MISTER BLACKBURN THE GOOD NEIGHBOUR
Recapacitando, al mirar atrás, a la hora de poner en la balanza los hechos buenos y los malos, los triunfos y los fracasos, en medio de la efervescencia de aquellos amores─ yo era un ingenuo joven recién casado que desconocía las reglas inexorables del juego pues creía que todo el mundo era bueno en la Inglaterra de mis sueños a tenor con el título de una novela de Graham Green "England made me".
Aprendí dos palabras casi inexistentes en el vocabulario español: "compassion" y "cosiness".
Confío que cuando llegue la hora de comparecer ante el arcángel Psicagogo el que pesa las almas poniéndolas en la romana del día del Juicio, Según el resultado del pesaje y lo que marque el fiel de la "statera" se inclinándose del derecho (rebaño de los corderos; izquierdo en el tropel de los cabritos), me llevará al infierno o al cielo a tenor de mis obras. Que me conceda el pase de pernocta al Paraíso por toda la eternidad yo le pido a Miguel. La compasión es una prerrogativa del cristianismo anglicano.
Consiste en ponerse en los zapatos del otro para comprender las razones que lo llevaron a un determinado modo de proceder. Es lo contrario que el avieso y envidioso del temperamento inquisitorial español.
La "british compassion" resulta del desencanto de sus guerras de religión medievales: la guerra de los cien años, la de loas dos Rosas, la revolución social que supuso el puritanismo de Cromwell y la Reforma. Un paso más y nos encontramos con el parlamentarismo.
Por cuya causa la democracia funcionó siempre en el país y ha sido siempre un desastre en España. El concepto "cosiness" intraducible al castellano tiene que ver con el confort, el aislamiento.
Los ingleses llevan una vida doméstica, se embrocan en su hogar my home is my castle. Basta un pequeño jardín and a little plot of land cerca de la tierra para cuidar sus rododendros. No les gusta la vivienda en vertical, aborrecen los pisos sólo en Londres viven en flats y esos penthouses que denominan los norteamericanos condominios.
El sentido de la independencia y la privacidad es para ellos un mandamiento sagrado.
Puerta por puerta vivía un matrimonio de jubilados. El marido Mr. Blackburn había trabajado toda su vida en una mina de los midlands y al alcanzar el retiro se habían retirado a vivir a la casita de campo invirtiendo en la vivienda todos los ahorros de una vida.
Yo por mi pelo largo mi aspecto bohemio mi abrigo de la Navy comprado en las rebajas y mi bufanda de estudiante de la universidad de Hull debía de levantar alguna sospecha de contestatario y además extranjero.
Yo lo notaba al pasar cuando iba y venía en auto stop enfrente de la casa de los Blackburns donde día una señora austriaca muy católica pero muy alcahueta y murmuradora debía de ser algo nazi.
Sin embargo, con los Blackburn no tuve ningún problema. Les daba los buenos días o las buenas tardes. Y ellos me los devolvían con una sonrisa.
─Good morning Mr. Blackburn
─Good morning Mr Parra
─Nice day isnt it
─O yes
Yo le sentía salir al jardín a fumar un cigarro para pasar inadvertido con su mujer que se ponía de uñas cuando lo oía toser. El antiguo minero padecía de silicosis y el doctor le había prohibido el tabaco.
Ellos eran conscientes de que nuestro matrimonio había sido un matrimonio a cañonazos (shotgun marriage) lo cual no era bien visto en aquella aldea del Yorkshire de ideas tan conservadoras. Sin embargo, cuando Suzanne le faltaba a una barra de pan o un ajo Mrs. Blackburn la socorría con generosidad.
En casa no sabían que yo me había casado. Pensaban que había ido a Inglaterra en viaje de estudios para prepararme a las oposiciones en España. No teníamos teléfono, la tele alquilada, sólo una aparato de radio que le había regalado su abuela a Suzanne.
El día del nacimiento de mi hija Helen me vieron muy emocionado. Yo lloraba de tristeza porque había contraído matrimonio sin la autorización de mi madre que era la que llevaba la voz cantante y de alegría pues para mi aquella tarde había sido la más feliz de mi vida. Mr. Blackburn me ofreció a Mary Heagerty y a mi entrar en su casa. Nos ofrecieron una taza de té y le pedí a mi vecino si podía telefonear a Madrid para anunciar a mis padres que eran abuelos.
─Sure, Tony. Why not
La llamada costó diez libras y el pobre Mr. Blackburn no me las cobró. He was a good neighbour. El hombre de la parábola del buen samaritano.
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