SAN AGUSTÍN ANSIAS DE BELLEZA O LA UTOPÍA CRISTIANA
Oh suprema Belleza qué tarde Os conocí. Mañana San Agustín de Hipona. Ya va de vencida el verano pero los días son hermosos uy claros, las noches augustas, alcanzado el apogeo de su perihelio el sol victorioso. Sin embargo se acortan los días, se alargan las noches y se barruntan las sombras. Por eso reza la copla astur: “San Agustín los males se lleves”. Son fiestas en la Villa de Avilés. En las vivas mareas la espuma besa las rocas y hay muchos ahogados. Oh Belleza cuan tarde te conocí. El santo obispo de Hipona era un vocación tardía. Mucho me gusta el santo pero en él amo sobre todo al escritor de larga y retórica obra. Debía de hablar como escribía este ardiente númida. A sus hagiógrafos se les va la mano y lo pintan con rubio y con barbas, un desliz que se puede perdonar, pongamos por caso, al Greco que los describe bajando del cielo al alimón con san Isidoro para recoger un cuerpo, pero que está muy lejos de la realidad. San Agustín debió de ser negro y por las trazas mucho más cercano a un somalí o a un ugandés que a un godo. Todo es del cristal del que se mira. También los santos que llevan el sello de la época de quien los pinta o los mira. Nada tenía que ver en el siglo IV un cartaginés con un britano o un galo como ha querido describirlo la pintura europea. Tampoco responde a esa visión senescente que se le da de obispo quieto y manso y patriarcal. En su vida real debió de ser todo lo contrario. Ardiente y apasionado y retorcido como los pipirigallos que adornaban los jardines de Tagaste o los olivos de la Libia y tórrido como el sol africano. Numida y negra pues a él le gustaba mucho aquel versículo del cantar de los Cantares “Nigra sum sed phormosa, filiae Jerusalem” su madre Mónica y númida debió de ser la mujer con que pasó los mejores años de su vida y entreverado o cuarterón el hijo de sus entrañas Adeodato. El padre de Agustín Patricio venía de Hispanoa. En todos los libros del santo patriarca hay como una conmoción y un sentir de todo lo romano. Insuperable por su elegancia ese latñin de aliento largo. Oh suprema belleza que tarde te conocí y sin embargo y a pesar de haber compuesto la mayor parte de sus obras pasados los sesenta años, una obra inmensa, ñel es un ejemplo de que en los libros la juventud llega después. La edad del alma no se compadece con la del cuerpo. En sus últimos años (354-430) da a la estampa suis mejores libros. En eso sí que no se equivocan los pintores que lo retratan, cálamo currente, con un cuaderno o un libro entre las manos. Sus escritos llenos de esperanza son los de un misacantano. Emiten un mensaje de esperanza en medio de aquel caos con Alarico arrasando Roma y a las puertas de su casa de Hipona los vándalos. Con el enemigo poniendo sitio a la ciudad él pasa sus días escribiendo, leyendo y cantando salmos. Oh Suprema Belleza qué tarde te conocí. Gran escritor. Prevenido en frontera. Su capa pluvial y su estola son para nosotros como una coraza. 430 fue el año del exterminio. En 2008 siguen vigentes las mismas amenazas a la Ciudad de Dios. La pluma de Agustín percibe el aliento satánico de aquel Alarico. Venía Atila. Y ahora parecen que piafan por el Caucaso los caballos del Apocalipsis. ¿Adonde nos quiere llevar ese Bush empeñado en liquidar a los rusos y acabar de paso con toda la cristiandad imponiendo el pensamiento único? Dios no lo permita. San Agustín sus malos se lleve. El recuerdo y la fiesta del santo obispo de Tagaste lo mismo que sus mágicas palabras (hay que haber estudiado retórico y velado muchas horas asomada al ventanal de sus libros para deleitarse en el variado paisaje de sus conceptos. El ser humano siente nostalgia del paraíso perdido. Tiende a la verdad y a la belleza. El sol agustino parecía que iba a declinar pero no se ha eclipsado jamás. Hermosos días los de su fiesta más frescas las noches, más cortos los crepúsculos, la mar arrogante pàra festejar a este gran santo de occidente. Todo la edad media es un impulso a la construcción de la Ciudad de Dios. La utopía agustiniana viajaba en el morral de los caballeros andantes, lo llevaban los conquistadores en el arzón y fue diagrama de inspiración a la gran arquitectura católica. En el Escorial, por ejemplo, quiso plasmar Juan de Herrera la Ciudad de Dios. Pero de la misma manera que en sus Confesiones le salió a san Agustín un Rousseau, Nueva York una ciudad que no está hecha a la medida del hombre racional creado por dios para su perfección y santificación mediante la caridad sino que es un avispero de pasiones que hacen que el hombre se sienta gusano aplastado por los rascacielos, se contrapone a la Civitas Dei. Juguemos a la baraja con estas antonimias. A la urbe divina se le oponen la Oppidum Satanae. Y de la misma forma Woody Allen con su cara de sesenta y ochista pasmado contrahace a Gary Cooper. Belleza contra fealdad. Bondad contra maldad. Negro sobre blanco. Todo es como una eterna contraposición. La ciudad de Dios es un edificio maravilloso de palabras. En él se tira un guante al mal, al dolor. Agustín era un idealista. Sus “Confesiones” hicieron derramar copiosas lágrimas de arrepentimiento y suscitaron infinidad de conversiones en todas las épocas. En el año 430 con los bárbaros del Norte a las puertas de Hipona que seria arrasada tras dos años de cerco un 28 de agosto entregaba su alma al Criador. La destrucción de Hipona significa en lo material no sólo la caída de una ciudad sino el arrasamiento de todas las cristiandades norteafricanas que caerían bajo la bota del Islam y puede significar incluso el derrumbe de la Iglesia material o externa pero nunca la Civitas Dei. Esa es la idea nodal que reflejan sus libros que son un canto a la misericordia divina. A mí me interesa mucho más el escritor que el santo, con ser él uno de los mayores de la iglesia porque tales corazonadas, tales profecías, le llegan como escritor. Hay luego un Agustín real y un Agustín mítico. El segundo ha sido magnificado por los hagiografos; el real nos llega más, es más moderno, porque se muestra tal y conforme es: un hombre obseso con sus aprendizajes, sus contradicciones, sus caídas y levantadas y una cierta obsesión por el sexo que hoy no entendemos del todo bien. Hoy esos pecadazos (unas cuantas juergas en Milán, algunas visitas a las cauponae o tabernas romanas y a los prostíbulos, sus coqueteos con los maniqueos y con la astrología) se convertirían en pecadillos y esas lagraimazas que derrama Monica por el hijo descarriado no serían más que lagrimillas. Hay también un rostro humano y tolerante en Agustín como por ejemplo cuando manifiesta que en esa Ciudad de Dios no sobra nadie. Ni los tuertos ni los mancos, ni los mancos, ni los desvalidos, todos con derecho a pan todos hijos de dios. Pero tampoco las putas. Dice que sin las meretrices no podría sobrevivir la republica. El que se siente libre de culpa que tire la primera piedra. ¡Que humano era este libio! ¡Oh suprema belleza que tarde os conocí! Nunca es tarde, sin embargo. Tampoco para pensar, para publica y para escribir
miércoles, 27 de agosto de 2008