Benny Hill: la triste vida y penosa muerte del hombre que hizo reír al mundo
Era un lunes por la noche, el 9 de abril de 1951.
El joven pálido y con la cara redonda cubierta de transpiración avanzó a los tumbos por el camarín hasta que encontró el lavabo y empezó a vomitar.
Allá afuera, las personas que llenaban la sala principal del teatro Empire, en Sunderland habían recibido con un doloroso desinterés los chistes que ese comediante de 27 años les había lanzado.
"¿Benny Hill?", le preguntó el director de aquel espectáculo de variedades cuando el sabor del vómito todavía le agriaba la boca. "Sos pésimo. Andate lo más rápido que puedas".
"Nunca lo voy a olvidar -recordó años más tarde su colega Reg Varney, testigo presencial de este momento, en Divertido y peculiar, la biografía del humorista que publicó en 2003 Mark Lewisohn- Podría haber llorado por él".
Pero Benny, nacido Alfred Hawthorne Hill en 1924, no necesitaba las lágrimas de nadie. Después de lograr escaso éxito en las tablas y la radio, comprendió que la actuación en vivo no era su fuerte. Y empezó a prestarle más atención a un nuevo y emocionante medio que estaba dejando a todos sus conocidos sin empleo: la televisión.
En 1955, apenas cuatro años después de su espectacular fracaso en el Sunderland, nació en la BBC El show de Benny Hill, un programa de sketches cómicos y picarescos que incluía actuaciones musicales y segmentos grabados. El ciclo permaneció en el aire durante 35 años, llegó a más de 140 países y lo convirtió en uno de los artistas más ricos y populares del mundo.
Sin embargo, su fortuna y la admiración de millones de fanáticos no lograron cambiar una dolorosa realidad: Benny Hill no era feliz.
Atormentado por sus obsesiones
A pesar del personaje extrovertido y obsesionado con el sexo que lo hizo famoso, Hill a menudo se sentía poco atractivo e incapaz de mantener una relación significativa con una mujer.
Así lo relató relató la actriz australiana Sarah Kemp, su amiga, al periodista de espectáculos Craig Bennett, quien publicó la revelación el año pasado en su libro Las confesiones verdaderas de un chismoso desvergonzado.
El propio Hill hizo una referencia solapada a su soltería años atrás, cuando una cronista del Daily Mirror le preguntó por qué seguía solo cuando se la pasaba rodeado de mujeres hermosas. "No quiero una chica glamorosa -sostuvo-. Me gustaría una chica que trabaje en una oficina, una fábrica o una tienda. Ahí es donde las lindas con sentido común se esconden, y ahí es donde estoy buscando".
Más allá de algunos encuentros casuales con ese tipo de mujeres, Hill nunca se casó ni tuvo hijos, aunque lo intentó. A principios de la década del 60 le propuso matrimonio a la actriz Annette Andre. Para no herir sus sentimientos, ella pretendió que no lo había escuchado.
Otra obsesión también lo desvelaba. A pesar de su generosa cuenta bancaria, Hill tenía una resistencia casi patológica a gastar dinero. No tenía auto propio y caminaba siempre al trabajo para no pagar un taxi, no reemplazaba sus trajes hasta que comenzaban a ajarse y reparaba sus propios zapatos con tal de no tener que comprar otros nuevos.
El humorista ni siquiera era dueño de la vivienda que habitaba y el único gusto que se permitía era viajar cada tanto a Marsella, en Francia, donde elegía alojarse en hospedajes baratos y moverse de un lado a otro en colectivo.
Una cancelación sorpresiva
El show de Benny Hill llegó a un abrupto final en 1989, cuando John Howard Davies, jefe de la división de Entretenimiento Ligero de Thames Television, le informó al cómico que, después de 20 años, no iban a renovarle el contrato. El directivo luego atribuyó la cancelación a tres factores: "El rating estaba bajando, el programa costaba una gran cantidad de dinero y él parecía un poco cansado".
Además, admitió que el tipo de comedia que hacía Hill, donde no faltaban las chicas de expresión aniñada escasamente vestidas, tenía preocupados a algunos de los anunciantes. "Es muy peligroso tener un programa en ITV [la señal que transmitía el ciclo] que no atraiga a las mujeres porque, en cierto sentido, mueven los hilos de la billetera", señaló.
El retiro no le sentó bien a Hill. Su salud se vino a pique y, el 11 de febrero de 1992, debió ser internado después de sufrir un ataque cardíaco. El episodio preocupó a miles de sus fanáticos en Reino Unido, muchos de los cuales exigían hace tiempo que el programa regresara a la pantalla.
El regreso que no fue
Finalmente, Thames y el comediante alcanzaron un acuerdo. Un nuevo contrato le fue enviado el 20 de abril siguiente. Ese mismo día, falleció de otro infarto mientras miraba la tele. Tenía 68 años.
Su cuerpo recién fue descubierto dos días después, el 22, cuando su agente de prensa, Dennis Kirkland, se subió a una escalera hasta la ventana del departamento que Hill alquilaba en el segundo piso del edificio Fairwater House, en el suroeste de Londres. Allí lo encontró muerto en su sillón, rodeado de platos y cubiertos sucios y pilas de cartas sin revisar.
La afrenta final
Al momento de su muerte, Hill poseía una fortuna valuada en 7,5 millones de libras, unos 15,7 millones actuales (casi 20 millones de dólares). Aunque había elaborado un nuevo testamento en el que repartía sus posesiones entre sus amigos más cercanos, no llegó a validarlo y, en su lugar, se recurrió a una versión elaborada en 1961, donde todo iba a sus hermanos, ya muertos. Finalmente, siete sobrinos del cómico, con los que no tenía relación, se quedaron con sus bienes.
Los rumores de las riquezas de Hill eran tantos que hasta circulaban versiones de que había sido enterrado con joyas y lingotes de oro. El 3 de octubre de 1992, su tumba en el cementerio de Hollybrook, donde descansaba junto a sus padres, fue profanada por ladrones. Las autoridades debieron cubrir el sepulcro con cemento para prevenir futuros ataques.
En su obituario, el Daily Telegraph destacó que “no era simplemente un comediante británico, sino el comediante más popular del mundo: la estrella de los programas de televisión que se proyectaron en más de 100 países y lograron audiencias que incluso Charlie Chaplin nunca consiguió igualar”.