2024-11-17
LA TERCERIA MEDIATICA, LA ONEGA, LA GRISO, ANA ROSA,
IGARTIBURU, LAS CAMPOS… ETC.
Ya va dicho esta es la nación de Celestina y de Trotaconventos a Cervantes se le reservs para ensalzarlo y no ser leído.
Aquí las que tomaron el relevo de la Trotaconventos y Celestina son esas chicas de la tele.
Se denominan “periodistas” pero yo diría que su profesión es la tercería global más cursi y bobalicona derivada en puterío.
Son una lavativa cerebral. Ojo españoles que las veis aposentados en el sillón de vuestra casa, tumbadotes, crispados y aburridos.
Estas putas y estos putos os están pegando sus purgaciones.
Fornican con la torta (tienen el mes) y por eso muchos caminan escocidos con ladillas en sus partes blandas embrutecidos por la telebasta, que es en realidad un pulpito desde el cual se predica un mundo brutal, catastrófico y sin amor.
El mal amor de Trotaconventos que no es el buen amor del arcipreste
de Hita
domingo, 17 de noviembre de 2024
las sumas de santo tomás de aquino un monumento del pensamiento teologal cristiano
VUELVO CASI TODOS LOS VERANOS a repasar las súmulas de Santo Tomás y me empapo de Aristóteles y de Cristo. El de Aquino es el mayor pensador de la catolicidad donde todo casa todo tiene una explicación. Prius in sensu denique in intelectum o si se quiere nada existe en el pensamiento que antes no estuviera en los sentidos. Santo Tomás era un buey mudo, un germano italiano de casi dos metros de estatura y 130 kilos todo un frailón que prueba la existencia de Dios a través de la naturaleza y la ley natural. Hemos salido del caos nos hicieron del barro y al barro volvemos pero el Espiritu sopló en nuestros oídos, se abrieron los ojos, el tacto vino a nuestras manos y el andar a nuestros pies. Pero siempre hay que distinguir entre sustancia y accidente. El resultante de esta creación fue una cosa maravillosa. El cuerpo obedecía a las potencias del alma. El buey mudo descubrió el hilomorfismo. En nuestra carne ruin alienta un alma maravillosa capaz de pensar y de obrar. Ninguna religión había puesto tan alto el listón como este buen fraile dominico que hablaba poco, comía mucho y se pasó su medio sigilo de existencia pensando y escribiendo en la celda. No quiso ser abad de Montecasino. Fue sometido a una ordalía o juicio de Dios. Sus parientes lo encerraron en una celda oscura de la abadía y a la media noche la enviaron una daifa desnuda. El santo persiguió a la mujer con un tizón encendido y ganó la apuesta venciendo así para siempre al demonio de la lujuria. Bos castus et bos mutus et bos innocens. Amaba el silencio, la soledad y era muy crédulo e ingenuo como los grandes sabios como si lo hubieran desprovisto de la malicia del pecado original. Era tan cándido como sabio; una noche en el convento un hermano lego quiso gastarle una broma: "Asómese a la ventana fray Tomas que por ahí está pasando un toro que vuela". En gesto de humildad y de obediencia se asomó a la ventana para complacer al lego entrometido, aunque bien sabía el buen dominico que eso es imposible en la naturaleza.
Tenía un alma mendicante y se hizo dominico. Domini canes. Monjes blancos adoptando el color de la pureza del Islam. Son los perros de Dios los que guardaban la finca ladraban en los púlpitos y en lo alto de las cátedras de la universidad y predicaron por todo Europa la devoción a la Virgen María.
En la personalidad de este enorme italiano Alemania se funde con Paris. Es un resultado del sacro imperio germánico. Sus sumas son geométricas escuadras en las cuales cabe el arte gótico: los ventanales geminados, las arcadas celestes y las airosas bóvedas, los ebúrneos chapiteles, toda esa agilidad mental del arte gótico que se plasma en la piedra. Leo las sumas de Sto. Tomás en latín. Mis textos de la BAC aparecen muy sobados y castigados con apuntes y asteriscos. Entiendo que la vida es puro silogismo. Alguien hace una proposición y cuando nacemos entremos al vivir en la contradicción, negándonos la menor, a lo largo de los años de nuestra vida para concluir en el gran ergo el gran desenlace que es la muerte. Es el ergo de todo silogismo. Que a veces resulta cornuto como decían los escolásticos porque a veces ocurren cosas que nadie comprende.
Siendo el hombre algo tan pequeño puede resultar una gran cosa. Toda vida merece ser vivida en la libertad. Me vienen entonces al pensamiento los versos triunfales del Tantum Ergo y el Pange Lingua que él compuso en su latín italianizante. Era un buey mudo sí. Ya lo dijo su maestro de la Sorbona Gregorio Magno "pero sus mugidos atronarán la tierra y serán un terremoto de muchas conciencias". Hizo amigo a Cristo de Aristóteles y acercó a Europa a los musulmanes con los que llegó a entenderse vía El Estagirita y a procurar un acercamiento al Islam. Leer a Tomás de Aquino me tranquiliza en estos tiempos de tribulación y de confusión. Su conclusus contra Iudeos et maniqueos es gloria bendita de garantías proféticas. Los enemigos de la iglesia, nos enseña, no están en el Islam. Está dentro de nosotros mismos por hacer mofa del principal precepto evangélico: el Amor.
NO ES POR NADA PERO PARA ESCRIBIR ESTE ARTICULO UNO DE LOS MEJORES QUE PUBLIQUÉ EN ESTE MEDIO ME ILUMINÓ EL ESPIRITU SANTO. QUIZÁS POR ESO CUANTO DICTO NO LE GUSTAN AL DIABLO
ALBINO LUCIANI: LA SONRISA DE CRISTO
por Antonio Parra Galindo
Había despachado ya la última crónica del día. Con eso de la diferencia horaria entre América y Europa -seis horas en tiempo de verano- los teletipos permanecían callados. Madrid dormía. Nueva York se agitaba en uno de sus clásicos “ rush hour” de la canícula, con taxistas con aires de “ cowboys” de medianoche, el lápiz en la oreja y una sonrisa tan destartalada e impertinente como sus vehículos amarillos, que ruedan con una suspensión lo más parecido a la de un carro de combate, aptos para avanzar por entre los socavones de la “ Gran Manzana”. El reloj de la Pan Am entre Madisson Avenue y la Quinta marcaba los cuarenta y cinco grados. No se movía una paja. Podía cortarse el aire con un hacha. Tal, el bochorno. Tenía miedo de que mi Seat-133 me diese un susto con uno de sus extemporáneos calentones en uno de los carriles del Verrazano, como me había sucedido varias veces. En Nueva York nadie se asusta ni se admira de nada, pero aquel utilitario de exiguas proporciones y pequeña cilindrada no dejaba de llamar la atención al pasar al lado de los haigas de la Chevrolet y de la Ford y de las lemosines de Manhattan.
Así que opté por embarcarme en el transbordador. Entre las sorpresas que brinda la vida neoyorquina es que cualquier ciudadano puede ir a la oficina usando todos los medios de transporte del mundo: en barco, en autobús, en metro o en helicóptero, en bicicleta o a patinazo limpio, y, por supuesto, en automóvil. Como yo había optado por residir en una de las islas o mejanas sobre las que se asienta el área metropolitana, la de Staten Island, donde los alquileres y la contaminación bajan, todos los días para plantarme en el edificio de Naciones Unidas en la calle cuarenta y dos, tenía que pasar el charco mediante cualquiera de las opciones señaladas. En bicicleta me planté ante el rascacielos de color azul de la ONU, que se alza como una nueva babel diseñada en la forma de una caja de cerillas entre el malecón del East River y el final de la calle 42, más de una día, aquella bicicleta de paseo que compré en Londres y me la robó un descuidero neoyorquino. Un periodista es un peregrino que va camino de la noticia ora “ per pedes apostolorum” o a golpe de pedal. Tortuosos y enmarañados son los camino que conducen a Cristo Jesús. Yo parezco empeñado por buscarle a mi manera eligiendo los rodeos y emboscadas. A lo largo de mi existencia me he llevado más de un susto, pero luego, al final de la estacada, una providencia especial me sacaba siempre de los atolladeros. Noté que Él y Ella estaban siempre ahí, hombre de poca fe, en mis dudas, vacilaciones y pecados.
Hablo de Nueva York en el contexto de ese papa misterioso y santo porque recuerdo perfectamente aquella noche y aquel presentimiento de una tarde del final del verano en Manhattan. Ahora resulta que las habladurías sobre su extraña muerte andan en vía de confirmar la acción de una mano negra. Ver el libro que acaba de publicar el sacerdote español Jesús López Saez, autor del libro “ Se pedirá cuenta “.
Poco antes de llegar a casa, la radio del coche siempre prendida empezó a agitarse con fumarolas de “ flashes” y de conexiones con Roma. El conclave, del que todos vivíamos pendientes, se había resuelto en “ fumata bianca”. El cardenal camarlengo empinaba su voz a través de los micrófonos en medio de un ruido ensordecedor de aplausos y de silbidos para anunciar urbi et orbi aquel “ habemus papam”. El nombre de Albino Luciani no figuraba en la lista de los “papabiles” cotizando más al alza en las apuestas. Sentí una de esas corazonadas (este es un oficio en el que manda tanto el olfato como la sabiduría) que suelen sobresaltar al corazón en los momentos cumbres. Ocasiones, como si dijésemos, en las cuales la historia se propone cambiar el compás. Aquel 25 de agosto del del setenta y ocho, cuando los informativos de todo el mundo empezaron a corear el nombre del patriarca de Venecia como sucesor de Pedro era uno de esos días álgidos. Las cosas ya no volverían a ser lo mismo.
Uno ya va entrando en años y, doblado el Cabo de las Tormentas, recuerda qué hacía y donde estaba cuando llueven sobre el mundo esos instantes trascendentes: el 20-N del 75, la caída del muro de Berlín un nueve de noviembre del ochenta y nueve, la llegada del hombre a la luna, allá por el verano del setenta y dos, etc. El orto del siglo futuro, como todo alumbramiento, se ha producido en medio de desgarros vaginales, ayes y gritos de dolor. Cualquier persona medianamente consciente del entorno que tiene alrededor habrá notado la presión del cambio sobre los lomos. Verdad es que fueron cinco lustros estremecedores. En poco menos de una generación se aceleró la historia hasta perfilarse en semblantes irreconocibles, incoercibles, casi impensables. Por suerte o desgracia, los que hemos pasado de la cincuentena, hemos sido testigos de cargo de la revolución tecnológica, la mudanza de las costumbres, la desaparición de imperios y de naciones; de bruces sobre el brocal del vórtice mismo del torbellino, habiendo pasado del arado romano a los microprocesadores, muchos no consiguieron aguantarlo. Se pegaron un tiro, andan en los viajes programados del “ Inserso” o, por el contrario, para no ser engullidos por la cresta de la ola, atrincheraron sus cuerpos detrás de una piel camaleónica, para conseguir salir a flote, sobrevivir.
Pero, sobre todo, conservo en la memoria una idea muy precisa de todas las ocasiones en las que salió humo blanco por la chimenea de la sala de conclaves, desde que tuve uso de razón. La tarde en que nombraron al cardenal Roncalli una oscura tarde de otoño del cincuenta y ocho, en el seminario de Segovia y desde el rector hasta el último latino empezamos a brincar por la huerta de alegría. Se derramaron sobre aquel querido semillero de vocaciones las efusiones del Espíritu. Yo tenía catorce años y creo que en mi vida he saltado con tanta fuerza. Recuerdo aquel brinco que pegamos el corro de retóricos al tañer la campanilla de la huerta anunciando el “ habemus papam” en el entrelubricán de otoño pudo ser el salto de Alvarado. La atardecida se perfilaba como la entrada en un tunel dominado por las sombras del miedo y la esperanza.
Con Montini se me había enfriado la fe, pero recuerdo que fui a misa a los capuchinos de Cuatro Caminos. Ahora, pasados los años, Pablo VI - muchos de los que entonces lo denostábamos porque se acusaban por todas partes los zarpazos de la crisis que atenazaba a la Iglesia con la que no estábamos a gusto y poco a poco nos íbamos separando- resulta una figura eminente y magnífica por lo que tiene de profética en el devenir histórico del pontificado. Su altura intelectual irá creciendo con el paso del tiempo.
La designación de Wojtyla tuvo algo de estremecimiento porque el mundo se hacía preguntas inquietantes. La cristiandad se disponía entre enormes tensiones para ese cambio a rajatabla: un papa que venía del Este. Se escuchaban los rugidos del león, pero el ambiente oscilaba entre el miedo y la esperanza.
Albino Luciani, bajo el nombre de Juan Pablo I, pontificó tan sólo treinta y tres días, uno por cada año que vivió Cristo en la tierra. ¿Era un “ alter Christus”, de espiritualidad moderna, a caballo entre el salesiano Don Bosco y el candor puro de Francisco de Asís? todo ello envuelto en un humor muy de la campaña toscana a lo Giovanni Guareschi. Tenía maneras sencillas de cualquier arcipreste italiano de provincias. El humor es la característica más fiable del amor.
También por ese cabo despintaba. Su calado era enteramente mesiánico. De una profundidad en el estudio de los textos bíblicos y de una clarividencia que casi pasman. Para colmo, tenía una pluma magnífica. Desde Gregorio VII, con la excepción de Pío XI, que era archivero y poseía una cultura casi enciclopédica, no había ocupado la cátedra de Pedro otro hombre que se sintiera tan escritor y tan periodista. El Evangelio - no conviene pasar por alto este detalle que tanto maravillaba al propio Tolstoi - es la religión del libro por antonomasia. Porque escribir es soñar en el mundo futuro, portar el “lignum crucis”, aspirar a la libertad del Reino. Borremos la memoria, quememos todos los libros que la fe ha producido, unos dentro del pálpito de la ortodoxia, y otros extramuros, y nos habremos quedado sin libertad. Ya no habrá catolicidad.
Todo en este prelado hacía pensar- salvo en los kilos - hacía pensar en el llorado Juan XXIII. Poseía el mismo estilo de campesino bonachón, que no le da demasiada importancia a las cosas, que sabe reírse de sí mismo desde la simplicidad de vida. Su rostro transmitía juventud y alegría a través de aquélla su “ santa sonrisa”. Hasta la fecha habíamos estado acostumbrados a ver sobre el balcón del Vaticano a papas bastante estirados. Había llegado a la Puerta Angélica desde Lombardía siguiendo la senda de sus mismos pasos: el patriarcado de Venecia. Era un catequista troquelado a la medida del lema “Pastor et Nauta “ de su predecesor. Rompía totalmente con los moldes del papa Montini, un intelectual y un hombre de curia, o de Pio XII, aquel pontífice de gestos predominantemente hieráticos y que parecía casi un serafín embutido en la sotana blanca. Sólo le faltaban las alas.
A Luciani le iba más el prototipo de cura de pueblo o de parroquia funcional. Que disimula su amor a sus feligreses bajo un barniz de cazurro, varón de zumbona y de cachaza. Pero eso era la fachada, nada más. Porque sus escritos revelan un alma mucho más sofisticada. Con vista de águila - junto con aquella sonrisa que desarmaba había en su rostro de sacerdote cordial aquella mirada a la vez festiva y atormentada - penetró en las angustias del hombre moderno y cargó con ellas a las espaldas.
Pero, que cada día traiga su afán; así todos los turnos, incluso los papales sean diferentes. Nadie será capaz de bañarse en el mismo río. Acertaba Demócrito. El reinado de Jan Pablo I, englobado en el acróstico “ de media aetate lunae” en los pronósticos de Malaquías, fue el tránsito de una estrella fugaz que cruzó la noche del atlas iluminando las tinieblas de agosto. Sus treinta y tres días al frente de la Barca de Pedro estuvieron cargados de intensidad, por más que no hayan quedado esclarecidos las circunstancias de su extraño óbito. Pronto subirá a los altares este heraldo del huracán que se nos echaba encima. Pero su mensaje fue diáfano: “no tengáis miedo, conservad la esperanza, que pronto pasará la tempestad”. Una esperanza que quedaría tronzada treinta y tres día más tarde, cuando los restos mortales fueron expuestos a la veneración del pueblo romano de cuerpo presente. Las fotografías del obispo de Roma yacente presentan un rostro desfigurado por la hinchazón. Una tumefacción que infunde sospecha de señales de envenenamiento
Y esperanza y santidad en el más genuino espíritu agustiniano de ambos es la atmósfera que respiran las páginas del libreto que nos legó”:Ilustrísimos Señores”.
Es una recopilación de cartas dirigidas a una gama de personajes tan heteróclitas como Mark Twain, Dickens, Penélope, Bernardo de Claraval, Goethe, Santa Teresa de Lisieux, y Santa Teresa de Avila, Petrarca, o al gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y otros muchos más, aunque en la lista abundan los literatos, aparecidas en una humilde publicación franciscana, “El Pan de los Pobres o Mensajero de San Antonio de Padua” por un obispo sin demasiadas pretensiones.
El tono sencillo y cordial de las misivas no obsta para el gran calado evangélico y la sabiduría de alto bordo que despliega a lo largo de sus trescientas veintitrés páginas, sin hurtar el cuerpo a cuestiones de bulto como pudieran ser: la crisis de la Iglesia en los años psicodélicos consiguientes a la revolución del sesenta y ocho; el laicismo; la emancipación de la mujer; el antisemitismo; el tema de los domingueros o el alcoholismo, lo que el entonces patriarca de Venecia denominaba la “ cofradía de Santa Bibiana, que no cesa de empinar el codo”, lleno de comprensión y de humorismo hacia las flaquezas humanas.
En estilo fino y elegante las cartas, que constituyen un verdadero manual de Apologética, a los más ilustres personajes de la historia provocan en el lector de a pié la misma sonrisa que no se le caía nunca de los labios del autor. En tono conciliador por más que impecable en su dialéctica, invita a los descreídos a volver al redil, pero sin acrimonia, porque Luciani se había forjado en el más genuino estilo de Francisco de Sales, aquel otro obispo ginebrino que pensaba que “ más vale una gota de miel que cien cántaros de hiel”.
Aquí salen a relucir lo mismo Juana de Arco que Pepito Grillo -el futuro papa manifiesta sin rebozo que Pinocho, el inmortal personaje salido de la inspiración de Carlo Lorenzetti (1826-1890), fue el gran héroe literario de su infancia - que Fidel Castro, el Che Guevara o Juan Lanas
O los monjes longobardos. Sólo ve un camino de salida al laberinto de la mente del hombre del milenio aturdida por el desfase entre su capacidad de absorción y capacitación y el ritmo de las conquistas tecnológicas: el amor. Con paciencia y verdadera caridad cristiana, sin retóricas sibilinas, hay que acometer el reciclaje al que se enfrentan los hombres del mañana. No se puede emprender esa empresa desde la revancha unilateral. La piedad divina edificó el universo. Sólo la abominación y los egoísmos humanos nos lo pueden derruir.
El libro está trufado de sentencias y apotegmas de frase a cincel que son auténticas perlas y que revelan la presencia de un tremendo escritor:
“Ojo a las circunstancias, a los estados de ánimo: si cambian, cambia también tú, no los principios, sino la aplicación de los principios a la realidad del momento... Dale un clavo al testarudo y acabará por meterlo en la pared a golpes de su cabeza... Los jóvenes son distintos de nosotros los adultos en el modo de juzgar, de comportarse, de amar y orar. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan el acelerador; nosotros preferimos calcar el freno... El astuto habla y sus palabras no son vehículo sino velo del pensamiento, haciendo que parezca verdadero lo falso y falso lo verdadero. A veces obtiene resultados. Por lo general, la cosa no dura mucho. En las peleterías vemos más pieles de zorra que pieles de asno. Cuando los bribones van en procesión, es el diablo el que lleva la cruz alzada. Y perdona, querido Bernardo de Claraval, mi franqueza”.
Es esta carta, con destinatario al fundador del Cister , una de las más interesantes de toda la serie. En ella el patriarca de Venecia hace alarde de su discreción y altos conocimientos de las cosas de Dios y de la psicología terrena. San Bernardo luego le contesta con fecha de octubre de 1971 y tampoco se queda corto el egregio abad en sus admoniciones y advertencias al obispo, aunque en su correspondencia se tuviera que superar la barrera de ocho siglos de diferencia horaria y de mentalidades, entre el pensamiento del hombre medieval y el del último tercio del siglo XX. Monseñor Luciani sale airoso del compromiso. En el escrito al insigne monje francés lumbrera de la Iglesia, amén de expresar la corazonada de que su corresponsal, muy a pesar suyo, ceñiría el manto de armiño y la tiara papal pocos años más tarde sobre sus sienes, despliega su sabiduría. Luciani había leído a Maquiavelo y a los tratados de iniciación cabalística.
Al respecto, refiere una anécdota. En un conclave se le presentó al colegio cardenalicio tener que solventar una papeleta. Había empatados tres candidatos a la sucesión de S. Pedro. El uno era un santo, el otro, un pozo de ciencia y el tercero estaba dotado de un gran sentido práctico ¿A cuál de ellos votar? Bien, argumenta el entonces cardenal; el santo, si es tan santo, que rece por nosotros, oret pro nobis; si el sabio, si es tan sabio, que nos ilustre, doceat nos; mucho nos alegramos, que escriba cualquier libro de erudición ¿ Es prudente el tercero?, iste regat nos, que sea él nuestro papa. De esta forma salomónica, y con un poco de sorna, dilucida nuestro autor el trinomio.
Se hacía cargo que para entrar con buen pié en los pasillos vaticanos más que santidad y buenos conocimientos vale la mucha mano izquierda. Conocía de antemano su destino y le repugnaban un poco las intrigas maquiavélicas, un mal necesario con el que han que contar quienes rigen el rumbo de la barca del Pescador.
Su familiaridad con la persona de Jesucristo, al que amaba y conocía al dedillo hasta el punto de darnos a conocer aspectos de la misma poco conspicuos, como por ejemplo cuando dice que entre los antepasados de Jesús hubo tres mujeres poco recomendables: Rhabab había ejercido la prostitución; Thamar había tenido un hijo de su suegro Judas, y Bethsabé había cometido adulterio con David, lo sitúa en la perspectiva histórica de su tiempo.
Cristo no participó en la actividad política de los “zelotas” o guerrilleros que se habían alzado en armas contra la dominación romana. A estos sublevados judíos las tropas de Augusto, una vez aprehendidos, se les condenaba a morir en el madero. Rechaza el sofisma de que era un caudillo violento y señala que, cuando tomó el látigo contra los mercaderes del templo, éste fue un acto perfectamente calculado. El Hijo del Hombre no se rebeló. Puso en evidencia a los escribas, fariseos y leguleyos de toda especie, y defendió a los pobres y oprimidos, pero predicó la no-violencia. Tampoco tomó partido de una manera clara por los que entonces mandaban. Su reino no era de este mundo.
Pero reconoce que dicha inhibición de Jesús a la hora de etiquetarse en lo político sería motivo después de su resurrección de banderías entre las dos facciones de la Iglesia primitiva. La de la gentilidad, propugnada por Pablo, ciudadano romano, y la restrictiva que se agrupaba en torno a los seguidores de Pedro o judaizantes, y que exigía una Iglesia sólo para circuncisos. Aunque ambas posturas quedaron resueltas en el primer concilio de Jerusalén, se dará una pugna, oculta o patente, hasta el final de los tiempos o Parusía. Son dos formas de contemplar el cristianismo más que excluyentes complementarias, pero de alguna forma irreconciliables. Nacen del combate entre la Vieja y la Nueva Ley. Forman parte del arcano de los misterios que persigue al pueblo judío.
Quizá el candor y franqueza que rezuman las cuarenta epístolas del texto - yo tengo para mí que sobre ellas aletea el soplo del Paráclito consolador, que no le fallará nunca a la Iglesia hasta la Segunda Venida - le valiesen al futuro papa algún que otro disgusto en los ambientes curiales donde nunca fuera del todo bienquisto. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte prematura siguen alimentándose sospechas de envenenamiento.
Como quiera que fuere, el alma de un santo, de un verdadero santo, queda translúcida y deja su impronta de bondad, resignación, humor y ligero optimismo abierto a la esperanza y al dialogo en estas jugosas postales, en las que un obispo declara su amor a los hombres a través de Cristo.
Instalado con el apóstol Pablo en el corazón del Redentor, quiere asistir a los funerales de su propia soberbia, expresa el deseo de fundirse con el que ama, de dejar de ser él mismo para convertirse en “ alter Christus” (otro Cristo) y proclamar: “ somos el estupor de Dios “.
Aparecido a título póstumo Ilustrísimos Señores en 1978 poco después de su misteriosa muerte es un inspirado y maravilloso opúsculo en el que se condensa no sólo el código ético de un gran papa; también da a conocer un escritor con prosapia. Juan Pablo I admiraba a Chesterton, a Manzoni, a Marlowe, a Quintiliano, a Walter Scott, a Terencio, a Dickens. Pero su autor de cabecera era Francisco de Sales, aquel gran periodista, glosador y traductor del espíritu de Agustín para el hombre de nuestros días. Todo se reduce a una cosa: Amor.
Y Francisco de Sales, glosando y hasta enmendándole la plana al de Tagaste, solía expresar este alto concepto de la apoteosis de la caridad en el siguiente sorites: “ la perfección del universo, el hombre; la perfección del hombre, el amor. Dios es solamente la perfección del amor “.
Albino Luciani, que ocupó el lugar número ducentésimo sexagésimo cuarto en la lista de sucesores de Pedro, al igual que a Cristo - lo criticaron porque todo un señor cardenal escribiese cartas a Pinocho - le estomagaban los fariseos.
Por este libro, escrito en clave menor y sin pretensiones, se ganó antipatías en los ambientes curiales. ¿Se la tenían jurada ? ¿ Qué fue de aquella fuerte discusión la noche de su muerte con Ottaviani ? Nunca se sabrá.
Sin embargo, el papa breve era un hombre sensible, sencillo y bueno, un verdadero discípulo del Maestro. La sombra de su diáfana sonrisa pervivirá eternamente. Murió en la noche del 28 de septiembre de 1978. Su cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por sor Vicenza Tafarel. Como causa del fallecimiento se diagnosticó un infarto de miocardio.
Las circunstancias aparecen oscuras y hay contradicciones en el atestado pericial del óbito. Se dijo que tenía entre las manos un ejemplar del Kempis, cuando en realidad, eran unas notas tomadas a vuela pluma tras su conversación con el cardenal Villot, con el cual mantuvo una fuerte discusión. Pidió un calmante al médico de cabecera, Renatto Buzzonetti, y se le recetaron específicos contraindicados para un hipotenso como era él, siempre a tenor con el criterio del P. López Saez, el cual encara un relato por menor de los acontecimientos - que todavía en el Vaticano siguen siendo asunto tabú - acaecidos durante la madrugada del 29 de septiembre.
Se proponía una reforma revolucionaria de los entresijos vaticanos dominados por la logia masónica y por banqueros como el obispo Marckinkus, un norteamericano de origen lituano que controlaba las finanzas de la Sede Apostólica. También se dijo que él conocía, después de un viaje a Fátima, que su reinado sería breve. Allí se entrevistaría con la vidente Lucía, la cual le comunicó el famoso tercer mensaje revelado por Nuestra Señora a los pastores en Cueva de Iría.
La desaparición de este gran pontífice para muchos continúa siendo un misterio. Algún día, no tardando mucho, puede que la verdad se sepa.
Antonio Parra Galindo
28 de septiembre de 1998
2024-11-16
TROTACONVENTOS Y CELESTINA NUEVA VISIÓN SOBRE EL ARCIPRESTE DE HITA
Pasé unos días en el balneario de Trillo y volví a ser seducido por esta provincia que es centro mágico de la península, en su modestia, en su silencio, en las vegas, los pantanos y andurriales que guardan la huella de las pisadas de Cela, del Cid y del Arcipreste de Hita. Hace muchos años fui con mi padre a los toros de Brihuega.
Al cabo del medio siglo el paisaje y el paisanaje resultan y reconocibles, pero en las paredes de las posadas hoy convertidas en hoteles y albergues de fin de semana creí ver aletear los fantasmas de Trotaconventos, escuchar la risa loca de Celestina. A la paz de Dios.
Aquí todo el mundo habla de Cervantes, un mito para ser alabado sin ser leído por los que gustan poco de la lectura.
Pero se olvidan de Quevedo, del Lazarillo, del Buscón, del Guzmán de Alfarache o de Vicente Espinel.
El arcipreste de Hita constituye ya de por sí en las literaturas que son literaturas de caminos, de andar y ver como cronista de un tiempo de cambio entre la edad media y la moderna, una época similar a la actual engullida por la tecnología.
El libro del Buen Amor se escribe cuando en Europa estalla el morbo de la peste negra que acabó con más de la mitad de la población europea y en pleno auge del cisma de occidente.
Nunca conoció un tiempo mejor la iglesia católica: la cruz triunfante supo vivir con el Candelabro y la Media Luna. Moral laxa, pero la fe, acérrima. Tres culturas.
Las catedrales góticas dan sombra a la aljama hebrea y al alfoz de la morería. Los clérigos se lo pasaban bien.
Hita pueblo grande contaba con un presbiterio de una treintena de sacerdotes y un arcipreste siempre era toda una autoridad casi similar a la del obispo. Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, debió de ser de origen converso dados sus fuertes conocimientos bíblicos, pero algo rebelde y díscolo y putañero por demás.
Se pasaba los breves pontificios que llegaban de Aviñón por la taleguilla. Su obispo, el primado de Toledo Gil de Albornoz, le tuvo cinco años a la sombra en la cárcel clerical de Alcalá (por cuyas celdas pasaría también Cisneros tiempo adelante) por algunas cosillas sin demasiada importancia relativas a su absentismo y a sus correrías.
DE MIS LECTURAS Y OCIOS CREATIVOS FERVIENTE LECTOR DEL ESTEBANILLO Y DEL BUSCÓN DOS OBRAS MAXIMAS QUE SUPERAN AL QUIJOTE
El Estebanillo y la monarquía imperial. Viva Felipe iv la apoteosis de España y triunfo de la catolicidad que algunos llaman decadencia
toca, pero Antón que paga la aldea. Fiestas y regocijos. Toros y cañas. Ya jugaban en Aragón a fiestas de moros y cristianos y esperaban a su majestad que salió a campaña a la guerra contra franceses. Corría el año 1644 un año después de la derrota de Rocroy por el mariscal Condé y el gabacho invade Cataluña pero los tercios zarpando desde Italia y dando fondo en Vinaroz subieron por la sierra de Pandols a cortarle la hoz y la zoqueta a ciertos segadores. No volvieron a entonar aquel himno de corpus en muchos años1.
Su majestad dio vistas a Zaragoza el 18 de marzo de 1645 y fue aclamado por el pueblo llano que mucho quería a aquel monarca.
No se ha de olvidar que en el periodo de su largo reinado la cultura española alcanza su máximo relieve en literatura, en las artes liberales, en pintura, arquitectura y nuestros ejércitos pese a la merma de Rocroy eran temidos en todo el orbe.
El autor debió de participar y se embarcó en la nave capitana en la que iba de capitán general el virrey de Napoles don Pedro de Arellano caballero de la orden de Santiago.
Lo llevaba de bufón al que libra de la buena tunda de una cantinera pitusa -tocaron puerto en Mallorca- que la emprendió a palos contra el pícaro por haber vomitado todo el aguardiente que llevaba en las tripas en el mandil pues, siguiendo su costumbre en la marina española, a embarcar el primero y a desembarcar el postrero- en su matalotaje de popa, para no perder la costumbre, metió veinte frascos de vino, una caja de arenques y sardinas saladas, galleta y bizcochos y otras menudencias y dulces para quitar el amargor de boca después de las grandes polvaredas2 .
Hay serios fundamentos para pensar que por el estilo y la forma de narrar hay grandes parecidos entre el Estebanillo y el Buscón.
El libro impreso en Bruselas en 1633 pudo salir de la pluma del inmortal autor de los Sueños que lo escribió estando preso en san Marcos como divertimento a sus tristezas. No se trata de un texto autobiográfico aunque lo parezca. El resquemor que muestra hacia los judíos y a los genoveses que eran polilla de nuestras arcas y la befa que hace de GONGORA, adalid de retajados y de conversos en esta segunda parte de la novela donde pone en circulación la palabra gongorizar o escribir versos oscuros como en las Soledades, avalan tal suposición. El libro loa al Duque de AMALFI, mecenas de no pocos literatos de aquella pléyade, mentor de Cervantes y de Quevedo tras la caída del Conde Duque de OLIVARES.
Sería el último canto del cisne del genio de las letras castellanas antes de bajar al sepulcro en la Torre de Juan Abad en 1648. y no hay más Flandes como se solía decir.
La misoginia lo mismo que la afición al vino puede ser otro punto en común3. Del desencanto participan ambos textos. Si don Francisco inmortaliza a su desdeñosa Lisi en su composición sobre el polvo enamorado don Esteban vierte su bilis contra aquella ojizarca rubia de la que se enamora en Bruselas en esta poesía satírica cuajada de tmsesis y de tropos literarios de alta calidad:
madama doña embeleco
más lamida que alcuzcuz
más probada que piñata
más chupada que orozuz;
más manida que una estrada
más navegada que el mar del sur.
Más combatida que Rodas
más gananciosa que un flux
tan circe de los novatos
que con saberte pecadora
te hacen todos randivú
garitera perdurable
del juego del dingadux
tarasca de las meriendas
y de los dineros avestruz
ya no hay Blas ni pan perdido
que a tu gran ingratitud
le canté la del per omnia
después de hacerle la cruz
sólo estoy arrepentido
de que te hice la buz
y de haber zambullido
por lastre de tu laúd4
con dios quedad
que yo parto a Calatayud
por no ser de tu galera
el forzado de Dragud5
Es la jácara con que el poeta responde a un billete que previamente le había enviado la interfecta:
señor gallego romano
hombre de chanzas y burlas
que has probado todos brodios
y campado de garulla6
más raído que bayeta
más descollado que grulla
con más flores que un verano
y más conchas que tortuga;
postillón de Alcalá a Huete
y alcahuete
gentilhombre de la bufa
residente de bodegos
y asistente de bayucas
¿cómo ingratonazo amante,
después de darme una zurra
y jugar de carambola
con cuatro mil garatusas
dejaste a tu carrasca
por buscar corruscas
y por chamuscarte en celos
o me guiñas o te afufas?
Tortolilla me contempla
que en lugar de llanto arrulla
por saber que esa la tu flor
es del berro o de la Osuna.
Vuelve a casa pan perdido
pues me tienes vagamunda
que tu persona apetezca
y renuncio a tu pecunia.
Francisco de Quevedo el mejor galán de nuestra lírica no tuvo tampoco suerte con las mujeres.
Campó por burdeles y figones, se divorció de su esposa una tal Felipa y Gongora le hiere en lo más vivo motejandole de impotente.
El doctor Marañón a lo largo de muchas de sus obras y ensayos biográficos Amiel, biografía de Enrique iv lanza la hipótesis que muchos varones con la virilidad en entredicho ora por algún defecto físico o por timidez amorosa suelen solazarse con mujeres públicas desdeñando a las de su rango y condición.
Quevedo era cojo y se daba al vino. El Estebanillo se quejaba de su gordura. Era un espadachín de primera, tanto con el sable como como la lengua.
Dedicaba los más bellos, sonetos a sus adoradas pero luego se iba de picos pardos. Esta inclinación por la bufa es común en ambos autores. ¿Dos en uno o eran el mismo? Supuestamente un discípulo del Señor de la Torre de Juan Abad.
En cualquier caso tanto el Buscón como el Estebanillo rezuman salero, optimismo, amor a su patria. Un cierto desdén hacia los convencionalismo y a la gazmoñería de sus contemporáneos.
En cualquier caso, se trata de dos libros gloriosos que nos reconcilian con España a la que aman porque no les gusta (bajo la apariencia del desenfado, desaprensivos de este vivir airado se esconde una intención moralizadora) y nos hacen olvidar las pesadumbres de la existencia.
Es el genio de España y de Italia trabajando a tope. Gran parte de la crítica moderna no lo supo entender. Yo que leía entre carcajadas la vida del estebanillo aquel otoño lejano en londres año 1974 cuando venía el cambio y todos estábamos un poco apabullados lo he vuelto a releer casi cuarenta años después encontrando aspectos que se me pasaron entonces pero que conservan una rabiosa actualidad y ese es el toque de veras, el sacramento, de los escritos geniales que nunca pasan de moda.
Hagamos una higa a los mentecatos, a los mequetrefes a los encaramados politólogos a los profetas del doom y a las sibilas casandras que no cesan en su agorería apocalíptica. Estos bustos parlantes tan bellos tan distantes mejor que hablar de política que le hagan el buz y la cruz a su chorbo.
No son más que bayucas mediáticas, polvo de los caminos que se llevará la historia.
Quieren destruir a España y a la gran cultura que nos legaron nuestros mayores pero el genio de España permanecerá vivo. Más les valdría a estas daifas tan maquilladas todo adobo y virtualidad que leyeran al Buscón y al Estebanillo Se volverían más humanas aun considerándose pregoneras de los derechos humanos que no vemos por ninguna parte. Bueno me afufo. Baste por hoy.
1Francisco de Melo Guerra de Cataluña
2.En la guerra naval el fuego de cañones, culebrinas y arcabuces solía levantar grandes polvareda y daba sed
3Góngora tildaba a quevedo de borracho y éste se vengó dedicándole el famoso soneto erase un hombre a una nariz pegado
4Metáfora de un cunilingus en toda regla
5El turco
6Garulla, briba, picaresca