JOAN MARAGALL UN CATALÁN
UNIVERSAL QUE AMABA A ESPAÑA
Si el mon ja és tan formós, Senyor, si es mira
Amb la pau a dintre de lúll nostre
¿qé més nos podeu da en una altra vida? (si el mundo es tan
hermoso, Señor, y se refleja con tu paz en nuestros ojos ¿Qué más nos darás en
la otra vida?)
Son versos que reflejan el
talante místico de uno de los grandes escritores catalanes de la Renaxence, de
talante libertario, españolísimo, “terra
lliure” ( ya aseveraba Gracián de
los catalanes que son el alma de Aragón, más tozudos todavía, igual que las
barras que exornan su divisa, para libre Aragón). Él llevaba el dolor de España a cuestas a través
de una Cataluña a la que amaba en su idioma, en sus fueros y costumbres y en el
seny de su sabiduría popular. En
medio de la hispanofobia que nos desborda la catalanofobia es parte del
problema.
Joan Maragall (Barcelona 1860-1911)
era un españolista que quería una España regenerada en sus costumbres, en su
iglesia anquilosada, que aquí los curas siempre miran para otra parte, en su
parlamentarismo, huero y corrupto, no mareen sus señorías tanto la perdiz,
culpable del matonismo y de la acción directa que desemboca en la Semana Trágica de 1909.
Desde tal planteamiento
regeneracionista y tolstoiano que busca la estética y la armonía entre los
hombres, choca con los poderes facticos constituidos en la iglesia el sector
textil de la alta burguesía y los militares escribe un artículo en el “Diario de Barcelona” pidiendo la
amnistía para el anarquista Ferrer. El cabecilla promotor de la Semana Trágica no fue
indultado. Su artículo no fue publicado ni en Diario de Barcelona ni en la “Veu”.
Maragall un barcelonés sencillo
pero que procedía de una familia poderosa fabricante de paños fue un hombre que
decía la verdad, lo que le malquistó con las fuerzas vivas. Su utopía le
condujo a un cierto robinsonismo. Es el precio que han de pagar los que, sintiéndose
héroes, se arriesgan a pensar por su cuenta en este país.
En Castilla hubiera sido
considerado un miembro de la generación del 98 — se carteó con Unamuno,
polemizó con Pío Baroja, puso en berlina a Ortega y a Azorín— pero era
demasiado avanzado en sus ideas para ellos y además catalán hasta las cachas
sentía la terra ferma.
Por ventura los literatos de Madrid le
parecieran demasiados decadentes. Al igual que a ellos, a Joan Maragall le
dolía la España
ensimismada del desastre de Santiago de Cuba y de Cavite. Proponía soluciones.
La iglesia le dio la espalda a este gran místico (según Corominas, el “Cant Espiritual” de acendrado espíritu
evangélico, es uno de los mejores poemas que hayan sido escritos de la mano de
un hombre, codeándose con el mismo Apocalipsis de san Juan). Una iglesia que a través
del obispo Morgades acababa de expulsar del sacerdocio, internándole en un
psiquiátrico, a Mosén Cinto Verdaguer, el autor de la Atlántida.
Se dijo que el mejor canto a
España lo compuso en catalán este humilde sacerdote de Vich que había ejercido
sus funciones en la marina de guerra y navegó bajo la protección del marqués de
Comillas en el crucero “Furor” como capellán castrense.
El buque comandado por el capitán
Villamil fue cañoneado por la escuadra del almirante Dewey a la salida de la bahía
de Santiago de Cuba.
Si Verdaguer siente en lo más
vivo de su patriotismo nada patriotero la tragedia de Cuba y la de Cavite
mientras escribe la “Atlántida” una epopeya del Nuevo Mundo, Maragall en su Oda
a España refleja este toque de atención a un gobierno de Madrid obtuso a un
periodismo gritón y vociferante.
Exige nacer de nuevo, olvidarse
de lo viejo para florecer en una suerte de palingenesia que una a vascos
catalanes gallegos asturianos valencianos andaluces leoneses cántabros.
castellanos y lusitanos. Desde Barcelona realiza la proclamación de la Gran Iberia como una
amalgama de pueblos federados. Es un concepto que tuvo adeptos en eminente
políticos catalanes: Cambó, Prat de la Riba, Mañé.
Madrid, siempre a lo suyo, y
mirándose el ombligo, pone oídos de mercader a tales sugerencias. Frente a
ellos resuena la voz del poeta henchida de cordura: “ Escucha, España, la voz
de un hijo/ Que te habla en lengua catalana/ Hablo un idioma que me legó mi
tierra áspera/…”
“El alma de Cataluña es adusta y clara, nos dice. En cada uno de
nosotros por amor a la libertad y al individualismo reside un anarquista.
Solemos reír de lo que no entendemos… el catalán siente su alma pero no siente
el peso de su alma y por eso le interesa más su historia que su filosofía y ama
a su lengua más que su propia historia.” Leer a este escritor barcelonés
tan sencillo y tan sublime porque en toda su obra retumba la voz del pueblo resulta
un bálsamo para el espíritu en este febrerillo loco 2017 cuando vuelve a la
arena el miura del separatismo: el sacomano de las arcas a cargo de unos
políticos desaprensivos, la tozudez de unos, el tancredismo de otros que se
inhiben de saltar al ruedo y pasan la patata caliente a los jueces cuando el
asunto cobra cada día peor cariz y el problema político podría radicalizarse hasta
convertirse en un conflicto militar y estratégico, parecido al de Ucrania, que podría involucrar
a las grandes potencias.
Las primeras palabras que escuchó
este cronista fueron en el idioma ampurdanés aquella señora ilerdense que vino
refugiada a Segovia después de la batalla del Ebro. Fueron “mame” (madre) y “cadira” (silla). Me
especialicé en latín con el profesor Mariner un tarraconense catedrático de la Central y el diccionario
Corominas me enseñó los secretos del castellano. Así que esta noche no puedo
menos de tener un recuerdo emocionado para la señora Antonia Sabaté, para
Quico, para Ramón, para la Agus
y la Juani, que fue mi tata. Cataluña pues en el corazón y Maragall, Prat de la Riba, Pla, el mismo Pi i
Margall son autores a los que habría que leer para conjurar el griterío de
estas trifulcas que podrían desembocar en un nuevo 98 mucho más trágico que
aquel en el que perdimos Cuba y Filipinas