OVETENSE 2010 enero
Viernes, 08 de enero de 2010
T
Año estrenamos con atisbos de
capicúa. Y esta madrugada empezaban las lunas fuertes de enero con temporales y
los chicos de la tele como no encuentran noticia más interesante que llevarse a
la pantalla informan del frío que hace. En Pajares con cadena. Alto los Leones
nevado. El Padornelo, cerrado. Teruel quince bajo cero. Uno recuerda el parte
que escuchábamos allá por los cincuenta y aquel calendario de 1952 que le
regalaron a papá y que venía una chica topolino subida a un descapotable. Abríguense.
Esa es la noticia de hoy, uy que frío. Mientras tanto, traileres de guajes haciendo
muñecos de nieve o virándose bolas. No hay clase. Algún que otro carrerista
pedestre que desafía a las inclemencias del meteoro haciendo futin por la
Concha de San Sebastián o un sexagenario audaz que se baña en pleno invierno.
Uy que frío. Esa es la noticia. Normalidad democrática de la sangre municipal y
espesa. Luego hablaban de sequías hasta hace poco. Los viejos del lugar no
recordaban un invierno más crudo. Año de nieves año de bienes. Cantaba la
lechuza abajo en el robledal junto a la carretera, augurio del mal tiempo
reinante. Y el grito del pájaro de la Sabiduría que en nada se parece al voznar
de los cuervos me hizo levantarme, rezar mis preces, calentar café, encender
una pipa, darle gracias a Dios por estar en vida. La curuxia me enviaba recado
de escribir y es como si te encargaran de que empezaras un viaje cuando te
sientas a escribir una novela o lo que salga para ahormar tus pensamientos que
arrebujas con tus precariedades y ahí nace un sueño. A medida que se acerca el
livor de la madrugada el canto de la
como la llaman por acá se hace más tenue. El autillo busca la querencia
de las enramadas de laurel. Me hace sentir dichoso no sé por qué entre el
primer café y los últimos alfajores de la pasada navidad. Dichoso de vivir y
telegrafiar mi mensajes al papel. Sagrado Corazón en vos confío. Y cada
mochuelo a su olivo. Vamonos pa Oviedo. Castillos en el aire. Busco las plaza
fuertes de la idea que se fraguaron, muros altos del empeño, almenas guarecidas
de centinelas que recitan consignas en forma de palabras, dejando a un lado la
impulsividad cibernética que se lo lleva la escorrentía de la curiosidad
puntual, el esnobismo virtual que don Candongo se lo pasa por el forro y nos
envía sus esculcas, los zaguanetes y los perros de presa. Así que ningún día
sin una línea. Pauto mi alma y sométola a la disciplina del escriba al que se le
ocurre muchas cosas cuando está en la cama (las ideas geniales suelen venirle
al artista en la piltra); pero me levanto y volaron las musas a otra parte.
Para coger el hilo tiene que cargar la pipa. Humo y literatura es la fija. Le
pasaba a un atamán de cosacos, según leí en Gogol, ese libro de cabecera de
todos los grandes novelistas, Tarás Vulva,
que acabó queriendo más a su cachimba que a la propia mujer de uno. Así yo,
cuando todos me hayan abandonado, yo seguiré contando con la fidelidad de mi
pipa. El narguile ayuda al recogimiento, a encerrarse en el aprisco interior y
ahí nos las den todas. No se le ocurre al escriba ni un miserable adjetivo y
menos una metáfora feliz pero este oficio es cosa misteriosa que se relaciona
con las epifanías ocultas en subconsciente las cuales de pronto se manifiestan
y hay que hincarse de rodillas en la adoración mágica de los Reyes Magos como
aquel mural que había en la entrada de nuestra iglesia conciliar. Ha empezado
el ciclo pascual navideño que consta de cinco semanas. En las viejas catedrales
españolas el primero de enero con motivo de la circuncisión del Salvador misa y
sermón de campanillas. El día siete, san Julián patrono de Ferrol, se abrían
las velaciones; el noveno se conmemoraba en la ovetense las santas reliquias de
san Marcelino san Julián y santa Lucrecia san Eulogio y santa Basilia
depositadas en la quiroteca de la cámara santa. El decimoséptimo se hacía
conmemoración de san Antón abogado contra el fuego y los malos espíritus que se
apoderaban de los animales. Se veía llegar ese día camino de Oviedo a todas las
vacas paridas con sus respectivos jatos, a los acemileros con sus recuas y a
los carreteros con las yuntas de bueyes. Tráiganlos a bendecir. También
llevaban a la iglesia mayor a los pavos reales y algún gallo de la quintana,
pero las gallinas quedaban en casa abrigaditas en sus nidales para que pusieran
el huevo. Por san Antón la gallina pon y hasta su día pascuas son y por san
Antón la gallina pon, dichos y retruécanos de la antigua sabiduría popular que
sabía mirar para el cielo y para la meteorología porque puede que detrás de un
nube pródiga en aguas y nieves se esconda el ojo de Ra que todo lo ve parpado
inmóvil que vigila desde sus pestañas todo el movimiento universal. Se
desmontaban los belenes y empezaban los trisagios y el triduo solemne, tan
español de las Cuarenta Horas. Para el siguiente día contábamos con la
intercesión de santa Margarita, san Volusiano y santa Prisca no tan arisca como
su propio nombre indica pues yo conozco a una de ese nombre que es un pedazo de
pan, abogados todos ellos contra las fiebres tercianas. Eran estos mártires muy
santos de la devoción de los soldados y mareantes. En la catedral de Segovia
cohermana de la ovetense tenían altar y relicario. A san Fabián y a san Sebastián los efebos de
Cristo se les conmemoraban en las diócesis españolas, siguiendo una vieja
costumbre hispano visigótica, por todo lo alto. A Sebastián el desnudo que se
le representaba en cueros e imberbe atado a un poste donde le pasaron por las
armas los compañeros legionarios de su corte al no querer renunciar a Cristo se
le dispensó un culto muy especial en los cuarteles. Era el patrón de los
arqueros. A los dos días venía san Ildefonso de Toledo- entrañable escena que
pintara Goya en la sacristía de Guadalupe- al que la Virgen bajó del cielo para
colocarle la casulla en premio a los merecimientos de las que se hizo acreedor
por escribir tan bien y tan a gusto sobre las calidades intercesoras de Señora
tan augusta. Era el día del rey y una costumbre de muchos siglos atrás en las catedrales
hispanas determinaba que se pronunciara el sermón de la Virgen. El 24 tenía
lugar la primera romería del año en honor de san Timoteo fiestas en Luarca y en
las tres fechas subsiguientes en tirocinios, seminarios y noviciados también se
honraba por todo lo alto al patrón de la retórica, san Juan Crisóstomo. Los
latinos acostumbraban a empollarse un discurso en griego que pudiera ser alguna
de las filípicas de Demóstenes y se lo espetaban a sus compañeros desde lo alto
del púlpito del refectorio. Entre el ruido de los vasos y el ir y venir de las
fuentes de la sopa sonaban magistrales aquellos kai panta, los ge, o los
aoristos del verbo λυώ
en el que todos nos hacíamos un lío sobre todo al conjugar los aoristos de
aquel verbo que significa atar que aprendíamos
cantando o usando artilugios mnemotécnicos en los primeros años de gramática.
Fue una tradición impuesta por los jesuitas en sus centros de formación. Las académicas
celebraciones en honor del obispo bizantino conocido bajo el nombre del Boca de
Oro era una fragua de elocuencia y semillero de futuros predicadores. Y el mes
de Jano o Januario terminaba en Roma con las saturnales y en Zaragoza con San
Valero Ventolera abogado contra el reuma. Ha cesado en su canto la lechuza.
Estuvo berreando toda la noche. Es que va a cambiar el tiempo. Abre la aurora
por las nevadas techumbres de la sierra del Viento. La Rondiella muestra su
testuz helada como un cáliz blanco. Yo me apresto a escribir y a recordar otras
epifanías. Vuelvo a calentarme otro café y regreso a bordo del tapiz de Aladino
a la plaza de la Escalandera a la cual yo llegué una madrugada del año 68 al
volante de mi seiscientos recién comprado. Iba de vacaciones pero quería
visitar a la Dama de mis pensamientos. Era la Regenta. Una mujer que no vivía
más que en la imaginación de su creador de la misma forma que don Quijote es un
ente de razón que puso en planta Cervantes. Y en Argamasilla de Alba san
Quirico y santa Julita. Mientras yo sigo dándole a la rueda de mis epifanías. Las
dulcineas no existen en la vida real y, si existen, salen respondonas. Así que,
Tony, everything is in your head, que
diría un amigo inglés. Los idealistas, los soñadores, por eso, vamos de culo.
Todo está en tu cabeza y en los poderes de tu mente traicionera pero me va a
venir bien todo este relajo. Suspende tu juicio, avizora en tu pensamiento,
revuelve en tus baúles místicos y no quedará títere con cabeza
Melchor era calvo, Gaspar sonreía benigno y la
Virgen, humilde, de rodillas, presentaba al Niño reclinado sobre un pesebre
irradiando luz rubia que ilumina las tinieblas del mundo como un presente. A un
lado, apartado, secreto y algo putativo, se presentaba san José el rostro en
penumbra y la vara florida se escondía el bueno de san José, viejo y calvo lo
plasma la piadosa iconografía, personaje
secundario poco histórico, porque su nombre apenas si aparece un par de
ocasiones en los evangeliarios y histérico pero sin cuyo concurso no fue
posible tampoco el misterio de la redención, su castidad como aditamento a la
virginidad de su mujer. Es uno de los arcanos insondables que encierra nuestra
teología. El cuadro olía a incienso, pero a heno y a cuya y a una pobreza
profunda, la mula acostada olisqueaba la paja y el buey de rodillas rumiaba
dulces pensamientos a eso de la medianoche, al cantar el gallo blanco, al
cantar el gallo negro –estas dos criaturas debían de andar encaramados en algún
bardal aledaño al establo donde se consumó el nacimiento de las cosas que
cambiaron el mundo, verdad irrevocable que ahora los impíos porque volvieron a
la tierra los sanedrines y esos odiosos precipuos amantes de la letra muerta
que gritan desde lo profundo de sus almas negras: fuera con él, es un impostor,
cruficale… a vuestro rey ¿queréis que crucifique?, pregunta el pretor a los judíos
y estos a su interpelación consular respondían a voz en grito no tenemos a otro
dios que al dinero y a Moloq. La gente desde entonces inunda los grandes
almacenes para comprar los regalos y se pone algo borde y sentimental todas las
navidades. No honra padre y madre, han quemado los libros antiguos y sólo
venera a los dioses materiales, relegando a la lista de los viejos usos el
dicho de fe es creer lo que no vimos.
En aquel cuadro por lo demás se
intuía casi se adivinaba la lumbre del oro y perfumando la escena el vaho de la
mirra de propiedades curativas. El dios al que adoramos era un perdedor, nació
en un establo y murió en una cruz coronado de una regia corona de espinas cuyas púas de carbunclo abrían troneras de
sangre y de escarnio en el hueso occipital, frente y sienes heridas. Decorados
del trasfondo de tan teatral representación y que reforzaban el poder simbólico
de nuestros días de epifanía era una pared a media construir, aun se ven las
adarajas imperfectas entre la lira de los cuernos del buey y las orejas picudas
del mulo arrodillados ante el divino infante como los magos. La escena
transpiraba serenidad y una beatitud como fuera del mundo.
No sé lo que sería de aquel mural de mi
adolescencia. En posteriores visitas al alma mater ya no estaba colgado sobre
la puerta del crucero. El seminario quedó vacío, se cerraron todas las puertas,
arrumbaron los altares, astillaron las tallas de santos venerables y con los
bancos, las sillas, los pupitres los reclinatorios donde estudiábamos o las camas
donde dormían los sopistas hicieron una gran montonera. Eso ya no se da, no
interesa. Los jesuitas vendieron al peso las bibliotecas con innumeros tesoros
escondidos. Se produjo con las bendiciones episcopales y de la propia curia que
adolecía de una especie de resquemor, un cargo de conciencia y cierta vergüenza
de su pasado, un auto de fe pero al revés. Quemaron las naves los curas que
hablaban poco de Jesucristo y mucho de ser solidarios, se instauró una religión
nueva la del Holocausto. El que hizo la ley hizo la trampa, cundieron las
perversiones, los abrenuncio, la general apostasía. Aconteció entonces el
síndrome de la iglesia desierta. Ay de ti Jerusalén que matas a los profetas.
Pero la desolación exterior de los templos abandonados no fue tan extrema como
la desorientación de una grey a merced de los perros de presa y de los lobos de
rapiña. Hubo santos que fueron al infierno y canonizaron a san Wojtyla. Así
estaban las cosas cuando yo siguiendo la ruta de los antiguos cristianos
cordobeses dirigí mis pasos allende los montes Herbosos, recé a la Virgen de
Arbás y alcancé a divisar las torres de Vetusta cuando ya se despedía el sol de
enero por los cerros del Naranco. Yo era un prófugo. Es lo que siempre he sido
en la vida un evadido que trata de burlar el yugo de las reglas convencionales.
Era una bella víspera de Reyes y yo pensaba en aquel cuadro del viejo seminario
tantas veces contemplado. Su recuerdo ahora que ya ha desaparecido evoca aun en
mis añoranzas de epifanías.
Cabalgata
Si la SIC catedral segoviense fue
el epicentro espiritual de mis días primeros la de Oviedo protege con su sombra
la edad provecta. Los niños esperaban expectantes a sendas aceras de la calle
Uría el paso de la cabalgata que suele constituir el plato fuerte de las festividades
navideñas en la capital del principado. Regresar a Oviedo es reencontrarme
conmigo. Me hago una foto digital al lado de doña Ana de Ozores. Por allí debe
de andar haldeando don Fermín de Pas sotanas de cachemir mientras Ripamilán
canturrea en el coro. Domine labia mea aperies. Ya empiezan las vísperas. Hoy
rezo a san Clarín. Yo estuve enamorado de su Regenta. Habité gracias a la mágica
de su pluma en un lugar del amor. Fui a jugar a la brisca con el cura de
Vericueto, estuve solo, soñé tener un hijo como el suyo en el que describe en
Su Único Hijo, fui delantero de diligencia con aquel golfillo entrañable por
nombre Pipá que fue compañero de rondas mías- los prófugos, los evadidos de la
justicia nos solemos acoger al calorcillo de las tascas o a los braseros fríos
de los lupanares-por las tabernas del concejo. Cuentos morales, humor y perdón,
compasión de Cristo que nunca fue óbice para que don Leopoldo me enseñase a chascar
la tralla con vehemencia en mis artículos contra los intrusos dentro del Helicón
de las Musas y toda esa gente que escribe regüeldos literarios y mejor que se
dedicase a oficios de mayor provecho como la fontanería. Él era el amo y no ese
al que llaman la Novia de Reverte. La
pluma de este ovetense manejada como la cuerda de un violín me abrió mundos de
belleza. Sí yo he sido el novio de la Regenta. Le juré amor eterno de caballero
andante en el altar de la poesía- ya no sirve para nada, no lo digas, se van a
reír de ti, te copian y te envidia, porque en el internete al cual tú estuviste
encadenado llevándote todas las broncas de tu mujer, realizaste un verdadero
tour de force, demostrando las posibilidades y alternativas de las que es capaz
un escritor esmerado, trabajador y con un pundonor alto aunque tus lectores
blasfemaban de esa maldita manía tuya de ir a la caza y procura de la
excelencia, velé sus armas. Santa María de los ojos grandes nuestra señora del
Sotrondio se me aparece en este atardecer de epifanía, víspera de Reyes y me
larga desde la almenara de los recuerdos hoguera no encendida una mirada
interrogante. ¿Eres tú el que ha de venir? ¿Eres Melchor, eres Gaspar, eres
Baltasar?... yo soy un ser humano encadenado a la libertad.
En Valpuesta, en aquel cementerio
en ladera, a la sombra de un risco donde los cristianos mozárabes habían
levantado una iglesia, dormiría ella el sueño de los justos. Algunas veces
Genadio iba a visitar la tumba de Florentina. Rezaba el oficio de difuntos,
cantaba el dies irae, preguntaba a los ailantos y eucaliptos que lamían las
tapias de aquel cementerio reclinado sobre la falda de un monte apertal por
donde se iniciaban los senderos y vericuetos que conducían a las altas cumbres
de los montes Ervisos si sabían algo de su amada Florentina y no le daban
respuestas. El aire al mover las ramas de los cipreses cinerarios hasta
doblegarlos nunca partirlos hacía evoluciones que recordaban signos de
interrogación. Aquí yace por tus pecados. Aquí te espera. No me digas. He de ir
a Valpuesta. Colocar en su nicho un ramillete de madreselvas. Sin embargo, el
hombre del tiempo le recordó que había nieve en los puertos, que los caminos
estaban intransitables, que todavía no habían empezado las rebajas.
Florentina no era más que una
marca en el aire de aquella moza elegante que yo quise cortejar. La acompañé un
par deveces hasta su colegio mayor en la calle Ponzano una residencia de
monjas. Fuimos juntros a ver la Historia de una Escalera y un par de veces
salimos a bailar. La pasée por Madrid con mi seiscientos recien comprado con el
pluriempleo que ganaba y estaba tan nervioso que en la bajada de Rosales el
seilla hizo un extraño y a punto estuvimos de hacer un trompo porque las dos
ruedas laterales se pintaron en el aire de aquello me acuerdo bien. Uno era muy
enamoradizo por aquellas calendas. Escribía cartas de amor a todo lo que volaba.
Adolecía de una falsa educación sentimental que pasando por alto que las
cuestiones del amor se encierran en dos supuestos clave: la biología y los
intereses materiales habida cuenta de que el matrimonio para el derecho romano
no es más que un contrato de carácter económico, y obviando la materia
convertíamos a nuestras adoradas en puro espíritu. Estas amadas nuestras,
aquellas damas de nuestros pensamientos no existían. Eran excrecencias de
nuestro culto virgineo o en parte seguramente de que habíamos leído muchos
libros de caballería que devanaron nuestro cerebros, los sesos se nos volvieron
agua y vendría el efluvio en forma de batacazo.
Nuestras relaciones copmenzaron
misteriosamente al cabo de un tiempo de acabar nuestros estudios
unoiversitarios adquiriendo netamente un
contexto literario de correspondencia epistolar. Nuestras cartas entre
Valpuesta, Berlín, Roma, Paría y otras capitales europeas se intercambiaron
vertiginosamente durante dos años. Al cabo de ese período decidimos casarnos en
Covadonga. La víspera de los desposorios mi novia me dio calabazas. Pero la
culpa no fue suya sino del correo. Había habido una huelga en los ferrocarriles
franceses por lo que yo había decidido trasladarme hasta la capital del principado
para casarme en Covadonga por todo lo alto. La epístola en la cual Florentina
decidía romper relaciones no la pude leer sino al regreso cuando ya vencido y
con muchisima resaca, el corazón baldío y supurando por la herida de las
traiciones, la leí. En un arranque de furia quemé todos aquellos escritos de mi
amada y bien que me pesó puesto que entre otras cosas escribía muy bien y el
manojo de despachos en que cambiamos opiniones sobre lo divino y lo humano
haciendo planes para el futuro y hubiera sido bagaje suficiente para articular
un buen libro. Creo que también me descomedí,
bebí más de la cuenta y agarré el telefono llamandola de todo menos
bonita, ya me entienden.
Creo que aquel hecho determinó
ciertos daños colaterales en mi personalidad. A consecuencia del despecho salí
muy herido y lleno de inseguridades siendo el origen de ciertas prevenciones
alateres que derivan en misoginia. No respeté a rey ni a roque, di batidas por
los prostíbulos de Pigalle quemando mi salud y alardeando de mis facultades
sexuales que a la sazón eran considerables. Al catre me llevé solteras y
casadas, niñas y viejas, doncellas y jamonas. Siguiendo las coordenadas del
mito donjuanesco, yo a los palaciones subí yo a las cabañas bajé y en todas
partes dejé memoria inausta de mí. Bueno no tan inausta porque Florentina
cuando vino a verme a Paris, me lo conesaría después, y poco antes de morir a
consecuencia de una enermedad terminal, que lo que mejor recordaba de nuestra
relación era aquella vez en que yo quise consumar el coito sexual, aunque no
había manera. Mi novia se cerraba de piernas con la fuerza de una lapa. Claro
que era muy atractiva y bien vestida. Creo que una tía suya había sido modelo
de algta costura. Tenía unas medidas perfectas.en su mente prolieraban el
horror al sexo y los prejuicios en que fuimos formados por los curas y las
monjas aquellas generaciones de chicos y chicas que fuimos a los colegios
religiosos en la posguerra. La verdad es que yo me saqué la espina con mi
atavica rebeldía a lo largo de mis correrías por las boits de París y de
Berlín. Salía de caza muchos sabados noche en ese perpetum movile narcisito de
cherchez lña femme y la verdad es que no se busca a la mujer, uno se está
buscando a sí mismo para dar cuenta de sus apetitos inconesables. Ay si yo
hubiese sabido que el amor sec reducía a esa bajeza, al mero acto biologico
otro gallo nos cantaría y a lo mejor no te hubieras muerto, Florentina, por lo
que voy a declarar acto seguido.
Si ella se cansó de mi dando
calabazas, dejandome a la puerta de la iglesia y lo peor de todo es que a la
chica le gustaba un cura que actuaba de correveidile-fue creo lo que más me
humilló ser postergado a cambio de uno de esos curas meticones y amigos de la
familia del coro al caño y husmeando cual perrillos falderos en lo derredores
de las señoras- yo nunca me cansé de Oviedo, la ciudad troncal de mis mayores.
De ella salieron mis antepasados vaqueiros y a ella regresamos los sucesores.
El mito del eterno retornos. Vetusta ejerció sobre mí un influjo mágico desde
niño. Por una de esas atracciones misteriosas que seguramente hayan de ver algo
con la teoría de la reencarnación. El toro en su querencia siempre busca
burladeros. Cierto que la devoción a la Virgen me salvó de aquel mal paso que
no sé ni como salí vivo porque sucedieron en la noche triste una serie de
sucesos que no vienen al caso de poner en este papel blanco sobre negro pero
que se enciuentran en un rincón muy escondido de mi pensamiento. El rubor y en
cierto el modo mi arrepentimiento me vedan traerlos a colación. He pensado que
Florentina no existía. Era un ente de razón y lka vividura de aquella noche del
74 no era más que una pesadilla empapada de alcohol y lllena de delirios del
delirium tremens. La puerta verde de aquella celda. La pistola negra de aquel
policía que me apuntaba- era un Astra 34- vamos tú, andando pa la trena. Yo
nada fice. Eso al qiue se los tienes que contar es al juez no a mí. ¿diste un
escandalo? Si. Después no se lo que pasó
pero aun llevo en mi cuerpo el frio de aquella mazmorra. De pronto se abrió la
puerta y apareció una gran señora vestida de un blanco manto y una corona de
oro. Llevaba al pecho un imperdible de rubí