2024-11-28

 


 


he aquí el seminario menor comillense

 



CASA DERRUMBADA EN CASTILLA LA VIEJA

 


ASI ESTA LA IGLESIA CATOLICA COMO ESTA IGLESIA DERRUMBADA

 



VENTANAL GOTICO DE UNA CASA DONDE PERNOCTÓ ISABEL LA CATOLICO EN EL UIEBLO DE BOGAJOS

 


uvas tiene la parra del cura

 


“Christmas Carols from Guildford Cathedral” [US VERSION] - Guildford Cat...

Cantata Vespers for the Last Sunday before Advent Sunday 24 November 202...

 

Amigos de Séneca

 

Lucio Aneo Séneca podría haber sido un padre de la iglesia y un profeta de Israel pero si esto les parece tara diré que es un escritor perenne y un hombre para la eternidad. Leo esta tarde decembrina cuando el año fenece este renglón: “la clase de entre los hombres pertenece los portadores de chismes. Son también los acarreadores del vicio” el texto es de cartas a Lucilio un epistolario en el cual este hospanorromano del que yo he sido aficionado y me hubiera encantado haberle conocido ya que en sus miserias y grandezas, en sus epifanías y en sus contradicciones- el que predicaba la austeridad y la continencia labró una fortuna en la corte, llegó a ser amigo de Mesalina y manchó su nombre en complots y conspiraciones, asonadas, contra Nerón. En sus libros que debieron de ser fuentes de inspiración a san Pablo, el cual creía al igual que Séneca qué la vida es un perenne combate, una incesante milicia, resplandece ese aura de los preclaros varones, una aureola de santidad laica y heroica, exenta del orgullo y la hipocresía del mundo judaico. Me le imagino hablando un latín ceceante rebozado en esa serenidad que parece impartir la contemplación de la campiña del valle del Guadalquivir, la cabeza potente y bien tallado, el pelo rubio y algo ensortijado, los labios carnosos, la nariz bien construida y un mentón potente como el timón de las naves onerarias que llevaban desde Hispalis a Roma ánforas de aceite, epicúreo y precisando en cierta medida la abstención de los placeres de la mesa y el tálamo aunque no entienda su disposición hacia los efebos. Sus escritos transmiten el mensaje del claroescuro de que la vida del hombre se compone de luces y de sombras. Para los cristianos la luz sería la gracia y las sombras el pecado. En el senequismo no hay pecados. Sólo vicios. Frente a estos últimos se alza la virtus que para los romanos era la robustez de la voluntad, el valor, la capacidad de acción y la posibilidad de entender.

El pensamiento de que los chismosos son los más aborrecibles de los mortales tiene su miga y perfecta adaptación o advertencia al periodismo y a la atmósfera viciada creada por los medios de comunicación o las alertas al mundo del consumo creando falsas necesidades. Un vivir libre, de acuerdo con los postulados senequistas, ha de prescindir de tales ataduras, el miedo a perder lo que tenemos, la avaricia para incrementarlo, la envidia del mira  cómo viven, qué bien se lo pasan, para ellos es el mundo con todo esos paraísos artificiales que vende el marketing. La imagen domina mediante el terror. Nos llenan la cabeza de sofismas virtuales, de gatuperios democráticos. Echemos a Zapatero y que venga don Tancredo. ¿Podrá solucionarlo Rajoy? La pasión nos estorba el juicio y ahí están todas esas soflamas de los libelistas que cobran por increpar. Nos sentimos estafados. Una panda de borregos. Somos los del “buen rollito” de Pérez Reverte. Ese tampoco habrá leído el tratado “De senectute” o “Las Consolaciones a Helva”. Los buenos discípulos de Hipócrates no recetarían agua helada a los enfermos de garganta ni tampoco pondrían una daga en las manos de un suicida sin embargo estos galenos de la hora del famoseo y de la fama reparten dineros a los que se los gastarán con mujercillas adulteras.

Bellissima | Película Completa | Drama

 HEREJE LUCÍA CARAM

 

Una argentina que dice ser monja dominica y pasa por el nombre de sor Lucía Caram niega la virginidad de Nuestra Señora la Virgen María. Anatema sea. Esa afirmación va en contra de la doctrina de la iglesia desde el el concilio de Éfeso. Nacido de María Virgen cantamos en el credo de Nicea. De esta forma esta señora que dice tener cierta ascendencia con el papa reinante se une al c oro de los negacionistas protestantes con Lutero, Calvino y compañía. En el cisma inglés de Enrique VIII se borró el nombre de María del Common Prayer Book y los altar lady de las hermosas catedrales inglesas fueron cerradas. El revisionismo feminista quizás tenga algo de culpa pues en el Evangelio se llama hermanos de Jesus a Santiago el menor y a Judas Tadeo olvidándose de una razón: en hebreo se llama hermanos a los congéneres. Y los dichos eran hijos de san Cleofás casado con una hermana de Miriam según se cuenta en los apócrifos. Cleofás era pues tío de Jesús según la sangre pero no según el espíritu porque Nuestra Señora fue concebida no por obra de varón sino que procede del Espiritu Santo y del Padre. la tal sor Lucía debiera de ser proclama da no ya cismática como las pobres monjitas de Belorado sino una hereje a secas y excomulgada de la Iglesia

 

CORRESPONSAL EN LONDRES texto completo

 orresponsal en londres


EL CORRESPONSAL
Por  ANTONIO PARRA GALINDO

Entonces interrogué al viento pero cambiaron de repente las auras y Eolo no supo darme respuesta. Sólo tenía un nombre y una dirección temblando en un papel con un aviso que decía dónde vas alma de dios estás tonto o qué y muchísimos recuerdos y remordimientos. Iba a la búsqueda del arca perdida. Habían transcurrido muchos inviernos y pasado ciclos. Se acabó el tiempo de Thatcher. Wilson y Callaghan los heroes de las crónicas que le dieron de comer reposaban en uno de los cementerios ingleses donde la muerte carece casi estar desprovista del sentido trágico. A Douhñas Hume al que consiguió entrevistar en los Comunes con Gibraltar como telón de fondo recibió sepultura en una camposanto escoceés de donde provenía su aristocrata familia. Y mr Yew y su esposa eran dos viejecitos residentes en Epping Forest. Se negaron a recibirlo durmió varias noches al relente con los vagabundos al pñie de una cruz de los caidos donde Inglaterra lloraba a sus muertos y él vino a llorar y añorar su pasado. Se había portado mal. Tenía que pagar una deuda antes del castigo. Vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron. Fue su noche triste llorando al pie de aquella cruz de héroes anónimos. Hacía tanto frío que casi se arrice. Cerca de la comisaría encontró un portal donde se refugió a pasar la noche. Era una tienda de electrodomésticos. A su lado un ex militar son techo se lamentaba de su mala suerte. “Something went wrong very wrong from the beginning”. La mujer le había echado de casa y lo dejó por otro, le escupió a la cara le puso los cuernos, se fue con otro. Al día siguiente tuvo que ir a las duchas de un baño público. Le picaba todo el cuerpo. El vagabundo había infectado de ladillas o dios sabe qué malditas enfermedades todo el portal. También notó una inflamación en los testículos. Cosa increíble, el hombre no había salido de su cuchitril, entre cartones para guarecerse de la intemperie, en toda la noche mientras se lamentaba de su mala suerte de las infidelidades de su esposa y no pudo existir ninguna exposición sexual a menos que las ladillas vuelen o que las purgaciones se propaguen vía anemófila era como tener cucarachas por todo el cuerpo. Le daban sudores. Pronto se dio cuenta de que aquel incidente formaba parte del castigo que tenía merecido. Muy bajo has caído Remigio Bermejo. Tú el corresponsal que te veas en esta situación.  Es como cuando preguntas por una calle a una señora que no es de la ciudad en la que tú te pierdes. Entonces se dio cuenta que pertenecía a aquel país que pensaba en inglés. Le ardía la mente barbotando recuerdos. Estaba sangrando por la herida. En aquel viaje de navidad del 86 empezó a merecer el castigo que le reservaban los dioses a su malfetría. Volviá a subirse al avión contemplaba el tiempo inmóvil y …
New years Eve 1986
I just had been searching for the whereabouts of my daughter Helen for sixteen years. That was a pin in my heart and it hurt. Silly of me all that time wondering and thinking and being restless. When I boarded that plain in Barajas only had an address in Epping obtaining though a letter from a relative in the Telegraph a year before or so. The Bolton’s were a close knitted family, had a kind of allegiance stemming from their old clans. They were mixture of Welsh and Irish. I took a plane with a meagre sum of a few pesetas ignoring that the standard of living has gone up, too.
Thoughtfulness had been one of my defects, but, full of courage of determination, I felt like an Spanish conquistador when boarding that Jumbo full of madrilènes going, as usual for the Christmas shopping Oxford Street like in the good old days and English Nationals from mixed families.
The woman next to me was a teacher in Torrelodones and I think she was going through a bad patch on her marriage coming back to mother I suppose. Innocent and careless as I always used to be and thinking that everybody is cheerful and in a good mood – in my youth I read a lot the Godspell and  thought that the true life had to be the perfection Jesus taught in his parables thus I became an utopian a dreamer and also naïf or rather a practitioner of panphilia (in the Greek meaning of the word) and that believe or philia turned to phobia when I grew older but I cant get rid of those spells of good expectations and believes in mankind, they sometimes appear when I feel in good mood. With that attitude you are bound to disaster, Hilario. You build walls withot countermark. Houses of sand but the Lord forgives you, idiot
I also thought and was mistaken that planes going to Heathrow were like those friendly trains I took when I was living in Doncaster where everybody talked to each other offered cigarettes and partook sandwiches with cups of tea from the thermos apart of confess to strangers the sins of your life. So here you are again sitting in a plane that is taking you to Perfide albion. I always liked impossible things; perhaps was the reason of my infatuation with that country. In the University took anglosaxon for speciality and dreamed of that paradise of robin hood´s wood, full of bioshops, courtiers, minstrels, castle, the lady leaning out of the window, Romeo and Juliet, Shakespeare, the chants of the Beowulf, English tea, Alec Guinness, London fog, the shoes of a bobby, Alf Garnett, the carry on films, pints of bitter, rides in the double-decker bus, travel with my aunt, squalid living in digs, the smokes of a pipe, Anglican priest and sextons extinguishing candles in old cold churches neither cibary nor remonstrance no images nor saints no rosaries the cult of the Lady finished, Our Lady´s chapel closed for good. Henry the Eight and Anna Bolena. Cranmer archbishop and Thomas More. I had confusing idea of all that. May be my perception was misgiven. Bur I always was the odd man out. I liked things my way. Larry, you are going to be dashed to pieces .
No England was much less convivial. The good old days of the post-war year the swing sixties and the could
New Year’s Eve 1986
I just had been searching for the whereabouts of my daughter Helen for sixteen years. That was a pin in my heart and it hurt. Silly of me all that time wondering and thinking and being restless. When I boarded that plain in Barajas only had an address in Epping obtaining though a letter from a relative in the Telegraph a year before or so. The Bolton’s were a close knitted family, had a kind of allegiance stemming from their old clans. They were mixture of Welsh and Irish. I took a plane with a meagre sum of a few pesetas ignoring that the standard of living has gone up, too.
Thoughtfulness had been one of my defects, but, full of courage of determination, I felt like an Spanish conquistador when boarding that Jumbo full of madrilènes going, as usual for the Christmas shopping Oxford Street like in the good old days and English Nationals from mixed families.
The woman next to me was a teacher in Torrelodones and I think she was going through a bad patch on her marriage coming back to mother I suppose. Innocent and careless as I always used to be and thinking that everybody is cheerful and in a good mood – in my youth I read a lot the Gospel and  thought that the true life had to be the perfection Jesus taught in his parables thus I became an utopian a dreamer and also naïf or rather a practitioner of panphilia (in the Greek meaning of the word) and that believe or philia turned to phobia when I grew older but I cant get rid of those spells of good expectations and believes in mankind, they sometimes appear when I feel in good mood. With that attitude you are bound to disaster, Hilario. You build walls withot countermark. Houses of sand but the Lord forgives you, idiot
I also thought and was mistaken that planes going to Heathrow were like those friendly trains I took when I was living in Doncaster where everybody talked to each other offered cigarettes and partook sandwiches with cups of tea from the thermos apart of confess to strangers the sins of your life. So here you are again sitting in a plane that is taking you to Perfidy of Albion. I always liked impossible things; perhaps was the reason of my infatuation with that country. In the University took Anglo-Saxon for speciality and dreamed of that paradise of robin hood´s wood, full of bishops, courtiers, minstrels, castle, the lady leaning out of the window, Romeo and Juliet, Shakespeare, the chants of the Beowulf, English tea, Alec Guinness, London fog, the shoes of a bobby, Alf Garnett, the carry on films, pints of bitter, rides in the double-decker bus, travel with my aunt, squalid living in digs, the smokes of a pipe, Anglican priest and sextons extinguishing candles in old cold churches neither ciborium nor remonstrance no images nor saints no rosaries the cult of the Lady finished, Our Lady´s chapel closed for good. Henry the Eight and Anna Bolena. Cranmer and Thomas More. I had confusing idea of all that. May be my perception was misgiven. Bur I always was the odd man out. I liked things my way. Larry, you are going to be dashed to pieces. Now England was much less convivial. The good old days of the post war year the swinging sixties and the couldn’t carless seventies had given way to the  iron days of the Iron Lady the flogging of the TUC and the mind of the I am alright Jack. More individualistic and rich mouths became more reserved.
I did not try to chat the bird but I explained to the woman that I was going to England trying to meet my estranged family. Oh God perhaps she was in the same boat. Her marriage was falling to pieces like mine was years ago and I could not recover from the psychological impact on me. I gathered she hated the Spaniards. She talked to me in Spanish but when the plane reached the English aerial dominion she shifted  to her mother tongue and became derogatory and incriminating almost rude.
“Oh dear. Tony you always get yourself into trouble. Better you should have kept your mind shut”.
We went into an aerial bump and the whole plane started to shake. Bad omen. We landed in Gatwick with nearly an hour delay. The schedule was a Heathrow landing but three was something wrong with one of the engines or the wings the pilot did not explain and the crew were also a bit shaky. It was a freezing day. Took one of my expensive cigars and started to puff in the middle of the arrivals area. People looked at me startled as if I were a Martian or something.
“People don’t smoke tobacco nowadays in this country. Only cannabis”
“Oh dear Larry you always landed into trouble. Su said that you always land in your feet –it was one her favourite ready made phrases evaluating me-. But elle etait trompé. I have been an unlucky sod most of my days but it serves me right for moaning all the time as if I were Jeremiah. Never explain never complain, the old adage goes. We live in a classless society and, since childhood, the Spaniards of our generation believed in rank, hierarchy, suffered from piles, insecurity complexes and guilt and were under the rod of confessor-maniac. We had no principles, only those of the Catholic Church. An those big words and ready made speeches deliver to our under conscience in remorse, oh you dirty rascal, you have wet dreams and scatology by degrees. We believed in rank, hierarchy, principles, those big words and ready made speeches delivered to our subconscious in long academic evenings of tedium only to fodder our indomitable ego.
Needless to say, excited as I was in that winter morning [December brings with the dew of the cold night melancholy of the years past] in 1986 a year after than we moved house and went to live outside Madrid before the flood of immigrants in our capital and I felt on top of the world. At last travel as in the good old days. I have become a no person since Franco died. But now I was roaming the spaces holding tight in my pocket that letter in which a Heagerty, senile, with bending and not so firm scripture, gave the address of the Hughs. Pie and the sky around the world was mine. Trouble with you matey is that you have watched many a film and through that you lost contact with the real world. The image of Britannia o Baodicea ruling the waves represented to me. I was the lord and master of my destiny. I saw looking below the big waves like tiny spots of froth and the Ocean a big mass of dark blue magma, the morass where our fight begins. The vertical pond. The horizontal flatness portraying the idea of infinitum. It must be cold down there. There I was riding the storm. Very excited 
Cannot carless seventies had given way to the iron days of the Iron Lady the flogging of the TUC and the mind of the I am alright Jack. More individualistic and rich mouths became more reserved.
I did not try to chat the bird but I explained to the woman that I was going to England trying to meet my estranged family. Oh God perhaps she was in the same boat. Her marriage was falling to pieces like mine was years ago and I could not recover from the psychological impact on me. I gathered she hated the Spaniards. She talked to me in Spanish but when the plane reached the English aerial dominion she shifted to her mother tongue and became derogatory and incriminating almost rude.
“Oh dear. Tony you always get yourself into trouble. Better you should have kept your mind shut”.
We went into an aerial bump and the whole plane started to shake. Bad omen. We landed in Gatwick with nearly an hour delay. The schedule was a Heathrow landing but three was something wrong with one of the engines or the wings the pilot did not explain and the crew were also a bit shaky. It was a freezing day. Took one of my expensive cigars and started to puff in the middle of the arrivals area. People looked at me startled as if I were a Martian or something.
“People don’t smoke tobacco nowadays in this country. Only cannabis”
“Oh dear Larry you always landed into trouble. Su said that you always land in your feet –it was one her favourite ready made phrases evaluating me-.
But elle etait trompé. I have been an unlucky sod most of my days but it serves me right for moaning all the time as if I were Jeremiah. Never explain never complain, the old adage goes. We live in a classless society and, since childhood, the Spaniards of our generation believed in rank, hierarchy, suffered from piles, insecurity complexes and guilt and were under the rod of confessor-maniac. We had no principles, only those of the Catholic Church. Those big words and ready made speeches deliver to our under conscience in remorse, oh you dirty rascal, you have wet dreams and scatology by degrees. We believed in rank, hierarchy, principles, those big words and ready made speeches delivered to our subconscious in long academic evenings of tedium only to fodder our indomitable ego.
Needless to say, excited as I was in that winter morning [December brings with the dew of the cold night melancholy of the years past] in 1986 a year after than we moved house and went to live outside Madrid before the flood of immigrants in our capital and I felt on top of the world. At last travel as in the good old days. I have become a no person since Franco died. But now I was roaming the spaces holding tight in my pocket that letter in which a Heagerty, senile, with bending and not so firm scripture, gave the address of the Hughs. Pie and the sky around the world was mine. Trouble with you matey is that you have watched many a film and through that you lost contact with the real world. The image of Britannia o Baodicea ruling the waves represented to me. I was the lord and master of my destiny. I saw looking below the big waves like tiny spots of froth and the Ocean a big mass of dark blue magma, the morass where our fight begins. The vertical pond. The horizontal flatness portraying the idea of infinitum. It must be cold down there. There I was riding the storm. Very excited that was but let us say goodbye to all that 






 
-No soy de aquí. He venido a la función.
-Está bien. Todos somos forasteros, pero yo busco el domicilio de mi ex.
-¿Qué fue de ella?
-Es un fantasma.
-Ah qué la vida pasa, señor, y nosotros no sabemos nada, fluye y nos desconoce. Fíjese en los letreros y a lo mejor tiene suerte. Bon voyage.
Allí las grandes verdades de mi vida se me hicieron patentes. En el ochenta y seis fui a buscarla. Compré un ramillete de rosas en un florista. Hay que ver como mudan los tiempos. Falto de Inglaterra doce años y parece que han mudado hasta el lugar de las casas. No es aquí. Busque la ruta.
Llamé a una puerta y salió a recibirme un individuo en bata floreada en la diestra sujetando del ronzal a un perro de ataque y en la otra escondida en el bolsillo una pistola. Había pensado que yo era un ladrón.
-Sorry. Me he equivocado de puerta. ¿No me darán otra oportunidad?
-Get out.
Me fui por donde había venido. Parzena no daba señales de vida y el taxista judío, un buen samaritano de aquellas navidades negras, movía la cabeza, asustado, y decía para sus adentros “he is a bit nuts, you know”. Siempre me aturullo. No tengo el menor sentido del ridículo.
AQUELLOS AÑOS DE LA ESCUELA DE PERIODISMO DE LA IGLESIA

La recepción de una carta con membrete oficial del Ministerio de Educación de Gran Bretaña una mañana calurosa de junio fue la noticia más hermosa de aquel verano del 66, mucho más que la victoria del once británico, en una apasionante final contra Alemania de la Copa del Mundo, o la derrota de Cooper a manos de Cassius Clay quien aun no se había convertido al Islam y no se llamaba Mohamed Ali, cuando los Beatles eran la locura de la juventud y dieron un concierto en la plaza las Ventas. Unos decían que les hacía falta a los del quinteto de Liverpool un buen corte de pelo a navaja. Sería un verano de músicas sonando en las emisoras populares la Inter y Radio Madrid en los patios de vecindad. Por las ventanas de los cuartos emanaban las canciones de los melenudos mezclándose con las exhalaciones de las fritangas de tortilla y pimientos frisos. Los domingos había que ponerse el traje nuevo tras del aseo en las pilas de lavar, mira cuanta roña llevas pegada a los calcaños, so cochino. Así olía cuando te apretujabas en el metro contra el culo de alguna jamona en el metro. Las aguas bajaban fétidas por los bajos de la estación de Tribunal. Lo que no mata engorda. Teníamos salud y ganas de reír con los gags del Zorro aquel genio argentino que la había tomado con los talaveranos.
Las tiernas muchachitas en flor se desplomaban histéricas cuando el conjunto apareció sobre el escenario una atardecida de agosto para actuar en la Plaza de las Ventas. Se puso el cartel de entradas agotadas y los grises tuvieron que emplearse a fondo con la porra para mantener a raya a las histéricas que se desmelenaban a los pies de los caballos. Qué noche la de aquel día. A mí me gusta Paúl, a mí Ringo. ¿Y a ti? Todos. Son guapísimos. John Lennon tenía un aire de guru y se expresaba en un inglés con acento del Norte que las volvía locas. La vida era un gran baile. Silvie Vartan y John y Holliday pour aller dancer eran el rey y la reina del microsurco en el idioma de Moliere, los más bellos del baile. Si sa va pas on fait y aller. El inglés estaba desbancando en sus preferencia a las tribus urbanas pero a mí me gustaba Aznavour y Brassens. Empezaba la gran movida. Era la hora del cambio pero a qué ton cambiar si en aquel Madrid con veinte años y treinta duros de huelga en el bolsillo los domingos se vivía tan bien. We never had it so good, nunca lo tuvimos tan a huevo, que dijo Harold Mac Millan y con Franco estábamos tan ricamente.
Hubo un golpe de estado en Argentina. Onganía entró con los tanques en la Casa Rosada. Los del diario hablado se pusieron muy nerviosos con aquel flash de Upi menos mal que él únicamente trabajaba en la sección de Deportes y aquellas trascendencias del revuelto cotarro no le afectaban. El redactor jefe don Francisco Garrote, un falangista rechoncho bajito que fumaba cigarros interminables aquel día se puso la camisa azul para dar el parte. As todas horas estaba llamando a don Camilo Alonso Vega, ministro de gobernación. Hilo directo con el Pardo teléfonos, por aquello del efecto llamada, echaban humo. A cuadrarse. Descanso. Las tropas estaban acuarteladas en Campamento y todo el mundo guardaba un silencio angustioso en la redacción de RN. Arozamena el querido Joaquín Arozamena tartajeaba más de lo habitual. Por poco nos puso el señor Garrote, que pese a su apellido era un gaditano muy buena persona había sido ayudante del general Varela en Brunete y contaba chistes verdes como ninguno, firmes a los redactores. “Este ahora ya verás lo que digo nos va a poner a cantar el cara al sol”•. Tampoco fue necesario aquel gesto. Estábanse celebrando los XXV años de paz y no iba a ser cosa de que volvieran los rojos. Pero nosotros pasábamos o empezábamos a pasar de política. Queríamos vivir. La mayor parte de los redactores eran rebotados seminaristas que se habían matriculado en Filosofía y Letras o en Periodismo y arrastraban algún trauma y bastantes complejos a causa de lo que algunos denominaban la colgadura de los hábitos y otros la gran decisión de su vida que les indujo a dejar de ir a misa los domingos, ya habían escuchado bastantes en el seminario y se adhirieron a la cultura laica o se afiliaron al PC como fue el caso de Jesús Torbado aquel leonés de Gordaliza del Pino que fue compañero de estudios en la escuela de periodismo autor de una enorme y ancha novela un caso de precocidad y genialidad literaria que nos definió a los de la generación del 68: “Las Corrupciones”.
Moreno con el pelo rizado algo cargado de hombros, mirada muy viva y penetrante algo cansada. Muy enamorado por aquel entonces de la novia que había de ser su mujer y creo que para toda la vida aunque sus libros estén descatalogados y su personalidad un tanto missing después de haber dado a la imprenta grandes libros sobre peregrinos y caídas del caballo, era un especialista como Lutero en la epístolas de san Pablo, Jesús hablaba poco y observaba mucho. Había estado en un noviciado de los dominicos y, a punto de cantar misa, optó por la vida civil. Lo suyo tenía bastante mérito. Venía a clase con los dedos tiznados de yeso, abiertas por el cemento pues arrimaba material en una obra de las afueras como peón albañil. Un caso parecido al de José Luis Gutiérrez al que apodaban el Lobo otro de León que sería brillante corresponsal y director de periódicos y revistas de la transición. Era muy amigo de Pepe Oneto otro simpático andaluz, un tipo muy fino de los que ven crecer la hierba y se dejó crecer ese flequillo que le pinga ahora ante las cámaras y antes no tenía. Le copió  la idea y el flequillo a nuestro profesor de inglés que también se hacía un egregio recorrido por la calva tiñéndose de rubio.
También falleció hace un bienio en extrañas circunstancias. De aquellos viejos colegas en la época del cambio dos que yo se sepa se suicidaron, otros desaparecieron en el exilio interior, se dieron al alcohol o la droga, o se conformaron con la nueva situación de proscritos porque la democracia nos talló a todos por un mismo rasero sois unos nazis unos fascistas, no os adheristeis al pensamiento único. Nuestros hermanos nos echaron de casa cosa habitual en una España tan dada a los despilfarros cainitas. Padecimos el síndrome de la guerra que ellos perdieron pero que luego ganaron cuando vinieron pidiendo paso los mandiles y triángulos, pero otros medraron los más afortunados y subieron como la espuma adornados en el olimpo mediático con la corona de laurel y los dineros.
Se vino el Lobo a Madrid desde Vizcaya donde aprendió el oficio de fresador. Con las prisas no le vagaba para cambiarse de ropa y quitarse el mono para asistir a las clases de inglés mr. Peter Miles
Sus manos encallecidas eran un orgullo para todos nosotros y él se las miraba llenas de callos, orgulloso como buen leonés. Su semblanza podía cotejarse por lo bien bragado con la de un anarquista. No en vano provenía de la tierra de Buenaventura Durruti,.
Miles un tipo extraño que por entonces se escondía en el armario, misterioso personaje, que no era inglés sino polaco pero que hablaba un inglés con acento de los barrios de Londres, con sus americanas cobalto que hacían aguas, hombreadas para realzar el busto, el perfil de cachas y corcho en los tacones al objeto de alzar unos codos de estatura. Siempre con pajarita o bow tie. Sus clases en lugar de lecciones de inglés parecían actuaciones festivaleras, se movía por la tarima con mucho garbo y mandaba sentar en los primeros bancos a los más guapos.
Sus clases interesantes eran todo un show de gestos, era nuestro ídolo. Buen comunicador nos entusiasmó con la lengua inglesa y con aquel país que sedujo a la juventud española de los 60 estábamos acomplejados por no parlarlo fluido. Era la estrella de la escuela de Periodismo de la Iglesia. Pobre Peter Miles; cuando cerraron la escuela de periodismo quedó sin empleo, fue abandonado por su novio y se abrió las venas en la bañera. No aguardó a conocer los tiempos del esplendor del arco iris. No se atrevió a salir del armario.
Rafael de Salazar, Nicolás González Ruiz, Bartolomé Mostaza, Antonio Ortiz Muñoz y Alejandro Fernández Pombo, un bondadoso manchego de la escuela del “Debate”, formaban un experto e ilustre tándem en el cuadro de profesores. Entre clase y clases leyendo su breviario veíamos pasear por el patinillo reducto de una pequeña huerta en las dependencias a un cura alto y delgado que lucía sotanas impecables de cachemir —detalle nada desdeñable y corajudo pues los aires renovadores postconciliares habían barrido del mapa los alzacuellos y manteos y los curas iban de traje aunque en nuestro curso el P. Abel Hernández y Pepe Freixenet uno de Murcia no se la habían quitado aún pero sí el P. Urciti un navarro muy simpático que venía de una conocida familia carlista— era el director. Olvidé su nombre pero creo que llegó a obispo y formó parte a regañadientes como un elefante en la cacharrería de la Conferencia Episcopal o poderoso sindicato de obispos que siguen mandando tanto en España. Juan Roldán otro ex seminarista malagueño discípulos del lectoral de la catedral malacitana el P. Ruiz, se ganaba la vida como profesor de latín en un colegio mayor.
Roldán, un muchacho agradable rubiales bien parecido y de un estilo muy norteamericano ocuparía las corresponsalías de Efe en Londres época Fraga y en Washington  durante la transición, sería director de la Asociación de la Prensa y se casaría con otra colega Encarnación Valenzuela que no era guapa pero demostró ser mujer de mucho tronío. Curri. ¿Dónde curra ahora Curri? Juan acaba de fallecer este julio de 2015 no sé si de melancolía o de asco a los 72 años. Él era un periodista de los pies a la cabeza y no ha sobrevivido a las purgas que orquestaron contra nosotros los de la vieja ola los nuevos instalados en ese periodismo baladí de las tertulias que se pronuncian ex cáthedra a todas horas con un gesto solemne y aires de gángster.  Forman parte de un circuito cerrado una mafia en la que no dejan entrar a nadie. Closed shop, numerus claussus, compañero; el que venga atrás que arree. Son los grandes acaparadores de esta democracia llena de resabios dictatoriales. Son los vigilantes de la playa los comisarios del sistema siempre guardando la línea y a la que salta, parecen haber pegado un brinco a nuestra actualidad, a la que miran, remiran, comentan y hasta soban explotando el morbo con gesto algo despectivo y canalla pues no les duele la patria. España se las refanfinflar.  Sólo les importa el dinero. El que más gana (se embolsó cerca de cuarenta mil euros del ala el año pasado, lo colocó en la tele pública ese espantapájaros que habitó en la Moncloa durante un lustro siniestro y al que llaman ZP (pasen y coman los de León y a llenarse los bolsillos), un tal Maraña, el hermanísimo de un canalla que amargó mi existencia en Nueva York y dijo en una conferencia de Prensa en la ONU oficiada por Felipe González que había que acabar con la Prensa del Movimiento. Jugaban al viejo juego del robaterrenos quítate tú que me pongo yo y donde no hay harina todo es mohína y así se hicieron amos de la TV pública y vendieron los periódicos de la Cadena a los ingleses. Se produjo una auténtica involución de las rotativas. Algunos de ellos, sólo unos pocos porque los estudiantes de periodismo lo tienen crudo para obtener un puesto de trabajo y si lo logran les pagan miserias de becarios. Encontraron en su remunerativo, milagros de la publicidad, blablablá una fórmula de enriquecimiento.
El encono la envidia la emulación y el odio constituyeron los peldaños de la escalera por donde subieron para alzarse con el santo y la limosna estos trepas. La corrupción imperante les brindó la oportunidad de su existencia dentro de un oficio noble aunque menesteroso como fue el de juntar palabras en España. A fuerza de adular a los políticos con sus torrenciales parrafadas y sus conclusiones de pata de banco, al objeto de enajenar o cabrear al lector o al telespectador. Es una literatura hablada no de información ni de educación elemental sino de provocación. Ganan con esto millonadas. Y ahí está para muestra valga un botón Alfonso Rojo el “exsísimo” o ex maridísimo de la Anaconda. Que después de echarlo de su tálamo hay que ver lo bien que lo colocó.
Este viejo oficio por aquellos días abundaba en epígonos notables como David Cubedo [la voz carismática la locución de terciopelo del “parte” de las tres de la tarde], Fernández de Asís, Pedro de Lorenzo, Álvaro de la Iglesia, Torcuato Luca de Tena, Tomás Salvador, Félix Ortega todos los cuales murieron pobres. O el mismo Juan Roldán que se nos acaba de marchar.
Voluntariosa y con buenos contactos, la Valenzuela hija de un general laureado según creo, se ha convertido en la musa del PP habitual de las tertulias de la tele. Estábamos angustiados y confusos dentro de nuestros traumas y el cascarón de un pasado del que había que salir para enfrentarse a la modernidad. Ésta estaba hecha de canciones y de apuntes y de papeletas de exámenes. Dentro de lo que cabe, nunca como entonces había sido Bermejo tan feliz. Los de la Eta no habían aparecido, los curas seguían llevando sotana y se decían misas en latín pese a las admoniciones renovadoras del concilio. Se podía ir a esquiar a Navacerrada los fines de semana del invierno o bañarse gratis en el charco del obrero como llamaban al parque sindical.
Leyó la carta cincuenta veces y se compró un pequeño diccionario de bolsillo el Collins para traducir las palabras que no entendía. El comunicado le informaba que le había sido concedido un puesto como profesor asistente en la ciudad de Hull como ayudante del catedrático de lengua castellana en dos colegios: El colegio Marista y un instituto de segunda enseñanza el Kingston upon Hull. Informó a sus parientes amigos de irse a Inglaterra el próximo curso. Muchos vituperaron su decisión:
—Tú estás tonto. Has conseguido un puesto fijo en radio Nacional y ahora haces la tontería de largarte a un pueblo de una lejana provincia a pasar hambre.
Bermejo estaba tan embebido con la idea de aprender la lengua de Shakespeare que puso oídos de mercader a tan sabios consejos. El mecanismo de la utopía volvió a vagar por sus meninges atolondradas. Le estaban vendiendo la burra mal capada. Era la decisión más importante de su vida pero Bermejo le dio la ventolera y (entonces pensaba así hoy no) se puso el mundo por montera, tiraba la casa por la ventana. Claro que le habían enseñado desde pequeñito a renunciar al mundo sus pompas y vanidades. Es la idea que gira en torno al libro de cabecera “Las imitación de Cristo y menoscabo del mundo” de Tomás de Kempis tantas veces manoseado y leído a lo largo de su adolescencia. Un lector subido a un púlpito declamaba sus capítulos a la hora del desayuno durante sus años de seminaria.
—Te comportas como un gilipollas, Remigio— fue la sentencia de su hermano Xanti el que siempre estaba calculando sus pasos.
Le contestó él con el título de una película de Bing Crosby que echaban por aquellos días en el Cine Cristal de Cuatro Caminos:
 —Siguiendo mi camino.
A lo mejor estaba en un yerro pero interiormente sentía que al renunciar al trabajo en la radio estaba respondiendo a una poderosa llamada. Su vida en adelante estaría entretejida de renuncios de grandes triunfos y grandes fracasos. El destino suele ser inexorable. Todo está escrito. Hasta el número de los pelos están contados en nuestra cabeza. Al menos, es lo que se dice y yo no me desdigo de nada ni renuncio a nada, seguiré en mis trece. No vendo mi pluma ni la vendí a nadie que es baluarte de libertad. No tengo vocación de mercenario. Con ojos arrasados de nostalgia contemplaba el paso sigiloso de los días de aquel largo y cálido verano cuando estaba a punto de dar un paso decisivo. Quería vivir de la pluma encumbrarse ser famoso y no sabía que eso se quedaba para Vargas llosa. Desconocía el ingenuo estudiante en que jardín se metía cuantas celadas ocultas e en tan pajarera decisión.


 EN LA PATRIA DE ROBINSON CRUSOE
Hull era una ciudad del norte inglés destartalada, industrial, con pocos horizontes cuando yo la conocí, a la vera del Humber y mirando para el océano. Los arrabales de la bocana de un puerto con mucho abrigo que los prácticos conocían bien desde los navegantes ingleses hasta los submarinos del almirante Canaris, debieron de inspirar a T.S Elliot su Wasteland. En el año 66 todavía algunos hangares y edificios del malecón mostraban las dentelladas y zarpazos de la Luftwaffe. Aquellos farallones ahumados eran reliquias de antiguos bombardeos, tarjetas de visita que dejaron los alemanes a lo largo de la batalla de Inglaterra.  Hull, sin embargo, tuvo siempre algo de ciudad germánica y anseática emparentada con Hamburgo y con Copenhague al otro lado del Mar del Norte en la ruta del comercio del que se aprovechó el mundo luterano del oro que trajeron los españoles del nuevo mundo. Tenían fama sus dársenas de ser una de las zonas más peligrosas y sucias del planeta. Allí dirigí yo mis pasos en el otoño del 66 con mis veintidós años, recién acabados los estudios de Filología Inglesa y de la carrera de Periodismo, con ganas de comerme el mundo. Quería ser escritor. Recuerdo que cuando me giraron el primer dinero de la beca compré una máquina de escribir sin eñes a un chamarilero de la calle Beverley, especialista en antigüedades, que tenía a la puerta una pieza de artillería del once de la Guerra de los Boers. Tuve que tirarla. También merqué una guitarra que tampoco funcionaba o a lo mejor es que yo he nacido para guitarrista. A lo largo de mi vida dactilógrafa y de fascinación por las veinticuatro redondas blancas he aborrecido tanto las máquinas de escribir como las cachimbas. Como instrumentos de utilización personal: Usar y tirar, pues en esta vida todo tiene un límite. Tal vez fumar y escribir sean actos tan compulsivos como correlativos. Las circunvalaciones del humo del tabaco  guardan un misterioso parentesco con las pesquisas que conducen al hallazgo de la frase exacta y la palabra rotunda. La pipa, la estilográfica y la maquina de escribir  son adminículos adherentes a la profesión de escritor, entonces fumar iba como en el oficio, ahora ya no se fuma, se sueña menos y las cosas salen peor. no han de ser prestadas nunca  a nadie al igual que la mujer. Cierto. Pero algunas aburren y otras cansan. ¿Todos los días, potaje?  Pues sí de vez en cuando habrá que darse un paseo por las instituciones.
—El hombre es animal de costumbres.
—También es verdad. Lejos de mi “Olivetti” soy un hombre al agua. Me planto al ordenador y no me sale palabra. Yo tengo que sentir el ruido del teclado que ametralla el papel. Sin la pulsión de un contrincante la inspiración no acude. En España por lo que dijo don Miguel de contra esto y aquello, siempre estamos escribiendo contra alguien. La vida del escritor semeja a la del púgil. Nulla dies sine línea pudiera traducirse como ningún día sin pelea.  Escribid malditos, que escribir es una maldición, haced la guerra contra vosotros mismos y vuestro propio subconsciente. Por eso en esta tarea de sufridores abundan con frecuencia los matasietes. A Valle Inclán le dejaron una mano inútil en una trifulca de colegas.  Fue por una discusión tonta con un correligionario de Granada, que se llamaba Manuel Bueno. También carlista. y que de bueno debía de tener bastante poco, por lo menos el día que sacó el estilete contra  don Ramón, el de las “barbas de chivo”. Pushkin murió en un duelo y yo vi una vez a un cofrade en Londres por quítame allá esa crónica arrimarle un botellazo al pobre corresponsal de “Rodena Fichas” que ya llevaba en el cuerpo media de Johny Walker. Menos mal que le sujetamos entre otro y yo que si no lo esguardamilla. Hombre a un borracho jamás se le pega. Tampoco es para ponerse así, pero este oficio es la bimba. Ahora aquel matasiete está muy instalado y en la pomada en la Prensa del Meneo. Le supo bailar el agua a don Walamboso el Tramposo, como antes se lo bailó a otros.  Abundan los espadachines en esta noble profesión trufada de canallas, donde la vida es un desafío. La pluma sin la espada no es más que una punta de hojalata, ha de estar prevenida del asta del poder y la fuerza, y somos gente de sangre caliente. Quevedo, por ejemplo, manejaba con tanta soltura el idioma como el florete.
De cachimbas, estilográficas y bolis tuve cantidad, casi un harén, las reputé como mis mejores amantes; nunca te abandonan. Mecanográficas, una colección. Hasta que llegaron los ordenadores. El teclado de una máquina de escribir es singular como el alma de una mujer. Todas son diferentes y todas acaban cansándote. Como me cansaba mi propia escritura. A la noche, despeado por el trajín de emborronar papel y de pufar humo a través de mi cachimba favorita me formulaba la pregunta que suelen hacerse casi todos los literatos: ¿Esto para qué? ¿A quien interesarían estas paridas? O compras culo o vendes pantalón, Julito. Sobran autores y nos faltan lectores. Sois todo un atajo de presuntuosos, unos autistas. Sí, sí, pero yo no sabría hacer otra cosa, cofrade.
Empiezan entusiasmándote ese naguile que compras con entusiasmo en el Corte Inglés una tarde que te sientes animoso y con ganas de comerte el mundo. Luego las aborreces. Amores de quita y pon. Las teclas echaban humo. El hombre tiene que vencer a la máquina pero también las maquinas de escribir dan de sí todo lo que tienen que dar, se agotan, se extenúan y dejan de ser, machacados los tipos, fuente de inspiración. Ya no sirven para nada. Cuando dejan de cantar las veinticuatro redondas blancas es como si muriera un ruiseñor. Las pipas quemadas saben mal. Y son como las horas de los relojes Omnes caedunt, última necat (todas hieren, la última mata).
Hacia Hull dirigí mis pasos al final de aquel verano del 66 cuando Inglaterra le robó el mundial a Argentina en Wembley por culpa de los árbitros que barrieron para casa pero allí estuvieron los goles de Bobby Charlton y los saltos desdentados de Nobby Stiles. Se cumplían tres siglos del gran incendio de Londres y otros tres de la profecía proferida de Milton de que se iba a acabar el mundo. Lo había vaticinado en 1666. Vaya una fecha, guarismo del “anosmia” apocalíptico. Pero a mí nunca se me pasó por la mente de que el año del 6 fuese un signo maldito. Estaba contento y feliz inaugurando mi vida en libertad. El mundo seguía girando sobre el ecuador y el sol amanecía a cada aurora.
Yo quería aprender inglés y creo que lo aprendí demasiado bien hasta el punto de que hoy, por lo fácil, es un idioma que me aburre. Es un idioma muy práctico donde valen poco las tahurerías ni las mariconadas. En buena prosa el inglés es un lenguaje hecho para hombres, un lenguaje macho. Algunos dicen que parece que escribo en inglés, un idioma muy suple y contractivo en el que caben toda suerte de combinaciones, pero sigo pensando en español. La primera máquina de escribir de segunda mano que compré en la ciudad donde nació el padre de Robinsón Crusoe, Daniel Defoe, y me inicié en los estudios de Franz Kafka, carecía de eñes. Una terrible merma y fatal augurio. Soy hombre de eñes. Podré escribir en la lengua de Shakespeare correctamente pero en mis anglofilias nunca cometeré la tontería de renunciar a mi estirpe. Ese es un síndrome en la cultura española actual. Se escribe en español pero se piensa en la lengua del imperio. Para confirmar tales supuestos me remito al mundo de los best sellers, al lenguaje, a los giros, al contoneo alto coturno de las tops por la canasta, a la forma de pensar de la gente, a los hijos de don Quirite Marugán, todos en nómina, buenos chicos que no crean problemas a la Mano Oculta y al Ojo que todo lo ve. Sus displicencias caben en la Red. El Internet desconfía de las genialidades y machaca a los que se salen de la fila. El que se mueva no sale en la foto. Dominan el sector de la publicidad y de la imagen en sus manos, sólo es noticia, sólo es novela, lo que a ellos les apetece.
Perfectos “hacedores de reyes”, a capricho designan escritores y nombran y derriban gobiernos a dedo.  El arte se supedita a un lanzamiento mercurial, a ciertas sutilidades, manipulaciones y trampantojos. Es la política del doble lenguaje, el doble juego. Turbios manejos de trastienda que permite que en nombre de la libertad se cometan toda suerte de torpezas y tiranías. A mí, que soy transparente, me ocurre todo lo contrario. Escribiendo en inglés siempre me saldrá el hombre de Segovia en la papela y asomarán entre líneas la oreja mis campesinos orígenes.
Esta transposición es un caldo de cultivo para la mediocridad imperante. Han traído sus propios chistes. Hablan de humor, pero les falta ángel. Muy serios y concienzudos volviéronse los lustros y las décadas desde que vino a reinar por la gracia de Dios o por oscuros designios del poder en la sombra Su Majestad Oriol V El de los Pufos. Manejan el insulto que no veas y parecen haber inventado a una rama de la literatura que debería llamarse octoscania pues han institucionalizado la blasfemia. Se escucha por doquier el grito de la torre de Babel, queremos llegar tan alto que podamos codearnos con los dioses. Tampoco es como para pedirle peras al olmo.  El hombre en Londres del “Eco Guanche” hoy un señor  con vara alta, amo de la baila de los publicistas, pero que hace cuarenta años lampaba e iba por Fleet Street con una gran bolsa negra y le llamaban el “polisario” porque su señorito era aquel independista por nombre Cubillo que quería devolver a los moros las Islas Afortunadas, en las instituciones (échale guindas al canario) hoy se queja del insulto como arma  arrojadiza pero ellos pasaron el rodillo y nos difamaron y escarnecieron a modo y todo lo que quisieron.  Vivimos entre la queja, la desilusión y el asco, como extranjeros en nuestro país e incluso en nuestro idioma, soñando en la pensión de la jubilación y andando un poco a la agachadiza. Mirando bien las cosas, casi es un honor permanecer inédito, intonso y casi virgen y mártir de los tórculos con los tiempos que corren. Tampoco creí nunca en eso de los premios literarios ni en los comités de lectura. Tomemos el caso de un importante magnate en el mundo de la edición española de cuyo nombre no quiero acordarme. El un isleño que llegó a Londres lleno de odio hacia los peninsulares no sé por qué y al que veíamos andar siempre por Oxford street portando una cartera negra de cuero. En esa cartera no sabemos qué llevaba  si un Kalashnikov, una máquina de retratar o una enjalma, dadas sus procedencias no sé si guanches o árabes aunque siempre sí un poco nómadas del sujeto que nos situó al pie del volcán con su voz aguda y su habla de eunuco. Hoy es otro instalado. Le llamábamos el polisario pues era muy de izquierda pero a Montesinos le bailaba el agua.  Con ser don Gaspar tan de derechas. Las izquierdas se la metieron doblada que fíate y no corras
Pues bien, que semejante tuercebotas, aquel palmero-sube-a-la palma, aquel arribista de la perilla negra y cabruna, y que tiene una vocecita de eunuco -es hoy un señor que manda mucho en el mundo de las letras, está asomado a la ventana todo un jaque de los mandamases de la pirámide informativa y de la literaria- te rechace los manuscritos, uno por uno, lejos de ser un baldón, es un timbre de gloria. Cosas veredes dijo Agrajes. ¿Y ese don Anacleto, gran preboste de los paneles de lectura?
— Que se lo lleve el diantre.
 —¿Con acento grave y diacrítico en catalán? En castellano no se usa.
—Ya pero vivimos bajo la férula de lo cursi.
En aquella ciudad, Hull, con nombre de casco de barco, y asaz descuadernada, compré mi primera máquina de escribir y conocí el amor que pasa por la vida del hombre como un soplo, como una sombra. “Sicut nubes, velut umbra, ut naves”, que diría el clásico. Es talismán efímero. Su destino va íntimamente unido al de la literatura. El amor y el tiempo son algo que el hombre es incapaz de asir ¿Qué fue de aquella mujer de cabellos dorados y de mirada de madona, el rostro perfecto como un camafeo, piel blanca adornada de efélides? ¿Qué sombras ahora la escoltan, qué nubes la contemplan en qué barco viaja y con qué rumbo? Sólo puedo responder a esta interrogante con un poema que Chesterton dedicara a la Virgen. Lady, Lady.  Altos muros del Endsleigh College que ella habitaba y que yo escalaba, cual Romeo empecinado, han sido derribados. Sólo siguen tiesos en el paisaje de la memoria. En la vida real son farallones, lienzos de adarve de la muralla del olvido, almenas desdentadas, paredes a las que injuria el verdín cubriéndolas de parietarias y madreselvas. Precisamente en un lugar tan a trasmano y donde Mahoma perdió las pantuflas iba a transcurrir uno de los años más importantes y traumáticos de mi existencia. En mí se produjo un verdadero despertar. Los propios ingleses hacían befa de este lugar habitado por las gentes más rudas del rudo Yorkshire y que parecían hablar a voces como animales en un dialecto que se derivaba del vikingo y emparentaba con el norso. Eboracum (York) con su catedral y sus baños romanos estaban cerca. Pero a mí siempre me fascinó Whitby por sus ascendencias danesas. Hubo allá una cristiandad procedente de la estirpe celta evangelizada por st. Columbano, base del monaquismo occidental del cual llegaría a tener un conocimiento más profundo merced a los legendarios de fr. Justo Pérez de Urbel que describe esta zona mítica con emoción y belleza en sus calendarios. Los inhóspitos pagos del yermo Yorkshire fueron sede de una de las más importantes tebaidas. Los monasterios formaban un verdadero anillo de oro en torno a la capital, York.  Allí nació santa Helena madre de Constantino la emperatriz que desenterró las cruz del Golgotha y el mundo a partir de entonces el mundo empezó a girar de forma diferente aunque hoy puede que el curso de ese ciclo esté llegando al tramo final. Eran estos cenobios centros de oración pero también baluartes contra las invasiones de normandos y de escoceses. Para defenderse del acoso de los belicosos “picti” ya los romanos habían levantado la Muralla de Adriano, en el condado un poco más arriba, el de Northumberland.
En compañía de mi amiga Nicole, aquella francesa de los cabellos de oro y a bordo de un mini hicimos a lo largo y lo ancho de esta tierra amor y geografía visitando las ruinas de los viejos conventos demolidos durante las guerras de religión y las consecutivas desamortizaciones. En nombre de Dios y con la Biblia en ristre los puritanos de Cromwell acabaron con todo. Desde entonces siempre tomo mis precauciones ante el Libro Sagrado prevenido por lo que decía san Agustín que no es lícito basarse en la letra desnuda de ambos Testamento sin un mínimo de bagaje iniciativo. Hasta hace poco en todos los hoteles del ámbito anglosajón siempre había una y a mí me inspiraba cierto temor al pensar en las barbaridades que cometieron los protestantes. Ninguno de estos textos supera a la Vulgata con todo lo que diga don Críspulo Caspón y sus luteranos al respecto. Perdimos demasiados hombres en defensa del papa y de la verdadera fe en tiempos de la Contrarreforma como cambiar ahora de camisa. No somos culebras. Esta zona del arzobispado de York fue una de las más refractarias a renunciar a la tradición romana. En fin, por aquel tiempo en la radio del coche sonaba la música de los Beatles y el incansable hit parade que emita veinticuatro horas al día una radio pirata instalada en un barco surto en la Bahía de Scarborough. Se llamaba Radio 707 y su pinchadiscos se llamaba Tony Blackburn junto con Jimmy Savile quien luego a pesar de su aspecto avuncular, padrino de todas las quinceañeras, el puro en la boca y casaca de lentejuelas melena blanca y teñida, y recomendaba a los conductores briotanicos que se abrocharan el cinturón “clic clac every trip” resultó un violador en serie, a todas las fans se las pasaba por la piedra. Tenía nombre de película y su principal pinchadiscos era Tony Blackburn. Lo conocían todas las quinceañeras del Reino Unido. Dos canciones muy pegadizas y que aprendí de coro me traen memorias de aquel invierno: Laying in the sunny afternoon” de los Kinks o The Mamas and the Papas, Demi Roussos, etc. y No milk today, cose my love is far away. Hoy no dejes botellas – se pedía al lechero- en el alfeizar pues mi amor está lejos. Sin embargo, la letra de aquella canción no era para mí. Mi amor no estaba lejos sino cercas. En los labios de Nicole, toda la cerveza de la Old Merry England y el vino de la Dulce Francia me bebí. Tenía un cuerpo de diosa pagana y unos ojos de dulce y claro esplendor y largo mirar. Aquella mujer se cruzó por mis horizontes como un viento de tragedia y libertad. Amor que pasa una sola vez y te deja marcado. Los vientos del 68 soplaban a modo. Lo decía otra canción de Joan Báez, Flying in the wind. Íbamos al volante del viejo buga por los derroteros de los Yorkshire Moors, mundo onírico de veleidades y de sentimientos bajo controlada que contaran y cantaran las Hermanas Brontë. Paisaje sin árboles. Los barcos fueron talados para prevenir la escuadra. Por el invierno hace un frío que pelaba. El cierzo soplaba con ganas por aquellas desoladas parameras. Té y simpatía. Marchábamos a toda velocidad, sentados a la trasera del viento. Nicole, ¿qué ha sido de ti? Seguramente serás una viuda rica que con un ojo llora y otro repica o la barragana de un canónigo de Reims. En los pueblecitos olvidados de paredes blancas y techumbres de bálago tal como pallozas en plena campiña inglesa siempre había una vieja taberna con mucha historia. En las de York bebían Guy el Conspirador con sus comilitones a sueldo del rey de España, en las de Grimsby los bucaneros de Sir Francis. El mundo yacía a nuestros pies. Íbamos a ser perennemente jóvenes y bailábamos el Twist en bailongos de altavoces psicodélicos y focos foboscópicos. Noticias en la BBC a las cinco y a silbar por la vía. Blowing in the wind but we couldn´t care less. Había que apurar el cáliz de la felicidad de la vida hasta las heces. El viento del norte se llevó nuestra juventud camino de las estrellas y ¿qué fue de aquellos besos? Andan todos rodando por las estrellas. El amor es la fuerza que mueve el universo. El odio lo para y aquellos tiempos eran los tiempos de la flor al ritmo de canciones que aconsejan hacer el amor y no la guerra. No había necesidad de emprenderla a martillazos contra la estatua de un general subido a un caballo de bronce. ¿Cómo es posible que ahora la enredadera del odio trepe por las paredes de nuestras casas? ¡Tanta inquina, tanta vesania cuando creíamos haber alcanzado el nirvana de la reconciliación! Se me apareció la belleza en Hull aquella ciudad destartalada. Entre el hollín y el carbón y el beso gris de la lluvia sonó mi hora cero. Nunca fui tan feliz como aquel año en la patria de Robinsón Crusoe. Desde aquélla he venido practicando una suerte de robinsonismo intelectual. Me gusta la insularidad. Yo solo en mi isla y que me dejen en paz.
Había comenzado 1967 bajo buenos auspicios aunque la Nochevieja no fue tan entrañable como la nochebuena. La pasó en su chiscón aquejado de melancolías ausencia. Rose estaba de vacaciones en Hornchurch y no regresaría hasta el 13 de enero cuando comenzaba en el collage el segundo trimestre que los ingleses, ateniéndose a una vieja tradición escolástica que dividía los doce meses en “quarters”: Michael Mass o Martinmass, Chrismas, Lent, Easter y Petermass, llaman cuaresma. Literalmente la misa de san Miguel 30 de septiembre, la misa de san Martín 11 de noviembre, cuando se pagaban las rentas. La misa de Cristo en nochebuena, Pascua de Resurrección y la misa de san Pedro al empezar la recolección de la mies en las tareas agrícolas. Estas reminiscencias de la división del tiempo y de las labores del campo reflejan la fuerte imbricación de los cristianismos en las Islas. England, tierra de ángeles, desde las predicaciones de san Agustín de Cantorbery hasta la desacralización de los monasterios. Hasta 1535 y la dichosa bula del papa Paulo III excomulgando a enrique VIII por haber repudiado a su legitima Catalina de Aragón para casarse con ana bolena Ana de los mil días. Pocos años antes Roma había concedido al rey de Inglaterra el título de “defensor de la Fe”. La cólera del monarca no se hizo esperar. Enrique en Hampton court hizo pedazos ante su corte el rescripto papal. Mandó quemar mil monasterios, secularizó diez mil templos donde el oficio divino y el misal romano fue sustituido por el Common Prayer Book, fueron destruidas las imágenes de los santos, dio la vuelta a los altares, degolló a dos cardenales, hizo cuartos a dos arzobispos, trece obispos y encarceló a diez abades y cerca de ochocientos curas regulares. El odio regio iba dirigido primordialmente contra los frailes. El pueblo continuó siendo básicamente cristiano tras la reforma excepto algunos jerarcas como el cardenal Fisher que al igual que el Dique de Lerma acusado de asesinato y de corrupción “se vistió de colorado para no morir ahorcado”. En los cambios de época cuando rueda hacia otra cara diversa la rueda de la fortuna el cambio de casaca se hace indispensable pues no todos somos aspirantes a la corona del martirio. Remigio Bermejo en aquel tiempo se alegró de haber aterrizado en una región como el West Riding del Yorkshire donde todavía pervivía una fuerte tradición católica. Hull era la patria no sólo de Daniel de Foe el solitario de la colina sino también de Guy Fawkes el agente de los españoles que quiso volar el parlamento en la denostada conjuración de la pólvora una desapacible noche de noviembre de 1605. Tales cuestiones son asuntos de la historia que poco han de ver con el día a día del hombre común. A lo largo de su existencia y al contacto con muchos anglicanos gente de bien y con metodistas se dio cuenta de que en esta intransigencia antipapista los ingleses llevaban parte de razón porque la corte de san Juan de Letrán en cuya defensa pelearon y murieron tantos españoles era un nido de corrupciones, gatuperios, prácticas simoniacas y enjuagues que tienen poco que ver con el evangelio y la doctrina que predicó Nuestro Señor. Inglaterra la Old Merry England conformaba la idea que él tuvo desde la adolescencia de un mundo feliz. Fue su gran amor.
Habían quedado para salir el sábado siguiente de su llegada. Aquel interregno de días y de horas vacías se le hizo interminable. Soñaba con la imagen de su amada. La acariciaba preguntándose hacia qué parte le llevaría aquella pasión descomedida hacia aquella inglesa de origen irlandés: Rosalía Heagerty.
Ayunó más que un anacoreta de la tebaida. Quería prepararse para la gran pascua de una nueva vida. Se dejó crecer la barba y empezó fijarse de sus apariencias antes desaliñadas. Mirándose al espejo, se encontraba guapo. Su rostro cobró una cierta hermosura lumínica que nació del interior. Esa luz misteriosa que hace a los místicos entrar en trance y hermosea a los enamorados. Milagros del amor pues no era más que un vagabundo literarios en tierra extranjera. Hizo muchísimo frío aquel invierno. Neptuno destapó las cajas de guerra y las furias eólicas. Sopló viento del norte. En su vida había pasado tanto frío ni vio tanta nieve caer. Se helaron hasta los gnomos del jardín del jardín de su patrona polaca. La prensa daba cuenta de los estragos que causaron a la cabaña nacional los hielos. En Escocia cayeron dos metros de nieve. Las viejecitas morían ateridas por la hipotermia en sus viviendas sin calefacción. Algunos diputados de la Cámara de los Comunes pidieron que fuesen declaradas zonas catastróficas algunos condados del reino Unido. Los medios audiovisuales lanzaban sólo una consigna: “keep warm”. Remigio Bermejo pese a la baja temperatura exterior nunca había sentido tanto calor en su alma. En Pearson Park los chicos del barrio se calentaban a bolazo limpio o construían muñecos de nieve a los que colocaban una gorra en la cabeza y le arropaban el cuello con una bufanda. Las inquietas ardillas hacían cabriolas por entre las ramas de los robles fantasmales. Durante estos paseos por entre el césped y los setos cubiertos del primer parque de Hull se hacía preguntas sobre sí mismos y sobre su pasado. ¿Era amor o vértigo lo que sentía? Oyó una voz que le dijo:
—No pienses tanto en ella, que se lo estará pasando a lo grande con su amigo David que tiene un descapotable y la paseará por todo Londres en su Ferrari. No te guardará ausencias
Semejante interrogante se le cavaba en el corazón como una daga de celos y remordimientos. De regreso a su room del numero 69 de Pearson Park la inquietante pregunta le martirizó toda la noche. Afuera nevaba. Había cesado el viento y densos copos de nieve se columpiaban cono caricias besando los cristales de la ventana como mansas caricias o mensajes de su amada que le animaba a no tener miedo ni a desbaratar aquel primer amor.                                                                       
Hizo mucho frío el invierno del 66 al cabo de un tórrido verano y un otoño pluvial. Vino san Andrés la nueve en los pies que ya sólo celebraba en Escocia pero otra manera; sin misas con el juego del tiro a la maroma. Estábamos a medio trimestre del Michaelmass cuando los estudiantes de Oxford celebraban los comedios del lectoral. En la torre de Fairfax el papamoscas seguía devorando las horas y los carillones de las iglesias dingdong celebraban el transcurso de los días de los meses de los siglos. Inglaterra inamovible tiene un aire eterno inamovible. Las pisadas de los días se perciben en aquel país con mayor lentitud que en otras latitudes. Los campanarios entonaban el salmo del “tempus fugit, omnes caedunt, última necat”. En su inconsciencia nuestro estudiante de periodismo no quería saber nada ni de la muerte o la vejez. Ya le habían machacado bastante las meninges en su adolescencia aquellos jesuitas tan poseidos de sí mismo que daban las tandas de ejercicios espirituales empapándoles el alma de congojas y de novísimos. Por otra parte torrarse en el infierno no hubiera estado del todo y pensarlo era una delicia en aquel frígido invierno, el más riguroso en décadas a decir de los más antiguos del lugar. Se habían helado algunos robles de Pearson Park. La nieve hizo caer los tejados de algunos edificios del sector portuario ya machacados de antemano por los bombardeos de los V2. el viento del norte se encargaba de todo lo demás. oscuridad se iba la luz celliscas tempestades. Las viejecitas se quedaban  tiesas al brasero, de hipotermia, y los bomberos las sacaban congeladas de sus casas de planta baja con parterre y minúsculo jardín. “Keep warm”  que radiaban los partes de la BBC. En su vida había pasado tanto frio Remigio Bermejo

“La vida del hombre en su rápido por la existencia es un azaroso peregrinar - recordaba san Paulino el monje al rey de Northumberland- semeja al vuelo azorado de un gorrión que se extravía del bando y va a dar a un hall entre cuyos machones se encarama buscando refugio; al cabo de unos cuantos revoloteos angustiosos encuentra de nuevo la salida y desaparece para no volver más”.

Con esta parábola consiguió que el monarca, que era refractario a aceptar el cristianismo, recapitulase y accediera a las aguas del bautismo. Se bautizó Edwin con toda su corte la noche de Navidad. Los bancales del río Ouse hicieron las veces de río Jordán y al obispo y a todos los misioneros enviados desde Roma se les cansaba la mano de derramar sobre las rudas testas de aquellos anglosajones las aguas de salvación. Así empezó el cristianismo en Inglaterra, en Eboracum, la madre de todas las iglesias de las islas británicas. Evora Magna, la Roma del norte, una visión mística de la ciudad de Dios, vaciada en el marfil de la historia, túmulo celestial en medio de un paisaje de cañadas al amor de las tierras planas de uno de los condados con más personalidad de Inglaterra.
La leyenda piadosa, luego transformada y sujeta a múltiples versiones y conclusiones, la vamos a encontrar esparcida por códices y cartularios durante la alta edad media. Todos hemos oído contar durante los días de retiro o los ejercicios espirituales de nuestra adolescencia el apólogo de aquel monje que salió a pasear por la huerta de su convento. En dudas su ánimo hesitaba sobre la literalidad del texto que acababa de cantar a Maitines en el coro: “un día de Dios semeja a un soplo del hombre”. Pero el buen religioso se aceptaba a aceptar tal versión. Un día es un día. Lo mismo aquí en las antípodas, conjeturaba para su cogolla el tonsurado. No puede ser y dícese que por sus escrúpulos el Señor lo probó. Cuando regresó a su celda no reconocía las tapias de su monasterio, había cambiado el diseño arquitectónico, ni los árboles ni los hombres eran los mismo; había otra torre y otro abad, ni el hábito ni la forma de hablar que apenas entendía le parecieron igual. Y es que habían pasado mil años. Dicen que la fuga de las horas con los estragos que causa sirve a Dios de correctivo para punir la vanidad humana. Escuchase el lento caminar de las pisadas de los días de los años de las décadas de los siglos.

El resto de sus días aquel fraile estuvo llorando su falta. Dios le había abierto los ojos y como Tomás pudo meter el dedo en la llaga del costado y creyó, dejó de ser perezoso y renitente en el cumplimiento de la Regla y fue más piadoso y caritativo con los hermanos. Un día de Dios no semeja en nada al que nosotros tasamos con nuestros propios cálculos. ¿Cómo poner al mismo nivel la habilidad humana con la sabiduría infinita? Velay: éste es uno de los misterios de lo que llaman los teólogos economía de la salvación y es que los designios divinos son inescrutables. Las ruinas dilapidadas de los monumentos cistercienses, que a lo largo de mi vida tanto encalabrinaron mi curiosidad, me sirvieron de receta para acallar mi desazón. Yo estuve siempre encadenado a la forma de vida contemplativa que fundara san Bernardo. Acaso mi pobre yo no sea más que una reencarnación de uno de sus frailes blancos que purga las faltas cometidas por inadvertencia o desidia a la observancia claustral y ando por el mundo añorando aquel tiempo en medio de cánticos a la Virgen y antífonas del antiguo misal. Todo York y sus valles resulta un tributo al espíritu cisterciense. Los hados me llevaron hasta sus muros blancos.
Era un viaje de ida y vuelta el que realizaba desde Sacramenia a Eboracum . Tortuoso trayecto vital.
Pero no era en busca de un hábito ni de un capelo sino detrás de una mujer cuyos ojos iluminaron mis sueños de vivir un amor indestructible.
Sólo os salvará la belleza, dijo Dostoievski, pero la belleza es inasible
De este modo se inicia la andadura de la nación inglesa que se mantuvo acérrima e incólume en la fe de Xto aun en medio de los embates de la Reforma y de la Disolución Monástica hasta bien entrado el siglo XIX donde merced a las intrigas de Benjamín Disraeli se va a convertir en emporio de otra civilización pero ya no bajo el signo de Jesús sino en los brazos del templo masónico y la sinagoga. El York de la Disolución Cenobítica, el de Taulero o el Inconformista del metodismo de Wesley o el de la capilla fundamentada en la Biblia a palo seco nada tiene que ver al respecto. El mío cantaba en latín a capela sin órganos clamorosos. Los himnos del “Prayer Book” con su triunfal estruendo militante me dicen poco. Mi añoranza es por la ciudad de los ciento treinta campanarios. Con sus cuarenta y dos parroquias y sus setenta y tantos conventos. Albergo mi esperanza de que algún día vuelva a renacer, cuando el arzobispo Hutton que duerme el sueño de los justos en una de las capillas de la pérgola con un libro caído de bruces sobre su barriga de mármol despierte de su modorra. O  cuando esa estatua de la diosa Higia que exorna el altar de la Señora con una urna cineraria en la mano ceda el puesto usurpado a la Madre de Dios cuya talla fue destruida por otro dignatario de la reforma, monseñor Holgate, sólo para complacer la clastomanía de un Tudor. Silencio. Adentrémonos en el templo de Volutia 

Fue un milagro la conversión de los contumaces “picti” . La catedral de York es piedra angular de una iglesia que se codeó en prosapia con Roma y Bizancio, con Avila, Tarragona, Hispalis, Toledo o Tours. En el Eboracum o York romano nació Constantino emperador. Su madre Santa Elena, a la que la iglesia universal debe la invención de la santa cruz, el culto a las reliquias y la liturgia a la Majestad, era una bella eboracense, hija de un centurión romano que vivió una villa o quinta en una localidad que se denomina Wilberfoss y en la cual tuve la dicha de residir nueve meses de luna de miel y también luna de hiel porque ya en mi juventud empecé a probar las dulzuras y acedas de esta religión que pone como condición sine qua el dolor, el sacrificio, la abnegación.
York se alza en los montes del recuerdo para mí como pináculo excelso coronado de alas de ángeles. A veces escucho entre el rumor de sus campanas el himno de las letanías entonada por los coros durante toda la eternidad. Santo. Santo. Santo…Dominus Deus Sabaoth. De aquellos impresionantes y privilegiados comienzos estriba la grandeza y el atractivo de esta urbe a la que llegan todos los años multitud de turistas y de peregrinos: la Jerusalén de Occidente. Todos los jerarcas que recibieron el palium en esta sede primada eran considerados como patriarcas de todas las Inglaterras, mientras que el arzobispo de Cantorbery es primado de Inglaterra solamente.

Una fuerza incoercible me atrajo un día hasta sus muros y al socaire de sus murallas de arcilla blanca iluminadas en la noche como si fueran el fuerte crenelado exhibiendo las almenas de la Ciudad de Dios me arropo. El rumbo de mi estrella marcaba el septentrión. Viajamos hacia el punto de origen, la casa de Helen la bella y el fulgor de la cruz de Constantino en Puente Milvio. In hoc signo vinces. Este es un lugar como para vivir la esencia del amor que es la fuerza de la institución creada por Jesús. Hay una conexión insondable entre esta ciudad y los santos lugares.
La madre de Constantino mandó construir más de mil templos en Tierra Santa para conmemorar alguna circunstancia bíblica de interés o algún paso de la vida y pasión de Jesús Nazareno.
El nombre de Helen resplandece en los anales de la religión y, si bien muchos de aquellos templos mandados labrar por ella están arruinados y perdidos, o convertidos en caballerizas o en mezquitas por los sarracenos, quedan sus piedras alzándose en testimonio de una fe muy vieja. Ella puso en marcha en Europa la búsqueda de la ciudad de Dios, la añoranza de Jerusalén y que trascendió al mundo caballeresco de las cruzadas
Toda mi existencia estuvo relacionada con “Helen”. La victoria de Puente Milvio es mi batalla. El nombre de Helen da vueltas al laberinto de toda mi vida. York aparece así ante la vista igual que un sueño. Es un sueño en el bosque encantado de piedra. Ápice del gótico florido o estilo perpendicular hijo del arte normando. Te emborrachas de cresterías al llegar. Su perfil tiene algo de la cerveza robusta que sirven en Whitmawhatmogate donde se encuentra la tasca más vieja del país. En la barra un publicano que se dirige a la clientela con aires de caballo percherón. “I am a Yorkshire man”.
Es una casa minúscula como la de los cuentos del pís del irás y no volverás; con su hastial que se abomba y se derrenga, convexo, como si sus robustos estribos pintados de negro, atlantes de roble que sostienen los pisos asimétricos y salientes de un equilibrio difícil pero cuya estabilidad desafía a la acción de los años, no pudiesen más. Dicen que en este tugurio fumaba Guy Fawkes, un nativo ilustre, y fumaba su pipa mientras tramaba un complot para subvertir la monarquía.¿Es lícito matar al tirano? Los jesuitas decían que sí y los anglicanos decían que no. Al cabo de siete pintas un martes de septiembre tomó la decisión de pegarle fuego al parlamento. Para hacer saltar al orgullo inglés. Guy era el epítome del eboraco, pero todos se reían de mí cuando lo mencionaba, me trataban de iluso.
—Entra en la burbuja de los ensueños.
—Llego al país de irás y no volverás. A la Inglaterra de los encantamientos morada de Merlín.
 —Tú no eres don Quijote.
—Esta ciudad tiene un alma señora y señera.
—Sí, es un castillo de marfil. Por cada una de sus siete puertas solo se deja paso a los privilegiados. A los poetas, a los profetas. A todos los que en este mundo han sido.

Todo aquí está relacionado con la belleza en verdad os digo, sus torres y los paneles de las ventanas geminadas rinden culto al dios de la armonía. Es como entrar en un templo sagrado de noche y de pronto las flamas inundan los hacheros, se hace candela y todos son lucernas. La ciudad es el escenario idóneo para un auto sacramental como aquellos que estuvieron celebrándose durante los normandos en la “Fête Dieu” . Todo parece dispuesto como para empezar el rito de misa pontifical. Un eco de antífonas invade las calles. Quedan las codas de los himnos de resurrección. Sí, York es la ciudad de la resurrección. Su escolanía así como la escuela catedralicia adjunta es una de las más antiguas de la cristiandad. Apellidos augustos ocuparon su silla arzobispal y ciñeron su palio de lana virgen con seis cruces negras desde san Egberto que fue el primer metropolita hasta el actual Duncan. Muchos de ellos fueron elevados luego a la silla de Cantorbery como Walter de Gray; Bowet que ocupó el cargo entre 1497 y 1523 y cuya estatua funeraria sedente con un libro abierto en las manos embebido el personaje en la lectura hace pensar al doncel de Sigüenza. Hay que distinguir esta estatua yacente del lector ávido y aplicado de la del lector displicente y amodorrado como es el caso del arzobispo Hutton que arrebujado en su capa pluvial parece echarse la siesta. San Guillermo, patrono de la ciudad, que fue canonizado pese a la recia disputa que tuvo con san Bernardo de Claraval por cuestiones prelaticias. Murió en olor de santidad y sus despojos, expuestos a la veneración del pueblo durante una semana, exhalaban un ungüento odorífero que curaba las enfermedades y hacía otros milagros. Subió a los altares por aclamación popular en 1153.
Luego habría que citar a san Cuthberto, a san Alberto templario en su día promovido a la mitra de Jerusalén y fundador de la orden Carmelo , así como san Juan de Beverley. Otros no tuvieron final tan recomendable ni murieron con la aureola en la mano. Fueron obispos armados en frontera justicieros o rebeldes, señores de la guerra, según una expresión que está muy de moda por las fechas corrientes, durante la guerra de las dos rosas. Un tal Aldred en 1069 fue descuartizado a instancias de Guillermo el Emperador por oponerse el obispo de canon irlandés a aceptar el rito romano que trajeron los normandos. A Richard le Scrope, titular de la mitra yorquina lo mandó asesinar Enrique IV Plantagenet en 1405 muriendo el prelado al pie del altar lo mismo que santo Tomás Beckett, aunque su fama martirial no cundiera tanto por el país. Pero tal silencio evidencia el clima de recelo y de suspicacia que tuvo sumidos a la cristiandad la lucha por la preponderancia entre trono y altar.

Tomás Wolsey, el legado pontificio que había comunicado al rey de Inglaterra la bula papal en virtud del cual se proclamaba a la corona como defensora de la fe, recibió en pago de su solicitud una mazmorra en una oscura prisión eclesiástica de Leicester y después la visita del verdugo. Murió Wolsey decapitado en abril de 1530. Había criticado la conducta sexual de Enrique VIII, harto estragada como es sabido de todos.
Tales intercadencias en el padrón de preconizados arzobispos hace pensar en la variedad y muchas formas de la iglesia instituida por Jesús. Y a estas alturas muchos de nosotros seguimos en la inopia. ¿Para que vale un arzobispo? ¿Y ese señor de la gran barriga adscrito a la conferencia episcopal quién es? 
Estaba escrito que el ser humano sea hijo de sus pecados.
el báculo  de Eboraum pudo haber sido empuñado en manos indinas de la misma forma que el cayado romano y el anillo del pescador se ciñeron a dedos ensangrentados o simoníacos o tiránicos. Sólo tú eres santo, Señor Sólo tú altísimo.
A la vista de las impresionantes torres cuadradas de la catedral sentí deseos de arrodillarme y de rezar el yo pecador. No hay por qué escandalizarse. De todo hay en la viña del amo. Buenos, malos, regulares, medianos y excelentes. Peccávimus, sí.
Los hombres vienen y mal como las olas pero sólo tú permaneces. Somos contingentes y aleatorios como el gorrión que vio posarse san Paulino sobre su alero de su monasterio. De pronto desaparece para no volver más. Volaverunt .  Ya no son.  Pero la grey sigue su marcha camino de no sabe bien de donde. ¿Hacia las praderas celestes? It is the long march of everyman .
Hay rangos y jerarquías individuas pero dentro del conjunto o ámbito de lo total brota la calidad singular de personas únicas e irrepetibles amadas de Dios desde toda la eternidad. Y de esa invitación a lo total, a lo inalcanzable, nace esa maravillosa utopía que alberga el cristianismo en sus entrañas, encina de Jetsé de la cual brotan muchas ramas, el árbol que vio Habacuc en sus sueños que junta lo negro en lo blanco, lo grande con lo pequeño y reúne en una misma dirección a los cuatro puntos cardinales, coordina las treinta y dos direcciones de la rosa de los vientos. En la cúspide, el Pantocrátor bendiciendo a su rebaño con los dos dedos desplegados en gesto de majestad solemne. El poder taumatúrgico.

El arte gótico no es más que un Abraxas, un campo de símbolos que abre las credencias de un portal con vistas a un paisaje de coros y armonías donde el dolor y la muerte no tendrán ya vigor ni cabimiento.
Los briosos rosetones y ventaneros - en la nave del transepto- se abre un inmenso óculo global que abarca el espacio de una cancha de tenis todo él de cristal de grisalla. Los maestros de la catedral de York muestran una pericia singular en teñir de colores mortecinos el cristal, de la misma forma que el azul resalta en Chartres o León es la cumbre de otro tipo de policromía más abrasadora. Y esta combinación de matices abre perspectivas inefables. Colores que pueden decirse sólo del alma.

Los británicos con el sentido práctico que dan a su piedad, la celebre “anglicana pietas”, algo que sigue llamando la atención cuando atraviesas el cancel de cualquier templo de las Islas, la gente reza con grave recogimiento, lo hacen todo a su manera y por eso su religión es tan nacionalista. Hicieron la revolución religiosa de Lutero imprimiéndola un sello autóctono sin desceñirse de la majestad litúrgica. Quitaron muchos santos de sus altares ciertamente pero conservaron lo esencial del rito romano que se convierte en el Common Prayer Book y los cabildos catedralicios fueron rigurosos en la guarda de sus prebendas y derechos adquiridos. Por eso entre los anglicanos sigue habiendo canónigos, precentores, sacristanes, deanes, archidiáconos, lectores, magistrales, limosneros, ecónomos, el capiscol, los pertigueros y archidiáconos o arcedianos. La iglesia se jerarquiza en estamentos El esplendor litúrgico trató de ser salvado cambiando el latín por el inglés y sustituyendo la plegaria pro papa por la de pro Regina, o pro Rege. El tesoro catedralicio excepto las tecas con los huesos santos no sufrió grandes desperfectos. Siguieron guardadas en los cajones capas pluviales y las dalmáticas de fimbrias de oro macizo, los pectorales de plata con gemas de rubíes, los acetres y los hisopos. Ya se encargaron de esto los tesoreros de ponerlos a buen recaudo cuando la chusma asaltó los templos. Asimismo, la reluctancia que siempre hubo en esta sede a aceptar la primacía canturiense inclinó a York de parte de Roma durante el grave litigio de la contrarreforma y en la zona pervivió incluso durante lo más crudo de las persecuciones de Isabel de Inglaterra y de Cromwell un importante núcleo católico renuente a abrazar el anglicanismo y de ese grupo de católicos nació Guy Fawkes el conspirador de la Pólvora que intentó volar el Parlamento, una despacible noche de noviembre de 1605 con todos los lores y el rey Jacobo I dentro. Se acusó a los españoles de la intentona golpista pero puede ser que Fawkes fuera tan solo un terrorista suelto. De este atentado surgió en el país una corriente de hispanofobia y se incrementó la persecución anticatólica. El monarca británico se encontraba muy resentido contra los jesuitas. Uno de ellos el padre Francisco Suárez, al que se atribuye ser el primer jurista que lanza al mundo la teoría de los Derechos Humanos, había publicado la Defensio fidei catholicae contra anglicanae sectae auctores. En el opúsculo dice este portugués profesor de la universidad de Salamanca que el poder dimana de Dios pero que reside en el pueblo. En caso de perversión o de corrupción por parte de la monarquía es lícito el tiranicidio. El libro causó furor en la sociedad inglesa, los teólogos de Oxford al contraataque denunciaron esta “procacidad papista” y las relaciones entre la corona británica y la castellana un tanto mejoradas después del vendaval histórico que supusieron los reinados de Enrique VIII, de Isabel I y de María Estuardo, volvieron a enturbiarse. El oficio divino guarda por lo tanto el rancio sabor de antaño. Incluso algunas costumbres a las que ha renunciado el rito romano tras la puesta al día de las normas del Vaticano II la sede de York las guarda como el besar la epacta al final, la bendición con dos dedos, el deseo de paz que se hace con el portapaz. Incensaciones y responsos casi son idénticos que en Segovia o en Toledo.
York sigue fiel a su primer compromiso y es católica a no poder más. Hay una tradición de maestros de capilla que se mantuvo incólume prácticamente desde el siglo ocho. Los primeros cristianos supieron a través de Constantino que la fe ha de entrar por el oído. Es pálpito del corazón más que raciocinio. Aquella tarde de otoño del 69 cuando llegué a las puertas de York me pareció tener como una visión. El paisaje que contemplaba me estaba acercando a todo aquello en lo cual soñé desde niño y de lo que guardaba una esperanza remota de que de alguna forma se materializase en mi existencia. Estas corazonadas nunca fallan. La mía se cumplió de alguna forma aunque mis imperfecciones y fallos determinaron que no fueran acreedor de todo aquel designio. Algo en mí no estuvo a la altura. ¡Pobre pecador! Tampoco supe retener el amor que allí se me daba y de toda esa culpa habré de dar cuenta un día a mi Criador.
El cristianismo tiene un sentido formal de la belleza del que carece cualquier otro credo. Es algo que sobrecoge y arrasa y no entronca con los subjetivo y pietista sino que revierte a lo general, a lo total y eso se convierte al trepar por los nervios de las bóvedas de las catedrales góticas como estas que vieron mis ojos a los veinticinco años una tarde de amor al catolicismo. Estos templos son el árbol y la mejor presea de su universalidad. Venía a empaparme del rocío de un sabor viejo. El alma se anonada y sumerge y olvidándose de su presente flota por las riberas del tiempo como tratando de regresar a sus orígenes más simples. Entonces dejé columpiar todo mi ser sobre el brocal del pozo de lo inefable. Sentí pues una importante moción mística, volviendo a nacer. Me suspendí en los brazos del destino acatando su ligadura y sometiendo mi voluntad a la suya. Evora Magna resplandecía como el altar de la purificación.
Entré por la puerta del oeste. me sobrecogió aquella solemnidad de la penumbra. El olor a cera y a rezos pero allí no había viejas sino toda una ristra de banderas colgando de las pechinas y laudas sepulcrales. La Desamortización había clavado su huella y la austeridad y acendrada religiosidad del medievo entraba en alianza con el aspecto patriótico ese sello nacionalista que dan los británicos a sus relaciones con la divinidad y que heredaran los americanos hasta el extremo de haber hecho del pendón colchonero de las estrellas y las barras señuelo de una nueva religión.
El arzobispo Holgate ordenó meter el hacha al altar de la Señora tradicional en las catedrales europeas donde el culto de hiperdulía tuvo rango descollante y sustituyó una talla de la Virgen de orden bizantina por una joven semidesnuda de buenas partes toda ella de alabastro junto a una urna cineraria que representaba a la mitológica diosa Higia, patrona de la salud. Cuidemos la higiene, fuente de todo brío.

Allí estaban las metopas y estandartes de muchos regimientos pues York es plaza fuerte y campamento desde los romanos. Exvotos ganados contra el enemigo y muchas “Union Jack” en sustitución del petaso, o gorro de camino color grana y anchas alas de los obispos y arzobispos que cuelgan del techo en otras catedrales como Toledo. Una placa conmemorativa rememoraba la gesta de un hijo de la ciudad el capitán Oldfield muerto en combate en la ciudad de Kandahar cuando todo su destacamento fue copado por los afganos. Esta tumba me parece a mí que está hoy muy de actualidad cuando la que está cayendo sobre aquel fiero país de afganos donde los federales buscan la cabeza de Ben Laden y lo quieren vivo o muerto. Acaso los soldados británicos que han vuelto allí a pelear este 2002 estén tratando de vengar la muerte de su camarada.Un paseo por la pérgola nos llevará a conclusiones interesantes. Siempre desde que era niño he sentido inclinación por descifrar los epígrafes de las laudas sepulcrales en los nichos catedralicios o en otros enterramientos eclesiásticos porque allí se percibe la vanidad de las cosas del mundo. Por dentro la carne se momifica y los huesos se vuelven polvo y por fuera queda el arte estampado en las hieráticas figuras de mármol o jaspe. Algunos están tumbados. Otros hacen que rezan. Otros parecen que se han echado un ratito a dar una cabezada mientras suena la trompeta del juicio final que congregue a los mortales al Valle tras el Torrente Cedrón en las afueras de Jerusalén en las estribaciones del monte Olivete donde Cristo subió a los cielos.
Un arzobispo carilleno y aspecto sonriente parece que duerme la siesta. En sus rasgos aprecié atisbos de mí cuando fuese viejo. El escultor debía de conocer sus costumbres y nos advierte que debió de ser lector contumaz; un libro medio abierto yace sobre la casulla debajo de la cual abulta la barriga. Le gustaba vivir bien, los buenos libros, la buena cerveza, bufar su pipa con labores que trajeran de América los galeones piratas de sir Walter Raleigh. Al lado los símbolos de su dignidad episcopal: la mitra, el palio y los guantes con una cruz guarida de diamantes. Doy en pensar que estas riquezas han de llamar a los ladrones y no voy descaminado en mis conjeturas puesto que hasta poco antes de la guerra cerradas las puertas de la basílica había una ronda de cinco serenos que recorrían las dependencias del templo con perros amaestrados para disuadir a los amigos de lo ajeno. Lo que no fue óbice para que por alguna puerta excusada o por sus vidrieras se colaran estas visitas desagradables. Una noche de 1829 un tal Martín saltó y pegó fuego a la sacristía al tiempo que llamaba cerdos a los canónigos, les acusaba de cobrar las rentas y de comer tocino. Por culpa de este loco gran parte de aquella impresionante obra muerta se perdió. Ardieron las techumbres artesonadas de madera y se fundieron las vidrieras de tan primorosa hechura.

York es lugar con buena castrametación y todo habla de que es plaza fuerte apercibida al combate pero el castillo inexpugnable puede ser asaltado desde dentro. Pululan los caballos de Troya y los demonios interiores contra los cuales nada puede hacer el alcaide de modo que desde aquel “arsonista” dicen los ingleses: “The city of York, lollipops and lunatics” y también de maestros diría porque allí se forman buena parte de los profesores que imparten clases en esta preponderante nación.
Los ingleses pueden resultar acérrimamente insulares, muy pagados de sí mismos y rematan algunas veces en sanguinarios por la defensa de sus usos y costumbres. A lo que nosotros conocemos como contrarreforma tildan ellos de Disolución de Monasterios. El cierre de todos los conventos fue implementado por Enrique VIII. En algunos casos puede que el monarca llevase razón habida cuenta de la laxa disciplina y la moral disoluta de estos centros que se habían relajado lo suyo pero la circunstancia que determina esta sanción es la codicia de las tierras e inmuebles de las ordenes de clausura. El oro de los templos. La seda y la plata labrada de los ornamentos religiosos. Lutero había llevado a cabo el primer intento de reforma agraria en Europa. Cuando vio que la furia de los campesinos envalentonados por la rapiña y sed de riquezas quería ir demasiado lejos ya era tarde.
Y un poco de eso les pasó a los británicos. Amaban su iglesia como símbolo de poder y de regalía, sus símbolos y el esplendor y la pompa de la liturgia romana pero al introducir la lengua vernácula en sustitución del latín se dieron cuenta que el esquilmo y el saqueo de los bienes eclesiásticos del que sólo los nobles y los judíos salieron gananciosos había minado la autoridad regia aparte de haber empobrecido el esplendor de la casa de Dios. Por eso hubo un intento de frenada. Que los prebostes siguen luciendo sus ternos de gala y capas pluviales durante las fiestas de pascua. Que no se suprima el canon de la misa. Gracias a esta actitud los cabildos de las catedrales no desaparecieron.

En ese sentido la silla de York sacó partido de su oposición a Cantorbery para guardar el acerbo recibido durante casi mil años de romanización y en la ciudad todavía fermento esa espiritualidad católica genuina e inconfundible. Pero la historia está trufada de desencuentros y de malentendidos y los que la escriben ponen a veces pizca de aviesa intención. Por ejemplo, Enrique VIII fue un rey con muchos defectos pero también con bastantes virtudes. Es el tirano que envía a sus repudiadas y validos sospechosos, no importa fueran eclesiásticos de rango o nombrados escritores como Tomás Moro, al cadalso pero el poeta capaz de componer madrigales tan bellísimos como la “Feria de Scabouriugh” y fue tan devoto en sus años mozos que mereció que el papa Alejandro VI le confiriera el título de “defensor de la Fe”, un privilegio que les fue negado a otros reyes católicos mucho más eximios como pudiera ser el emperador o el rey de Francia. Tales preseas no fueron óbice para evitar que fuese enviado a la Torre Robert Wolsey, el que fuera cardenal, legado apostólico y arzobispo de York. A la par los pirómanos del monarca pegaron fuego al anillo de oro de más de setenta monasterios que apretaban sus murallas en círculo de defensa tanto estratégica como espiritual. Quedaron arruinadas las abadías cistercienses de Santa María del Vado a orillas del Ouse y su hermana gemela de Rievaux, que tiene un apellido riente pues san Bernardo emplaza sus conventos en lugares muy buscados donde la naturaleza luciese sus mejores y escondidas galas y fuese en general un canto a la vida y a la fecundidad.

Esta fue fundada por el propio Claraval en 1131 y al poco surge la Abadía de Byland. Más al norte fueron pasto de las llamas el priorato de san Agustín (Austin) y el famoso convento de Whitby que se alzaba en la cúspide de un eminente acantilado desafiando a las galernas del Mar del Norte. Éste era uno de los primeros cenobios fundados según la regla de santo Colombo o rito irlandés. Contaba con una comunidad mixta de cerca de más de mil pupilos. En sus claustros profesaron Alcuino de York y Beda el Venerable los dos exegetas más importantes de la espiritual con que cuenta la iglesia del alto medievo. Había padecido el saqueo de los vikingos en el siglo X y estaba en manos de los frailes negros o benedictinos al sobrevenir la exclaustración del primado Cramer. Pese al cambio que supuso el cisma de Inglaterra éste no ha de interpretarse como una quiebra de la trayectoria sino un acicate a la búsqueda de nuevas rutas y otros encuentros en la obra de la evangelización por encima de las diferencias culturales y de la fuerte idiosincrasia isleña, remisa a acatar el yugo extranjero. Los escándalos y malos ejemplos que dieron los papas denunciados por Lutero fueron un pretexto que no una razón justa a la revolución.
La furia de Lutero clavando sus noventa tesis sobre las puertas nieladas de la catedral de Wittemberg revelan el acto de un loco pero sus pretensiones eran del todo cuerdas porque decía verdades de a puño. Sin embargo, los anglicanos siguieron al agustino alemán sólo a medias. Hay un esfuerzo por salvar los muebles y guardar lo que tenía de bello y carismático la liturgia pontifical y ese esfuerzo se aprecia en los vitrales y en los muros perpendiculares que parecen que caen a plomo desde lo alto o se alzan a los cielos en una apoteosis de armonía de la minster eborense.
Hecho un burujo en la carretera de Beverley
Al regresar del trabajo, se acurrucaba en el sillón orejero, hecho un burujo al amor de la escasa lumbre, una estufa eléctrica de barra única que escaldaba las piernas mientras el resto del cuerpo se arrecía. El artilugio funcionaba mediante contador con una ranura en la que había que echar una moneda. Una hora de calefacción valía una hora. Vida moderna. Escasas eran las viviendas con calefacción central. Ello forma parte de la obsesión inglesa por el aire fresco y la ventilación. Creen hallarse en los trópicos y viven por encima del paralelo cuarenta. Sin la acción beneficiosa de la corriente del golfo la Pérfida Albión sería Alaska o Siberia pero ellos duro que te pego con el fresh air qué manías. Britania rule the waves dios saleve a la reina En los curso de aquellos inviernos crudérrimos como fuel el del 67 cuando Remigio Bermejo conoció el amor por primera vez, las viejecitas victorianas morían de hipotermia con una sonrisa a flor de labios con una taza de té en las manos entonando god safe the queen a la que se mecían en una hamaca adornado en su respaldo con los colores del estandarte del pabellón de proa que lucían todas las naves de la escuadra (la union jack la llevan las inglesas hasta en las bragas) y dando gracias al altísimo por haber nacido súbditas de su majestad. Et ita sic obdurmierunt in domino a edad provecta porque aquellos viudas como decía Roger they carry on fore ever, y la palmaban nonagenarias. Esta conformidad y este heroísmo patriotico forma parte de una santidad laica que observé en mis años ingleses y que dejaron perplejo a Remigio Bermejo nada más desembarcar en Dover es cuestión de admirar y a tener en cuenta por los españoles tan negados para defender a su patria.
Nos calentábamos con máquinas tragaperras. No había entrado Inglaterra en el Mercado común. La vida se gobernaba por el sistema métrico decimal. Los isleños seguían haciendo las cosas a su manera: conducir por la izquierda pesar en onzas medir en pulgadas y batir moneda con efigie de su graciosa majestad en troqueles muy raros. Una libra por aquello de en Sevilla y en Linares veinte mulas son diez pares constaba de doce, seis peniques eran media corona, un chelín doce. Al chelín la moneda más querida por el pueblo toda de plata lo llamaban Bob seis peniques sixpence o tanner en níquel y al de tres zrapens de cobre como los peniques que eran una monedas enormes. Cuanto más pequeño el vellón más valor.
Se hacía él un lío con las complicaciones de la valuta fraccionaria venerada por todos en un altar verde, in god we trust y una vez que se empleó de camarero en un pub lo echaron por dar vueltos equivocados al cliente. Él era un hombre diez y el doce no le entraba en la mollera, además nunca se le dieron bien las cuentas. Mira por el penique que las libras se cuidan solas decían los tenderos. Inglaterra se vanagloriaba de ser una nación de tenderos que acariciando el penique y con muchas horas detrás del mostrador alzaba grandes fortunas. Para los estudiantes que vivían en cuartos con derecho a cocina una hucha repleta se chelines se convertía en el tesoro de Ali Babá porque alimentaba la caldera del amor y caldeaba los miembros ateridos. Más de una vez a Remigio Bermejo le ocurrió que se apagaba el gas o se iba la luz por falta de paga en las situaciones más comprometidas estando en pleno ajetreo con una visita femenina. Ni tan cerca que te chamuscas ni tan lejos que te congelas. Amar en tiempos de guerra, lidiar con la frigidez de algunas o el ardor excesivos de toriondas mesalinas cuando encontrarás el término medio chaval y lo peor aquellos contadores de gasómetro que se apagaban en lo más interesante de la película. Había que levantarse en plena faena a hurgar los bolsillos del pantalón y acabar pidiendo prestado a su adorada un triste Bob pero las muchachas del Endsleigh  eran vírgenes prudentes y blancas y también estaban sin blanca. Así se acababa la fiesta. Enfriados los dos, no era recomendable pasar a mayores. Los romeos de ocasión hacían el ridículo y las dulcineas de una noche se volvían a sus casas desconsoladas. Look after the pennies cause pounds look after themselves. Siempre serás un pobretón. Exhausto el portamonedas porque la beca nunca llegaba en aquel país sin amigos ni  alcanzaba para tirar hasta  fin de mes, sin chelines, sin tanners sin guineas y medias coronas no se iba a ninguna parte. No llegarás nunca a nada en la vida. Eres una calamidad. Pero el ayuno le vino bien para perder algunos kilos aunque le sumía en las profundidades de una sima llena de oscuridades y melancolía. Cuando se iba la luz que funcionaba por aquel sistema ideado por los malditos caseros, unos usureros, tampoco podía leer a Somerset Maughan su novelista favorito cuyos libros devoró aquel invierno. Su “Condición humana” le hizo ver la existencia de una forma pesimista. Mildred egoista y casquivana, mordaz y despectiva, se traía un aire con Rosalía y Philip el estudiante de obstetricia del pie equino que renqueaba por todo Londres detrás de un sueño ideal encarnado en una mujer cruel era un espejo en el que se miraba el pobre estudiante de periodismo español. Los cancerberos del amor cerraban las puertas. Por muchas voces que deis por muchos golpes de aldaba que pegues nadie abrirá. Cilla Black se ha ido al lugar de irás y no volverás. Fue un mito de los años 60, Liverpool la caverna, tatá luv. Ya empezaban a desfilar. Días antes murió su amigo Juan Roldán un malagueño elegante que recordaba a Kennedy.
Remigio Bermejo era un cojo psicológico, habiotante de las cavernas sicodélicas que había asimilado bien el principio haz el amor nunca la guerra, condenado a un desequilibrio letal de por vida. ¿Por qué se le meterían aquellas cosas en la cabeza? No, Rosalía, la que vivía en los Jardines de Evelyn, y en el olimpo de sus pensamientos, no podría ser una cualquiera. Deja de pensar tanto en esa tía, te hace daño. Es un mal. Pero él seguía acariciando su sueños de volver a verlo. Le había dado una cita para después de las vacaciones de navidad.
El hambre lo combatía ingiriendo rebanadas de pan mojadas en té. Se hizo adicto a esta infusión. Lo del té de las Cinco no era ninguna tontería. Mitiga la sed disminuye las ganas de comer y fomenta la sociabilidad y la charla intrascendente a la cual eran tan aficionados los ingleses. Hablar del tiempo o entregarse a la cháchara del gossip mucho mejor que de religión o de política. Otra manera de engañar el estómago: los cigarrillos. Cada tres días bajaba al tabaquero pues en Inglaterra no había estanco sino “el tobacconist” y comparaba un paqueta de diez. Los cigarrillos eran mínimos y tenían que durarle hasta el fin de semana. El humo le ayudaba a soportar la soledad la humedad la hediondez y las bajas temperaturas. Haber estudiado dos carreras para acabar acostarse la mayor parte de los días sin cenar y encima tener que aguantar a unos alumnos que le echaban en cara haberse venido allí porque en su país no hay trabajo Spain is a poor country ruled by the Inquisition, ruled by a dictator la Armada Invencible la dictadura de Franco y otros muchos prejuicios y tópicos que alentaban en la Pérfida Albión desde el tiempo inmemorial. Que3 se vayan a tomar por el culo. Yo a lo mío.
Oil.. aceite que asco… las invectivas provenientes de unos chicos que sólo comían caliente algún que otro domingo pero sus padres cuando veraneaban en la Costa regresaban colorados como cangrejos después de haberse puesto ciegos de sangría y de vino… los españoles son vagos no pelan un palo al agua… siesta. Imposible convencerlos de que les habían lavado las meninges con el agua de fregar leyendas negras. No sir in Spain no freedom. Guardia Civil. Ya se sabe pero sus alumnos contaban los dias que faltaban para embarcarse en algún vuelo charter packed holidays destino Levante.
La venganza de los indios sería estigma de esclavitud para Bermejo que no era capaz de escribir sin echar humo. Pasados los años y examinados los papeles de su acervo literario tanto escribir para qué mensajes en la botella grafomanía inane no hay lectores nadie quiere saber nada se daba conciencia de haber sido atropellado por las ingratas musas el canto de sirena que le condujo a las sirtes de su naufragio vital. Juntar palabras era un furor que le impelía a sentarse cada mañana ante el chibalete de su maquina de escribir experimentando la tortura de la página en blanco. De alguna manera tenía que arrancar, mitigar aquel impulso, para sofrenar aquel vértigo y los remedios eran las hojas de tabaco. Ser escritor puede convertirse en una condena de los dioses que le obligaban a limpiar las cuadras de Alfeo y vaciar las aguas negras de la laguna Estigia. La literatura vanidad de vanidades es una adición como la morfina. Cada articulo cada ensayo cada novela era un sahumerio que, apagado, estaba destinado al rincón del olvido de tantas carpetas. De modo que tuvo por cierto que el tabaco se convertía en el buen cirineo que le ayudaba a portar la cruz de sus fracasos mecanografiados en un papel. La tortura se prolongó durante más de medio siglo. La pipa en la que se refugió después de abandonar el vicio de los puros y del cigarrillo fue leal compañera de su soledad. Era un novio de la muerte transfigurada en poesía. Legiuonario de la pluma combatiendo por las causas perdidas al modo de don Quijote. Empezaba a escribir una novela y abandonaba el trabajo al tercer o cuarto capítulo. Faltaba quórum a nadie pudieran interesarle sus paridas. Además, se repetía más que el ajo, y sus escritos estaban plagados no sólo de errores sintácticos y ortográficos sino de tautologías y de cornudos silogismos.
El fantasma aquel mr Inner Drive ya está el conde Kelly cabalgando un caballo blanco, cota de malla con su casco su rodela y la adarga parece el logotipo del Daily Express caballero prevenido en frontera, que ya le visitaba cuando se compró su primera maquina de escribir en su casa a pupilo de Pearson  Park  le aconsejaba a olvidarse de tonterías. Primum vivere deinde philosophare. El fantasma era un tipo muy listo que sabía latín en cuyo idioma le amonestaba. Se estaba quedando en los huesos por no comer más que galletas mojadas en te un poco de pan y a veces alubias en lata que sabían a rayos. Sin embargo nunca se había sentido tan feliz como en aquel gélido invierno del 67. Los gnomos del jardín de la patrona amanecían con carámbanos en los bigotes y la nieve empolvaba sus cejas y ponía de color blanco la punta de sus gorros frigios. Uno de aquellos enanitos le daba voces: “Eh tú estudiante que haces ahí leyendo a Kafka, sal a bailar, vete a las tabernas, ligate a una de esas mozas minifalderas que salen a la pista”, malas recomendaciones. No había aprendido la danza del twist. Almas frías corazón caliente ya te digo. Remigio Bermejo en aquel invierno infernal se enamoró perdidamente y para toda la vida. Su corazón era como una caldera en la que hervía el fuego de su pasión por Rosalín Hagerty. Pero ella se había marchado de vacaciones de midterm a Londres. Quien sabe si volvería.


Hecho un burujo en la carretera de Beverley
Al regresar del trabajo, se acurrucaba en el sillón orejero, hecho un burujo al amor de la escasa lumbre, una estufa eléctrica de barra única que escaldaba las piernas mientras el resto del cuerpo se arrecía. El artilugio funcionaba mediante contador con una ranura en la que había que echar una moneda. Una hora de calefacción valía una hora. Escasas eran las viviendas con calefacción central. Nos calentábamos con máquinas tragaperras. No había entrado Inglaterra en el sistema métrico decimal. Los isleños seguían haciendo las cosas a su manera: conducir por la izquierda pesar en onzas medir en pulgadas y batir moneda con efigie de la reina. Una libra constaba de doce chelines seis peniques eran una corona un chelín doce peniques que se fraccionaban en seis peniques y tres peniques. Al chelín la moneda más querida por el pueblo toda de plata lo llamaban Bob seis peniques sixpnce o tanner en níquel y al de tres zrapens de cobre como los peniques que eran una monedas enormes. Mira por el penique que las libras se cuidan solas decían los tenderos. Inglaterra se vanagloriaba de ser una nación de tenderos que acariciando el penique y con muchas horas detrás del mostrador alzaban grandes fortunas. Para los estudiantes que vivían en cuartos con derecho a cocina una hucha repleta se chelines se convertía en el tesoro de Ali Babá porque alimentaba la caldera del amor y caldeaba los miembros ateridos. Más de una vez a Remigio Bermejo le ocurrió que se apagaba el gas o se iba la luz por falta de paga en las situaciones más embarazosas estando en pleno ajetreo con una visita femenina. Había que levantarse a hurgar los bolsillos del pantalón y acabar pidiendo prestado a su adorada un triste Bob pero las muchachas del Endsleigh estaban sin blanca y se acababa la fiesta. Enfriados los dos, no era recomendable pasar a mayores. Los romeos de ocasión hacían el ridículo y las dulcineas de una noche se volvían a sus casas desconsoladas. Look after the pennies cause pounds look after themselves. Siempre serás un pobretón. Exhausto el portamonedas porque la beca nunca le daba para llegar a fin de mes, sin chelines, sin tanners sin guineas y medias coronas no se iba a ninguna parte. No llegarás nunca a nada en la vida. Pero el ayuno le vino bien para perder algunos kilos aunque le sumía en las profundidades de una sima llena de oscuridades y melancolía. Cuando se iba la luz que funcionaba por aquel sistema ideado por los malditos caseros unos usureros tampoco podía leer a Somerset Maughan su novelista favorito cuyos libros devoró aquel invierno. Su “Condición humana” le hizo ver la existencia de una forma pesimista. Mildred egoista y casquivana, mordaz y despectiva, se traía un aire con Rosalía y Philip Aquel estudiante de obstetricia del pie equino que renqueaba por todo Londres detrás de un sueño ideal encarnado en una mujer cruel era un espejo en el que se miraba el pobre estudiante de periodismo español. Remigio Bermejo era un cojo psicológico condenado a un desequilibrio letal de por vida. ¿Por qué se le meterían aquellas cosas en la cabeza? No, Rosalía, la que vivía en lños Jardines de Evelyn, y en el olimpo de sus pensamientos, no podría ser una cualquiera.
El hambre lo combatía ingiriendo rebanadas de pan mojadas en té. Se hizo adicto a esta infusión. Lo del té de las Cinco no era ninguna tontería. Mitiga la sed disminuye las ganas de comer y fomenta la sociabilidad y la charla intrascendente a la cual eran tan aficionados los ingleses. Hablar del tiempo o entregarse a la cháchara del gossip mucho mejor que de religión o de política. Otra manera de engañar el estómago los cigarrillos. Cada tres días bajaba al tabaquero pues en Inglaterra no había estanques sino “el tobacconist” y comparaba un paqueta de diez. Los cigarrillos eran mínimos y tenían que durarle hasta el fin de semanado. El humo le ayudaba a soportar la soledad la humedad la hediondez y las bajas temperaturas. Haber estudiado dos carreras para acabar acostarse la mayor parte de los días sin cenar y encima tener que aguantar a unos alumnos que le echaban en cara haberse venido allí porque en su pais no hay trabajo Spain is a poor country ruled by the Inquisition la Armada Invencible la dictadura de Franco y otros muchos preejuicios y tópicos que alentaban en la Pérfida albión desde el tiempo inmemorial. Oil.. aceite que asco las invectivas provenientes de unos chicos que sólo comían caliente algun que otro domingo pero sus padres cuando veraneban en la Costa regresaban colorados como cangrejos después de haberse puesto ciegos de sangría y de vino los españoles son vagos no pelan un poalo al agua… siesta. Imposible convencerlos de que les habían lavado las meninges con el agua de fregar leyendas negras. No sir in spain no freedom. Guardia Civil. Ya se sabe pero sus alumnos contaban los dias que faltaban para embarcarse en algún vuelo charter packed holidays destino Levante. La venganza de los indios sería estigma de esclavitud para Bermejo que no era capaz de escribir sin echar humo. Pasados los años y examinados los papeles de su acervo literario tanto escribir para qué mensajes en la botella grafomanía inane no hay lectores nadie quiere saber nada se daba conciencia de haber sido atropellado por las ingratas musas el canto de sirena que le condujo a las sirtes de su naufragio vital. Juntar palabras era un furor que le impelía a sentarse cada mañana ante el chibalete de su maquina de escribir experimentando la tortura de la página en blanco. De alguna manera tenía que arrancar para sofrenar aquel vértigo y los rfemedios eran las hoijas de tabaco. Ser escritor puede convertirse en una condena de los dioses que le obligaban a limpiar las cuadras de Alfeo y vacias las aguas negras de la laguna Estigia. La literatura vanidad de vanidades es una adición como la morfina. Cada articulo cada ensayo cada novela era un sahumerio que, apagado, estaba destinado al rincón del olvido de tantas carpetas. De modo que tuvo por cierto que el tabaco se convertía en el buen cirineo que le ayudaba a portar la cruz de sus fracasos mecanografiados en un papel. La tortura se prolongó durante más de medio siglo. La pipa en la que se refugió después de abandonar el vicio de los puros y del cigarroillo fue leal compañera de su soledad. Empezaba a escribir una novela y abandonaba el trabajo al tercer o cuarto capítulo. Faltaba quórum a nadie pudieran interesarle sus poaridas además se repetía y sus escritos estaban plagados no sólo de errores sintacticos y ortográficos sino de tautologías y de cornudos silogismos. El fantasma aquel mr Inner Drive que ya le visitaba cuando se compró su `primera maquina de escribir en su casa a pupilo de Pearson Drive le aconsejaba a olvidarse de tonterías. Primum vivere deinde philosop`hare. El fantasma era un tipo muy listo que sabía latín en cuyo idioma le amonestaba. Se estaba quedando en los huesos por no comer más que galletas mojadas en te un poco de pan y a veces judias en lata que sabían dulzonas. Sin embargo nunca se había sentido tan feliz como en aquel gélido invierno del 67. los gnomos del jardoin de la patrona amanecían con carámbanos en los bigotes y la nieve empolvaba sus cejas y ponía de color blanco la punta de sus gorros frigios. Uno de aquellos enanitos le daba voces: “Eh tú estudiante que haces ahí leyendo a Kafka, sal a bailar, vete a las tabernas, ligate a una de esas inglesas en minifaldas que salen a la pista”, malas recomendaciones. No había aprendido la danza del twist. Almas frías corazon caliente. Remigio Bermejo en aquel invierno infernal se enamoró perdidamente y para toda la vida. Su corazón era como una caldera en lka que hervía el fuego de su pasión por Rosalín Hagerty. Pero ella se había marchado de vacaciones de midterm a Londres. Pronto volvería.


Tuve años adelante, en mi segunda venida a Londres, un casero judío que se llamaba Frederick Weil que venía de Alemania y era un superviviente de Auschwitz. Era un judío ortodoxo que me hacía lavarme no sé cuantas veces cada vez que le iba a pagar la renta y se enfurecía cuando subía a mi novia a la habitación. Pues era muy ortodoxo y muy buena persona. Miraba al mundo con esa típica castidad judía obsesionada por la limpieza del cuerpo y por la del alma. Sin embargo, en punto a dineros no se casaba con nadie. Todavía estoy recordando la sobrecarga de ternura y afectación con que pronunciaba la palabra “property”.En aquella pensión regentada por el exilado  me familiaricé con Kafka al que empecé a leer para aprender un poco de alemán. Me acabó enganchando. En su Metamorfosis veo yo retratado una semblanza del mundo actual. Esta sociedad que nos aliena y nos domina. Al final todos acabaremos convirtiéndonos en cucarachas. La vida viene del huevo. La muerte no sé. Sin embargo, la obra del judío de Praga, lo mismo que me contaba Mr Weil, sobre su experiencia en los campos de exterminio (“los peores enemigos no eran los guardianes alemanes sino los de tu propia raza que te delataban y trabajaban para el espionaje nazi”) fue toda una propedéutica. Eso está pasando ahora mismo. San Franz fue un escritor químicamente puro que escribía sólo para el cajón. Sus manuscritos se salvaron de la hoguera gracias a su albacea Max Brod. No todos los escritores tendrán  esa suerte. Para mí Kafka es una especie de santo laico o de profeta, heraldo del tiempo que se acerca. Su “Metamorfosis” lo mismo que “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxley es una utopía en que se narran las aspiraciones y fracasos del hombre gregario del mañana. Sus libros son una semblanza del “homo domesticus”, sometido a su mujer, bajo la bota del jefe en el trabajo, subyugado y contrito al que de vez en cuando le duelen los colmillos o que siente cierto malestar en la barriga. No será nada. Ya se me pasará. Me he visto muchas veces a mi mismo reflejado en la persona de Gregorio Samsa. Igual que a él me gusta la carpintería y el bricolaje, hacer crucigramas, dar cuerda al reloj de pared los fines de semana. Me pesa la incertidumbre. Me aburre la política con sus afanes inanes.  Por la metamorfosis o el embrutecimiento del presente me puedo convertir en gusano – vermis sum et non homo- del mañana. Franz Kafka da vuelta a los textos de Isaías. Sus libros constituyen una especie de evangelio al revés. El jefe siempre es el jefe. Tiene siempre razón. Me levanto todas las mañanas para ir a la oficina y al mediodía acabo derrengado en el sillón. Soy pasto de habladurías y víctima de confidencias de vecinos y compañeros. Veo que al mundo lo rige una mano invisible y sacrílega. Vivimos en ascuas, vamos por la vida pisando lumbre pero a nosotros lo que nos importa es nuestra propia tranquilidad. Nos hemos vuelto egoístas. Los periódicos nos dan las mismas noticias. Es el mismo rollo de siempre monocorde, monotemático, no hay salida, ahora ya no te me escapas. Estamos sometidos a un perpetuo lavado de cerebro en que se entreveran el alucine y el acojone Para matar el gusanillo vamos camino de la nevera. Pero no tenemos hambre, sólo angustia y tal vez hastío. Por mucho que nos afanemos nunca saldremos del círculo vicioso. Eso es el gueto. Estamos acorralados y un poco perdidos. Esta metamorfosis que nada tiene que ver con el hilomorfismo platónico que dignificó y dio trascendencia a la vida humana (el judío de Praga nos baja un poco los humos de la filosofía griega), su obra es como el descenso de un pedestal que anticipa los desmanes de la II GM; es una parábola actualidad, un thriller de la modernidad, una novela sin solución, una “morality” del anodino anonimato del hombre del siglo XXI.  Hoy te echas a dormir persona y mañana de te levantas cucaracha.
 —Eso le pasaba a Kafka por ser un pobre diablo.
 —Un mal bicho que tuvo la suerte de encontrarse con un sponsor, el rico judío, Max Brod que le publicó todos sus textos, no todos os encontrareis ese mecenas, máxima si escribís contra el gobierno. Os echarán los perros de la inquisición. En el fondo Kafka entre su hemotisis y las visitas al balneario y sus delicuescencias masturbatorias mentales tenía alma de inquisidor.
— No todos podemos vivir en la plaza. Pero el símil me gusta. San Franz Kafka encarna la idea de san Jorge que vence al dragón. Ganó las batallas después de muerto. Es la imagen del vencedor vencido, del fracasado que triunfó. De todas las formas toda la obra de este escritor checo que escribía una alemán pasable la cambiaría por una noche con Nicole.  El arte no es más que un pálido reflejo de la vida. Primum vivere, deinde philosophare.
 —Pues sí. Por eso se acuerda usted con tanto fervor del tiempo de vino y rosas.
 — Ars longa, vita brevis.
 —Cierto, el arte y el recuerdo son nuestro consuelo. Pero a Hull la ciudad desvencijada volvería mañana mismo. Allí dejé algo de mi sangre y en Wilberfoss fue donde nació mi hija, nuestra hija y allí construimos nuestro nido de amor.
—No me venga con romanticismos. No se ponga sentimental. Aparte tales chorradas y abandone su campana de cristal. Sí, volvamos a la cruel realidad. Al anodino san Franz. No importa que sea un autor sobrevalorado. El fin es el medio, no el mensaje. Aquí lo que vale es la imagen. Aparentar. Vivimos y nos fiamos de las apariencias.
Esas a veces engañan. Cierto pero que nos quiten lo bailado.  
 

Capítulo I





DESCENSO A LA HURA
Cuando regresó a la hura Remigio Bermejo sabía cual era su destino: vida de topo y un tragaluz pero, feliz y contento, estaba orgulloso de su vida porque profesionalmente, gracias a un milagro, tuvo la suerte de haber alcanzado la meta en su vida fabulosa de literatura, vino, periodismo, buscaba las sendas borradas a través de su globo de papel, rimeros de textos mecanografiados, manuscritos y, cuando Guillermito Puertas ese genio mesiánico como buen judío, al ordenador porque un ordenador personal viene a ser el paraíso de los que sueñan y galeotes de la escritura redactan uncidos al banco del cía y cía de la galera bajo la mirada del comiere y el rebenque del esparavel. Delantero de diligencia o curulero de proa él bogó sin parar por los océanos inmensos de la literatura. Se sentía un elegido de los dioses a redropelo de émulos y calumniador. La libertad fue su aguja de marear incautos y envidiosos… que se jodan. Remigio Bermejo periodista sin redención hizo lo que le vino en gana, escribía sin cortapisas. A la hura de Roland Gardens subsidio un rascacielos de Manhattan y al cabo de muchos dimes y diretes porque, ya setentón, no se le había acabado la mecha, el bunker de Brunete. Ráfagas de ametralladora iluminaban la llanura de campas de Villafranca con encinares, espartales y tierras de labor a la sombra de un castillo del siglo XIV donde dicen que nació el pirata Barbarroja. Durante la guerra del 36 aquella fortaleza en lo alto de un mogote cambió de manos varias veces pero allí resistieron los tiradores del Rif la embestida del ejército de maniobra. La historia se repite. Todo como en la reconquista. El castillo del Aulencia fue el campo de Agramante de moros y cristianos. Ahora sus piedras que miraban desoladas hacia la dehesa boyal y las caballerizas donde cazaba el rey Enrique IV llorando la ausencia de tiempos mejores. Remigio Bermejo se sentía heredero de aquellos esforzados caballeros contendientes prevenidos en frontera los aportillados de Sacramenia que empujaron a los musulmanes de tierra Madrid. Él tuvo más suerte que todos aquellos que cayeron en el perpetuo batallar. Seguía siendo un tipo peligroso cerca de un teclado de máquina de escribir. La historia es una batalla perpetua una eterna conspiración. Después de tiempos vienen tiempos cantaba el romancero y él era un juglar que lanzaba al aire sus proclamas y pliegos de cordel porque bebía en el hontanar de la buena información y por sus manos pasaron datos que otros desdeñaban o no sabían. La información es poder. Cuando se convierte en propaganda no cabe otro remedio al que tenga buen pulso que desenvainar la espada.
Se había estado dando un paseo por la historia de Inglaterra. Tuvo ciertas aprehensiones de machacar en hierro frío, quiero y no puedo. Escuchaba voces interiores que aludían a la vanidad  elusiva de sus compulsivos afanes. Nora nunca  escribiría. No la volvería a ver. La buscaría por todo Londres. Recorrió sus barrios alargadas de planta baja que se alineaban a lo largo de avenidas sin confín, como Chicago o Buenos Aires. Bebió en su literatura. Leyó a insignes novelistas plomizos como Chesterton, las Brontë, George Elliot, la Austen quien en su Abadía de Northanger predirijo el destino de nuestro personaje: Bermejo iría a parar a las parameras del condado más al norte. Descubrió los tesoros que acumula en su obra blasfema pero genial George Barrow y tuvo por padre e inspirador de su literatura a Eric Blair. Iría por la vida buscando posada embutido en su gabardina blanca y el bombín oscuro londinense. El hijosdalgo castellano quiero ser un gentleman aunque le faltaba un poco de flema y se sobraba espíritu de rebelión por todas partes porque era un tipo difícil y nada acomodaticios.
La buscaría por todo el mundo. Toda una vida. Estaba amando a una mujer que no existía que vivió en su imaginación donde representaba El Dorado del Amor que nadie alcanzaba. Inglaterra era etérea e inasible. Su reloj, por otra parte, debido a sus románticos prejuicios, se había parado en el tiempo de los Tudor. La vida seguía. Aspiraba a la utopía, tan engañosa y escurridiza que se le escapaba de las manos cuando estaba a punto de atraparla. Plagado de contradicciones, albergaba dentro de sí un Kant en su afán de lo bello, lo sublime y lo útil, un Mefistófeles, un místico castellano y un Falstaff comilón que jamás se saciaba porque el hambre física tampoco era real sino que representaba el cordial sustitutivo de la inmensidad de Dios, ese dios que dicen que comemos en la eucaristía, pan de los ángeles y de los sacrificios, pan de la proposición y de todo lo supositicio. ¿Dios o los dioses? ¿No habría que escribir en minúsculas la palabra “dios? Al final del camino se había vuelto más moderado y tolerante al descubrir que el arca santa estaba vacía que en sepulcro compostelano no estaba enterrado Boanerges el hermano de Juan predilecto discípulo del Maestro sino un hereje prisciliano el obispo abulense que quiso compaginar el culto a las deidades romanas con la buena nueva que esparcieron por el mundo unos pocos judíos helenistas y en el propio evangelio descubrió contradicciones sinópticas porque todo está como muy resumido y como traído por los dedos. ¿El papa ejercía como vicario de Jesús o era un adelantado del reino de Satanás en vuelto en los ropajes de los arúspices y de los sacerdotes de Júpiter al uso pagano? ¿No era la curia un revoltijo de monseñores torrezneros y barrigudos calafateados de seda púrpura o armiño, abatanados de morado o de rojo que hacían pensar en aquella copla que cantaban en su ciudad los niños en España: “Lucifer tiene muermo, Satanás almorranas y el diablo ladillas, su mujer se las rapa con las tenacillas”. ¡Vaya usted a saber! Los años en Inglaterra habían derramado sobre su alma ciertas prevenciones y bastante escepticismo contra el papismo, pero tampoco su anglicismo llegó al punto de convertirse en un adorador de la Biblia, ese libro sagrado que se encontraba en las mesillas de noche de todos los hoteles, porque en sus páginas se encuentra un revoltijo del fanatismo protestante. Un manual de hazañas bélicas donde siempre ganan los buenos y elegidos envuelto en esa nube sicalíptica del alma judía. A despecho de tales reparos acerca de la escritura, de los frailes y de los pontífices, Inglaterra desde el sufrimiento y el gozo, le ayudó a recuperar la fe en Jesucristo de castellano viejo en una época de vertiginosos laicismo.
Las catedrales normandas se habían convertido en salas de concierto. Allí moraban hombres extraños que se decían ministros y saludaban a la clientela al final de los servicios estola sobre los hombros roquete hasta por bajo las rodillas la raya en medio y una sonrisa. Puro formalismo, y ya no entonaban los canónigos el oficio de vísperas transformado en evening song con los himnos que mandó establecer Cromwell y cantar puritanamente de pie y en vernácula, por el odio chauvinista que sentía hacia los papistas que rezaban en latín. Era aquel anglicanismo una religión a palo seco, no exento de un admirable fervor y aquellos himnos congregantes sonaban a marchas militares.
—You soldier on .
Los cantorales y los libros becerro sustituidos por un libro de oraciones en inglés muy sucintos, casi en estilo jesuítico, el “Common Prayer Book”  que desterró los antiguos misales y borró casi todos los nombres del martirologio desnudando altares y cerrando las capillas de los santos. Suprimir la devoción a María constituía una de las mermas del anglicanismo, un estilo de vida que para un anglófilo como él no dejaba de poseer su encanto porque el catolicismo en las Islas de extracción inglesa era otro tipo de catolicismo diferente al que él había mamado. El nacionalismo movió la rueda del cisma y ya no era todo lo mismo. Estaba Remigio abrazado a una noción errónea de las cosas. El mundo es muy grande y diferente de como a él había recibido en los años de formación eclesial. Al haber recibido una educación silogística trufada de dogmas, corolarios, deducciones y conclusiones irreversibles, tuvo que darse cuenta de que los herejes eran culpables pero el papado tenía también parte de la culpa. ¡Cuántos trompazos, ¡cuántas retóricas costaladas! Su destino era la hura. Le condenaron a leer y a leer. “Por ese cabo ya estoy cumplido y ojalá los costales fueran tales” pensaba. Por otro lado, ¿para qué tantos libros? Te equivocaste de papel. Aquí el papel no es aquel que tú veneras sino el papel moneda. Viviría rodeado  de liviandad, chabacanería y de ignorancia, caminando en medio de analfabetos que desconfiaban de la santidad de la literatura.
Tenía los pies hinchados de caminar la tarde entera subiendo y bajando a los autobuses que iban al extrarradio. Varias veces se equivocó de línea. El metro de Londres era un galimatías. Si lo sacaban de la Línea Circular acababa extraviándose. Y no sería cuestión de regar de piedrecillas en el camino para regresar a casa como Pulgarcito.
Fue desde Hounslow hasta Mile End. No encontró la casa. Se hallaba en un estado de enervación. Había fumado harto y el tabaco se le agarraba a la garganta. El tabaco, no obstante le ayudaba a vivir, lo utilizaba como acicate contra la indolencia y su postración deprimente. Le parecía que coartaba sus inseguridades, le daba el empujón, sacándole del pozo de su indecisión y de sus complejos.  Aquellos puritos “panatelas” que compraba al tendero judío de la esquina espoleaban su inspiración. Dicen que el humo es abogado de las musas, paliaba sus inseguridades, y era capaz de escribir la crónica. Muchas tardes sólo hinchaba el perro. Otras daba en la  diana de la exclusiva y a sus rivales que no enemigos de la corresponsalía española en Londres les hacía mover el culo y  exclamar:
― Jodó. El de Los Fasces nos ha pegado un pisotón.
Remigio entonces se fumaba un panatela con satisfacción. Y como en esta vida donde las dan las toman sucedía lo contrario. Al pronto vomitaba el télex una bronca de su redactor jefe Julio Merino un excelente profesional del periodismo de la tierra de Lucano que escribía libros sin parar, un joseantoniano de pro al que tenía Emilio Romero como hombre de confianza. Ya se sabía que la redacción del vespertino “Pueblo” donde nació el butanitismo informativo trabajaba bien el scoop o la exclusiva. Lo que con frecuencia derivaba en una grillera y las exclusivas podían volverse bofetadas. El gran Emilio Romero le daba un consejo para hacer frente al furor de la carrera de los cien metros lisos:
― Déjales que se desahoguen, Julito
Desde muy joven gastaba dentadura postiza lo cual era motivos de su acojinamiento y aunque los dentistas hoy hacen maravillas siempre odió a aquel sacamuelas que le extrajo el primer colmillo cuando sólo contaba catorce años. Era un médico militar la bata blanca impregnada de sangre qué daño cuando le clavó la aguja en la encía y aquella estrella amarilla de cinco puntas ostentando su graduación de comandante sobre la escarcela cuadrada de color rojo. Sus maneras eran las de cirujano de la Legión o un veterinario del Regimiento de Caballería del Villaviciosa XIV. Trataba a sus pacientes como los acemileros a sus mulos. Las panatelas aquellos puritos suaves pero que escocían la garganta que adquiría en la tienda de Mr. Simons en la tienda de la esquina de Fulham Road frente al cine Odeón paliaba sus complejos y le infundía una cierta euforia para escribir la crónica. Había sido condenado a la maldición del humo y eso en cierto modo no dejaba de ser una bendición. Clodoaldo Montarelo aquel cachorro de SP al que llamaban el “Niño”-no le había cerrado la barba cuando entró en la redacción a los 17 años- fue la única voz que se alzó en contra del ukase de ZP que prohibía fumar dentro de los edificios en _España. Causa perdida pero la arbitrariedad de todos aquellos que demonizan a la venganza de los indios como el principal causante de las muertes en Europa bien merecía que Ramón quebrase una lanza a favor de la tolerancia de los intolerantes que obvian la contaminación atmosférica el humo de los tubos de escape los aditivos de la comida basura que nos envenenan, la pornografía y el hedonismo, semblante impasible del pensamiento único y otros trágalas con que se confabula el nuevo fascismo a lo demócrata. Los enojos y ese sin vivir en mí que se despeña por los telediarios y las tertulias son la causa de la multitud de suicidios de los que hablan los diarios y son incentivos del infarto y del cáncer en mayor grado que el daño que puedan causar las hojas del tabaco. Un ataque al corazón se llevó a aquel redactor rebelde que alzaba el puño cerrado cuando aun saludábamos a la romana y acabábamos de llegar e los fuegos de campamento,, de mofletudo rostro de niño que era Clodoaldo Montarelo acabaría con su vida. Bienaventurados los limpios de corazón porque entre vedijas de tabaco verán con ojos puros la llegada de la utopía y en una nube subirán al cielo. Aquella Inglaterra una tarde de primavera de 1973 poco tenía que ver con aquella otra de las descripciones que impartía Jack Tressey White en sus clases maravillosa de inglés que eran verdaderas lecciones magistrales tuvieran poco que ver, ya digo, con la que él describía entusiasmando al alumnado y Remigio Bermejo comprobó, gozó y sufrió en sus carnes. A Mr. White lo dimos tierra una tarde de san Antón del año 92. Fue mi mejor profesor de inglés
Al descender por las escaleras de su habitáculo del sótano que habitaba volvió a ver a los espectros que bajaban y subían por el husillo al igual que las brujas de Puente Perín encaramadas al puente de Fuensaldaña donde les vio el cheposo, les pidió que le quitaran la chepa y regresó al pueblo derecho como un huso pero un compañero de fatigas que padecía desvío de columna no tuvo esa suerte y regresó a Funsaldaña con dos jorobas, fue por lana y vino trasquilado. Las brujas del puente se enfadaron mucho porque les interrumpía la tenida con sus requisitorias, no acertó a formular como corresponde el abracadabra el número siete:
―Lunes y martes miércoles tres jueves y viernes sábado seis.
―Y domingo vale― exclamó el tullido
―¿Eh? Pero qué dices, hombre, ¿qué dices?, gritó la saludadora maesa.
―Lo que dijo que dijese mi amigo a quien librasteis del mal.
―Pues la chepa del otro ponérsela a ese. Anda con dios que en este puente no se te ha perdido nada.
―Paciencia, resignación, no todos podemos vivir en la plaza ni yo he tenido la misma suerte― dijo el pobre jorobado que volvió para su casa con las orejas gachas.
¿El conde Kelly? Éste era un monje templario que había participado en las Cruzadas. Algunas noches lo sentía trastear en la cocina cantando canciones en griego y en latín. Llevaba en la cabeza un casco de acero y una cota de malla. A la espalda una cruz roja. Tintineaban sus espuelas de oro al pasar por las habitaciones. Le sonreía y sus ojos azules parecían contar historias inefables de la toma de Jerusalén como compañero de Lancelote del Lago Godofredo de Bouillon y los freires de la orden teutónica. Los fantasmas forman parte de la existencia esotérica de los castillos escoceses y de muchas casas inglesas. Nunca llegó a oír su voz sólo sus gestos, era un mudo fantasma. Remigio, qué cosas te pasan, mucho tienes en la cabeza y no paras de darle al magín. Tal vez hayas leído infinidad de libros de caballería. Eres muy noble pero un gilipollas y no es recomendable ir con la verdad por delante en esta vida. Pegas palos de ciego te estrellas contra un frontón invisible no hay red a tus pies pero eres el espejo de la estupidez y de la mansedumbre. Tú eres tu mismo rival “you are your own enemy” se lo había dicho la Susi, una de sus amantes. “Telarañas en la cabeza. Sí, muchas telarás en la cabeza. La Susi era una de sus amantes. No se podía comparar con Nora, ni con Diana Percival aquella judía irania era fuego en la cama. Diana Percival vivía en Golden Green y había nacido en Persia y Remigio Bermejo moro celoso en parte la despreciaba porque años atrás había tenido amoríos con un santanderino fruto de cuya relación fue Ximena. Y en Santander en un hotel cerca del Piquío tú fuiste hecha, Olquinjelen, mi Alcuina del alma, como llamaba él a si hija a la que bautizó con el nombre de Alquín Helén en honor al venerable polígrafo de York escriba de la corte de Carlomagno que se carteaba con el Beato de Liébana también monje hispano visigodo. Ambos lucharon contra la herejía de Elipando de Toledo. Allí yo te engendré. No digas eso. Tienes demasiadas cosas en la cabeza. A Bermejo le dolían los recuerdos de pensar en aquel tiempo que se fue. Asesinaste a Cupido de un botellazo, cerraste la puerta al amor. Por otra la hura de South Kensington era su jardín de las Hespérides su refugio y madriguera. La casamata intelectual formaba parte del lote que le había sido encomendado por el Creador y él lo asumía. La guerra hay que hacerla siempre desde un parapeto. Hay que tener las espaldas cubiertas. Lo malo es el fuego amigo.
—No eres más que un esperpento. Soñabas en amores con una virgen que te diera de mamar cerveza negra en el pub. Tu vida han sido tabernas, francachelas y vino. Tus manos están vacías. Hiciste mucho mal. Tiraste por la borda tu futuro.
Quedó amostazado en  su refugio. Todo estaba en orden. En el espejo de las cornucopias ya no se reflejaba el rostro amable de su otro inquilino el fantasma invisible, caballero de la Tabla Redonda. El sofá de cómodos brazos donde tanto le gustaba leer el Times mientras se fumaba su pipa le aguardaba solícito pero notaba una presencia. Allí acababa de haberse sentado alguien. Tal vez sólo fueran quizá tan solo exhumaciones de su mente en ebullición. Tenía que echar balones fuera, disculparse. En cambio el dolor de atrición le resultaba difícil.
—Vamos a ver; tú la mataste, tú fuiste el asesino. No tienes derecho a quejarte, atente a las consecuencias.
―¿A quien?
―A Nora
―Creo que vive ahora en Epping Forest.
―Su muerte no fue física sino virtual. Estrangulaste el amor.
―Pero ella curó del cáncer de tiroides. Los bultos desaparecieron, se la hincharon los párpados. Creo que fue un milagro de santa Teresa del Niño Jesús. Que bien fui yo a peregrinar a Bretaña pidiendo su curación y ofreciendo mi propia vida. Gracias a la “pequeña flor” Nora se salvó.
―Esa es suposición tuyas. Ni Rosalín ni Alquín ya creen en Dios.
 ―Rosalín me mandó el retrato de nuestra hija cuando hizo la primera comunión
El Numen le decía que había matado a Rosalín pero el uxoricidio ocurrió de manera entendida o supositicia. Homicidio en efigie sin muerte real como quemaban a los herejes fallecidos exhumando sus restos en la época medieval. Ella fue la victima de todo aquel afán destructivo intolerante celoso católico feo y sentimental de tu inadecuada formación. El egotismo jesuítico pudo transformarte en asesino.
―No digas eso, maldito gusanillo de la conciencia. ¡A qué me atormentas a todas horas con remordimientos!
—La vida no es un tema de buenos y malos o de estratificaciones jerárquicas sino de intermediarios. No estabas en tus cabales. Eras el pasagonzalo, el go-between, un golpe de atención en la nariz  o un tirón de orejas. Te comportaste como un terrorista del amor.
 —Creo que te equivocas. No estamos en una jerarquía sino en una anarquía y acá el que más chifla, capador.
—Eres un iluso, no vales nada. Por eso te desesperaste entregándote al alcohol porque tu fe no era firme.
El aguijón de su conciencia a través de estos denuestos o soliloquios entre su mente y el Numen lo lancinaba de reproches. Tardaría bastante en comprenderlos. En menudo lío se metió por actuar de manera irresponsable. La bajada a su hura tan confortable refugio le parecía un descenso a los infiernos y estuvo a punto de huir. Tenía el alma incendiada. Hubiera podido inmolarse a lo bonzo.
Capítulo II
Vi volando, cuando me disfracé de Diablo Cojuelo y trabé contubernio con don Cleofás y sus infernales potestades por los tejados de la urbe global madrileña que nada tiene que ver con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados y las tapadas las callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como en las comedias de capa y espada de los tiempos de Maricastaña y picarescos pues no hay tiempo ni espacio para los espíritus puros y los cuerpos gloriosos y transparentes. El hombre está destinado a ser ángel. Serán como música y yo soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones suposiciones altercados cárceles denuncias grescas insultos postergaciones y pretericiones de Bermejo que sin haber llegado a nada en la vida a sus setenta abriles cumplidos se sentía un hombre realizado que podía mirar a su pasado con nostalgia pero sin ira. Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas magnetofonías y un ventanuco que daba al jardín central desde donde se escuchaba el murmullo hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo las voces de los niños y las carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en la piscina. En su apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del noroeste de la provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el bordón del peregrino. Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más que un peregrino siempre en danza. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a las novedades pues no era misoneísta y le gustaba la vida y el progreso, la llegada de Internet supuso una revolución sociológica y psicológica porque el mundo se había convertido en un patio de luces pueblerino informativamente casi como un tebeo de hazañas bélicas como aquellos tebeos que el compraba a veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana, con el constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo constante de los informativos. Surgió Podemos. Yes we can. Las nuevas generaciones ansias de pisar moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la puerta sin decir “se puede”. El título del nuevo movimiento se lo debía de haber puesto el enemigo como una consigna de agitación social y los instalados estaban que no les llegaba la camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio. Un poco como en los tiempos del Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del bote siempre los mismos. Gracias a la Red las gentes están mejor comunicadas pero son menos comunicativos y el ordenador era una nueva adición como la buena mesa el vino bueno y el fumeteo de su cachimba. Cosaco de la literatura que siempre había escotero y por su cuenta por los caminos podía pasarse sin comer ni beber pero nunca sin su pipa. La maldición de la nicotina constituía un incordio para Remigio Bermejo. Quería más a su pipa que a su mujer. Era un hombre de la estepa y quería arrear sus corceles de la imaginación con el látigo encendido de su pluma como los personajes de las novelas de Gogol. No era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con ruedas de molino, a pasar por el aro. Así le iba. Semejante actitud le deparó no pocos contratiempos. “If you think you have problems”  era un programa de la BBC que él escuchaba en su transistor gris marca Fidelity adquirido con las primeras libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas páginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control. ¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía hambres caninas, cientos de palabras. Estampaba sus remordimientos e inquietudes contra el muro dactilógrafo de su teclado, testigos únicos de su furor las veintiocho redondas blancas. Cuanto más él gritaba, el mundo más callaba. Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de su dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente de las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba por la excelencia. Plus ultra, sursum corda. No seáis cutres pero nadaba en un mar de vulgaridades de anonimatos y gentes anodinas. Desdeñaba la chapuza y sus entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no eran más que pujos de sus reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí, pero ¿donde se encuentra dios? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía un santo desde la hornacina, era Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al verle tan desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios y otra al diablo.
—Eso es del Talmud, padre mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS. Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más alto en los cielos que se te han preparado en el paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del piso. Su mujer se ha fugado. Me topo con la infelicidad de los alcohólicos, la desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los enfermos. Los humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a la esfinge y  ésta callaba. La mente humana es incapaz de penetrar en los designios de tal arcano que forma parte del misterio de la vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz celestial. Era san Ignacio otra vez.
La red había hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó en oficio y ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de los que le envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su fe pero desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas incultos de misa y olla mi olla mi misa y mi Mariluisa, sangraba por la herida de su arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él pertenecería a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble del pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo para Jesús salvador de los hombres. Sería modelado en el crisol de un cierto mesianismo. Las dos banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas de los báculos y  pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero como había recabado órdenes menores y mayores y no era un simple cucarro sus aficiones a la especulación teológica perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos rezaba el oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. Todo volverá. No perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y estaba listo para el día que dios lo llamase.
El 18 de abril de 1963 amaneció tranquilo, puso la cadena Ser, Radio Madrid, Unión Radio cuando la república, la de los rojos, y allá estaba la voz de fumador empedernido del  bendito padre Sopeña con sus comentarios religiosos antes de las noticias. Como era domingo se fue a misa a la Ciudad Universitaria a la campilla de Santo Tomás. Estaba abarrotada de estudiantes. Iba algunos domingos pero él prefería los capuchinos de Bravo Murillo, al lado del Cine Europa donde habló una vez José Antonio, porque allí se honraba un santo de la veneración de nuestro protagonista: el taumaturgo de Padua. Iba a cantarle los pajaritos y predicaba a los peces y a las avutardas que le quisieran oír. En cuanto a la SER era la emisora más popular y castiza de aquel Madrid que transmitía el “Larguero” de Joaquín Marco, los caballitos de Quilache y los programas de “Lo que nunca muere” y “Matilde, Perico y Periquín”. Era la radio de los viejos republicanos, no lo sabía. A él le gustaba porque Remigio siempre fue de ideas un tanto comuneras. Le gustaba ir a su aire y Radio Madrid, la otra cara de la moneda de Radio Nacional donde campeaba las tardes de domingo la voz también algo estropajosa del P. Venancio Marcos con sus consultorios morales (azul) era el cenáculo  rojos de aquel abate de aires un tanto volteriano buen músico confesor de manga ancha pues decía que era vocación tardía conocía el mundo y era muy comprensible con lo del sexto mandamiento que traía a los jóvenes de aquel entonces de cabeza. Hasta decían que dejó a la novia una tal María Luisa para casarse pero a don Federico que era ya talludito porque había hecho la guerra con la república le entró una crisis y se metió al seminario de victoria. Mi mesa mi misa y mi María Luisa, no te digo. Esta –es una historia bastante curiosa- se casó pero le guardaba una cierta ausencia platónica y hablaba por teléfono con ella todas las noches en largas conferencias. Cuando le hicieron director del Museo del Prado iba de paisano pero por lo general no se quitó la sotana que siempre en España fue un símbolo de poder. Tenía buenas aldabas enchufe con el papa Montini que le hizo prelado domestico cuando dirigía el colegio español de Roma. Había que estar al santo y a la limosna.. El cura progre de color rojo debió de padecer un terrible desencanto cuando llegaron los suyos o los que creía que eran los suyos. Javier Solana le mandó el motorista con un brocárdico lapidario (su vida estaba llena de sentencias y refranes, axiomas que no servían para nada) que se hizo famoso “señor cura, ¿aún cree usted en dios?”. Amigo del sobrino de Azaña, Rivas Cherif cuando la republica y luego del príncipe, creía Sopeña estar situado cuando llegara la hora de la muerte del dictador mas ni por esas. Las expectativas de los viejos republicanos quedaron en nada. Llegaron los socialistas del pacto de Solesmes fumando tabaco rubio puro sabor americano y pasaron el rodillo. Les sentaron las costuras a los históricos, El enemigo, paradójicamente, al cual Sopeña habían combatido con las armas en la mano los perdonó y hasta les enchufó en la administración pero los psoatas hicieron mangas y capirotes de semejante ponderación cuando Felipe González alias El Gran Filipo rompió con la vieja guardia. Puños cerrados pero eran capitalistas. Los alemanes pagaban a aquellos capitalistas disfrazados de revolucionarios. Eran socialistas pasados por la túrmix de la embajada norteamericana. La historia de España es una perpetua conspiración. Formó círculo – aquí estamos siempre en las mismas y los que mandan son todos iguales, la casta poderosa de las cien familias- con Aranguren al que llaman Amarguren un profesor de Ética feo como el demonio quien le suspendió en la cátedra de Filosofía y tuvo que repetir aunque era del mismo curso y amigo de su hija, con Laín, con Dionisio Ridruejo el ex divisionario de la Azul que se hizo socialdemócrata y el gran Laín Entralgo. ¡Ah cuando vengan los míos! fue el grito y todo quedaría en agua de borrajas. Mas, cuando los nuestros llegaron, pasaron de largo, como en “Bienvenido mr. Marshall.
Las misas del P. Sopeña y Jesús Aguirre eran contestatarias. Empezaba el rollo de los cristianos de base. Cambiar todo para que todo siga lo mismo. Se aburría porque para él la misa tiene que comportar la magia de la eucaristía y los modos eran zafios y personeros. Era una misa cantada en lengua vernácula. Este aborrecimiento del latín a Remigio Bermejo le resultaba sospechoso. Sopeña oficiaba de preste asistido por el padre Jesús Aguirre de diácono y el padre Abel de subdiácono. En la homilía se habló  del cambio. Aquello era una romería y el estado mayor desde donde se lanzaban consignas para la lucha estudiantil. Del templo salían algunos energúmenos derechos a tirar piedras a los grises. Luego venían las carreras, las reivindicaciones, la agitación propagandista. Algunos de aquellos sacerdotes se decían marxistas.
A la salida se encontró con el padre Abel al que conocía de Comillas.
— ¿Tú por aquí?
— Pues sí
—Te creía muy lejos. ¿No te ibas a ir a misiones, Remigio?
—No me probaba.
El padre Abel, excelente poeta, eximio periodista que escribiría en “YA” era un soriano muy seco, pero buena persona que también fumaba tabaco negro y tenía la voz tomada. Se olía la tostada. Los curas se hacían socialistas y luego pasó lo que pasó. A Sopeña lo destituyó precisamente uno  de aquellos cachorrillos de la militancia de base quienes por entonces no habían dejado de ir los domingos a misa, y en la Universitaria por supuesto. Cuando se hicieron grandes se transformaron en tigres de Bengala, cría cuervos, oye tú. Pero ustedes los curas ¿todavía creen en dios? le escribió en una nota que le llegó con el cese del motorista. Vaya pregunta. El padre Sopeña según cuentan se quedó de un aire, nunca sospechaba que aquel jovencito barbitaheño sobrino de don Salvador de Madariaga andando el tiempo se convertiría en el ideólogo del gobierno del Gran Filipo y posteriormente el jefe de los guardias de la OTAN acabando en el “carnicero de Belgrado”. Joder con los psoatas.¡Qué dureza! Claro que de raza le venía al galgo, la proclamación de Madariaga como doctor honoris causa por Oxford sería uno de sus primeros reportajes. Lo fotografió en los claustros y bajo la torre del reloj de Fairfaix. Era un viejecito con lentes de montura de plata la nariz acaballada y de mala leche, la toga algo remendada y una bufanda negra que le curaba el catarro, y el chambergo doctoral que era más grande que su persona pues era muy bajito y su mujer que le tiraba de la sotana para que no hablara con españoles franquistas. Era proverbial el odio hacia Francisco Franco de este  historiador masonería escocesa grado 33. Le habían encumbrado tan alto que el personaje en aquella vis a vis en la tarde de otoño del 72 le pareció algo ridículo aquel sabihondo tan chiquitín. Dentro de la universidad  de Oxford debía de ser uno más y no se le daba tanta importancia como entre los hispanos. Dios te libre de los liberales. A Voltaire también lo mandaron a la guillotina sus propios discípulos. Estas historias se sabe cómo empiezan. Nunca como terminan. Dejémonos de aparcerías y de chismorreo baratos. Hay que enjalbegar el alma perdonando a nuestros enemigos y eso cuesta
—No hay que hablar con herejes y engañadores. Tú a lo tuyo, sigue tu camino y no mires para atrás—había vuelto a escuchar la voz del Numen.
La tarde era plácida. Luscinia el ruiseñor del véspero trinaba su canción eterna en la copa de una Acacia en la Plaza de Santa María Micaela. Él estaba en su cuarto del sexto piso de la calle presidente Carmona preparando un parcial de historia, consultando los apuntes garabateados con letra nerviosa durante el primer trimestre en los bancos de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Había sido un día tranquilo. Había visto a Adelita Valdepielagos. Hoy me ha mirado. Hoy creo en Dios. Su presencia había llenado el aula de perfume, usaba una colonia única especial, y de sonrisa. Se quedó embobado y casi pierde los apuntes y los papeles. La amaba en secreto en un amor platónico a distancia. Pero ya se ponía el sol. Luscinia dejó de cantar en la cima de la acacia. Él no era más que un estudiante pobre hijo de un militar de baja graduación que escuchaba al padre Sopeña en los minutos religiosos antes de las noticias de las ocho en la Ser, tomaba apuntes y daba clases particulares de latín para ayudar en casa.  Le encantaba escribir en el ir y venir de su pluma  en viajes en autobús a ninguna parte. Te montas en el F en la glorieta de Cuatro Caminos te apretujas contra las carnes de una monja de primero de Comunes y bajas en la última parada con los libros bajo el brazo. Tomaba apuntes de la historia de España, de geografía – el profesor Conejo un asturiano muy simpático como aquel año se jubilaba dio aprobado general- de la prosodia latina, de las epístolas de san Pablo o de san Juan Crisóstomo al dictado de la clases de los profesores. Todo aquel humanismo ¿para qué? Para nada. Todos aquellos tomos formarían parte del rátigo amontonado en las casetas de Moyano, caladero de inservibles y fracasados pero quien escribe nunca fracasa. Es un acto heroico la escritura. Remigio amaba la vida y la estampaba en aquellos cuadernos verdes de apuntaciones donde entre col y col florecía una lechuga: un poema de amor a sus adelas y de sus marías. Las mañanitas de abril eran dulces de dormir. Su madre le preparaba el café de puchero con una tostada o una torrija antes de ir a clase.
—A ver si no te dejas nada que eres un zaleo.
Los domingos se quedaba en la cama hasta las tantas escuchando Radio Madrid en aquel viejo receptor que habían comprado a plazos en Segovia a un cura que entendía de electrónica y daba matemáticas en el seminario: don Víctor villa. El aparato como en un trono y con faldillas como si fuera un sagrario presidía la salita. La escucha tenía un nosequé de acto de fe porque por los altavoces salía la retransmisión de la santa misa para los enfermos o las charlas del P. Venancio Marcos o las conferencias del P. Sopeña talante más liberal y cercano voz un poco afónica. Ondas hertzianas misteriosas que permitían el tránsito de la voz desde puntos lejanos y desconocidos el ojo mágico de Marconi. Vivimos en un mundo maravilloso ¿por qué idolatrar el pasado, aborrecer el presente y despreciar el porvenir? Los vientos de cambio trajeron la lavadora el hornillo de gas y la manta eléctrica. De estas nuevas realidades nada se decía en los librotes que machacaba y subrayaba en la facultad. Como si nuestros dioses tutelares impidiendo ver su cara oculta velaban al hombre de la calle lo que se les venía encima. Su madre tenía encendida la radio todo el día. Con el calentamiento alguna lámpara se fundía y había que encargar repuestos a Alemania. A ella le gustaba la Intercontinental cuya sintonía un golpe de gong (tin tonk) de esta estación cuyo sonido a Remigio le recordaban el tinto de verano y las tardes interminables en la piscina del Parque Sindical o de la de Santiago apóstol sita en la calle de Méjico. En Santiago Apóstol no dejaban entrar señoritas en bikini, en el parque sindical o charco del obrero sí. Eran más mesocráticos. La radio era el invento mágico de Marilyn hasta que llegó la televisión el ordenador, el guasap la tableta mágica y el teléfono de bolsillo. Todo se lo debemos a Marconi el inventor de las ondas sonoras-
—Ding dong, aquí Madrid, radio Intercontinental, Madrid. Son las cuatro en punto de la tarde.
Voz sudorosa veranos en la piscina era dulce y a veces cansino andar por Cuatro Caminos o Gran Vía, a la sazón Avenida de José Antonio, que olía a sobacos y a melones a carne joven. Alguna vez pasaba por la calle Espronceda o por Modesto Lafuente entraba a hacer una visita al Santísimo en Iglesia que era un templo largo y oscuro, polvo junto a la verja, pedigüeños en el cancel. Hasta allá llegaba el olor a fritanga de los bares que expendían una de calamares. Es tarde de domingo y yo no tengo amor ¿Quién me va a querer a mí? Ya vendrá alguna, siempre habrá alguna. El hambre física  mitigaba con bocatas de tortilla pero la sexual era otra cosa una obsesión de aquellos veranos tórridos… ve a bailar a las Palmeras de Quevedo allí a lo mejor encuentras ligue. Hacía la ronda por la pista se ajustaba la chaqueta y pronunciaba con voz alquitarada lo de señorita baila y en el baile de las chachas medraba la desconfianza y la expectativa, te palpaban las manos si no las tenías callosas no colmabas la medida y recibía infinidad de calabazas y plantones de las criadas de servir. No eres un bailón tampoco un guaperas te domina un aire petulante hay que concretar y tú andas por las ramas, hijo.
—¿Baila usted señorita?
—Estoy ocupada. Ahora no.
O en todo caso le decían que al otro pero esa segunda pieza nunca llegaba a colmo o algún listo se le adelantaba. Eso de ir a los bailongos (él no llegó a conocer la “Bombilla” ni los buenos tiempos del “Pasapoga”) era como salir de caza. Nunca sabías lo que te ibas a encontrar. En aquellas mozas recién venidas del pueblo se detectaba un ambiente de desconfianza y de sospecha. Odió de por vida los bailes de salón. Pero su primo Agustín que se ganaba la vida cuando vino de una aldea de Segovia haciendo portes  en su motocarro marca Trimak a ese se le daban bien las hembras y no era tan alto como Remigio pero encontraba el punto conocía las reglas del ligue. Siempre quedaba con alguna para el jueves o para el domingo. Dingdong: la sintonía de Modesto Lafuente. La Inter de Ruede la Bola y de Salto a la Fama de Uribarri y de Carlos echenique. Tórrido verano fue el del 63 y más los del año siguiente cuando él contaba tan solo 19 primaveras y vivía dominado por los apuntes los escrúpulos de los pecados impuros. Siempre lo mismo. Las hormonas en ebullición no podía contener aquel torrente. La cabeza a pájaros y el corazón lleno de inseguridades y de telarañas. No me quieren las chicas ¿Qué tendré yo? Seré un anormal. Modesto Lafuente 37 grados a la sombra y en el Parque Sindical a algunas bañistas se les veía “todo”. Desde el borde un batallón de mirones las veían nadar haciendo evoluciones a mariposa o braza en las aguas llenas de cloro del charco del obrero. Las de la Piscina del Apóstol eran más modestas traje de baño antiguo y había segregación. Los chicos se zambullían en una pileta y las chicas en otro. Hambre sexual. ¿Quién será la que me quiera a mí? Era su disco preferido en la tanda de peticiones del oyente. Para mi novio que está en Sidi Ifni con todo cariño y para mi abuelita que últimamente tiene mucha tos para que se reponga. Marconi trajo la rebelión de las masas. La humanidad viviría desde entonces rodeada de aparatos y de conexiones. La Ser era un poco menos chabacana y las charlas de don Federico Sopeña, puesto que tiraba con bala, había asumido el Zeitgeist y sabía qué rumbo marcaba la rosa de los vientos de la historia, llegaban al alma de los jóvenes. Era un tiempo de confesiones  y confesionarios, procesiones y partidos de futbol: Puskas, Kopa, Diestefano y Gento; Abelardo y las palomitas de Pazos el portero del Atlético de Madrid pero quien será la que me quiera a mí. Solo, siempre solo. Eres un lobo solitario. Vogglio una donna gritaba desesperado de amor el loco de la colina en una película italiana que se subió a un árbol en la mayor de las desesperación, mandaron a una hermanita de caridad pequeña y coja y con la toca como un avión y el loco parece que se calmó. Hay que ver lo bueno que estaba la Sofía Loren. La sesión de tarde en el cine Montija el Cristal o a veces del Europa programas dobles eran las vísperas vaporosas; se escuchaban suspiros jadeos y besos que estallaban en la oscuridad de tarde en tarde una bofetada…oiga pero usté que se ha creído. Padre me acuso de haber besado a mi novio en el cine ¿quedaré encinta? Las consultas al padre Venancio Marcos tampoco tenían desperdicio siempre más de los mismo… eso depende tú veras ¿ustedes vieron la película? Ni nos enteramos reverendo padre… es un pecado gordísimo, su novio no pudo parar a tiempo y por las trazas poco la respetaba. Claro; haz lo que yo predico y no hagas lo que yo hago aquellos dos curas del consultorio sentimental de las tardes al pie de la radio en los largos domingos del nacional catolicismo eran dos puntos filipinos. El uno murió en el tajo como dicen los ingleses lo encontraron pajarito en un 1500 y a su acompañante y Sopeña vocación tardía  llamaba todas las noches a su ex novia que se llamaba María Luisa. No colgó los hábitos pero Solana un matacuras lo echó del museo del Prado. Palabras contra el muro, utópicas reseñas, confrontaciones y alternancias. El celibato viene a ser un poco la leyenda urbana de las diez mil vírgenes. ¿Hay diez mil vírgenes? Habrá que ser santos. Pero ¿tantos? Yo no he visto en la calle a ninguno. Sólo los encuentro subidos a la hornacina estatuas  con la cabeza de medio lado con roquete almidonado, meliflua sonrisa de escayola, el rostro arrebolado de coloretes y los ojos vacíos queriendo transmitir un mohín bondadoso. Tongo. Aquí hay tongo. Que pasen los del padre Federico. Nos sentábamos en la capilla de san Miguel de la Universitaria. Misas que no eran misas. Eran mítines. A Remigio Bermejo le aburría aquel rollo de las misas postconciliares. Faltaba la magia el misterio. Dejó de ir a misa pero nunca aborreció la santa costumbre de rezar por las noches el Jesusito de mi vida ni las tres avemarías y el porlá. oraciones que aprendió de la boca de su madre. Renunció al examen de conciencia a los puntos de la meditación del siguiente día y de la composición de lugar como es tradicional en el tirocinio jesuítico. Siempre hay que pensar en la muerte. Este día puede ser el último. Quiso ser jesuita pero no le probaba. Le hubiera gustado ser misionero en la URSS y su preparador espiritual lo entrenaba para ir al Rusicum el colegio que tiene la Compañía al lado de la casa del Gesú. Pero no le probaba. Tampoco era apto. Iría por la vida arrastrando y soltando lastres de acuerdo con la disciplina ignaciana de las dos coronas la ambivalencia de las dos miradas una en el cielo y otra en el suelo. Sería manso y rebelde, dulce y arisco, compasivo y cruel. Los padres le habían cortado un traje a la medida que le vendría grande. Ser contemplativo y activo resulta una meta poco al alcance de su indolencia y pasividad connaturales. Había que hacerse violencia contra uno mismo  para entrar por la puerta estrecha, colocarse de braguero un cilicio de pinchos y de ceñidor un atillo de orillo para magullar sus cuadriles, dominar el caballo de las pasiones, meter en brida la mente llevar siempre los ojos bajos la mejor guerra que puede el hombre ganar es aquella que nos hacemos a nosotros mismos. Iñigo de Loyola, eres un Hércules divino, pero no puedo seguir tus pasos. Me flaquean las fuerzas. Las dos banderas el desprecio de las cosas del mundo y el tanto en cuanto fueron normativas que no impidieron a la compañía ser una de las empresas coloniales más opulentas del mundo sobre todo en Brasil y en Paraguay. Quisieron ir a su aire. Desobedecían a los obispos. Eran diferentes. Los guardias de corps del pontífice, los pretorianos espirituales del papado. Mucho poder que consiguieron predicando precisamente la bajeza y el abatimiento. Todo un contraste. Pura contradicción a lo divino. No es un instituto retrogrado, sin embargo.  Papa negro, Papa blanco..

Vi volando por los tejados de la urbe global madrileña que nada tiene que ver con aquel pueblo manchego del agua va de los emboscados y las tapadas las callejuelas adoquinadas donde había duelos por una dama como en las comedias de capa y espada de los tiempos de Maricastaña. También por los tejados de la capital de España pululaban fantasmas. El hombre está destinado a ser ángel. Serán como música y yo soy su Numen. Fui testigo de no pocas cavilaciones suposiciones, altercados, cárceles, denuncias grescas, insultos, postergaciones y pretericiones, maguer  Bermejo, sin haber llegado a nada en la vida, a sus setenta abriles cumplidos se sentía un hombre realizado que podía mirar a su pasado con nostalgia pero sin ira.  Un triunfador. Había conseguido hacer lo que le diera la gana, había vivido a su aire en el más puro estilo anarquista.
Desde su hura ahíta de papeles y de libros viejos radios cintas magnetofonías y un ventanuco que daba al jardín central desde donde se escuchaba el murmullo hondo del zureo de los palomos en tiempo de celo, las voces de los niños y las carcajadas de los vecinos que en verano se bañaban en la piscina. En su apacible vida de jubilado daba paseos por los encinares del noroeste de la provincia de Madrid armado de su cachava que le recordaba el bordón del peregrino. Su existencia se había vuelto peripatética. No soy más que un peregrino siempre en danza. Pues de la danza sale la panza. Aficionado a las novedades, pues no era misoneísta, y le gustaba la vida y el progreso, la llegada de Internet supuso una revolución sociológica y psicológica.  El mundo se había convertido en un patio de luces pueblerino informativamente hablando para que nos entendamos, casi como un tebeo de hazañas bélicas como aquellos comics que el compraba a veinticinco céntimos a la señora Isabel la zabarcera segoviana, con el constante ir y venir de asesinatos, crisis, amenazas, y es zamarreo constante de los informativos: degüellos de cristianos en Siria e Iraq, las guerras del Golfo y las de Ucrania y miles de inmigrantes rumbo a Sicilia o bojando el estrecho, naufragios, desfalcos. El ex presidente del FMI Rodrigo Rato y es presidente del gobierno por no querer hacer partija con el poder oculto fue procesado y encarcelado y en toda esta metodología  de la cristofobia se ocultaban los dedos inasibles de la Bestia. Muchos pensábamos que era la hora de las tinieblas. Que llegaba el anticristo.
Surgió Podemos. Possumus. Como una serpiente de verano por arte de encantamiento y se nos atragantaron las historias de uxoricidios parricidios y embelecos. Nos querían engordar con la violencia. Rusia tendría que desaparecer, España debería de esfumarse. Así lo habían decretado los sumos sacerdotes del sanedrín Yes we can. Las nuevas generaciones con ansias de pisar moqueta y de hacerse ricos con las políticas estaban llamando a la puerta sin decir “se puede”. El título del nuevo movimiento se lo debía de haber puesto el enemigo como una consigna de agitación social y los instalados  sobre todo los de Turégano, que por tener muy grande la cabeza y pesado el paso, no podían acomodarse al tiempo de los nuevos tiempos, y estaban que no les llegaba la camisa al cuerpo, temerosos de perder el momio. Un poco como en los años del Generalísimo. Porque aquí fusilan y chupan del bote siempre los mismos. Gracias a la Red las gentes están mejor comunicadas pero son menos comunicativos y el ordenador era una nueva adición como la buena mesa el vino bueno y el fumeteo de su cachimba. Cosaco de la literatura que siempre había escotero y por su cuenta por los caminos podía pasarse sin comer ni beber pero nunca sin su pipa. La maldición de la nicotina constituía un incordio para Remigio Bermejo. Quería más a su pipa que a su mujer. Era un hombre de la estepa y quería arrear sus corceles de la imaginación con el látigo encendido de su pluma a través de la taiga salvaje. No era más que un pobre soñador. Se resistía a comulgar con ruedas de molino, a pasar por el aro. Semejante actitud le deparó no pocos contratiempos. “If you think you have problems” era un programa de la BBC que él escuchaba en su transistor gris el Fidelity adquirido con las primeras libras que ganó en la escuela de Doncaster. Si piensas que tienes problemas llámanos. Era una emisión para suicidas y divorciados. Quería zafarse de aquella afición a la Web y su intoxicación psicológica. Los blogs a cuyas páginas subía las entradas que le daban la gana quizás fueran un desahogo, el paraíso de todo escribidor, desde recetas de cocina, insultos al centinela hasta poemas sublimes de amor, pero también una herramienta de control. ¡Cuidado, el Gran Hermano te vigila! Él producía al cabo del día entre bocanadas de humo y visitas al frigorífico porque la escritura le producía hambres caninas, cientos de páginas. Estampaba sus remordimientos e inquietudes contra el muro dactilógrafo de su teclado, testigos únicos de su furor las veintiocho redondas blancas. Cuanto más gritaba él, el mundo más callaba. Cuanto más rezaba sentía más lejos a dios. Fue una de las razones de su dipsomanía. Tuvo la desgracia de darse al alcohol. Erifos su gran confidente de las tardes silenciosas y las vigilias vacías era un asesino. Él se esforzaba por la excelencia. Plus ultra, sursum corda. No seáis cutres. ¿Adónde vamos a parar? La población en general hizo la del avestruz y se metió en su concha, mientras él nadaba en un mar de vulgaridades de anonimatos y gentes anodinas. Desdeñaba la chapuza y sus entregas habían mejorado con el tiempo. Y estos no eran más que pujos de sus reminiscencias jesuitas. A mayor gloria de dios, sí, pero donde se encuentra él? Mis preces son un monólogo.
—Todo en tanto en cuanto, hijo mío, — le decía el santo fundados desde la hornacina; era Iñigo de Loyola que bajaba el pobre desde el cielo cojeando al verle tan desnortado— y un ojo en el cielo y otro en el suelo. Una vela a dios y otra al diablo, según nos recomendaba Su Reverencia.
—Eso es del Talmud, hijo mío.
—Qué más da. El fin justifica los medios.
El Numen le hablaba en jesuita con ese mensaje mesiánico del anagrama JHS. Almas para dios. Hay que salvar almas… almas. Cuantas más salves entrarás más alto en los cielos que se te han preparado en el paraíso.
—No tengo fuerzas. Somos débiles. ¿Dónde están las almas? Las gentes con las que me encuentro arrastran problemas. No tienen empleo, los han echado del piso. Su mujer se ha fugado. Entre las huestes del botellón se ha instalado el fornicio y la droga. Han machacado a la juventud. Me topo con la infelicidad de los alcohólicos, la desesperación de los presos y encarcelados, el dolor de los enfermos. Los humillados y ofendidos de la tierra vienen a mi encuentro.
El Numen guardó silencio. Iñigo de Loyola se volvió arrastrando la pata mala desde que se la destrozaron en Pamplona con un arcabuzazo. Había interrogado a la esfinge y tales respuestas las puede dar dios. La mente humana es incapaz de penetrar en los designios de tal arcano que forma parte del misterio de la vida.
—Pero tú estás bien. Llama y se te abrirá. Pedid y se os dará—escuchó la voz celestial del divino mílite que cambió la espada de los Tercios por la raída sotana y el fajín negro, y al rey temporal por el rey eternal. La red había hecho de él un buen escritor, se había perfeccionado mucho, ganó en oficio y ahí se las diesen todas. El libertario ex corresponsal se reía de los que le envidiaron y persiguieron con una saña sorda y atroz. Conservaba su fe pero desdeñaba las intrigas y muermos eclesiales a cargo de los curas incultos de misa y olla mi olla mi misa y mi Mariluisa, sangraba por la herida de su arrogancia jesuítica, él no podía ser como los otros ¡qué bah! Él pertenecería a la elite. Formaría parte de los escuadrones de la guardia noble del pontífice. EL Papa por encima del Rey y de roque. El cuarto voto. Un mundo para Jesús salvador de los hombres. Un cierto mesianismo nunca vendría mal. Las dos banderas. ¿Y de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma?
Curiosamente habían sido dineros españoles los que costearon los mantos de seda de la curia, los capelos cardenalicios, el oro, las perlas ónices y las ágatas de los báculos y  pectorales o la pedrería de los vasos sagrados, durante siglos pues hasta no hace mucho en los templos de Madrid se mostraba un cepillo de limosnas para la conservación de los Santos Lugares. Roma no hubiera podido existir como la cabeza de la catolicidad sin los sufragios de la corona española. En su piedad a machamartillo de cristiano viejo creció en él la fe y el desprecio a los pomposos jerarcas. Pero, como había recabado órdenes menores y mayores y no era un simple cucarro, sus aficiones a la especulación teológica perduraban lo mismo que su pasión por la liturgia de rito antiguo. Así que en las profundidades de su hura madrileña colocaba velas a los santos, rezaba el oficio y le gustaba recitar el canon de la misa de san Pío V. Todo volverá. No perdamos la esperanza. Pero la religión para que sea veraz ha de ser un sentimiento personal y más en los tiempos de colonización ideológica en que vivimos, pensaba. Por todo esto y por mucho se sentía orgulloso de sí mismo y estaba listo para el día que dios lo llamase.

El 18 de abril de de 1963 amaneció tranquilo puso la cadena Ser, Radio Madrid, Unión Radio cuando la república, y allá estaba la voz de fumador empedernido del  bendito padre Sopeña con sus comentarios religiosos antes de las noticias. Tres minutos de charla o meditación matinal. Como era domingo se fue a misa a la Ciudad Universitaria a la capilla de Santo Tomás. Estaba abarrotada de estudiantes. Iba algunos domingos pero él prefería los capuchinos de Bravo Murillo, al lado del Cine Europa donde habló una vez José Antonio, porque allí se honraba un santo de la veneración de nuestro protagonista: el taumaturgo de Padua. Iba a cantarle los pajaritos al ingenuo franciscano que predicaba a los peces y a las avutardas que le quisieran oír. Era un glorioso caso de taumaturgia como el de santa Teresita del Niño Jesús. Ambos siervos de Dios demuestran la primacía de la fe católica sobre las demás religiones superando las contrariedades y contradicciones del clero y los malos ejemplos de muchos frailes obispos e incluso algunos papas. Como decía aquel judío que se bautizó al llegar a Roma al comprobar las corrupciones de la corte pontificia y los dineros de san Pedro el hecho de que una institución como ésta haya perdurado veinte siglos demuestra que esta religión es la verdadera. Si miracula negaveris legem destruxeris .
Era la emisora más popular y castiza de aquel Madrid que transmitía el “Larguero” de Joaquín Marco, los caballitos de Quilache y los programas de “Lo que nunca muere” y “Matilde, Perico y Periquín”. Era la radio de los viejos republicanos, no lo sabía. A él le gustaba porque Remigio siempre fue de ideas un tanto comuneras. Le gustaba ir a su aire y Radio Madrid, la otra cara de la moneda de Radio Nacional donde campeaba las tardes de domingo la voz también algo estropajosa del P. Venancio Marcos con sus consultorios morales (azul) era el cenáculo  rojos de aquel abate de aires un tanto volteriano buen músico confesor de manga ancha pues decía que era vocación tardía conocía el mundo y era muy comprensible con lo del sexto mandamiento que traía a los jóvenes de aquel entonces de cabeza. Hasta decían que dejó a la novia una tal María Luisa para casarse pero a don Federico que era ya talludito porque había hecha la guerra con la república le entró una crisis y se metió al seminario de victoria. Mi mesa mi misa y mi María Luisa, no te digo. Esta –es una historia bastante curiosa- se casó pero le guardaba una cierta ausencia platónica y hablaba por teléfono con ella todas las noches en largas conferencias. Cuando le hicieron director del Museo del Prado iba de paisano pero por lo general no se quitó la sotana que siempre en España fue un símbolo de poder. Tenía buenas aldabas enchufe con el papa Montini que le hizo prelado domestico cuando dirigía el colegio español de Roma. Había que estar al santo y a la limosna. La iglesia católica siempre ha sido poder. A Remigio le parecía un tipo sospechoso de los que se sitúan debajo del árbol que dé mejor sombra. El cura progre de color rojo debió de padecer un terrible desencanto cuando llegaron los suyos o los que creía que eran los suyos. Javier Solana le mandó el motorista con un brocárdico lapidario (su vida estaba llena de sentencias y refranes, axiomas que no servían para nada) que se hizo famoso “señor cura, ¿aún cree usted en dios?”. Amigo del sobrino de Azaña Rivas Cherif cuando la republica y luego del príncipe, creía Sopeña estar situado cuando llegara la hora de la muerte del dictador mas ni por esas. Las expectativas de los viejos republicanos quedaron en nada. El enemigo al que habían combatido con las armas en la mano los perdonó y hasta les enchufó en la administración pero los psoatas hicieron mangas y capirotes de semejante ponderación cuando Felipe González alias El Gran Filipo rompió con la vieja guardia en Solesmes. Eran socialistas pasados por la túrmix de la embajada norteamericana. La historia de España es una perpetua conspiración Formó círculo – aquí estamos siempre en las mismas y los que mandan son todos iguales, la casta poderosa de las cien familias- con Aranguren al que llaman Amarguren un profesor de Ética feo como el demonio quien le suspendió en la cátedra de Filosofía y tuvo que repetir aunque era del mismo curso y amigo de su hija, con Laín, con Dionisio Ridruejo el divisionario de la Azul que se hizo socialdemócrata y el gran Laín Entralgo. Ah cuando vengan los míos fue el grito y todo quedaría en agua de borrajas.
Las misas del P. Sopeña y Jesús Aguirre eran contestatarias. Empezaba el rollo de los cristianos de base. Cambiar todo para que todo siga lo mismo. Se aburría porque para él la misa tiene que comportar la magia de la eucaristía y los modos eran zafios y personeros. Era una misa cantada en lengua vernácula. Este aborrecimiento del latín a Remigio Bermejo le resultaba sospechoso. Sopeña oficiaba de preste asistido por el padre Jesús Aguirre de diácono y el padre Abel de subdiácono. En la homilía se habló de política del cambio. Aquello era una romería y el estado mayor desde donde se lanzaban consignas para la lucha estudiantil. Del templo salían algunos energúmenos derechos a tirar piedras a los grises. Luego venían las carreras, las reivindicaciones, la agitación propagandista. Algunos de aquellos sacerdotes se decían marxistas.
A la salida se encontró con el padre Abel al que conocía de Comillas.
—¿Tú por aquí?
—Pues sí.
—Te creía muy lejos. ¿No te ibas a ir a misiones, Remigio?
—No me probaba.
El padre Abel, excelente poeta, eximio periodista que escribiría en “YA” era un soriano muy seco, pero buena persona que también fumaba tabaco negro y tenía la voz tomada. Se olía la tostada. Los curas se hacían socialistas y luego pasó lo que pasó. A Sopeña lo destituyó precisamente uno  de aquellos cachorrillos de la militancia de base quienes por entonces no habían dejado de ir los domingos a misa, y en la Universitaria por supuesto. Cuando se hicieron grandes se transformaron en tigres de Bengala, cría cuervos. Pero ustedes los curas todavía creen en dios, le escribió en una nota que le llegó con el cese del motorista. El padre Sopeña según cuentan se quedó de un aire, nunca sospechaba que aquel jovencito barbitaheño sobrino de don Salvador de Madariaga andando el tiempo se convertiría en el ideólogo del gobierno del Gran Filipo y posteriormente el jefe de los guardias de la Otan acabando en el “carnicero de Belgrado”. Joder con los psoatas.¡Qué dureza! Claro que de raza le venía al galgo, la proclamación de Madariaga como doctor honoris causa por Oxford sería uno de sus primeros reportajes. Lo fotografió en los claustros y bajo la torre del reloj de Fairfaix. Era un viejecito con lentes de montura de plata la nariz acaballada, la toga algo remendada y una bufanda negra que le curaba el catarro, y el chambergo doctoral que era más grande que su persona pues era muy bajito y su mujer que le tiraba de la sotana para que no hablara con españoles franquistas. Era proverbial el odio hacia Francisco Franco de este autor historiador. Le habían encumbrado tan alto que el personaje en aquella vis a vis en la tarde de otoño del 72 le pareció algo ridículo. Dentro de la universidad famosa de Oxford debía de ser uno más y no se le daba tanta importancia como entre los hispanos. Dios te libre de los liberales. A Voltaire también lo mandaron a la guillotina sus propios discípulos. Estas historias se sabe cómo empiezan, nunca como terminan.
Dejémonos de aparcerías y de chismorreo baratos. Hay que enjalbegar el alma perdonando a nuestros enemigos y eso cuesta
—No hay que hablar con herejes y empanadores. Tú a lo tuyo, sigue tu camino y no mires para atrás—había vuelto a escuchar la voz del Numen.
La tarde era plácida. Luscinia el ruiseñor del véspero trinaba su canción eterna en la copa de una Acacia en la Plaza de Santa María Micaela. Él estaba en su cuarto del sexto piso de la calle presidente Carmona preparando un parcial de historia, consultando los apuntes garabateados con letra nerviosa durante el primer trimestre en los bancos de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras. Había sido un día tranquilo. Había visto a Marta. Su presencia había llenado la clase de perfume, usaba una colonia única especial, y de sonrisa. Se quedó embobado y casi pierde los apuntes y los papeles. La amaba en secreto en un amor platónico a distancia. Pero ya se ponía el sol. Luscinia dejó de cantar en la cima de la acacia. Él no era más que un estudiante pobre hijo de un militar de baja graduación que escuchaba al padre Sopeña en los minutos religiosos antes de las noticias de las ocho en la Ser, tomaba apuntes y daba clases particulares de latín para ayudar en casa.

Clodoaldo Montarelo

Falleció domingo, 22 de marzo de 2015 de un infarto, se fue a Canarias con los del Inserso recién jubilado cuando uno se jubila se siente uno casi un misacantano libre para hacer lo que quieras con  la absoluta en el bolsillo te sientes como un guripa con el licenciamiento y te vas con los viejos a gozar de los momios de los del Inserso sol playa y hotel buffet tres comidas vino a las comidas y por las noches karaoke los viejos pasodobles de Manolo Escobar ahí nos las den todas que bien vivimos que bien estamos de nada nos podemos quejar. Las amorosas señoras en estas sesiones de baile, confortables y multitudinarias; no sé por qué le gusta tanto la danza a las españoles ya talluditas y provectas quizás porque les recuerde los bailongos de su juventud  cuando se hincharon de dar calabazas y buscar un chico guapo bueno y trabajador. Bailes en línea. La pieza que más le gustaba a Remigio Bermejo corresponsal en Londres en Washington cientos de artículos escribidor incombustible era la del gallo que echa el polvete y luego se sacude las plumas. Disfrutaba de una alegre y joven senectud. Tenía todo el día para hacer lo que le diera la gana fuera de los horarios los jefes las intrigas y los rumores de los trepas los jóvenes que venían a pedir trabajo y no había y prometían hacerse del bando de Podemos. ¿Qué será lo que tiene el gallo viejo? Al gallo viejo le gustan las pollitas pero con frecuencia salen desplumados como el de Morón en ese negocio. A la vejez viruelas. Y a las gallinas viejas que ya no cloquean al revés: se privan con los mastos de brillantes plumas multicolores buena cresta roja papada y ojos encendidos casi eléctricos. Pero a veces llega Paco con la rebaja y sucede que a los vacacionistas les da un yuyo. Un infarto fulminante. Clodo encontró en Canarias la muerte súbita otro que se iba para no volver más y mira que era el miembro más joven de la redacción. Remigio Bermejo aquella mañana de marzo que supo la triste noticia recordaba con nostalgia los viejos tiempos de la redacción de la calle Urquijo y de la calle Santiago Cordero sedes respectivas de la revista y del periódico SP donde aquel falangista algo pirado pero que escribía como los ángeles y era el hombres más bueno y generoso que había conocido Remigio Bermejo (en esta profesión canallesca ya no hay tipos elegantes verdaderos caballeros como era él) a lo largo de su dilatada trayectoria. A Clodoaldo Montarelo no lo trató y lo conocía de vista. Le llamaban el “niño” porque entró a trabajar cuando aun no le había cerrado la barba algo lampiño y con unas poderosas narices de pinzas de tender la ropa buena pelambrera y ojos de miel. Todos decían que era una buena persona aunque algo rojete. Poco importan las ideas alturas. Le dio por el rock y por el teatro. Desde su hura de Brunete Bermejo tan voluntarioso y documentado él con la jubilación se le había puesto cara de juez y pesaba en la balanza de la justicia sus buenas obras y escribía poniendo los pecados cometidos en el platillo de la izquierda y en el de la derecha las virtudes y los buenos actos la mano tendida al prójimo pues a muchos ayudó sin que se lo agradecieran o los días de lucidez y de gracia que era una casamata que había pertenecido al ejercito republicano y que estaba en el jardín de la caja daba atrás a la manivela del tiempo. Por la tronera rectangular se veían los alcores de Majadahonda paisaje de encinas que él amaba tanto y donde yacían sepultados miles de combatientes que encontraron la muerte en la Batalla de la Sed aquellas mortíferas tres semanas de julio de 1937, habiendo colocado su inseparable máquina de escribir y su cachimba cerca del ojos de buey de la aspillera. Había noches que escuchaba los gritos fantasmales de los que perecieron en el fragor del combate. Todos habían olvido pero él recordaba a Clodoaldo Montarelo con su cara mofletuda y aniñada de guripa del Quinto Regimiento para quien la maquina de escribir era una ametralladora Hotchkins servidor de pieza de una revolución de terciopelo. Que entren los del 68 e inundaron Madrid con sus castañuelas 70 y la movida de Malasaña. Había que estar al loro. Ramón el niño de aquella redacción fervorosamente ingenua y juvenil formaba parte de una cuadrilla de redactores insignes. Herrero, Miguel Ángel Gózalo primo de mi amigo Santo, Félix Ortega el mejor corresponsal que tuvo la prensa española en Washington, Andrés Kramer, los hermanos Rioboo, Juan Carlos Perreta, Luis Gaziño, Botín y aquel padre jesuita que confeccionaba el periódico y luego colgó la sotana, Artero. Dulce y su hermana, Cristóbal Páez el papá de otro Cristóbal Páez implicado en los dineros de Barcena y hombre del PP, Calvino y otros. La mayor parte eran de izquierda. Les abrió la puerta del periodismo un falangista revolucionario ex divisionario de la Azul al que se le congeló un pie en Novgorod. Ese generosidad y entrega ese fiarse de los jóvenes son virtudes que hoy no se encuentran. Porque volvemos al circuito cerrado “closed shop” y al circulo de tiza los tataranietos de Mendizabal los que se quedaron con las fincas de los frailes y amortizaron los conventos liberales para su bolsillo pero conservadores y muy de derechas gente de dinero. Que pasen los del padre Sopeña y se queden los otros afuera. ¿Por qué? No están en la nómina de las cien familias. Montarelo en el día de su muerte evoca para mí tiempos terribles pero también gloriosos porque no es tarea fácil trepar por la cucaña de una profesión hoy enrarecida y dificilísima aunque tanta gente quiera ser escritor y periodista y ocupar cacho en la rampa. Clodaaldo Montarelo era un freelance que iba por el mundo con su ametralladora montada y a cara descubierta se ponía cuando se le hinchaban las poderosas narices el mundo por montera. Le cupo la suerte de vivir por libre. Ahora ese mundo se acabó. Tuvo el coraje de decir lo que muchos sentían pero no se atrevieron ni a discutirlo sobre esperanza Aguirre esa chica de las bragas de oro, la hija del ganadero, que a mí me mandó al paro y como ministra de Educación introdujo el inglés en los parvularios en detrimento del castellano. Por eso hoy muchos chicos no saben ni hablar ni escribir español. Pertenecen a la órbita de la generación Nini, pero son los pijoflautas los hijos de los señoritos que buscan con el de la coleta un lugar al sol. No hay trabajadores con las manos manchadas de grasa. Algunos exhiben plumas de pavo real y van por las empresas exhibiendo sus masteres y hablando un inglés pasable que no les vale para nada si tienen que emigrar a Alemania que es donde hay curro. Otra metedura de pata de la chica de las bragas de oro. Estaría mejor de corista en el Martín que haciendo la carrera política. No compartía Remigio Bermejo algunos puntos de vista del Niño de SP pero siempre admiró su intrepidez. Creo que era hijo de un pescadero de la calle del Pez que estudió en los maristas de Segovia, una ciudad que le subyugó, entró en él y se fue a vivir cerca de la alhóndiga. Desde allí seguía con sus colaboraciones en la SER y lanzaba sus panfletos. Bermejo aquella mañana de marzo sentado en su casamata de Brunete el viejo bunker republicano construido por  los zapadores del general Pozas y que ahora una caseta en su jardín donde él encontraba asilo para darle a la cometa de sus recuerdos sentado en un banco de cemento mientras esperaba la visita de las musas sentía la tristeza y el orgullo de quien ha visto pasar el desfile de una época. Era preciso dar testimonio.
― Siéntate a la ametralladora, Remigio
― Apunten, disparen, fuego
― ¿Pero qué hacéis?
― Estamos fusilando a una época pero tras de tiempos vienen tiempos, claro está.
Remigio Bermejo  el 23 de marzo 2015 desde su conejera de Brunete veía caer la mansa lluvia sobre las tierras grises. Era un húmedo cendal de ceniza y veía su pasado envuelto en las sedas de  nube que descargaban promesas de fecundidad y de futuro. El agua al caer levantaba murmullos que eran besos y dirges. Pensaba que tal vez había sido víctima de una mala educación sentimental. Lo habían equivocado sus padres maestros con lecturas espirituales jaculatorias martillos de conciencia. Le habían robado la infancia. Su adolescencia consistió en una pesadilla pero tenía que revivir sus antiguos pasos ejercicio fútil casi masturbatorio. No te atormentes pero es mejor así. Pon blanco sobre negro lo que se te ocurra y “bugger expenses” . Nadie te lee. Nadie te escucha. Él había matado a Rosalyn. El uxoricidio había sido un crimen virtual en efigie. Aquella hermosa mujer fue la victima de su afán destructivo. Todo lo jodes, guapo. Te persigue la cigua. Debieras hacerte una limpieza con agua bendita. No quiero exorcismos. Para eso está el padre Perea ese alojero de rostro diabólico que escribe cosas muy raras en sus posts y debe de ser un poco marica. Tú fuiste el resultado de tu pésima educación pero yo no quiero conjuros ni exorcismos. No es bueno creer en agüeros ni siquiera sentir aprensiones siniestras cuando te cruzas por la calle con un gato negro o se te viene encima una escalera. No es bueno pasar por debajo de una escalera. Clastomanía deletrea y cura de odio esa era la norma de su escritura. Esta lucha no es cuestión de buenos y malos sino de los dos frentes a la vez. En tus tiempos los preparadores místicos aquellos staretz con el cuello de medio lado aspirantes a una hornacina eran verdaderos terroristas mentales, sádicos, impostores. La vida no es jerárquica sino anárquica. Nada está planeado ni se ajusta a un diseño en este totum revolutum. Tú no vales para nada. Eres un iluso. El aguijón de la conciencia lancinaba el alma de Remigio Bermejo con recuerdos dolorosos. No entendía lo de Rosalyn el hada que se esfumó. Baja a los infiernos revuélcate en el fuego de las calderas de Pedro Botero. Ya he descendido al aveno de mi hura. Hura e ira dos palabras que se confunden. Vinieron los flagelantes y a rebencazos se magullaban las espaldas que se llenaron de sangre. Ignis fuego. El bajo de Roland Gardens en el SW/ barrio elegante de South Kensington. Sintió la presencia del Numen que se paseaba por el comedor con pasos alígeros de caballero templario. El conde Kelly fue el inquilino que vivió en la hura de la liebre periodística.
― ¿No se me perdonará? ¿Me daréis otra oportunidad?
― Depende de ti. Aplacaremos tu sed. Tienes el corazón incendiado. En tu cabeza duermen boca abajo los murciélagos.
― Ya. Me hablas de la reconversión. Reconvertirse o morir. No se puede combatir al sistema con sus propias armas. Has de elegir otro campo. Y lo tuyo es la elusividad: escaparte por la tangente. No busques a la mujer fuerte. Ese afán echó a perder tu existencia.
Yo sabía que Rosalyn vivía en Hornchurch. Essex. Se cambió de residencia colocó el teléfono en la lista secreta de la telefónica y desapareció. No quería seguir aquella traumática relación. Era como si hubiera muerto para él. Remigio Bermejo no se conformaba con aquella huida.
― Déjalo estar. No es más que una obsesión.
― Una obsesión que me vivifica
La hura de Roland Gardens y la hura de Brunete su destino de topo jugaban al escondite por los rincones de su memoria. Pero escribir aquella novela no era un juego de niños. Dolían bastante algunas cosas. La hura de South  Kensington con sus noches blancas con los parlamentos del fantasma y la cuba del télex que tamborileaba párrafos en aquella cilla o bodega que él llamaba la caverna de Liverpool. Allí bailaban los Beatles los ritmos de “Michelle ma Belle” y “Yesterday”. Vino un tiempo divino en el cual para estar a bien con dios no había que ir a misa sólo entregarse sin reservas ni dispendios al mandamiento del amor. Fue Korín la australiana que vivía en Earls Court y una de sus visitadoras la que le abrió las templas del santuario el sancta sanctorum algo que no revelaría a nadie. Alto secreto. Los padres jesuitas se habían convertido en gnomos lascivos enanitos que sonreían macabros junto a la gruta del jardín privado de la duquesa de Avispón. La dulce y elegante señora que vivía arriba atiborrándose de gin and tonics y suspirando por el hijo aviador al que mataron en Dresde el último día de la guerra. Con la ametralladora de su teletipo antediluviano artilugio de la era de la robótica él consumía cigarros puros para convocar la inspiración. Puff puff una cláusula… puff… puff otra. Es que sin fumar no me concentro. La maquina echaba humo. Metía un ruido infernal. Los muertos de aquella caverna donde vivieron tantas buenas gentes durante la era imperial alzaban la cresta. El sonido de la máquina de escribir era todo un reclamo de atención para que los dioses volviesen la cara. A uno de los nichos de la antigua bodega. La condesa Avispón guardaba en aquella habitación sin vanos el mejor vino y el mejor champán francés. Se alzaban como mariposas sorprendidas los espectros y puede que de vivir en la hura se le quedase de por vida aquella inclinación al tintorro. El conde Kelly trajo de Tierra Santa el mejor   vega Sicilia y le dijo:
― Hermano bebe, Vita est brevis
Los dos se arrollidaron y profirieron a dúo las estrofas de la Salve a la Virgen María que cantaban los reitres templarios antes de ponerse al frente de sus mesnadas para cortar cabezas de sarracenos. Una ranura en la parte izquierda de aquella maquina de escribir que era el teletipo escupan una cinta blanca taladrada de puntitos. Él no comprendía el lenguaje de la perforadora, le parecía misterioso y procaz pero las frases de su mensaje eran traducidos en Madrid al minuto y allí el jefe de teletipos un tal Tomas Cerro los distribuía por toda la cadena. Su ametralladora disparaba en lugar de balas frases entradillas y titulares de vez en cuando alguna entrevista como con la concedió Sir Alec Douglas Hume en la Cámara de los Lores. La controversia sobre Gibraltar también sería un tema recurrente. Borracho de periodismo y en la cresta de la ola (todos los estudiantes de las facultades de periodismo se hubieran dejado cortar un brazo por conseguir un puesto como el suyo y eso le acojonaba) desde el salpicadero de aquel automóvil o nave espacial que viajaba por el mundo sin moverse desde la bodega de la casa de la Duquesa de Avispón en el 41 de los Jardines de Rolando pegaba brincos la noticia, surgían como gamos, titulares. Su aspiración era por el momento copar las primeras páginas de los periódicos de provincias y que en el Fasces uno de los mejores rotativos en hueco que hubiera el periodismo español a lo largo de sus cerca de dos siglos y medio de historia se hicieran cruces y dijera el redactor jefe:
― Bermejo. Hay que ver lo bien que escribe este chico. Lo audaz que es.
Los diarios de la competencia con esa mala uva que caracteriza a los herederos de los godos todos desde entonces padecemos del dichoso morbo visigótico apostillarían:
― Es un fascista. Sabe mucho y lo que no lo sabe se lo inventa.
Apud nos existe la funesta costumbre de mentar siempre a la madre del contrincante. Miquelarena qué país. Sus rivales de corresponsalía se morían de envidia por saber hablar bien el inglés lo cual se convertirán en un trauma para Bermejo. Pero éste pisaba fuerte. Emilio Romero y sus muchachos le habían enseñado la técnica del “pisotón” (cucharón) y él la practicaba con frecuencia levantando ampollas entre los fariseos y saduceos del sanedrín londinense que venía a ser una especie de tribunal de cuentas del periodismo. No te acerques a ellos. Tienen la cara pintada de verde y el verde dicen ser el color de la envidia.
Todas las tentativas de contacto con su ex resultaron fallidas. Tampoco sabía nada de su niña. Únicamente una tarde que nevaba tomó el metro y en hora y media se presentó en Hornchurch. Rondó la calle donde vivía Rosalyn con sus padres peinó todo el perímetro. Y nada. En cambio, en la intersección entre Romford Road y Harrow Drive acertó a ver un Ford Cortina metalizado. En la trasera viajaba su hija. Olquínjelén tendría como dos años y saltaba en los asientos. Llevaba una faldita escocesa y su pelo era rojizo como el de Bermejo cuando era crío (bien hacía honor a su apellido) y el de su padre al que llamaban en el pueblo el “pinto”. Esta visión fugaz fue la última que retuvo Olguín. Ya no la volvería a ver más. Había pasado casi medio siglo pero él la veía evolucionar entre los asientos del Ford cortina y subirse a los columpios de la misma manera que ahora cuando llevaba a sus nietas al parque de Brunete las contemplaba. Mucho padeció por este motivo y quizá la decepción seria el desencadenante de su entrega a Erifos pero el hijo de Cronos no lo venció en su pugna el periodista ex seminarista y el jesuita salió airoso contra tártagos y furores. Quiso ser un pescador de almas y se convirtió en un guaperas provocador irresistible a las inglesas cual Casanova. Vagabundeaba en sus noches incombustibles por los lugares de alterne: la Valbone, Picadilly y los garitos de Holborn al pie de la gran torre de Comunicaciones del Post Office. Fueron muy fríos y ahítos de cerveza y desesperación aquellos inviernos. Sentía la atracción del abismo el caminar al borde del abismo percibir el centelleo mórbido del filo de la navaja. Estaba desafiando a los dioses pese a esa cremnofobia o pavidez de las alturas que fue uno de sus lastres y mermas infantiles. En las excursiones los superiores le privaban de subir a las montañas. Tampoco eran las escaleras herramientas de su devoción. Sin embargo, desafió a los dioses, saltó sobre la pértiga. Salió airoso. Vivía y había quedado para contarlo a los 71 años. Sus enemigos se esfumaron como la niebla de marzo. Había vencido al vértigo. Los del Olimpo castigaron su osadía de robar el fuego sagrado con el exilio interior.
― Y eso, ¡qué más tiene! Tú sigue escribiendo rellenando papel y pásaselo por los bigotes y que pidan árnica.







Capitulo II
 VENTOLERA DE HURACÁN. LLEGA EL EMBAJADOR
Las nubes se habían aborregado como de costumbre para dar acolada al embajador, poblado el ambiente grises panza de burro: el clásico puré de guisantes de las plomizas amanecidas londinenses. Era una mañana de noviembre de 1973; a él, con todo y eso, le gustaba aquel color del firmamento inglés con su silencio de lluvia, le permitía reconcentrarse, ir al encuentro de sí mismo y acogerse en esa intimidad que los británicos llaman “coziness” (palabra intraducible algo así como calor de hogar  o el equivalente del “gemutlichkeit” alemán). Paradójicamente en aquella ciudad se había transformado en un extrovertido. Las nieblas de Londres coadyuvaron a lograr una fuerte vida interior en medio de las turbulencias juveniles. El hervor de la sangre pujaba, pero ahora yo soy más yo. Oh lucky man, eres un tío con suerte. Remigio Bermejo se daba con un canto en los dientes. Nunca se lo había pasado tan en grande ni conocido tantas mujeres como las que encontraba noches de aventuras locas en bailongos de la movida como el “Empire” o la “Valbone”. Mary Quant había rebajado la falda a las inglesas descubriendo sus hermosas piernas. Las bibliotecas fueron suplantadas por las discotecas, donde bailábamos suelto y “agarrao” hasta la madrugada y los jueves por la tarde radiaban por la BBC los noventa principales con Jimmy Savile aquel guru de las melenas blancas el habano en la boca casacas de lentejuelas y cuyo sonido de imitación era un rebuzno, un tipo muy solidario que donaba parte de sus ganancias a los hospitales de Leeds y luego resultó un asno de la lujuria pues aprovechaba estas visitas hospitalarias para violar a niñas de diez años a punto de ser operadas de apendicitis. Londres era una fiesta y los ingleses vendían al mundo su m mercancía a gogó. La represión victoriana sería desbancada y los cuatro magníficos de Liverpool ponían música de Rock a un tiempo diferente al anterior, en las postrimerías de la guerra fría. Moraba en Downing Street un viejo caballero de porte gentil que había descubierto para los ingleses la sociedad del bienestar motorizando el país con aquellos elegantes Austin Morris luego vendría el mini y las vacaciones en Costa del Sol, pleno empleo, se acabaron las cartillas de racionamiento que duraron en las Islas hasta el año 59. El escándalo Profumo acabó con el gobierno de aquel superhombre de la política que se llamaba Haroldo y había llegado a la política desde los negocios de la edición la poderosa casa de publicaciones MacMillan. Aquel mundo de ensueños se vino abajo por culpa de una pelirroja Cristina Keeller que volvió loco al Ministro de la Guerra John Profumo al tiempo que se acostaba con el embajador soviético un tal Ivanov. Total orgías en la embajada de la Urss baños desnudos en la piscina y los podencos del M15 y del KGB armando el cisco. “You never had it so good” (nunca lo tuvisteis tan a huevo) dijo el premier dimisionario al resignar su cargo en los Comunes. La frase de Super-Mac se acuñó como el salvoconducto de un tiempo de libertad. El mundo quería vivir cambiando cañones por mantequilla, olvidar la bomba atómica, dar por terminada una época bailando el can-can en las cavas existencialistas de la orilla izquierda del Sena y leer a Sartre y a Camus. Habían subido a la pasarela las gogogirls. Pero nos estaban vendiendo el viento en cápsulas. Aquello era una engañifa
El joven corresponsal del diario “El Yugo y las Fasces”, como hombre de su tiempo, daba gracias al Altísimo por haberle  permitido testificar para sus lectores aquel paso de la hoja del libro de crónicas. Todo iba a ser de otra manera. “Recedant vetera, nova sint omnia: corda voces et opera” (sobreseído el tiempo viejo, sean nuevas las cosas, los corazones las obras y las acciones); Virgilio nuca falla y al corresponsal veterano latinista le gustaba con frecuencia consultar sus clásicos. Se acordó de la frase mientras conducía su automóvil. El cambio, con todo y eso, sería relativo y no tan dichoso como profetizaban los optimistas. Estábamos en los pródromos donde el cambio tecnológico mandaría al paro a millones de seres. Íbamos a ser más felices con el cambio, el desarrollo, el aggiornamiento del que hablaban los curas sin parar. Y de remate nos quedaríamos sin curro. Tendríamos que escribir gratis y vivir controlados y acogotados bajo las garras de un estado macrocéfalo y global. Lo digital en vez de los analógico y por el este y por el sur volvería a alzar su cimitarra con nuevas yihads y yillahs, invasiones y otras lilailas  del Islam con las que el nazi sionismo nos amarga la vida a los cristianos. Al Manssur cabalgaba hacia Europa en su caballo blanco y el del apóstol no aparecía por ninguna parte. No había cojones. Cundiría el desencanto y el miedo. Estaríamos todos al cabo de la calle amarrados en blanca por los nuevos aparatos de detección. En la era de la comunicación surgiría paradójicamente el fantasma de la incomunicación. Dejaríamos de ser personas humanas para convertirnos en contribuyentes y ciudadanos. Una época de confusión, encanallamiento y embrutecimiento se acercaba. Quizá, una nueva edad media. Remigio Bermejo, un entusiasta de Eric Blair y lector de sus novelas desde hacía tiempo escuchaba ya rugir la marabunta orwellina en un mundo feliz y anodino a lo Aldous Huxley aunque por aquellos días 1984 quedara todavía un poco lejos. El gran trauma acontecería en 1989. George Orwell sólo se equivocó en un lustro. El joven reportero escuchaba voces y aquella mañana gris cantó la Sibila una copla obscena pero que a él le causaba risa y también miedo:
Aquí, aquí
Quiquiriquí
Gibraltar me lo dejen a mí
Con el nabo no
Con la verga sí
Aquí aquí
Quiquiriquí
Gibraltar déjeseme a mí. Menudos humos traía el embajador… venía a pedirle Gibraltar a los británicos. ¿Pondrían oídos de tratante, como siempre o esta vez sí? ¿Nos devolverían la Roca Calpense que detentaban mediante argucias y expolios desde 1714? Quiquiriquí. A Jimmy Savile el disk jockey del “Top of the Pops”  que Roger traducía “top of the cocks”  – emisión vespertina de los jueves- le enterraron con honores militares en Leeds el año 2010 pero cuando se supo que era un pederasta peligroso con sus casacas de lamé y pareciendo ante las cámara rodeada de chavalas y fumándose un puro, entregado a las obras de beneficencia y promotor de campañas a favor del cinturón de seguridad en el automóvil con un titular que se hizo famoso en los 70 “clack click every trip”  y el rebuzno de aviso (uuuuuu) cuando se descubrió el fardel y se supo que no era un benefactor de la infancia sino un asaltacunas repugnante, desenterraron su sepultura le arrancaron las medallas y esparcieron sus huesos. Menudos son los brits para casos como el de aquel rutilante presentador afamado y rodeado de “odaliscas fanáticas que les seguían a todas partes” de perversión sexual. Aquel fulano no era un “yorkshireman”  sino el mismísimo diablo disfrazado de Barbazul.

La mayor parte  de las inglesas con las que ligaba en los bailongos el corresponsal eran rubias de bote con la piel nacarada y se expresaban en esa jerga castiza de los barrios, que no es de buen tono, cuando se alterna en sociedad.  La liberación de la mujer empezó por la eliminación de los tabúes sexuales. Después, cuando destruyeron clavándoles el aguijón a los zánganos de sus colmenas y caparon al palomo, el mundo se alobaba, pero tampoco mucho. Había que seguir la fuerza de la manada. Las mujeres probaron las primeras la fruta del árbol prohibido, querían ser como dios. Sonó el estampido de la lucha de géneros, los hogares se incendiaron y el tálamo conyugal se transformó en lecho de Procusto. El embajador traía, sin saberlo, cambios sociales en la maleta. La hoja de ruta del Gran Diseño. Íbamos a empezar el viaje hacia un mundo feliz sin jefes sin potestades patriarcales en el zurrón con el culo al aire y los pechos al viento como las “Fem” que se despelotaban ante el sagrario del  Santísimo e interrumpían las liturgias solemnes. Dios no existe. Todo está permitido.  Equilicuatro. Todo es posible. En España cuarenta años después todos los días mataban a una los maridos locos por el celo o por los miedos a perder sus, quedando por los suelos la prerrogativa del paterfamilias. La parte por el todo. El todo era la cultura pop y tú no eras más que un currito.
Él vivía bien en su buhardilla de soltero. Winston Place era el aseladero y el picadero. Los cuernos se iban solos con el soplo de un mal pensamiento. Cuando se cansan de portar la cuerna el ciervo se refocila en el escodadero. Allí dentro escucha sonar la trompa del cazador y ni caso. Él está fuera y yo estoy dentro. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías ande yo caliente ríase la gente. Se estaba, sin embargo, cerrando el círculo.
Los ingleses tienen un oído exquisito para eso de las jergas. Nada más abrir el pico, te catalogan, saben ellos de donde eres, por donde vives, a quien votas, con quien andas y, si tu locución suena barriobajera, tu filiación  se engloba dentro del marco del escaso decoro. Entrabas en el círculo de los de abajo y te condenan a ser siervo de la gleba. Los de arriba constituían la casta privilegiada. La fonética entre los ingleses establece las barreras sociales y los divide en compartimentos estancos y la cosa funciona así fue siempre. Sólo  necesitaban para medrar, ora gozar de buenas conexiones o reeducarse a lo “May fair lady” y nada de palabras de cuatro letras, ni bloodis ni fucks” y “never explain never complain” “I am alright, Jack” “keep a chip on your shoulder, mate. Si aciertas a pronunciar las vocales largas y hacer la sílaba redondas de un trabalenguas: “the rain in Spain falls mainly in the plain”, es que fuiste a Oxford o Cambridge, ya puedes llevar a tu novia a las carreras para que luzcan palmito pamelas en Ascott, si metes en tu prosodia la gama de vocales cortas y largas que caracterizan a la fonética del idioma inglés, conseguirás codearte con la crema de la alta sociedad que asiste a esos eventos con traje de chaqueta y ridículos chapeos. Té y simpatía, coziness qué cojones. Viva la diferencia y oyes Honorato apaguemos la tele un rato. A lo mejor un día Remigio Bermejo sería un invitado más a Buckingham Palace para tomar el té con la reina. Todo se andará. Por soñar que no quede pero cuidado, Remigio, con esa fascinación “British” que atenazaba por dichas calendas a los occidentales, se sentía ya un poco súbdito de Su Graciosa Majestad; a la gente de su generación les entró la decimotercera crisis nerviosa con eso de aprender la lengua de Shakespeare. Él lo había conseguido. Por eso le nombraron corresponsal en Londres de su agencia. Por más que no sea oro todo lo que reluce: Hitler era un apasionado anglófilo, era un forofo de las carreras de caballos, amaba a los animales; en menoscabo de los seres humanos prefería a sus perros lobos, el buen tono de las conversaciones intrascendentes donde se prohíbe hablar de religión o política, se pifiaba por el té de las cinco y acabó bombardeando la City con sus estucas  el muy mamón, llevado por su anglofilia, que derivó a rabia y remata en complejo de inferioridad pues amor y odio son términos colindantes.
Hubiera deseado haber nacido inglés pero vino al mundo en una ciudad de Castilla la Vieja. No era precisamente el fuerte del Führer el “understament” la ironía y las frases de doble sentido y acabó pegando voces el muy gritón en sus discursos apocalípticos ante las multitudes de Nuremberg. No sabía el pobre cabo austriaco que los ingleses son leche de cabra, no mezclan con nada, van a su aire y sienten un patriotismo profundo pero muy diferente al  pueblo alemán, que no se plasma en ideologías sino en la tradición y cosas practicas tomando siempre la barra del puerto seguro del “sentido común”. Que su pragmatismo carece de leyes, pudiendo en su acomodo, según cada caso, acabar en brutalidad. Un imperio no se construye con una lluvia de rosas sino a cañonazos, a fuerza de azotes y de invocar el derecho de pernada y de despojo. Saben mirar a las demás naciones por encima del hombro que es lo que significa la frase de tener una astilla cerca de la oreja. En todo, diferentes; desde conducir por la izquierda hasta carecer de constitución escrita, así como una justicia impecable y un parlamento donde  en la Cámara de los Lores se tiraban pedos sin componer el gesto, sin que el Speaker les llamase al orden por falta de decoro. Manejan fórmula secreta para reírse de sí mismos y pedir perdón a todas horas. Oh I am sorry… awfully sorry. Y ventosidad va y ventosidad viene. Yo conocía a uno que se iba peyendo por la acera Kings Road exhibiendo una Union Jack y pidiendo perdón a los viandantes el muy guarro. Oh sorry, I am sorry. Es la palabra que más se escuchaba por aquel entonces en cuanto desembarcabas en Dover. La vida londinense era romántica equidistante e incitaba a la melancolía, no embargante el peculiar sentido del humor de aquellas islas.
En el trayecto desde South Ken hasta el aeropuerto de Heathrow a los mandos de su mini color guinda iba volando por la Talgarth Road Remigio Bermejo con la aparatosidad de un español en la corte del Rey Arturo.  Había que darse aires. Se sentía el rey del Mambo Aquel pequeño utilitario lo quería el joven más que a la niña de sus ojos. Le salvó la vida en varias ocasiones una noche que se quedó dormido en las inacabables rectas de las landas francesas desde Paris a Hendaya y en otra ocasión, que se le vino encima un autobús escolar que habiendo derrapado inundó la calzada, salvó por chiripa. El mini-cupe, que había inventado un griego de la  Casa Morris, era un coche versátil, todo un proyectil en carretera, y maniobrero igual que las naves de Francis Drake que echaron a pique los inmensos galeones altos de castillo y bien artillados pero con escasa maniobra de la Invencible. No mandó Felipe II a luchar contra los elementos pero las naves inglesas eran mejores. Inglaterra siempre  gana porque practica una política práctica, carece de amigos, sólo tiene intereses.
Aunque de escasa alzada, en aquel utilitario cabía mucho y pasaron muchas cosas. Lo había comprado de segunda mano en Hull por quinientas esterlinas. En la trasera viajaba dormidita su niña Olquínjelén cuando bajaban los fines de semana desde Doncaster a Hornchurch a ver a los abuelos y, pese a sus reducidas dimensiones, el habitáculo era cómodo, el salpicadero, de lujo, y fácil de aparcar; con un portamaletas que era todo el baúl de la abuela. Un  joven español  de la generación del 68 cuando se echa coche al menos era lo que se pensaba en tal época se sentía como un triunfador en la vida. Remigio estaba tan orgulloso de su mini como del ”seilla” que compró por navidades del año en que empezó el gran despegue económico que trajo don Laureano López Rodó, aquel catalán universal de feliz memoria con la primera paga extraordinaria, cuando empezó a trabajar en el Diario Novedades.
Aquella mañana venía don  Gaspar Montesinos destinado a la embajada en la corte de San Jaime. No se  sabía si aquel honroso cargo, ocupado por predecesores tan insignes como Pérez de Ayala o  el marqués de Gondomar, había sido una promoción o un destierro. En el siglo XVI la legación hispana equivalía por su importancia a lo que es hoy la embajada norteamericana en Madrid. Era un centro de poder  visitado por gentes de viso en aquella época. Como fray Bartolomé de las Casas y el obispo Carranza, que vinieron en el sequito de Felipe II cuando marchó a Inglaterra a casarse con María Estuardo. En contra la opinión generalizada entre sus colegas que decían que el eminente profesor de Lugo al que homenajeaban como el próximo presidente de gobierno, él creía que el ascenso era una trampa. Sus suposiciones que luego se confirmaron como ciertas en aquel momento iban a redropelo y contra la creencia de todas aquellas plumas galanas. Bermejo sabía leer los labios y el pensamiento intrigante y complicado de los británicos que, gracias a su prestigio, tuvieron siempre vara alta en la política internacional y en la española por ese papanatismo ingenuo que nos hace menoscabar lo propio halagando todo lo extranjero, a lo largo de los siglos. Después de lo de la Armada Invencible encontraron su desquite en las guerras peninsulares y más tarde con el aluvión de emigrados, tanto absolutistas como liberales. El alzamiento del 36 se debió a la mano experta de los agentes del FO que secundaron el vuelo del Dragon Rapid secundando a Franco y al gobierno de la Republica. Jugando a dos cartas,  pues sabían hacer a pelo y a pluma, Inglaterra quedaba siempre encima y victoriosa, muñidora de enredos “guerra-mongueras”. Esta es táctica aprendida en la sabiduría del Talmud. Ahora en aquella corte se cocía la “transición”. Tiempo de platajuntas de tirios y troyanos, venía el consenso y el disenso. La embajada española se había transformado en objetivo de peregrinación, todos al santo y a la limosna. Estaban hartos de franquismo de la verticalidad azul y en Londres ya se cocían los caldos de la nueva sopa de letras y de las vociferantes platajuntas... aquel ir y venir de mamoncetes y masonzotes pescadores a río revuelto, gente itinerante que venían a preguntar sobre “qué hay de lo mío”. En suma, el río revuelto significaba el cultivo de prósperos negocios.
Ocurría tal ajetreo en todas las revoluciones, vicalvaradas, asonadas, cesantías, pronunciamientos  y proclamas del tormentoso siglo decimonónico. El exilio londinense fue muy nutrido cuando lo de Fernando VII: Blanco White, Quintana, Espartero, Lista, etc., la nómina de expatriados era tan triste como larga. Ganaban en estas trifulcas entre liberales y absolutistas, izquierdas y derechas, rojos y azules, siempre los mismos y perdían los de siempre, los que se jugaban el tipo, los exaltados, los guerrilleros, los “patriotas” dando la cara que no les había entrado en la mollera aquella recomendación del Libro de la Sabiduría: “A la guerra marcha el último para que vuelvas el primero”. Al cura Merino héroe de la guerra de la Independencia lo dieron garrote vil  por haber intentado matar a tiros a Isabel II en las Eras del Mico cerca de la plaza de Bilbao de Madrid al igual que a Juan Martín que lo agarrotaron en Roa. Se alzarán con el santo y la limosna los Mendizábal, los Isturiz, O´Donell. Ganan los que están al cabo de la calle después de la revuelta. Con el cambio político, pensaban los pragmáticos ingleses, estaríamos más entretenidos y  estos incultos nos dejarían de dar la lata con el tema de Gibraltar.  Los españoles indotados para las lenguas tendrían que aprender inglés de grado a la fuerza. Oh Britannia rule the waves ¡Que dolce trágala! Doña Nadia Torrubia tan castiza y tan retrechera ella fumándose un purito,  y tan rubia, aunque sólo fuera de bote impuso la enseñanza de este idioma en el parvulario. Cuando era flecha en los fuegos de campamento Remigio en medio de la exaltación patriota se cantaba lo de “Gibraltar español” y a los catalanes se les conminaba hablar la lengua del imperio y había carteles por todas las partes incluso en los retretes con taxativas consignas como “no habléis inglés, es el idioma del enemigo”. En el colegio se daba alemán y francés. Cuando Hitler perdió la guerra, quedó como ama del campo educativo la lengua de Moliere. Imposible pronunciar aquella ü. Yo tenía un profesor que para expeler  el sonido que cuadraba nos metía los dedazos en la lengua; mas, ni por esas. Era un canónigo. ¿Se acabaría el complejo de inferioridad de los españoles con respecto a la Pérfida Albión?. La Roca calpense es como una sombra siniestra alzando su cresta, aureolada de niebla, vigilante sobre el rabo de la Piel de Toro, es el periscopio de un submarino de piedra que coarta la independencia de la nación. Es una profecía escrita sobre le testamento de la Reina Católica. Hasta que no regrese a nuestras manos nunca seremos libres. Este concepto del que estaba convencido le costaría más de un disgusto y muchos reproches,
El Nueva York Times a través de su corresponsal Mateos decía que don Gaspar era todo un intelecto, un sabio profesor y ministro de Información pero que profesaba un estilo rudo de sargento mayor, toda una eminencia intelectual; era un empollón pues se sabía el Quijote y el Código Civil de memoria.
Hablaba mucho atropellando frases, tenía que limar esas asperezas, evolucionando a planteamientos más circunspectos y sibilinos, según el corresponsal neoyorquino. Era todo una mente privilegiada, un memorión pero poco creativo. Las fuerzas ocultas, y él sin saberlo, a base de darle coba, le estaban segando la hierba bajo los pies. Kissinger fue el gran muñidor de la nueva situación española. Para él  nuestro eminente legado en la corte de San Jaime jugaba pocas bazas, por representar la continuidad dentro de la apertura del antiguo régimen, y el país necesitaba un cambio una revolución transversal que no la conociese ni la madre que la parió. Teníamos que regresar al parlamentarismo decimonónico para que mandasen los tíos del dinero… siempre los mismos, no te digo mira tú.
El corresponsal de Las Fasces  pronto adquirió de fama por su extravagancia; ideológicamente se resistía a convertirse en borrego del redil. Y no se equivocaba, con todo y eso, en su diagnosis. El embajador era aclamado en triunfo por la corte de aduladores. Los del “Rodena”, “Fichas y Fechas”, “Cetro y Corona” “Avanzada” etc. e incluso Dulcidio Tarna del que se decía ser militante del comunismo, habiendo profesado con los hábitos como fraile de san Vicente Paúl, le hacían el rendibú, cuando otros le hacían la petaca. ¡Pobre don Gaspar Montesinos nuevo embajador en Londres que venía a destituir al Duque de Alba! Era una excelente persona pese a sus  fragorosos exabruptos. Al fin y a la postre “ni don Juan ni don Manuel que se me jodió el cordel”. Tenía buen corazón pero le fallaba un poco el pronto; dentro de su estilo de intemperancias y brusquedades se ocultaba un alma tierna de español hecho a sí mismo, así como un estilo austero y laborioso de hijo de emigrantes gallegos pleno de nobleza honradez y buena crianza. El elegante edificio, sede de la embajada, de estilo georgiano dentro del estilóbato de Belgravia Square se convirtió en la corte de los milagros, punto de recalada de arribistas y de logreros todos a la que salta y con un proyecto de futuro en el morral. Qué hay de lo mío. Cambiaba la guardia y ya no es que se fuesen los de Arrese y entrasen los de Solís como se decía durante las crisis ministeriales cuando la Oprobiosa, sino que el Régimen entero iba a hacer haraquiri y todos a tomar por culo. Don Gaspar Montesinos, haciendo honor a su hospitalidad galaica, invitaba a sus comensales a queimadas. Dentro de la sede diplomática se escuchaba el canto de muñeiras, todos templábamos y tocábamos gaitas pero el himno que se interpretaba no era una alegre tonada de las romerías de san Benitiño, sino un verdadero réquiem. Fue el eminente jurisconsulto y profesor el resultado del mesocrático principio impuesto por el franquismo de la igualdad de oportunidades. Sólo llegó a ser jefe de la “leal oposición” como él la llamaba echando mano de un anglicismo abroncado por los rojos “la calle es mía” cuando fue en aquel tiempo difícil del gabinete de Sisenando Mantecas, ministro de la gobernación y por los azules que le acusaban de vendepatrias y traidor. Sabía yo que se le venía encima una temporada muy dura. Antonio Izquierdo el director del diario falangista y abanderado de los inmovilistas del bunker se había enredado en una controversia con el  ex ministro de Información. El edificio de la Castellana 142 era un baluarte o un blocao retrogrado. Tesifonte Candás digamos don Torcuato, el Rey y Agapito Arévalo digamos Adolfo Suárez estaban preparando la jugada en la cual el eminente, ex ministro de Información y autor de la Ley de Prensa que inició los pasos del aperturismo, se tiraría de la terna.  Le echaban en cara lo de la censura pero para censura la que hay ahora, queridos mío. ¡ Pobre don Gaspar: Castilla hace los hombres y los deshace aunque no sean castellanos sino gallegos! Tesifonte Candás era un melifluo gijonés que tomaba sidra a las comidas, nunca vino. La sidra ablanda el carácter. Es algo borracha pero menos bronca y más cantarina que el áspero tintorro. La llaman la bebida olímpica que tomaban los dioses como ambrosía para vivir eternamente. Lo malo de las espichas era la resaca del día siguiente. Dicen que aclara la vista y don Tesifonte, supremo jurista y profesor de Derecho, uno de los mejores junto con el granadino don Adelino Trijueque, lector de Maquiavelo, tenía mucha vista y bastante mano izquierda. En su calidad de preceptor del Heredero junto con aquel gran medievalista catalán, Martín Riquer, quien sabía mucho latín, descabalgaron a Montesinos de la terna. Los españoles se inclinaron por la mantequilla en menoscabo del jamón serrano y el pote de grelos. Era el nuevo espíritu del 12 de febrero. La cosa estaba que echaba chispas y él sin enterarse. No pudo el príncipe contar con mejores arrimos. Sus ayos fueron entresacados de entre lo mejorcito de la docencia universitaria. La crême de la crême. Una pena que el Heredero que entró a reinar con el nombre de Oriol V (por aquel dicho taurino de que no hay quinto malo) bajo la formula del rey reina y no gobierna pero mangonea y borbonea que tú no veas que saliera tan golfo. Se dedicó a cazar elefantes en Botsuana, a sus motos y a sus salidas de palacio de incógnito. Tal vez imbuido de los principios cardinales de la monarquía española desde los godos que es procrear y expulsar demonios. Caros les salieron a los curritos de abajo sus exorcismos y éste no vino a echar demonios sino a meternos más en casa. El ejercicio de poder y sus amistades con los banqueros catalanes lo convirtieron en uno de los hombres más ricos de la tierra. Se aforó y abdicó. Nadie pudo pedirle cuentas. Con notable diferencia de los monarcas franceses, cuya virtud, de acuerdo con una vieja tradición, se centra en curar almorranas. Esto teniendo en cuenta al cristianismo rey galo le fue mucho mejor o peor que Su Majestad Católica. Unos vivieron en el palacio de Bois y otros en el alcázar madrileño aunque tampoco habría que perder de vista a los Tudor. Un pontífice español Alejandro VI, un Borja, que se lo montaba muy bien en el palacio de San Juan de Letrán, concedió a Enrique VIII el título de Defensor de la Fe y la orden de la Jarretera que llevan siempre sobre el cetro los monarcas de Inglaterra. Buckingham, la Bastilla, el palacio de Carlos V en Toledo tres dinastías cristianas que se pasaron los siglos haciéndose la guerra unos a otros. Tampoco se comprenden pero deben de ser cosas de los intereses y de la política un arma de futuro. Esta escopeta por lo visto la carga siempre el diablo. Por ende, de esta rancia rivalidad histórica Londres-Madrid- París se pueden hacer bastantes cábalas y extraer algunas conclusiones. Mientras la monarquía gala feneció en la guillotina, la mayor parte de nuestros reyes murieron en la cama o en el exilio. Ninguno subió los peldaños del cadalso. ¿Es esto un indicio de superioridad o una desventaja, Numen? Más preguntas a la esfinge
—Todo se andará. No hagas tantas preguntas a la esfinge, Remigio, que te puedes convertir en estatua de sal.
—Es una maldita costumbre mía: mirar para atrás.
—El que venga atrás que arree.
Al joven corresponsal le bastaba con saber que el ultimo sucesor de Recaredo llevaba el camino de convertirse en un nuevo Witiza asediado por el espectro de don Opas y de don Julián porque lo que juró perjuró. Oriol V por la gracia de Dios se dedicó a sus motos a sus salidas de incógnito y a la cinegética más diversa en el más amplio sentido de la palabra. Émulo de Felipe IV el que no podía parar y hasta llegó a ser galán de monjas y rondar novicias del convento de san Plácido, a su sucesor se le rindieron mujeres bellísimas como aquella murciana cuyo marido montó un circo, apetitosa y carnal, mujer muy inteligente, sandía que no salió badea de los marjales de la huerta del Segura. Tambien hubo cantantes, marquesas, duquesas, mujeres de rumbo que brillaban en los escenarios o en las tribunas de la política (se dijo que la retrechera doña Nadia Torrubia figuró en el padrón de sus adoradas) cupletistas e incluso tataranietas de Von Bismark. El rey Oriol debió de ser un canciller de hierro todo un toro bravo en la cama. Fue un monarca constitucional, eso sí, yendo con pie derecho por el carril de Fernando VI. Vayamos todos y yo el primero por la senda de la constitución. Gracias, Majestad, por traernos las libertades aunque anduviera vuesa merced con malas compañías. Tranquilo, Yordi, tranquilo. Su voz sonó por teléfono la noche de los cuchillos largos. Fue un golpe de opereta exquisitamente planeado por sus mentores de Supraba. Los súbditos del rey que rabió no sabían que acabarían siendo más pobres y menos libres en Samarcanda que dejó de ser el país en que cada uno pudiera hacer lo que le diese la gana, pensar con su cuenta y tener trabajo, un bien que escaseaba cuando abdicó la corona a favor de su primogénito. El Caganet que  en temporada de esquí iba a entrevistarse con el monarca en zapatos  se le veía en el telesilla meneando los pinrreles, cuando todos iban en traje de faena para esquí y botas ferradas,cantaba muy bien el Virolay y que cuando era alférez de la IPS franquista hacía senderismo y escalaba montañas nevadas por las cumbres Montserrat, también nos salió rana. Enjuagues, sobornos, estelionatos, pufos, gatuperios, ese meter mano en la caja en incesante metisaca, que el que mucho quita y nada pon pronto alcanza el hondón, tuvo en España muchos adeptos. Y maletines de dinero camino de Andorra y de Suiza. Todo por la patria. Visca Cataluña y España nos roba, una frase que obtuvo todas las garantías de curso legal en el rugir de la jauría. El rumor empezó a circular por Barcelona: España nos roba. ¿No será al revés? La pela es la pela. Madrid les hizo más concesiones a los catalinos –Jotapedos  les permitió a los de la Generalidad el 20 por ciento de lo recaudado por la hacienda pública, don Alex Jaguarzo un tio con bigote  y don Jovito Tineo que regentaba una cuadra de asturcones, otro cacique, mejoraron la norma a un 40 por ciento- que ningún otro gobierno de la esfera occidental hubiese permitido pero aquello resultó una verdadera cacería una verdadera corte de los milagros en pleno siglo XX. Cualquier otro estado federal con una policía propia e incluso con un ejército propio como pretendía don Moreorles, el que nunca estaba conforme, nunca se saciaba, pedía más. A los catalanes les hizo la boca un fraile. Crecido como estaba por los muñidores internacionales y los centros de poder estratégico y del dinero sionista. Remigio Bermejo, ya septuagenario y añorando sus años londinenses, mirando desconsolado como Quevedo para los muros de la patria suya, se preguntaba si el conflicto de los Balcanes y el de Ucrania no se repetiría en la Piel de Toro ¿Quo vadis, Hispania? Cataluña, ¿adonde vas?
Agapito Arévalo un abulense voluntarioso oscuro falangista pero dotado de cierta audacia y simpatía, y lleno de juventud y buenas intenciones, por más que el infierno se halle empedrado de buenos propósitos, fue el elegido en despecho de sus ignorantes detractores. Arévalo era un caballero cabal, políticamente no demasiado instruido, pero intuitivo y de un gran olfato. Nunca robó ni utilizó la función pública para forrarse. No como otros que también se decían del partido único: don Maromo Quintanar,  Severiano Mañas, los hermanos Quiegre y otros grandes epígonos del ámbito de la información, radiofonistas millonarios el Cantamañas, el Bombas, don Ramiro Enalmagrado y otros muchos más, todos gente ruin que no pensaba más que en el dinero y se hicieron millonarios con el consenso. Austero, ático, hético, pues hubo una época que se alimentaba de café y huevos fritos y ético porque nunca llevó sus dedos a la caja, simpático, guapo, les caía muy bien a las señoras, lo cual es muy importante, por su buena percha y su afable sonrisa. Le dejaron solo como a Romero Robledo y el monarca lo traicionó o mejor dicho lo traicionó. Oriol Quinto nunca se distinguió por su generosidad, tampoco por su agradecimiento, con gran disgusto de su paisano Vitorino Moraña la mejor pluma que había en España por aquellas calendas, haciendo honor a su apellido y a su origen las Morañas que decía Lope de Vega que daba el mejor trigo de España. Volteriano algo maquiavélico buen periodista y bien dotado para el bello sexo don Vitorino figuró entre sus asesores en el tardo franquismo con sus “Cartas al Príncipe” Y cuando fue coronado el tan deseado príncipe de las libertades y la democracia no le hizo caso. Don Vitorino se murió de despecho en su piso del barrio de Salamanca, echando pestes contra los dinastas, él que era tan fino y poseía aquella labia.
Muchos de los que honramos su memoria acudíamos a O´Donell 24 segundo piso, llamamos al timbre, abría la criada que nos convidaba a güisqui y nos presentaba al fantasma del insigne escritor, rehecho y elegante que al andar echaba la cabeza para atrás,  con  la displicencia, señorío y desplante de un gallo de corral, la boca grande, una lengüeta de pelo escaso como remate a su frente despejada, las gafas grandes pues le gustaban las tetonas y los lentes poderosas y la boca grande como su risa mefistofélica, que Vitorino nunca sería un bocazas sino un mecenas de las nuevas remesas de estudiantes que al periodismo llegaban.
El fantasma de don Vitorino que hablaba pausadamente y mucho recochineo lipendi como los de Arévalo debía de pensar ya estan aquí otra vez estos, llamaba a su mayordomo y exclamaba:
—Trae algo de beber y recado de escribir. Déjalos que se desahoguen, Julito.
Inmediatamente se presentaba su redactor jefe de noche, Julio Merino, aquel insigne cordobés de la patria de Lucano que tenía maneras siempre en la redacción de sargento de semana y gritaba a voz en grito:
—Venga, ¿está esa pagina?
El confeccionador acudía con el diagrama diseñado de la maqueta de la edición de mañana y una botella de Johny Walker. Entraban como una exhalación Raul del Pozo, Jesús Hermida, Cristóbal Paez, Chus Amilibia,  y aquel santanderino que nunca paraba la maquina que escribía de deportes y al que llamaban Kubala, y una nube de fotógrafos de los que el inmortal Santiso era el edecán (donde ponía el ojo de su objetivo saltaba un titular) con mirífica sonrisa de adulación “sí señor, director” y por supuesto Rosana al que seguía cabizbajo y cegatón como un borrego rezagado Jacinto Antón, especialista en criminales nazis. Déjales que se desahogue, Julito, que en el infierno descansarán. A última hora y ya a punto de cerrar la edición entraba casi habiendo perdido el abrigo y el bofe en el montacargas Julito Camarero que traía una serie de reportajes sobre la muerte de Gary Chesman en la silla eléctrica.  
Nada es lo que parece. Por desgracia vivimos en una era virtual bajo el dominio de la apariencia. Prepondera el accidente sobre la sustancia y el hecho consumado sobre la causa real. Nuestras mentes son albergue de esa ficción supositicia de mensajes subliminales en que se basa la nueva religión de la propaganda y la publicidad.
—¿No fue siempre así?
—Tal vez sí. Lo que ocurre es que con los medios de masas y la noticia instantánea la cosa parece más grave.
 —No sé yo-replicó Remigio a las explicaciones del Numen- para mí la noticia es sólo aquello que yo quiera considerar como tal. Sólo puede ocurrir lo que a mí me dé la gana que pase.
 —Es decir que para ti sólo es noticia lo que a ti te salga de los cojones, Alf. Valiente concepto el que tú tienes de tu deontología profesional. Te pasas por el forro las interminables lecciones magistrales sobre la pirámide informativa que impartía en la EP don Bartolomé Mostaza.
—Es el criterio del New York Times y toda su recua de súbditos e imitadores. Lo del objetivismo es una añagaza. The law is an ass, como arriba va dicho
Bermejo estaba hecho un brazo de mar ante semejantes tejemanejes comineros de la mentalidad política española, todos se creían el ombligo del mundo, hablaban y hablaban pero nadie escuchaba. Se estaba preparando un guirigay que pudo acabar como el rosario de la aurora. Al final, por suerte, la época de las grandes expectativas se diluyó en un período de consternación y resignación. Los españoles vivirían de las rentas y dentro de la impotente burbuja de la queja. Tener trabajo habría de ser un lujo.  Las masas universitarias acabarían en el paro, otros, funcionarios, descornándose a empollar para sacar  una oposición, o, redundantes condenados a comer el pan amargo de las cesantías, los jóvenes se verían en la necesidad de coger la maleta e irse a Alemania como hicieron sus abuelos. Vendría después la generación nini y la cultura del botellón. El único empleo redituable era la política, herencia de la picaresca, pues a la mayor parte de nuestros tribunos no les guía un afán redentorista de los males patrios o fines altruistas sino que suben al estrado por la pela. Había tortas porque era un coto cerrado por el cual solo podían  cazar los mismos. España fue el coto cerrado de las eminencias grises del tardo franquismo. En la nómina se encabezaba Don Alex Jaguarzo por otro nombre  Bigotitos y su señora doña Caneca, amiga del alma  de doña  Nadia Torrubia alias la Castiza. A esta la llamaban la hija del ganadero, que consideraba al país una finca de su propiedad. Para ella la democracia era un baño de publicidad. Cuando era ministra de la cosa encargaba a su jefe de prensa le preparase un dossier contabilizando el minutaje de sus comparecencias televisivos y que le insertasen en el boletín todos los recortes de prensa alusivos a ella. Debía de creer doña Expectativa que el parlamento una tienta. La apodaban la retrechera la que mandaba a los periodistas a tomar por culo. Con una sonrisa entre tímida y prepotente como perdonando a todo quisque la vida estaba claro que la ínclita toreaba de salón. El personal impostaba la voz y se comportaba de una forma poco genuina. El pensamiento único en desbandada trajo consigo la mimesis, la imitación. Señores y señoras dedicadas a la cosa pública que parecían cortados por un mismo patrón. Parecían el resultado de una fecundación en vidrio o el producto de una clonación. Todo al estilo de los Estados Unidos. 
Por último y en el partido de enfrente don Armando Grescas alias Kriege  arco toral del sistema que trajo al mundo don Severiano Mañas, todos los de la escuela sevillana, que estaban en la Ejecutiva, se expresaban con los mismos giros retóricos. Para rematar acabamos en el desastre  del Cejas Circunflejas o don Maudillo Jotapedós que por poco nos lleva al barranco del lobo de la suspensión de pagos. Fue el que entregó los tratos de matar a don Tancredo dos elecciones derrotado pero yo sigo en el lenguaje político de un español no existe la palabra dimisión. Yo sigo  El colofón o la retahíla o la rechifla del periodo que se iniciaba aquella gris y voluptuosa mañana del otoño londinenses de 73 y del que fue testigo de cargo serían los brocárdicos del librero sevillano que mostraba un interés desmesurado por los atrabiliarios versos de Antonio Machado:
—A España no la va a conocer ni la madre que la parió.
Todos los procónsules de la Bética no eran ni obreros ni campesinos sino hijos de militares: los Quiegre se criaron en una colonia de suboficiales siendo su padre maestro armero. Don Casto Reventadero, de un brigada de infantería. Don Severiano Mañas, de un alojero montañés que en Sevilla puso una vaquería. Todos ellos tenían mucha labia y ganas de enriquecerse por más que en su empeño hubieran de pisar los cadáveres de los históricos del socialismo de Pablo Iglesias
Si no hubo tiros fue porque Dios no lo quiso o porque asistíamos al crepúsculo de las ideologías y con tal de tener la nevera llena y el 600 a la puerta con gasolina para las excursiones al Valle los Caídos, había que dejar de pensar y vivir aunque dentro de la cultura de la queja pero se impuso el lema de hay que ir tirando.
Apasionado de la historia de los pueblos y de la literatura, Remigio era de los que pensaba profundo y en alta voz haciendo suya la máxima de los puritanos de Milton “think highly and live thriftly” . Actitud proteica le ocasionó no poso berrinches Verdaderamente estaba angustiado. Acababa de obtener un puesto de prestigio muy goloso entre los que acababan la carrera de periodismo y eso le creaba un cierto grado de angustia y de miedo. Sería bueno haber nacido inglés, tener un empleo menos preocupante y residir en un adosado con un bohío rustico en Cornualles para ir algún fin de semana y dejarse de preocupaciones, empaparse de la magnifica televisión pionera de la BBC cuando el gran David Frost era un oráculo y los programas cómicos y un tanto blasfemos de Alf Garnett ( este diciembre navidades suprimidas… y  eso? Pues sencillamente la Virgen María toma la píldora) hacían reír a todos los habitantes de las Islas que se atiborraban de elegantes seriales, muy bien hechos y sin “overdoing” todo lo contrario de Cuéntame, una mala imitación de “Coronation Street” y de soap opera. Soñaba algunas veces en las pomaradas de Kent, escuchar el grito de las ocas del corral de Cromwell viajar hacia el Oeste a la Compostela inglesa del Lands End donde los padres peregrinos se embarcaron para el nuevo mundo a bordo del Mayflower. Soñaba despierto. Como siempre. La libertad era un juego, la política una futilidad y la literatura una futilidad pero había que arrojar demonios fuera. Un exorcismo contra viento y marea pero por favor no llaméis ni a la veedora de Prado Nuevo ni al exorcista de Alcalá. El uno está haciendo la tesis en Roma y la vidente en los infiernos.
Iba a cumplir los treinta, su pecho era estrecho y las espaldas cargadas anchas caderas malos dientes pero una salud de hierro sin ser enteriza. Tenía buen apetito y a todas horas ganas de fumar. Sus ilusiones y esperanza los garabateaba en cuadernos escolares “jotters” y toda clase de prontuarios. Manías suyas vivía rodeado de papeles algún día sería un escritor famoso, obtendría el premio Nadal luego el Nobel; al cucarro que fue lo consagrarían obispo para recordar la mañana de su clerical tonsura. Dejaba caer el lápiz con anotaciones al desgaire sobre  mil hojas volanderas. Tenía grandes tragaderas buena sensibilidad y registros muy complicados para percibir el mundo que le rodeaba para luego huir de él. Se cegaron algunos caminos, fueron abiertos otros ante él un amor perdido y un pendiente divorcio. Tales contradicciones y mermas las mitigaba un hecho glorioso: haber sido designado corresponsal en Londres.
Le dio a la manivela de la puerta del conductor que no era automática entonces, bajó la ventanilla lateral. Los pulmones se le llenaron del perfume de la campiña inglesa. Su olfato quedó impregnado del aliento primaveral de los vientos ábregos. Ancha es Castilla y hermosa la rubia Albión con los siete condados que conforman la faja prestigiosa que rodean el perímetro londinense, ciudad inmensa. Aquella carretera moría en Cornualles con sus castañares en un paisaje llano y escueto que desembocaba en los blancos acantilados de Dover. El verano acababa de morir. Aceleró. La aguja del cuenta kilómetros marcaba 140 km  hora. Rugía la carcasa, brincaba aquejado de un parkinson metálico toda la arboladura del minicooper 850, date prisa.  Hurry up.  Tienes que estar en la sala Vip antes de las once.
Linda Barnes era madre de tres hijos de diferentes padres y ahora llevaba el suyo porque el resultado de aquellas efusiones veraniegas y retozos en la hura de Roland Gardens no se hizo esperar. El hijo no es mío. Alf, es tuyo y bien tuyo, no me jorobes. Como le resultaba muy difícil a aquella simpática inglesa decir su nombre de pila cargado de erres le llamaba Alf un nombre muchos más fácil y santas pascuas. Linda era una cockney de buen corazón. Alf,  ¿me prestas cinco libras,  el sábado te las devuelvo? Tengo que comprarle a Brian unos pantalones. Siempre se las daba. Por pascua le regaló una de sus primeras pagas casi enterita y desde entonces era muy amigo de los hijos de su amiga que empezaron a llamarle “dad”. Aquella moza le daba suerte. Frecuentaba su piso al otro lado del río en Kenington un barrio lleno de jamaicanos. A Linda no le gustaban los negros. ¿Por qué no te vienes a casa? No lo permitiría tu patrona esa viuda que se pasa los días asomada a la ventana de la planta noble del edificio acompañada de su gato de Ancora vestida de bata de cola y cargada de whiskey o de gin and tonic. Creo que lo sabes la ginebra con agua de quinina es la fórmula secreta de la longevidad, medicina de inglesas carcamales. Siguen el ejemplo de la Reina Madre. They go on for ever. Nunca se les acaba el gas. Linda tenía un cuerpo de diosa. Una sonrisa picarona y una melena platino. Cuando se desnudaba recordaba a las esculturas grecorromanas que adornan los jardines del Louvre o era el vivo retrato de Baodicea guiando un carro tirado por leones que surcaba el gario de la fortuna en ristre y portando a mano izquierda el broquel de la castidad y avanzando por el medio del océano. ¡Oh Britannia rule the waves! Era una mujer que lo había rescatado de su naufragio sentimental infundiéndole nuevas ganas de vivir de reír de luchar de escribir. En sus visitas hallaba la ternura que nunca había encontrado entre los suyos. La conoció en un bailongo del Soho, flechazo a primera vista. Your place, my place . Recién llegado para hacerse cargo de la corresponsalía que abandonaba Manolo Adrio que quería volverse a España para cuidar de su padre enfermo de parkinson y escribir de tenis en el ABC, había alquilado una chambra al rabino Herr Weil en Winston Place justo detrás de Marble Arch. Cuando subía a pagarle la renta del mes aquel piadoso judío le hacía lavarse las manos varias veces antes de entrar a su despacho. Creyó al principio que era un pagano (goim) pero cuando Bermejo empezó a hablarle de sus ancestros de Medina del Campo la cosa cambió. Ya no le traía tantas veces la palangana de los pediluvios y las abluciones caseras y casi lo miraba como un elegido. Empezó a sentir afecto por aquel pequeño señor que enseñaba debajo del chaleco arropándole los cuadriles una faja de oración orlada que sonreía dulcemente y se jactaba de haber sobrevivido a los horrores de Auschwitz. Un pedazo de pan, el hombre más tolerante del mundo. En lo único que no era tolerante era con el dinero. Con esas cosas no se juega. Cada poco subía los precios y no perdonaba a los inquilinos un penique.
Había embotellamientos en la Talgarth Road. Acaban de cantar los mirlos y doquiera estallaban besos y abrazos de despedida… see you, love… ta… ta. Humeba la cafetera. Silbaba el calentador de agua. Londres se despertaba. Millones de personas estarán haciendo lo mismo. Era la “rush hour” y yo estoy aquí bloqueado en medio de un embotellamiento. Mi mente también anda un poco bloqueada. Dicen que el embajador trae a todo un gabinete de prensa y habrá cambios pues es eficaz como el solo. Es un huracán. Entró en el ministerio de Información y Turismo como un elefante en una cacharrería. La calle es mía, pachasco. La falta de sosiego matritense contrastaba con aquel reposo rebozado en puré de guisante y flema londinense. Estos tíos no se asustan por nada. Son duros como demonios. Por eso tuvieron un imperio. Las madres echaban el primer cigarrillo mañanero que es que mejor sabe mientras los maridos, camino del “tubo”, abandonaban el hogar para acudir a la oficina con su paraguas su cartera y un ejemplar del Times bajo el brazo, el aire impávido de “conmuteres!. A su vera circulaban camiones chatos los típicos juggernauts articulados  de morro encajado y muchas toneladas guiados por estibadores y mozos de cuerda y sin teleras. Al volante de estos mastodontes iban mocetones rubios de mejillas coloradas que recordaban por sus rostros exóticos los dibujos de Hogarth. Cien años de revolución industrial habían dejado una huella indeleble tanto en la fisonomía como la moral o la actitud ante la vida. Los ingleses son la gente más fea del mundo –decía su suegro Graham Cox- y para demostrárselo le llevaba al mercadillo de Romford que se celebraba los sábados en la mañana. Por allí pululaban tipos originales y rostros inolvidables que denotaban la peculiaridad de la raza sajona. Mister Cox el padre de Nora trabajaba en una oficina de la city para una empresa dedicada a la importación de madera sueca la teca o teak con que se hacían muebles. Era un señor muy discreto, de su trabajo no hablaba nunca. De esas serrerías escandinava fue representante tambien en Estocolmo el escritor Graham Green. Mr Cox su suegro y el famoso escritor tenían un elegante parecido. Si la obra literaria del autor de “England made me” no le convenció del todo aunque siempre admiró su capacidad de trabajo a redropelo de la inspiración (dos mil palabras al día) la bondad de su suegro quien le perdonó haber cancelado su compromiso matrimonial con Rosalyn en el último momento por presiones familiares a Remigio que trataré de desmenuzar aquí, mas sin entender el absurdo y cruel comportamiento del español, le maravilló.
Inglaterra era un país serio y como Dios manda. En el suyo prevalecía la picaresca y la chapuza. Con todo y eso, no había renunciado al patriotismo. España era para Bermejo la nación perfecta y un buen lugar para vivir. No era un misoneístas, creía en el progreso desde el amor a la religión católica desde un marco crítico y sin cortapisa para la libertad como valor supremo. Y tan abstraído guiaba el auto en estas consideraciones que por poco se choca contra un bolardo de la autovía. Desde la carlinga de un camión lechero asomó la gaita un forzudo y melenudo chofer rubiales y con las patillas de boca de echa. Escupió un insulto. “You mother fucker” invectiva a la que contestó el corresponsal haciendo la peineta seguido de una retahíla de interjecciones del mismo rigor pronunciado con buen acento y manejando un repertorio copioso y barriobajero abundante en el idioma del Cisne de Avon. Él nunca se achantaba y por tanto hizo un alarde de la lexicografía de choque al uso con riesgo de su pelleja porque el camionero preso de cólera daba muestras de acelerar su armatoste y engullir al mini entre sus ruedas. Dio un volantazo pisó gas y escapó. Aquel incidente en la autopista  lo tendría siempre como un mal presagio. Siempre se salvaba por los pelos. Se había columpiado sobre el filo de la navaja. Notó sobre sus carnes el miedo al abismo pero al fin había un poder invisible que le sacaba del atolladero y de los líos en que se metía. Tal hecho representaba una constante en su palmarés. Fuck off. Tanto se había identificado con la lengua inglesa que a veces algunos amigos le preguntaban si era irlandés. También pasaba por judío. Había en su habla esa gangosidad precisión y paladeo de palabras que es común a los hebreos de Golders Green. Bermejo no era del pueblo elegido aunque seguramente que en pasado castellano habría algún hijo de Israel al que quemaron en la aljama de Burgos en 1348 cuando los disturbios en aquella ciudad el año de la gran peste. Sus tatarabuelos tomaron las de Villadiego y se fueron a Peñafiel en los campos ródenos de las arribes del Duero. Tampoco parecía el clásico fenotipo español, detestaba el flamenco, no era moreno y con la sorpresa de alguna moza en algunas noches de concupiscencia al pasarle la mano por la tetilla descubría su carencia de vello escapular. No era un pecho lobo. Toda una decepción para aquellas amantes de quita y pon que miraban a España con ideas preconcebidas del “typical Spanish” y la semanita de juerga en la Costa del Sol. Él provenía de la mezcla de sangre del mestizaje, hijo de muchas leches y salpicón de razas al de por junto, ni el mismo en sus contradicciones sabía lo que era, adonde iba o de qué guindo se había caído.
Cercano el gran aeródromo internacional, los aviones pasaban en vuelo casi rasante sobre su cabalgadura de hierro. El mini tiraba millas empeñado en esquivar la furia del viento y el rebufo de los aviones que acometían la aproximación a la llanura de Onslow espantando a las golondrinas con el ruido de sus motores. Abierta la caja de los truenos, se lanzaban salvas de honor al nuevo embajador de España arribando a la corte de san Jaimito. Don Rodrigo era la furia del futuro el tambor de las libertades. Ran rataplan. A mí Sabino que me los como. Allá voy traigo en mis maletas las claves del cambio y del consenso. El General ya no iba a cazar como solía. Se había pegado un tiro en un dedo y comparecía en las fotos oficiales con la mano vendada rielándole mucho el pulso a causa del parkinson. Barruntaban el cambio. Subían y bajaban los correveidiles pululando. Al gobierno le crecían los enanos.
Alfonso Barra vivía en un adosado en el barrio de Onslow. La casa olía a queroseno pero aquel tufo de incendiara gasolina no impedía las reuniones de los corresponsales.  Wendy, la mujer del eximio periodista el decano de todos muy hospitalaria y muy estricta en la educación de sus tres chavales y que había sido azafata de la British Airways les servía té con pasta y una tarta por su cumpleaños. Aquel hogar en el que se suspiraba por el regreso de la monarquía era el mentidero oficial la casa de acogida a un estamento que gozaba de gran prestigio entre la clase periodística: Augusto Assía, Julio Camba, Pérez de Ayala, Cifuentes y demás. Allí se rifaba el paraguas rojo de Azorín, se hacían cábalas porque la generosidad de Alfonso y su bella esposa ofertaba un buen mentidero. Las reuniones, pudiendo concluir en tenidas, habida cuenta del ambiente de conspiración, resultaban vocingleras y acogedoras. El espíritu del 12 de febrero trajo un nuevo gobierno y en el “reshuffle”   salió elegido don Fernando Piedras Blancas digase Arias Navarro prestigioso abogado que había sido juez en Andalucía. Raúl del Pozo, escritor de garra y que acabaría escribiendo columnas antológicas en El Mundo hizo este comentario en la linea comunista:
-Ostias ha salido el carnicero de Málaga.
Para Pepe Meléndez el delegado de EFE, un sevillano con mucha gracia y un cronista taurino al estilo de Diaz Cañabate una pluma galana y un gran periodista que firmaba como Pepe Hillo se limitó:
-Tenemos la mantequilla Arias que no es precisamente la del Primer Tango en Paris.
La película que había sido prohibida por la censura en España. Desde Madrid se flotaban aviones enteros a Londres o al sur de Francia para ver el filme en que Marlon Brando como compañero de una jovencita algo morenuca, y unas esplendorosas piernas lo bordaba. Muchos salían decepcionados porque al fin y al cabo lo de la mantequilla no era para  tanto.
Todo se quedaron un poco acojonados pero seguían esperando el advenimiento del nuevo Mesías El Deseado. Moisés Lozano se presentaba en las reuniones en su calidad de representante del órgano dinasta “Cetro y Corona” luciendo su hermosa calva y ojos penetrantes detrás de una montura negra de concha en los que brillaba la chispa de la inteligencia y la ironía. Embutido en su gabardina de Marcs & Spencer y su porte distinguido de militar (venía de una familia castrense de alto rango  que se distinguió en la campaña de Marruecos) Lozano perfilaba crónicas magistrales en el organo monárquico ironizaba sobre su señorito Juan Tómbolo que le tenía como chico de los recados y se presentaba cualquier fin de semana a hacer turismo por Londres. Una vez le pidieron un diafragma anticonceptivo desde Madrid y el paquete no llegó a su destino. Pepe Meléndez, Pepe Hillo, con su gracejo andaluz comentó:
-No te preocupes, Fonsito, a lo mejor se lo ha puesto la mujer del de Correos.
Meléndez era toda una institución en la pequeña redacción  de su agencia en Bouverie Street, una bocacalle de Fleet Street, rodeada de tabernas en una famosa la del Cedar en Cheese decían que habían enterrado de pie y mirando para Jerusalén al doctor Johnson, y declaraba con su peculiar dicción algo tartaja para el que lo quisiese oír que él hacía el amor todos los días.
-¿Y si un día fallas?
-Al día siguiente echo dos
CONSENSOS, ASENSOS Y PROFECÍAS
Heathrow Airport era como el empalme de Venta de Baños pero a lo bestia. Sin estufas y sin puertas carreteras, ni puertas de cuarterón, sólo puertas automáticas que se abrían y cerraban mediante dispositivos de detección, lleno de circuitos cerrados de los edificios inteligentes, aislados de la atmósfera exterior, el aeródromo con mayor densidad de tráfico del planeta era algo más que un punto de encuentro bisectriz y secante de muchas trayectorias vitales (somos muchos millones en el mundo), nos hemos convertido en un número. Él vivía obsesionado por la bomba atómica de la demografía. Este sentimiento se experimenta donde más en un aeropuerto internacional como el de Londres máximo exponente del anonimato global que devora lágrimas y sonrisas. Sobre grandes paneles negros se barajaban fichas con la indicación de los vuelos. Los cuales, al moverse, alzaban un estallido agradable como el cortar de una baraja. Tú das, tú vienes, tu vas. Que te vaya bonito, goodbye to all that.  Se anunciaba la llegada de los cerebros electrónicos. Con la inteligencia artificial no habría vuelta de hoja. Un dedo invisible accionaba la palanca de los tableros-índice en movimiento incesante. Heathrow era el templo de las lágrimas y de las sonrisas de encuentros y despedidas. Lleno de sordo bullicio del ajetreo de maletas ¡qué lejos estaba la humanidad del templo de Volutia! Durante cuatro años frecuentó aquel lugar pues tenía una moza en Oviedo Adosinda. Y la cortejaba en plan aeronauta cada fin de semana a golpe de jet y de conferencias telefónicas porque no se había inventado el teléfono celular.
—Conferencia con Bozón. Aquí Londres.
—A ver.
—¿Está Adosinda?
—Marchó.
 —Vaya  por Dios.
Así salió la cosa. Amor por correspondencia o a través del cable axial instalado en la profundidad del álveo atlántico abstenerse. Porque para torear y casarse preciso es arrimarse y el que lejos de su lugar quiere casar o va engañado o va a engañado. El refranero era muy preciso para esas situaciones. Bozón la cuenca minera. La telefonista escuchaba aquel absurdo pegar la pava a cientos de millas de distancia y claro luego Adosinda y su corresponsal cuyas crónicas aparecían en el diario de la provincia se convirtieron en la comidilla general pueblo chico infierno grande. El cura que tambien andaba tras la moza estaba al tanto. No hay quien pueda con ellos. El Vaticano esparce sus redes de espionaje dicen que las mejores del mundo conocido y los clérigos se enteran de todo y no sólo a golpe de confesionario.
 ¿Qué fue de ella? Le dijeron que había muerto de un cáncer de pecho, fue uno de sus amores en la universidad. Era una muchacha elegante. Venía a clase con trajes de corte y guantes de cabritilla. Parecía una modelo. La llevó a bailar un par de veces al rancho criollo en el 600. Hablaba poco desde su introversión y su belleza de la cuenca minera. Dado su semblante, podría pasar por la pasiega en traje regional que anunciaba Anís de la Asturiana y aquella canción que ponían en el descanso de los partidos de fútbol de primera regional: “Ay, mamá Juana, yo no me siento feliz sin una copita de anís de la asturiana”. A Remigio, perdido como andaba en estas cosas del amor, le recordaba a Dulcinea del Toboso una situación en que uno amaba por dos caballero de la triste figura un desastre absoluto. Aquella relación no tenía ni pies ni cabeza. El sagaz reportero no sabía que se había enamorado de una desconocida. Adosinda con su nombre de reina únicamente podía existir dentro de los predios de su imaginación. Heathrow le recordaba aquel amor absurdo que intentó sostener a golpes de reactor. Uno y otro se autodestruyeron mutuamente. Recordarlo le producía una cierta quemazón interior en el que se confundían la rabia el arrepentimiento y el sonoro que dio en aquella noche toledana o mas bien ovetense cabe los arces y robles del parque San Francisco testigos de sus lágrimas en la noche más triste de su vida. ¡Maldito Erifos! Se veía en la sala de espera aguardando el embarque en la puerta de Iberia leyendo novelas de Chejov de Clarín y de Graham Green. En uno de aquellos viajes de fin de semana se leyó “Travels with my aunt”. Aquella novela fue un libro funesto. Adosinda de buenas a primeras rompió el compromiso matrimonial. Todo acabó como el rosario que bien lo anunciaba aquel libro “Viajes con mi tía” Por lo visto se lo pensó bien Adosinda y comprobó que no era Remigio su partido. Un cura amigo había avisado a  la chica que se había casado por la iglesia y aunque el matrimonio hubiese sido anulado por la Rota aquello pesaba como un estigma. No hubo boda. Mejor así pero el desaire le dolió intensamente y recordaría durante toda la su vida  aquella noche de septiembre de 1974 en el parque de San Francisco un locus amoenus de sus ensueños literarios. Por sus sendas que condicen al ábside del primer convento franciscano fundado por el Pobrecito de Asís había paseado Ripamilán el chantre de la Regenta y lo frecuentaba algunas tardes Polifemo aquel militar erguido y tieso siempre acompañado por su mastín el King.  A partir de entonces no volvió a tocar ningún libro de Graham Green. Su escritura estaba gafada por una fuerza oscura el espiritu de las tinieblas. Clarín y Palacio Valdés le habían metido muchos pájaros en la cabeza con su proyección romántica de la existencia. Regresó maltrecho y con el corazón apuñalado a su hura de Londres a su esconce bajaba, al escodadero, la guarida de los renos donde se pegan golpes con la cornamenta, se lamen las heridas y mudan la cuerna. Historias de cuernos. Muy aptas para cornudos son tales residencias. Asimismo su concepto sobre los curas y la iglesia romana sin detrimento de su profunda fe se hizo más suspicaz, nada es lo que parece. Por dentro sin embargo iban las heridas. Adosinda  y su cura hicieron la del escudero de Guadalajara de lo que te dije esta noche a la mañana no hay nada. Esta es toda la cera que arde en el cirio Convirtió a todo esto su hura londinense en un picadero. De alguna manera tenía que vengarse de aquellos estropicios sentimentales. Nada de romanticismos y poemas juglarescos.  Las mujeres carne y agua, un entramado de desagües y de cañerías. A veces el imbornal se atora y esta congestión se transforma en la raíz de muchos males. Venus naciendo de la espuma trajo la vida y la muerte al mundo. Rose se encastilló en su mansión Tudor de Hornchurch. Adelita Valdepielagos sólo quería casarse y antes de probar el tarro de miel había que pasar por la vicaría, Adosinda  tampoco sabía lo que quería, deshojaba la margarita con aquel párroco de las montañas. Sólo encontró el amor real en Doris transfigurada en una nueva diana cazadora. La carne el sexo y el vino.
En los grandes aeropuertos nos vigila el gran hermano y eso que todavía no se había puesto de moda en GB la instalación de cámaras. Tiempo adelante el espionaje electrónico se apoderaría de las calles las plazas las oficinas los hospitales y los templos como antídoto contra el terrorismo. El hombre moderno es un ser transparente para las autoridades. Entretanto la gente iba y venía. En los setenta dieron comienzo las grandes migraciones. Acudían a las islas oleadas de personas de todos los continentes. La rubia Albión empezaba a dejar de ser aria. A él le traía al pairo aquel mestizaje que aterrorizaba a algunos plumas de Flete Street sobre todo a los directores del Daily Express, cuyo icono de identificación era un caballero templario armado de pavés en el que exhibía una cruz blanca. El amarillismo sensacionalista esparcía la angustia de vivir con la preocupación de ser arrollado dando origen a la xenofobia que por otra parte estaba prohibida por la ley. Esa angustia que lejos de preocupar a las clases dirigentes que vivían encastillados en su burbuja antes bien los consideraba en su poder por aquello de que el miedo guarda la viña, era el agobio de las clases populares. Caminamos hacia la aldea global. Inglaterra desde los vikingos y desde los normandos nunca había sido invadida. Los isleños contuvieron a los españoles de la Invencible, William Pîtt contuvo a Napoleón y los alemanes salieron escaldadas en su lucha por el aire con los pilotos de la RAF.
Al margen de tales consideraciones lo importante es que aquella mañana llegaba el embajador un hecho que cambiaría su vida y él no acertaba en su nerviosismo y confusión a dar con la puerta de embarque en aquel inmenso aeródromo. Andaba un poco perdido como siempre pero rezó un padrenuestro a san Antonio y al instante dio con la sala. Allí le aguardaba toda la tribu. Los corresponsales hacían fila o corrillos con los agregados de embajada algunos miembros del FO y un buen grupo de azafatas y de secretarias. Al verlo llegar Dulcidio Tarna lanzó un vítor con su voz de sochantre de la catedral de Cuenca porque aunque se las daba de comunista no acababa de desasirse de su pelo de la dehesa y sus ocho años de seminario y él le ganaba en dos hasta segundo de Teología órdenes menores un cucarro para que nos entendamos. Todo un acontecimiento social la mayor parte de los políticos los abogados y los profesores y maestros la intelectualidad en suma había cursado estudios eclesiásticos durante la Oprobiosa:
 —Hombre, ya está aquí el que faltaba… qué, ¿se te pegaron las sabanas, Remigio… a saber dónde te metiste la noche pasada
—Me perdí, no encontraba el camino. Esto es inmenso.
Con su porte, mitad  actor de cine mitad gañán, Dulcidio era un representante de la España real un personaje que había aterrizado en la capital británica desde las páginas de alguna novela picaresca. Su prosa era radiante y se movía bien en las alturas de los clásicos y entre  los albañales de la briba, conocía el lenguaje de la cárcel y la gacería de los manguis y los troneros. Pese a su fama de anarco comunista sabría bailarles el agua a los políticos, les caía bien a las marquesas e incluso circuló por Madrid el bulo de que se había acostado con la gran duquesa. Amigo de actores y de actrices, se parecía en lo físico a Paco Rabal. Era el reportero más brillante del vespertino Vértice, la mano derecha de Victorino Morañas que lo envió primero a Moscú donde debió de tener líos con el KGB a causa de su adhesión a Santiago Carrillo. Sus ojos eran socarrones, su sonrisa mórbida y se le reputaba como la mejor pluma de Madrid el ojito derecho de Morañas y el sucesor de Cela. Mucha conjunción adversativa. Interminables batallas y controversias. El que venía, sin embargo, don Gaspar Montesinos era un fin de raza el último de una estirpe un estadista con sustancia. Los que vendrían detrás todos chicos listos guapos cuidadores de la imagen y la línea pero cantaros sin agua. Arrollarían las rubias de bote y los líderes de la ejecutiva y todos muy encantados de haberse conocido. Otro mundo diferente aguardaba bajo el toque de las apariencias y sin sustancia. Los aires globales nos volverían a todos más desconfiados. Muy bien informados pero perfectamente desinformados a expensas de los lavados de cerebro y la frenética actividad de la propaganda. La literatura española se reduciría a García Lorca y un poco de Cervantes al que ya nadie leía y la pintura sólo se llamaba Pablo Picasso. Los vencedores de la guerra civil serían los malos y los vencidos los buenos. Mudaban las formas, cambiaban las tornas. Gaspar Montesinos quería convertirse en un premier a la inglesa entregado a su sueño de restablecer el turno de partidos Canovas Sagasta que tuvo para el país connotaciones trágicas. Había que volver al escondedero y encovarse y no decir ni mu porque el rodillo acabaría aplastando la cresta del gallo. Estaban tocando a misa mayor en la gran catedral de la confusión y el nuevo orden se denominaba Consenso. Dulcidio Tarna añorando sus tiempos de Moscú y de Lisboa en Londres el gran donjuán el periodista con fama de play mozo no se comía una rosca. Decía que aquello era un campo de concentración. Pero allá por los sesentas una vez que se lo encontró en el Café Cojón de los Cojenes lo encontró transformado en un buen chico de derechas con loas al Zigotitos y su esposa doña Caneca. Era un especialista en panegíricos. Citaba a Shakespeare y lamentaba su merma de no poder escribir en inglés. ¿A qué se debía tal viraje? … Inconsistencias de la vida española. Asi que Londres un campo de concentración pues ahora sí que estamos buenos. Vayamos todos y yo el primero por la senda de la constitución que dijo Fernando VII. Compartía, sin embargo, Bermejo con su colega y, sin embargo, amigo la retranca seminarista y ese afán por la elegancia que siempre distinguió al gran reportero de “Vértice” pues en él todo era vertical desde el sindicato a las chavalas, no debía de entender la línea curva. Lo suyo eran las grandes rectas.
Fumaron juntos el segundo pitllo negro de la mañana que es el que sabe mal. Los colegas habían puesto a uno el mote de “mariscal” al representante de “Fasces y cumbres nevadas” y al otro “Carrozas”. El avión de Iberia venía con retraso. Niebla sobre el Támesis o acaso de la demora tuvieran la culpa las meigas los elfos la ondina y culebras que rondan los ríos revueltos de la política. Pero al fin se presentó el deseado con un aire de prisas la frente despejada y el pelo corto a lo militar una insinuación de barriga la mirada noble y aires de mando. Andaba con un ligero balanceo insinuantes de una incipiente artrosis que acabaría en  paso de bamboleo de bergantín con mar rizada de sus tiempos finales. El embajador orzaba al caminar con el movimiento pendular de un galeón español. Pobre don Gaspar Montesinos el fundador de aquel partido de derechas que acabaría en guirigay. Él fue el apóstol del consenso y el asenso rodeado de una cohorte de pijoflautas y asesores. lo tuvo claro.
—A trabajar, vengo a trabajar- dijo con su voz de comandante
—Os va a poner a todos firmes – dijo el Agregado naval, un general de derechas, volcando la mirada sobre los periodistas que asistieron contritos y afanosos a la primera rueda de prensa.
Se escucha el rasguño de los bolis y el rodar de las cintas de las grabadoras de bolsillas repitiendo una única consigna vengo a trabajar. Vengo a trabajar. Todos firmes… ar. Les estaba poniendo firmes a unos y a otros a los chicos de la prensa al cónsul a los agregados laborales y militares, a las secretarias mini falderas que iban y venían con un aire de expectación en el semblante y a los topos del M15 que rondaban por allí embutidos en sus gabardinas y sonotones. Hacía en la sala demasiado calor
Winston place estaba en un bajo de la vivienda estilo rey Jorge del que era propietario Herr Weil (con qué unción y acento alemán pronunciaba aquel hombre la palabra “property” y “premises” que tienen un aura sagrada en el idioma inglés) el casero le sacaba los ojos con una renta altísima más de medio sueldo. Su rapacidad  carecía de mesura pero cuanto lucraba mediante el ahorro y la usura no lo quería para sí. Mandaba todo lo que ganaba a Jerusalén pues vivía en la austeridad en el piso de arriba. Aquel superviviente de los campos suscitaba en él sentimientos encontrados. Al principio le pareció no más que un ser repugnante, un usurero, pero acabaría encariñándose con mister Weil casero típico londinense que brujuleaba entre la mística, la observancia de las leyes Kosher, las visitas a la sinagoga y la guarda de los 666 mandamientos y la constante lectura del Talmud que debía de saberse de memoria. Mitad hombre de negocios y mitad místico. En su rostro se reflejaba la correosidad y el afán de supervivencia de una raza tan odiada y perseguida que acabara dominando el mundo. Tolerante y fanático. Inamovible en sus principios pero lleno de dulzura. Casualmente, el joven reportero reparó en un hecho misterioso y es que en sus andanzas por el mundo siempre encontraba cobijo bajo un techo judío. En Nueva York también se encontraba, al llegar, perdido, y dio con un casero hebreo de origen ruso que le proporcionó habitáculo. De fianza le entregó las diez mil pesetas que llevaba en el bolsillo. Lo engañaron pero no tenía otra alternativa. Aquellos hombres del kaftán que vestían a lo talar igual que en la edad media fueron su sino ejerciendo de samaritanos. Conocían los resortes de la economía y estaban en el secreto de la historia acumulando las ganancias inmobiliarias. La clave estaba en el control del “real state” y la palabra “property”, un sustantivo que a su huésped propietario se le iluminaba el rostro Había que comenzar a despachar las crónicas al día siguiente de su predecesor Manolo Adrio que se iba a jugar al tenis a Madrid, escribir en ABC y cuidar de su padre con Alzheimer. Para él el trabajo fue lo primero y procuró instalarse con rapidez. En aquella pocilga donde se las apañó venciendo la resistencia del huésped a instalar un teles – Weil sospechaba que su inquilino era un espía de Franco- estuvo hasta las navidades del 72, le ocurrieron algunas aventuras y llamó varias veces a su ex ofreciéndole la casa y el trabajo tengo un empleo podremos empezar una nueva vida ya no somos pobres pero sus intentos fallidos se medio desesperó e hizo lo que nunca debía hacer atiborrarse de pintas de cerveza en las tabernas de Picadilly. Compró en Portobello una mesa de segunda mano y allí colocó una estampa de san Antonio su protector un diccionario Sopeña el reloj la grapadora, la Olivetti. El gran invento de los ingenieros italianos, su compañera de fatigas por esos mundos y su cachimba a la que se agarraba con bocanadas de humo que conjuraban los malos espíritus y atraían la inspiración. Devoto de aquel franciscano de Padua al que los cromos pintaban siempre joven y barbilampiño, el cual nunca le había negado  y le sacaba de sus extravíos perdidizos haciéndole volver por la gracia de Dios al buen camino, pensaba que aquella estampa con el Niño Jesús en brazos será la mejor contraseña para pasar el rubicón periodístico que acababa de acometer casi a bragas enjutas aunque quien no se arriesga no pasa la mar. La máquina de escribir constituía un tótem. Como instrumento de perfección u de sufrimiento al tener que enfrentarse cada día con aquel panel de las 24 redondas blancas. “Nulla linea sine linea” la escritura formaba parte de su sino. Fuerza terrible. Impulso irrefrenable. El archivo de sus escritos se fue pareciendo al nido de la urraca porque todo lo guardaba sin que después acertara a encontrarlo. La cosa empezó en Winston Place para seguir ganando proporción en su hura de Brunete. Montañas de papel, apuntes, textos literarios, guiones de proyectos abandonados novelas y poemas hojas taladradas y luego amontonabas en gruesos archivadores de arillas y portafolios. Recortes de periódicos con sus entrevistas y reportajes. Prontuarios y manuscritos derramados a lo largo de aquella caligrafía nerviosa y contráctil que únicamente Remigio sería capaz de entender. Nunca ganó un duro con la escritura pero aquel alijo inédito en buena parte sería el legado que dejaba a la posterioridad como testimonio de su paso por la tierra. Confieso que he vivido. Eran testimonio fehaciente de su comezón literario. Ese afán de búsqueda. El estallido ruidoso de su “Pluma 22” aquel artilugio mágico que instaló como una diosa sobre la mesa de segunda mano adquirirá en el mercadillo sería música a sus oídos. Mediante el mismo ametrallaba sus ideas. Disparaba a todo lo que se mueve. Tú eres un tío muy peligroso detrás del tablero de una mecanográfica le dijo en cierta ocasión su amigo Alfredo Somo. El traqueteo de la Olivetti cuando advino el nuevo Mesías Guillermito Puertas que cambió la faz del mundo analógico a lo digital fue sustituido por el bisbiseo confidente y silencioso del PC una herramienta de trabajo que multiplicó por mil la capacidad de trabajo, el mundo entero comenzó a escribir en la pared mane tzel fares. Esto se acaba. Todos escribían pocos leían. Todos gritaban nadie escuchaba, se había acelerado la historia. Todo fluía más rápido. Los inéditos que acumulaba el hombre en los altillos y armarios de su escondite eran el testimonio de su búsqueda. Odiaba los convencionalismos y las ideas a priori, pocos dogmas ideas claras nunca fijas eran parte de su obsesión. Anhelo de un alma libérrima que escudriñaba los secretos de la existencia. ¿Cómo? Relacionado, colacionando, comparando, inquiriendo. En esta búsqueda y en su correosidad, en ese no dar nada por descontado, no hay que rendirse nunca, otros vendrán detrás de ti, se sentía un hijo de Israel, un elegido. El pueblo hebreo habla siempre en primera persona del nos colectivo y mayestático sin importarle un ardite el yo individual. Es la colectividad no el sujeto la que boga la nave de la historia. El todo predomina sobre la parte lo que viene determinado por una relación estrecha o vinculo sagrado con la deidad. La Providencia le había dotado de esa resiliencia característica del Vaso de la elección. El de Arriba los escoge sólo para el dolor. Tienen que avanzar con la cruz a cuestas aunque su casero que consideraba al crucificado un impostor y la cruz patente de corso para toda clase de aberraciones y violencias no entendiera tal extremo. Acaso lo intuía aceptando con una media sonrisa los reparos de su inquilino al Sacrificio Ritual  en el que ninguno de los dos creía. Lo daba lara raza. Eran unos excelentes propagandistas, expertos en palabras mayores. Sin embargo, los campos meterían mucha bulla durante las generaciones siguientes. ¿Demostrarían que los evangelios eran una impostura y la crónica de la pasión puro teatro, una historia de buenos y malos trufada de fanatismo? De manera que sobre las cuartillas blancas derramaba a diario el cáliz de su sangre y de su dolor. Tú es Vas Electionis. Al remate cuando andaba perdido y se hallaba de bruces sobre el abismo una mano invisible le libraba de las mismas fauces del dragón. Le parecía lamentable que aquella incesante labor de redacción periodística y de creación no hubiera sido reconocida por sus semejantes. Tal vez cuando te mueras, Remigio. No me vengas con caxagalinas. Tú sigue. Yo sigo. Inasequible al desaliento. Le parecía reconocer su esconce de Winston Place. Gloucester Road era un nombre que sonaba familiar a sus oídos. Tal vez hubiera habitado en una vida anterior. Es el duende de muchas casas inglesas. Un buen fantasma aumenta el precio de mercado porque allí el espiritismo no se cotiza a la baja. Por los corredores circulaba un viento frío de melancolía y en los espetones de la verja de acceso se posaba un pájaro negro graznando con voz desagradable. ¿Presencia inexplicable de algun inquilino condenado por Mercurio santo patrón del dinero y los negocios a reencarnarse en un cuervo? ¿Era uno de aquellos vecinos de la inmensa ciudad que las aburridas tardes del sábado leen la Biblia dan cuerda al reloj y cantan salmos? El mozo madrileño había detectado de presencias espiritistas en todo el area de Marble Arch. Era el ánima de los viejos marinos de la escuadra, buhoneros de Kent y un buen grupo de meretrices que hicieron la carrera por Hyde Park. Los londinenses estan acostumbrados a estas representaciones imaginarias del más allá. En Londres los muertos viven y los cementarios bajo la luna se situaban en el perímetro de las iglesias muy cercas de los lugares de diversión. Los muertos viven adheridos a las piedras que amaron o a la corteza de los robles que besaron donde dejaron escritos los nombres de sus adoradas atravesando un círculo con el dardo de Cupido. Podían escucharse los dirges o cantos fúnebres de las sibilas recordando la peste negra de 1348 y que diezmó la población a través del susurro de las hojas de los arces. Un duendecillo posaba sobre el vaso de su pinta cuando cansado por el trabajo se acercaba a tomar una cerveza a la taberna de la esquina El Caballo Blanco. El nomo le hacía momos, le sacaba la lengua, se burlaba de Remigio. ¿Cómo te llamas? Puck. Vengo a decirte que tu hija se encuentra bien. Ayer la vi cantar con los niños de la guardería. Es algo pelirroja como esa perilla que tienes tú. ¿Dónde vive? En las conurbaciones del Este. ¿La veré? Anda dimelo Puck que para eso eres un espíritu puro tienes el don de la bilocación y la ciencia infusa. La cosa está peliaguda. Fuiste malo. Celoso desconfiado, crucificaste a Rose. Eres un calderoniano. ¿Entonces? No te aflijas vive tu vida echa en el olvido tus furores que son tus traumas personales y vuelcas en la búsqueda de la pequeña Alcuina. No te obsesiones. Tomatelo con soda y los inventos con gaseosa. Ya sé espiritu lo que me dices. Tendré que tomar otra copa. No hay más remedio. Sí beber para olvidar y en diciendo esto Puck se esfumó como si fuera un personaje de un drama de Shakeapeare esparciendo los latidos fantasmales de una noche de verano a su alrededor. La niebla se hizo cockney. Las viejas cocheras habían sido reconvertidas a viviendas unifamiliares donde moraban viejecitas, a la puerta verde de estas casas  se veían tiestos de geranios y macizos de flores en el umbral la indefectible botella de leche y una copia del Times. Londres era el paraíso perdido de los vagabundos melancólicos cuya iconoclasia y su rebeldía temperamental batía el forme de las sendas adoquinadas. No era una ciudad diseñada en linea recta. El mapa hacía muchas caprichosas parábolas evolventes y envolventes hasta que llegas al creciente de una plaza triunfal y al callejear por la ciudad puede sorprenderte lo inefable. Una noche de diciembre al volver al esconce de Winston Place desde el Caballo Blanco (había tomado unas cuantas pero no creía estar bebido) le ocurrió un accidente difícil explicar y que tenía que ver con el ambiente paranormal de los habitáculos de aquella ciudad. Una rubia de curvas insinuantes la maja desnuda le esperaba y le sonreía sentado sobre el confidente donde él acosyumbraba a mirar la tele y leer los periódicos de la mañana. Era una mujer de ojos azules la melena desbordante sobre los hombros y un gesto displicente e invitatorio como diciendo ven a mis brazos, querido. Yo sé cuanto has sufrido por esa mujer. Sus gestos eran los de una diosa que apiadada de los mortales había bajado desde el olimpo hasta el barrio de Marble Arch. No estaba borracho aunque creía ser victima de una alucinación. Demasiado café muchas cigarros varios tanques de cerveza. De pronto, sonó el telefono ring ring y escuchó la voz profunda del casero que venía como de ultratumba
—¿Hay alguien ahí con usted. Me parece que he visto a alguien. ¿Tiene compañía, mister Bermejo
—Nadie. Aquí no hay nadie, Herr. Weil.
Pues acabo yo de ver descender por la escalera a una de esas busconas que azotan Gloucester Rd el día y la noche. No se puede introducir mujeres en su habitación. Va contra las reflas del establecimiento. No en mis premisas— recalcó el propietario que se llamaba Porqué en alemán y algunos ingleses le señalaban con el mote de Mr. Because.
—Quizá fuese un espejismo, una ilusión óptica por su parte, Herr Weil. Esto no es Alemania. Hitler la espichó. Somos libres en la dulce Inglaterra.
—Pero si yo he visto con mis propios ojos a esa furcia.
—Se habrá colado por las paredes. A lo mejor es un espíritu. ¿Quién cree que soy yo? Jack el destripador.
La rubia en el sofá se mondaba de risa. Come on darly, five quid for a quicky . Remigio colgó el telefono tambien muerto de risa. Aquel fantasma hacía bien el amor. Y no salió caro el asunto… diez libras cinco por el servicio y cinco de propina. Le quedó el cuerpo como un reloj. Y como vino la rubia desapareció dama de la noche. Fue de esta forma como conoció a Doris que sería en adelante la chica de su vida, le barrió la mente de las telarañas del romanticismo de su mala educación sentimental. Los trasgos londinenses tienen la virtud de los espíritus puros atravesar paredes endebles de fórmica y cristales esmerilados. Son las sombras que se acercan en la noche y enjugan el rostro afligido de los vagabundos como modernas verónicas y la culpa de aquel merodeo la tenían los caseros con su avaricia en su afán de transformar las habitaciones de las casas de los señorones victorianos en cubículos rentables. Querían troquelar billetes demasiado deprisa. Las mercenarias del amor atravesaban las paredes de cartón y se introducían a través de los umbrales en sombra espectros fantasmales con cuerpos de mujer que lo hacían de balde siguiendo el ejemplo de santa Nefixa. Las samaritanas de la hora undécima que enjugaban las lágrimas de los vagabundos y desesperados en nombre de la caridad y por amor al redentor. Al día siguiente tuvo la primera agarrada con el huésped:
—La próxima ocasión ponga una tranca en su vivienda, coloque un alamud en los travesaños y alquile una casa en condiciones.
Herr Weil le llamaba varias veces durante el día dando órdenes por telefono. Haga esto haga lo otro. Había colocado papelitos en el hall de la entrada escribiendo notas y avisos que metía con frecuencia por debajo de la puerta de los inquilinos. Money… money… money. El piadoso rabino se había transformado en un maniático de la seguridad y de los pagos a tocateja. Un violinista sobre el tejado en el piso de arriba. Estaba seguro de que lo espiaba auscultando sus movimientos. Tal vez esta desconfianza era la resultante de su tiempo en los Campos. Se estableció entre los dos una relación de amor y odio y Remigio se temía que de continuar en aquel piso muchos días iba a desarrollar el síndrome de Estocolmo. Auschwitz la Gestapo. Pensaba que el joven extranjero organizaba bacanales en el cuarto de su propiedad.
—Property. This is my property and those are my premises .
Con qué unción pronunciaba Weil aquellps dos sustantivos que junto con el Tlmud eran el eje de su existencia. Pero en aquella leonera no había más que papeles, una maquina de taladrar cintas, sus grapadoras sus libros y el cromo de san Antonio y la imagen de la patrona de su pueblo. El telex le servía para mandar sus crónicas a Madrid, los cromos de los santos imágenes ante las cuales se arrodillaba aquel pobre pecador. La verdad era que la máquina que le puso el servicio de Correos era un armatoste que casi ocupaba media habitación, metía un ruido infernal y no es de extrañar que al casero le pareciese un artilugio diabólico. Era el robot de aquellos tiempos. Vendrían después los ordenadores silenciosos. En el bajo de Winston Place donde que creía que se escondían pistolas cruces gamadas y bombas de mano o propaganda antisemita (una tarde llamó a Scotland Yard para que efectuaran un registro) el sorprendente rabino sólo pudieron encontrar los polizontes una estatua de la Virgen de Lourdes fosforescentes y un cristo que le regaló su madre antes de partir. Este crucifijo debió de aterrizar a Herr Weil. El corresponsal en Londres no creía en la cultura de la muerte sino en la vida, el amor, en los despampantes senos de su amiga Doris y otra visitadoras a las que pagaba religiosamente por sus servicios muy diferente al casero que la buhardilla tenía montado un haren de esclavas sexuales que le preparaban su comida kosher y le lavaban la ropa. Eran musulmanes. Las trajo a todas desde Iran. Unas chicas muy guapas que al verte se escondían o tapaban su rostro con el velo.
Ring ring. Frederick Weil speaking
—¿Qué pasa ahora?
—Estoy preocupado por su seguridad.
—Pues no se preocupe tanto ya soy mayorcito. Además cuento con la protección del arcángel Miguel baluarte de iglesia y sinagoga.
Al escuchar aquello el rabino prorrumpió en una solemne carcajada. Era evidente que al casero le divertían las excentricidades y salidas de tono de su inquilino.
OBSESIONES
Eso de los judíos era una de las obsesiones del joven periodista quien en momentos de peligros aducía como salvaguarda su condición de descendiente de los elegidos. Por más que Bermejo de judío poco, a no ser el complejo de culpa, sus fatídicas alucines sobre el sexo por algo tan semita como es la pureza de la raza saber quien es el padre y que tu mujer haya tenido un rollo con el lechero y tú en vez de padre seas el padrino que paga el bautizo. Este sentimiento es tan fuerte como la muerte entre los hijos de Abrahan. ¿Ser hijo de Abrahan? Para que qué? Valiente blasón. Yo puedo hacer mil hijos de Abrahán de estas piedras, dijo Jesús una vez y no le creyeron. Su nariz ganchuda y poderosa pudiera hacerle pasar por tal. Pero su pabellón nasal  vasco con el RH en condiciones o de linajes godos. El que hubiera nacido en un pueblo morañero cerca de Medina tambien pudiera avalar tal suposición; con todo y eso, procedía de labradores, gente del campo que consideran que mediante los estudios y un poco de infustria se puede abandonar la mancera del arado y el trillo. Le gustaba leer ciertamente y sabía muchísimo desbordadamente y sin reglas. El muy bribón citaba sus cuestionables antecedentes mosaicos cuando estaba en peligro. No se trataba sino de un recurso. Quería engañar a una clase de gente que no se deja engañar y engañan a todos, por su resistencia a los embates y su capacidad de disimulo. En realidad sentía un profundo despecho hacia el casero que auscultaba sus entradas y salidas y le exigía por el alquiler una suma desmesurada. En su trayectoria vital se había encontrado con muchos ex presidiarios de los KZ. Si tantos habían sobrevivido ¿dónde estaban los muertos?, se preguntaba. Mediante el control de las prensas y de las cámaras con las nuevas técnicas de propaganda y de espionaje habían transformado su holocausto particular en un dogma de fe general. Quien lo negara iría a la carcel. Tal embeleco le parecía repugnante. Era una idea fija el afrecho que llevaban los poderosos nazi sionistas al afrecho televisivo al mundo de la comunicación y de la literatura. Vivía acuciado hasta el empacho y la fatiga por aquella manía persecutora. Ellos habían conseguido cambiar la religión cristiana desde arriba infiltrando desde su fondo de reptiles en las covachuelas vaticanas. De hecho uno de los pasajes que más le había entusiasmado de la literatura español es aquel del Estebanillo en el cual un gallego huyendo de galeras engaña a la comunidad sefardita de Rouen diciendo que portaba en su escarcela el polvo de los huesos santos de tres conversos que habían sido quemados por la Inquisición. Era una trola gracias a la cual el rabino de Rouen le da cien ducados para que continue viaje hasta Paris y dice el comentarista: “muy ufano se sintió Esteban de aquella traza porque pudo engañar a los que engañan a todo el mundo y no se dejan engañar por nadie”. Todo era un montaje. El Gran Hacedor es una proyección de la mente humana causante de guerras y de violencias. Mucha sangre derramada en nombre de la religión. Dios llamese Jehová o Alá pide sacrificios humanos y oferta sangre a los creyentes en nombre de la pureza de la fe. Zeus Júpiter Belona no eran sino una manifestación de Moloch: la dvinidad sanguinaria. Desde luego, admiraba en el pueblo deicida su tenacidad y su capacidad de supervivencia. Para ellos la historia es una pertinaz conspiración que no acabaría hasta el regreso de la gran grey a la tierra de las promesas. Antes de eso pondrían al mundo de rodillas y Europa se convertiría en una de aquellas esclavas iraníes que le lavaban la ropa al huésped, le planchaban, le cosían y se la chupaban
—Más de 300 libras por esta pocilga ¿Tú de qué vas, Federico?
Tuvieron una agarrada. El español se desahogó diciendo lo que pensaba de los de su casta y el otro se puso blanco. Por fin le rebajó veinte talegos y firmaron una especie de pacto de no agresión. Mucho sabes, Bermejo ¿dónde lo has aprendido? Más de lo que me han enseñado. Tengo un olfato finísimo para ventear a los estafadores pero el alma de toda aquella trulla ha sido el chantaje. Con todo, Remigio se sintió importante casi un mártir por haberlos plantado cara al salir en defensa del crucificado. Weil se estaba quitando la máscara. Dicen que el destino del hombre va escrito en las estrellas. Puede que el mío se titulara escrito en tinta simpática en aquella lóbrega pared húmeda donde aparecían junto a letras extrañas rostros de seres desconocidos acaso antiguos inquilinos del chamizo de Winston Place. Él entendía su lenguaje, lo llamaba, por la noche escuchaba entre ruidos de cadenas sus gemidos. Las fotos de mi niña colgaban de una alcayata junto a la estampa de san Antonio el cristo y una imagen fosforescente de Lourdes que le dio su madre antes de partirse en aquella aventura. Nunca la veré. Entablé conversaciones con una abogada judía por nombre Alise y presentamos en Old Bailey una demanda contra mi ex para ganar poder ver a la hija. Perdimos el juicio. Un juez con una peluca blanca que le llegaba hasta is hiombres todo vestido de negro qué aspecto más ridículo declaró a Alcuine bajo la tutela de la corte “ward of Court”. Remigio Bermejo durante el juicio se levantó y dio unas cuantas voces pero el tribunal puso a sus requisitorias oídos de mercader, no entendían español. Rosalín en los bancos de atrás de la sala sentada junto a su abogado enrojecía. Fue la última vez que la vio. Quiso hablarla oida la sentencia pero el rábula que la acompañaba se opuso y salieron por la puerta gótica de los juzgados. Old Bailey estaba al final de Flete Street. Había amarrado su bicicleta junto a una farola y regresó a casa pedaleando con rabia saltándose los discos rojos. Pero esa había sido su táctica saltarse cuantas normas era preciso. Para ñel no existía la palabra “forbiddent” ni “verboten” ni interdit. Para este no hay leyes decía su madre que lo conocía bien. Sin embargo, al final había una mano misericordiosa que le sacaba de los peligros. Se había metido en muchos charcos en la vida la verdad y dios sabe cómo pudo haber salido. Al llegar a su buhardilla se tumbó de bruces sobre el camastro y llorño durante mediuia hora. Acabado el llanto, salió hacia un “off sales” mercó una botella de güisqui y se la bebió en dos horas. Por poco se muere. Se derrumbó ante la tele blanca y menos donde vomitó toda su amargura empapada de alcohol. Cayó de bruces supito prono y se hubiera sido la postura de supito surpino se hubiera ahogado con la vomitona. You are a lucky man. Eres un tio con suerte. Y Rose que le conocía igual de bien decía “siempre caes de pie”. Yo era un iniciado, me sentía un elegido, un seguidor del crucificado al que Weil y su jarca maldecía.
Un viernes santo hubo una tenida en el piso de arriba. La sinagoga compró un cerdito y lo introjueron entre gruñidos en la vivienda. Lo subieron por la escalera entre quince o veinte tíos. Tipos muy extraños casi todos con gafas cortos de vista pues según los oftalmólogos- la presbicia es endémica entre ellos de tanto leer el Talmud y de afanarse ante la Escritura- tipos altos morenos todos tocados con un sombrero de ntes de laguerra del mismo color de la dulleta negra aunque la camisa era blanca algunos llevaban coletas y tirabuzones que les daba un aspecto anticuado y ridículo vuelta a la edad media todo el gueto de Golder Green parecía haberse dado cita en la casaa del rabí. A Bermejo le daban escalofríos al escuchar el estremecedor gañir del gorrino. Parecían casi humanos aquellos gruñidos. Para sofocar los alaridos del gemebundo animal inmundo uno de los congregantes le metió entre las fauces todo un ejemplar del New York Times y el rito sacrificial prosiguió a cencerros tapados para no alarmar a la población que medio Londres se estaba asomando a las ventanas y una paisana desde una corrala les lanzó un orinal al grito de agua va. Ni se inmutaron los verdugos que aguantaban el chaparrón. Seguían clavando cuchillos. Fuern siete tajos a lo largo del cuello y uno por entre los ijares, el que hacía las veces de diacono con una solercia propia del matarife acostumbrado a segar prepucios a voluntad cortó de un tajo el rabo del marranillo. Consumado el sacrificio desde la toza lo elevaron, después de abierto en canal (los entresijos y mondongos quedaron a la vista y a estas artes cisorias la llamaban el oficio de retajar), izaronlosobre dos maderos entrelazados y entre carcajadas y gritos conminaban a la res a que resucitara. “Si eres hijo de dios baja de esa cruz”. Mas, el cerdo, quieto. Lo habían aspado como a san Andrés. Los de la tenida se desternillaban de risa o proferían conjuras y alabanzas a Jehová. Los veinte siglos que median entre la muerte de Cristo y los otros veinte desde su Resurrección hasta nuestros días debieran de aparecer indignados ante semejante ultraje. Las carcajadas de aquellos esbirros retumbabarán siempre entre nuestra memoria. Yo me preguntaba si estábamos en un país de Europa o retroceiendo mas de mil años en la clepsidra de la historia habíamos vuelto a los autos de fe y las ordalías medievales. A Remigio que observaba indignado estos hechos desde el montante de su escondrijo no le llegaba la camisa al cuerpo. Tuvo el presentimiento de que el encono no era acabado y la civilización volvía a batir sus espadas en el campo de batalla de la religión. El casero, el efod o estola ritual sobre los hombros y un garrote en la mano de punta ovalada diseñado conforme a un proyectil balístico intercontinental, entonaba oraciones amenazantes que se sabía de memoria y profería de forma rutinaria y fatídica. Toda la congregación parecía poseída de un fervor místico. Se les ponían de punta los pocos pelos de la calva a los más viejos y a los jóvenes se les erizaban los aladares de los tirabuzones. A todos se les salían los ojos de las órbitas. La crucifixión del marrano era un anticipo de lo que volverían a hacer con muchos con los incautos con los tibios y con los crédulos. De pronto la boca del oficiante se hizo tan grande que se podía jugar a la rana dentro de su persona. Todo el corral era un río de sangre igual que la vivienda. No hicieron calduchos ni mondongos. A una indicación del superviviente de los campos bajaron las criadas iraníes que Herr Weil ocultaba en el piso de arriba donde tenía su haren y sus libros de rezo con cubos mopas y escobas y dejaron el césped impoluto. A una de aquellas mozas que se hacía la roncera y no podía disimular su asco le hizo limpiar los charcos de la matanza con la lengua. Al escuchar los ruidos se acercó un bobby hello hello whar is going on in here. Tenía unos zapatos descomunales según la norma y el numero que calza Scotland Yard pero el silenciero que vigilaba la puerta del local dijo que se trataba de un guateque con musica de baile. El guardia siguió su ronda arrastrando sus enormes zapatos y su flema tradicional. Quemaron posteriormente a la res y no quedaron ni los huesos. Encendieron el brasero con un material fulminante una bomba de neutrones anticipo de la desolación que habría de venir. Una extraña llama azul gigantesca iluminó el recinto. Me pareció que en lugar de un pacifico jardín trasero del barrio de Marble Arch nos hubieramos trasladado a un campo de pruebas de la NASA o una base de pruebas nucleares como la de Alma Gordo. Pero la cosa no paró ahí porque al poco rato se produjo un peueño terremoto y el sol a causa de un eclipse no quiso emitir sus rayos para no alumbrar escena tan pavorosa. A la mañana siguiente la prensa habló de este extraño suceso refiriendo cómo algunos testigos vieron abrirse grietas en los muros del parlamento de Westminster y una de las campas de la catedral de san Pablo la más gorda la del segundo templo mayor de la cristiandad se rajó. Dejé a Remigio que cablegrafiara a Madrid – era el tema del día- el portento de aquel viernes santo pero en la redacción se lo tomaron a broma. Le preguntaron a mi pobre colega si había bebido. “Oye, Remigio, que hoy es Viernes Santo. No el día de Inocentes. Menos lucubraciones literarias, no hay que hinchar el perro y hay que ir al grano”. Nos cabreamos mucho con aquella salida de pata de banco de nuestro redactor jefe y optamos por mojar en cerveza nuestro desaliento. Pero como era viernes santo uno de los pocos días en que en Inglaterra no abren los pubs nos fuimos a dar un garbeo por la esquina de los oradores de Hyde Park. Precisamente uno de los predicadores laicos subido a una escalera anunciaba el fin del mundo y llevaba sobre las espaldas un cartel que decía: “The end is at hand” . Los que le escuchaban también se reían y tomaban a chirigotas aquellas advertencias apocalípticas que nosotros acabábamos de experimentar tras el conciliábulo de la matanza del animal más impuro. Será todo lo impuro que quieras pero que ricas estan las criadillas. ¿Y la zambomba? Vale para jugar a la pelota. Oh generación incrédula e inicua. Nunca llegue a sospechar que pudiera albergarse tanto odio y tanto afán de revancha en aquellos supervivientes de los campos que querrían acelerar la llegada de la humanidad al valle de Josafat. Por navidades vino a visitarle su hermano Favilo y le dijo que aquel casero era un chupasangre. Y que lo digas, hermano. Es un chupasangres con todas las de la ley. Asi que el dia de Nochebuena abandonamos Winston Place para no volver allí nunca más. Cambiamos de hospedaje pero no de condición porque la nueva huespeda una vieja lady, la Duquesa de Avison, que le alquiló la hura de los Jardines de Roland le dijo que en el subterráneo habitaba un fantasma. La mayor parte de las residencias de la parte antigua contaban con la presencia de un espiritu. Y muchos alquileres se cotizaban al alza por este motivo
Verano del 66
El verano del 66 no fue un verano como los demás en Madrid mucho más ardiente que de costumbre. Hubo seca el personal se duchaba poco y en la línea uno el perfume de los sobacos olía que tú no veas pero Bermejo nunca estuvo tan contento; había acabado periodismo y estaba en quinto de carrera en Románicas, entró de prácticas en RN. Confeccionaba con otro que se llamaba Albeniz (el pobre acabó loco y se suicidó)el programa gaceta de los deportes y lo hizo bien. Estaban los jefes contentos con su trabajo y al final de las prácticas le ofrecieron quedarse fijo, una oportunidad que despreció en la vida porque quería marcharse a Inglaterra a mejorar su inglés. Con su primea paga se compró a plazos un 600 en el que salía con sus primeras novias a dar paseos, a misa al cristo del pardo y luego a los mesones. Remigio Bermejo era un fulano con suerte. Oh lucky man aunque ingenuo e ignorante de la vida. Empezó a olvidar sus traumas a fumar de su tabaco (celtas cortos y celtas largos luego se pasó al canario con boquilla nunca al rubio puro sabor americano que manía eso del fumeque; fue aquel tiempo unos años de humo de vino y rusos y besos furtivos en el Paseo de rosales. También con el jornal que ganaba pudo comprarse sus propios libros sin necesidad de tener que acudir a una biblioteca publica que había en la avenida de José antonio hoy Gran Vía. Se extasiaba ante el escaparate de la Casa del Libro y barajaba nombres Delibes Cela Gironella Carmen Laforet, Dolores Medio, Tomás Salvador. Un día sería como ellos. Con un poco de suerte ganaría el premio Nadal o al menos quedaría finalista. Conseguir aquel galardón literario que se daba la Noche de Epifanía en Barcelona era su sueño dorado, la razón primordial de su existencia. Por ese cabo todo serían decepciones. La suerte le volvió la espalda pero él seguiría persiguiendo la mariposa encantada a lo largo de su vida. Una grafomanía sin límites era la manifestación de su fuerte convicción. Empezó a acumular papel que en el transcurso de los años se convirtió en una troj considerable casi un silo hojas volanderas de la ilusión que porta el viento. Su obra ingente se esparcía por cientos de cuadernos y textos mecanografiados en largas noches de incesante quehacer dormían el sueño de los justos sin perder la virginidad y ver la luz de los tórculos. A ese fenómeno le denominaban los profesionales el duende de las imprentas y dentro de su persona ese duende o comezón de la cuartilla en blanco en los que daba besos al mundo, suspiraba versos por sus amadas o plasmaba su desgarro alentaba muy vivo. Demasiado denuedo para tan poco éxito. Con la gacetilla nunca vio un duro aunque consiguió vivir de la pluma mediante el oficio periodístico. Aquello fue el parto de los montes. “Parierunt montes raquiticus mus" . ¿Cómo pudo ser tal fracaso? Tal vez sería su malage o su sino, tampoco le importaba demasiado este desabrimiento de las musas. Él seguía amarrado al duro banco que le hacía crecer las posaderas y amontonaba lardas de grasa en los cuadriles llenando su cabeza de humo. Él seguía redactando persiguiendo a sus propios sueños. ¿Era un iluso? Tal vez sí y tal vez no. Tantos caracteres, tantas oraciones, tantas sílabas, cuantas oraciones subordinadas y principales, el acervo crecía con el paso al tiempo que su figura se volvía más rechoncha y aumentaban los kilos. ¿Y tanto esfuerzo para qué? Si ya no leía nadie y por todas las partes las campanas del orbe tocaban a clamor anunciando la muerte de ka divina literatura. Tales dudas serían un trauma. Pero la única cura contra semejante flagelo era continuar dándole a las veinticuatro redondas blancas

HULL OREANDA
27/09/2017
El día de san marcos de 1945 comenzó el asalto final soviético a Berlín. Remigio Bermejo desde su hura en Oreanda que se había convertido en un hermoso ventanal desde donde se divisaba la Sierra del viento y los altos majestuosos de las Siete Bellotas cubiertos de pinares eucaliptos castañares y alisos en sus humedales y hondonadas recordaba la fecha fatídica hojeando sus papeles y escuchando sus misas en ruso. Había progresado en la vida porque ya no eran sotabancos ni buhardillas sus residencias ni tenía que vérselas con propietarios tan desagradables como aquel Weil, los Lilly de Falmouth Street la huespeda polaca de Pearson Park o los renteros de los rascacielos neoyorquinos. Era propietario de una casita de campo cerca de la accidentada playa del litoral cantábrico. ¿Qué hubiera dicho aquel siniestro mr. Weil al contemplar sus dominios en España: un bosque para él solo, las tuyas del zarzo, los rosales, todo un aliño de higueras plantadas de su mano, un bosque de laureles que era el reducto de los lauredales que constituían el timbre de gloria junto con una especie de carbayo que llaman melojo y que crecían densamente en las estribaciones de la cordillera que separa de la penillanura castellana toda la región; y en fin el rumor de las olas batiendo sus crestas de espuma contra el acantilado de allá abajo a una profundidad de medio kilómetro. Oreanda era un emplazamiento alto e inaccesible orlado de prados y de caleyas que subían y bajaban por sus cuestas. En ello veía Bermejo un indicio de la mano de Dios que le llevó a la tierra prometido como premio a sus desvelos y persecuciones a causa de su defensa de la religión de Cristo crucificado en contra del signo de los tiempos, a redropelo de los sacerdotes eunucos, los obispos dormilones, los periodistas transfugas, los políticos trincones, la mala baba o el colmillo retorcido de sus patriotas acomodaticios a la nueva situación. Lo vio venir cuando don Gaspar organizaba aquellos saraos y queimadas en la embajada dentro del marco de aquel espíritu del 12 cde febrero. ¡Viva la Constitución! 
Desde el mirador de Oreanda se veían los ancones y radas que conforman el trazado pintoresco de la costa. Precisamente vivía a pocos metros de la ensenada desde donde zarparon los galeones de los descubridores de Norteamérica. Un lauredal protegía la casa de los nordestes y había plantado en el jardín varios manzanos, un avellano, un peral, un niso y un cerezo y tres ciruelos de ramas extendidas y esplendentes; uno daba la jugosa diaprea jaspeada; otro oruelas, duras y salutíferas, y el otro, claudias. Una limonero que crecía al lado del muro de la alquería de los quinteros también rendía copioso fruto por entreaño.
Al amor del fuego de la chimenea donde ardían tueros de mimosa y de castaño se sentía un viejo feliz que coacervaba sus recuerdos, confrontaba sus diarios y rumiaba sus vivencias el antiguo corresponsal de Franco en Londres y en Nueva York. La senectud estaba representando para él la plenitud y la edad dorada de su vida. Se sentía orgulloso por de más de no haber cometido felonía contra ninguno de sus principios ni renunciado a sus creencias cuando todo en rededor suyo parecía que se movía. Al acercarse al final de sus días creía haber alcanzado si quiera con la punta de los dedos el objetivo de la aurea mediocritas en la que tanto insisten los autores de nuestro Siglo de Oro, la descansada vida del que huye del ruido mundanal, impera sobre sus instintos y renuncia a las riquezas o al amor carnal que no es más que una palabra del diccionario. Bermejo se daba con un canto en los dientes. Había estado en la oposición siempre.
Buscándolo en sus devaneos que ahora le causaban melancolía e hilaridad había consumido demasiada energía. Se acodaba de Alcuine y no había olvidado a Rosalyn a la cual felicitaba por su cumpleaños el día de santa Martina pero de su segundo matrimonio obtuvo cierta quietud y si no la felicidad plena porque eso en el mundo no existe al menos un periodo de conllevancia o tolerancia. Hizo el bobo demasiado tiempo vivió al estricote pero pasaron aquellos días de disipación. No así sus preocupaciones políticas. Continuaba erre que erre con el monotema de la conspiración. Se había muerto Gunter Grass un novelista que admiraba la víspera de san Marcos precisamente en el septuagésimo aniversario del último y feroz ataque de los rusos a Berlín.
Después de leer el “Tambor de Hojalata” se dedicó a estudiar la lengua de Goethe compró manuales de gramática diccionarios y se matriculó en la universidad Complutense. Allí topó con un profesor indeseable que por orden de arriba le suspendía en todos los exámenes y hubo de abandonar el empeño. Fue a finales de los 80. gracias a su radio de onda corta grababa las emisiones de la Deutsche Welle y de Radio Berlín. Estaba escuchando dicha estación cuando cayó el Muro. No progresó mucho pero al cabo de esfuerzos podía leer alemán casi sin necesidad de diccionario. Gunter Grass le pareció uno de los grandes escritores del siglo XX por encima incluso de Thomas Mann o Bertoldo Brecht. Fue el impulsor de la “Trummer Literatur”. En su visión nos ha ayudado a entender lo que ocurre detrás de la cortina de la actualidad un mundo tecnológicamente avanzado pero cultural y moralmente en ruinas. Al cumplirse el LXX aniversario de lo que los rusos denominan la guerra patria y celebran con todo el triunfalismo convendría recordar la ferocidad de aquel Armaggedon: diez millones de desplazados de la Prusia oriental, mujeres violadas, cientos de alemanes fusilados. Las hordas del primer envite contra la capital del Reich eran calmucos, ubztecos, georgianos, afganos, mongoles y tenían por normar forzar a todas las alemanas que se encontraban en el camino desde ancianas de 80 años hasta niñas de cinco. El robo y la pecorea de la soldadesca fue bestial. El caballo de Atila pisó los arcos de la puerta de Brandenburgo, se llevaban de las casas allanadas la porcelana de Sajonia los relojes de cuco un reloj de pulsera valía un dineral para aquellos hunos y hasta los grifos de los lavabos arrancaban y se los llevaban a cuestas. Nunca habían visto un retrete ni sabían para que sirviera una ducha. Los aliados tampoco se quedaron atrás en la pecorea y el estupro. Las fuerzas de choque de la 82 división aerotransportada casi todos eran negros (la carne de cañón de la primera avalancha de todas las guerras) y se acostaban con las valkirias alemanas bajo la consigna de pisotear los principios de la superioridad aria de los hitlerianos. La propia madre de Gunter Grass fue violada tres veces por un pelotón de soviéticos y el propio escritor dados sus rasgos mongoles asumió que pudiera ser la consecuencia de uno de aquellos actos salvajes. Su ciudad cambió el nombre germano de Danzig de  por el de Kaliningrado ruso y ahora es Gdansk en polaco.
A lo largo de su obra escrita en un elegante alto alemán que recuerda un poco los párrafos elevados de Lutero no deja de recordarnos la salvajada que supuso el Día de la Victoria… Povieda… ¿muerte, donde está tu victoria? El autor del Tambor de Hojalata que los grandes industriales del Rhur de la Bayer y de la casa Mercedes, los Krupp los Flick, los Farben, los Thyssen eran de ascendencia hebrea. Utilizaron al “cabo austriaco” como cimbel o azagaya en su proyecto de dominio universal. En el  bando de los comunistas llevaban la estrella roja en el chapeo y todos los líderes de la revolución bolchevique presentan el mismo origen. De ahí las suspicacias de Grass hacia Israel que lo convirtieron en un escritor maldito pero en sus libros resuena el tamboril de hojalata. El holocausto nazi por supuesto pero pocos se acuerdan del bombardeo de Dresde un martes de carnaval 13 de febrero de 1945. el fósforo de las fortalezas volantes de bandera inglesa primero y más tarde de los “amis” arrasó la Florencia del Norte. Más de un millón de muertos porque en estadísticas siguen sin ponerse de acuerdo los autores. Nunca se sabrá porque aparte de los residentes Dresde, la Florencia del Elba, era lugar de acogida de miles de desplazados del Este que venían huyendo de los rusos en la esperanza de obtener un trato más humanitario de las democracias. Entre los fallecidos se encontraron los cuerpos destrozados que disfrazados de máscaras salieron, ajenos a la guerra, a celebrar la Fastnacht martes de carnaval. El horror volvió a repetirse en Colonia y en Hamburgo. La guerra estaba ganada pero había que ofrecer más vidas inocentes a Moloch.
Bermejo que hasta aquel día había simpatizado con los rusos abrió los ojos recordando a aquel gospodín Ivanov que siempre que volvía de la Unión Soviética le convidaba a cenar en los mejores restaurantes de Londres, le traía vino fe Georgia e incluso le invitó un día a su casa. Le preguntaba cuestiones sobre España y la gente de la embajada pero él confundiendo nombres y dando pistas falsas consiguió salir airoso de tales trampas que le tendía el KGB. Esta organización policíaca es inescrutable como impenetrable en cierto modo orgulloso y antipático es el pensamiento ruso de la clase dirigente. Actúa en círculos concéntricos cada uno de ellos independientes. Si pasas la primera arilla te queda una tercera y una cuarta y hasta una décima. También decrecieron un tanto sus entusiasmos hacia la ortodoxia rusa en la que vio la salvación de su fe cristiana. El patriarcado moscovita opera como organización subsidiaria del KGB. El alma rusa es como una matrioska. Empiezas a desenfundar muñecas superpuestas una dentro de otra y no se alcanza nunca el final. Bermejo aparte de hacer bastante el tonto y caer en no pocas contradicciones reparó – y ese era el título de una novela de Gunter Grass- que había pasado demasiado tiempo pelando la cebolla dando vueltas al laberinto. Preguntaba constantemente a la esfinge. Ésta hacía la estatua embutida en su mutismo, mitad humana mitad animal, cabeza de vestal y cuerpo de leona aposentada y circunspecta en lo alto de un pedestal. Pero en eso consiste la vida de un intelectual perdido en el dédalo de las preguntas sin respuestas. Seguiría rezando el padrenuestro en ruso y cantando las maravillosas letanías del rito eslavónico. Al fin y al cabo no era más que un Robinsón de la casta sacerdotal huyendo del mundo que sólo le había deparado desengaños y fracasos. Nada es lo que parece. Tampoco Putin y aquellos rusos ferocísimos que izaron la bandera roja con la hoz y el martillo en lo alto de la Chancillería. Poco más. Siempre sería un extranjero en aquella religión que no era la de sus padres la que mamó de niño pero que enriqueció en cierto modo su fe cristiana y daba gracias al Señor. Se mantendría firme en sus principios de desenmascarar a la bestia que reptadora de escondrijos para engañar a los incautos o el león rapante buscando a quien devorar. Oreanda era su Arcadia y su Tebaida particular. Veía TV por el satélite en especial emisoras alemanas desdeñando la producción nacional integrada por el peripsema (mentemos lo en griego; mierda y basura moral) de las estaciones patrias avaladas por los herederos de aquellos que organizaron el gran zurriburri de la segunda conflagración apoyando a los dos bandos y soltando chorros de dinero los conspiradores de siempre sin que Roosevelt ni Churchill y menos aun Stalin moviera  a la sazón un músculo por los hebreos perseguidos carne de KZ y cuyos simiescos propagandistas del doctor Goebbels inundan las ondas hertzianas de propaganda anticristiana y están secundando las nuevas razzias mahometanas contra Europa. La sangre de los crucificados parece que los engorda. Alientan el odio pues viven el esperpento de la eterna memoria de la mentira y la confusión. El septuagenario ex corresponsal vivía alejado de los periódicos locales en los que rara vez aparecía su firma. Además, los demócratas han dejado de pagar las colaboraciones. Bermejo no estaba por la labor de escribir gratis en aquellos libelos cuya catadura profesional era inferior a las antiguas hojas parroquiales. Su alejamiento del mundanal ruido era un plus porque en aquella democracia vigilada por menos de nada podías caer en manos de la justicia. La cosa no había llegado a los interrogatorios del hierro candente el potro la gota fría la cámara de hielo o el foco cegador delante de los ojos. Ero utilizaban el garfio de la imputación y del miedo como nuevo método de tortura. Eran muy listos: golpeaban el alma de sus reos hasta dejarlos paralíticos con la toalla mojada para que no dejara marcas maguer las lesiones que causaban en la psique no eran nada desdeñables.
Sus días eran tranquilos. Partía leña para el fogón riéndose para sus adentros de aquel dicho de que cuando partes leña y pegas un leñazo siempre saltan astillas y nada en esta vida queda impune. Paseaba por el bosque, montaba en bicicleta, bajaba a la playa, a orear sus pulmones con la brisa de los cabos, fumaba en pipa, leía un poco y veía la programación de las estaciones alemanas que entendía casi perfectamente con los subtítulos. Grass le había abierto los ojos liberándole en parte de la angustia de la propaganda y del morbo de los chigres malolientes. 
SANZ FRANZ KAFKA EN LA PATRIA DE ROBINSON CRUSOE
Antonio Parra
Hull era una ciudad del norte inglés destartalada, industrial, con pocos horizontes cuando yo la conocí, a la vera del Humber y mirando para el océano. Los arrabales de la bocana de un puerto con mucho abrigo que los prácticos conocían bien desde los navegantes ingleses hasta los U boats del almirante Canaris, debieron de inspirar a T.S Elliot su Wasteland. En el año 66 todavía algunos hangares y edificios del malecón mostraban las dentelladas y zarpazos de la Luftwaffe. Aquellos farallones ahumados eran reliquias de antiguos bombardeos, tarjetas de visita que dejaron los alemanes a lo largo de la batalla de Inglaterra.  Hull, sin embargo, tuvo siempre algo de ciudad germánica y anseática emparentada con Hamburgo y con Copenhague al otro lado del North Sea.
 Tenían fama sus dársenas de ser una de las zonas más peligrosas y sucias del planeta. Allí dirigí yo mis pasos en el otoño del 66 con mis veintidós años, recién acabados los estudios de Filología Inglesa y de la carrera de Periodismo, con ganas de comerme el mundo. Quería ser escritor. Recuerdo que cuando me giraron el primer dinero de la beca me compré una máquina de escribir sin eñes en un chamarilero de la calle Beverley  especialista en antigüedades que tenía a la puerta una pieza de artillería del once de la Guerra de los Boers. Tuve que tirarla. A lo largo de mi vida dactilógrafa  y de fascinación por las veinticuatro redondas blancas he aborrecido tanto las máquinas de escribir como las cachimbas.  Usar y tirar, pues en esta vida todo tiene un límite. Tal vez fumar y escribir sean actos tan compulsivos como correlativos. Las circunvalaciones del humo del tabaco  guardan un misterioso parentesco con las pesquisas que conducen al hallazgo de la frase y la palabra. La pipa, la estilográfica y la maquina de escribir  son cosas de uso personal; no se prestan nunca  a nadie al igual que la mujer. Cierto. Pero algunas aburren y otras cansan. ¿Todos los días potaje?  Pues sí de vez en cuando habrá que darse un paseo por las instituciones.
-El hombre es animal de costumbres.
-También es verdad. Lejos de mi “Olivetti” soy un hombre al agua. Me planto al ordenador y no me sale palabra. Yo tengo que sentir el ruido del teclado que ametralla el papel. Sin la pulsión de un contrincante la inspiración no acude a la cita bienaventurada. En España por lo que dijo don Miguel de contra esto y aquello, siempre estamos escribiendo contra alguien. La vida del escritor semeja a la del púgil. Nulla die sine línea pudiera traducirse como ningún día sin pelea. Por eso en esta profesión de sufridores abundan con frecuencia los matasietes. A Valle Inclán le dejaron una mano inútil en una trifulca de colegas.  Fue por una discusión tonta con un colega de Granada, que se llamaba Manuel Bueno y que de bueno debía de tener bastante poco, por lo menos el día que sacó el estilete contra  don Ramón, el de las “barbas de chivo”. Pushkin murió en un duelo y yo vi una vez a un colega en Londres por quítame allá esa crónica arrimarle un botellazo al pobre Federico Abascal que ya llevaba en el cuerpo media de Johny Walker. Menos mal que le sujetamos entre Alfonso Barra y yo  que si no lo esguardamilla. Hombre a un borracho jamás se le pega. Tampoco es para ponerse así, pero este oficio es la bimba. Ahora aquel matasiete está muy instalado y en la pomada en la Prensa del Meneo. Le supo bailar el agua a don Walamboso el Tramposo, como antes se lo bailó a otros.  Abundan los espadachines en esta noble profesión donde la vida es un desafío. La pluma sin la espada y somos de sangre caliente. Quevedo, por ejemplo, manejaba con tanta soltura el idioma como el florete.
De cachimbas, estilográficas y bolis tuve una harén. Mecanografiadoras, una colección. Hasta que llegaron los ordenadores. El teclado de una máquina de escribir es singular como el alma de una mujer. Todas son diferentes y todas acaban cansándote. Empiezan entusiasmándote. Luego las aborreces. Amores de quita y pon. Las teclas echaban humo. El hombre tiene que vencer a la máquina pero también las maquinas de escribir dan de sí todo lo que tienen que dar, se agotan, se extenúan y dejan de ser, machacados los tipos, fuente de inspiración. Ya no sirven para nada. Cuando dejan de cantar las veinticuatro redondas blancas es como si muriera un ruiseñor. Las pipas quemadas saben mal. Y son como las horas de los relojes Omnes caedunt; última necat  (todas hieren, la última mata).
Hacia Hull dirigí mis pasos al final de aquel verano del 66 cuando Inglaterra le robó el mundial a Argentina en Wembley por culpa de los árbitros que barrieron para casa. Se cumplían tres siglos del gran incendio de Londres y otros tres de la profecía proferida de Milton de que se iba a acabar el mundo. Lo había vaticinado en 1666. Vaya fechecita, guarismo del “anosmia” apocalíptico.
  Yo quería aprender inglés y creo que lo aprendí demasiado bien hasta el punto de que es un idioma que me aburre. Algunos dicen que parece que escribo en inglés, un idioma muy suple y contractivo en el que caben toda suerte de combinaciones, pero sigo pensando en español. La primera máquina de escribir de segunda mano que compré en la ciudad donde nació el padre de Robinsón Crusoe, Daniel Defoe, y me inicié en los estudios de Franz Kafka, carecía de eñes. Una terrible merma y fatal augurio. Soy hombre de eñes. Podré escribir en la lengua de Shakespeare correctamente pero en mis anglofilias nunca cometeré la tontería de renunciar a mi estirpe. Ese es un síndrome en la cultura española actual. Se escribe en español pero se piensa en la lengua del imperio. Para confirmar tales supuestos me remito al mundo de los best sellers, al lenguaje, a los giros, al contoneo de las tops por la catasta, a la forma de pensar de la gente, a los hijos de don Quirite Marujas,  todos en nómina, el sector de la publicidad y de la imagen en sus manos, sólo es noticia, sólo es novela, lo que a ellos les apetece. Perfectos “kingmakers” designan escritores y nombran y derriban gobiernos a dedo.  El arte se supedita a un lanzamiento mercurial, a ciertas sutilidades, manipulaciones y trampantojos. Es la política del doble lenguaje, el doble juego. Turbios manejos de trastienda que permite que en nombre de la libertad se cometan toda suerte de torpezas y tiranías. A mí, que soy transparente, me ocurre todo lo contrario. Escribiendo en inglés siempre me saldrá el hombre de Segovia en la papela.
Esta transposición es un caldo de cultivo para la mediocridad imperante. Han traído sus propios chistes. Hablan de humor pero les falta ángel. Manejan el insulto que no veas y parecen haber inventado a una rama de la literatura que debería llamarse octoscania  pues han institucionalizado la blasfemia. Tampoco es como para pedirle peras al olmo.  Mirando bien las cosas casi es un honor permanecer inédito, intonso y casi virgen y mártir de los tórculos con los tiempos que corren. Tampoco creí nunca en eso de los premios literarios ni en los comités de lectura. Tomemos el caso de un importante “tycoon” en el mundo de la edición española de cuyo nombre no quiero acordarme. Es un isleño que llegó a Londres lleno de odio hacia los peninsulares no sé por qué y al que veíamos andar siempre por Oxford street portando una cartera negra de cuero. En esa cartera no sabemos qué llevaba  si un kalashnikov, una máquina de retratar o una tienda de campaña dadas sus procedencias no sé si guanches o árabes aunque siempre sí un poco nómadas del sujeto. Hoy es otro instalado. Le llamábamos el polisario pues era muy de izquierda pero a Fraga le bailaba el agua.  Con ser don Manuel tan de derechas. Hacía por lo visto a pelo y a pluma, pues el personal anda a la que salta.
Pues bien,  que semejante tuercebotas, aquel palmero-sube-a-la palma, aquel arribista de la perilla negra y capruna, y que tiene una vocecita de eunuco -es hoy un señor que manda mucho en el mundo de las letras, está asomado a la ventana todo un jaque de los mandamases de la pirámide informativa y de la literaria- te rechace los manuscritos, uno por uno, lejos de ser un baldón, es un timbre de gloria. Cosas veredes. ¿Y ese Borras, gran preboste de los paneles de lectura?
-Que se lo lleve el diantre.
-¿Con acento grave y diacrítico en catalán? En castellano no se usa.
-Ya pero vivimos bajo la férula de lo cursi.
En aquella ciudad, Hull, con nombre de casco de barco, y asaz descuadernada, compré mi primera máquina de escribir y conocí el amor que pasa por la vida del hombre como un soplo, como una sombra. Sicut nubes, velut umbra, ut naves, que diría el clásico. Es talismán efímero. Su destino va íntimamente unido al de la literatura. El amor y el tiempo son algo que el hombre es incapaz de asir ¿Qué fue de aquella mujer de cabellos dorados y de mirada de madona, el rostro perfecto como un camafeo, piel blanca adornada de efélides? ¿Qué sombras ahora la escoltan, qué nubes la contemplan en qué barco viaja y con qué rumbo? Sólo puedo responder a esta interrogante con un poema  que Chesterton dedicara a la Virgen. Lady, Lady.  Altos muros del Endsleigh College que ella habitaba y que yo escalaba cual Romeo han sido derribados. Sólo siguen tiesos en el paisaje de la memoria. En la vida real son farallones, lienzos de adarve del olvido.
Precisamente en un lugar tan a trasmano y donde Mahoma perdió las pantuflas iba a transcurrir uno de los años más importantes y traumáticos de mi existencia. En mí se produjo una verdadero despertar, una auténtica epifanía. Los propios ingleses hacían befa de este lugar habitado por las gentes más rudas del rudo Yorkshire y que parecían hablar a voces como animales en un dialecto que se derivaba del vikingo y emparentaba con el norso. Eboracum (York) con su catedral y sus baños romanos estaban cerca. Pero a mí siempre me fascinó Whitby por sus ascendencias danesas.
Hubo allá una cristiandad procedente de la estirpe celta evangelizada por st. Columbano, base del monaquismo occidental del cual llegaría a tener un conocimiento más profundo merced a los legendarios de fr. Justo que describe esta zona mítica con emoción y belleza en sus calendarios. Los inhóspitos pagos del yermo Yorkshire fueron sede de una de las más importantes tebaidas. Los monasterios formaban un verdadero anillo de oro en torno a la capital, York. Eran centros de oración pero también baluartes contra las invasiones de normandos y de escoceses. Para defenderse del acoso de los belicosos “picti” ya los romanos habían levantado la Muralla de Adriano, en el condado un poco más arriba, el de Northumberland.
En compañía de mi amiga Nicole, aquella francesa de los cabellos de oro y a bordo de un mini hicimos a lo largo y lo ancho de esta tierra amor y geografía visitando las ruinas de los viejos conventos demolidos durante las guerras de religión y las consecutivas desamortizaciones. En nombre de Dios y con la Biblia en ristre los puritanos de Cromwell acabaron con todo. Desde entonces siempre tomo mis precauciones ante el Libro Sagrado prevenido por lo que decía san Agustín que no es lícito basarse en la letra desnuda de ambos Testamento sin un mínimo de bagaje iniciativo. Hasta hace poco en todos los hoteles del ámbito anglosajón siempre había una y a mí me inspiraba cierto temor al pensar en las barbaridades que cometieron los protestantes. Ninguno de estos textos supera a la Vulgata con todo lo que diga don Cesar Vidal y sus luteranos al respecto. Perdimos demasiados hombres en defensa del papa y de la verdadera fe en tiempos de la Contrarreforma como cambiar ahora de camisa. No somos culebras. Esta zona del arzobispado de York fue una de las más refractarias a renunciar a la tradición romana
En fin, por aquel tiempo en la radio del coche sonaba la música de los Beatles y el incansable hit parade que emita veinticuatro horas al día una radio pirata instalada en un barco surto en la Bahía de Scarborough. Se llamaba Radio 707. Tenía nombre de película y su `principal pinchadiscos era Tony Blackburn. Lo conocían todas las quinceañeras del Reino Unido. Dos canciones muy pegadizas y que aprendí de coro me traen memorias de aquel invierno: Lying in the sunny afternoon” de los Kinks y No milk today, cose my love is far away. Hoy no dejes botellas – se pedía al lechero- en el alfeizar pues mi amor está lejos. Sin embargo, la letra de aquella canción no era para mí. Mi amor no estaba lejos sino cercas. En  los labios de Nicole, toda la cerveza de la Old Merry England y el vino de la Dulce Francia me bebí. Tenía un cuerpo de diosa pagana y unos ojos de dulce y claro mirar. Aquella mujer se cruzó por mis horizontes como un viento de tragedia y libertad. Amor que pasa una sola vez y te deja marcado. Los vientos del 68 soplaban a modo. Lo decía otra canción de Joan Baez, Flying in the wind.
Íbamos al volante del viejo buga por los derroteros de los Yorkshire Moors, mundo onírico de veleidades y de sentimientos bajo controlada que contaran y cantaran las Hermanas Brontë. Paisaje sin árboles. Los barcos fueron talados para prevenir la escuadra. Por el invierno hace un frío que pela. El cierzo soplaba con ganas por aquellas desoladas parameras. Té y simpatía. Marchábamos a toda velocidad, sentados a la trasera del viento. Nicole, ¿qué ha sido de ti? Seguramente serás una viuda rica que con un ojo llora y otro repica o la barragana de un canónigo de Reims. En los pueblecitos olvidados de paredes blancas y techumbres de bálago tal como pallozas en plena campiña inglesa siempre había una vieja taberna con mucha historia. En las de York bebía Guy el Conspirador, en las de Grimsby los bucaneros de Sir Francis. El mundo yacía a nuestros pies. Íbamos a ser perennemente jóvenes y bailábamos el twist en bailongos de altavoces psicodélicos y focos foboscópicos. Noticias en la BBC a las cinco y a silbar por la vía. Blowing in the wind but we couldn´t care less. Había que apurar el cáliz de la felicidad de la vida hasta las heces.
El viento del norte se llevó nuestra juventud camino de las estrellas y ¿qué fue de aquellos besos? Andan todos rodando por las estrellas. El amor es la fuerza que mueve el universo. El odio lo para y aquellos tiempos eran los tiempos de la flor al ritmo de canciones que aconsejan hacer el amor y no la guerra. No había necesidad de emprenderla a martillazos contra la estatua de un general subido a un caballo de bronce. ¿Cómo es posible que ahora la enredadera del odio trepe por las paredes de nuestras casas? ¡Tanta inquina, tanta vesania cuando creíamos haber alcanzado el nirvana de la reconciliación!
Se me apareció la belleza en Hull aquella ciudad destartalada. Entre el hollín y el carbón y el beso gris de la lluvia sonó mi hora cero. Nunca fui tan feliz como aquel año en la patria de Robinsón Crusoe. Desde aquélla he venido practicando una suerte de robinsonismo intelectual. Me gusta la insularidad. Yo solo en mi isla y que me dejen en paz. Tuve un casero judío que se llamaba Frederick Weil que venía de Alemania y era un superviviente de Auschwitz. Era un judío ortodoxo que me hacía lavarme no sé cuantas veces cada vez que le iba a pagar la renta y se enfurecía cuando subía a mi novia a la habitación. Pues era muy ortodoxo y muy buena persona. Miraba al mundo con esa típica castidad judía obsesionada por la limpieza del cuerpo y por la del alma. Sin embargo, en punto a dineros no se casaba con nadie. Todavía estoy recordando la sobrecarga de ternura y afectación con que pronunciaba la palabra “property”.
En aquella pensión regentada por el exilado  me familiaricé con Kafka al que empecé a leer para aprender un poco de alemán. Me acabó enganchando. En su Metamorfosis veo yo retratado una semblanza del mundo actual. Esta sociedad que nos aliena y nos domina. Al final todos acabaremos convirtiéndonos en cucaracha. La vida viene del huevo. La muerte no sé. Sin embargo, la obra del judío de Praga, lo mismo que me contaba Mr Weil, mi casero judío, sobre su experiencia en los campos de exterminio (“los peores enemigos no eran los guardianes alemanes sino los de tu propia raza que te delataban y trabajaban para el espionaje nazi”)  fue toda una propedéutica. Eso está pasando ahora mismo.
San Franz fue un escritor químicamente puro que escribía sólo para el cajón. Sus manuscritos se salvaron de la hoguera gracias a su albacea Max Brod. No todos los escritores tendrán  esa suerte. Para mí Kafka es una especie de santo laico o de profeta, heraldo del tiempo que se acerca. Su “Metamorfosis” lo mismo que “1984” de Orwell o “Un mundo feliz” de Huxley es una utopía en que se narran las aspiraciones y fracasos del hombre gregario del mañana. Sus libros son una semblanza del “homo domesticus”, sometido a su mujer, bajo la bota del jefe en el trabajo, subyugado y contrito al que de vez en cuando le duelen los colmillos o que siente cierto malestar en la barriga. No será nada. Ya se me pasará. Me he visto muchas veces a mi mismo reflejado en la persona de Gregorio Samsa. Igual que a él me gusta la carpintería y el bricolaje, hacer crucigrama, dar cuerda al reloj de pared los fines de semana. Me pesa la incertidumbre. Me aburre la política con sus afanes inanes.  Por la metamorfosis o el embrutecimiento del presente me puedo convertir en gusano – vermis sum et non homo- del mañana. Franz Kafka da vuelta a los textos de Isaías. Sus libros constituyen una especie de evangelio al revés. El jefe siempre es el jefe. Tiene siempre razón. Me levanto todas las mañanas para ir a la oficina y al mediodía acabo derrengado en el sillón. Soy pasto de habladurías y víctima de confidencias de vecinos y compañeros. Veo que al mundo lo rige una mano invisible y sacrílega.
Vivimos en ascuas, vamos por la vida pisando lumbre pero a nosotros lo que nos importa es nuestra propia tranquilidad. Nos hemos vuelto egoístas e insolidarios. Los periódicos nos dan las mismas noticias. Para matar el gusanillo vamos camino de la nevera. Pero no tenemos hambre, sólo angustia y tal vez hastío. Por mucho que nos afanemos nunca saldremos del círculo vicioso. Eso es el gueto. Estamos acorralados y un poco perdidos. Esta metamorfosis que nada tiene que ver con el hilomorfismo platónico que dignificó y dio trascendencia a la vida humana (el judío de Praga nos baja un poco los humos de la filosofía griega), su obra es como el descenso de un pedestal que anticipa los desmanes de la II GM; es una parábola actualidad, un thriller de la modernidad, una novela sin solución, una “morality” del anodino anonimato del hombre del siglo XXI.  Hoy te echas a dormir persona y mañana de te levantas cucaracha.
-Eso le pasaba a Kafka por ser un pobre diablo.
-Un mal bicho que tuvo la suerte de encontrarse con un sponsor, el rico judío, Max Brod que le publicó todos sus libros.
-No todos podemos vivir en la plaza. Pero el símil me gusta. San Franz Kafka encarna la idea de san Jorge que vence al dragón. Ganó las batallas después de muerto. Es la imagen del vencedor vencido, del fracasado que triunfó. De todas las formas toda la obra de este escritor checo que escribía una alemán pasable la cambiaría por una noche con Nicole.  El arte no es más que un pálido reflejo de la vida. Primum vivere deinde philosophare.
-Pues sí. Por eso se acuerda usted con tanto fervor del tiempo de vino y rosas.
-Ars longa, vita brevis.
-Cierto, el arte y el recuerdo son nuestro consuelo. Pero a Hull la ciudad desvencijada volvería mañana mismo. Allí dejé algo de mi sangre y en Wilberfoss fue donde nació mi hija, nuestra hija y allí construimos nuestro nido de amor.
-No me venga con romanticismos. No se ponga sentimental. Aparte tales chorradas y abandone su campana de cristal.
-Sí, volvamos a la cruel realidad. Al anodino san Franz. No importa que sea un autor sobrevalorado. El fin es el medio, no el mensaje. Aquí lo que vale es la imagen. Aparentar. Vivimos y nos fiamos de las apariencias.
-Esas a veces engañan.
-Cierto pero que nos quiten lo bailado.  
   27/09/2017
Capítulo II
ELLA NUNCA ESCRIBIRÍA
Lo sabía y estaba en lo cierto. Las aguas del pasado no movían molino. Estaban cerradas todas las poternas. Se habían borrado las claves y la sensación era la misma que aquellas noches en que regresaba a casa, abúlico, insatisfecho consigo mismo por haberse gastado tres libras en el pub, sin chelines para echar a la hucha cuando se acabase el gas, y sin una moneda de seis peniques para comprar un bote de Heinz Spaghetti en la tienda de la esquina que regentaba una abuela con las piernas malas por las varices.
 Se llamaba Thatcher y debía de ser pariente de la Dama de Hierro pero por aquel entonces no había iniciado su carrera política ni la reconquista de la isla para el comercio. Somos libres. ¡Somos libres! Que te lo crees tú. Doña Margarita, que tenía la cara de loba y el pasito corto de jilguero que salta en las enramadas de los olmos de la City entraría en aquel jardín como un elefante en la gran cacharrería, al grito de We are a nation of shopkeepe rs.
 Venía a ver a su tías los fines de semanas y examinaba los libros de de cuentas. El debe y el habe bajo el lema de look after the pennies, cause the pounds look after themselves  Así es la vida. Ahora regresaba borracho con su impermeable de plexiglás marca puma di oro que compró su madre en Galerías, una prenda demasiado endeble para hacer frente a aquellos cierzos del Mar del Norte que soplaban sobre Hulla la ciudad grisa la ciudad gris the Dull. La ciudad del viento y la tristeza.
 Le había tocado ir a parar a la ciudad más siniestra de Inglaterra. Claro que Sheffield y Bradford no se quedaban atrás. Era el Yorkshire, you know. Hombres rudos. Pero tienes que aprender inglés. Lo exigen en todas partes. Saber inglés si quieres llegar a ser algo en la vida. Su generación había alimentado bastantes obsesiones y supersticiones y aquella del inglés por correspondencia o en una academia era una de ellas. Mejor que te vayas a Londres aunque sea a fregar platos, algo aprenderás.
 ¿Tú crees?
Yo no digo nada. Quien no se arriesga no pasa la mar.
 En la tienda de Mrs. Thatcher como era tan ahorrativa no había corriente eléctrica la mayor parte de los días. Se alumbraban con un candil de butano y olía mantequilla  rancia y a ése olor dulzón que deja la pobreza en todas las partes y luego estaban las piernas de la pobre señora dependienta que también debían de tener su olor particular o le cantaban los pies. O es que le supuraban las heridas. Fiaba con interés y apuntaba la deuda en un papel de estraza.
 We are a nation of shopkeepers diría su hija. Oh yea
 Y luego la feroz Baodicea mandó la escuadra a las Malvinas y se hinchó a matar argentinos. Pero eso ya no importaba poco. Además, sucedería mucho después. Ahora Larry no era más que un joven airado tan crédulo que se había tragado todas las patrañas que le habían contado en la infancia sobre las mujeres y el vino.
 Regresaba  ahora a casa empapado en mosto, o mejor dicho, en lúpulo que allí lo que nos legó Noé costaba un ojo de la cara.
pint of bitter, please .
Se metió cuatro enteras y cinco medias dejando en la barra todo su presupuesto del mes y volvía a casa bolinga, haciendo quebrados al caminar y dialogando en silogismos en latin con las farolas del alumbrado urbano. Se le había acabado el peculio (el resto del mes a silbar a la vía), se fumó toda la dignidad y con su dignidad la cajetilla de diez de cigarrillos Woodbine. Se había sentido generoso y ofreció tabaco a un par de grullas apostadas en el quicio de la mancebía pero le dieron calabazas y se fueron con un camionero de Newcastle.
Ya se acercaba a la puerta d sus humildes aposentos ue le costaban la mitad de la beca y ya no tenía más que un cigarrillo y había hecho el dispendio de invitar a la pelirroja Susana a un babysham lo que le agotó la mitad del monedero.
 Quería ser escritor pero no se sentía con fuerza para la empresa. Arrancha con cierto brío las narraciones pero luego se cansaba y dejaba a medias sus concepciones. Sus libros no acababan en parto. Ninguno vio la luz del amanecer. Habían quedado nonatos. En el limbo y a wink in the eye of your faters eye  como se suele decir.
-Estas borracho, talmenente telumante, tio.
Si no sé por donde voy mi voluntad perdida y las efervescencias del eructo alcohólico.
Vas a echar la pota. Sal al jardín.
No obstante, la bebida le dejaba a Larry en el cuerpo cierto bienestar al cual sucedían los desazones y espasmos de la resaca del día después cuando retornaba la conciencia y volvían las preguntas de por qué  lo hice; él miraba atrás y no recordaba sus pasos, sólo el instinto a quemarropa que ponían en circulación de casa sus miembros.
 Era entonces un pelele. O acaso un robot o era la Dama de Blanco con el griñón de luto que miraba por él en la retaguardia. Le había estado en sus días juveniles rezando con tanto ahínco y con tanto fervor que ahora surtían efecto las plegarias y como en los cuentos de Berceo no era extraño que la clemente Reina, que siempre estaba al quite, pues era su madre del cielo (en el infierno tenía otra)  guiase sus casos hacia el domicilio y se pusiese al volante en casos extremos. Para encontrar el camino de casa.
 Entonces la luna era como más familiar y las estrellas más cercanas.
-No has de beber nunca más, Larry.
-No.
 Hay un ejército de diablos danzando con sus tridentes en esa botella y está claro que quieren perderte. ¿Dónde están las llaves?
 Ay he perdido la cartera. San Antonio también estaba de su parte. Encontró la cartera. Pasó la noche en la biblioteca al amor de sus libros, de sus ordenadores, de sus imágenes y medallas.
La luz de la luna penetraba espectral por un montante. El ángel de la guardia le reñía un poco afligido. Tuve que trabajar lo mío para hacerte desasir de aquel moro que venía como un relámpago a robarte la cartera. ¿Otra vez? Sí. Entonces se llevaron mis cámaras y mi tarjeta, me desposeyeron del carné y uno en este país sin papeles no es nada. Robaban documentación para acodar con ID a los que arribaban en pateras, se los vendían por cuatro cuartos. Da coraje, hombre, pero ya sabes que yo estoy aquí, y ellos también son humanos e hijos de dios. ¿También el que me robó la cartera, cachis su estampa? También él.
 Pues vale. To er mundo e gueno, señor ángel. Tenía que escribir una novela pero hacía pereza. Lo había intentado muchas veces pero se quedaba a medio gas nada más empezar el maratón. En efecto. Escribir una novela es como participar en una carrera de larga distancia. Yo tengo que llenar un vacío y tapo mis agujeros interiores con palabras. Como puedo y como dios me da a entender.
 Ciertamente, que las grietas vuelven a reaparecer pero nunca viene mal una capa de cemento. Esto es sólo una terapia. Ni más ni menos. Calistenia espiritual.
 La luna tras el ventanuco le parecía que se estaba riendo de él. Las estanterías cuajadas de libros empezaron la danza prima un amago de compás.
Ay que me mareo. Ah que se me van los pies. Y cada vez era más profunda aquella herida de su hija ausente. Los ordenadores se encendieron ellos solos. Su correo empezó a llenarse de emilios delatores. Has ofendido a mucha gente. En el infierno te estamos esperando.
 Sin embargo, otra vez la lámpara del icono que lucía toda la noche espantaba a aquellos espectros. Tengo la cabeza llena de fantasmagorías y la boca seca. Me hundo señor en este vaivén. La cabeza me da vueltas. Ay. Pues tienes que escribir. Aunque no sirva para nada. Aunque ella no te conteste. La he buscado por todas las partes y hasta una vez cursé un llamamiento a través del ejército de Salvación y me contestó una teniente dándome noticias de que estaba bien. Que vivía. ¿Me suicido?
 Y entonces veía a su padre desde el cielo y apuntándole con su índice boto el que se le congeló y se le quedó sin uña en Novgorod. Fantasías locuelas. Su padre era un apuesto militar y estaba muy elegante sobre todo  cuando se calzaba aquellos botos que requisó en la guerra a un comisario ruso.
Había que sacárselo con una horma de madera. Él se prestaba siempre voluntario. Quería mucho a su padre. Y cada año que pasaba y se miraba en el espejo notaba que se parecía más a él. Su vida no servía para nada. Le dolía la separación de su hija y que le hubiese abandonado aquella mujer y desde entonces todo había sido malo en rachas cada vez peores: profanaciones, interdicciones, constituciones, delegaciones.
 En un libro de historia de la literatura tenía guardado tres cuatro pelos de Eutimia, se lo había quedado como un exvoto de fidelidad eterna aquella tarde de mayo en que la luz no querría apartarse nunca después de hacer el amor en su buhardilla. Las carnes eran prietas y blancas los senos robustos.
 But not the whole way please.. 
No.
Gorjeen el alemán e Elizabeth sus amigos lo hacían. Una vez que vino Gorjeen -Jurgen de Alemania se desahogaron él y su novia y él les ofreció su cama en un gesto de buena voluntad. Siempre estás haciendo el gilipollas, Larry. Por eso la gente te pisa.
 No era incapaz de abrir las páginas de aquel libro porque entonces le entraba un cierto desasosiego. La vida da muchas vueltas y un mismo personaje puede ser cien. La copa del amor se escancia mil veces y nunca se acaba. Así que tienes que escribir una novela que sea un punto de fuga de tu partitura en sí bemol. Dorre mi fasol. Con estas ideas en el macuto viajó a Londres. La mujer de Villalba le miraba desafiante y casi hostil pero esta vez no encontró entre los aduaneros la hostilidad de ocasiones anteriores. Ya éramos todos europeos. Ya estamos todos en la CEE.
 Se conjugaban las siglos y las pasiones, cambiaban los modos, las costumbres, la forma de hablar pero ¿los ingleses seguirían tomando el te? ¿Londres seguiría siendo Londres como aquella vez? El olor le transportó al año 1964 cuando arribó a Victoria Station con su gran macuto militar, el que se lo habían regalado a su padre en el economato, y las botas militares y el pantalón caqui.
Eres un pozo sin fondo, beibi. Un arlequín. Un malabarista. Sed festina lente. Ciertamente, las cosas de palacio van despacio.


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Publicado por Blogger para antonioparragalindo.blogspot.com el 4/17/2018 01:54:00 p. m.