VIRGEN DE LA CANDELARIA



















Hoy las candelas remedo de las fiestas judías del
purim en la parte de Segovia do nací. Me veo de niño llevando la vela acompañan
do a mi tía Paulina a la iglesia que acababa de tener un niño.
El cura don Frutos acetre en mano daba el asperges
por todo el templo aldeano. Caía sobre nuestros rostros y cabezas lluvia de agua
bendita.
Falta nos hace para limpiar las huellas del diablo
inmundo, la roña en los calcaños, los estigmas del rencor y lo que llamábamos actos
impuros léase hacerse pajas o masturbarse con furor como lo hacen esas ninfómanas
de la red.
Don Frutos que era un poco bruto pero muy rural y
se subía la sotana hasta la cintura cuando ascendía en bicicleta la Cuesta de
los carros avanzando que perdía el bofe para sacramentar a los de Tejares el
pueblo anejo que eran más brutos que nosotros los de Valdesoto.
A don Frutos le asomaban los pantalones remendados por la culera bajo
el triste traje talar.
No decía caguen dios el juramento lo sustituía por
cachis diez, pero aquel día de las Candelas estaba de buen talante.
El coro entonaba los cantos ancestrales de la
Parida y él responseaba a sus anchas junto a los hacheros donde de culo se
sentaban las viejas la cara cubierta con el almófar morisco y todas de negro,
muchas sin diente bisbiseando avemarías.
Yo sostenía el cirio enhiesto a la vera de mi tía
Paulina la presentada.
La iglesia estaba llena de luz y la imagen de la
Virgen de Rehoyo resplandecía de luz celeste.
Don Frutos
no se cagaba en dios, lo sustituía por un mecachis diez (únicamente se cagaba en los huevos del gran
cabrón cuando se enfurecía) que no era pecado mortal sino venial exclamarlo y al llegar a la sacristía sobre
los cajones contábamos las perras gordas, las monedas taladradas de dos realines,
y tal vez alguna peseta, difícilmente, que habían echado las viejas durante el
responso.
Aquel día para este acólito que quería ser cura pero
que acabó en escritor era un día grande de bolear las campanas.
Don Frutos algo tacaño echaba mano a la bolsa y
decía ten.
Y me daba una perra chica. Suma importante por aquellos días. Salía disparado
del templo y me acercaba a la tienda de la Pilar. Una sarta de garrapiñadas de
Alcalá costaban una perra chica.
Y yo tan
contento porque de menos nos hizo Dios.
Entonces yo no Sabía lo que era el dinero ni
comprendía por qué no se puede vivir sin trabajar pero el Señor bendito de la
mano de la Virgen María me llevó por andurriales insospechados sacándome de atascos.
Y ahora digan ustedes la confesión general que así
se llamaba la oración con la cual concluía la misa de las Candelas cuando las
mujeres de toda España habían de presentarse al cura para que las limpiase de
toda macula.
domingo, 2 de febrero de 2025
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