A lo largo de siete años he seguido atento desde mi tronera las
evoluciones del mundo y de la iglesia, aplicándome a mi labor de consignatario
de la actualidad porque la escritura como la parábola evangélica tiene aspectos
curativos. Lejos de mí la milagrería y la superstición. He seguido los
pontificados de Wojtyla que presenta dos tramos: el uno triunfal y el otro
desastroso. El primero abarca desde su elección en 1978 hasta 1992, año
fatídico y de venganzas cuando yo vi rendirse y claudicar a aquel papa ante las
amenazas y presiones que trajo aparejada la guerra de Irak y las
manifestaciones de grupos sionistas en el Vaticano. Es una institución donde
dicen que manda mucho el Espíritu Santo, pero todavía más a mi juicio los
Dineros de San Pedro. Juan Pablo II entró en órbita de popularidad desoyendo el
aviso de Nuestro Señor “bienaventurados seréis cuando o s persigan y maldigan
en mi nombre” porque se plegó a los fuertes intereses del siglo. La resultante
fue un pontífice de una gran popularidad al mando de una iglesia destrozada. Su
sucesor Ratzinger empezó con buen signo tratando de poner remedio al caos
litúrgico, al caos teológico, al caos moral, a los tejemanejes bancarios y sin
enfrentarse a una media en manos del poder sionista que le marca el territorio
haciendo valer sus buenos deseos de reconciliación con el Islam acudiendo a
Constantinopla rezando en la madre de las catedrales-hoy mezquita- con gran
escándalo de las cristiandades, visitando sinagogas o celebrando encuentros con
el patriarca Bartolomé pero tales gestos no rindieron fruto. Tuvo un
pontificado decepcionante para unos y esperanzadores para otros, pero se ha
visto inerme porque los curas desobedecieron su mandato de celebrar misa en
latín y la curia se le puso en pie de guerra. En las últimas audiencias le
vimos muy cansado y como actuando deprisa saludando en las audiencias de forma perfunctoria
y sin arranques pues sus gestos parecen algo amanerado. Sin embargo, su
pontificado se cierra con un signo esperanzador. Ha dicho la verdad. Fue obligado
a canonizar santos que no eran de su devoción como su predecesor subido a los
altares de forma rápida o la Madre Teresa y a comulgar con ruedas de molino. La
misa que vimos oficiar el miércoles de ceniza decía a las claras que estaba
orgulloso de no haber sucumbido a las presiones internas que pretenden promover
el asunto del Holocausto a la categoría de dogma… y ahí os quedáis. Si no hubo
resurrección, vana es nuestra fe y hoy hay grandes sectores en la iglesia que
con los talmudistas piensan que el mundo es eterno y que Cristo fue un loco
rebelde que nunca existió. Ese viene a ser el drama de nuestros días y las
razones por las que abandona la silla apostólica EL Papa bávaro al que algunos
saludaron su llegada con el insulto de que era un pastor alemán. La trayectoria
de estos siete años ha demostrado que no era tan fiero el león. Más bien,
modesto, recogido, poco teatral el pastor alemán parecía un gatito, pero ha
demostrado en su despedida que los perrillos falderos y los gatos de Ankara
pueden morder y también arañar. Ha tenido un gesto ante el cual hay que
descubrirse. Chapó. En esta bitácora nos hemos ocupado mucho de la persona de
Benedicto XVI proclamando sus grandezas y las servidumbres de la purpura. En
este septenio en el que cambian las cosas he conseguido rompiendo el cerco del
silencio y del ostracismo interior al que nos condena la globalización manejada
por judeocratas publicar tres libros. Hemos asistido a esta caída en barrena de
la SRI, las confusiones, el miedo, los intereses creados y de la pampolítica
mejor no hablar porque si Aznar fue malo, Zapatero, peor y Rajoy pésimo. Esto
no es una democracia sino una tiranía de los dineros. El drama es que la
Iglesia que nunca se plegó a los tiranos ahora no consigue plantarle cara al
mar que nos rodea: la bestia capitalista bien manejada por sus corifeos y
blindada por una policía y unos servicios secretos que son el ojo del ciclope.
Todo lo ven. Todo lo detectan. La gente tiene miedo a perder lo poco que tiene.
Ha vuelto sus ojos a Roma en busca de apoyo, pero allí creen poco en Jesús y
mucho en sí mismos. Es lo que capté en el gesto y el mensaje del papa Ratzinger
en la misa del miércoles de ceniza. Memento homo quia pulvis es. Aparentemente
han ganado la partida los enemigos de la cruz y temeroso de que algún rabino le
echara una maldición o pulsa demura al papa alemán éste ha preferido hacer
mutis por el foro
No hay comentarios:
Publicar un comentario