DIETARIO MIKELMAS 2021
Wednesday, October 27, 2021
Día glorioso de San Frutos, paseo por las calles de Oviedo a la búsqueda del tiempo perdido. No ha pasado el santo de anacoreta la hoja del libro que está leyendo ni al Cristo de les Oreilles de la catedral ovetense dio de mano a la bola del mundo que sostiene. No es todavía el din del mundo aunque suba el pan los carburantes la luz los comestibles y la peste del Covid siga viva aunque en recesión. Él sigue arriba mirando a la pobre humanidad con sus ojos grandes saltones, hieráticos, del románico ramirense, cuna del jacobeo. Ojos que expiden piedad. San Frutos tampoco pasó la hoja. Parece que no acaba de terminar de leer el libro que tiene en la mano. Oviedo y Segovia son dos ciudades literarias que marcaron mi existencia como Dublín o el Londres de Kings Roads. No eres de donde naces sino de donde paces.
Deambulé este 25 de octubre a dos meses vista de la navidad por el querido Oviedín que ya no es tan pequeño y acusa unos grandes niveles de contaminación rodada pues todo el mundo va en coche pese a las cortas distancias a la recherche du temps perdu. Pero esta alegre mañana de otoño no me guiaba Proust sino Dolores Medio una voz mágica que retumba en mis oídos. “Nosotros los Rivero” es una de las grades novelas escritas a mediados de la pasada centuria, para mi gusto aventaja a la tan traída y llevada “Nada” de Carmen Laforet. Es sin duda el mejor premio Nadal.
Dolores radiografía la ciudad desde su vivencia de la Revolución del 34, la guerra del 36 y los inicios del desarrollo económico. En sus páginas me encuentro con “Choni” el compañero de juegos de infancia de la autora el cual vino a detener a su familia que regentaba una humilde tienda de ultramarinos “La uva de oro” convertido en miliciano pistolero de requisas. A Ger, el hermano de Mag la protagonista, el estudiante de Derecho que se unió a la revolución y muere en una trinchera de la Tenderina por los disparos de los artilleros de Varela implacable en la represión.
Vemos a los pobres seminaristas fusilados, arder a las iglesias y la ciudad destruida y a los moritos de Regulares con el tarbús y el jaique desfilar airosos por la calle Uría invocando a Alá en la triste mañana del doce de octubre de 1934. ¡Qué arte narrativo el de esta mujer!
Creo que la poesía carece de género, es lo mismo en hombres que en mujeres pero Dolores Medio con sus sensibilidad femenina capta los más mínimos detalles de su entorno descritos en un lenguaje poderosamente eficaz, cinematográfico, definitorio y definitivo al plasmar cada escena, en la ternura y limpieza del alma con la que cuenta uno de los momentos más dolorosos de la ciudad destruida.
Ella que nació de una familia de indianos venidos a menos.
El padre luchó en la guerra de Cuba y tuvo una hija mulata de aquella relación que se convierte en polo de atracción galante del elemento masculino pero al mismo tiempo es blanco de murmuración del “todo Oviedo” por ser negra.
Magdalena la protagonista nació en la calle san Francisco frente a la estatua del inquisidor Valdés. De niña le gustaba columpiarse con Choni en las cadenas clavadas frente a la puerta. Cadenas que trajo un obispo de Oviedo que peleó en las Navas de Tolosa.
Paso por la Corrada del obispo, los trascorrales la catedral, y me acerco a la estatua de la Regenta donde ruego a una turista mexicana que tire una foto de mí del bracero de doña Ana Ozores.
—¿Tiene la bondad?
—No faltaba más
Explico a la señora quien era aquella mujer que acabó teniendo un asunto con el magistral catedralicio que espiaba sus movimientos desde la torre con catalejo.
—Ah pues no lo sabía. Lo buscaré en Internet.
—Calque el botón de la derecha, y viva Mexico.
—Ya está.
—Muchas gracias.
—Encantada.
Los turistas han tomado posesión de la ciudad de Oviedo una de las ciudades más visitadas de España.
Me dice que está encantada de España por su hospitalidad y belleza de sus paisajes y que Oviedo es una hermosa ciudad. Los españoles, advierte, y los mexicanos somos iguales en las virtudes y los defectos pese a los denuestos hispanofobos de Lopez Obrador.
Ah la Regenta yo me enamoré de una Regenta de la cuenca minera pero la cosa salió mal por mi propia inconsciencia. Avanzo hacia laCorrada del Obispo y allí san Tirso que está allí en efigie ostentando la palma del martirio en una imagen de piedra, hornacina desgastada por los siglos cabe la puerta.
Aparece en el testero el misterioso alfiz visigótico de tres arquillos, un enigma para los historiadores. Doce siglos os contemplan; el templo fue consagrado por Alfonso el Casto en el siglo IX.
Camino hacia el barrio húmedo. Cuesta abajo hacia el barrio húmedo lamiendo la vieja muralla... aparecen pintadas emborronadas por el latigo de los grafitos no sé que significa esta escritura en la pared: ¿síntoma de la modernidad y aviso apocalíptico? Las rondas y reveille del botellón no dejan dormir a los vecinos y hay manifestación.
Es el sector urbano más castigado de la folixia. Sin embargo el barrio está todo tranquilo. A la bajada antes de acceder al campillín entro en un chigre donde yo acostumbraba a tomar café. Pregunto por el dueño un paisano pequeñín y muy gallaspero. No está. Falleció hace dos años.
Dios guarde su alma.
Tuvo la culpa una cirrosis que ya apuntaba en su cara demacrada y como chupada la última vez que lo vi. Se acabaron aquellos culines del tiempo que pasa. Un tanto aprensivo y nostalgico por la noticia subo al Fontán a sentarme en una terraza:
—¿Se puede fumar?
—No señor.
—Pues vale, cumplamos la norma de la municipalidad pero le participo que a mí me salvó la vida del Covid el tabaco. Purificó mis pulmones el saumerio de la cachimba.
Me acurruco entonces, un poco triste por el fallecimiento de mi amigo el tabernero aquel paisanín del que nunca hablará la historia, frente a las estatuas de las dos lecheras.
Debían de ser aquellas lecheras que cantaba Gerardo Diego y que bajaban por la calle Leopoldo Alas con el cántaro encima de la cabeza. Todo el barrio escuchaba el sonido de sus madreñas de madrugada.
—Hora de levantar. Ya pasaron las lecheras...
Y me fumo un vegero de celebración por estar vivo yo mientras pienso en Tigre Juan y en Pérez de Ayala otro de los grandes vates que ha dado Oviedo (el estro de su numen que no cesa) a las letras hispanas.
Siguiendo ruta en el patio de la Universidad saludo a don Fernando Valdés el Inquisidor General contemplo las arcadas que custodian el empaque de su aula magna y escucho retumbar el cantarín traqueteo de las ametralladoras de de la Revolución. En el fuste de las columnarias las balas dejaron su impronta como aviso de que no vuelva a pasar.
Yo pisé suelo asturiano el verano de 1968 venía a hacer las practicas de periodismo en LNE. Ya ha llovido. Pero recuerdo que bajando al volante de mi seiscientos me detuve en el pueblo de Pajares había romería. Escuché por primera vez la danza prima y probé mi primer culín. Desde entonces Asturias se me clavó en el alma.
Y sigo degustando las dulzuras del “mexu d´angelin” hasta que Dios quiera. La sidra cantarina bien tomada, escanciada y bien llevada es un lujo, deleite de ambrosía. Sobre el vaso mea un ángel
Wednesday, October 27, 2021