DENTRO DEL CRATER DEL VOLCÁN
Viernes de octubre sombra de la llama de los bailes de candil. La memoria exhala bocanadas de fuego fatuo. Argayo de lava que borra los paisajes. Los políticos vienen y van, se hacen fotos publicidad, prometen y prometen, la ayuda no llega, luego se olvidan y los palmeros evacuan despavoridos sus pobres pertenencias y enseres en la telera de camionetas japonesas.
Mientras escupe fuego el cráter de Cumbre Vieja y enseña músculo y fuerza madre naturaleza, la vida sigue entre nosotros.
Silba el jilguero su último canto del verano antes de volar a la emigración vísperas de san Frutos Pajarero, patrón de Segovia que también se fue al yermo y vivió emparedado en una cueva como yo en mi soledad. Huir y huir. Pasé la mayor parte de mi vida huyendo.
Los hombres y las mujeres me dan miedo y pena con su locuacidad ciega. tanta confusión. Tanto embolismo. Quedo sobrancero y excedente de cupo viéndolas venir. Me duelen las traiciones y olvidos de la gente que quise. Me dicen que así es la vida. Recuerdo que entonces me sumergí en mi oratorio a vivir al calor de los libros y escuchando emisoras de onda corta. Mis favoritas eran la Deutsche Welle, Radio Helsinki en la cual los domingos escuchaba misa cantada, y la Voz de Rusia cuyas locutoras hablaban el lenguaje de las hadas with their soothing slavic accent
—¿Algún mensaje para mí? ¿Hay alguien ahí?
Escuchaba la voz del silencio, estampados en la pared estaban los cuadros de mis títulos académicos el camafeo de Cisneros con cerquillo ornando su franciscana cogulla el certificado de MA master of Arts Filosofía y Letras, el documento enmarcado certificada mi condición de licenciado complutense.
Estaban también adheridas con cita adhesiva y chinchetas las fotos de mis hijos. Helen siempre en el cuadro de honor. Su bello rostro otorgando preferencia.
La luz de un icono a san Serafin Taroski el más milagrero del santoral ruso velaba por ella. Más abajo, también en marco de cristal, el Diploma de Periodista abajo una estampa de san Frutos con un epígrafe así:
“Divino san Frutos
Intercede por nos
Ante el padre bendito
Líbranos del cancer laringeo 1986”
La fecha en que dejé de fumar que nunca observé pues siempre vuelvo al vicio. El tabaco es la compañía y el consuelo del escritor en su Tebaida. Aquel chiscón era mi Capadocia particular. Era vivir emboscado. Un cuarto de siglo embutido en mi tronera escuchando el canto de los pájaros y las conversaciones vecinales en el jardín central las trifulcas domesticas, las onomásticas de Feliz en tu día, del cumple de los niños.
Escribiendo siempre escribiendo y para qué.
No sé pero aquel era mi refugio y mi cárcel el lazareto donde me lamía mis heridas. Pasaban los años. Yo veía nacer y fenecer la luz de auroras y ocasos. El aparato de radio me traía del éter palabras lejanas. La onda corta me libraba de la vulgaridad de las emisiones de las radios locales con su voz impostada largos programas oceánicos de divos de la comunicación verdaderos oráculos (Gabilondo Luis del Olmo que era el colmo, el Carlos Herrera con sus quiquiriquies de misacantano y aquel Julio Cesar Iglesias el zamorano atronando vulgaridades de lo deja vu.) Propaganda y mensajes comerciales que me causaban fastidio. Vi entonces por un casual las mariposas negras, avispas y moscones aturdiendo mis oídos.
Entretanto, yo me preguntaba donde estará ella, la diosa de mis sueños, la amada de mis días nunca escribiría. Yo estaba condenado a permanecer en mi destierro vida de topo y no salgas de la madriguera porque a la puerta anda al acecho el raposo. El gran Cofrade permanece siempre a la mira