partirse en aquella
aventura. Nunca la veré. Entablé conversaciones con una abogada judía por
nombre Alise y presentamos en Old Bailey una demanda contra mi ex para ganar
poder ver a la hija. Perdimos el juicio. Un juez con una peluca blanca que le
llegaba hasta is hiombres todo vestido de negro qué aspecto más ridículo
declaró a Alcuine bajo la tutela de la corte “ward of Court”. Remigio Bermejo
durante el juicio se levantó y dio unas cuantas voces pero el tribunal puso a
sus requisitorias oídos de mercader, no entendían español. Rosalín en los
bancos de atrás de la sala sentada junto a su abogado enrojecía. Fue la última
vez que la vio. Quiso hablarla oida la sentencia pero el rábula que la
acompañaba se opuso y salieron por la puerta gótica de los juzgados. Old Bailey
estaba al final de Flete Street. Había amarrado su bicicleta junto a una farola
y regresó a casa pedaleando con rabia saltándose los discos rojos. Pero esa
había sido su táctica saltarse cuantas normas era preciso. Para ñel no existía
la palabra “forbiddent” ni “verboten” ni interdit. Para este no hay leyes decía
su madre que lo conocía bien. Sin embargo, al final había una mano
misericordiosa que le sacaba de los peligros. Se había metido en muchos charcos
en la vida la verdad y dios sabe cómo pudo haber salido. Al llegar a su
buhardilla se tumbó de bruces sobre el camastro y llorño durante mediuia hora.
Acabado el llanto, salió hacia un “off sales” mercó una botella de güisqui y se
la bebió en dos horas. Por poco se muere. Se derrumbó ante la tele blanca y
menos donde vomitó toda su amargura empapada de alcohol. Cayó de bruces supito
prono y se hubiera sido la postura de supito surpino se hubiera ahogado con la
vomitona. You are a lucky man. Eres un tio con suerte. Y Rose que le conocía
igual de bien decía “siempre caes de pie”. Yo era un iniciado, me sentía un
elegido, un seguidor del crucificado al que Weil y su jarca maldecía.
Un viernes santo hubo una tenida en el piso de arriba. La sinagoga compró un
cerdito y lo introjueron entre gruñidos en la vivienda. Lo subieron por la
escalera entre quince o veinte tíos. Tipos muy extraños casi todos con gafas
cortos de vista pues según los oftalmólogos- la presbicia es endémica entre
ellos de tanto leer el Talmud y de afanarse ante la Escritura- tipos altos
morenos todos tocados con un sombrero de ntes de laguerra del mismo color de la
dulleta negra aunque la camisa era blanca algunos llevaban coletas y
tirabuzones que les daba un aspecto anticuado y ridículo vuelta a la edad media
todo el gueto de Golder Green parecía haberse dado cita en la casaa del rabí. A
Bermejo le daban escalofríos al escuchar el estremecedor gañir del gorrino.
Parecían casi humanos aquellos gruñidos. Para sofocar los alaridos del
gemebundo animal inmundo uno de los congregantes le metió entre las fauces todo
un ejemplar del New York Times y el rito sacrificial prosiguió a cencerros
tapados para no alarmar a la población que medio Londres se estaba asomando a
las ventanas y una paisana desde una corrala les lanzó un orinal al grito de
agua va. Ni se inmutaron los verdugos que aguantaban el chaparrón. Seguían
clavando cuchillos. Fuern siete tajos a lo largo del cuello y uno por entre los
ijares, el que hacía las veces de diacono con una solercia propia del matarife
acostumbrado a segar prepucios a voluntad cortó de un tajo el rabo del marranillo.
Consumado el sacrificio desde la toza lo elevaron, después de abierto en canal
(los entresijos y mondongos quedaron a la vista y a estas artes cisorias la
llamaban el oficio de retajar), izaronlosobre dos maderos entrelazados y entre
carcajadas y gritos conminaban a la res a que resucitara. “Si eres hijo de dios
baja de esa cruz”. Mas, el cerdo, quieto. Lo habían aspado como a san Andrés.
Los de la tenida se desternillaban de risa o proferían conjuras y alabanzas a
Jehová. Los veinte siglos que median entre la muerte de Cristo y los otros
veinte desde su Resurrección hasta nuestros días debieran de aparecer
indignados ante semejante ultraje. Las carcajadas de aquellos esbirros
retumbabarán siempre entre nuestra memoria. Yo me preguntaba si estábamos en un
país de Europa o retroceiendo mas de mil años en la clepsidra de la historia
habíamos vuelto a los autos de fe y las ordalías medievales. A Remigio que
observaba indignado estos hechos desde el montante de su escondrijo no le
llegaba la camisa al cuerpo. Tuvo el presentimiento de que el encono no era
acabado y la civilización volvía a batir sus espadas en el campo de batalla de
la religión. El casero, el efod o estola ritual sobre los hombros y un garrote
en la mano de punta ovalada diseñado conforme a un proyectil balístico
intercontinental, entonaba oraciones amenazantes que se sabía de memoria y
profería de forma rutinaria y fatídica. Toda la congregación parecía poseída de
un fervor místico. Se les ponían de punta los pocos pelos de la calva a los más
viejos y a los jóvenes se les erizaban los aladares de los tirabuzones. A todos
se les salían los ojos de las órbitas. La crucifixión del marrano era un
anticipo de lo que volverían a hacer con muchos con los incautos con los tibios
y con los crédulos. De pronto la boca del oficiante se hizo tan grande que se
podía jugar a la rana dentro de su persona. Todo el corral era un río de sangre
igual que la vivienda. No hicieron calduchos ni mondongos. A una indicación del
superviviente de los campos bajaron las criadas iraníes que Herr Weil ocultaba
en el piso de arriba donde tenía su haren y sus libros de rezo con cubos mopas
y escobas y dejaron el césped impoluto. A una de aquellas mozas que se hacía la
roncera y no podía disimular su asco le hizo limpiar los charcos de la matanza
con la lengua. Al escuchar los ruidos se acercó un bobby hello hello whar is
going on in here. Tenía unos zapatos descomunales según la norma y el numero
que calza Scotland Yard pero el silenciero que vigilaba la puerta del local dijo
que se trataba de un guateque con musica de baile. El guardia siguió su ronda
arrastrando sus enormes zapatos y su flema tradicional. Quemaron posteriormente
a la res y no quedaron ni los huesos. Encendieron el brasero con un material
fulminante una bomba de neutrones anticipo de la desolación que habría de
venir. Una extraña llama azul gigantesca iluminó el recinto. Me pareció que en
lugar de un pacifico jardín trasero del barrio de Marble Arch nos hubieramos
trasladado a un campo de pruebas de la NASA o una base de pruebas nucleares
como la de Alma Gordo. Pero la cosa no paró ahí porque al poco rato se produjo
un peueño terremoto y el sol a causa de un eclipse no quiso emitir sus rayos
para no alumbrar escena tan pavorosa. A la mañana siguiente la prensa habló de
este extraño suceso refiriendo cómo algunos testigos vieron abrirse grietas en
los muros del parlamento de Westminster y una de las campas de la catedral de
san Pablo la más gorda la del segundo templo mayor de la cristiandad se rajó.
Dejé a Remigio que cablegrafiara a Madrid – era el tema del día- el portento de
aquel viernes santo pero en la redacción se lo tomaron a broma. Le preguntaron
a mi pobre colega si había bebido. “Oye, Remigio, que hoy es Viernes Santo. No
el día de Inocentes. Menos lucubraciones literarias, no hay que hinchar el
perro y hay que ir al grano”. Nos cabreamos mucho con aquella salida de pata de
banco de nuestro redactor jefe y optamos por mojar en cerveza nuestro
desaliento. Pero como era viernes santo uno de los pocos días en que en
Inglaterra no abren los pubs nos fuimos a dar un garbeo por la esquina de los
oradores de Hyde Park. Precisamente uno de los predicadores laicos subido a una
escalera anunciaba el fin del mundo y llevaba sobre las espaldas un cartel que
decía: “The end is at hand” . Los que le escuchaban también se reían y tomaban
a chirigotas aquellas advertencias apocalípticas que nosotros acabábamos de
experimentar tras el conciliábulo de la matanza del animal más impuro. Será
todo lo impuro que quieras pero que ricas estan las criadillas. ¿Y la zambomba?
Vale para jugar a la pelota. Oh generación incrédula e inicua. Nunca llegue a
sospechar que pudiera albergarse tanto odio y tanto afán de revancha en
aquellos supervivientes de los campos que querrían acelerar la llegada de la
humanidad al valle de Josafat. Por navidades vino a visitarle su hermano Favilo
y le dijo que aquel casero era un chupasangre. Y que lo digas, hermano. Es un
chupasangres con todas las de la ley. Asi que el dia de Nochebuena abandonamos Winston
Place para no volver allí nunca más. Cambiamos de hospedaje pero no de
condición porque la nueva huespeda una vieja lady, la Duquesa de Avison, que le
alquiló la hura de los Jardines de Roland le dijo que en el subterráneo
habitaba un fantasma. La mayor parte de las residencias de la parte antigua
contaban con la presencia de un espiritu. Y muchos alquileres se cotizaban al
alza por este motivo
Verano del 66
El verano del 66 no fue un verano como los demás en Madrid mucho más ardiente
que de costumbre. Hubo seca el personal se duchaba poco y en la línea uno el
perfume de los sobacos olía que tú no veas pero Bermejo nunca estuvo tan
contento; había acabado periodismo y estaba en quinto de carrera en Románicas,
entró de prácticas en RN. Confeccionaba con otro que se llamaba Albeniz (el
pobre acabó loco y se suicidó)el programa gaceta de los deportes y lo hizo
bien. Estaban los jefes contentos con su trabajo y al final de las prácticas le
ofrecieron quedarse fijo, una oportunidad que despreció en la vida porque
quería marcharse a Inglaterra a mejorar su inglés. Con su primea paga se compró
a plazos un 600 en el que salía con sus primeras novias a dar paseos, a misa al
cristo del pardo y luego a los mesones. Remigio Bermejo era un fulano con
suerte. Oh lucky man aunque ingenuo e ignorante de la vida. Empezó a olvidar
sus traumas a fumar de su tabaco (celtas cortos y celtas largos luego se pasó
al canario con boquilla nunca al rubio puro sabor americano que manía eso del
fumeque; fue aquel tiempo unos años de humo de vino y rusos y besos furtivos en
el Paseo de rosales. También con el jornal que ganaba pudo comprarse sus
propios libros sin necesidad de tener que acudir a una biblioteca publica que
había en la avenida de José antonio hoy Gran Vía. Se extasiaba ante el
escaparate de la Casa del Libro y barajaba nombres Delibes Cela Gironella
Carmen Laforet, Dolores Medio, Tomás Salvador. Un día sería como ellos. Con un
poco de suerte ganaría el premio Nadal o al menos quedaría finalista. Conseguir
aquel galardón literario que se daba la Noche de Epifanía en Barcelona era su
sueño dorado, la razón primordial de su existencia. Por ese cabo todo serían
decepciones. La suerte le volvió la espalda pero él seguiría persiguiendo la
mariposa encantada a lo largo de su vida. Una grafomanía sin límites era la
manifestación de su fuerte convicción. Empezó a acumular papel que en el
transcurso de los años se convirtió en una troj considerable casi un silo hojas
volanderas de la ilusión que porta el viento. Su obra ingente se esparcía por
cientos de cuadernos y textos mecanografiados en largas noches de incesante
quehacer dormían el sueño de los justos sin perder la virginidad y ver la luz
de los tórculos. A ese fenómeno le denominaban los profesionales el duende de
las imprentas y dentro de su persona ese duende o comezón de la cuartilla en
blanco en los que daba besos al mundo, suspiraba versos por sus amadas o
plasmaba su desgarro alentaba muy vivo. Demasiado denuedo para tan poco éxito.
Con la gacetilla nunca vio un duro aunque consiguió vivir de la pluma mediante
el oficio periodístico. Aquello fue el parto de los montes. “Parierunt montes
raquiticus mus" . ¿Cómo pudo ser tal fracaso? Tal vez sería su malage o su
sino, tampoco le importaba demasiado este desabrimiento de las musas. Él seguía
amarrado al duro banco que le hacía crecer las posaderas y amontonaba lardas de
grasa en los cuadriles llenando su cabeza de humo. Él seguía redactando
persiguiendo a sus propios sueños. ¿Era un iluso? Tal vez sí y tal vez no.
Tantos caracteres, tantas oraciones, tantas sílabas, cuantas oraciones
subordinadas y principales, el acervo crecía con el paso al tiempo que su
figura se volvía más rechoncha y aumentaban los kilos. ¿Y tanto esfuerzo para
qué? Si ya no leía nadie y por todas las partes las campanas del orbe tocaban a
clamor anunciando la muerte de ka divina literatura. Tales dudas serían un
trauma. Pero la única cura contra semejante flagelo era continuar dándole a las
veinticuatro redondas blancas
HULL OREANDA
27/09/2017
El día de san marcos de 1945 comenzó el asalto final soviético a Berlín.
Remigio Bermejo desde su hura en Oreanda que se había convertido en un hermoso
ventanal desde donde se divisaba la Sierra del viento y los altos majestuosos
de las Siete Bellotas cubiertos de pinares eucaliptos castañares y alisos en
sus humedales y hondonadas recordaba la fecha fatídica hojeando sus papeles y
escuchando sus misas en ruso. Había progresado en la vida porque ya no eran
sotabancos ni buhardillas sus residencias ni tenía que vérselas con
propietarios tan desagradables como aquel Weil, los Lilly de Falmouth Street la
huespeda polaca de Pearson Park o los renteros de los rascacielos neoyorquinos.
Era propietario de una casita de campo cerca de la accidentada playa del
litoral cantábrico. ¿Qué hubiera dicho aquel siniestro mr. Weil al contemplar
sus dominios en España: un bosque para él solo, las tuyas del zarzo, los
rosales, todo un aliño de higueras plantadas de su mano, un bosque de laureles
que era el reducto de los lauredales que constituían el timbre de gloria junto
con una especie de carbayo que llaman melojo y que crecían densamente en las
estribaciones de la cordillera que separa de la penillanura castellana toda la
región; y en fin el rumor de las olas batiendo sus crestas de espuma contra el
acantilado de allá abajo a una profundidad de medio kilómetro. Oreanda era un
emplazamiento alto e inaccesible orlado de prados y de caleyas que subían y
bajaban por sus cuestas. En ello veía Bermejo un indicio de la mano de Dios que
le llevó a la tierra prometido como premio a sus desvelos y persecuciones a
causa de su defensa de la religión de Cristo crucificado en contra del signo de
los tiempos, a redropelo de los sacerdotes eunucos, los obispos dormilones, los
periodistas transfugas, los políticos trincones, la mala baba o el colmillo
retorcido de sus patriotas acomodaticios a la nueva situación. Lo vio venir
cuando don Gaspar organizaba aquellos saraos y queimadas en la embajada dentro
del marco de aquel espíritu del 12 cde febrero. ¡Viva la Constitución!
Desde el mirador de Oreanda se veían los ancones y radas que conforman el
trazado pintoresco de la costa. Precisamente vivía a pocos metros de la
ensenada desde donde zarparon los galeones de los descubridores de
Norteamérica. Un lauredal protegía la casa de los nordestes y había plantado en
el jardín varios manzanos, un avellano, un peral, un niso y un cerezo y tres
ciruelos de ramas extendidas y esplendentes; uno daba la jugosa diaprea
jaspeada; otro oruelas, duras y salutíferas, y el otro, claudias. Una limonero
que crecía al lado del muro de la alquería de los quinteros también rendía
copioso fruto por entreaño.
Al amor del fuego de la chimenea donde ardían tueros de mimosa y de castaño se
sentía un viejo feliz que coacervaba sus recuerdos, confrontaba sus diarios y
rumiaba sus vivencias el antiguo corresponsal de Franco en Londres y en Nueva
York. La senectud estaba representando para él la plenitud y la edad dorada de
su vida. Se sentía orgulloso por de más de no haber cometido felonía contra
ninguno de sus principios ni renunciado a sus creencias cuando todo en rededor
suyo parecía que se movía. Al acercarse al final de sus días creía haber
alcanzado si quiera con la punta de los dedos el objetivo de la aurea
mediocritas en la que tanto insisten los autores de nuestro Siglo de Oro, la
descansada vida del que huye del ruido mundanal, impera sobre sus instintos y
renuncia a las riquezas o al amor carnal que no es más que una palabra del
diccionario. Bermejo se daba con un canto en los dientes. Había estado en la
oposición siempre.
Buscándolo en sus devaneos que ahora le causaban melancolía e hilaridad había
consumido demasiada energía. Se acodaba de Alcuine y no había olvidado a
Rosalyn a la cual felicitaba por su cumpleaños el día de santa Martina pero de
su segundo matrimonio obtuvo cierta quietud y si no la felicidad plena porque
eso en el mundo no existe al menos un periodo de conllevancia o tolerancia.
Hizo el bobo demasiado tiempo vivió al estricote pero pasaron aquellos días de
disipación. No así sus preocupaciones políticas. Continuaba erre que erre con
el monotema de la conspiración. Se había muerto Gunter Grass un novelista que
admiraba la víspera de san Marcos precisamente en el septuagésimo aniversario
del último y feroz ataque de los rusos a Berlín.
Después de leer el “Tambor de Hojalata” se dedicó a estudiar la lengua de
Goethe compró manuales de gramática diccionarios y se matriculó en la
universidad Complutense. Allí topó con un profesor indeseable que por orden de
arriba le suspendía en todos los exámenes y hubo de abandonar el empeño. Fue a
finales de los 80. gracias a su radio de onda corta grababa las emisiones de la
Deutsche Welle y de Radio Berlín. Estaba escuchando dicha estación cuando cayó
el Muro. No progresó mucho pero al cabo de esfuerzos podía leer alemán casi sin
necesidad de diccionario. Gunter Grass le pareció uno de los grandes escritores
del siglo XX por encima incluso de Thomas Mann o Bertoldo Brecht. Fue el
impulsor de la “Trummer Literatur”. En su visión nos ha ayudado a entender lo
que ocurre detrás de la cortina de la actualidad un mundo tecnológicamente
avanzado pero cultural y moralmente en ruinas. Al cumplirse el LXX aniversario
de lo que los rusos denominan la guerra patria y celebran con todo el triunfalismo
convendría recordar la ferocidad de aquel Armaggedon: diez millones de
desplazados de la Prusia oriental, mujeres violadas, cientos de alemanes
fusilados. Las hordas del primer envite contra la capital del Reich eran
calmucos, ubztecos, georgianos, afganos, mongoles y tenían por normar forzar a
todas las alemanas que se encontraban en el camino desde ancianas de 80 años
hasta niñas de cinco. El robo y la pecorea de la soldadesca fue bestial. El
caballo de Atila pisó los arcos de la puerta de Brandenburgo, se llevaban de
las casas allanadas la porcelana de Sajonia los relojes de cuco un reloj de
pulsera valía un dineral para aquellos hunos y hasta los grifos de los lavabos
arrancaban y se los llevaban a cuestas. Nunca habían visto un retrete ni sabían
para que sirviera una ducha. Los aliados tampoco se quedaron atrás en la
pecorea y el estupro. Las fuerzas de choque de la 82 división aerotransportada
casi todos eran negros (la carne de cañón de la primera avalancha de todas las
guerras) y se acostaban con las valkirias alemanas bajo la consigna de pisotear
los principios de la superioridad aria de los hitlerianos. La propia madre de
Gunter Grass fue violada tres veces por un pelotón de soviéticos y el propio
escritor dados sus rasgos mongoles asumió que pudiera ser la consecuencia de
uno de aquellos actos salvajes. Su ciudad cambió el nombre germano de Danzig
de por el de Kaliningrado ruso y ahora es Gdansk en polaco.
A lo largo de su obra escrita en un elegante alto alemán que recuerda un poco
los párrafos elevados de Lutero no deja de recordarnos la salvajada que supuso
el Día de la Victoria… Povieda… ¿muerte, donde está tu victoria? El autor del
Tambor de Hojalata que los grandes industriales del Rhur de la Bayer y de la
casa Mercedes, los Krupp los Flick, los Farben, los Thyssen eran de ascendencia
hebrea. Utilizaron al “cabo austriaco” como cimbel o azagaya en su proyecto de
dominio universal. En el bando de los comunistas llevaban la estrella
roja en el chapeo y todos los líderes de la revolución bolchevique presentan el
mismo origen. De ahí las suspicacias de Grass hacia Israel que lo convirtieron
en un escritor maldito pero en sus libros resuena el tamboril de hojalata. El
holocausto nazi por supuesto pero pocos se acuerdan del bombardeo de Dresde un
martes de carnaval 13 de febrero de 1945. el fósforo de las fortalezas volantes
de bandera inglesa primero y más tarde de los “amis” arrasó la Florencia del
Norte. Más de un millón de muertos porque en estadísticas siguen sin ponerse de
acuerdo los autores. Nunca se sabrá porque aparte de los residentes Dresde, la
Florencia del Elba, era lugar de acogida de miles de desplazados del Este que
venían huyendo de los rusos en la esperanza de obtener un trato más humanitario
de las democracias. Entre los fallecidos se encontraron los cuerpos destrozados
que disfrazados de máscaras salieron, ajenos a la guerra, a celebrar la
Fastnacht martes de carnaval. El horror volvió a repetirse en Colonia y en
Hamburgo. La guerra estaba ganada pero había que ofrecer más vidas inocentes a
Moloch.
Bermejo que hasta aquel día había simpatizado con los rusos abrió los ojos
recordando a aquel gospodín Ivanov que siempre que volvía de la Unión Soviética
le convidaba a cenar en los mejores restaurantes de Londres, le traía vino fe
Georgia e incluso le invitó un día a su casa. Le preguntaba cuestiones sobre
España y la gente de la embajada pero él confundiendo nombres y dando pistas
falsas consiguió salir airoso de tales trampas que le tendía el KGB. Esta
organización policíaca es inescrutable como impenetrable en cierto modo
orgulloso y antipático es el pensamiento ruso de la clase dirigente. Actúa en
círculos concéntricos cada uno de ellos independientes. Si pasas la primera
arilla te queda una tercera y una cuarta y hasta una décima. También
decrecieron un tanto sus entusiasmos hacia la ortodoxia rusa en la que vio la
salvación de su fe cristiana. El patriarcado moscovita opera como organización
subsidiaria del KGB. El alma rusa es como una matrioska. Empiezas a desenfundar
muñecas superpuestas una dentro de otra y no se alcanza nunca el final. Bermejo
aparte de hacer bastante el tonto y caer en no pocas contradicciones reparó – y
ese era el título de una novela de Gunter Grass- que había pasado demasiado
tiempo pelando la cebolla dando vueltas al laberinto. Preguntaba constantemente
a la esfinge. Ésta hacía la estatua embutida en su mutismo, mitad humana mitad
animal, cabeza de vestal y cuerpo de leona aposentada y circunspecta en lo alto
de un pedestal. Pero en eso consiste la vida de un intelectual perdido en el
dédalo de las preguntas sin respuestas. Seguiría rezando el padrenuestro en
ruso y cantando las maravillosas letanías del rito eslavónico. Al fin y al cabo
no era más que un Robinsón de la casta sacerdotal huyendo del mundo que sólo le
había deparado desengaños y fracasos. Nada es lo que parece. Tampoco Putin y
aquellos rusos ferocísimos que izaron la bandera roja con la hoz y el martillo
en lo alto de la Chancillería. Poco más. Siempre sería un extranjero en aquella
religión que no era la de sus padres la que mamó de niño pero que enriqueció en
cierto modo su fe cristiana y daba gracias al Señor. Se mantendría firme en sus
principios de desenmascarar a la bestia que reptadora de escondrijos para
engañar a los incautos o el león rapante buscando a quien devorar. Oreanda era
su Arcadia y su Tebaida particular. Veía TV por el satélite en especial
emisoras alemanas desdeñando la producción nacional integrada por el peripsema
(mentemos lo en griego; mierda y basura moral) de las estaciones patrias
avaladas por los herederos de aquellos que organizaron el gran zurriburri de la
segunda conflagración apoyando a los dos bandos y soltando chorros de dinero
los conspiradores de siempre sin que Roosevelt ni Churchill y menos aun Stalin moviera
a la sazón un músculo por los hebreos perseguidos carne de KZ y cuyos simiescos
propagandistas del doctor Goebbels inundan las ondas hertzianas de propaganda
anticristiana y están secundando las nuevas razzias mahometanas contra Europa.
La sangre de los crucificados parece que los engorda. Alientan el odio pues
viven el esperpento de la eterna memoria de la mentira y la confusión. El
septuagenario ex corresponsal vivía alejado de los periódicos locales en los
que rara vez aparecía su firma. Además, los demócratas han dejado de pagar las
colaboraciones. Bermejo no estaba por la labor de escribir gratis en aquellos
libelos cuya catadura profesional era inferior a las antiguas hojas
parroquiales. Su alejamiento del mundanal ruido era un plus porque en aquella
democracia vigilada por menos de nada podías caer en manos de la justicia. La
cosa no había llegado a los interrogatorios del hierro candente el potro la
gota fría la cámara de hielo o el foco cegador delante de los ojos. Ero
utilizaban el garfio de la imputación y del miedo como nuevo método de tortura.
Eran muy listos: golpeaban el alma de sus reos hasta dejarlos paralíticos con
la toalla mojada para que no dejara marcas maguer las lesiones que causaban en
la psique no eran nada desdeñables.
Sus días eran tranquilos. Partía leña para el fogón riéndose para sus adentros
de aquel dicho de que cuando partes leña y pegas un leñazo siempre saltan
astillas y nada en esta vida queda impune. Paseaba por el bosque, montaba en
bicicleta, bajaba a la playa, a orear sus pulmones con la brisa de los cabos,
fumaba en pipa, leía un poco y veía la programación de las estaciones alemanas
que entendía casi perfectamente con los subtítulos. Grass le había abierto los
ojos liberándole en parte de la angustia de la propaganda y del morbo de los
chigres malolientes.
SANZ FRANZ KAFKA EN LA PATRIA DE ROBINSON CRUSOE
Antonio Parra
Hull era una ciudad del norte inglés destartalada, industrial, con pocos
horizontes cuando yo la conocí, a la vera del Humber y mirando para el océano.
Los arrabales de la bocana de un puerto con mucho abrigo que los prácticos
conocían bien desde los navegantes ingleses hasta los U boats del almirante
Canaris, debieron de inspirar a T.S Elliot su Wasteland. En el año 66 todavía
algunos hangares y edificios del malecón mostraban las dentelladas y zarpazos
de la Luftwaffe. Aquellos farallones ahumados eran reliquias de antiguos
bombardeos, tarjetas de visita que dejaron los alemanes a lo largo de la
batalla de Inglaterra. Hull, sin embargo, tuvo siempre algo de ciudad
germánica y anseática emparentada con Hamburgo y con Copenhague al otro lado
del North Sea.
Tenían fama sus dársenas de ser una de las zonas más peligrosas y sucias
del planeta. Allí dirigí yo mis pasos en el otoño del 66 con mis veintidós
años, recién acabados los estudios de Filología Inglesa y de la carrera de
Periodismo, con ganas de comerme el mundo. Quería ser escritor. Recuerdo que
cuando me giraron el primer dinero de la beca me compré una máquina de escribir
sin eñes en un chamarilero de la calle Beverley especialista en
antigüedades que tenía a la puerta una pieza de artillería del once de la
Guerra de los Boers. Tuve que tirarla. A lo largo de mi vida dactilógrafa
y de fascinación por las veinticuatro redondas blancas he aborrecido tanto las
máquinas de escribir como las cachimbas. Usar y tirar, pues en esta vida
todo tiene un límite. Tal vez fumar y escribir sean actos tan compulsivos como
correlativos. Las circunvalaciones del humo del tabaco guardan un
misterioso parentesco con las pesquisas que conducen al hallazgo de la frase y
la palabra. La pipa, la estilográfica y la maquina de escribir son cosas
de uso personal; no se prestan nunca a nadie al igual que la mujer.
Cierto. Pero algunas aburren y otras cansan. ¿Todos los días potaje? Pues
sí de vez en cuando habrá que darse un paseo por las instituciones.
-El hombre es animal de costumbres.
-También es verdad. Lejos de mi “Olivetti” soy un hombre al agua. Me planto al
ordenador y no me sale palabra. Yo tengo que sentir el ruido del teclado que
ametralla el papel. Sin la pulsión de un contrincante la inspiración no acude a
la cita bienaventurada. En España por lo que dijo don Miguel de contra esto y
aquello, siempre estamos escribiendo contra alguien. La vida del escritor semeja
a la del púgil. Nulla die sine línea pudiera traducirse como ningún día sin
pelea. Por eso en esta profesión de sufridores abundan con frecuencia los
matasietes. A Valle Inclán le dejaron una mano inútil en una trifulca de
colegas. Fue por una discusión tonta con un colega de Granada, que se
llamaba Manuel Bueno y que de bueno debía de tener bastante poco, por lo menos
el día que sacó el estilete contra don Ramón, el de las “barbas de
chivo”. Pushkin murió en un duelo y yo vi una vez a un colega en Londres por
quítame allá esa crónica arrimarle un botellazo al pobre Federico Abascal que
ya llevaba en el cuerpo media de Johny Walker. Menos mal que le sujetamos entre
Alfonso Barra y yo que si no lo esguardamilla. Hombre a un borracho jamás
se le pega. Tampoco es para ponerse así, pero este oficio es la bimba. Ahora
aquel matasiete está muy instalado y en la pomada en la Prensa del Meneo. Le
supo bailar el agua a don Walamboso el Tramposo, como antes se lo bailó a
otros. Abundan los espadachines en esta noble profesión donde la vida es
un desafío. La pluma sin la espada y somos de sangre caliente. Quevedo, por
ejemplo, manejaba con tanta soltura el idioma como el florete.
De cachimbas, estilográficas y bolis tuve una harén. Mecanografiadoras, una
colección. Hasta que llegaron los ordenadores. El teclado de una máquina de
escribir es singular como el alma de una mujer. Todas son diferentes y todas
acaban cansándote. Empiezan entusiasmándote. Luego las aborreces. Amores de
quita y pon. Las teclas echaban humo. El hombre tiene que vencer a la máquina
pero también las maquinas de escribir dan de sí todo lo que tienen que dar, se
agotan, se extenúan y dejan de ser, machacados los tipos, fuente de
inspiración. Ya no sirven para nada. Cuando dejan de cantar las veinticuatro
redondas blancas es como si muriera un ruiseñor. Las pipas quemadas saben mal.
Y son como las horas de los relojes Omnes caedunt; última necat (todas
hieren, la última mata).
Hacia Hull dirigí mis pasos al final de aquel verano del 66 cuando Inglaterra
le robó el mundial a Argentina en Wembley por culpa de los árbitros que
barrieron para casa. Se cumplían tres siglos del gran incendio de Londres y
otros tres de la profecía proferida de Milton de que se iba a acabar el mundo.
Lo había vaticinado en 1666. Vaya fechecita, guarismo del “anosmia”
apocalíptico.
Yo quería aprender inglés y creo que lo aprendí demasiado bien hasta el
punto de que es un idioma que me aburre. Algunos dicen que parece que escribo
en inglés, un idioma muy suple y contractivo en el que caben toda suerte de
combinaciones, pero sigo pensando en español. La primera máquina de escribir de
segunda mano que compré en la ciudad donde nació el padre de Robinsón Crusoe,
Daniel Defoe, y me inicié en los estudios de Franz Kafka, carecía de eñes. Una
terrible merma y fatal augurio. Soy hombre de eñes. Podré escribir en la lengua
de Shakespeare correctamente pero en mis anglofilias nunca cometeré la tontería
de renunciar a mi estirpe. Ese es un síndrome en la cultura española actual. Se
escribe en español pero se piensa en la lengua del imperio. Para confirmar
tales supuestos me remito al mundo de los best sellers, al lenguaje, a los
giros, al contoneo de las tops por la catasta, a la forma de pensar de la
gente, a los hijos de don Quirite Marujas, todos en nómina, el sector de
la publicidad y de la imagen en sus manos, sólo es noticia, sólo es novela, lo
que a ellos les apetece. Perfectos “kingmakers” designan escritores y nombran y
derriban gobiernos a dedo. El arte se supedita a un lanzamiento
mercurial, a ciertas sutilidades, manipulaciones y trampantojos. Es la política
del doble lenguaje, el doble juego. Turbios manejos de trastienda que permite
que en nombre de la libertad se cometan toda suerte de torpezas y tiranías. A
mí, que soy transparente, me ocurre todo lo contrario. Escribiendo en inglés
siempre me saldrá el hombre de Segovia en la papela.
Esta transposición es un caldo de cultivo para la mediocridad imperante. Han
traído sus propios chistes. Hablan de humor pero les falta ángel. Manejan el
insulto que no veas y parecen haber inventado a una rama de la literatura que
debería llamarse octoscania pues han institucionalizado la blasfemia.
Tampoco es como para pedirle peras al olmo. Mirando bien las cosas casi
es un honor permanecer inédito, intonso y casi virgen y mártir de los tórculos
con los tiempos que corren. Tampoco creí nunca en eso de los premios literarios
ni en los comités de lectura. Tomemos el caso de un importante “tycoon” en el
mundo de la edición española de cuyo nombre no quiero acordarme. Es un isleño
que llegó a Londres lleno de odio hacia los peninsulares no sé por qué y al que
veíamos andar siempre por Oxford street portando una cartera negra de cuero. En
esa cartera no sabemos qué llevaba si un kalashnikov, una máquina de
retratar o una tienda de campaña dadas sus procedencias no sé si guanches o
árabes aunque siempre sí un poco nómadas del sujeto. Hoy es otro instalado. Le
llamábamos el polisario pues era muy de izquierda pero a Fraga le bailaba el
agua. Con ser don Manuel tan de derechas. Hacía por lo visto a pelo y a
pluma, pues el personal anda a la que salta.
Pues bien, que semejante tuercebotas, aquel palmero-sube-a-la palma,
aquel arribista de la perilla negra y capruna, y que tiene una vocecita de
eunuco -es hoy un señor que manda mucho en el mundo de las letras, está asomado
a la ventana todo un jaque de los mandamases de la pirámide informativa y de la
literaria- te rechace los manuscritos, uno por uno, lejos de ser un baldón, es
un timbre de gloria. Cosas veredes. ¿Y ese Borras, gran preboste de los paneles
de lectura?
-Que se lo lleve el diantre.
-¿Con acento grave y diacrítico en catalán? En castellano no se usa.
-Ya pero vivimos bajo la férula de lo cursi.
En aquella ciudad, Hull, con nombre de casco de barco, y asaz descuadernada,
compré mi primera máquina de escribir y conocí el amor que pasa por la vida del
hombre como un soplo, como una sombra. Sicut nubes, velut umbra, ut naves, que
diría el clásico. Es talismán efímero. Su destino va íntimamente unido al de la
literatura. El amor y el tiempo son algo que el hombre es incapaz de asir ¿Qué
fue de aquella mujer de cabellos dorados y de mirada de madona, el rostro
perfecto como un camafeo, piel blanca adornada de efélides? ¿Qué sombras ahora la
escoltan, qué nubes la contemplan en qué barco viaja y con qué rumbo? Sólo
puedo responder a esta interrogante con un poema que Chesterton dedicara
a la Virgen. Lady, Lady. Altos muros del Endsleigh College que ella
habitaba y que yo escalaba cual Romeo han sido derribados. Sólo siguen tiesos
en el paisaje de la memoria. En la vida real son farallones, lienzos de adarve
del olvido.
Precisamente en un lugar tan a trasmano y donde Mahoma perdió las pantuflas iba
a transcurrir uno de los años más importantes y traumáticos de mi existencia.
En mí se produjo una verdadero despertar, una auténtica epifanía. Los propios
ingleses hacían befa de este lugar habitado por las gentes más rudas del rudo
Yorkshire y que parecían hablar a voces como animales en un dialecto que se
derivaba del vikingo y emparentaba con el norso. Eboracum (York) con su
catedral y sus baños romanos estaban cerca. Pero a mí siempre me fascinó Whitby
por sus ascendencias danesas.
Hubo allá una cristiandad procedente de la estirpe celta evangelizada por st.
Columbano, base del monaquismo occidental del cual llegaría a tener un
conocimiento más profundo merced a los legendarios de fr. Justo que describe
esta zona mítica con emoción y belleza en sus calendarios. Los inhóspitos pagos
del yermo Yorkshire fueron sede de una de las más importantes tebaidas. Los
monasterios formaban un verdadero anillo de oro en torno a la capital, York.
Eran centros de oración pero también baluartes contra las invasiones de
normandos y de escoceses. Para defenderse del acoso de los belicosos “picti” ya
los romanos habían levantado la Muralla de Adriano, en el condado un poco más
arriba, el de Northumberland.
En compañía de mi amiga Nicole, aquella francesa de los cabellos de oro y a
bordo de un mini hicimos a lo largo y lo ancho de esta tierra amor y geografía
visitando las ruinas de los viejos conventos demolidos durante las guerras de
religión y las consecutivas desamortizaciones. En nombre de Dios y con la
Biblia en ristre los puritanos de Cromwell acabaron con todo. Desde entonces
siempre tomo mis precauciones ante el Libro Sagrado prevenido por lo que decía
san Agustín que no es lícito basarse en la letra desnuda de ambos Testamento
sin un mínimo de bagaje iniciativo. Hasta hace poco en todos los hoteles del
ámbito anglosajón siempre había una y a mí me inspiraba cierto temor al pensar
en las barbaridades que cometieron los protestantes. Ninguno de estos textos
supera a la Vulgata con todo lo que diga don Cesar Vidal y sus luteranos al
respecto. Perdimos demasiados hombres en defensa del papa y de la verdadera fe
en tiempos de la Contrarreforma como cambiar ahora de camisa. No somos
culebras. Esta zona del arzobispado de York fue una de las más refractarias a
renunciar a la tradición romana
En fin, por aquel tiempo en la radio del coche sonaba la música de los Beatles
y el incansable hit parade que emita veinticuatro horas al día una radio pirata
instalada en un barco surto en la Bahía de Scarborough. Se llamaba Radio 707.
Tenía nombre de película y su `principal pinchadiscos era Tony Blackburn. Lo
conocían todas las quinceañeras del Reino Unido. Dos canciones muy pegadizas y
que aprendí de coro me traen memorias de aquel invierno: Lying in the sunny
afternoon” de los Kinks y No milk today, cose my love is far away. Hoy no dejes
botellas – se pedía al lechero- en el alfeizar pues mi amor está lejos. Sin
embargo, la letra de aquella canción no era para mí. Mi amor no estaba lejos
sino cercas. En los labios de Nicole, toda la cerveza de la Old Merry
England y el vino de la Dulce Francia me bebí. Tenía un cuerpo de diosa pagana
y unos ojos de dulce y claro mirar. Aquella mujer se cruzó por mis horizontes
como un viento de tragedia y libertad. Amor que pasa una sola vez y te deja
marcado. Los vientos del 68 soplaban a modo. Lo decía otra canción de Joan
Baez, Flying in the wind.
Íbamos al volante del viejo buga por los derroteros de los Yorkshire Moors,
mundo onírico de veleidades y de sentimientos bajo controlada que contaran y
cantaran las Hermanas Brontë. Paisaje sin árboles. Los barcos fueron talados
para prevenir la escuadra. Por el invierno hace un frío que pela. El cierzo
soplaba con ganas por aquellas desoladas parameras. Té y simpatía. Marchábamos
a toda velocidad, sentados a la trasera del viento. Nicole, ¿qué ha sido de ti?
Seguramente serás una viuda rica que con un ojo llora y otro repica o la
barragana de un canónigo de Reims. En los pueblecitos olvidados de paredes
blancas y techumbres de bálago tal como pallozas en plena campiña inglesa
siempre había una vieja taberna con mucha historia. En las de York bebía Guy el
Conspirador, en las de Grimsby los bucaneros de Sir Francis. El mundo yacía a
nuestros pies. Íbamos a ser perennemente jóvenes y bailábamos el twist en
bailongos de altavoces psicodélicos y focos foboscópicos. Noticias en la BBC a
las cinco y a silbar por la vía. Blowing in the wind but we couldn´t care less.
Había que apurar el cáliz de la felicidad de la vida hasta las heces.
El viento del norte se llevó nuestra juventud camino de las estrellas y ¿qué
fue de aquellos besos? Andan todos rodando por las estrellas. El amor es la
fuerza que mueve el universo. El odio lo para y aquellos tiempos eran los
tiempos de la flor al ritmo de canciones que aconsejan hacer el amor y no la
guerra. No había necesidad de emprenderla a martillazos contra la estatua de un
general subido a un caballo de bronce. ¿Cómo es posible que ahora la enredadera
del odio trepe por las paredes de nuestras casas? ¡Tanta inquina, tanta vesania
cuando creíamos haber alcanzado el nirvana de la reconciliación!
Se me apareció la belleza en Hull aquella ciudad destartalada. Entre el hollín
y el carbón y el beso gris de la lluvia sonó mi hora cero. Nunca fui tan feliz
como aquel año en la patria de Robinsón Crusoe. Desde aquélla he venido practicando
una suerte de robinsonismo intelectual. Me gusta la insularidad. Yo solo en mi
isla y que me dejen en paz. Tuve un casero judío que se llamaba Frederick Weil
que venía de Alemania y era un superviviente de Auschwitz. Era un judío
ortodoxo que me hacía lavarme no sé cuantas veces cada vez que le iba a pagar
la renta y se enfurecía cuando subía a mi novia a la habitación. Pues era muy
ortodoxo y muy buena persona. Miraba al mundo con esa típica castidad judía
obsesionada por la limpieza del cuerpo y por la del alma. Sin embargo, en punto
a dineros no se casaba con nadie. Todavía estoy recordando la sobrecarga de
ternura y afectación con que pronunciaba la palabra “property”.
En aquella pensión regentada por el exilado me familiaricé con Kafka al
que empecé a leer para aprender un poco de alemán. Me acabó enganchando. En su
Metamorfosis veo yo retratado una semblanza del mundo actual. Esta sociedad que
nos aliena y nos domina. Al final todos acabaremos convirtiéndonos en
cucaracha. La vida viene del huevo. La muerte no sé. Sin embargo, la obra del
judío de Praga, lo mismo que me contaba Mr Weil, mi casero judío, sobre su
experiencia en los campos de exterminio (“los peores enemigos no eran los
guardianes alemanes sino los de tu propia raza que te delataban y trabajaban
para el espionaje nazi”) fue toda una propedéutica. Eso está pasando
ahora mismo.
San Franz fue un escritor químicamente puro que escribía sólo para el cajón.
Sus manuscritos se salvaron de la hoguera gracias a su albacea Max Brod. No
todos los escritores tendrán esa suerte. Para mí Kafka es una especie de
santo laico o de profeta, heraldo del tiempo que se acerca. Su “Metamorfosis”
lo mismo que “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxley es una utopía en que
se narran las aspiraciones y fracasos del hombre gregario del mañana. Sus
libros son una semblanza del “homo domesticus”, sometido a su mujer, bajo la
bota del jefe en el trabajo, subyugado y contrito al que de vez en cuando le
duelen los colmillos o que siente cierto malestar en la barriga. No será nada.
Ya se me pasará. Me he visto muchas veces a mi mismo reflejado en la persona de
Gregorio Samsa. Igual que a él me gusta la carpintería y el bricolaje, hacer
crucigrama, dar cuerda al reloj de pared los fines de semana. Me pesa la incertidumbre.
Me aburre la política con sus afanes inanes. Por la metamorfosis o el
embrutecimiento del presente me puedo convertir en gusano – vermis sum et non
homo- del mañana. Franz Kafka da vuelta a los textos de Isaías. Sus libros
constituyen una especie de evangelio al revés. El jefe siempre es el jefe.
Tiene siempre razón. Me levanto todas las mañanas para ir a la oficina y al
mediodía acabo derrengado en el sillón. Soy pasto de habladurías y víctima de
confidencias de vecinos y compañeros. Veo que al mundo lo rige una mano
invisible y sacrílega.
Vivimos en ascuas, vamos por la vida pisando lumbre pero a nosotros lo que nos
importa es nuestra propia tranquilidad. Nos hemos vuelto egoístas e
insolidarios. Los periódicos nos dan las mismas noticias. Para matar el
gusanillo vamos camino de la nevera. Pero no tenemos hambre, sólo angustia y
tal vez hastío. Por mucho que nos afanemos nunca saldremos del círculo vicioso.
Eso es el gueto. Estamos acorralados y un poco perdidos. Esta metamorfosis que
nada tiene que ver con el hilomorfismo platónico que dignificó y dio
trascendencia a la vida humana (el judío de Praga nos baja un poco los humos de
la filosofía griega), su obra es como el descenso de un pedestal que anticipa
los desmanes de la II GM; es una parábola actualidad, un thriller de la
modernidad, una novela sin solución, una “morality” del anodino anonimato del
hombre del siglo XXI. Hoy te echas a dormir persona y mañana de te
levantas cucaracha.
-Eso le pasaba a Kafka por ser un pobre diablo.
-Un mal bicho que tuvo la suerte de encontrarse con un sponsor, el rico judío,
Max Brod que le publicó todos sus libros.
-No todos podemos vivir en la plaza. Pero el símil me gusta. San Franz Kafka
encarna la idea de san Jorge que vence al dragón. Ganó las batallas después de
muerto. Es la imagen del vencedor vencido, del fracasado que triunfó. De todas
las formas toda la obra de este escritor checo que escribía una alemán pasable
la cambiaría por una noche con Nicole. El arte no es más que un pálido
reflejo de la vida. Primum vivere deinde philosophare.
-Pues sí. Por eso se acuerda usted con tanto fervor del tiempo de vino y rosas.
-Ars longa, vita brevis.
-Cierto, el arte y el recuerdo son nuestro consuelo. Pero a Hull la ciudad
desvencijada volvería mañana mismo. Allí dejé algo de mi sangre y en Wilberfoss
fue donde nació mi hija, nuestra hija y allí construimos nuestro nido de amor.
-No me venga con romanticismos. No se ponga sentimental. Aparte tales chorradas
y abandone su campana de cristal.
-Sí, volvamos a la cruel realidad. Al anodino san Franz. No importa que sea un
autor sobrevalorado. El fin es el medio, no el mensaje. Aquí lo que vale es la
imagen. Aparentar. Vivimos y nos fiamos de las apariencias.
-Esas a veces engañan.
-Cierto pero que nos quiten lo bailado.
27/09/2017
Capítulo II
ELLA NUNCA ESCRIBIRÍA
Lo sabía y estaba en lo cierto. Las aguas del pasado no movían molino. Estaban
cerradas todas las poternas. Se habían borrado las claves y la sensación era la
misma que aquellas noches en que regresaba a casa, abúlico, insatisfecho
consigo mismo por haberse gastado tres libras en el pub, sin chelines para
echar a la hucha cuando se acabase el gas, y sin una moneda de seis peniques
para comprar un bote de Heinz Spaghetti en la tienda de la esquina que
regentaba una abuela con las piernas malas por las varices.
Se llamaba Thatcher y debía de ser pariente de la Dama de Hierro pero por
aquel entonces no había iniciado su carrera política ni la reconquista de la
isla para el comercio. Somos libres. ¡Somos libres! Que te lo crees tú. Doña
Margarita, que tenía la cara de loba y el pasito corto de jilguero que salta en
las enramadas de los olmos de la City entraría en aquel jardín como un elefante
en la gran cacharrería, al grito de We are a nation of shopkeepe rs.
Venía a ver a su tías los fines de semanas y examinaba los libros de de
cuentas. El debe y el habe bajo el lema de look after the pennies, cause the
pounds look after themselves Así es la vida. Ahora regresaba borracho con
su impermeable de plexiglás marca puma di oro que compró su madre en Galerías,
una prenda demasiado endeble para hacer frente a aquellos cierzos del Mar del
Norte que soplaban sobre Hulla la ciudad grisa la ciudad gris the Dull. La
ciudad del viento y la tristeza.
Le había tocado ir a parar a la ciudad más siniestra de Inglaterra. Claro
que Sheffield y Bradford no se quedaban atrás. Era el Yorkshire, you know.
Hombres rudos. Pero tienes que aprender inglés. Lo exigen en todas partes.
Saber inglés si quieres llegar a ser algo en la vida. Su generación había
alimentado bastantes obsesiones y supersticiones y aquella del inglés por
correspondencia o en una academia era una de ellas. Mejor que te vayas a
Londres aunque sea a fregar platos, algo aprenderás.
¿Tú crees?
Yo no digo nada. Quien no se arriesga no pasa la mar.
En la tienda de Mrs. Thatcher como era tan ahorrativa no había corriente
eléctrica la mayor parte de los días. Se alumbraban con un candil de butano y
olía mantequilla rancia y a ése olor dulzón que deja la pobreza en todas
las partes y luego estaban las piernas de la pobre señora dependienta que
también debían de tener su olor particular o le cantaban los pies. O es que le
supuraban las heridas. Fiaba con interés y apuntaba la deuda en un papel de
estraza.
We are a nation of shopkeepers diría su hija. Oh yea
Y luego la feroz Baodicea mandó la escuadra a las Malvinas y se hinchó a
matar argentinos. Pero eso ya no importaba poco. Además, sucedería mucho
después. Ahora Larry no era más que un joven airado tan crédulo que se había
tragado todas las patrañas que le habían contado en la infancia sobre las
mujeres y el vino.
Regresaba ahora a casa empapado en mosto, o mejor dicho, en lúpulo
que allí lo que nos legó Noé costaba un ojo de la cara.
pint of bitter, please .
Se metió cuatro enteras y cinco medias dejando en la barra todo su presupuesto
del mes y volvía a casa bolinga, haciendo quebrados al caminar y dialogando en
silogismos en latin con las farolas del alumbrado urbano. Se le había acabado
el peculio (el resto del mes a silbar a la vía), se fumó toda la dignidad y con
su dignidad la cajetilla de diez de cigarrillos Woodbine. Se había sentido
generoso y ofreció tabaco a un par de grullas apostadas en el quicio de la
mancebía pero le dieron calabazas y se fueron con un camionero de Newcastle.
Ya se acercaba a la puerta d sus humildes aposentos ue le costaban la mitad de
la beca y ya no tenía más que un cigarrillo y había hecho el dispendio de
invitar a la pelirroja Susana a un babysham lo que le agotó la mitad del monedero.
Quería ser escritor pero no se sentía con fuerza para la empresa.
Arrancha con cierto brío las narraciones pero luego se cansaba y dejaba a
medias sus concepciones. Sus libros no acababan en parto. Ninguno vio la luz
del amanecer. Habían quedado nonatos. En el limbo y a wink in the eye of your
faters eye como se suele decir.
-Estas borracho, talmenente telumante, tio.
Si no sé por donde voy mi voluntad perdida y las efervescencias del eructo
alcohólico.
Vas a echar la pota. Sal al jardín.
No obstante, la bebida le dejaba a Larry en el cuerpo cierto bienestar al cual
sucedían los desazones y espasmos de la resaca del día después cuando retornaba
la conciencia y volvían las preguntas de por qué lo hice; él miraba atrás
y no recordaba sus pasos, sólo el instinto a quemarropa que ponían en
circulación de casa sus miembros.
Era entonces un pelele. O acaso un robot o era la Dama de Blanco con el
griñón de luto que miraba por él en la retaguardia. Le había estado en sus días
juveniles rezando con tanto ahínco y con tanto fervor que ahora surtían efecto
las plegarias y como en los cuentos de Berceo no era extraño que la clemente
Reina, que siempre estaba al quite, pues era su madre del cielo (en el infierno
tenía otra) guiase sus casos hacia el domicilio y se pusiese al volante
en casos extremos. Para encontrar el camino de casa.
Entonces la luna era como más familiar y las estrellas más cercanas.
-No has de beber nunca más, Larry.
-No.
Hay un ejército de diablos danzando con sus tridentes en esa botella y
está claro que quieren perderte. ¿Dónde están las llaves?
Ay he perdido la cartera. San Antonio también estaba de su parte.
Encontró la cartera. Pasó la noche en la biblioteca al amor de sus libros, de
sus ordenadores, de sus imágenes y medallas.
La luz de la luna penetraba espectral por un montante. El ángel de la guardia
le reñía un poco afligido. Tuve que trabajar lo mío para hacerte desasir de
aquel moro que venía como un relámpago a robarte la cartera. ¿Otra vez? Sí.
Entonces se llevaron mis cámaras y mi tarjeta, me desposeyeron del carné y uno
en este país sin papeles no es nada. Robaban documentación para acodar con ID a
los que arribaban en pateras, se los vendían por cuatro cuartos. Da coraje,
hombre, pero ya sabes que yo estoy aquí, y ellos también son humanos e hijos de
dios. ¿También el que me robó la cartera, cachis su estampa? También él.
Pues vale. To er mundo e gueno, señor ángel. Tenía que escribir una
novela pero hacía pereza. Lo había intentado muchas veces pero se quedaba a
medio gas nada más empezar el maratón. En efecto. Escribir una novela es como
participar en una carrera de larga distancia. Yo tengo que llenar un vacío y
tapo mis agujeros interiores con palabras. Como puedo y como dios me da a
entender.
Ciertamente, que las grietas vuelven a reaparecer pero nunca viene mal
una capa de cemento. Esto es sólo una terapia. Ni más ni menos. Calistenia
espiritual.
La luna tras el ventanuco le parecía que se estaba riendo de él. Las
estanterías cuajadas de libros empezaron la danza prima un amago de compás.
Ay que me mareo. Ah que se me van los pies. Y cada vez era más profunda aquella
herida de su hija ausente. Los ordenadores se encendieron ellos solos. Su
correo empezó a llenarse de emilios delatores. Has ofendido a mucha gente. En el
infierno te estamos esperando.
Sin embargo, otra vez la lámpara del icono que lucía toda la noche
espantaba a aquellos espectros. Tengo la cabeza llena de fantasmagorías y la
boca seca. Me hundo señor en este vaivén. La cabeza me da vueltas. Ay. Pues tienes
que escribir. Aunque no sirva para nada. Aunque ella no te conteste. La he
buscado por todas las partes y hasta una vez cursé un llamamiento a través del
ejército de Salvación y me contestó una teniente dándome noticias de que estaba
bien. Que vivía. ¿Me suicido?
Y entonces veía a su padre desde el cielo y apuntándole con su índice
boto el que se le congeló y se le quedó sin uña en Novgorod. Fantasías
locuelas. Su padre era un apuesto militar y estaba muy elegante sobre
todo cuando se calzaba aquellos botos que requisó en la guerra a un
comisario ruso.
Había que sacárselo con una horma de madera. Él se prestaba siempre voluntario.
Quería mucho a su padre. Y cada año que pasaba y se miraba en el espejo notaba
que se parecía más a él. Su vida no servía para nada. Le dolía la separación de
su hija y que le hubiese abandonado aquella mujer y desde entonces todo había
sido malo en rachas cada vez peores: profanaciones, interdicciones,
constituciones, delegaciones.
En un libro de historia de la literatura tenía guardado tres cuatro pelos
de Eutimia, se lo había quedado como un exvoto de fidelidad eterna aquella
tarde de mayo en que la luz no querría apartarse nunca después de hacer el amor
en su buhardilla. Las carnes eran prietas y blancas los senos robustos.
But not the whole way please..
No.
Gorjeen el alemán e Elizabeth sus amigos lo hacían. Una vez que vino Gorjeen
-Jurgen de Alemania se desahogaron él y su novia y él les ofreció su cama en un
gesto de buena voluntad. Siempre estás haciendo el gilipollas, Larry. Por eso
la gente te pisa.
No era incapaz de abrir las páginas de aquel libro porque entonces le
entraba un cierto desasosiego. La vida da muchas vueltas y un mismo personaje
puede ser cien. La copa del amor se escancia mil veces y nunca se acaba. Así
que tienes que escribir una novela que sea un punto de fuga de tu partitura en
sí bemol. Dorre mi fasol. Con estas ideas en el macuto viajó a Londres. La
mujer de Villalba le miraba desafiante y casi hostil pero esta vez no encontró
entre los aduaneros la hostilidad de ocasiones anteriores. Ya éramos todos
europeos. Ya estamos todos en la CEE.
Se conjugaban las siglos y las pasiones, cambiaban los modos, las
costumbres, la forma de hablar pero ¿los ingleses seguirían tomando el te?
¿Londres seguiría siendo Londres como aquella vez? El olor le transportó al año
1964 cuando arribó a Victoria Station con su gran macuto militar, el que se lo
habían regalado a su padre en el economato, y las botas militares y el pantalón
caqui.
Eres un pozo sin fondo, beibi. Un arlequín. Un malabarista. Sed festina lente.
Ciertamente, las cosas de palacio van despacio.
2. Siria ha prohibido los alimentos transgénicos y el cultivo e importación de
los mismos.
3. Siria es el único país árabe que no tiene deudas con el Fondo Monetario
Internacional, ni con el Banco Mundial, ni con nadie más. .
4.La familia Al Assad pertenece a la tolerante orientación Alawí del Islam.
5. Las mujeres sirias tienen los mismos derechos que los hombres al estudio,
salud y educación.
6.En Siria las mujeres NO tienen la obligación de llevar el burka. La Sharia
(ley Islámica) es inconstitucional.
7. Siria es el único país árabe con una Constitución laica y no tolera los
movimientos extremistas islamistas.
8. Alrededor del 10% de la población siria pertenece a alguna de las muchas
ramas cristianas presentes desde siempre en la vida política y social.
9. En otros países árabes la población cristiana no llega al 1% debido al
hostigamiento sufrido.
10. Siria es el único país del Mediterráneo que sigue siendo propietario de su
empresa petrolera, que no la ha querido privatizar.
11. Siria tiene una apertura hacia la sociedad y cultura occidental como ningún
otro país árabe.
12. A lo largo de la historia cinco Papas fueron de origen sirio. La tolerancia
religiosa es única en la zona.
13. Antes de la conspiración mundialista o globalizadora, Siria era el único
país pacífico en la zona sin guerras ni conflictos internos.
14.Siria es el único país del mundo que ha admitido refugiados iraquíes sin
ninguna discriminación social, política o religiosa.
15. Bashar Al Assad tiene una aprobación extremadamente popular.
16. Siria posee unas reservas de petróleo de 2.500 millones de barriles, cuya
explotación está reservada a las empresas estatales.
17. Siria se atrevió a preferir un gasoducto que, procedente de Irán, llegaría
al Mediterráneo, rechazando otro que, procedente de Qatar llegaría hasta
Turquía.
18. La población siria está bien informada y discute con frecuencia el
establecimiento del Nuevo Orden Mundial.