ESPIRITUALIDAD
IGNACIANA EN SEGOVIA. PARA DONDE TIRE MI MULA
Envuelto
en la ceniza y el polvo a los que revertiré, tiro del cajón de la memoria; Allí
están las notas cuaresmales, reflexiones de mi adolescencia, cuando, imbuido
del carisma jesuítico, quería ganar almas para Dios. Son reflexiones tomadas al
desgaire al pie de la torre Carchena, en la huerta del Judío (la Aceitera, uno
de los pináculos del perfil urbano segoviense junto al chapitel de la catedral
de san Andrés y san Esteban) mientras meditábamos y sonaban voces dentro del
pecho.
La
advertencia de Iñigo a Javier “de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu
alma, hijo mío”. La Compañía, a pesar de que fueron expulsados dos veces de
nuestra ciudad, dejaron su fuerte impronta en su espiritualidad. Segovia
siempre fue comunera y el Divino Impaciente realista, vasco recriado en Arévalo
como “contino” o paje de la segunda esposa del emperador. Bajo las banderas del
Duque de Nájera y creo que su espíritu pervive al albur de la Carchena, una de
las primeras casas que fundaron en Castilla, como bien ha demostrado el profesor
Costa Arribas en su libro.
Mi
formación adolescente tiene la culpa de ese altruismo un poco egoísta que me
domina aunque me consuela saber que de los limpios de corazón es el reino de
los cielos y Dios se apiadará del pecador en el día de cuentas. Colijo al cabo
de muchos años que la clave del éxito ignaciano estriba en el “Gnosce te ipsum” de los griegos, da de
lado a las pasiones, refrena tu lengua controla tus ojos, ayuna, calla y reza.
Cuando fue
encarcelado en Alcalá bajo sospecha de tener contactos con grupos de alumbrados
y acusado por dos mujeres santeras, el santo fundador exclama:
—Jamás
hubiera podido creer que fuese motivo de escándalo hablar de Cristo a los
cristianos.
Ignacio
topa con el oscurantismo popular y con la iglesia oficiosa contra la cual entra
en rebelión. Creo que el papa Francisco, pese a su nombre franciscano, es más
hijo de san Ignacio que de san Francisco
de Asís. A los dos se parece en una cosa: la austeridad. La espiritualidad jesuítica
es un “no frills”. Nada de chorreras
ni florituras ni encaje de bolillos pero contumaz en la defensa de la mayor
gloria de Dios.
En
Salamanca tampoco a Ignacio le fue mejor y tuvo que huir montado en una mula
camino de París.
Con este
analfabetismo cristológico va a topar otro predicador evangélico George Barrow
Don Jorgito el Inglés que denuncia la negligencia e ignorancia de parte del
clero sobre asuntos evangélicos.
Ignacio es
como buen vasco terco y alienta pensamientos de contrarreforma. Intolerante con
el pecado y tolerante con el pecador. In dubio pro reo.
Su
objetivo primordial fue evangelizar al clero. Quería una revolución desde
arriba.
El Día de
la Asunción de 1534 en la basílica de Montmartre se ordenan los primeros
jesuitas (Fabro, Aqua Viva, Suarez, Javier y él.)
El
programa del nueva milicia es seguir abrazados a la cruz de Cristo, muertos al
mundo y a sus vanidades. “Homines mundo
crucifixos homines novos qui suis se affectibus exuerint maximam gloriam Dei
intuentes”.
La clave
del programa es la renuncia a sí mismos y la búsqueda de la gloria del
Crucificado. Paradójicamente, el programa de salvación va a ser muy atractivo
para las clases poderosas de la España de su tiempo. Las grandes casas ducales
siempre tienen a mano a un padre jesuita con quien consultan y con quien
confiesan sus pecados. San Ignacio llevó a colmo su obra reformadora bajo la
protección de los Borja.
El
pensamiento revolucionario se centra como sumario de las constituciones:
hombres nuevos, desligados de la vanagloria y corrupción del mundo. Es el
objetivo de su camino de perfección o terceronado. Resucita una palabra del
latín castrense para formar a los miembros de la Compañía: tirocinio (lat.
Reclutamiento.) Forman parte de los nuevos caballeros de la cruz.
Iñigo de
Loyola había asimilado en los libros de caballería, tan de su gusto, la
filosofía templaria, esto es; la militancia activa. La tolerancia y la
morigeración de costumbres les abre las puertas del poder. Son los lansquenetes
del Papa. Su guardia de hierro. La escolta de corps.
La base
del culto al Sagrado Corazón de Jesús propalado por los jesuitas por toda la
cristiandad se compendia en un famoso soneto anónimo escrito por un converso:
“No me mueve mi Dios para quererte
El cielo que me tienes prometido
No me mueve el infierno tan temido
Tú me mueves, Señor, muéveme al verte.
Clavado en una cruz y escarnecido
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido
Muévanme tus afrentas y tu muerte”
Quizá
porque fuera un aristócrata san Ignacio no es un santo milagrero ni popular.
Sólo promete la cruz y la renuncia a sus seguidores y un cierto desapego a las
devociones y practicas del vulgo. En esta antipatía reside la clave de su
eficacia. Muestra una adhesión ciega a la soberanía de Dios y frente a las
criaturas formula absoluta independencia y libertad de acción.
He aquí
pues un santo de rostro duro pero eficaz. Recomienda a sus discípulos ser
dóciles a la llamada del Espíritu Santo y en cuanto a las cosas de la tierra
“todo en tanto en cuanto”. Es la famosa impavidez jesuítica que se planta
delante de las apetencias de la carne. Lo que no es óbice para que luego sus
hijos, indiferentes a los halagos del nombradío, la belleza, la salud, las
riquezas o la fama, se infiltren en los sectores del poder y del dinero,
jugando a todas las barajas que puedan darse pero teniendo siempre presente el
“ad majorem dei gloriam” que acuña el anagrama jesuítico.
Hemos de
“vernos libres de los negocios exteriores para vacar de la eterna sabiduría y no
busquéis el oro de monederos falsos”. Porque no hay plazo que no se cumpla ni
deuda que no se pague.
La
espiritualidad ignaciana es una espiritualidad combativa surgida del
arrepentimiento de una soldado que fue palaciego y cortesano en la corte de
doña Germana de Foix la segunda esposa del Rey Católico, en Arévalo. Está
imbuida del espiritu caballeresco que idealiza a la mujer mirando para la
imagen de la Virgen María.
Observador
minucioso de sus intercadencias todo cuanto se le pasaba por el magín lo anotaba
en un papel. Su principal hallazgo a este respecto es la santa indiferencia.
Pero no ha de obviarse tampoco otras dos virtudes la obediencia ciega al
superior, casi cuartelera, la humildad y la no violencia.
Cuando
camino de Montserrat aquel cojo celestial se encuentra con aquel moro que
empieza a insultar a la Virgen María, el antiguo mesnadero del Duque de Nájera,
herido en lo más profundo, quiere ajustarle las cuentas, vuelve grupas y,
desenvainada la espada, se encuentra en un cruce de caminos. ¿Qué ruta elegir?
Hubiera
querido cortarle la cabeza al moro, pero reflexiona y dice “para donde tire la
mula” y la mula lo condujo a las ermitas de Montserrat donde escribe sus
Ejercicios. Es la fórmula de la no violencia, que ha de ser sustituida por la
argucia, la cautela y las fórmulas de la política.
Mortifica
su orgullo escribiendo que los fracasos se los debe a su incompetencia y que
sus triunfos, que fueron sonados, (se apoderó de la Roma corrupta y cortesana)
fueron obra del Señor.
Papini
señala que la clave de la popularidad de los Ejercicios está en haber
construido un mundo que alienta bajo la presencia de Dios.
Esta
presencia significa composición de lugar, un artilugio mediante el cual el
orante se desplaza a la tierra de Canan, escucha las palabras de Cristo, lo ve.
Pegó tan fuerte esta creencia que los grandes pensadores con el mismo Lenin a
la cabeza, han utilizado las técnicas ignacianas para la conquista del poder.
El jesuita
tiene fama de ser riguroso en la doctrina (esto puede observarse en el papa
actual) pero indulgente con las personas. Ello puede derivar en acusaciones de
laxismo con que tacharon los frailes a los jesuitas.
La
cuestión es: no se puede dominar el mundo para Jesús sin mantener atadas las
riendas del poder político. Eso idea fue un vademécum orientador de la S.J.
durante varios siglos.
Ahora en
un tiempo de materialismo laico a lo mejor el papa Francisco tiene que sacarse
de la manga otros procedimientos para dominar a la Bestia, y ganar a la Bestia
es vencer la concupiscencia del mundo. Del orgullo, del demonio y la carne.
Iñigo de
Loyola viejo soldado de los tercios de Flandes es el adalid de la fuerza de la
voluntad. Porque dice que la santidad requiere un gran esfuerzo. Se entra por
angosta puerta en el cielo.
Contra la
creencia de los luteranos que, falsificando un texto de san Pablo, establecen
que la concupiscencia humana es invencible y que sólo se puede redimir el
cristiano por la gracia santificante (fe sin obras) el fundador de la Compañía
de Jesús en contra el pensamiento
luterano opina que el poder de la gracia, la oración y la mortificación suplen
las carencias de la naturaleza. A Dios rogando y con el mazo dando que bien lo
decía Santa Teresa.