Demasiado fue el esfuerzo, Castilla desangrada. Marañón con la acuidad y solercia que le caracteriza y su gran ojo clínico (el libro de estre autor sobre el gran valido es una de las biografías mejor escritas de la literatura) descubre el anacronismo de su nacimiento. Olivares vino al mundo con un par de siglos de retraso. Hubiese sido un gran ministro de los Reyes Católicos o de Carlos V. Su mundo no pertenecía al de la Reforma y al de “París bien vale una misa” de Enrique IV sino al del medievo. Su nacimiento en Roma puede que determinase huella profunda en su carácter de católico a machamartillo supersticioso y clericaloide pero nadie le podrá negar la ortodoxia de su fe recia aunque, perdida la privanza, lo acusaron sus enemigos de hereje pero es el axioma ineludible de una país que sabe ser católico pero también cruel y donde no se perdona al que fracasa. El magnetismo de su personalidad tuvo un gran atractivo para los historiadores ingleses. De hecho sus mejores biógrafos hasta Marañón fueron Hume y Arnold Benett más tarde Elliott. Por ejemplo en Oxford escuché la idea de que omitió craso error al impedir el casorio del príncipe de Gales Carlos I con una hermana de Felipe IV pero lo hizo por convencimientos religiosos. El novio no era católico y así se inclina por un francés. El fantasma de aquel príncipe después desafortunado rey que murió en el cadalso anda vagando por la Casa de las siete Chimeneas en la Plaza el Rey madrileña donde estuvo hospedado mientras cortejaba a una gazmoña infanta. Se le despachó a Inglaterra cargado de un tesoro de regalos. Es posible que aquellas calabazas de no haberse producido hubieran cambiado la historia de España y del mundo. No respondió a la voz del deseo. El alegato para deshacer el noviazgo fue una supuesta razón de estado. El siglo XVII fue un siglo milenarista. La corona de Castilla pelea como un atlante contra las fuerzas oscuras del Averno que quieren echar a pique la Barca del Pescador que por aquellas fechas no era una frágil lancha de cabotaje sino una enorme urca. En su capacidad de valido o de premier o primer piloto quiere conducir la nave a buen puerto sorteando los escollos. Si bien es cierto que con frecuencia las metáforas nos pierden y la razón da de través encallando contra la sinrazón. El duque se obcecó tal vez. Era demasiado temperamental muy taurino y muy español. Le faltó sangre fría pero es ilícito hablar de decadencia según insiste la leyenda negra alimentada mayormente por judíos y por los perdedores que según un dicho inglés beggars and losers cańt be choosers (mendigos y perdedores no pueden elegir) pero en este caso sí: España era el país más rico de Europa y donde mejor se vivía. Lo que ocurre es que hay veces en las cuales parece que descarrilla la historia y los comienzos y comedios del seiscientos al menos en lo que a España afecta pudieron ser una de ellas. Había sed de absoluto y de aspiraciones purificadoras pero esta gran utopía luego se transforma en desengaño y consecuentemente en picaresca. Ante los vientos fuertes y portantes y al desarbolarnos el enemigo algún obenque el timonel hubo de navegar en ceñida. Don Gaspar hubo de ahogar en sangre la rebelión de Cataluña. España entonces se ensimisma. Se entrega a sus profundos y vaporosos sueños y se cierra en banda camino de la iglesia. Los días y meses pasan entre triduos y novenas al efecto eran famosas las cuarenta horas que se celebraban en el convento imperial de San Isidro a las cuales asistía el Rey con toda su corte y las fiestas de toros y cañas en el retiro. Majeza y fervor religioso se conjugan. El cesaropapismo está dando las últimas arcadas. Pero la historia de España ronda por entonces su linea asíntota la tangente de la curva del infinito. No hubo días mayores. ¿Cómo van a ser decadentes los cuatro lustros que marcan la apoteosis del teatro español? El reinado del Cuarto de los Felipes coincide con Lope Calderón Tirso Alarcón Mateo Alemán... él mismo fue gran mecenas de las artes y él mismo escritor de un opúsculo El Lisandro un pliego de descargos en el que plasma don Gaspar desde el destierro de Toro su melancolía y su desencanto ante el desasimiento de la idea imperial o aquel España contra todos a los que se refiere Quevedo. Hombre de gabinete y un tanto papelista España le debe al conde ese concepto de unidad que sin llegar a ser centralistas funciona muy bien bajo los austrias pero que llega a ser siniestra con los Borbones. Fueron dos siglos de esplendor desde el día de Santo Matías de 1500 hasta el de Difuntos de 1700 a la muerte de Carlos II el Hechizado. Dos siglos en los cuales España no ve ponerse el sol bajo sus dominios. Nuestro hombre no sólo inventa el papel sellado y el cargo de primer ministro - ordena a Felipe IV a que asista a los consejos a través de un ventanuco- sino al propio Estado. Su gran afán fue precisamente el desmembramiento de dicho estado. En Barcelona sofocó con mano firme el levantamiento de los segadores el día del corpus y se enfrenta en todo momento a los manejes de la sinagoga que es la que patrocina las guerras de religión. Nuestra derrota en Rocroi marca el principio del fin de nuestra derrota en los Low Landers pero nuestros tiempos siguieron allá batallando. La toma de Ostende y de Fuenterrabía serían los grandes éxitos militares del conde duque mas ya casi en la agonía y desde su retiro toresano escribe una carta al monarca pidiendole autorización para levantar gente de leva y ponerse al frente de un ejercito que fuese contra los lusitanos. El motín lo apoyaba como no la sinagoga de Amsterdam y la corte de San Jaime gran aliada de Portugal contra España. Se exageró la visión derrotista de aquel mundo dada nuestra atávica tendencia al auto flagelo. Cierto que las condiciones de vida en aquella Castilla esquilmada y dominadora eran miserables pero sin duda mucho mejores que las de los habitantes de Paris o Londres. Rusia estaba en aquella época en estado semi salvaje. Cierto que el fanatismo y la superstición la milagrería y la credulidad raíces acaso de muchos vicios nacionales causaban estragos en los de arriba y en los de abajo pero nunca rayó tan alto la cultura española como en los años del mandato del gran valido de Felipe IV un hombre excesivo dominador visceral y con las virtudes y defectos de la raza por lo que fue tan adulado como odiado. Desconocía los términos medios y su carácter pícnico tendía hacia esa exuberancia del barroco. Por Toral de los Guzmanes y por estos páramos del viejo reino de León cruza su efigie clásica su silueta tan distinguida enigmática y prócer. Los guzmanes eran la cifra y el compendio del señorío. Paradójicamente y siguiendo la tendencia de los Reyes Católicos también quiere desmochar las torres de los castillos feudales y a los que más ataca es a los de su estirpe y a los hidalgos de nacencia. De un golpe de vista comprendió que los males de España arrancan de ese feudalismo que se transforma en caciquismo y en esa tendencia a las taifas (lo vemos en este momento en que escribo 2006) Él quiso cortarles los vuelos a los privilegios porque tenía una idea unitaria de la centralidad del mando. Hubo un tiempo en el que odiado por los de arriba era venerado por los de abajo a los que con temple de dictador trata de hacer concesiones y granjerías para hacerles más llevadera la existencia. Favorece la tutela de los desvalidos fomenta las obras públicas. Quería ser querido pero más que querido fue temido. Era un caudillo un dictador. Nada se hacía sin consentimiento. Su verdadera pasión era el mando. “Ahora todo mío” fue la frase con la que despidió al anterior valido el Duque de Lerma en el alcázar madrileño. El caciquismo y el separatismo son males heredados de la lucha de reinos de taifas y de la guerra civil que enfrentó a la corona y a la nobleza en los tiempos de los Trastamaras. Lo de las autonomías acaso no sea sino el reverdecimiento de aquellos instintos puesto que la cabra tira siempre al monte a los que don Gaspar de Guzmán trató de meter en vereda gobernando por decreto y en centralista. La alcurnia entonces se le subió a las barbas se le puso de manos con el mismo brio que el corcel al que le sube don Diego Velázquez para retratarlo en los encinares del Pardo al fondo el horizonte de las crestas guadarrameñas. El arte de Apeles alanza altas cotas en este cuadro. Los de su clase no lo podían ver. No hay peor cuña que la de la misma manera. De los influyentes nobles - ya se sabe que este tiempo como todos fue gobernado por las dichosas cien familias- no era bien quisto. Tampoco le amaban las mujeres que fueron las artífices de su caída y eso no deja de ser fatal en un político. A Napoleón le ocurría lo mismo. Cuando cruzo en mi automóvil camino de Asturias por este pueblo terrizo de casas de adobe ródeno [el alma mater de los palacios hispanos está construido con paja y barro] orillas del Esla en esa gran recta de cerca de cincuenta kilómetros que va de Benavente hasta León entono una plegaria por su alma. Dios perdone sus pecados que fueron los de ansias de poder y de grandeza. Decía un pasquín de la época: “sisas y alcabalas y papel de estado me tienen desollado”. Pienso que acaso llevara razón Marañón cuando afirma que el favorito de Felipe IV era un gigante entre pigmeos. De Toral de los Guzmanes de ahí venimos. Por ahí empezó la cosa.
miércoles, 27 de septiembre de 2006 y escrito el 7 de julio de ese mismo año