HOMENAJE AL HIJO DE
CELA EN EL CAFE GIJÓN
Un día
del verano de 1946 un escritor que vive en un piso a Madrid con derecho a
cocina con la idea de tirarse al monte y a los caminos se levanta al amanecer,
su mujer Charo, le hace el café, se lo toma de pie, se calza las botas de
camino que le regaló un amigo sargento de infantería que era gallego como él, coge
el morral donde lleva un cuaderno para estampar sus sueños y vivencias en un
papel, va a la cuna donde un niño, su único hijo, que ha poco acaba de nacer,
posa sobre carita un beso y se echa a la calle camino de la estación de Atocha
cuando en Madrid suenan los chuzos de los serenos y "no han puesto áun las
aceras".
Este
es el arranque del "Viaje a la Alcarria". Cela va inaugurar un nuevo
genero literario, el de la corografía. Empieza una peregrinación de la mano de
la poesía y el vagabundaje. El niño a quien besó el maestro, antes de partir para
tomar el mixto de Ariza, es este otro CJC ya talludito y en buena salud que tenéis
aquí. Buen escritor que ha heredado la mirada escéptica, compasiva, y a la vez
entusiasmada por las cosas de España y el buen hacer literario de papá, y que
ha escrito la mejor biografía de su progenitor. Su libro "Cela mi
padre" es un dechado de perfección memorialista sobre todo en el detalle
que nos da a conocer de la importancia que tuvo Rosario Conde Picavea en la
vida del escritor: fue la mujer fuerte siempre detrás, la sombra invisible, la
que le pasaba a limpio sus novelas. Camilo escribía siempre a mano.
El
arranque del Viaje a la Alcarria y sobre todo de La Colmena dos textos señeros
para conocer la historia de España a mediados del siglo pasado tienen mucho que
ver con el Café Gijón como templo de las musas y mampara de nuestros sueños.
Algunos llegaron a la cúspide, otros picaflores se truncaron o quedamos
simplemente como mediopensionistas del diario afán de las cuartillas negro
sobre blanco.
Pero
lo importante no es llegar sino caminar pues nuestra biología se reduce a esas
tres C que explicaba Camilo en su jocunda rotundidad: comer, caminar y cagar— ¡ahí
va!— y lo importante no es triunfar y ganar sino entrar en albur, competir. A Camilo José Cela Conde le cupo la suerte de
tener a Cela como padre biológico.
Nosotros
lo tenemos como padre espiritual de nuestra generación. El genio de las musas
era un hombre bondadoso y acogedor, deferente con el desvalido, clemente con
los niños sin hogar como aquel pobre zagal que encuentra el autor en "Judíos
moros y cristianos" llorando en la alameda de la Fuencisla. "¿Por qué lloras chaval? Porque madre
se ha fugado con un cabo de Regulares y padre, está que bufa, nos echó de casa a mí y a mis hermanos. Tú no te preocupes.
Todo se arreglará."
Cela
era un poeta puro que eligió la prosa como medio de interpretación de este
saber literario y de esas rotundidades que llevaba en su alma. En cierto modo
nos apadrinó a los de la generación del 68 que vinimos a atracar en este
varadero de las mesas y del burladero del Gijón con frases de aliento y de
comprensión. De ahí partió mi voluntad de dar a la estampa mi texto "Cela,
el Café Gijón y yo". Quise poner mi frágil barquilla al pairo de la nave capitana
del genio y conté mis experiencias literarias y algo de mi biografía en este
libro, sirviéndome de pauta las entrevistas que le hice cuando era reportero y
la lectura de sus libros.
Creo
conocer la obra de nuestro mejor Premio Nobel bastante bien. No sé si naufragué
en tal empeño porque en el mar aborrascado de la literatura, hoy sobre todo,
muchos surcan las aguas en zozobra. Pero ahí está Camilo José Cela Trulock como
paradigma señero y modelo de las generaciones que vendrán después. El que no se
arriesga no pasa la mar y, como él nos decía él, para esta tarea nada fácil hay
que tener mucho aguante y un buen culo y la capacidad de criar michelines cerca
de la barriga. Trabajar y trabajar pulir diamante.
No
me resisto a la tentación de citar un párrafo de uno de sus mejores libros de
viajes aunque poco conocido (Cela fue el cantor de Andalucía) "Primer
Viaje Andaluz":
"A las cuatro y media de la mañana el cielo
de levante allá por donde se pega con más amor a la tierra empieza a clarecer.
El vagabundo que ha visto ya muchas amanecidas sabe que el día canta como una
piedra de honda que volase sin voz sobre nuestras cabezas, aun escondido tras
la negra noche, ante de enseñarse. La noche habla. ¡Lleva toda la noche hablando!,
su lenguaje de mil tímidas voces diferentes: el grillo negro y el buey que
respira, la rana verde y el pájaro que tiembla, la rosada lombriz y la ramita
que cruje, el pez que salta y el viento que vuela, la piedra que cae, el
esqueje que brota, el perro que aúlla, el niño que no puede dormir, el mozo que
a lo lejos canta con su vozarrón"
Querido
Camilo José Cela Conde, seas bienvenido a este Madrid que es tuyo y a este café
donde abrevamos cuando éramos mozos, y te digo lo que te dije siempre:
—Honra
merece el que a los suyos se parece