2021-09-02

HUMILLADO Y OFENDIDO PERFO EL DIOS DE ISRAEL VELÓ POR MI

 ATASCO

 

 

Me dijo mi padre échalos en el olvido

rompí la puerta del baño del hotel

donde me sentía encerrado

salí de una celda color verde

golpeaba daba gritos

noche triste fue aquella

de San Miguel

ojos vacíos

los montes mostraban su joroba de fantasmas

llorban las cimas monte Naranco

yo tenía frío

he sido humillado, golpeado OFENDIDO

corona de espinas

y túnica morada

nazareno con capirote

hombre al agua

los esbirros me abofeteaban

jugando conmigo al infame juego

de adivina quien te dio

sólo faltaba la corona que escarnia

aun me escuece la deshonra

fui el risum teneatis

de las gentes

humillado y ofendido

algún día me levantaré

brumoso neptuno alzaba el tridente

y rezaban los monjes en la iglesia romanica

de San Francisco

el vino impidió ver el atardecer

propalaban los heraldos sus bandos desengaños

las dueñas candajonas andaban al visiteo

trayendo chismes y contando vidas ajenas

supe aquella noche a que saben los gargajos

en la escupidera de marfil

el vitriolo empañó mis ojos

y envejecí

cien años

enfrentándome al a verdad implacable

yo era un hombre enfermo y derribado

pero las horas de amargura

son nubes que pasan

échalo en el olvido, hijo

me, surgí y no me sumergí

y noté que la Providencia me llevaba de la mano

venido el día,9 la aurora

disipó el conjuro de la catástrofe

aprendí entonces a vivir dentro del misterio

de los Preservados

no era  prédito sino  bienaventurado

camino de la estación a tomar el tren escuché la canción

de un golorito que plañía entre los álamos

vaya me dije cuando el tren arrancó

salimos de atascos

la fresca brisa golpeando mis mejillas henchía mis pulmones

quedaba atrás la cárcel peristáltica

olvide aquel amor

en las contracciones de la mierda

todo se fue por la atarjea del retrete

 

 


ANEJIRES REFRANES CANTABLES (del árabe)

Váyase poco a poco

Moreno mío

Porque todos vengamos

A un tiempo mismo

 

 

Al pasar el arroyo del Alamillo

Los manojos de rosas

Se me han perdido

Mi morena es

Puro lirio

Clavel

Cristal luciente

 

Venganza de mujer

Castigo duro

Ay hermosura mortal

Cometa al viento

 

Mas valeis vos, Antonia

Que la corte toda

 

Si os partiedes al alba

Quedito, pasito, amor

No espantéis al ruiseñor

 

 

Rio de Sevilla

Quien lo pasase

Sin que la mi servilla (zapato)

Se me mojase

 

 

Mariquilla me llaman

Los carreteros

Voyme con ellos

 

Barcos enramados van pa Triana

El primero de todos

Me lleva el alma

 

Las sombras avisaron

Al caballero

No salgas de Olmedo

Y de noche lo mataron

Al caballero

La gala de Medina

La flor de Olmedo

 

Doce panes de la proposición

Doce panes doce tribus

Doce amores

Una canción

 

Trabajos de Sísifo

Oponerse a la dictadura

Que nos embadurna

 

Santiago simón y judas los hermanos de Jesús

 

Jubar luz del rostro

Jubete peto de hierro

Diplopie

Agnomento

Uranismo inversión sexual

Casiller palanganero el que sacaba los orinales y bacines de palacio

3 de julio 1998 jueves

litisexpensas gastos de un juicio

rincón mariñán

muchos arrequives

capialzado abocinado

buharro ave de rapiña semejante al autillo

estilo juguetón

Y OJIPORCUNO

 

FEMINISMO MACHORRO LA MERKEL ES SU ABEJA MAESA

 ALCAHUETERÍA

 

Las meretrices en Roma vestían una mantilla corta ( p a l l o l l i u m) que las permitía distinguirse de la hembras honestas. Eran denominadas “lenas” y de ahí viene la palabra lenocinio o casa llana. Iban por la Vía Apia lanzando un grito parecido al aullido del lobo. Oh Roma pecatriz, Roma meretrix.

En España estaban obligadas a caminar con una falda de picos pardos. Siempre me interesó el tema de estas pobres mujeres que venden su cuerpo en la mayor parte no por vicio sino a causa de su condición de esclavas. Las más famosas eran las que procedían de Hibernia pelirrojas y el cuerpo salpicado de efélides o pecas pero también recababan un precio alto en la catasta o pase de modelos las nubias de raza negra y muy esbeltas. San Agustín estuvo enamorado de una negra etíope que le dio un hijo al que llamó Adeodato. Tuvo que renunciar a ese amor por oposición de su madre santa Mónica. He aquí que el gran padre de la iglesia lloró toda su vida aquel pecado de amor que jamás olvidaría y en sus Confesiones se refiere al gran servicio que prestaban estas mujeres a la república.

 Esto es el oficio más antiguo del mundo carece de solución y de redención por muchos sermones que nos lancen los predicadores de vereda, las disposiciones de los gobiernos o las penas de cárcel y malos tratos a que eran sometidas y escarnecidas. Por desgracia la prostitución y el uranismo han subido enteros desde la irrupción del Feminismo Radical que vienen cantando el Sí de las Niñas que es un No. O sí o qué se yo. La sexualidad femenina es insaciable, el doctor Marañón decía.

En Israel no podían entrar en Jerusalén. Montaban sus lupanares de campaña en tenderetes a las puertas de la Ciudad Santa y por la pascua hacían gran negocio a riesgo de ser apedreadas por orden del sanedrín como nos cuentan los santos evangelios. Cristo magnánimo y tolerante las compadecía: “el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra”. Aunque su misericordia no acabaría con la frome generada por el poder del instinto reproductor y no hay que olvidar que el hombre es un mamífero pues así Dios lo creó.

Durante la edad media europea se las emplumaba o se las rapaba el pelo al cero (decalvación).

En el Fuero Juzgo se hace pagar a los usuarios de las coaxcas o casas de tolerancia multa de diez maravedíes e impone el destierro de la villa a las rameras reincidentes. A los clérigos a pesar de que el Concilio de Elvira en el siglo VII se establece el celibato como norma dicho protocolo nunca se llevó a cabo hasta muchos años después del Concilio de Trento. En sus canónes existe una disposición que permite  a los párrocos de aldea permite una barragana pero no dos. Ítem más, y en resumidas cuentas la actitud de los españoles en materia sexual ha sido libérrima.

La palabra “puta”, “cojones” y “joder” no se nos cae de la boca. Leer al Arcipreste de Hita o Delicado Baeza que aborda el espinoso asunto de las diez mil meretrices que ejercían el oficio por las calles del Vaticano nos apunta una guía de como estaban las cosas a tal respecto. En materia dogmática la Inquisición era implacable pero muy laxa en lo referente a las relaciones carnales. Roma peccatriz.

 Yo lo expongo sobre mi libro en el que descubro quien fue el autor del Lazarillo de Tormes: un cura segoviano que ejercía de médico y lo fue de cabecera del papa y del emperador: Andrés Laguna.

Sólo en los primeros años de la Dictadura franquista los censores se mostraron muy tioquismiquis. No se pudo publicar la “Colmena” de Cela en España y a la “Fiel Infantería" de Rafael García Serrano; el primado de Toledo un catalán el obispo Pla y Daniel le puso el veto. Luego el Regimen abrió la mano El puterío en la actualidad campa a sus anchas por las redes sociales siendo el principal artículo de consumo en Internet.

 A mí me parece mucho más peligrosa la cretinización que se practica en política. El periodismo se ha convertido en los pepitos grillos del “telecinquismo” comidillas de quien se acuesta con quien y con quien se levanta quien se divorcia y el hedonismo como factotum. Las señoras putas que se ganan la vida dando un poco de amor y de sexo al que lo ha menester no me parece tan condenable aparte de ser un problema sin solución. Este alcahuetería pervierte a nuestros jóvenes. Se masca en el ambiente. Pongamos una vela a santa Nefrisa que practicaba la caridad en grado extremo y jodía de balde.

 

EL PAPA FRANCKSCO NUEVO SEÑOR DE LA GUERRA UN VULGAR Y NEFASTO POLITICO

 ALBINO LUCIANI: LA SONRISA DE CRISTO

 

por Antonio Parra Galindo

 

Había despachado ya la última crónica del día. Con eso de la diferencia horaria entre América y Europa -seis horas en tiempo de verano- los teletipos permanecían callados. Madrid dormía. Nueva York se agitaba en uno de sus clásicos “ rush hour” de la canícula, con taxistas con aires de “ cowboys” de medianoche, el lápiz en la oreja y una sonrisa tan destartalada e impertinente como sus vehículos amarillos, que ruedan con una suspensión lo más parecido a la de un carro de combate, aptos para avanzar por entre los socavones de la “ Gran Manzana”. El reloj de la Pan Am entre Madisson Avenue y la Quinta marcaba los cuarenta y cinco grados. No se movía una paja. Podía cortarse el aire con un hacha. Tal, el bochorno. Tenía miedo de que mi Seat-133 me diese un susto con uno de sus extemporáneos calentones en uno de los carriles del Verrazano, como me había sucedido varias veces. En Nueva York nadie se asusta ni se admira de nada, pero aquel utilitario de exiguas proporciones y pequeña cilindrada no dejaba de llamar la atención al pasar al lado de los haigas de la Chevrolet y de la Ford y de las lemosines de Manhattan.

Así que opté por embarcarme en el transbordador. Entre las sorpresas que brinda la vida neoyorquina es que cualquier ciudadano puede ir a la oficina usando todos los medios de transporte: en barco, en autobús, en metro o en helicóptero, en bicicleta o a patinazo limpio, y, por supuesto, en automóvil. Como yo había optado por residir en una de las islas o mejanas sobre las que se asienta el área metropolitana, la de Staten Island, donde los alquileres y la contaminación bajan, todos los días para plantarme en el edificio de Naciones Unidas en la calle cuarenta y dos, tenía que pasar el charco mediante cualquiera de las opciones señaladas. En bicicleta me planté ante el rascacielos de color azul de la Onu, que se alza como una nueva babel diseñada en la forma de una caja de cerillas entre el malecón del East River y el final de la calle 42, más de una día, aquella bicicleta de paseo que compré en Londres y me la robó un descuidero neoyorquino. Un periodista es un peregrino que va camino de la noticia ora “ per pedes apostolorum” o a golpe de pedal. Tortuosos y enmarañados son los camino que conducen a Cristo Jesús. Yo parezco empeñado por buscarle a mi manera eligiendo los rodeos y emboscadas. A lo largo de mi existencia me he llevado más de un susto, pero luego, al final de la estacada, una providencia especial me sacaba siemprede los atolladeros. Noté que Él y Ella estaban siempre ahí, hombre de poca fe, en mis dudas, vacilaciones y pecados.

Hablo de Nueva York en el contexto de ese papa misterioso y santo porque recuerdo perfectamente aquella noche y aquel presentimiento de una tarde del final del verano en Manhattan. Ahora resulta que las habladurías sobre su extraña muerte andan en vía de confirmar la acción de una mano negra. Ver el libro que acaba de publicar el sacerdote español Jesús López Saez, autor del libro “ Se pedirá cuenta “.

Poco antes de llegar a casa, la radio del coche siempre prendida empezó a agitarse con fumarolas de “ flashes” y de conexiones con Roma. El conclave, del que todos vivíamos pendientes, se había resuelto en “ fumata bianca”. El cardenal camarlengo empinaba su voz a través de los micrófonos en medio de un ruido ensordecedor de aplausos y de silbidos para anunciar urbi et orbi aquel “ habemus papam”. El nombre de Albino Luciani no figuraba en la lista de los “papabiles” cotizando más al alza en las apuestas. Sentí una de esas corazonadas (este es un oficio en el que manda tanto el olfato como la sabiduría) que suelen sobresaltar al corazón en los momentos cumbres. Ocasiones, como si dijésemos, en las cuales la historia se propone cambiar el compás. Aquel 25 de agosto del del setenta y ocho, cuando los informativos de todo el mundo empezaron a corear el nombre del patriarca de Venecia como sucesor de Pedro era uno de esos días álgidos. Las cosas ya no volverían a ser lo mismo.

Uno ya va entrando en años y, doblado el Cabo de las Tormentas, recuerda qué hacía y donde estaba cuando llueven sobre el mundo esos instantes trascendentes: el 20-N del 75, la caída del muro de Berlín un nueve de noviembre del ochenta y nueve, la llegada del hombre a la luna, allá por el verano del setenta y dos, etc. El orto del siglo futuro, como todo alumbramiento, se ha producido en medio de desgarros vaginales, ayes y gritos de dolor. Cualquier persona medianamente consciente del entorno que tiene alrededor habrá notado la presión del cambio sobre los lomos. Verdad es que fueron cinco lustros estremecedores. En poco menos de una generación se aceleró la historia hasta perfilarse en semblantes irreconocibles, casi impensables. Por suerte o desgracia, los que hemos pasado de la cincuentena, hemos sido testigos de cargo de la revolución tecnológica, la mudanza de las costumbres, la desaparición de imperios y de naciones; de bruces sobre el brocal del vórtice mismo del torbellino, habiendo pasado del arado romano a los microprocesadores, muchos no consiguieron aguantarlo. Se pegaron un tiro, andan en los viajes proclamados del “ Inserso” o, por el contrario, para no ser engullidos por la cresta de la ola, atrincheraron sus cuerpos detrás de una piel camaleónica, para conseguir salir a flote, sobrevivir.

Pero, sobre todo, conservo en la memoria una idea muy precisa de todas las ocasiones en las que salió humo blanco por la chimenea de la sala de conclaves, desde que tuve uso de razón. La tarde en que nombraron al cardenal Roncalli una oscura tarde de otoño del cincuenta y ocho, en el seminario de Segovia y desde el rector hasta el último latino empezamos a brincar por la huerta de alegría. Se derramaron sobre aquel querido semillero de vocaciones las efusiones del Espíritu. Yo tenía catorce años y creo que en mi vida he saltado con tanta fuerza. Recuerdo aquel brinco que pegamos el corro de retóricos al tañer la campanilla de la huerta anunciando el “ habemus papam” en el entrelubricán de otoño. La atardecida se perfilaba como la entrada en un tunel dominado por las sombras del miedo y la esperanza. Fue una especie de salto de Alvarado.

Con Montini se me había enfriado la fe, pero recuerdo que fui a misa a los capuchinos de Cuatro Caminos. Ahora, pasados los años, Pablo VI - muchos de los que entonces lo denostábamos porque se acusaban por todas partes los zarpazos de la crisis que atenazaba a la Iglesia con la que no estábamos a gusto y poco a poco nos ibamos separando- resulta una figura eminente y magnífica por lo que tiene de profética en el devenir histórico del pontificado. Su altura intelectual irá creciendo con el paso del tiempo.

La designación de Wojtyla tuvo algo de estremecimiento porque el mundo se hacía preguntas inquietantes. La cristiandad se disponía entre enormes tensiones para ese cambio a rajatabla. Se escuchaban los rugidos del león, pero el ambiente oscilaba entre el miedo y la esperanza.

Albino Luciani, bajo el nombre de Juan Pablo I, pontificó tan sólo treinta y tres días, uno por cada año que vivió Cristo en la tierra. Era un “ alter Christus”, de espiritualidad moderna, a caballo entre el salesiano Don Bosco y el candor puro de Francisco de Asís, todo ello envuelto en un humor muy de la campaña toscana a lo Giovanni Guareschi. Tenía maneras sencillas de cualquier arcipreste italiano de provincias. El humor es la característica más fiable del amor.

También por ese cabo despintaba. Su calado era enteramente mesiánico. De una profundidad en el estudio de los textos bíblicos y de una clarividencia que casi pasman. Para colmo, tenía una pluma magnífica. Desde Gregorio VII, con la excepción de Pío XI, que era archivero y poseía una cultura casi enciclopédica, no había ocupado la cátedra de Pedro otro hombre que se sintiera tan escritor y tan periodista. El Evangelio - no conviene pasar por alto este detalle que tanto maravillaba al propio Tolstoi - es la religión del libro por antonomasia. Porque escribir es soñar en el mundo futuro, portar el “lignum crucis”, aspirar a la libertad del Reino. Borremos la memoria, quememos todos los libros que la fe ha producido, unos dentro del pálpito de la ortodoxia, y otros extramuros, y nos habremos quedado sin libertad. Ya no habrá catolicidad.

Todo en este prelado hacía pensar- salvo en los kilos - hacía pensar en el llorado Juan XXIII. Poseía el mismo estilo de campesino bonachón, que no le da demasiada importancia a las cosas, que sabe reírse de sí mismo desde la simplicidad de vida. Su rostro transmitía juventud y alegría a través de aquélla su “ santa sonrisa”. Hasta la fecha habíamos estado acostumbrados a ver sobre el balcón del Vaticano a papas bastante estirados. Había llegado a la Puerta Angélica desde Lombardía siguiendo la senda de sus mismos pasos: el patriarcado de Venecia. Era un catequista troquelado a la medida del lema “Pastor et Nauta “ de su predecesor. Rompía totalmente con los moldes del papa Montini, un intelectual y un hombre de curia, o de Pio XII, aquel pontífice de gestos impresionantes y que parecía casi un serafín embutido en la sotana blanca. Sólo le faltaban las alas.

A Luciani le iba más el prototipo de cura de pueblo o de parroquia funcional.Que disimula su amor a sus feligreses bajo un barniz de cazurrería zumbona y de cachaza. Pero eso era la fachada, nada más. Porque sus escritos revelan un alma mucho más sofisticada. Con vista de aguila - junto con aquella sonrisa que desarmaba había en su rostro de sacerdote cordial aquella mirada a la vez festiva y atormentada - penetró en las angustias del hombre moderno y cargó con ellas a las espaldas.

Pero, que cada día traiga su afán; así todos los turnos, incluso los papales sean diferentes. Nadie será capaz de bañarse en el mismo río. Acertaba Demócrito. El reinado de Jan Pablo I, englobado en el acróstico “ de media aetate lunae” en los pronósticos de Malaquías, fue el tránsito de una estrella fugaz que cruzó la noche del atlas iluminando las tinieblas de agosto. Sus treinta y tres días al frente de la Barca de Pedro estuvieron cargados de intensidad, por más que no hayan quedado esclarecidos las circunstancias de su extraño óbito. Pronto subirá a los altares este heraldo del huracán que se nos echaba encima. Pero su mensaje fue diáfano”: no tengáis miedo, conservad la esperanza, que pronto pasará la tempestad”. Una esperanza que quedaría tronzada treinta y tres día más tarde, cuando los restos mortales fueron expuestos a la veneración del pueblo romano de cuerpo presente. Las fotografías del obispo de Roma yacente presentan un rostro desfigurado por la hinchazón. Una tumefacción que infunde sospecha de señales de envenenamiento

Y esperanza y santidad en el más genuino espíritu agustiniano de ambos es la atmósfera que respiran las páginas del libreto que nos legó”:Ilustrísimos Señores”. Es una recopilación de cartas dirigidas a una gama de personajes tan heteróclitas como Mark Twain, Dickens, Penélope, Bernardo de Claraval, Goethe, Santa Teresa de Lisieux, y Santa Teresa de Avila, Petrarca, o al gobernador español de Milán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y otros muchos más, aunque en la lista abundan los literatos, aparecidas en una humilde publicación franciscana, “El Pan de los Pobres o Mensajero de San Antonio de Padua” por un obispo sin demasiadas pretensiones. El tono sencillo y cordial de las misivas no obsta para el gran calado evangélico y la sabiduría de alto bordo que despliega a lo largo de sus trescientas veintitrés páginas, sin hurtar el cuerpo a cuestiones de bulto como pudieran ser: la crisis de la Iglesia en los años psicodélicos consiguientes a la revolución del sesenta y ocho; el laicismo; la emancipación de la mujer; el antisemitismo; el tema de los domingueros o el alcoholismo, lo que el entonces patriarca de Venecia denominaba la “ cofradía de Santa Bibiana, que no cesa de empinar el codo”, lleno de comprensión y de humorismo hacia las flaquezas humanas.

En estilo fino y elegante las cartas, que constituyen un verdadero manual de Apologética, a los más ilustres personajes de la historia provocan en el lector de a pié la misma sonrisa que no se le caía nunca de los labios del autor. En tono conciliador por más que impecable en su dialéctica, invita a los descreídos a volver al redil, pero sin acrimonia, porque Luciani se había forjado en el más genuino estilo de Francisco de Sales, aquel otro obispo ginebrino que pensaba que “ más vale una gota de miel que cien cántaros de hiel”.

Aquí salen a relucir lo mismo Juana de Arco que Pepito Grillo -el futuro papa manifiesta sin rebozo que Pinocho, el inmortal personaje salido de la inspiración de Carlo Lorenzetti (1826-1890), fue el gran héroe literario de su infancia - que Fidel Castro, el Che Guevara o Juan Lanas

O los monjes longobardos. Sólo ve un camino de salida al laberinto de la mente del hombre del milenio aturdida por el desfase entre su capacidad de absorción y capacitación y el ritmo de las conquistas tecnológicas: el amor. Con paciencia y verdadera caridad cristiana, sin retóricas sibilinas, hay que acometer el reciclaje al que se enfrentan los hombres del mañana. No se puede emprender esa empresa desde la revancha unilateral. La piedad divina edificó el universo. Sólo la abominación y los egoísmos humanos nos lo pueden derruir.

El libro está trufado de sentencias y apotegmas de frase a cincel que son auténticas perlas y que revelan la presencia de un tremendo escritor:

Ojo a las circunstancias, a los estados de ánimo: si cambian, cambia también tú, no los principios, sino la aplicación de los principios a la realidad del momento... Dale un clavo al testarudo y acabará por meterlo en la pared a golpes de su cabeza... Los jóvenes son distintos de nosotros los adultos en el modo de juzgar, de comportarse, de amar y orar. Será preciso compartir con ellos la tarea de conducir a la sociedad por caminos de progreso. Con una advertencia: que ellos aprietan el acelerador; nosotros preferimos calcar el freno... El astuto habla y sus palabras no son vehículo sino velo del pensamiento, haciendo que parezca verdadero lo falso y falso lo verdadero. A veces obtiene resultados. Por lo general, la cosa no dura mucho. En las peleterías vemos más pieles de zorra que pieles de asno. Cuando los bribones van en procesión, es el diablo el que lleva la cruz alzada. Y perdona, querido Bernardo de Claraval, mi franqueza”.

Es esta carta, con destinatario al fundador del Cister , una de las más interesantes de toda la serie. En ella el patriarca de Venecia hace alarde de su discreción y altos conocimientos de las cosas de Dios y de la psicología terrena. San Bernardo luego le contesta con fecha de octubre de 1971 y tampoco se queda corto el egregio abad en sus admoniciones y advertencias al obispo, aunque en su correspondencia se tuviera que superar la barrera de ocho siglos de diferencia horaria y de mentalidades, entre el pensamiento del hombre medieval y el del último tercio del siglo XX. Monseñor Luciani sale airoso del compromiso. En el escrito al insigne monje francés lumbrera de la Iglesia, amén de expresar la corazonada de que su corresponsal, muy a pesar suyo, ceñiría el manto de armiño y la tiara papal pocos años más tarde sobre sus sienes, despliega su sabiduría. Luciani había leído a Maquiavelo y a los tratados de iniciación cabalística.

Al respecto, refiere una anécdota. En un conclave se le presentó al colegio cardenalicio tener que solventar una papeleta. Había empatados tres candidatos a la sucesión de S. Pedro. El uno era un santo, el otro, un pozo de ciencia y el tercero estaba dotado de un gran sentido práctico ¿A cuál de ellos votar? Bien, argumenta el entonces cardenal; el santo, si es tan santo, que rece por nosotros, oret pro nobis; si el sabio, si es tan sabio, que nos ilustre, doceat nos; mucho nos alegramos, que escriba cualquier libro de erudición ¿ Es prudente el tercero?, iste regat nos, que sea él nuestro papa. De esta forma salomónica, y con un poco de sorna, dilucida nuestro autor el trinomio.

Se hacía cargo que para entrar con buen pié en los pasillos Vaticanos más que santidad y buenos conocimientos vale la mucha mano izquierda. Conocía de antemano su destino y le repugnaban un poco las intrigas maquiavélicas, un mal necesario con el que han que contar quienes rigen el rumbo de la barca del Pescador.

Su familiaridad con la persona de Jesucristo, al que amaba y conocía al dedillo hasta el punto de darnos a conocer aspectos de la misma poco conspicuos, como por ejemplo cuando dice que entre los antepasados de Jesús hubo tres mujeres poco recomendables: Rhabab había ejercido la prostitución; Thamar había tenido un hijo de su suegro Judas, y Bethsabé había cometido adulterio con David, lo sitúa en la perspectiva histórica de su tiempo.

Cristo no participó en la actividad política de los “zelotas” o guerrilleros que se habían alzado en armas contra la dominación romana. A estos sublevados judíos las tropas de Augusto, una vez aprehendidos, se les condenaba a morir en el madero. Rechaza el sofisma de que era un caudillo violento y señala que, cuando tomó el látigo contra los mercaderes del templo, éste fue un acto perfectamente calculado. El Hijo del Hombre no se rebeló. Puso en evidencia a los escribas, fariseos y leguleyos de toda especie, y defendió a los pobres y oprimidos, pero predicó la no-violencia. Tampoco tomó partido de una manera clara por los que entonces mandaban. Su reino no era de este mundo.

Pero reconoce que dicha inhibición de Jesús a la hora de etiquetarse en lo político sería motivo después de su resurrección de banderías entre las dos facciones de la Iglesia primitiva. La de la gentilidad, propugnada por Pablo, ciudadano romano, y la restrictiva que se agrupaba en torno a los seguidores de Pedro o judaizantes, y que exigía una Iglesia sólo para circuncisos. Aunque ambas posturas quedaron resueltas en el primer concilio de Jerusalén, se dará una pugna, oculta o patente, hasta el final de los tiempos o Parusía. Son dos formas de contemplar el cristianismo más que excluyentes complementarias, pero de alguna forma irreconciliables. Nacen del combate entre la Vieja y la Nueva Ley. Forman parte del arcano de los misterios que persigue al pueblo judío.

Quizá el candor y franqueza que rezuman las cuarenta epístolas del texto - yo tengo para mí que sobre ellas aletea el soplo del Paráclito consolador, que no le fallará nunca a la Iglesia hasta la Segunda Venida - le valiesen al futuro papa algún que otro disgusto en los ambientes curiales donde nunca fuera del todo bienquisto. Sobre las extrañas circunstancias de su muerte prematura siguen alimentandose sospechas de envenenamiento.

Como quiera que fuere, el alma de un santo, de un verdadero santo, queda translúcida y deja su impronta de bondad, resignación, humor y ligero optimismo abierto a la esperanza y al dialogo en estas jugosas postales, en las que un obispo declara su amor a los hombres a través de Cristo.

Instalado con el apóstol Pablo en el corazón del Redentor, quiere asistir a los funerales de supropia soberbia, expresa el deseo de fundirse con el que ama, de dejar de ser él mismo para convertirse en “ alter Christus” (otro Cristo) y proclamar: “ somos el estupor de Dios “.

Aparecido a título póstumo Ilustrísimos Señores en 1978 poco después de su misteriosa muerte es un inspirado y maravilloso opúsculo en el que se condensa no sólo el código ético de un gran papa; también da a conocer un escritor con prosapia. Juan Pablo I admiraba a Chesterton, a Manzoni, a Marlowe, a Quintiliano, a Walter Scott, a Terencio, a Dickens. Pero su autor de cabecera era Francisco de Sales, aquel gran periodista, glosador y traductor del espíritu de Agustín para el hombre de nuestros días. Todo se reduce a una cosa: Amor.

Y Francisco de Sales, glosando y hasta enmendandole la plana al de Tagaste, solía expresar este alto concepto de la apoteosis de la caridad en el siguiente sorites: “ la perfección del universo, el hombre; la perfección del hombre, el amor. Dios es solamente la perfección del amor “.

Albino Luciani, que ocupó el lugar número ducentésimo sexagésimo cuarto en la lista de sucesores de Pedro, al igual que a Cristo - lo criticaron porque todo un señor cardenal escribiese cartas a Pinocho - le estomagaban los fariseos. Por este libro, escrito en clave menor y sin pretensiones, se ganó antipatías en los ambientes curiales. ¿Se la tenían jurada ? ¿ Qué fue de aquella fuerte discusión la noche de su muerte con Ottaviani ? Nunca se sabrá. Sin embargo, el papa breve era un hombre sensible, sencillo y bueno, un verdadero discípulo del Maestro. La sombra de su diáfana sonrisa pervivirá eternamente. Murió en la noche del 28 de septiembre de 1978. Su cadáver fue descubierto a la mañana siguiente por sor Vicenza Tafarel. Como causa del fallecimiento se diagnosticó un infarto de miocardio. Las circunstancias aparecen oscuras y hay contradicciones en el atestado pericial del óbito. Se dijo que tenía entre las manos un ejemplar del Kempis, cuando en realidad, eran unas notas tomadas a vuela pluma tras su conversación con el cardenal Villot, con el cual mantuvo una fuerte discusión. Pidió un calmante al médico de cabecera, Renatto Buzzonetti, y se le recetaron específicos contraindicados para un hipotenso como era él, siempre a tenor con el criterio del P. López Saez, cual encara un relato por menor de los acontecimientos - que todavía en el Vaticano siguen siendo asunto tabú - acaecidos durante la madugrada del 29 de septiembre.

Se proponía una reforma revolucionaria de los entresijos vaticanos dominados por la logia masónica y por banqueros como el obispo Marckinkus, un norteamericano de origen lituano que controlaba las finanzas de la Sede Apostólica. También se dijo que él conocía, después de un viaje a Fátima, que su reinado sería breve. Allí se entrevistaría con la vidente Lucía, la cual le comunicó el famoso tercer mensaje revelado por Nuestra Señora a los pastores en Cueva de Iría.

La desaparición de este gran pontífice para muchos continúa siendo un misterio. Algún día, no tardando mucho, puede que la verdad se sepa.