QUOD SCRIPSI SCRIPSI
Dijo Pilatos lo que escribí, escribí. Dicho queda. Hermosos días de septiembre veranillo del membrillo que anticipa un otoño dorado. El libro está presentado. Unos monjes benedictinos del Paular con sus arreos del hábito y el escapulario de San Benedicto bajaban por la calle Real y se pararon ante la iglesia del Corpus. Una custodia campeaba sobre el dintel para lavar la culpa de un sacrilegio ocurrido en 1410. el lugar tiene muchos visitantes. Llegan en manada por curiosidad más que por devoción. Vivimos una cultura laica. Dio vuelta la tortilla. Escribieron de otro modo la historia y nuestros sueños quedaron para vestir santos. Las cosas que nosotros sabemos se ocultan pero hay gente que como este servidor las pregona a los cuatro vientos.
-Fijese, reverendo padre-le dije al abad- ustedes los frailes benitos construyeron Europa. Las fuerzas oscuras la están destruyendo.
-Pero Cristo está en la historia- contestó el monje.
Crucé la arcada de la iglesia de San Martín donde estaba ubicado el palacio de los Trastamara y no escuché el rugido de los leones de don Enrique IV. Esos felinos rugían en su finca de recreo a las afueras cerca del Campillo y de los Jardines de Villangela, el antiguo convento de clarisas, hoy convertido en restaurante. En las ménsulas del artesonado mozarabe descubrí insignias triunfales de nuestro pasado. Estaban las flechas del poderío y el yugo de la labor. Eramos poderosos siguiendo la recomendación del apóstol de que la vida es milicia. Hoy no tenemos ejército y los caganets- Pujolín y Arturo Mas a los que se ha unido el picante pichanet Duran Lérida, y es verdad ese nacionalista cavernícola tiene cara de bálano- nos hacen un calvo, se mean en la roja y gualda y se limpian el trasero con el libro de la constitución y aquí todos aguantando mecha. Han acabado con el sueño de la unidad nacional y todo se está viniendo abajo. En cuanto al yugo de la labor aquí nadie pega ni golpe. Nuestros hijos viven de la pensión que nosotros cobramos. Del ejército carecemos. Mi viejo regimiento ha sido convertido en un monstruoso edificio que dicen que es una universidad donde se graduan burros. Un pegote. Han hecho trizas la Fuente del Lagarto donde jurábamos bandera y la barbacana donde campeaban el escudo del glorioso regimiento con las armas de Castilla y de León se la han llevado a un museo. Menos mal que la taberna de enfrente donde me tomo un refrigerio se llama “España” todavía. La Iglesia se ha convertido en una ONG que sirve a los laicos intereses de una Mano Oculta. ¿Cómo? Sustituyendo el amor por el odio. Escondiendo la buena nueva evangélica por un acontecimiento contingente y temporal del que les hablé más de una vez. Es un poco el tema del libro “ Seminario vacío: los pecados mortales de la Iglesia”. Es un canto epinicio a aquella Segovia que fue y ya no es y una diatriba contra todo aquello que nos pasa. Y explico cuál es la razón de nuestro desasosiego. Por qué nos pasa. Por qué somos así. En esta Segovia comunera nunca fuimos menos libres. Aquí sólo hablan los políticos. Aquí sólo largan sus rollos los jornal-listos o periodistas del pesebre como Jáuregui, la Cernuda y compañía. Al pueblo le toca achantar la mui. Sin embargo, creo que mi libro es una verdadera obra de arte y digo lo mismo que Clarín cuando dio a la estampa su Regenta: de esta novela hablarán las generaciones futuras. Quod scripsi, scripsi. El clarete se trasegaba bien, el lomo, muy rico, la compañía afable, el recordar intenso. Vinieron los pincernas de don Enrique IV que se sentaba a la morisca entre nosotros. Estaba el buen rey en espíritu como un comensal más viendo yantar a toda la peña aquella lechigada del 55 que hoy van para viejos. Su escudo de armas –SAR- parecían el hierro de una ganadería de Mihura. Don Enrique el hermano de Isabel tan difamado fue uno de los fautores de la unidad nacional que ahora tiran por tierra esta clase política siniestra. España no se merece esto. La tarde del 9 de septiembre luego se puso melancólica. Pero eso va a ser, si Dios me da vida, otro tema y otro libro.