«El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras trigueras del oeste de Kansas, una zona solitaria que otros habitantes de Kansas llaman “allá”. A más de cien kilómetros al este de la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al Lejano Oeste que al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de peón...».
Así comienza A sangre fría (1966), un libro sobre el asesinato brutal, en 1959, de una familia estadounidense –la madre, el padre y la hija y el hijo adolescentes– a manos de un par de asesinos, finalmente atrapados y condenados a muerte, quienes apenas tenían motivos para la masacre.
El autor del volumen, Truman Streckfus Persons (Nueva Orleans, 30 de septiembre de 1924-Los Ángeles, 25 de agosto de 1984), había visto la noticia en los periódicos, y se implicó desde ese momento en una extensa investigación sobre los hechos, a lo largo de varios años, incluso antes de que atraparan a los criminales.
Para entonces ya era Truman Capote –apellido tomado de su padrastro, un empresario cubano– y gracias a sus cuentos, trabajos periodísticos y novelas como Desayuno en Tiffany's tenía un puesto indudable dentro de las letras estadounidenses y también en la alta sociedad.
«Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí, me chupó hasta la médula de los huesos», escribió sobre el arduo proceso, en buena parte del cual lo acompañó su amiga, la escritora Harper Lee.
Después de entrevistar a vecinos y amigos de las víctimas, autoridades e incluso a los asesinos, Truman consiguió una novela de no ficción demoledora, que enseguida se tornó en suceso literario. Mediante una prosa elegante y austera, recursos literarios y la técnica del reportaje, logró una historia capaz de dar miedo real, sobre todo, porque desnudó la capacidad del ser humano de convertirse en algo monstruoso gratuitamente.
Aunque ya otros escritores, como el argentino Rodolfo Walsh, con Operación Masacre, habían combinado ficción y periodismo de forma eficaz, no cabe duda de que Capote se erigió con este texto en uno de los padres del nuevo periodismo.
Había sido un niño en extremo solitario, que empezó a escribir para enfrentarse al aislamiento: «Las palabras siempre me han salvado de la tristeza». Vivió de forma desprejuiciada su homosexualidad y reflejó en sucesivas obras los lados más oscuros de la sociedad norteamericana, muchas veces de forma mordaz. Incluso, escribir sobre los secretos que le habían confiado algunas de las mujeres más elegantes y ricas de Estados Unidos, le valió en sus últimos años la marginación de ese mundo de oropeles, que le fascinaba.
Escritor, además, de guiones y obras de teatro, a pesar de su maravilloso «estilo de ver y oír», a lo largo de su vida estuvo marcado por la adicción a las drogas y el alcohol, lo que terminó por causarle la muerte.
Excéntrico y controvertido –se autodenominaba genio–, Truman Capote fue, muchas veces, su propio personaje. No cabe duda de que es uno de los grandes autores del siglo XX, como tampoco de su influjo en la literatura y en el periodismo, cuyas fronteras difuminó. Leerlo implica no solo encontrar testimonio de una época y sus clases sociales, sino entender mejor la naturaleza humana, horrorizarse por ella y compadecerla.
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