Rodrigo Royo "TODAVIA", LA MEJOR NOVELA DE LA GUERRA CIVIL
Por ser el otro día las Candelas no corrimos el gallo la antevíspera pero fuimos en procesión con las paridas con un pichón y dos tórtolas y a la mañana siguiente una vela a san Blas que nos librará de la tos ferina.
Con hogueras honramos a santa Brígida y hoy santa Águeda bendita nos muestra, pudorosa, los pechos cercenados por el pretor Quinciano a cuyo apetito carnal no quiso condescender aquella doncella romana ¿Por qué, cobarde, cercenas las tetas de una mujer? La gloriosa virgen siciliana nos amamantará con el maná de la Redención y los zamarriegos están que lo tiran. Es fiesta en Zamarramala y dicen que hoy mandan las mujeres y aunque no lo crean las “Pusis” Cristo fue el primer feminista.
Pero me inhibo, no quiero leer las noticias amenazadoras que coartarán nuestras libertades y, uncido al carro vigilante de Google, me sumo en una de las novelas que guardaban turno en las filas de mi anaquel “Todavía” de mi maestro Rodrigo Royo y paso una horas deliciosas estos días primeros de febrero cuando vuelven las cigüeñas y la epacta llega bien apretada de festividades y honras significativas a los santos mártires, doctores, confesores y santas vírgenes de nuestra Santa Madre la Iglesia.
¿Será que en las auras de la noche hay un remecer de primavera? La novela de mi maestro y director el que me abrió las difíciles y misteriosas puertas carreteras de esta profesión y parece que me habla desde las páginas del libro primorosamente editado y que fue premio Ateneo de Sevilla 1974 es un grito frente a las crueldades del destino y un susurro de resignación pues tendrá que ser así aunque no sea justo tanto olvido.
Escuché la voz de Rodrigo, su carcajada, su estilo inimitable. Escribir es encontrar una voz propia que llega entre las alas de los ángeles y me acuerdo de la frase de Quevedo Escucho con mis ojos con los muertos vivo en conversación con los difuntos. Es la magia de la literatura y hay que dar gracias a Dios porque los españoles podemos hallar verdaderos tesoros escondidos en los libros de autores a los que dieron de lado, de apellidos malditos, ristra de nombres descatalogados.
Ningún texto de los que pregona el Mundo en sus páginas culturales ensalzando mediocridades en inglés logra la talla de un manuscrito como este (Rodrigo Royo siempre escribía a mano y con pluma, nunca a máquina.) Claro esto es la ley del embudo. España vive un proceso de desespañolización tendente a privar a las nuevas generaciones de la verdad y del goce estético. España despanzurrada y exangüe, España sin medula. Es un ente de razón, una mariposa disecada entre las páginas de un misal.
Este olvido es para mí mucho más nocivo que todos eso escándalos financieros de la hora presente (a nuestros cronistas de la radio y de la tele, a nuestros bustos parlantes parece les dieron azogue y pica, pues no paran, oye, en sus letanías, el país está hecho una braga)) que siendo graves en sí tienen por objeto comerle el coco al currito de a pie, lavarle el cerebro. Friegas de papel de estraza de crispación, insultos al pasado.
El mensaje de esta gran novela dice que los vencedores habiendo ganado la guerra luego la perdieron en la paz dentro de un marco largo de la legalidad y la reconversión tecnológica, del fracaso de las ideologías. De ahí nos viene el letargo.
Los luchadores por la libertad de uno y otro consorcio devinieron esclavos. Hemos vuelto a la normalidad, se escuchaba el aullido cenagoso de la mentira. Las espadas lucían en el aire esgrimiendo su desquite. Los goznes de la historia chirriaban estridentes con su oxidada marcha atrás. Estamos otra vez en el punto de partida pero qué hermoso era el verano en Alea. Queremos mujeres y a vosotros ¿os gustan las profesionales o las aficionadas? Igual me da, yo lo que quiero es joder… pero en la inmensa oscuridad del cielo las estrellas se desvanecían asustadas...
Miguel Chorreta el anarquista y Rafael el falangista el hijo del terrateniente se parecen como dos hermanos mielgos y se complementan en su mentalidad revolucionaria, en su bondad en su lucha por el bien común, apéndice psicológicos de las contradicciones del novelista, puesto que articulan en su propuesta revolucionaria dos aspectos de la vasta personalidad del autor que en Alea (Alcira) en la Mancha valenciana efectúa un canto a su patria chica como apéndice de su patria grande: España. Alea era una tarjeta postal un pueblo con castillo en manos de veinte familias. Alea. Alcira. “alea jacta est”. Nunca sin embargo pasaremos el Rubicón.
Viene la revolución y Chorreta manda fusilar al dictado de lo que le impone su mente pero contraviniendo los consejos de su corazón al cura a don Práxedes y a otros diez más. Les dan el paseo de madrugada a la luz de los faros de un Hispano Suiza con el motor al relentí iluminando la ardiente oscuridad del barbecho una noche de agosto. Escena impresionante. Cuando entran los nacionales y cambian las banderas, Chorreta y sus compinches serán pasados por las armas, cabe las tapias del cementerio. Eso sí los nacionales a sus víctimas no las paseaban, las fusilaban tras un juicio previo ante un consejo de guerra aunque para el caso viene a ser lo mismo. Escena no menos impresionante porque entre le pelotón de soldados hay algún militar que se viene abajo y rehúsa la orden de fuego. Rafael el falangista quiso reanudar la labor dejada a medias por el anarquista pero a Rafael también fue engullido por las pirañas de la normalidad: los banqueros, los tecnócratas que mean agua bendita, la imponderable castuza política que cayó sobre nosotros como un baldón.
Ni Galdós ni Baroja hubieran sido capaces de describir una cosa así, con tanta solercia, con tanta acuidad, con tanto salero. Eran demasiado garbanceros, demasiado famosos y en este país unos ensillan y otros cabalgan. También en literatura.
Rodrigo Royo realiza un tour de force en tales episodios con capacidades sinfónicas porque era aparte de un gran escritor y periodista un excelente violinista La novela viene a tener calidades de partitura sinfónica. Cruda trama pero tan árido escenario se le hubiera ido de las manos a cualquier narrador menos capaz. Entre medias se dan cita la ternura, el amor, las dudas porque ni unos ni otros son enteramente buenos ni enteramente perversos. La guerra. culpable del odio fratricida, se escucha lejana en este pueblo de la retaguardia.
El enfrentamiento de dos ideologías urde los hilos del pathos que dejaría un reguero de sangre y más de un millón de muertos. Después, cada mochuelo a su olivo.
Miguel Chorreta (maravillosamente descrito y una prolongación del alma del novelista) aparte de guerrillero se muestra como un organizador capaz que piensa en el futuro e idea un sistema de pozos artesianos para extraer de los montes cercanos un raudal que llevase el agua al pueblo de secano. Luego está la gracia, la chispa, el donaire y el interés que hacen sugestiva y maravillosa a una obra de arte, el lenguaje, la sintaxis de un estilo sencillo pero por eso mismo inimitable.
He escuchado la voz de Rodrigo a lo largo de estas páginas, sus carcajadas, su inconformismo, su intolerancia, su bonhomía y su perdón porque era generoso y magnánimo con sus semejantes (Padre, perdónalos) y la alacridad frente a las cuestiones sexuales.
El capítulo del burdel de Valencia donde conocen el amor los jóvenes de Alea constituye una obra maestra de psicología así como la descripción del amor platónico que siente Rafael hacia su novia Carmenchu a la cual no llega a conocer en sentido bíblico Los hombres y las mujeres cuando les ha salido callos en el corazón sienten la punzada del desencanto por no haber consumado el amor de su adolescencia. El hombre a veces lo perdona y se lo perdona a sí mismo. La mujer no se lo perdona jamás ni se lo perdona al hombre. Volver la vista atrás ¿para qué?
Ello revela un gran conocimiento por parte del autor de la psicología amorosa. Estas rendijas del pasado quedarán en el recuerdo como burletes que nadie conseguirá tapar. Miguel el jefe del comité es el buen salvaje pero el destino le va a jugar una mala pasada a este anarquista cuyo ideal consistía en hacer el bien y si no lograba hacer el bien realizar el menor daño posible a sus semejantes.
Hay la escena de la castración de un miliciano e incluso la violación de una mujer que a no ser por la pericia para relatar que exhibe el autor hubieran resultado chabacanas pero se convierten en elegantes páginas de humor y de distanciamiento cervantino.
“Todavía” es un clásico, sin duda una de las grandes novelas de nuestra guerra civil escrita de forma sencilla, ágil pero manejando infinidad de recursos de fabulación que sólo poseen aquellos hombres del Movimiento (Tomás Salvador, Luis Romero, Emilio Romero, José Luis Castillo Puche, Rafael Sánchez Mazas, Rodrigo Royo, Álvaro Cunqueiro, Cela, Vicente Soto) toda una pléyade surgida en aquel illic et nunc que nunca volverá a repetirse en España. “Todavía” me ha traído esta noche auras del azahar de los naranjales levantinos en este día frío de Santa Águeda cuando en Madrid empieza a sentirse la primavera.
La última vez que lo vi el año 80 ante una mesa enorme de caoba de director de periódico – parecía un evacuado de la guerra civil- de la calle San Roque, cerraba hostigado por unos y por otros el diario Informaciones daba sopas a un gatito que le habían regalado las monjas y me dijo:
-Hora es ya de irse a escribir una novela
Nunca la llegó a escribir pero se puso a tocar el violín para amansar a las fieras. Sus acreedores le zarandeaban por la pechera. Murió a los pocos meses.
“Todavía” fue su testamento literario pero esta noche de febrero oí su voz que me gritaba. Rodrigo era un ángel encaramado en lo más alto de un lucero. Lo fusilaron unos y otros y su voz o su lamento que escucho desde mi celda es el llanto de España.
Todavía no nos podrán arrebatar el entusiasmo, el goce estético que nos produce una obra de arte, aunque lo hayamos perdido todo, hasta la camisa a manos de los arrebatacapas de siempre. Estamos rodeados y hoy el cine, la tele, los periódicos, los “books” son una herramienta propagandística. Fuera, quedan pocos todavías. Mejor encontrarlos adentro.