El verano del 66 no fue un verano
como los demás. Marcelino había marcado el gol a Yashin el arquero de la
selección rusa, veintitrés meses antes. Tanto que fue histórico. Marcó aquel
gol y empezó un tiempo dorado. Yo sólo tenía veinte años. Inglaterra ganó la
copa Jules Rimet que, todo el estadio de Wembley vibrando al son del himno dios
salve a la reina, alzó jubiloso aquel medio volante desdentado del United (se
le cayó la dentadura postiza en un encontronazo), Nobby Stiles; las “palomitas”
de Bank que perdió un ojo en una estirada, la
crencha alborotada de Bobby Charlton, que le escondía la calva, chuts
desde medio campo, la tangana de aquel extremo argentino por nombre Mas (“entré
un poco fuerte no más”), las torres platenses en que despuntaba como una
barbacana el central Ratin, las internadas de aquel interior izquierdo del arsenal
Hearst ▬el futbol era por entonces deporte de caballeros deporte rey sin moros
ni mafiosos en la costa▬ y asistíamos emocionados al espectáculo de la TV en
blanco y negro en cualquier tupi de la calle Ávila o de la glorieta de Cuatro Caminos,
mientras nos minchábamos un bocata de calamares regado con una clara… ¡a ver
que va a ser, los señoooores! La Reina de Inglaterra más joven y con un abrigo
de entretiempo entregó la copa a los vencedores del equipo inglés.
Un tiempo fascinante una
Inglaterra fascinante. Había que saber inglés para llegar a ser algo en la
vida. Remigio Bermejo se compró un diccionario de bolsillo e iba aprendiendo
palabras en el metro. Tarareábamos canciones de los Beatles y de los Rolling y
se organizaban guateques en los pisos. La risa espectral iba por barrios entre
comerciales de la Inter y las codas de la copla mañanera resonando en los
patios de luces. Olía a pimientos fritos y a verano t a sudor de axilas no
depiladas al agarrarse a la barra del autobús, los sobones aprovechaban el
traqueteo para arrimar material al culo de una monja o al solomillo de una
oronda ama de casa, oiga usted no se pase tío cerdo. Nos enervaban las caderas
de las muchachas. La Puerta del Sol amanecía vigilada por el anuncio del Tío
Pepe plagada de isidros, llegados al albur del kilómetro cero, de vino y de
sol. Muchas ganas teníamos de vivir.
Eran un poco tristes sin embargo
las tardes de verano sin amor a ritmo de tonadas del Dúo Dinámico cuando
regresábamos a casa después del baile derrengados tras la consumición y los
deseos de amar nunca colmados.
▬ ¿Qué tal se te dio?
▬No me he comido una rosca,
chaval.
▬Otra vez será. Hay más días de
longaniza Terminé la carrera de Periodismo y entré en prácticas a trabajar en
RN. La plaza la obtuve sin recomendaciones de ningún tipo. No tuve que tocar
muchos palillos. Fui donde me mandaron. Todo estaba más cerca, más asequible,
la vida que nos salía al encuentro nos sonreía y todo era más fácil
▬Tú vete para allá. Y ya está. Te
presentas y dices que vas de mi parte.
En tiempos de Franco todo era más
fácil. Los españoles teníamos futuro. No existía castuza y mandaba la regla del
trabajo bien hecho, la esperanza, la alegría y la igualdad de oportunidades, lo
que quiere decirse que el hijo de un obrero podía escalar los primeros puestos
de la administración a diferencia de 2015 cuando todas las vías están taponadas
y los cupos están sin excedente, no hay salidas, se obturaron las cañerías,
sólo unos pocos, los elegidos que pasen. Coto cerrado. Numerus claussus. Sólo
los hijos de los mandamases como los funcionarios del Tribunal de Cuentas en
los que se reparten las vacantes de padres a hijos. Es una tradición esta que
arranca del tiempo de la Oprobiosa que cundió, acrecentada, en tiempos de
Adolfo Suarez cuando todos parecían agarrados al enchufe. Aquel verano fue el
verano de los grandes sueños y los suspiros de libertad. Fernando Onega, aquel
gallego rubio con acento de Puente Deume joven promesa de aquellos tiempos que
escribía editoriales en Arriba metió a la hija en el gabinete de Prensa después
de convertirse en el gran valido de don Adolfo y doña Sonsoles que paz
descanse. Paco Bartolomé el de Efe enchufó a Macarena su primogénita con ZP. Joaquín
Prats dejó a su hijo bien colocado en Telepuñetas y la campos que solo era una
mediocre locutora de la cadena Azul nombró a su hija Terelu adjunta al cargo de
reina de las mañanas. Momios, dinastías, enchufes, nepotismo, el que venga
atrás que arree, y así sucesivamente.
Sin un momio sin un poco de
recomendación no vamos a ninguna parte. De lo que se trata es de obtener una
granjería, una canonjía, una mayordomía, un beneficio que sea sinecura de por
vida. Esto con Franco no sucedía, lamento decíroslo a vosotros, patres conscripti. Tampoco hubo saqueo
de las cajas públicas y de ello puedo dar testimonio porque yo vi, trabajando
en Archivos con mis propios ojos la última nómina del Caudillo: 275.355 pesetas
con 33 céntimos, aunque tampoco faltaran gatuperios como los de Matesa o los
enjuagues del Opus. Los socialistas y los peperos, instalados en la pomada o
encaramados en la caja tonta, no sólo hicieron mangas y capirotes de ese norma
sagrada de la función pública basada en la nitidez y transparencia de los
libros de apeos, sino que nos han vendido la patria a trozos.
Ahí tenemos al millonario Felipe,
al creso Bono con su trasplante capilar y
su cara de queso manchego hizo un pan como unas tortas, al honorable
Pujol con maletas repletas de billetes rumbo a Berna o a Andorra, al
multimillonario Alfonso Guerra y todo su clan. Ay, hermanos queridísimos, os
subisteis al carro, vuestro padre era un maestro ajustador de la Maestranza y
soldado de Franco que hizo la guerra de cabo primera. Aquí todo se queda en
casa. Que venga el hermanísimo.
Creo que los que vienen los de
Podemos otros lobos con diferentes collares con ansias de poder y pisar
alfombra de planta noble en ministerio seguirán el mismo rumbo.
Esa es la fija porque aquí la
política nunca se consideró un servicio al bien común sino granjería del lucro
y la codicia. La redacción estaba emplazada en el segundo piso de aquel
imponente edificio de estilo herreriano que construido por el ministro Arias
Salgado en la calle Capitán Haya. Otro que se llamaba Albeniz y yo entramos en
prácticas. Nos fogueábamos redactando el Parte de las dos para Radio Gaceta de
los deportes cuyo director era un granadino Joaquín Ramos y, su segundo un tal
Galende un señor que había sido árbitro, hombre muy bondadoso que liaba densos
cigarros de caldo de gallina (en las redacciones de aquel entonces se fumaba
sin parar y hasta las mecanógrafas echaban humo) lo hicimos bastante bien. A mí
me cupo el honor de entrevistar a Bahamontes la primera y casi única entrevista
que hice por radio. Nos ofrecieron entrar en la empresa fijos pero tanto Albeniz
como yo acariciábamos otros planes. Se nos metió en la cabeza la idea de que
para llegar a ser algo en la profesión había que dominar a la perfección el
idioma de Shakespeare, no sabíamos, pobres de nos, que el diablo sacando su
larga lengua nos engañaba con semejante traza y un largo calvario nos
aguardaba. En mala hora.
Albeniz llegó a ocupar la
delegación de Efe en Naciones Unidas pero el pobre, a causa de un problema
personal tuvo una depresión y se suicidó tirándose desde el balcón de un sexto
piso. No había cumplido treinta años. Era el más joven de nuestra promoción.