PALESTRINA 1524-1594 MÚSICA POLIFÓNICA
CUMPLE MEDIO MILENIO
El día de la Transfiguración en la
fiesta de san Salvador es costumbre antigua entre los ovetenses llevar ramos de
laurel y posarlos a los pìes de la imagen
del Cristo que guarda una de las columnas de la bóveda del transepto de la catedral.
Es una talla del siglo XI muy venerada a lo largo de
más de un milenio por los peregrinos a Compostela pues ya lo refiere el dicho:
“quien va a Santiago y no visita al Salvador por honrar al criado desdeña a su
señor”. Emocionado por haber alcanzado la edad provecta, ochenta años y por la
exuberancia del pequeño loreiro que tenemos en el jardín de atrás de nuestra
casa dirigí mis pasos hacia la catedral de Vetusta que guarda las reliquias de santa Eulalia y fue el epicentro de las peregrinaciones a Santiago. Por eso denominan a este templo del gótico tardío "sacra Ovetensis".
Nunca se vieron hojas de ramas tan verdes, ni ramos tan floridos pues con laurel coronaban a los
emperadores y a los poetas del olimpo antiguamente.
Es planta que crece en Asturias al menos en la parte en la cual
vivo yo espontáneamente, vivaz y perenne. Recé.
─Ayúdanos, salva a tu pueblo, guarda a tus fieles,
Señor
El sol de agosto proyectaba sus rayos oblicuos a través de las vidrieras policromas sobre
el rostro del Cristo de les Orelles.
Es una imagen tosca con los ojos
protuberantes que contemplan serenos el pasmo de la eternidad y dos pabellones
auriculares sobresalientes.
Dentro de mí
brotaba el raudal de una música de mi infancia cuando era niño de coro en
Segovia, aquellas partituras de Palestrina que interpretábamos bajo la batuta
del maestro de capilla. Los motetes eran como un gemido. Los improperios de
Jeremías hacían llorar mientras, salmo viene y salmo va, se apagaban las velas
del tenebrario.
“Popule meus
quid feci tibi aut in qua conristavi te, responde mihi” Cristo desde la cruz
Interpelaba al pueblo de Israel…
“Pueri Hebreorum” y luego estaban las
lamentaciones de Jeremías profeta. A lo último, el “Aleph” y el canto de la
Passio.
Los responsorios a seis voces se elevaban por el
empino de las bóvedas flamígeras, el eco de esta música divina se dispersaba
por los ánditos del triforio y de la vía sacra, aquella solemnidad, aquella
unción…
El cristus musicus, el cristus structor o arquitecto el cristo taumaturgo, el cristo profeta, el
hijo de Dios resplandecía en la luz de los cirios y jugaba con los neumas de
los cantorales en letras grandes, sostén de la melodía.
Los motetes
de Palestrina nos hablaban de clemencia de perdón y de esperanza. Eran la voz
de los siglos.
¿Quién era
Palestrina? Pues un clérigo romano de vida alegre a quien el papa nombró su
maestro de capilla. Hecho habitual en el siglo XVI, la centuria del amor. Hay
que leer la ¡Lozana Andaluza¡”.
Tenía cuatro hijos naturales pero la envidia y la
intervención de los jesuitas inquisitoriales tan castos como crueles hizo que
fuera destituido de su cargo de maestro de capilla. Quedó en la calle. Lo pasó
mal. Las penurias y sufrimientos de su vida no afectaron a la majestad, empero, y
grandeza de su arte.
Nadie después de él ha conseguido plasmar la belleza
de la polifonía eclesiástica. Supo sacar provecho de los registros de la voz
humana que es el mejor de los instrumentos musicales.
Asimismo, supo guardar la tradición antiquísima de
la liturgia cristiana. El que canta reza dos veces.
El órgano es protestante, las trompetas, el armonium
y el piano valen para la danza y el baile.
Pio X echó a las bandurrias y guitarras fuera de la
iglesia.
No quiero ser contreras ni remar contra corriente pero el Día de la
Transfiguración en la catedral de Oviedo (sacra ovetensis) tuve una experiencia
mística mientras besaba los pies del santo y dejaba en la peana un ramo de
laureles.
Y estas consideraciones en el quinto centenario de
Palestrina debieran mover a reflexión a aquellos que quieren una liturgia sin
chantres ni puericantores. A palo seco.